La vegetariana, de Han Kang
Editorial Random House. 167 páginas; primera edición de
2007, ésta es de 2024
Traducción de Héctor Silva
El pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur,
1970). Una semana antes, cuando en las redes sociales los aficionados a la
literatura jugábamos a hacer quinielas sobre el Nobel de este año, uno de mis
contactos de Instagram apostó por esta autora, que en ese momento no me sonaba.
Al buscar las portadas de sus libros en internet sí las reconocí de las mesas
de novedades de algunas librerías y sí me sonaba que la había visto recomendaba
en internet. El mismo día del fallo me acerqué a tres librerías del centro de
Madrid y solo en una de ellas –la FNAC
de Callao– tenían un libro suyo, La vegetariana (2007), que se
tradujo antes al español (en Argentina) que al inglés. En el mundo anglosajón
ganó el Booker Internacional Prize
en 2016 y esto hizo que su fama y prestigio aumentaran mucho en Occidente.
La
vegetariana
está dividida en tres partes. La primera, de igual título que el libro, está
narrada por el marido de la protagonista, Yeonghye. La primera frase del libro
es bastante significativa: «Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca
pensé que fuera una persona especial». El marido nos mostrará su extrañamiento
ante los cambios que está empezando a observar en su mujer, tras cinco años de
matrimonio anodino. Yeonghye contribuye de forma modesta a la economía
familiar: «Era profesora asistente en una academia de computación gráfica,
donde había estudiado un año, y en casa trabajaba por encargo transcribiendo
los textos a los globos de diálogo de las historietas». (pág. 12)
El marido empezará a comprender que algo extraño ha ocurrido
con su mujer cuando la descubra en plena noche vaciando la nevera de cualquier
alimento que provenga del cuerpo de un animal, con la mirada perdida.
Intercalados con la voz narrativa del marido, encontraremos
en esta primera parte, otros fragmentos en letra cursiva con la voz narrativa
de Yeonghye; pero, en realidad, no estamos hablando aquí de su voz narrativa cotidiana,
sino de aquella que describe los sueños que han empezado a asaltarla, unos
sueños en los que muerde trozos de carne cruda y todo está embadurnado de
sangre. Estos sueños recogen una sensación de violencia tremenda, de violencia
cruda, que se le transmite al lector con la idea de que Yeonghye, tras su
apariencia de mujer anodina y callada, se siente, y se ha sentido en el pasado,
aquejada por una persistente violencia. Yeonghye ha decidido dejar de comer
carne y empezará a adelgazar muy rápidamente. Una de las cosas que han
molestado de ella a su marido es su tendencia a no usar sujetador, una prenda
con la que ella se siente molesta. El sujetador simbolizará parte de la
opresión que Yeonghye ha sentido en su vida por ser mujer, una prenda, que al
usarla, se encarga de borrar en parte su condición femenina.
A través de algunas escenas donde se está deteriorando la
convivencia de la pareja, el lector podrá atisbar parte de la cultura coreana,
o al menos de la cultura de una megaciudad como es Seúl. «Por primera vez en
cinco años de casados, salí hacia mi trabajo sin que me ayudara a prepararme y
me acompañara hasta la puerta.», dirá el machista marido en la página 17; o una
página más tarde: «Desde que me habían cambiado de sección, hacía meses que no
salía del trabajo antes de las doce.», que nos da una muestra de la
competitividad de las empresas coreanas.
El marido sentirá vergüenza social ante los cambios que se
están produciendo en su mujer, unos cambios que la familia de ella tampoco va a
entender. En una fiesta familiar sabremos que el padre de ella educó a Yeonghye
y a su hermana ejerciendo la violencia sobre ellas. De hecho, la violencia de
la sociedad coreana, sobre todo ejercida contra la mujer, es uno de los ejes
centrales de la novela.
La segunda parte, titulada La mancha mongólica, está
narrada por el cuñado de la protagonista, el marido de su hermana, que vive de
una herencia recibida y que se dedica a realizar vídeo arte. Por otro lado, su
mujer trabajará en una tienda de comestibles durante largas jornada. A pesar de
esto, será ella la que se encargue mayormente del hijo de la pareja de cinco
años.
Este cuñado empezará a sentir una atracción cada vez mayor
por su cuñada, a la que desea grabar desnuda con su cámara. Le excita saber que
Yeonghye aún conserva la mancha mongólica en las nalgas que suelen tener de
pequeños los niños coreanos y que luego pierden. Han pasado dos años desde los
acontecimientos narrados en el final de la primera parte, y sabremos que la
salud mental de Yeonghye ha sido puesta en entredicho.
La tercera parte, titulada Los árboles en llamas,
está narrada por la hermana de Yeonghye. La mirada de la hermana sobre Yeonghye
será más compasiva que la de los dos narradores anteriores. La hermana,
separada ahora del marido, debe sacar adelante su tienda, a su hijo y cuidar de
su hermana.
Sin querer destripar más elementos del argumento, señalaré
como dato curioso que en 2007, el momento en el que aparece el libro, el
adulterio era un delito en Corea del Sur, que podía ser penado con la cárcel.
Dejó de ser así en 2015.
En realidad, La
vegetariana no trata exactamente sobre una mujer que decide hacerse
vegetariana por un convencimiento meditado acerca del sufrimiento animal, sino
de una persona que, debido a unos sueños, que muestran un mundo interior
traumatizado, siente rechazo hacia toda la violencia que simboliza la muerte de
los animales, los cuchillos para cortar la carne, etc. En este sentido, en la
primera parte del libro, hay una escena de violencia, que la protagonista
recuerda de su infancia, ejercida sobre un perro, que resulta espeluznante y
muy significativa. En las páginas del
libro, Yeonghye también sufrirá violencia sexual, y algunas de las escenas más
crudas del libro lo son en este sentido.
Yeonghye, como Bartleby, el escribiente de Herman Melville, es una persona que un
día decide que «preferiría no hacerlo», y al dejar de hacer lo que se espera de
ella, su vida apocada será juzgada por los demás, por su entorno familiar
principalmente, de un modo bastante drástico. Todos sabemos que Bartleby,
el escribiente (1853) es una de las influencias sobre la obra de Franz Kafka, y La vegetariana, que es una obra ligeramente irreal y onírica, sobre
la salud mental y la soledad en las grandes urbes, también bebe de uno de los
textos más famosos de Kafka: La metamorfosis. En esta novela
corta un joven amanece una mañana en su cama convertido en un insecto. Él
intentará seguir cumpliendo con sus obligaciones, pero los cambios que se han
producido en él se lo impedirán, ante, además, el rechazo furibundo de los
suyos. En La vegetariana, los cambios
que se empiezan a producir en Yeonghye no son realmente voluntarios, pues, tras
sus perturbadores sueños, la necesidad de no comer carne se impone a ella más
allá de sus intereses y sus decisiones conscientes. De nuevo, como en la obra
de Kafka, sufrirá el rechazo de su entorno. La
vegetariana acaba siendo una narración simbólica, dura y poética, sobre la
alineación y la soledad de las personas en las grandes urbes; de hecho, Seúl es
la sexta megaciudad más grande del mundo. Y esta alienación y soledad, parece
decirnos Han Kang, afecta de manera más drástica a las mujeres, sobre las que
la sociedad tradicional de su país exige más que a los hombres.
Nunca había leído un libro de un autor coreano y la
experiencia ha sido muy gratificante. En mi caso, el Premio Nobel ha servido
para descubrirme a una potente escritora. Ya estoy leyendo otra de sus novelas,
La
clase de griego.
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