Lluvia negra, de Masuji Ibuse
Editorial Libros del Asteroide. 388 páginas. 1ª edición de 1969; esta es de
2007
Prólogo de
Jorge Volpi
Leí Ciudad de cadáveres (1948) de la escritora japonesa Yoko Ota, una novedad de la editorial Satori, que habla de las
consecuencias de la bomba atómica sobre Hiroshima. Yoko Ota estuvo allí la
mañana del 6 de agosto de 1945 y se convirtió en testigo directo de los hechos.
Había leído también –hace años– Flores de verano, sobre este mismo
tema, escrito por otro superviviente, Tamiki
Hara. Para ahondar más en este asunto, sabía que la editorial Libros del Asteroide también tenía publicado Lluvia
negra de Masuji Ibuse (Kamo, Hiroshima, 1898 – Tokio, 1993), que se
considera una de las obras literarias más importantes sobre este hecho
ignominioso del siglo XX. Ibuse no fue testigo directo de los hechos. Había
nacido en un pueblo de la prefectura de Hiroshima, pero se encontraba en Tokio,
cuando el ejército norteamericano lanzó la bomba sobre Hiroshima. Sin embargo,
sí visitó la ciudad en años posteriores, e investigó sobre el tema y entrevistó
a supervivientes para escribir su libro, que se empezó a publicar en una
revista mensual a partir de 1965 y en 1969 se publicó en forma de libro.
La acción de la novela se sitúa cuatro años y nueve meses después de que se
produjera la destrucción de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945. Los
protagonistas principales de la historia viven en Kobotake, un pueblo a 160 kms
de Hiroshima, pero cuando estalló a bomba, al final de la guerra, se
encontraban en las afueras de Hiroshima (si se hubieran encontrado en el centro
su supervivencia hubiera sido mucho menos probable). Por tanto, la novela habla
de «hibakushas», término que se emplea en Japón para designar a los
supervivientes de las bombas atómicas.
El matrimonio formado por Shigematsu y Shigeko no tiene hijos, pero
conviven con su sobrina Yasuko, a la que consideran prácticamente como su hija.
La trama de la novela es sencilla: en el pueblo se han corrido rumores de que
Yasuko está aquejada de la «enfermedad de la radiación» y esto hace que le
resulte difícil encontrar marido. A los posibles candidatos les echa para atrás
la idea de que Yasuko estuvo en contacto con la radiación inicial de la bomba
atómica, y que recibió la lluvia de las gotas de agua oscuras del hongo que se
formó sobre Hiroshima esa mañana. Esa «lluvia negra» a que alude el titulo del
libro y que marca negativamente a los personajes. Cuando empieza la historia es
público que Shigematsu es una de las tres personas de Kobotake, que padecen la
enfermedad de la radiación. «De las diez personas o más que habían contraído la
enfermedad de la radiación en el pueblo, solamente tres habían sobrevivido a
ella, aunque eran casos leves, entre otros, el de Shigematsu.» (pág. 26).
Aunque los hibakushas van a ser más tarde personas muy respetadas en Japón, en
ese momento aún no se conocían los síntomas de su enfermedad, que en sus fases
leves provoca la caída de dientes y el pelo, y fatiga. El médico ha recomendado
a los tres supervivientes una vida tranquila, y por tanto lo mejor para su
salud sería dejar de trabajar, algo que no parece muy razonable, dadas sus
necesidades vitales. También deberían salir a pasear, pero en el pueblo en el
que viven nadie pasea por ocio y sería una actividad mal vista. Así que al
final deciden invertir su dinero en criar carpas para repoblar un lago y poder
pesar en él. Me ha resultado curiosa una escena en la que una viuda de guerra
recrimina a estos hombres la actividad ociosa de la pesca.
En el tiempo narrativo de la novela, Yasuko –a través de una mujer que hace
de intermediaria– va a recibir una propuesta matrimonial, pero esta parece
condicionada a que la familia consiga aportar pruebas sobre su buena salud. A
Shigematsu se le ocurre una idea que, tal vez, suele algo disparatada: va a
poner –a través de una copia– en manos del pretendiente los diarios que sobre
los días de la bomba escribieron él y su sobrina (que aprendió del tío). El
lector va a poder acercarse a estos diarios y, de este modo, la narración
pasará de la tercera persona, con un narrador omnisciente, identificable con el
escritor, a la primera de los personajes. Leeremos principalmente el diario de
Shigematsu, pero no solo él suyo, sino que su mujer y sobrina también
contribuirán con sus páginas. Así sabremos que la mañana del 6 de agosto de
1945, Shigematsu se encontraba a dos kilómetros del epicentro de la bomba, y
Yasuko a diez; lo que, en principio, haría menos probable que haya contraído la
enfermedad de la radiación.
Shigematsu trabaja en una fábrica de ropa militar a las afueras de
Hiroshima, y el estallido de la bomba le va a pillar en una estación de tren,
camino del trabajo. Cuando consiga recuperarse del impacto, volverá andando a
su casa para tratar de reencontrarse con su mujer y su sobrina. Esta, como
otras chicas de su edad, estaba obligada a trabajar en una fábrica de armamentos.
También, gracias a su diario, conoceremos cómo vuelve a casa esa mañana para reencontrarse
con sus tíos.
Una vez que los tres protagonistas principales se reencuentran, tratarán de
huir de la ciudad, donde saben que es muy probable que todo empiece a arden a
través del río, gracias a una barca que ha conseguido un vecino bien posicionado
económicamente. Cuando esta vía de escape no se hace efectiva, el tío decide
que los tres van a empezar a caminar hacia la fábrica en la que trabaja. El
camino nos será narrado con gran profusión de detalles espeluznantes. En algún
momento he tenido la sensación de que los personajes de Lluvia negra se iban a encontrar con los de Ciudad de cadáveres. De hecho, he leído en internet que Masuji
Ibuse leyó testimonios de supervivientes de la bomba para escribir su libro;
así que es lógico suponer que Ibuse leyó Ciudad
de cadáveres, y que este libro le ayudó para componer las escenas de suyo.
«Junto a una de las mujeres que flotaba boca abajo había un intestino de más de
un metro de largo que le salía por las nalgas; el intestino se había hinchado
hasta alcanzar unos diez centímetros de diámetro, y flotaba ligeramente
enredado en sí mismo, balanceándose levemente de un lado a otro como un globo
mecido por el viento.», leemos en las páginas 202-203. Mientras que Ciudad de cadáveres nos muestra el
Hiroshima destruido durante un tiempo de unos tres días después de la bomba, Lluvia negra alarga este periodo unos
días más, hasta el 15 de agosto de 1945, cuando el emperador anunció la
rendición de Japón. Shigematsu tendrá que volver al epicentro de la catástrofe
porque su jefe le envía a conseguir carbón para poder seguir con la actividad
industrial. Esto le permitirá recoger en su diario algunas impresiones sobre
los cadáveres que se pudren entre las ruinas y el olor que impregnó la ciudad.
También podrá comprobar que una afirmación que empezó a circular por Japón, que
en Hiroshima no va poder brotar la vida de la tierra herida durante setenta y
cinco años, es falsa. Él ha visto cómo ha empezado ya a crecer la hierba entre
las ruinas; es más, incluso le ha parecido que algunas plantas presentaban un
crecimiento anormal.
En algunos momentos del diario, podremos leer algunas notas añadidas con
posterioridad, cuando el narrador ha conseguido conocer más información sobre
lo narrado.
Hacia el final del libro, nuevos personajes añadirán, con nuevos diarios,
otras miradas sobre el día del bombardeo y los posteriores. Destacan las
aportaciones de un hombre maduro que había sido movilizado, a última hora, como
soldado.
Creo que el drama planteado al principio, la idea de que Yasuko estaba
siendo repudiada por sus pretendientes, abría unos caminos narrativos que,
aunque sí se acaban de cerrar, simplemente sirven de excusa para mostrar los
testimonios de los supervivientes a través de sus diarios. Es un recurso
interesante, pero creo que Ibuse extiende estos testimonios durante un número
excesivo de páginas. Shigematsu nos llegará a decir que ha perdido su capacidad
de sentir compasión, que ya solo le recorren escalofríos de horror. Algo
similar le puede pasar al lector, ya que es posible que acabe algo saturado de
las reiteradas descripciones de los muertos y las ruinas, en detrimento de la
acción narrativa y de la evolución psicológica de los personajes. Quizás,
también me ha ocurrido que he leído este libro demasiado seguido de Ciudad de cadáveres, y son dos
propuestas que describen una realidad muy similar, ya que, de hecho, como ya he
apuntado, Lluvia negra es muy posible
que esté inspirada por Ciudad de
cadáveres. En cualquier caso, Lluvia
negra es una novela valiosa por su fuerza testimonial, con algunas escenas
muy potentes, y que recuerda un hecho histórico que no ha de caer en el olvido.