domingo, 3 de abril de 2022

Las venas abiertas de América Latina, por Eduardo Galeano

 


Las venas abiertas de América Latina
, de Eduardo Galeano

Editorial Siglo XXI. 349 páginas. 1ª edición de 1971, ésta es de 2021.

 

Lo cierto es que nunca había leído nada de la obra de Eduardo Galeano (Montevideo, 1940 ‒ 2015) porque le tenía mentalmente catalogado (sin estar seguro de tener o no razón) como «escritor cursi». Sin embargo, hace unos ocho años mi amigo el escritor mexicano Federico Guzmán Rubio, cuando vivía en Madrid, me preguntó si había leído Las venas abiertas de América Latina, un libro ‒aseguraba‒ que todos los latinoamericanos habían leído. Le dije que no, y entonces él le quitó importancia a su pregunta, diciendo que tampoco hacía falta que lo hiciera. Me quedé con la intriga desde esos días.

Normalmente elijo ficción para leer, porque considero la lectura un entretenimiento, un refugio del cansancio diario, pero, de vez en cuando, me he estado acercando, durante los últimos años, a algún ensayo, sobre todo de teoría económica, y pensé que Las venas abiertas de América Latina podía encajar en este tipo de lecturas. Además quería conocer de primera mano un texto que sabía que había sido importante para varias generaciones de latinoamericanos, zona del mundo que suele ser de mis preferidas para elegir mis lecturas de libros de ficción.

 

En 2021 se han cumplido cincuenta años desde la publicación original del libro y, por el mismo precio, me compré la «edición conmemorativa» que tiene tapas duras, sobrecubierta, es más grande (y esto hace que los reglones se muestren en la página más oxigenados), ilustraciones, y venía acompañado de unas láminas ilustradas.

 

El libro empieza con el siguiente párrafo: «La división internacional del trabajo consiste en que unos países se especializan en ganar y otros en perder. Nuestra comarca del mundo, que hoy llamamos América Latina, fue precoz: se especializó en perder desde los remotos tiempos en que los europeos del Renacimiento se abalanzaron a través del mar y le hundieron los dientes en la garganta. Pasaron los siglos y América Latina perfeccionó sus funciones.» En estas palabras se encuentra resumido el ensayo de Galeano, que, desde la primera línea, establece una conversación con el escocés Adam Smith, cuyo ensayo La riqueza de las naciones (1776) comienza así: «El mayor progreso de la capacidad productiva del trabajo, y la mayor parte de la habilidad, destreza y juicio con que ha sido dirigido o aplicado, parecen haber sido los efectos de la división del trabajo.»

Si Smith nos habla de las bondades de la especialización, Galeano nos va a mostrar sus problemas, extrayendo ejemplos de la historia de Latinoamérica, así que Las venas abiertas de América Latina fue escrito como una antítesis de La riqueza de las naciones.

 

Una de las tesis del liberalismo económico es que la economía no es un juego de suma cero, ya que consideran que si el mercado funciona de un modo libre todos sus participantes saldrán ganando. Galeano no comparte esta tesis: «La historia del subdesarrollo de América Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial.» (pág. 16)

 

Las venas abiertas de América Latina se estructurada ocupándose, en cada una de sus partes, de la explotación de algún tipo de bien. El texto se divide en dos bloques, el primero se llama La pobreza del hombre como resultado de la riqueza de la tierra. Y su primero capítulo es Fiebre del oro, fiebre de la plata. Galeano se remonta a la época del descubrimiento de América, por parte de los europeos, para hablarnos de la obsesión inicial de los conquistadores por el oro. «La hazaña del descubrimiento de América no podría explicarse sin la tradición militar de guerra de cruzadas que imperaba en la Castilla medieval, y la Iglesia no se hizo rogar para dar carácter sagrado a la conquista de las tierras incógnitas del otro lado del mar.» (pág. 27).

En algunas islas del Caribe, como en Dominica, los nativos fueron exterminados en la imposición de las duras tareas de los lavaderos de oro. Algunos indígenas se suicidaban y mataban a sus hijos.

 

Una de las críticas a Galeano consiste en señalar que cae en el mito del «buen salvaje». Es cierto que no habla de las luchas que existían entre los pobladores de Mesoamérica o los incas, que permitieron que Hernán Cortés o Francisco Pizarro pudieran realizar sus conquistas, y sí señala, sin ahondar en ello, una realidad que no es falsa: «Había de todo entre los indígenas de América: astrónomos y caníbales, ingenieros y salvajes de la Edad de Piedra.» (pág. 30). Además fueron elementos como los caballos, desconocidos en América, los que ayudaron en la conquista, y las enfermedades diezmaron a los indios.

En 1521, Cortés conquista Tenochtitlán, y durante años excavaron el fondo del lago en busca de oro.

 

Es muy interesante el capítulo España tenía la vaca, pero otros tomaban la leche. En él se habla de que la Corona española estaba endeudada, y casi todos los cargamentos de oro y plata que llegaban a España se iban a los banqueros alemanes, genoveses o flamencos. «Los metales arrebatados a los nuevos dominios coloniales estimularon el desarrollo económico europeo y hasta puede decirse que lo hicieron posible.» La Corona española abría frentes de guerra y la aristocracia se dedicaba al despilfarro. Los capitalistas españoles compraban títulos de la Corona y se convertían en rentistas, en vez de incrementar el desarrollo industrial. Los telares españoles, por ejemplo, fueron desapareciendo durante el siglo XVI.

En las colonias no se diversificaron las economías internas y las clases dominantes se dedicaron a despilfarrar. El número de europeos y criollos desocupados aumentaba  sin cesar. «El valor de las exportaciones latinoamericanas de metales preciosos fue, durante prolongados periodos del siglo XVI, cuatro veces mayor que el valor de las importaciones.» (pág. 43), ésta es una idea sobre la que Galeano volverá varias veces en el libro.

 

Me ha sobrecogido la historia de la ciudad de Potosí, actualmente en Bolivia. En 1650 se convirtió en una de las más grandes y ricas del mundo, debido a sus minas de plata, edifica sobre ocho millones de cadáveres de indios, apunta Galeano (una cifra que parece una exageración). En la actualidad (el libro se escribió en 1970) Potosí tiene tres veces menos habitantes que hace cuatro siglos.

 

Galeano afirma: «Los indios de las Américas sumaban no menos de setenta millones, y quizás más, cuando los conquistadores extranjeros aparecieron en el horizonte; un siglo y medio después se habían reducido, en total, a sobre tres millones y medio.» (pág. 53) la fuente que cita Galeano es la de Darcy Ribeiro, con datos de Henry F. Dobyns y Paul Thompson. He buscado en internet información sobre estas cifras y no parece haber un consenso muy claro sobre ellas. Galeano toma, en cualquier caso, las estimaciones más altas posibles de muertes de indígenas americanos.

 

Galeano habla de las Leyes de Indias, pero que en muchos casos se incumplían, y los indios trabajaban en las montañas de Potosí en muy malas condiciones. Al usarse mercurio para extraer la plata, los trabajadores morían envenenados.

Desde 1536 los indios eran otorgados en encomienda junto a su descendencia. Es decir, debían trabajar como esclavos para un líder procedente de España, y además debían ser evangelizados.

 

Después, Galeano habla del oro de Brasil, que se tardó más en descubrir que el de México, o la plata de Potosí. Pero dos siglos más tarde el oro apareció en Minas Gerais. 10 millones de negros se trasladaron desde África hasta la abolición de la esclavitud en Brasil. Muchos de estos negros morían en la travesía marítima, y de media solían aguantar 7 años trabajando antes de morir.

Más de la mitad del oro de Brasil acababa en Inglaterra y Holanda, que usaban este oro para concentrar inversiones de capital en el sector manufacturero.

 

El segundo capítulo se titula El rey azúcar y otros monarcas agrícolas, y en vez de la explotación de los minerales de Latinoamérica, Galeano nos habla ahora de los problemas que sufrió la región con los monocultivos.

Colón llevó el azúcar a América y se convirtió, durante tres siglos, en su producto agrícola más solicitado. Y para su producción se usaba mano de obra esclava. Hasta mediados del siglo XVII, Brasil fue el mayor productor de azúcar del mundo, a la vez que Brasil era el mayor mercado de esclavos del mundo. Las empresas holandesas participaban en la instalación de los ingenios y en la importación de esclavos, además de recoger el azúcar en bruto en Lisboa.

Según Galeano, en 1970 el nordeste de Brasil es, en la actualidad, la región más subdesarrollada de Occidente, y esto es una herencia de la dependencia del monocultivo del azúcar.

 

En Cuba también entró con fuerza el monocultivo del azúcar, una industria creada sobre las necesidades de otras naciones. La dictadura de Batista vendía casi todo su azúcar a Estados Unidos. «El azúcar del trópico latinoamericano aportó un gran impulso a la acumulación de capitales para el desarrollo industrial de Inglaterra, Francia, Holanda y, también, de los Estados Unidos.» (pág. 95). Aunque Adam Smith decía que el descubrimiento de América había «elevado el sistema mercantil a un grado de esplendor y gloria que de otro modo no se hubiera alcanzado jamás», según Sergio Bagú, el más formidable motor de acumulación de capital mercantil europeo fue la esclavitud americana. Un dato escalofriante: de los 70.000 esclavos que la Compañía Africana embarcó entre 1680 y 1688 solo 46.000 sobrevivieron a la travesía, y, sin embargo, esta compañía daba un 300% de dividendos y entre sus accionistas figuraba Carlos II.

Aunque Inglaterra fue la gran potencia esclavista, en el siglo XIX pasó a ser la principal potencia antiesclavista, porque ahora necesitaba mercados con mayor poder adquisitivo, y esto hacía que prefiriese asalariados a esclavos.

 

La trata de esclavos en Nueva Inglaterra facilitó también la acumulación de capital que dio origen a la revolución industrial en Estados Unidos: en el siglo XVIII, los barcos de Boston, Newport o Providence llevaban barriles de ron hasta las costas de África; allí cambiaban el ron por esclavos, que se vendían en el Caribe y de allí llevaban melaza a Massachussetts, donde se destilaba y se convertía en ron. En Estados Unidos se quedaban los grandes beneficios de este proceso.

En 1888 se abolió la esclavitud en Brasil.

 

Otro monocultivo al que se entregó Brasil fue al del caucho, que disponía de casi las reservas mundiales de goma. Los ingleses consiguieron trasladar las semillas a Malasia y la prosperidad de la goma de Brasil se hizo humo.

 

La prosperidad de Venezuela se identificó con el cacao, pero de nuevo los ingleses desarrollaron sus propias plantaciones en África y se acabó esta prosperidad.

Brasil también se dedicaba al algodón, pero la producción a gran escala del sur de Estados Unidos y sus mejoras tecnológicas tiraron los precios y Brasil quedó fuera de juego.

 

Uno de los grandes problemas que ve Galeano a los monocultivos es la dependencia de las fluctuaciones de precios internacionales, que hace que los mercados de Latinoamérica acaben hundiéndose. Además, los productores sufren bajadas de precios para los trabajadores en sus sectores, pero en los países ricos las personas que distribuyen o manipulan esos productos reciben salarios mucho más altos.

 

«En toda Centroamérica los embajadores de los Estados Unidos presiden más que los presidentes.» (pág. 125). Los Estados Unidos ocuparon Haití durante 20 años, a partir de 1915. En otros países, como en Guatemala, cuando el gobierno quiso iniciar una reforma agraria (en 1952, con el presidente Juan José Arévalo), Estados Unidos ayudó a derrocar al presidente electo, imponiendo a un dictador, para perpetuar el poder latifundista sobre la tierra.

 

En Argentina, José Artigas sí inició realmente una reforma agraria en 1815 y luchó contra el centralismo de Buenos Aires o Montevideo. Pero la intervención extranjera acabó con esto de nuevo.

La Revolución mexicana también sufrió varias veces la intervención de los Estados Unidos. Según Galeano, una de las claves de la prosperidad de Estados Unidos es que los peregrinos del Mayflowers no atravesaron el mar en busca de tesoros legendarios, ni para explotar a la mano de obra indígena, sino para establecerse con sus familias y reproducir el sistema de vida europeo. Así en las 13 colonias originales el centro de la vida económica estuvo en las granjas y en los talleres y no en el monocultivo.

 

El tercer capítulo de la primera parte se titula Las fuentes subterráneas del poder. Los norteamericanos importan la séptima parte del petróleo que consumen, un quinto del cobre y la mitad del cinc. Estados Unidos sigue comprando estas materias primas en Latinoamérica. Según Galeano, los golpes de estado en Argentina han seguido los ciclos de las licitaciones del petróleo.

En Perú, a mediados del siglo XIX, se desarrolló la industria del guano como fertilizante.

La guerra entre Chile, Perú y Bolivia, que tuvo que ver con los impuestos al salitre, fue la Guerra del Pacífico entre 1879 y 1883. Sin embargo, en 1890 Chile destinaba a Inglaterra las tres cuartas partes de sus exportaciones, y Chile funcionaba como un apéndice de la economía británica.

Según Galeano, Simón Patiño era el dueño de la mejor veta de estaño de Bolivia y ponía y quitaba presidentes a su antojo, desde Europa.

El control del petróleo en el mundo está en manos de un cártel nacido en 1928, cuando la Standard Oil de Nueva Yersey, la Shell y la Anglo-Iranian (hoy British Petroleum) se pusieron de acuerdo para dividirse el planeta. Según Galeano, los intereses de este cártel fueron los que promovieron la guerra del Chaco (1932-35).

De Venezuela proviene casi la mitad de los capitales que Estados Unidos sustrae de Latinoamérica y en 1970, Venezuela es uno de los países más pobres de la zona. Además los indígenas fueron despojados de sus tierras, en las que había petróleo.

 

La segunda parte del libro se titula El desarrollo es un viaje con más náufragos que navegantes.

Su primer capítulo es Historia de la muerte temprana y en él se habla de la influencia de Gran Bretaña sobre los países latinoamericanos, una vez que estos se independizaron de España y Portugal. Así los cueros del Río de la Plata eran pagados con tejidos ingleses. Como imagen significativa, Galeano apunta que cuando el 25 de mayo de 1810 se constituyó en Buenos Aires la junta revolucionaria una salva de cañonazos de los buques británicos la celebró desde el río. Galeano sigue cuestionando las ideas de Adam Smith al escribir que el liberalismo económico dañó las incipientes manufacturas locales. Galeano da cifras del crecimiento industrial manufacturero, anterior a la independencia, y así señala, por ejemplo, que en Cochabamba había 80.000 personas dedicadas a la producción de lienzos de algodón.

Los gauchos argentinos acabaron llevando ponchos fabricados en Yorkshire.

Según Galeano, el liberalismo económico se convirtió en una verdad revelada para Gran Bretaña solo a partir del momento en el que estuvo segura de ser la más fuerte y después de haber desarrollado su propia industria textil al abrigo de la ley más proteccionista de Europa. Latinoamérica entró en la órbita británica como suministradora de materias primas y compradora de productos elaborados, de la que solo saldría para cambiar a Gran Bretaña por Estados Unidos.

En 1844, las plantas de Puebla (México) producían 1.400.000 cortes de manta gruesa, pero la inestabilidad política y las presiones europeas hicieron que esta industria hubiera desaparecido en 1850.

«La casi totalidad de los ingresos de Buenos Aires provenía de la aduana nacional, que el puerto usurpaba en provecho propio, y más de la mitad se destinaba a los gastos de guerra contra las provincias, que de este modo pagaban para ser aniquiladas.» (pág. 207)

El gobierno de Juan Manuel de Rosas dictó en 1835 una ley de aduanas proteccionista, hasta la batalla de Caseros de 1852, en la que de venció a Rosas, había en Buenos Aires más de cien fábricas prósperas. El gobierno inglés intervino frente a las restricciones del comercio de Rosas. Para Sarmiento, Rosas solo era el símbolo de la barbarie. El presidente Bartolomé Mitre inició en 1862 una guerra de exterminio contra las provincias.

 

En la guerra de la Triple Alianza, Brasil, Argentina y Uruguay destruyeron la prosperidad de Paraguay. El dictador Gaspar Rodríguez de Francia había mantenido al país en el aislamiento, y el comercio internacional no era el eje de su economía. En 1865, la balanza comercial arrojaba superávit. La guerra duró cinco años y fue una carnicería. Las tropas invasoras llegaron en 1870 a redimir al pueblo paraguayo, pero en realidad le habían exterminado. Solo 250.000 paraguayos (la sexta parte del país) sobrevivió, y los ganadores quedaron en manos de los banqueros ingleses, que fueron los que financiaron la aventura. Del Paraguay derrotado desapareció la población, las aduanas, los hornos de fundación y los ríos clausurados al comercio.

 

En Brasil los precios de sus exportaciones entre 1821 y 1830 y entre 1841 y 1850 bajaron casi a la mitad, mientras que los precios de las importaciones permanecieron estables.

 

Mientras tenía lugar la guerra del Chaco, en Estados Unidos el norte industrializado ganaba al sur en su guerra de Secesión. El general Ulysses Grant declaraba que durante siglos Inglaterra había confiado en el proteccionismo y que Estados Unidos debía hacer lo mismo, y adoptar el liberalismo cuando el proteccionismo ya no pueda darles más. Los Estados Unidos empezaron a exportar la doctrina del libre cambio solo después de la Segunda Guerra Mundial.

 

El segundo capítulo se titula La estructura contemporánea del despojo. A partir de la Segunda Guerra Mundial se repliegan en América Latina los intereses europeos a favor de los norteamericanos. En Latinoamérica un puñado de empresas norteamericanas controlan casi todas las inversiones. Por ejemplo, en Brasil el trato a las empresas extranjeras es de los más liberales del mundo; no hay allí limitaciones a la repatriación de capital.

Galeano es crítico con las políticas del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Latinoamérica, ya que según él sus actuaciones agudizan los desequilibrios. Todos los países latinoamericanos juntos no suman la mitad de los votos de los que dispone Estados Unidos para orientar las políticas del FMI.

Solo en 1968, más de 70 nuevas filiales de bancos norteamericanos abrieron en América Central, el Caribe y los países más pequeños de América del Sur. Todo esto sirve para que el ahorro latinoamericano se vaya a empresas norteamericanas. Sin embargo, según la ley norteamericana, ningún banco extranjero puede operar en los Estados Unidos como receptor de depósitos.

«El Imperio envía al exterior sus marines para salvar los dólares de sus monopolios cuando corren peligro y más eficazmente, difunde también sus tecnócratas y sus empréstitos para ampliar los negocios y asegurar las materias primas y los mercados.» (pág. 253)

«En Bolivia, los préstamos norteamericanos no proporcionaron un solo centavo para que el país pudiera levantar sus propias fundiciones de estaño, de modo que el estaño continuó viajando en bruto a Liverpool.» (pág. 258)

«Es el círculo vicioso de la estrangulación: los empréstitos aumentan y las inversiones se suceden y en consecuencia crecen los pagos por amortizaciones, intereses, dividendos y otros servicios; para cumplir con estos pagos se recurre a nuevas inyecciones de capital extranjero, que generan compromisos mayores, y así sucesivamente.» (pág. 262)

Cada vez vale menos lo que Latinoamérica vende al primer mundo y cada vez es más caro lo que ha de comprar. Los salarios bajos determinan los precios bajos en los países pobres, y las barreras arancelarias protegen los salarios altos en los países ricos.

 

El ensayo original acaba con la siguiente inscripción: «Montevideo, fines de 1970», pero luego hay un apéndice titulado Siete años después. Galeano habla aquí de la recepción del libro, que fue prohibido por las dictaduras de Uruguay, Chile y Argentina.

 

Han sido muy comentadas unas declaraciones que hizo Eduardo Galeano en la Segunda Bienal del Libro en Brasilia, que tuvo lugar entre el 11 y el 21 de abril de 2014. Allí Galeno pronunció frases como éstas sobre Las venas abiertas de América Latina: «No sería capaz de leerlo de nuevo. Caería desmayado.», «Para mí, esa prosa de la izquierda tradicional es aburridísima. Mi físico no aguantaría. Sería ingresado al hospital.», «Yo no tenía la formación necesaria. No me arrepiento de haberlo escrito, pero es una etapa que, para mí, está superada.», «En todo el mundo, experiencias de partidos políticos de izquierda en el poder a veces fueron correctas, a veces no, y en muchas ocasiones fueron demolidas porque estaban correctas, lo que dio margen a golpes de Estado, dictaduras militares y periodos prolongados de terror, con sacrificios y crímenes horrorosos cometidos en nombre de la paz social y del progreso. En otras ocasiones, la izquierda ha cometido errores muy graves.»

 

Estas declaraciones de un Galeano de 73, que moriría al año siguiente, en 2015, comentando el libro que escribió con 30 años, le han servido a más de uno para querer invalidar por completo su ensayo. Diría que Galeano matizaba sobre todo sus comentarios en Las venas abiertas sobre el gobierno de Castro en Cuba, como se desprende de las últimas frases entrecomillas. Como ocurre en casi todos los ensayos políticos, resulta mucho más fácil dar el diagnóstico de lo que no funciona en economía que sus soluciones. De este modo, Karl Marx en El capital, por ejemplo, propone la nacionalización del capital empresarial, algo que, como la historia mostró más tarde, puede generar errores de previsión, excesiva burocracia y falta de incentivos. Pero que esta solución de Marx falle, no resta validez a los problemas económicos que señalaba sobre la economía británica del siglo XIX. De forma clara, y en contra del liberalismo de David Ricardo, afirmaba que los niños de 7 años no debían estar en las fábricas sino escolarizados, y que las jornadas de trabajo debían tener límites razonables; asuntos con los que un lector actual difícilmente puede estar en desacuerdo.

 

Sé, por ejemplo, que Argentina a finales del siglo XIX y principios del XX era una superpotencia mundial. «Argentina podía verse como una economía avanzada en esos años, por detrás de las economías inglesas (Estados Unidos, Reino Unido y Australia) pero por delante de economías europeas como la italiana, la francesa y la alemana. Argentina se posiciona entre los mejores. Su renta per cápita ajustada a la capacidad de compra era el 92% del promedio de las 16 economías más avanzadas del mundo.» (Fuente: El blog salmón de economía). Así que hay algunas realidades que Galeano no está contando de forma fideligna. Según El Blog Salmón, el problema para Argentina empezó cuando usaron políticas proteccionistas para su sector primario.

Es posible que Galeano haya tomado fuentes que trabajan en beneficio de sus tesis, como esa que ya he comentado sobre los indígenas americanos que murieron con la conquista, cifras que siguen generando controversia, pero no creo que TODAS las ideas mostradas en Las venas abiertas sean erróneas. Me ha gustado conocer los excesos que se dieron en la ciudad de Potosí, por ejemplo, o los problemas que generaron los monocultivos en Latinoamérica, así como la influencia de Gran Bretaña sobre la región una vez que los países de Latinoamérica se independizaron.

 

Cuando en mis redes sociales comenté que estaba leyendo Las venas abiertas de América Latina, más de uno me lo vino a afear, a decirme ‒básicamente‒ que no debía leer aquello. Usaban el argumento de autoridad de que Galeano no lo leería (creo que daban mucha credibilidad a este anciano sabio llamado Galeano). Me ha gustado leer este libro que ha influido tanto en Latinoamérica y que se ha traducido a muchos idiomas. Me recomendaron también que leyera el libro Del buen salvaje al buen revolucionario del venezolano Carlos Rangel, que se supone que es la antítesis del de Galeano. Ya he comprado este libro y lo leeré para establecer una comparativa, sin aspavientos, ni escándalos, por el afán de conocer.

domingo, 27 de marzo de 2022

El amor es un perro que ruge desde los abismos, por J. J. Maldonado

 


El amor es un perro que ruge desde los abismos, de J. J. Maldonado

Editorial Emecé. 238 páginas. 1ª edición de 2021.

 

Gracias a mi canal de YouTube Bienvenido, Bob pude intercambiar algunos comentarios sobre libros con J. J. Maldonado (Lima, 1990) y convenimos en que me iba a enviar su primera novela, publicada hacía poco en la editorial Emecé Cruz del Sur, perteneciente al grupo Planeta Perú, y titulada con el extenso título El amor es un perro que ruge desde los abismos. No suelo aceptar este tipo de ofrecimientos, porque si lo hiciera no podría elegir yo nunca mis propias lecturas (y es posible que tampoco me quedara tiempo para dormir o respirar), pero en este caso sentí curiosidad, y me lo hicieron llegar desde la editorial limeña.

 

J. J. Maldonado es periodista y, hasta ahora, había publicado tres colecciones de relatos, que llevan por título Los Buguis (2015), Quien golpea primero golpea dos veces (2019) y El demonio camuflado en el asfalto (2020). El amor es un perro que ruge desde los abismos (2021) es su primera novela.

 

Diosito es el narrador y protagonista de esta novela de iniciación. Vive en un bloque del Callao, una población cercana a Lima, y nos va a hablar de sus dieciocho años. Diosito está contando su historia desde algún punto indefinido del futuro, y la historia ‒en la que no se dan fecha concretas‒ debe estar ambientada posiblemente en la primera década del siglo XXI (tal vez en 2008). Diosito no conoció a su padre y se ha criado con su madre, que fallece al comienzo de esta historia en un accidente de coche. Tras regresar del cementerio descubrirá que su tía ha albergado en su casa a unos parientes lejanos, que por una desgracia habían perdido su terreno en el norte, y que van a convivir con ellos una temporada. Para Diosito su propia casa pasará a convertirse en un lugar lejano y hostil, y empezará a pasar cada vez tiempo en la calle con sus «bróders». En la novela se usa en ocasiones un lenguaje coloquial, que convive con otro más elevado y poético. Diosito y sus amigos se autodenominan los Big Boys, y no parecen tener demasiadas ocupaciones, ni estudian ni trabajan. Salvo uno de ellos que se dedica a trapichear con drogas blandas en el bloque y otro que acude a la universidad.

 

A Diosito lo que realmente le gusta es entrenar con su BMX con la que recorre pedaleando las calles de su barrio, teniendo mucho cuidado con las calles en las que puede entrar y en las que no. Siempre lo hace bajo su «chullo» (gorro de lana propio de la región andina), que es el símbolo de su individualidad y también de su inmadurez. Mantiene una relación con Romana, una chica de otro bloque, que forma parte de un grupo llamado Las Heathers, de la que Romana es la líder. Son chicas más duras y alocadas que los Big Boys. La pareja que forman Romana y Diosito es desigual, Romana domina a Diosito, y éste sabe que es no es el único con el que ella se acuesta.

 

El tono inicial de la novela, pese a los sucesos tremendos que cuenta, es levemente irónico y no carece de exageraciones cómicas. Romana le exige a Diosito que se corra dentro de ella cuando hacen el amor y esto provocará que más de una vez tengan que temer que se haya quedado embarazada. La creencia de que ella, tras varios avisos en falso, se ha quedado embarazada hará que Diosito tenga que empezar a buscar trabajo y esto dará lugar a algunas de las escenas que más me han gustado de la novela. En ellas, Maldonado parece emular para Diosito a Charles Bukowski, al escritor de Los Ángeles, y a su famoso personaje Henry Chinaski, narrando lo sórdido que puede llegar a resultar para el ser humano la búsqueda infructuosa de empleo y los sinsabores de los trabajos ingratos y mal pagados. De hecho, al espíritu de Bukowski, Maldonado lo empieza a invocar desde el título de su primera novela, ya que unas de las antologías de poemas más famosas de Bukowski se titula precisamente El amor es un perro del infierno.

 

Así que una de las influencias más clara de la novela parece Bukowski, con sus descripciones descarnadas del Callao y sus gentes, y el humor herido para enfrentarse a las situaciones desagradables. Otra podría ser la de Roberto Bolaño, una de las referencias más persistentes en las últimas generaciones de escritores latinoamericanos. Uno de los amigos de Diosito es Smiley, el único del grupo que va a la universidad. Quiere ser un poeta reconocido, que se queja de la situación de la poesía patria, y que cultiva sus versos grandilocuentes con la idea del cambiar el panorama poético del país. Junto con Diosito, Smiley mantiene un proyecto poético: dejar versos en los billetes de diez soles, y así, juntos, han de configurar un gran poema narrativo.

Otros miembros del grupo son poetas callejeros, jóvenes a los que les gusta el rap, sobre todo el improvisado, y tratan de ganar dinero cantando sus versos rimados sobre una base musical en los autobuses de la ciudad. Como Maldonado va dejando pistas sobre sus influencias en la novela, me ha parecido detectar que la expresión «pobre como una rata», muy del gusto de Bolaño, estaba presente en su libro con esa intención.

En la página 89, Maldonado usa la expresión «inevitable tentación por el fracaso» que nos trae al diario del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro, titulado La tentación del fracaso. No he leído los cuentos de Maldonado, pero quiero imaginar que están escritos bajo la influencia de los de Bukowski o Ribeyro.

 

Me gustaría comentar algunos aspectos que creo que podían haber sido mejorables en la novela: Maldonado, en algunos tramos de su libro, se dedica más a explicar que a mostrar. Es decir, que dibuja escenas precisas, pero en más de un caso cae en la tentación de explicarle al lector «el significado» de estas escenas, y no solo a mostrárselas. En literatura suele funcionar mejor que el autor muestre y que sea el lector el que interprete las escenas leídas, a no ser que seas un autor como Thomas Bernhard y este sea precisamente tu estilo. Pero en cualquier caso, hay que tener cuidado con este tema. Además, diría que hay alguna idea principal demasiado remarcada, sobre todo esa en la que Diosito le quiere mostrar al lector lo duro que es vivir en su bloque y en su barrio. De nuevo, con las escenas mostradas debería haber sido suficiente. Por ejemplo, en el tramo final de la novela, en la página 179 leemos: «En el bloque, al igual que en el mundo, todos seguía más o menos como siempre. No había ningún cambio significativo o determinante para la gente. Día a día se seguía sobreviviendo, robando, matando, traficando o engañando. Nada nuevo ni sorprendente.» y tal solo en la página siguiente leemos «creando espacios de luz en medio de aquel agujero negro que era entonces nuestros bloque». Estas ideas se han reiterado demasiado en el texto.

Un aspecto que no me ha convencido de la creación del personaje es que Diosito, al contar unos hechos que sucedieron en el pasado, los relata de tal manera que el lector sabe lo que está ocurriendo en cada momento (por ejemplo, en su casa los familiares lejanos han montado un prostíbulo), pero Diosito no va a decirnos que lo ha descubierto hasta bastantes páginas después, cuando en realidad no parece un chico tonto, sino reflexivo y con capacidad de análisis. Había una contradicción aquí.

 

Una vez analizados estos aspectos mejorables de la novela, me gustaría acabar destacando los aspectos positivos: Maldonado ha creado un mundo marginal bien definido, con la descripción de un barrio y las peculiaridades de sus vecinos, con un vocabulario juvenil, pero no descuidado, irónico y ágil en cada momento. Además ha sabido mover la trama de una forma eficaz. Como ya he dicho, hasta ahora Maldonado era un escritor de relatos, y El amor es un perro que ruge desde los abismos es su primera novela, una primera novela prometedora de un joven escritor al que quiero desearle mucha suerte en su camino.

domingo, 20 de marzo de 2022

¿TIENE SENTIDO LEER NOVEDADES LITERARIAS DESPUÉS DE LOS 40 AÑOS?

 En mi canal de YouTube, hice un vídeo titulado ¿Tiene sentido leer ficción después de los 40 años?, y como se me quedaron algunos temas pendientes, grabé otro titulado ¿Tiene sentido leer novedades literarias después de los 40 años?:


Si te apetece verlo PINCHA AQUÍ.




domingo, 13 de marzo de 2022

Aquí hay demasiada gente, por Carlos Castaño Senra


Aquí hay demasiada gente
, de Carlos Castaño Senra

Editorial Sloper, primera edición de 2022

 El viernes 11 de marzo, presenté en la librería Lé de Madrid la primera novela de Carlos Castaño Senra. Escribí unas palabras sobre ella, y luego conversé con el autor, que ha elaborado con la calma las respuestas a las preguntas y las dejo aquí.

 Leemos en la contraportada del libro que Carlos Castaño nació en Barcelona en 1972, que cursó estudios de Filosofía en Madrid, donde vive, y que Aquí hay demasiada gente es su primera novela.


Tras un elogioso prólogo del escritor Francisco Ferrer Lerín, en el que sostiene opiniones como éstas «Qué sagaz novela, qué salutación de la realidad disfrazada de absurdo, qué modo fluido y satisfactorio de cerrarla», la novela se abre con un aforismo del escritor polaco Stanilaw Jerzy Lec, que dice: «¡Ay, cómo me gustaría ser viejo una vez más!, dijo el joven difunto.» Y así, tras esta sentencia, ya entro en la novela con una sonrisa, porque me hace recordar lo bien que lo pasé con el librito Pensamientos despeinados de Lec, que en España editó Península y que contenía frases tan punzantes como estas: «Esta noche he soñado con la realidad, con qué alivio me he despertado.», «Cread mitos sobre vosotros mismos, los dioses no empezaron de otro modo.» «Su pensamiento es puro deleite, No fecunda a nadie», o «Hay en él un enorme vacío repleto de erudición.»

 

En las primeras páginas de Aquí hay demasiada gente el lector habrá de conocer al narrador de la novela, Félix Margallo, un hombre de treinta y siete años, que lleva una ya larga temporada en paro, y que ha de enfrentarse ese día al complicado dilema de cortarse o no el pelo. Operación que siente, desde que era niño, condenada al fracaso y a la frustración. Margallo es hombre que pisó una peluquería por primera vez a los dieciocho años debido a que su madre había sido peluquera y le cortaba hasta entonces el pelo, lo que siempre fue una fuente de problemas. Félix Margallo, para evitarse las dificultades de este aparentemente leve trámite humano, va a tomar la decisión de empezar a usar una peluca. Se comprará dos, una castaña y otra de pelo cano. Así podrá llevar siempre el pelo con el corte que él quiera.

 

En estas primeras páginas de la novela, el lector ya puede comprender que no se encuentra ante una obra realista, sino ante un libro que va a jugar en los márgenes de lo real, que va a crear una idea de verosimilitud particular y esquiva, y que va a conversar con algunos de los escritores que, en nuestros intercambios de impresiones vía email, Carlos me ha comentado que admira, como podría ser el Mario Levrero de El discurso vacío, el Robert Walser de El paseo o Jakob von Gunten, o el Thomas Bernhard de Hormigón o Tala.

 

Pronto descubriremos que Margallo atraviesa una crisis personal, que se acabará convirtiendo en existencial. Así, la inquietante presencia de su nueva peluca conducirá a una ruptura con su esposa, Marisa. Pasará a vivir en un piso vacío, propiedad de su familia, donde una vez una tía convivió con un mono. Margallo establecerá una rutina de vida bastante sencilla: ir a comer un menú del día y pasear, principalmente, mientras sueña que en vez de un parado es un jubilado, alguien a quien la vida le permite dejar atrás las obligaciones. Margallo desea «un tiempo limitado en longitud, pero amplísimo en anchura, un tiempo más ancho que largo». Según me comentó Carlos, la idea de la jubilación cumple en una novela una función de «McGuffin», ese término que creó Alfred Hitchcock para hacer avanzar la trama de sus películas, envolviendo a los personajes en una consecución de persecuciones y misterio.

Margallo será crítico con personas como su padre, a las denominará «antijubilados», personas excesivamente dinámicas. En detalles como éste, la novela se adentra en el humorismo, un humorismo en cualquier caso triste, cargado de trascendencia dramática. Para Margallo su padre «no para de hablar de negocios y deportes, y siempre repite lo mismo: Flexibilidad, movilidad, adaptación, trabajo en equipo. Es un plasta.»

 

Me comentó también Carlos que le gustaba la estructura de novela construida con cuentos, al estilo de las de Roberto Bolaño Amuleto o Nocturno de Chile. Así es como ha decidido construir Aquí hay demasiada gente. Margallo, una vez que se ha separado de su mujer irá narrando diversos encuentros con personas a cada cual más peculiar: algunos programados, como el que tiene con su amigo Pluncheti, con el que estuvo en la facultad de Filosofía (como el propio autor), y otros que van a depender del azar: una señora mayor con mentalidad paranoica, convencida de que las autoridades han prohibido el consumo del mazapán; una joven, que lee la mano, pero a la que en realidad lo que le gusta es predecir anticiclones y borrascas; o un anticuario solitario, obsesionado con los ceniceros y los recuerdos del pasado.

Además Margallo elaborará una lista con los ex compañeros de trabajo de las empresas en las que ha estado y de cada uno de ellos nos contará su historia, volviendo al juego de la narración (o el cuento) dentro de la narración.

 

Si bien la lógica realista de causa-efecto de la novela se va rompiendo de forma constante (como el hecho de que Margallo en su nueva casa considera que una hormiga con la que de vez en cuando se cruza es su mascota), y esto redunda en generar un efecto humorístico surrealista, también es cierto que la tristeza o la presencia de la muerte es constante en casi cada escena, convirtiendo a Aquí hay demasiada gente una novela cercana al existencialismo y el desapego de escritores como Thomas Bernhard.

Aquí hay demasiada gente es una novela tan inquietante como desconcertante, una invitación a adentrarse en caminos literarios, como dije, de los márgenes o de la extrañeza.

 

 

ENTREVISTA A CARLOS CASTAÑO

 

1. Me decías en un correo que entiendes el «realismo» como un género literario, podrías hablarnos de esto.

Está muy extendida la idea de que el llamado «realismo», no solo en literatura, también en cine, por ejemplo, consiste en una representación fiel de la realidad. Yo lo que sostengo, sin la menor pretensión de decir algo original, es que no es así. Puede haber muchas formas de aproximarse a la realidad, o las realidades, y a menudo aceptar de manera acrítica esa versión dominante constituye, además de una simplificación empobrecedora, un sometimiento a ―o un apuntalamiento de― los poderes que interesadamente la difunden. Esto no significa en ningún caso dar por buenos toda clase de disparates, teorías conspiratorias o lunáticas versiones alternativas de la historia, sino ser consciente de la complejidad y diversidad (mucho más habitual y común de lo que pueda parecer) de nuestra percepción del mundo, sea esto lo que sea. Por otra parte, algunos defensores del realismo ―que conste que yo no soy un detractor― postulan de manera ingenua una serie de normas sobre cómo se ha de contar una historia (esto de que lo importante es «contar una historia» les encanta) como si esas normas vinieran del cielo y no fueran una opción más. En cualquiera de nuestras acciones hay un momento previo de ficción, de representación mental de posibilidades, y la llamada realidad pasa inevitablemente por ahí. Nuestra relación con lo real es inseparable de la inventiva. Si no recuerdo mal, al inicio de Cosmos de Gombrowicz un personaje va caminando y empieza a enumerar todo lo que ve hasta sentirse abrumado, casi asediado: aunque redujéramos la realidad únicamente a lo que percibimos con los sentidos (y evidentemente es mucho más), dar cuenta de ello sería una batalla perdida. En mi caso particular me gusta utilizar algunos métodos y recursos del llamado realismo, pero sin descuidar la parte interior, la imaginación, la duda, y más aún si la narración es en primera persona, ¿cómo saber si lo que nos cuenta el narrador es una mentira, una percepción errónea o la puritita verdad?   

 

2. Nos puedes hablar del ensayo La corrosión del carácter de Richard Sennett en relación con la novela.

En la novela hay una frase que se repite varias veces, tú mismo la has citado en tu introducción. «Flexibilidad, movilidad, trabajo en equipo». En La corrosión del carácter se reflexiona sobre las nuevas formas de trabajo y cómo afectan, entre otras muchas cosas, a la construcción de la identidad de los trabajadores. Se habla de la desaparición de los oficios, que son sustituidos por tareas en constante cambio que obligan al trabajador a estar en permanente estado de alerta y aprendizaje, sin que nunca pueda sentir que sabe hacer bien su trabajo, con lo que esto implica para su bienestar personal, para su posible encaje en la sociedad y para la utilización de un tiempo libre cada vez más reducido. Margallo se niega a formar parte de esto. Necesita todo el tiempo, no quiere ser joven y dinámico, no quiere estar eternamente en edad de trabajar, siempre disponible, con cada vez mayores retrasos en la edad de jubilación, que casi obligan a los trabajadores a morir trabajando. Quiere vivir, eso es todo. Y si para ello necesita ser viejo, pues su deseo es adelantar ese envejecimiento. El pensamiento progresista soñó en el pasado con sociedades en las que cada vez se trabajara menos, pero parece que la tendencia, aceptada incluso por gran parte de los llamados progresistas, es exactamente la contraria. Por cierto, me gusta emparejar este libro con Elogio de la ociosidad de Bertrand Russell.

 

3. ¿Hasta qué punto es Félix Margallo un hombre sin atributos?

No sé. No estoy muy seguro de qué significa ser un hombre sin atributos. Habría que definir la expresión para intentar averiguar si Margallo es o no un hombre sin atributos. Te confieso (y lo hago un poco avergonzado, no soy de los que presumen de no haber leído determinados libros, tachándolos despectivamente de «sesudos») que, a pesar de tenerla en dos tomos desde hace más de veinte años, no he leído todavía la novela de Musil. Sin duda Margallo es un hombre perplejo, un hombre que duda. Pero su perplejidad (que en algún sentido es una cierta aceptación, que no hay que confundir con el abatimiento o la renuncia) no supone para él un estorbo para disfrutar de la vida a su manera, como diría Sinatra. Para mí alguien perplejo es alguien que comprueba que el intento de comprensión racional del mundo es insuficiente, pero se niega a caer en cualquier tipo de creencia no argumentada, más allá de las que ineludiblemente aceptamos para poder empezar a razonar, y que de hecho nos constituyen como seres pensantes: una cautelosa confianza en el lenguaje, en la posibilidad de comunicarse, en nuestros sentidos, etc.

 

4. ¿Hasta que punto Félix Margallo es un hombre que duda?

En parte ya he respondido a esto en la pregunta anterior. Diría que duda hasta donde es razonable dudar. Principalmente duda de las certezas, pero también de su propia percepción de las cosas y sus afirmaciones, estando dispuesto a cambiar de opinión y recular las veces que haga falta. Esto es una constante en la novela. Afirma, duda, recula, matizando una y otra vez sus afirmaciones y modificando su criterio. Practica una especie de duda metódica, con la conciencia de que la posibilidad misma de la duda ya implica la aceptación de algún tipo de certeza. Creo que lo único que se mantiene inalterable es su deseo de jubilación y envejecimiento, pero es que el «McGuffin», como bien has explicado en tu presentación, se alimenta de esa constancia. Margallo siente el vértigo de una existencia incomprensible y la posibilidad de la muerte como un estimulo vital, aunque no renuncia a intentar comprender algo. Es un ser, como lo somos todos, lleno de contradicciones.

 

5. ¿Aquí hay demasiada gente puede leerse también como una novela social, una novela en la que cuestionas el mundo del trabajo y las obligaciones?

Es evidente. Pero antes diría que toda novela es social, no hay actividad humana que no lo sea y la novela en particular quizá sea el artefacto social por excelencia. Otra cosa es la novela pedagógica, que sostiene una tesis y nos la reboza burdamente en cada página. Aquí también se sostienen tesis, claro (todos lo hacemos, aunque no siempre de manera consciente), pero se discuten, aunque, en la mayoría de los casos, las dos partes en pugna surgen de un mismo sujeto que se desdobla. Por otro lado, cualquier novela, aunque sea a la contra, o por negación, lo quiera o no, refleja siempre algo de la sociedad de su tiempo. Me interesa también cómo asumimos ciertas expresiones del lenguaje y con ello interiorizamos ciertos discursos, como si lo hiciéramos «por nuestro bien», como se les dice a los niños, y de manera voluntaria. A este respecto, siempre tengo presente la reflexión de Sánchez Ferlosio sobre la expresión «merecido descanso».

 

 

 

6. Margallo nos cuenta sus aventuras en un taller literario de poesía, ¿qué relación tienes tú o tu novela con la poesía?

En primer lugar, aclaro que jamás he asistido a ningún taller, ni de poesía ni de nada. En la novela utilicé algunos datos sobre su funcionamiento que me facilitaron personas que conocen el mundo de los talleres literarios, y también investigué un poco en Internet.

  Si me gustaran las declaraciones cursis, reduccionistas, grandilocuentes y melodramáticas, te diría que la poesía me salvó la vida. Como me horrorizan este tipo de pronunciamientos, será mejor matizar un poco. De muy joven tuve una grave crisis de ansiedad que me aisló de todo y, como suele decirse, me refugié en la poesía. Quería ser poeta, a ser posible maldito o romántico. Rimbaud, Keats, o un raro, como Henri Michaux o el Vallejo de Trilce. Escribí mucho y, tal vez para bien, nunca publiqué nada.

  Aquí hay demasiada gente está llena de pequeños poemas en prosa. Poemas a la orina que produce los espárragos, a una lluvia nocturna sobre un abrigo, a los hurones y los castores, a los viejos westerns, a la ceniza y los ceniceros, a una hormiga, a una manta, etc. Yo creo que cuando Gombrowicz escribió su famoso texto contra los poetas, en realidad estaba escribiendo una defensa de la poesía, y para defender la poesía lo primero que se ha de hacer es atacar duramente a los poetas.

domingo, 6 de marzo de 2022

ESPECIAL 8M: ¿DEBO LEER A MÁS ESCRITORAS?

 

Ahora que se acerca el 8M, grabé un vídeo reflexionando sobre mi historia como lector en relación al género. He leído muchos más libros escritos por hombres que por mujeres, y creo que debería leer más libros escritos por mujeres.

 

En los comentarios alguien me dice que "hay que leer lo mejor", sin atender al género. Si quieres leer solo lo mejor, ¿hasta qué punto puedes considerar que el canon no tiene un sesgo de género? O en otras palabras, cuando a los 20 años quise leer a los mejores escritores latinoamericanos, ¿por qué nadie me habló de Nellie Campobello?

 

Si te apetece verlo en mi canal de Youtube: PINCHA AQUÍ.




 

domingo, 27 de febrero de 2022

Un amor, de Sara Mesa

 


Un amor, de Sara Mesa

Editorial Anagrama, 185 páginas. 1ª edición de 2020.

 

Creo que fue con la publicación de Cicatriz (Anagrama, 2015) cuando empezó a sonar con mucha fuerza ‒a nivel de suplementos culturales‒ el nombre de Sara Mesa (Madrid, 1976); aunque ya había leído alguna reseña de su novela anterior, Cuatro por cuatro, que también se publicó en Anagrama en 2012. Y a partir de entonces, a partir de Cicatriz, aparecen libros suyos en Anagrama con una gran repercusión crítica: Mala letra (2016), Cara de pan (2018) y Un amor (2020). Un amor fue elegido como mejor novela publicada en España en 2020 por medios como El Cultural o La Vanguardia. Sara Mesa es una autora que yo había anotado que debía leer; pero, a veces, son tantos los escritores nuevos por los que siento interés, que no puedo abarcarlos a todos, y también es cierto que, en muchos casos, me suelo interesar más por escritores (o escritoras, en este caso) latinoamericanos que españoles. Tendríamos que llamar a Freud, quizás, para explicar esto, pero normalmente presiento que un autor latinoamericano me va a sorprender más que uno español, y Latinoamérica es el campo de lecturas hacia donde he «especializado» mi pasión. Sin embargo, estaba hablando de libros, en el colegio donde trabajo con una profesora de Lengua y Literatura, y acordamos que yo le iba a dejar Los recuerdos del porvenir de Elena Garro y ella me dejaba a mí, Un amor de Sara Mesa. Así que con todo este circunloquio, quería simplemente contar que he llegado tarde a Sara Mesa, de una forma tal vez injustificada. Porque lo cierto es que, lo digo desde ya, me ha encantado Un amor y me gustaría repetir con ella.

 

La protagonista de Un amor es Nat, una joven treintañera que ha alquilado una casa ‒con bastantes desperfectos‒ en el pequeño pueblo La Escapa. Aquí parece buscar un espacio de tranquilidad para ejercer un trabajo de traducción que tiene pendiente. Sin embargo, el lector empezará a vislumbrar desde el principio que Nat, más que buscando el silencio del campo, viene huyendo de algo indeterminado. Desde un primer momento, Mesa dibuja escenas tensas en torno a la llegada de Nat al pueblo. Las primeras tienen que ver con su casero, un tipo de aspecto desagradable, marrullero con el dinero y de ademanes machistas.

Nat, además de traducir el libro, con escenas francesas de teatro, que ha traído consigo, también quiere cultivar un huerto en su jardín. Aquí se ha producido una coincidencia temática con la novela Los llanos del argentino Federico Falco, también publicada por Anagrama en 2020. En Los llanos también hay un personaje treintañero que alquila una casa en el campo y viene huyendo de su pasado en la ciudad. Pero las coincidencias acaban aquí, ya que mientras Los llanos es una novela lírica sobra la pérdida, Un amor es una novela muy tensa sobre las relaciones de dependencia y poder que se establecen entre los seres humanos.

 

Serán pocos los datos que Sara Mesa dé al lector sobre el pasado de Nat, pero estos ‒en las contadas ocasiones que aparecen‒ serán muy significativos y simbólicos. Como promete el título, Nat vivirá una historia de amor en La Escapa, pero no será, en cualquier caso, una historia cómoda o exenta de tensiones. «Ella no pertenece a este sitio, jamás ha pertenecido.», leemos en la página 157 y, esta es de la desubicación, es una sensación que permanecerá en Nat en todo momento y que marcará su paso por el pueblo, como un arrastrar de extrañamientos y desencuentros. Los habitantes de La Escapa se rigen por unas reglas que ella no acaba de comprender, y sentirá de forma continuada los malentendidos como una losa que pesará sobre la inalcanzable tranquilidad de sus días.

 

La novela está escrita en tercera persona, y Mesa hace un inteligente uso del estilo indirecto libre para acercarnos al desasosiego vital de Nat. Además se sirve de los elementos descriptivos del clima para cargar de tensión las escenas desde fuera (el calor, las tormentas, los ladridos de los perros en la noche…). En apariencia, el lenguaje es sobrio y no llama mucho la atención sobre sí mismo. Mesa trabaja con ahínco, sin embargo, la contención narrativa, muy por encima del lirismo.

Al acabar de leer el libro, he tenido la sensación de que todos los elementos que la autora ha ido dispersando por sus páginas tenían una función específica y que el incremento de tensión narrativa ha funcionado perfectamente, tocando todas las teclas que se había propuesto tocar. Por ejemplo, en sus paseos, Nata pasa por una casa en ruinas con unas pintadas amenazantes. Allí le acabarán contando que vivían unos hermanos que practicaban relaciones incestuosas hasta que los vecinos del pueblo les acabaron expulsando. Y estas páginas en las que se habla de esta casa, cobrarán un significado simbólico unas cuantas decenas de páginas después. Es decir, Un amor es un prodigio de ingeniería narrativa, la obra madura de una autora en pleno dominio de su arte. En una crítica que leí, comparaban la tensión narrativa de Un amor con la que consigue J. M. Coetzee en sus novelas. Y la verdad es que me pareció un comentario bastante acertado, sobre todo pensando en libros de Coetzee como Desgracia. En Un amor leemos esta frase cargada de significado: «Él ostenta el poder de la víctima», sobre el poder de las «víctimas» sobre las personas que se sienten «culpables» trataba en gran medida la novela Desgracia, y así mismo lo hace Un amor. Nat ha estado huyendo del «poder de las víctimas», que pueden perdonarla o ejercer sobre ella sus privilegios en cualquier momento, pero en La Escapa se va, de nuevo, a encontrar con él. El final de Un amor es impactante, y remata de forma estupenda una gran novela. Una novela tensa y sombría sobre las pérdidas y sobre las enfermizas relaciones de poder que se establecen entre las personas. Como dije, Un amor me ha dejado con ganas de seguir con la obra de Sara Mesa. Creo que los siguientes libros suyos que voy a leer serán Cicatriz y Cara de Pan.

domingo, 20 de febrero de 2022

Nancy, por Bruno Lloret

 


Nancy, de Bruno Lloret

Editorial Candaya. 156 páginas. 1ª edición de 2021.

 

La última Feria del Libro de Madrid no tuvo lugar en el parque del Retito en junio, como viene siendo habitual, sino en septiembre. Un sábado tuve que ir yo a firmar ejemplares de mi última novela, Esto no es Bambi, y cuando acabé paseé un rato por la Feria. En la caseta de Candaya saludé a sus editores, Olga y Paco, y les compré dos libros: Sanguínea de la ecuatoriana Gabriela Ponce y Nancy del chileno Bruno Lloret (Santiago de Chile, 1990). Lo cierto es que era la primera vez que veía esta segunda novela, que creo que acababa de aparecer en el mercado por esos días. Sin embargo, sé que los libros latinoamericanos que selecciona Candaya para su colección de narrativa son siempre confiables y me guie por ello.

 

De entrada, uno siente extrañeza al abrir la novela, ya que Lloret ha plagado las páginas de su libro de cruces en negrita, que a veces sustituyen a los puntos o a las comas, y que en otras ocasiones invaden el texto y se expandan por una página entera. Hacia el final de la reseña trataré de dar un significado a esta elección gráfica.

 

La novela está contada en primera persona por Nancy, que en las primeras páginas es una joven, casi una adolescente, y que huye de su casa, en el norte de Chile, en una caravana de camionetas de gitanos que viajan hasta Bolivia. Nancy empieza su narración «in media res», ya que las escenas se suceden de un modo rápido, y el lector tiene la sensación de que se le están escapando algunas de las claves que explican las relaciones que hay establecidas entre los personajes. Así, por ejemplo, Jesulé es el gitano, en cuya camioneta monta Nancy, y el lector sabrá más tarde que ha tenido lugar una relación sentimental entre ellos. Será en Santa Cruz ­­‒Bolivia‒ donde Nancy va a conocer a un norteamericano de treinta y cinco años, llamado Tim. Nancy se va a casar con Tim y juntos regresaran a vivir a un pueblo de la costa de Chile. De repente, se producirá en la narración un salto de veinte años, y sabremos que Tim es un borracho, al que le cuesta regresar a casa por las noches, después de trabajo en los barcos pesqueros japoneses (los únicos que quieren contratarle) y que ella está enferma de cáncer, le han extirpado los pechos y el útero y se encuentra cercana a morir, a pesar de no haber cumplido aún los cuarenta años.

 

Es posible que algún lector de esta reseña piense, con lo leído hasta ahora, que ya he destripado una gran parte del argumento de la novela, pero en realidad todo lo que yo he resumido se narra en un número bastante reducido de páginas.

Una vez que sabemos de este salto hacia el futuro de veinte años que comentaba, la narradora volverá su mirada sobre su pasado y nos hablará de su infancia hasta llegar al punto que ya conocemos en el que abandona la casa familiar para huir a Bolivia. Entre medias, en algunos momentos se nos recordará que Nancy es una mujer de treinta y siete años, próxima a la muerte. «En la calle la gente sencillamente ya no me saludaba, y eso me sumía en la más total desesperación.», leemos en la página 29, cuando Nancy ha entrado ya en plena decadencia física y siente el rechazo a su alrededor.

 

Nancy se ha criado en un hogar difícil, en el que la madre era una fanática religiosa, que trataba al Pato (el hermano mayor) y a Nancy con desprecio, mientras que su padre era una presencia ausente. El Pato se va a ir de casa para trabajar en el «puerto grande», una ciudad más al norte de donde viven, y Nancy, que hasta ahora había encontrado en su hermano un aliando, va a tener que lidiar sola con sus padres. Al pueblo en el que viven se le llama simplemente «Ch».

 

En Ch, durante la adolescencia de Nancy, van a aparecer mujeres muertas en la playa, un detalle que me ha recordado a La parte de los crímenes de 2666 del escritor chileno Roberto Bolaño. Las páginas de la novela están abiertas siempre a la amenaza de este norte de Chile, entre las playas y el desierto, un territorio que también han explorado algunos otros narradores jóvenes chilenos como Diego Zúñiga en la novela Racimo. En algunos momentos la sordidez de la vida en estos pueblos pobres de Chile, me recordaba a los pueblos del interior de Argentina que describía el argentino Carlos Busqued en Bajo este solo tremendo.

 

«Este mundo es un desierto de cruces», dirá el padre de Nancy en la página 86. Y quizás en esta apreciación queda justificada la decisión de Lloret de dejar su texto plagado de esas simbólicas cruces en negrita de la que ya he hablado. Además, también va dejando fotografías de radiografías que muestran el avance de la enfermedad de Nancy.

 

En la contraportada de la edición de Candaya, unas palabras del reputado escritor chileno Alejandro Zambra avalan a Bruno Lloret: «Inventario de abandonos y abusos, inevitable diario de muerte y de rodaje, diatriba contra la domesticada pasión religiosa, esta extraordinaria novela trasciende ampliamente la denuncia y el ejercicio de estilo, y avanza hacia un realismo nuevo, inesperado, disidente.»

A veces sorprende la cantidad de temas que toca Bruno Lloret en las apenas 150 páginas de su intensa novela corta. Nancy es una novela plagada de muertes, amenazas, enfermedad, sordidez, incomprensión, locura religiosa, etc, pero también de una gran poesía y sutileza. Nancy es una buena novela dura y breve.

 

 

domingo, 13 de febrero de 2022

El despertar y otros relatos, por Kate Chopin

 


El despertar y otros relatos, de Kate Chopin

Editorial Alba. 474 páginas. 1ª edición de 1899.

Traducción y notas de Olivia de Miguel

 

De Kate Chopin (St. Louis, Missouri, 1851 ‒ 1904) había leído hace más de una década Historia de una hora, un relato muy corto, incluido en la Antología del cuento norteamericano a cargo de Richard Ford, un libro magnífico que, ojalá, Galaxia Gutenberg vuelva a reeditar, y lo puedan conocer más lectores, porque era una verdadera delicia.

Sin embargo, diría que cuando a finales de 2019 elegí este libro para regalárselo a mi madre por su setenta cumpleaños, no recordaba el nombre de la autora, pero me fie ‒como siempre hago‒ del criterio de la editorial Alba para seleccionar clásicos, tras leer su sinopsis. Unos meses después mi madre murió de un ataque al corazón fulminante, y El despertar y otros relatos de Kate Chopin fue el último libro que leyó en su vida. De hecho, no lo llegó a terminar, el marcapáginas se quedó anclado en la página 324 de 474. Como este libro está formado por una novela y diecisiete relatos, he sabido ahora, dos años después, que llegó a acabar la novela El despertar, y se quedó a medias de un relato extenso titulado Athénaïse. Ha sido ésta, por tanto, una lectura extraña, una lectura connotada para mí por un aire aciago y de duelo. No me he atrevido a mover el marcapáginas de mi madre del sitio en el que ella lo dejó, y recuerdo perfectamente el momento en el que di la vuelta a la última página de un libro que mi madre leyó en su vida y continué por la que ya no leería nunca. Valga contar todo esto, porque sé que la impresión que le causan a uno los libros depende del momento personal en que los lee y de las connotaciones personales de las que se van recubriendo.

 

El tiempo narrativo de la novela El despertar se sitúa a finales del siglo XIX y su acción comienza en Grand Isle, una isla del río Mississippi, cercana a Nueva Orleans. Una isla en la que unos veraneantes, de posición social acomodada, pasan los días de vacaciones. La protagonista de la historia es Edna Pontellier, una mujer casada de veintiocho años, con dos hijos de cuatro y cinco años. Durante la semana, el señor Pontellier tiene que atender sus negocios en Nueva Orleans y deja a la familia en la isla. Allí Edna se relaciona principalmente con Madame Ratignolle, una bella mujer casada, criolla y de un poco más edad que Edna; y con Robert, un joven de veintiséis años, que ha sido desde mucho tiempo atrás un amigo de la familia. «Robert había vivido a la sombra de Edna todo el mes anterior. A nadie le extrañó. Cuando llegó, muchos habían previsto que se consagraría al servicio de la señora Pontellier. Desde que tenía quince años, había ahora once, cada verano en Grand Isle, Robert se había convertido en el fiel sirviente de alguna hermosa dama o damisela. Unas veces, una jovencita; otras una viuda; pero más frecuentemente alguna casada interesante.» (pág. 45-46)

Poco después leemos en la página 51: «La señora Pontellier estaba empezando a ser consciente de su posición como ser humano en el universo y, como individuo, a reconocer sus relaciones con el mundo que la rodeaba y con su propio mundo interior.» En esta toma de conciencia Edna va a tener que confesarse, ante sí misma, que su matrimonio con Léonce Pontellier fue simplemente un accidente. Lo conoció mientras vivía una gran pasión secreta, un amor platónico por las fotografías de un actor de cine. Ahora está empezando a sentir que se ha enamorado de Robert y esto empieza a dar un sentido diferente a su vida.

La acción se desplazará desde Grand Isle hasta la ciudad de Nueva Orleans. Edna querrá emanciparse de su marido, y ser una persona libre, que trata de vivir de su pasión por la pintura, a la que trata de convertir en una profesión, mientras Robert se ha marchado a México, siguiendo sus planes de futuro.

 

Cuando El despertar se publicó en 1899 la crítica la rechazó con unanimidad, pero más que juzgar la calidad literaria (en el prólogo se dan varios ejemplos), lo que hacía era juzgar moralmente al personaje. No parecía aceptable no ya que Edna quisiera separarse de su marido y que se hubiera enamorado de otro, sino que no quisiera sacrificarlo todo por sus hijos. «Daría mi dinero, daría mi vida por mis hijos; pero no me daría a mí misma. No puedo explicarlo con más claridad; es solo algo de lo que empiezo a ser consciente, que se me está revelando.» (pág. 114). El rechazo a su novela, hizo que Chopin apenas volviera a escribir.

 

El despertar guarda relación con Madame Bovary de Gustave Flaubert. Chopin se ganó también la vida traduciendo libros del francés al inglés, y estaba claro que conocía esta obra y que fue una influencia para la suya. La diferencia entre estas dos novelas es que posiblemente Madame Bovary deseaba más un romance que conocerse a sí misma y ser libre como la señora Pontellier.

El despertar empieza a ser rescatada en Estados Unidos en la década de 1950, a raíz de que Cyrille Arnavon, un crítico francés, le dedica una páginas en un estudio la influencia francesa en las novelas norteamericanas. En 1962 el prestigio crítico norteamericano Edmund Wilson le dio el espaldarazo definitivo para su recuperación como obra valiosa dentro del canon norteamericano.

 

Me ha gustado la descripción que hace Kate Chopin de Nueva Orleans, y su mezcla de razas y culturas, las relaciones que muestra entre los norteamericanos anglosajones, los criollos de origen francés y los negros. Las descripciones de los ambientes y personajes son muy vívidas. El despertar es una novela que en sus planteamientos feministas se adelanta a su época y que leída en la actualidad tiene mucho encanto. Es una gran novela corta dentro del realismo norteamericano.

 

A La tempestad le siguen cuatro cuentos seleccionados del libro De gente de los pantanos (1894). En El hijo de Désirée se habla de conflictos raciales y quizás su resolución, con una «sorpresa final», se ha quedado un tanto anticuada. Me gusta más Una visita a Avoyelles, sobre las decisiones del pasado y la nostalgia, un bello y triste cuento. La bella Zoraïde es un cuento correcto sobre racismo y locura. El divorcio de Madame Célestin tiene unas intenciones narrativas parecidas a Una visita a Avoyelles, y me ha gustado también. En realidad estos cuentos tratan, en gran medida, de personas enfrentadas a los límites de los convencionalismos sociales de su época.

 

Del libro Una noche en Acadia (1897) se han seleccionado cuatro cuentos. El primero, Higos maduros, de apenas una hoja, parece más un poema que un cuento. Arrepentimiento trata de una mujer de cincuenta y dos años independiente, una mujer que no se ha casado ni ha tenido hijos. Me gusta este personaje femenino a contracorriente de su época, que va a vivir una experiencia vital que, tal vez, le haga arrepentirse de sus decisiones. Una mujer respetable trata un tema similar al de la novela El despertar, del deseo femenino de la mujer casada hacia alguien de fuera del matrimonio. El mejor de este grupo de cuentos es el cuarto, Athénaïse, que con sus cincuenta páginas es casi una novela corta, y trata de una joven que vuelve a la casa familiar, unas semanas después de haberse casado con un hombre más mayor que ella. De nuevo, Chopin enfrenta a sus personajes con los convencionalismos sociales.

 

Siguen nueve cuentos, bajo el epígrafe Cuentos no recogidos en forma de libro.

En Un asunto indecoroso una joven de buena familia tal vez se esté empezando a sentir atraída por un hombre que trabaja en una granja y que es un casi un vagabundo.

Historia de una hora, el cuento que ya leí en la antología de Richard Ford, es una pequeña y perfecta pieza de humor negro, algo en lo que Chopin no se había prodigado hasta ahora.

El beso habla de las aspiraciones matrimoniales de una joven, que va a anteponer tal vez la posición económica de un candidato al atractivo físico que siente por otro.

Sus cartas es un buen cuento sobre los secretos de un matrimonio.

Lo inesperado, sobre la pérdida de pasión de una mujer ante la enfermedad de su prometido, es un cuento cruel.

La señorita McEnders es un buen cuento sobre lo efímero de las posiciones sociales y las «buenas costumbres».

Un par de medias de seda es un cuento correcto sobre las aspiraciones y los caprichos de una mujer casada y con hijos.

La tormenta es, de nuevo, un cuento sobre las pasiones, y las tentaciones, que surgen del pasado para una mujer madura.

Charlie tiene cincuenta y cinco páginas y, como Athénaïse, vuelve a ser casi una novela corta. Es el relato que más me ha gustado de esta nuestra de diecisiete. Un viudo rico tiene siete hijas, y la protagonista de la historia es Charlie, la menos femenina de todas, la que se comporta como un chicazo, como el hijo varón que el padre deseaba y no pudo tener. Este juego con los roles de género me ha parecido muy atrevido para la época y Charlie es una gran novela corta.

 

Me ha gustado El despertar y otros relatos, este volumen de Alba que contiene una destacada novela norteamericana del siglo XIX, que se adelantó a su tiempo, y un conjunto de cuentos con algunas piezas, donde se cuestionan los convencionalismos sociales de la época, bastante logradas.

 

 

 

domingo, 6 de febrero de 2022

6 ESCRITORES FRANCESES DEL SIGLO XIX QUE DEBERÍAS LEER

En mi canal de YouTube (David Pérez Vega - Bienvenido, Bob) hablo de 6 escritores del siglo XIX francés, que pueden gustarte.


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