domingo, 29 de septiembre de 2024

Duro como el agua, por Yan Lianke


Duro como el agua
, de Yan Lianke

Editorial Automática. 488 páginas. 1ª edición de 2001, esta es de 2024.

Traducción y prólogo de Belén Cuadra Mora

 

Unas semanas antes de la Feria del Libro de Madrid 2024, leí una entrada en Facebook de la escritora Txani Rodríguez, diciendo que para esta edición iba a venir a Madrid Yan Lianke (Henán, China, 1958), un autor que le parecía muy bueno. Este fue el momento en el que volví a releer la información de prensa de Automática Ediciones sobre esta novela. Decidí acudir a la presentación de Duro como el agua el 2 de junio, que tuvo lugar en uno de los pabellones de la Feria del Libro de Madrid en el parque del Retiro. Compré ese día la novela El sueño de la aldea Ding (2005), y le solicité a la editorial Duro como el agua (2001) para poder reseñarla. Decidí empezar a leer a Yan Lianke por esta última obra, que se acaba de traducir en 2024, pero cuya escritura es anterior a El sueño de la aldea Ding.

 

Aunque yo suelo dejar la lectura de los prólogos de los libros para el final, en este caso recomiendo que se lea antes que la novela. El prólogo está escrito por la traductora Belén Cuadra Mora y resulta bastante esclarecedor del contexto histórico chino que refleja la novela. Así sabremos que Duro como el agua está ambientada a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970 en China, en los años más intensos (y oscuros) de la Revolución Cultural. El presidente Mao pretendía luchar contras las voces críticas a su poder en el Partido Comunista y contra los intelectuales y revolucionarios acomodados; todo esto desencadenó un periodo de violencia social y de destrucción del patrimonio histórico.

Belén Cuadra nos contará también que en la novela se parodia un tipo de teatro político y propagandístico de la época y que hay numerosas citas de los textos de Mao o de autores clásicos chinos que una persona de aquel país conoce, pero no así un lector occidental. Por ello, ha tomado la decisión de marcar estos textos citados, o modificados para adecuarse a las vivencias de los personajes de la novela, en cursiva, aunque no están así en la novela original. Mediante este sistema de cursivas y citas a pie de página, el lector sabrá, en todo momento, a qué texto clásico (o de propaganda) chino se refiere, o parodia, el autor. No solo nos encontramos en Duro como el agua con la difícil tarea de verter un texto literario de un idioma a otro tan diferente, sino con la labor añadida de contextualizar todos los subtextos y lecturas de la obra. Aunque el trabajo de Belén Cuadra Mora me ha parecido excelente (estaba presente en día de la presentación de la novela en el parque del Retiro), creo que para el lector español, algunas de estas páginas en las que se parodian textos clásicos o propagandísticos de la cultura china y de la Revolución de Mao pueden llegar a ser las más tediosas del libro. Y no me gustaría con esta última frase desmotivar al posible lector de esta novela, porque realmente –pese a estas dificultades contextuales que comento– he acabado disfrutando mucho de ella.

 

El protagonista principal de la novela es Gao Aujin, un joven que en 1964 ha ingresado en el ejército y que, cuatro años después, se licencia con el deseo de regresar a su pueblo, Chenggang. Por tanto, nos encontramos en 1968, durante el periodo más oscuro de la Revolución Cultural. Aujin está casado con Cheng Guizhi, con la que tiene dos hijos. Para Guizhi el sexo con Aujin no parece una fuente de placer o de diversión, sino que lo considera solo como una herramienta para procrear. En realidad, ha sido el padre de Guizhi, secretario del Partido Comunista en Chenggang, quien ha creído conveniente que Aujin se casase, a sus dieciocho años, con la menos agraciada de sus hijas. «La primera vez que la vi fue el día que la casamentera me llevó a rastras como a un burro hasta el salón de la casa del secretario (…). Cuando la vi sentí que una bola de algodón me oprimía la garganta y me entraron ganas de vomitar, aunque no me atreví a hacerlo» (pág. 62). Sin embargo, Aujin aceptará casarse con Guizhi porque su padre le prometerá que, después de darle un nieto y pasar por el servicio militar, tendrá para él reservado un puesto de funcionario en el pueblo.

Dos hechos van a cambiar la vida de Aujin al regresar a su pueblo: cerca de las vías del tren se va a encontrar con Hongmei, una joven que admira su traje militar y que le empezará a hablar con consignas del Partido Comunista. Aujin se quedará prendado de Hongmei y, ya en este primer encuentro, aunque no llegan a copular, tendrán un acercamiento sexual. Como segundo asunto, cuando Aujin va a visitar a su suegro, este no parecerá recordar las promesas que le hizo en el pasado sobre buscarle un puesto de funcionario en Chenggang. A partir de aquí, dos obsesiones van a dirigir la vida de Aujin: hacerse con el poder en el pueblo y mantener relaciones sexuales con Hongmei, que está casada con el hijo del alcalde de Chenggnag y tiene una hija.

 

Una escena importante del libro es el primer encuentro en las vías del tren entre Aujin y Hongmei. De fondo, por los altavoces del pueblo suena música propagandística del Partido Comunista y Aujin cae rendido ante la belleza de Hongmei, quien, como él, usa de forma habitual consignas políticas en su conversación. La escena del embelesamiento de Aujin (narrador de la historia) por Hongmei es muy larga para un lector acostumbrado a los modos de narrar occidentales. Yo, hasta ahora, no había leído ninguna novela china y, tras leer esta escena, me acordé del prólogo de Kokoro del autor japonés Natsume Soseki, a cargo de Carlos Rubio. En este prólogo, Rubio afirmaba que la novela japonesa, tal y como la conocemos en Occidente, es un fenómeno moderno, asociado al siglo XX y al contacto de los escritores japoneses con países europeos, de los que toman sus formas para hacer novelas. De este modo, las novelas japonesas de los últimos cien años son, en esencia, similares a las occidentales.

Sin embargo, en esta escena del primer encuentro entre los dos protagonistas de Duro como el agua he sentido que las formas novelísticas no eran similares a las occidentales, y no solo por la extensión de la escena, sino porque acaba siendo no realista, en el contexto de una novela realista. Así, por ejemplo, los animales del bosque se irán acercarán también para admirar la belleza de la mujer. Yan Lianke está parodiando aquí –sabremos por el prólogo– las formas clásicas de la novela china.

 

Aujin describirá esta escena iniciática diciendo: «No hay mayor sentimiento en el mundo que el sentimiento revolucionario. La amistad revolucionaria es más alta que las montañas y más honda que el mar.» (pág. 41). A partir de aquí, Aujin va a perseguir sus objetivos –ascender como representante político en la región y mantener relaciones sexuales con Hongmei – sin preocuparse demasiado por las consecuencias de sus actos. En realidad, siempre se va a justificar ante sí mismo sus miserias y tropelías porque considera que las hace en nombre de la Revolución y no de sus propios intereses. Para la Revolución, habremos de saber, el adulterio sigue siendo un delito grave.

 

Desde la primera frase del libro, el lector ya sabe que todo va a salir mal: «Cuando muera y descanse, repasaré mi vida: mis palabras, mis actos, mi postura al andar y la revelación de aquel amor que acabó como mierda de perro y heces de gallina.» (pág. 23). En realidad, la novela es la larga confesión de Aujin ante lo que el lector entiende que debe ser un jurado (real o imaginario). Averiguar cómo ha sido el periplo vital del personaje va a ser el viaje que nos proporciona Lianke.

 

Un mes antes que Duro como el agua, había leído Una carpa bajo el cielo (2011) de Ludmila Ulitskaya –también de la editorial Automática– que, igual que la novela de Lianke plantea una crítica a la dictadura comunista de China, nos muestra una crítica a la dictadura comunista de la URSS. Sin embargo, la novela de Ulitskaya estaba contada desde el punto de vista de las víctimas, de las personas que deseaban para la URSS una apertura democrática y sufrían la persecución del poder; y la de Lianke está contada desde el punto de vista de uno de sus victimarios. Duro como el agua es la historia de un arribista, de alguien que usa todos los instrumentos que el nuevo régimen deja a su alcance para mejorar su posición social, sin importarle mucho el daño que pueda causar a su alrededor, un daño que siempre se justificará, ante sí mismo, como hecho por los valores de la Revolución. Así, por ejemplo, el lector sabrá que Aujin, huérfano de padre, ya que este murió en la invasión japonesa de China, se ha sentido siempre apartado de la vida de Chenggang, un pueblo donde casi el 90% de la población se apellida Cheng y desciende de los dos hermanos Cheng que fundaron el lugar hace siglos. Uno de los sueños revolucionarios de Aujin es destruir el arco de los Dos Cheng, que hace de entrada al pueblo y también el templo de los Dos Cheng, donde se guardan sus escritos y reliquias. Aujin alegará que ese arco y ese templo son símbolos del pasado burgués y feudal del pueblo, pero en realidad alberga dentro de sí un rencor de clase, porque él no es de apellido Cheng. Aunque el alcalde le advierta de que la destrucción de esos símbolos sería una ofensa para sus vecinos, Aujin no quiere darse por vencido. «La Revolución carece de sentimientos», afirmará en la página 326.

 

Un elemento no realista, y que acaba siendo divertido en el libro, es que Aujin ha unido en su psique su deseo por Hongmei a sus deseos revolucionarios. De este modo, no parece encontrar excitación sexual si no suenan de fondo las consignas o canciones revolucionarias por los megáfonos de la vía pública, como en su primer encuentro.

Hay algunos detalles en el libro que le harán conocer al lector occidental la locura a la que llegó el régimen de Mao. Así, por ejemplo, leeremos en la página 191: «Hay uno que estaba proyectando una película y se equivocó al montar la cinta, de modo que el líder salía cabeza abajo. Lo han condenado a veinte años de cárcel.». Otro ejemplo: cuando Aujin llega a su casa, después de los cuatro años de servicio militar, les entrega a sus hijos unos caramelos, envueltos con un papel donde iban impresas consignas políticas. Aujin tiene que apresurarse a recoger los papeles del suelo, donde los tiran sus hijos, porque eso puede considerarse un gesto reaccionario.

 

En cuanto al estilo, Duro como el agua abunda en el recurso de la comparación, y la mayoría de estas comparaciones son de orden rural (comparaciones con plantas, animales, accidentes geográficos, etc.), entorno del que proviene tanto el narrador de la novela, como su autor.

 

Cuando he leído novelas que hablaban sobre regímenes dictatoriales, lo habitual ha sido hacerlo bajo el prisma de las víctimas y, por esto mismo, que Duro como el agua esté narrada desde el punto de vista de un arribista amoral la convierte, a mis ojos, en una novela original y valiosa. Pese a algún pequeño bache, como ese ya comentado exceso en algunas páginas de parodias de textos que el lector desconoce, mi primera incursión en la novelística china ha sido una grata experiencia.

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