domingo, 16 de noviembre de 2025

El ala derecha (Cegador III), por Mircea Cartarescu

 


El ala derecha (Cegador III), de Mircea Cartarescu

Editorial Impedimenta. 518 páginas. 1ª edición de 2007; esta es de 2022

Traducción de Marian Ochoa de Eribe

 

Ya comenté en la reseña de El ala izquierda (1996) y de El cuerpo (2002) de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956), que me había apetecido leer en el verano de 2025 las 1.500 páginas de su trilogía Cegador. He llegado ya al fin de la tercera parte, que comentaré en esta reseña, y haré aquí un balance final de la obra.

 

La acción de El ala derecha comienza en 1989 (al que Cartarescu define como «el último año del hombre en la Tierra») y, como hilo argumental principal, nos va a hablar de la caída del régimen de Nicolae Ceaușescu y su mujer Elena. Después de una descripción general de la situación del país, en la página 16 llegamos a unas páginas realistas, en las que un Mircea adulto (si la novela es autobiográfica, en 1989, Cartarescu cumplió 33 años) visita a su madre, y esta se queja ante él del desabastecimiento de alimentos de los mercados, en los que pierde muchas horas haciendo colas. Cartarescu cede la voz narrativa al personaje de la madre, y esta, en un largo monólogo, pondrá al lector al corriente de cómo se ha deteriorado la situación social de Rumanía en ese año de 1989.

Cartarescu retomará aquí algún hilo narrativo de El cuerpo y nos contará que la securitate requisó su manuscrito (que debería ser el texto que el lector tiene entre manos, al que se sigue refiriendo como «libro ilegible») que le había dejado a su vecino y amigo Herman para que se lo comentase. La securitate no detendrá a Cartarescu por disidencia política, pero sí lo internará en un manicomio. Imagino que esto no ocurrió en la realidad, sino que es uno de esos momentos narrativos en los que Cartarescu hace ficción sobre la base de su propia vida. Esta situación dará pie a que la madre de Mircea pueda leer el manuscrito y que confronte con su hijo detalles del libro que este ha escrito, o sigue escribiendo, porque Cartarescu siempre habla de su libro como un libro sin fin, como que tiene una mancha en el muslo que parece una mariposa, y que el lector conoce por El ala izquierda. Esta idea de los personajes del libro comentando con el autor, que también es otro personaje del libro, lo que ha escrito sobre ellos, me ha parecido interesante. Me ha hecho pensar en Niebla de Miguel de Unamuno.

 

En la página 52, Cartarescu escribe «No» en nueve renglones, hecho que me ha recordado al «¡Socorro!» que, más tarde, en Solenoide se va a arrastrar, repitiéndolo, durante varias páginas.

 

A las páginas realistas en la que se habla de la situación de Rumanía en 1989, van a seguir varias descripciones de sueños que, como en los otros volúmenes de la trilogía, me han resultado excesivas y me han sacado un tanto de la novela. En estos sueños, Mircea va a poder volar, lo que refuerza la idea de identificarse con una mariposa en la narración. Sobre el significado simbólico de la idea de la mariposa, escribirá lo siguiente en la página 142: «Como si todos nosotros, los elegidos para juzgar un día a los ángeles, viviéramos aquí, en la tierra, una trágica metamorfosis inversa: de perezosos lepidópteros navegando por mares de iridio en el umbral de nuestra juventud, nos transformamos en orugas, en lombrices, en gusanos ciegos, en miriápodos y en escolopendras, supuramos babas impotentes a través de nuestra vieja piel, vencida, a través de las miles de heridas de nuestro desagradable cuerpo. Mariposas con ojos de niño en unas alas colosales, nos mezclamos volando con las nubes y con la Divinidad, hasta que de repente nuestras alas se incendian en el aire, se gangrenan por el roce de las cosas, y de todo ello queda tan solo el cuerpo que se arrastra por el suelo transportando con dificultad los cientos de segmentos llenos de huevos nacarados, los martirizantes corpúsculos del recuerdo.»

 

Los capítulos en los que se habla de 1989 y el fin de Ceaușescu se van intercalando con otros, en los que Cartarescu nos habla de su infancia más remota, de episodios anteriores a lo contado en El cuerpo, que se remontaba a los ocho años, más o menos. Ahora nos habla de los cuatro años, y vuelve a momentos con sus padres de los que ya nos ha hablado, pero ahora lo hará desde otra perspectiva y con nuevas capas. Ya he contado en la reseña anterior, la de El cuerpo, que la literatura de Cartarescu en estos libros es una literatura fractal, que, de forma insistente, vuelve sobre sí misma, avanzando en el tiempo y retrocediendo, para contar los mismos acontecimientos desde perspectivas diferentes. Hay aquí unas páginas bellas acerca de la mirada mágica del niño sobre el mundo que está vislumbrado por primera vez y que no acaba de comprender. Unas páginas que me han recordado a algunas de Llámalo sueño, del escritor judío estadounidense Henry Roth.

 

En la página 99 volvemos a 1989 y la narración se centra en los acontecimientos históricos; «¿Qué está pasando? ¿Qué demonios está pasando? ¿Cuarenta mil muertos en Timisoara? ¿Tanques? ¿Armas automáticas contra los manifestantes?» He buscado información en internet, y los muertos parece que fueron alrededor de cien y no cuarenta mil, pero imagino que esas cifras se pudieron oír en la calle en un momento de confusión y desinformación. Sobre el tema de las revueltas de diciembre de 1989, cuando Ceaușescu y su mujer Elena tuvieron que huir en helicóptero de la capital, me ha gustado el recurso (como ya se ha hecho en este libro con el discurso oral de la madre) de cederle la voz narrativa a algunos personajes. Así vuelve a aparecer Ionel, el securitate que ya apareció en El ala izquierda y tenía como misión vigilar los movimientos de los circos ambulantes, y que vuelve a aparecer en El cuerpo, y ayuda a la madre de Mircea cuando la securitate piensa que los bordados que hace en las alfombras con las que trabaja contienen mensajes subversivos. Ionel es un antiguo amigo de la familia. Me gusta una escena en la que Ionel está disfrazado, como securitate secreta, en la plaza de Timisoara, observando qué ocurre con los manifestantes, y reconoce a Mircea entre la multitud. El discurso de Ionel nos mostrará cómo ve él al hijo de la mujer que le gustó en el pasado, como a un tipo raro, un excéntrico. El mismo Mircea, que parece verse arrastrado por los acontecimientos históricos sin pretenderlo y sin mucho entusiasmo, acabará diciendo: «¿Qué es para mí Timisoara? ¿Qué tengo yo que ver con todo esto? Nunca he entendido qué es ese garabato obsceno en una pared, llamado historia. Leyes, revoluciones, guerras, campañas. Pero una sola letra de mi manuscrito es más real que todo eso.» (pág. 100)

 

Mientras los acontecimientos históricos estallan en Bucarest, Mircea también va a visitar a su amigo Herman al hospital. Los médicos han detectados que un feto humano está creciendo dentro de su cerebro. Como ya sabemos, los temas orgánicos y las deformidades son muy importantes en el imaginario del autor. Solei, la extraña chica transparente, que Herman conoció y de cuya existencia supimos en El cuerpo, ha dejado embarazado a Herman.

 

Muchos de los acontecimientos principales que se narran en este libro ocurren en diciembre de 1989 y Cartarescu, más que en otros de sus libros, destaca en ese la importancia del clima, insistiendo en mostrarnos un Bucarest gélido y en el que parece no cesar de nevar.

 

En la página 167 ocurre algo curioso: el narrador reflexiona sobre la escritura de su propio manuscrito, algo que no ha sido infrecuente en esta trilogía, pero en este caso parece desdoblarse en dos: «Me detengo ante la gigantesca ventana en la que Tú has dibujado Bucarest con Tu propio dedo (pues estas líneas las escribes Tú, estas líneas en las que me obligas a detenerme ante el Bucarest nevado de la ventana y a ver el bloque que Tú colocas en el foco de mi mirada, y a llorar lágrimas que Tú haces rodar por mi rostro cuando escribes, en tu hipermundo, “él llora”.» En El ala derecha, Cartarescu volverá a incidir en esta idea del doble, porque volverá a comparecer aquí Víctor, su gemelo que fue robado de bebé y que tal vez –como supimos en El cuerpo– esté en Ámsterdam.

 

«Quiero seguir escribiendo sobre mis cavernas interiores, sobre mis alucinaciones más verdaderas que el mundo, sobre Desiderio Monsú, el pintor bicéfalo de las ruinas, sobre Cedric y sobre Maarten y sobre el noble polaco y sobre estatuas y sobre los Conocedores, pero la alucinación se ha desbordado estos días y ha llenado el mundo, cada vez me cuesta más saber en qué parte de cada página de mi manuscrito me encuentro, como si cada hoja fuera un espejo en cuya superficie se unen dos mundo con el mismo derecho a llamarse “reales”.», leemos en la página 174, donde Cartarescu hace un recopilatorio de personajes imaginados que ha creado en las otras partes de su obra. Aunque habría que añadir que estas historias, en gran medida, han quedado inconclusas y descolgadas del cuerpo principal de la historia.

 

Hacia el ecuador de El ala izquierda existe una narración de casi 50 páginas –desde la página 292 hasta la 340– que no tiene que ver con lo contado hasta ahora y que nos lleva hasta las orillas del lago Como. Aquí se nos presentará a Witold, un noble de Galitzia. Como ya ha ocurrido en otras ocasiones, a lo largo de esta trilogía, y he observado con atención para ver si ocurría aquí, Cartarescu nos presenta a un personaje, nos habla de él, y al final este personaje tendrá que atravesar un edificio, o cueva, de grandes dimensiones lovecraftianas, para enfrentarse a una recargada escena final de terror. Cartarescu describe las escenas con gran maestría, pero no hay en estas historias interacción ni evolución de los personajes, ni se presentan tramas que interesen al lector, ni lo contado guarda relación la historia principal, salvo de algún modo remoto o azaroso, como contar que Witold es un pariente lejano de Cartarescu, o que aparecen de refilón algunos personajes ya conocidos como Cedric o el Albino. Como ya me ha ocurrido otras veces, estas historias dentro de la novela me suponen un bache lector dentro de un conjunto de un alto nivel.

 

Después pasaremos a algunas páginas interesantes sobre la débil relación de Mircea con su padre o volveremos otra vez al tema del Médevil, que como ya conté era uno de los relatos de Nostalgia y que aparecía en El cuerpo. En este caso, el Mendevil será el protagonista de una historia casi de terror y abusos en la infancia. Sin embargo, Cartarescu decide intercalar la historia del Mendevil con historias bíblicas sobre Moisés, haciendo que la historia principal pierda fuerza y se disperse.

 

Descubro en el tramo final de la novela que un personaje que limpiaba las estatuas en Bucarest en El ala izquierda es en realidad el mismo Ionel de la Securitate. De nuevo volverá aquí la obsesión de Cartarescu por las estatuas.

Siguiendo con el tema de la caída de Ceaușescu se describirá el asalto de los ciudadanos a La Casa del Pueblo, en unas escenas que me han recordado a las descritas por Gabriel García Márquez en El otoño del patriarca.

 

En definitiva, como ya he apuntado en las otras reseñas de esta trilogía, me sigue pareciendo que Cartarescu crea en El ala derecha páginas de gran literatura, pero su ambición, a veces, le hace cometer algunos excesos que consiguen sacar al lector de la propuesta durante un número no desdeñable de páginas. Como me ha ocurrido anteriormente, las páginas más realistas, en las que describe el Bucarest de 1989 y la caída de Ceaușescu, junto con el nuevo recurso de ceder la voz narrativa a algunos personajes, me han resultado las mejores partes de la novela. Y, como en otras ocasiones, las desviaciones, los relatos que no acaban de conducir a ninguna parte, me han resultado excesivas.

 

Solenoide, la siguiente novela de Cartarescu, se publicó en 2015, ocho años después de El ala derecha, y teniendo una ambición pareja a Cegador creo que es una obra más conseguida. Quizás fue el editor de Cartarescu, la crítica, el público o él mismo quien se dio cuenta de por qué caminos debía transitar su literatura y por cuáles no y le hizo reflexionar. En Solenoide Cartarescu escribió una historia tan imaginativa como la de Cegador, usando como material de base su propia vida, pero se mantuvo más centrado en su propuesta y no se fue tanto por unas ramas narrativas que, en muchos casos, no acaban de conducir a ninguna parte. Algún crítico rumano llegó a decir que Cartarescu es un buen escritor, pero no un buen novelista. Es cierto que en una novela convencional las desviaciones del tema principal de Cegador no tendrían mucho sentido, y que Cartarescu da vueltas y vueltas a la descripción de las mismas escenas, pero también es cierto que Catarescu es un autor que está consiguiendo crear un mundo propio, con unas obsesiones perfectamente identificables. Obsesiones que parten de su admiración por algunos clásicos, como Kafka, Borges o Lovecraft, pero que consiguen tener su toque de transformación personal

Cegador es una gran novela, a la que le sobran páginas; una gran novela repleta de ambición, de aciertos y también de excesos.

 

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