El Templo del Alba, de Yukio Mishima
Editorial Alianza. 461 páginas. Primera
edición de 1970; ésta es de 2024
Traducción de Guillermo Solana Alonso
Después de la lectura de Nieve
de primavera (1969) y Caballos desbocados (1969) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970),
empecé la tercera parte de la tetralogía de El mar de la fertilidad,
titulada El Templo del Alba (1970).
(Aviso: para
hablar de El Templo del Alba tendré
que destripar algo del final de Caballos
desbocados e, incluso, de Nieve de primavera.
En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a
los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer esta tetralogía, lo que
yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene
memoria fotográfica.)
El comienzo de El Templo del Alba nos lleva, por
primera vez en esta serie de libros, fuera de Japón. La acción comienza en
Bangkok. El primer capítulo describe la ciudad, sin presentar aún a los
personajes, y esta forma de iniciar la historia me ha recordado al comienzo de Pasaje
a la India de E. M. Forster.
Pronto sabremos que estamos en 1940 y que, por tanto, Honda –protagonista de la
tetralogía– tiene cuarenta y seis años. Ha viajado a Tailandia por trabajo. En Caballos desbocados dejó de ser juez
para convertirse en abogado y así poder defender al joven Isao (en quien Honda
ha creído ver una reencarnación de su amigo Kiyoaki) de la acusación de
terrorismo que pesaba sobre él. En este tercer libro, Honda se ha convertido en
un abogado de éxito, especializado en derecho comercial y de empresas. Un
conflicto comercial entre una empresa tailandesa y otra japonesa le ha llevado
hasta Bangkok. Al estar en esta ciudad, va a aprovechar para visitar algunos
templos budistas, como el bello Templo del Alba y también tratará de localizar
a aquellos amigos de Siam (antigua Tailandia), que aparecían en Nieve de primavera, y que eran
denominados como «los príncipes de Siam», que vivieron un año en Japón. Los
príncipes no se encuentran en el país, pero Honda tendrá la oportunidad de
visitar a una princesa, pariente de los anteriores, que tiene siete años, y la
particularidad de que afirma ser una reencarnación de un hombre japonés. Esto
convence pronto a Honda de que la princesita es la reencarnación de quien fue
Kiyoaki y, más tarde, Isao. En ningún momento de Caballos desbocados Isao tiene la sensación de ser la reencarnación
de nadie, pese a las creencias de Honda y, por este motivo, me ha parecido que
aquí las reglas sobre la reencarnación propuestas por Mishima estaban
cambiando.
Honda visitará a
la princesa Ying Chan y quedará convencido de que se trata de la reencarnación
de Kiyoaki y de Isao. Además, repasando el diario de sueños de Kiyoaki, podrá
acercarse a la narración de un sueño en el que Kiyoaki se ve a sí mismo con una
princesa en Siam. También hacia el final de Caballos
desbocados, Isao tiene unos sueños en los que se ve como una mujer en un
país tropical.
De Tailandia
viajará por placer a la India y visitará la ciudad de Benarés, en busca de las
fuentes históricas del budismo. De vuelta a Japón, con el telón de la Segunda
Guerra Mundial de fondo, Honda sabe que, por su edad, no va a ser llamado a
filas y pasará los años de la guerra leyendo libros sobre las distintas teorías
de la reencarnación. Desde la antigua Grecia, pasará por la India y Japón. Creo
que en estas páginas (y en gran parte de las anteriores, con la descripción de
Bangkok y Benarés) la novela (y podríamos decir que también la tetralogía)
sufre un bache narrativo. Muchos capítulos de esta parte de la novela se basan
en describir una visita de Honda a una librería donde comprará un libro,
normalmente de segunda mano, y el narrador nos contará qué lee Honda en ese
libro. De forma clara, Mishima está usando la forma de la novela para escribir
un ensayo poco camuflado de la historia de la reencarnación en las distintas
filosofías mundiales. A nivel narrativo me ha parecido un error de
construcción, y el momento más bajo artísticamente de lo que llevo leído de El mar de la fertilidad. De hecho, me ha
dado rabia que no se narre cómo vive Honda la guerra en la ciudad de Tokio. Sí
se nombra el ataque a Pearl Harbor, pero en ningún momento de la novela
–incluso cuando se hable de las ruinas de las ciudades– se va a nombrar nada sobre
las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.
Por suerte, El Templo del Alba tiene dos partes y la
novela mejora mucho en la segunda. Estamos en 1952 y Honda tiene cincuenta y
siete años. Ya se ha retirado de la abogacía, después de haber ganado mucho
dinero, gracias a un pleito histórico en Japón sobre la soberanía de las
tierras comunales. Con ese dinero se ha construido una casa con vistas al monte
Fuji y se dedica, junto con su mujer Rié, a contemplar la vida. La princesa
Ying Chan, ahora de dieciocho años, ha ido a pasar una temporada en Japón y
Honda ha reanudado el contacto con ella. Ahora, de adolescente, ya no recuerda
aquel periodo de su niñez en el que decía que era la reencarnación de un
japonés, que hacía que la considerasen como una niña loca.
Honda está
construyendo una piscina en el terreno de su casa y también se dedica a la vida
burguesa, organizando fiestas. La nueva vecina de Honda y Rié es la atractiva
mujer madura Keiko Hisamatsu, que está emparejada con un norteamericano del
ejército de ocupación. Keiko se va a convertir en un personaje importante,
porque también aparecerá en La corrupción
de un ángel, última entrega de la tetralogía. A las fiestas de Ying Chan,
además de acudir personajes como Keiko, la princesa Ying Chan, también irá
Makiko, que era la joven que en Caballos
desbocados parecía enamorada de Isao. Makiko, en la actualidad de la
novela, se ha convertido en una renombrada poeta.
Mishima retrata
algunos cambios sociológicos que se han producido en el país: por ejemplo, era
llamativo que en alguna fiesta de la alta sociedad retratada en Nieve de primavera (ambientada en
1912-14) las mujeres estaban en segundo plano y no intervenían en las
conversaciones, algo que ya no ocurre, cuarenta años después, en las fiestas de
la casa de Honda en 1952.
En esta novela van
a hacer breves apariciones algunos de los personajes de las anteriores, como
Iinuma, que fue el preceptor de Kiyoaki en Nieve
de primavera, y el padre de Isao en Caballos
desbocados. También sabremos del príncipe Toin, que aparecía en los otros
dos libros, y ahora se encuentra arruinado tras la guerra.
Lo que hace
interesante a esta segunda parte de la novela, que comienza en la página 210,
es que Honda se ha convertido en un voyeur. Hasta ahora, Mishima había dibujado
a Honda como un racionalista, cuyo mundo de creencias empieza a tambalearse al convencerse
de que su amigo de juventud Kiyoaki, tras su muerte, se ha reencarnado en otras
personas. La pasión amorosa o el deseo carnal, tampoco parecía afectar mucho a la
vida de Honda, hasta esta etapa final de su vida, en la que a las puertas de la
vejez, se ha convertido en un erotómano. En la página 217 leeremos: «Honda, que
soñaba con el placer». En esta segunda parte además, podremos ver cómo es el
Japón ocupado, con sus manifestantes japoneses que piden que los
estadounidenses abandonen su país. Honda se va a sentir atraído por la princesa
Ying Chan, a la que saca cuarenta años.
Algunas de las
escenas sexuales que acaban apareciendo en el libro me han recordado en su
composición a las leídas en Arenas movedizas, la novela de Junichiro Tanizaki, que leí hace un par
de años. En cierta medida, esta segunda parte de El Templo del Alba parece un homenaje a Tanizaki.
A pesar del
comentado bajón narrativo de la primera parte de la novela, me ha gustado la
potente remontada de El Templo del Alba
en su segunda mitad. Ya estoy leyendo La
corrupción de un ángel, que cierra esta tetralogía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario