domingo, 25 de agosto de 2024

Trabajos, por Juan José Saer

 


Trabajos, de Juan José Saer

Editorial Seix Barral, 251 páginas. Escritura de los textos posterior al 2000; esta edición es de 2005

 

Compré Trabajos (2005) de Juan José Saer (Serodino, Argentina, 1937 – París, 2005) en una Feria del Libro de Madrid, hace ya unos diez años. Lo compré en la caseta de un librero argentino que trae (o traía, porque los últimos años ya no lo he visto en el Retiro, parque donde se celebra la feria) libros editados en Argentina y no en España. Recuerdo el precio; era barato, solo 10 euros. Era un libro editado por Seix Barral Argentina, que no se comercializaba en España. Creo que lo compré en la época en la que estaba leyendo toda la narrativa de Saer y este libro, al ser de artículos periodísticos, se me fue quedando sin leer, hasta que a finales de 2023 me propuse leer todos los libros que me faltaban de Saer y me acerqué a El limonero real (1974), que lo había comprado también hace tiempo, y le solicité a la editorial Rayo Verde su edición de El concepto de ficción. Tras acercarme a este último libro, con textos sobre literatura, escritos por Saer entre 1965 y 1996, me pareció una buena idea seguir con Trabajos que recogía también textos sobre literatura, escritos a partir del 2000. Entre medias leí la novela Memorias de Leticia Valle de Rosa Chacel.

 

Los textos de Trabajos se publicaron principalmente en tres periódicos: Folha de Sao Paulo, El País de Madrid y La Nación de Buenos Aires. Esto hace que, en general, al tener que adaptarse al espacio que le ceden estas publicaciones, los textos de Trabajos sean más cortos que los de El concepto de ficción, ya que en este compendio había textos que Saer había escrito para reflexionar sobre sus lecturas, a título personal, y no habían sido publicados previamente en ningún medio. También diría que los textos de Trabajos, en general, son de línea más clara que algunos que se encontraban en El concepto de ficción, que necesitaban de un alto grado de concentración para seguirlos de un modo adecuado. El orden de los textos de Trabajos no es cronológico.

 

Como ya hice con El concepto de ficción, voy a destacar algunas ideas que me han llamado la atención de Trabajos:

 

El posmodernismo literario vendría a anunciar la muerte de las vanguardias, pero, según Saer, también existiría un argumento unido a la difusión y la recepción de la obra con el que no está de acuerdo: el posmodernismo, a la tiranía de las vanguardias, opone la democratización de la cultura y de este modo, según él, Isabel Allende y Juan Carlos Onetti serían los dos igualmente novelistas. No sé si hay que explicar que para Saer solo Onetti es un novelista. Para Saer esta idea del posmodernismo es liberal: otorgar valor a algo si tiene valor de mercado.

 

Saer habla de la representación de la realidad en la literatura, y compara la lectura de pasajes de la Biblia con la lectura de Homero. «Poco importa la verdad de una historia; es el uso que una sociedad hace de ella lo que cuenta. Las intensas visiones bíblicas repugnan a muchas inteligencias porque quienes suelen apropiarse de ellas con los fines más diversos, las decretan obligatoriamente ciertas, no alegóricas ni simbólicas sino auténticas, afirmación que ninguna mente crítica estaría dispuesta a aceptar.» (pág. 20)

 

Saer critica la narrativa de consumo que apuesta por la épica, la linealidad, la acción, la transparencia, y también la intriga excesiva, caracteres contrastados, conflictos temáticos, cuando, en realidad, el relato moderno, sobre todo a partir de El Quijote, basa su fuera en la antiépica.

 

El Ulises de Joyce acumula en cada uno de sus capítulos varios principios de organización que se superponen y se combinan. Proust compuso En busca del tiempo perdido de un modo opuesto, primero iba a ser un artículo, luego un cuento, una novela breve, y así hasta que todo se le acabó desbordando sin control.

 

Saer habla de la breve obra de Bartolomé Hidalgo (1788 – 1822), padre de la literatura gauchesca. En sus primeros poemas imitaba la retórica neoclásica, hasta que en 1816 aparece Cielito de la independencia, donde, a través de las canciones populares, su lenguaje poético cobra vida. De aquí Saer reivindica el uso privado del lenguaje.

 

Saer habla de la inclusión o no de la Carta al padre en las obras completas de Kafka. «La Carta al padre sería un libro único sino hubieses sido escritas las Confesiones de San Agustín.» (pág. 46), los dos libros tienen una estructura idéntica.

 

Saer se pregunta si sobrevivirá la cultura argentina a la crisis del 2000. Para Saer la literatura argentina ha florecido siempre en medio de la violencia política.

Saer destaca la influencia de los autores brasileños sobre el resto de escritores latinoamericanos que escriben en español, así ensalza, por ejemplo, a Guimaraes Rosa.

 

«Los más grandes nombres de la creación novelística posteriores a Cervantes se confiesan deudores de ese texto inagotable.» (pág. 79), uno de los aportes fundamentales de Cervantes a la narrativa moderna en la moral del fracaso.

 

Saer elogia al poeta francés Francis Ponge, al que no conocía.

Saer pondera positivamente la primera traducción del Ulises, la de J. Salas Subirat.

 

Uno de los mejores artículos del libro es aquel en el que Saer pone en tela de juicio las famosas, pero cuestionables, opiniones sobre literatura de Vladimir Nabokov, las llama «las absurdas opiniones de Nabokov». En su libro sobre literatura, Nabokov afirma que piensa como un genio, pero opina Saer que nada lo justifica. Nabokov habla mal de Freud, Conrad, Eliot, Thomas Mann, Faulkner, Camus, Dostoievski…, pero no escatima su admiración hacia cualquier profesor universitario que haya hablado bien de sus libros.

 

Saer elogia El hombre sin atributos de Robert Musil, a la que considera una de las grandes novelas alemanas.

 

Saer vuelve a hablar en Trabajos, como ya hizo en El concepto de ficción, del movimiento Nouveau Roman, «el último gran movimiento literario significativo de las letras francesas» (pág. 116) y ensalza de nuevo a Robbe-Grillet.

 

Es bonito el artículo sobre Felisberto Hernández, al que considera uno de los grandes autores del siglo XX.

 

Sartre apoyó y lanzó en Francia al autor maldito Jean Genet.

Saer ensalza la novela Respiración artificial (1980) de Ricardo Piglia, que propone la historia no como objeto de representación, sino como tema. Saer no cree en los parámetros de la novela histórica: «Una novela escrita hoy en día y que transcurra en la Edad Media, es solo la proyección de un individuo actual en una fantasmagoría que él confunde con la Edad Media, y la cual sería tan inoportuno aplicarle el epíteto de “histórica” como a un baile de máscaras.» (pág. 145)

 

Es interesante el artículo sobre Robert Walser, quien, mientras estuvo internado en un sanatorio mental, escribía en trozos de papel minúsculos, y adaptaba sus escritos al espacio disponible. 526 manuscritos que necesitan de lentes de aumento para ser descifrados.

 

Saer, como ya hizo Borges, habla de Las mil y una noches y dice que al libro original se le han añadido historias que no proceden de la época en la que fue escrito, como la historia de Aladino y de Simbad el Marino.

 

Saer ensalza la figura del poeta argentino Hugo Gola.

 

Saer habla de la novela Bouvard y Pécuchet de Flaubert y dice que es precursora de la obra de Kafka.

Saer habla de la familia en la literatura, y nos recuerda, como dato curioso, que Sherlock Holmes tenía un hermano que trabajaba en el Foreign Office.

Saer recuerda al paraguayo Augusto Roa Bastos en Argentina. En Buenos Aires fue donde escribió su gran obra Yo el Supremo, cuyo rasgo principal dice que es la desmesura.

Saer habla del rechazo que sufrió, por parte de la crítica, la segunda novela de Dostoievski, El doble, después de la buena acogida que tuvo su primera novela, Las pobres gentes.

 

Es bonito el artículo en el que Saer cuenta cómo la literatura argentina entró en su vida. Los primeros versos de Martín Fierro no los leyó, sino que los escuchó en una película.

Saer vuelve a ensalzar el valor de la poesía brasileña y me llama la atención esta frase: «Vidas secas de Nelson Pereira do Santos, que a mi parecer es la obra maestra del cine latinoamericano.» (pág. 200), no conocía esta película y he sentido curiosidad por ella.

 

Saer rinde homenaje a su admirado poeta de Entre Ríos, Juan L. Ortiz, que murió en 1978. Para Saer, Ortiz es el más grande poeta argentino del siglo XX.

 

Quizás lo mejor del libro son las 45 páginas finales dedicadas a Juan Carlos Onetti. Sobre todo ensalza La vida breve, novela que, para Saer, transita entre el realismo y lo fantástico. Una novela en la que el protagonista Brausen crea la ciudad de Santa María, y sus habitantes saben que han sido creados por él, a quien levantan una estatua en una plaza, como fundador de la ciudad. Sin duda, debo al fin leer La vida breve, la obra fundamental de Onetti, que aún no he leído.

 

Los textos de Trabajos me han parecido más accesibles que los de El concepto de ficción, en general también eran más cortos. De Trabajos destaco, como ya he dicho esas 45 páginas finales sobre Onetti. Algunos otros de sus textos me han interesado menos, pero su nivel general es siempre alto.

domingo, 18 de agosto de 2024

El concepto de ficción, por Juan José Saer


 El concepto de ficción, de Juan José Saer

Editorial Rayo Verde, 346 páginas. Escritura de los textos entre 1965 y 1996; esta edición es de 2016

 

En el verano de 2023 leí El limonero real (1974), que era el último libro de la obra narrativa de Juan José Saer (Serodino, Argentina, 1937 – París, 2005) que me faltaba por leer. Decidí entonces acercarme, a finales de 2023, a sus libros de ensayos. De esta forma, le solicité a la editorial Rayo Verde, que está acometiendo la valiente empresa de reeditar a Saer en España, que me enviara El concepto de ficción para poder leerlo y reseñarlo.

El concepto de ficción reúne textos escritos por Saer entre 1965 y 1996. Algunos aparecieron en diarios. Algunos otros son simples notas de lectura personajes, donde Saer habla consigo mismo sobre el oficio de escribir. El orden de este libro es el inverso al de la escritura, salvo en algunos casos en los que, para dar unidad temática al conjunto, se decidió cambiar algunos textos de lugar.

 

«Nunca sabremos cómo fue James Joyce» (pág. 13) así empieza el primer texto (que Saer no quiere llamar ni «ensayo» ni «artículo»), donde Saer afirma que los biógrafos de Joyce acaban metiendo ficción en sus obras. «Podemos por lo tanto afirmar que la verdad no es necesariamente lo contrario que la ficción, y que cuando optamos por la práctica de la ficción no lo hacemos con el propósito turbio de tergiversar la verdad. En cuando a la dependencia jerárquica entre verdad y ficción, según la cual la primera poseería una positividad mayor que la segunda, es desde luego, en el plano que nos interesa, una mera fantasía moral.» (pág. 15) «Al dar un salto hacia lo inverificable, la ficción multiplica al infinito las posibilidades de tratamiento. No vuelve la espalda a una supuesta realidad objetiva: muy por el contrario, se sumerge en su turbulencia, desdeñando la actitud ingenua que consiste en pretender saber de antemano cómo esa realidad está hecha.» (pág. 16)

 

Uno de los textos que más me ha gustado del libro es el segundo, el titulado La perspectiva exterior: Gombrowicz en la Argentina. El escritor polaco vivió veintitrés años en Argentina y se relacionó con los escritores argentinos relevantes de la época. Llegó a conocer a Borges, pero no se resultaron simpáticos. Me ha interesado esta idea: una parte de la literatura que habla sobre Argentina no ha sido escrita en español. Durante algunas décadas en Argentina llegó a haber más ciudadanos nacidos fuera del país que en él y, nos dice Saer, parte de la que podría llamarse «literatura nacional» (un término al que critica) ha sido escrita en polaco, francés, inglés… En este sentido destaca la historia del ingeniero francés Alfred Ebelot que fue contratado por el gobierno argentino en 1875 para cavar una fosa de 500 kilómetros que frenara las invasiones indias. Ebelot escribió artículos en francés, para un periódico de Francia, pero, dice Saer, interpela a los argentinos y a la formación de su país.

 

En otro texto se habla de la pasión de Borges por la literatura inglesa, de la que, según Saer, destaca a algunos escritores de segunda fila, y su fobia por la francesa. Pierre Menard, considera Saer, es una crítica velada a Paul Valéry, una crítica a un plagiador.

Uno de los autores a los que más relee Saer es a William Faulkner, y elogia Santuario.

«Zama es superior a la mayor parte de las novelas que se han escrito en lengua española en los últimos treinta años, pero ninguna buena novela latinoamericana es superior a Zama.», así elogia a la gran novela de Antonio Di Benedetto en la página 55.

 

En gran medida estos textos representan un recorrido por gran parte de la literatura argentina. Así, en la página 67, llegamos al Martín Fierro de José Hernández, que no se consolidó como la gran obra nacional hasta que la reivindicó como tal Leopoldo Lugones en una conferencia de 1913, hasta entonces se considera que había sido una obra celebrada por demasiada gente inculta.

Saer también homenajea a su amigo el poeta Juan L. Ortiz, al que considera uno de los grandes de la literatura argentina, aunque siempre se moviera en los márgenes. De hecho, en él está basado el personaje de Washington Noriega, habitual en sus novelas.

Sobre Roberto Arlt dice que le parece falsa la afirmación de que escribía mal, una acusación que alcanzó a autores como Shakespeare, Cervantes o Faulkner.

Saer carga contra la cultura oficial, «Si aceptamos la definición de literatura oficial como toda aquella literatura que es excedida y englobada por el sistema de pensamiento al que adscribe», «La verdadera literatura manifiesta o modifica aspectos más oscuros y complejos de la condición humana» (pág. 118), «Donde quiera que esté, el escritor escribe siempre desde ese lugar que lo impregna y que es el lugar de la infancia.» (pág. 122)

 

Saer habla del Facundo de Sarmiento, donde piensa que el repudio a la barbarie coexiste con la fascinación, como en el Martín Fierro también existe esa fascinación. Me ha resultado curiosa la idea de que para Borges el Martín Fierro, que es un poema, se podía leer como una novela, y que para Sabato el Facundo, que es un ensayo, también se podía leer como una novela.

Saer da una lista de grandes autores argentinos (en los que piensa que «el saber ocupa») y cita a los siguientes: Sarmiento, Lugones, Martínez Estrada, Macedonio Fernández, Juan L. Ortiz y Borges. Me ha gustado que en esta lista aparezca Martínez Estrada, porque hace no mucho me compré un libro con sus cuentos completos y este comentario ha hecho que me entren más ganas de leerlo. También Saer cita la más conocida parte ensayística de la obra de Martínez Estrada.

Saer dedica varios artículos a hablar de la Nouveau Roman francesa, y llega a afirmar que muchas de las obras destacadas de la narrativa occidental del siglo XX (Proust, Kafka, Musil, Svevo, Gadda, Virginia Woolf, Faulkner, Pavese, Beckett, etc.) cumplen con la idea de que su principal propuesta formal es rechazar lo habitualmente considerado como novelístico.

Es bonito el artículo en el que ensalza la obra de Felisberto Hernández, basada en recuerdos, sobre todo en Tierras de la memoria, Por los tiempos de Clemente Collins o El caballo perdido. Me gusta la especulación sobre que Felisberto llegó a leer a Sigmund Freud y esa influencia se ve en sus escritos.

Saer evoca su casa cuando tenía ocho años y su madre y sus hermanas escuchaban la «novela» en la radio, palabra que para él cambiará de significado cuando lea a Joyce o Faulkner a los veinte años.

Hay un artículo sobre Freud, en el que Saer sostiene que sus teorías son en gran medida literarias y, por esto, buscaba comparaciones y metáforas en el campo de la literatura y no de la ciencia.

Saer habla de La invención de Morel y del prólogo que le escribió Borges, donde dice que este último se equivoca porque escribe que esa narración es una reivindicación de la novela de aventuras, como si así fuera la de Bioy Casares, en contra de la novela psicologista, que es lo que realmente es La invención de Morel según Saer.

«El problema capital que se plantea la literatura es el de cómo representar. No el de qué representar, sino el de cómo.» (pág. 215), parece que en 1972 Saer ya hablaba de la irrelevancia de los spoilers en literatura.

Saer critica la última etapa creadora de Borges, El hacedor y El informe de Brodie, que le parece más simple que la anterior y no exenta de banalidad. Recuerdo que Piglia también hablaba de que la calidad literaria de Borges bajó mucho cuando se quedó ciego y tenía que dictar sus cuentos en vez de escribirlos. Aunque Saer parece más establecer una relación entre la decadencia literaria y las ideas políticas de Borges.

Saer se muestra crítico con la supuesta capacidad educativa de los medios de comunicación de masas (radio y televisión).

«La afirmación de Borges de que no se puede no ser moderno es un sofisma inteligente, pero deja de lado el detalle fundamental de que para un escritor hay un modo preciso de ser moderno, que consiste en saber qué es lo que ha hecho la literatura hasta el momento en el que él comienza a escribir y tratar de enriquecer formalmente esos resultados.» (pág. 233). Saer también piensa que ha ocurrido lo contrario: que, por ejemplo, la prosa de Borges ha influido en la forma de redactar revistas en Argentina.

Saer dedica un artículo a Lovecraft y afirma que no es un escritor de primer orden, pero en él ve el diagrama perfecto de la literatura fantástica. «El problema con la literatura fantástica consiste en saber si nos propone una evasión infinita o un enriquecimiento razonable. Cuanto más maravilloso es el mundo que se nos propone, pero es la literatura a través de la cual nos la proponen. Las maravillas de Lovecraft son inferiores a sus demonios. Las maravillas me distraen del punto de partida, de lo real. Los demonios me lo revelan. Las maravillas más discretas son las más convincentes: el Gran Teatro de Oklahoma, de Kafka, en el cual todo el mundo tiene su lugar» (pág. 256)

A Saer no le convence la crítica literaria sociológica, ya que para él la literatura no es un mero documento social.

 

Saer reivindica la novela policial diciendo que no hay literatura que no sea de evasión,  ya que la gran literatura nos evade a través de un acto de confrontación con las experiencias de nuestra vida imaginaria. Durante varias páginas Saer parece elogiar a Raymond Chandler, para al final de artículo dedicarle un dardo envenenado: «El más pequeño de los escritores americanos de la generación perdida es sin duda más grande que Chandler, pero ningún autor de novelas policiales, ni siquiera Hammett, ni Cain, es superior a él.» (pág. 295). Saer apunta que las novelas policiales trabajan sobre esquemas preestablecidos y, por tanto, al final parece quitarle logros a Chandler.

 

El libro contiene una sección final, titulada Una literatura sin atributos, que ocupa unas 40 páginas, y que presenta textos que se publicaron originalmente en francés.

 

Saer afirma aquí que tres peligros acechan a la novela latinoamericana: el primer es presentarse como latinoamericana. «El error más grande que puede cometer un escritor es el de creer que el hecho de ser latinoamericano es una razón suficiente para ponerse a escribir.» (pág. 309). Otro problema es del “vitalismo”, que supone que el subdesarrollo económico lleva a una relación privilegiada con la naturaleza. Y aquí carga con el realismo mágico. A Saer no le gusta la obra de Gabriel García Márquez.

Otro riesgo es el “voluntarismo” que considera a la literatura como un instrumento inmediato del cambio social.

El escritor latinoamericano no debe darle al mercado europeo el exitismo que este le pide.

«Creo que un escritor en nuestra sociedad, sea cual fuere su nacionalidad, debe negarse a representar, como escritor, cualquier tipo de intereses ideológicos y dogmas estéticos o políticos, aun cuando eso lo condene a la marginalidad y a la oscuridad.» (pág. 317)

Hay aquí un artículo sobre literatura y exilio en el que Saer afirma que «Borges se convierte en un escritor oficial no por las singularidades de su obra, sino al contrario por la interpretación abusiva que el poder político hace de su liberalismo al hacerlo coincidir con las abstracciones totalitarias». Así para el poder la obra de Borges es sagrada, y criticarla se convierte en terrorismo, pero esta obra rechaza un dogmatismo semejante y Saer considera que es una obra ocupada en el sentido militar del término.

 

Borges tiene prejuicios teóricos muy fuertes contra la novela, dice Saer, porque rechaza el realismo inmediato, banal. Sin embargo, toda la obra de Borges invita a la epopeya, que es el origen de la novela.

Saer apunta, en una entrevista final, que el escritor solo debe representarse a sí mismo. Los elementos extraartísticos, nacionales, sociales… deben ser secundarios para él.

 

Algunos de los artículos de El concepto de ficción son realmente sesudos y el lector debe estar atento para captar todas sus sutilezas. Esto ocurre así, sobre todo, en los textos más antiguos y, según Saer se va haciendo mayor, parece que su estilo se vuelve más claro. Quizás algunas de sus reflexiones –sobre todo las que tienen que ver con la Nouveau Roman francesa– se han quedado algo anticuadas, pero no así la mayoría de ellas, que siguen siendo de plena actualidad y muestran su compromiso con el arte literario.

El concepto de ficción es un libro inteligente y que gustará a todas aquellas personas interesadas en la literatura de Saer, en particular, pero también en la literatura en general.

domingo, 11 de agosto de 2024

Sé mía, por Richard Ford


Sé mía
, de Richard Ford

Editorial Anagrama. 393 páginas. 1ª edición de 2023, ésta es de 2024.

Traducción de Damià Alou

 

En mayo de 2001 leí El periodista deportivo, que abría la saga de libros de Richard Ford (Jackson, Mississipi, 1944) protagonizados por Frank Bascombe. En octubre del mismo año leí El día de la independencia, segundo libro de la serie.

Entre diciembre de 2015 y febrero de 2016 decidí leer seguida toda la serie de Bascombe. Así que releí El periodista deportivo (1986), El día de la independencia (1995), y me acerqué, por primera vez a Acción de gracias (2006) y Francamente, Frank (2014). Fue una gran experiencia lectora.

El periodista deportivo está ambientando en 1983 y su protagonista, Frank Bascombe, tiene treinta y ocho años. En esta novela, Frank se ha divorciado hace poco de su mujer Ann, tras la muerte de su hijo mayor Raph, a los nueve años, y se encuentra bastante descentrado vitalmente. El día de la independencia se sitúa en 1988, y Frank –que ya ha dejado se ser periodista deportivo y se dedica a vender casas– hace un viaje, junto a su hijo Paul, de quince años, para visitar los Salones de la Fama deportivos. Su hijo ha empezado a tener comportamientos extraños y Frank quiere pasar más tiempo con él. En Acción de gracias, estamos en el 2000 y Frank tiene ya cincuenta y cinco años. Sigue en el negocio inmobiliario, aunque ahora con una empresa propia y ayudado por Mike Mahoney, un inmigrante de origen tibetano. Le han diagnosticado un cáncer de próstata y, para tratarlo, le han inyectado semillas radioactivas, lo que hace que tenga que orinar casi cada hora.

Francamente, Frank es un libro notablemente más corto que los anteriores y tiene una estructura diferente. Está formado por cuatro relatos. Frank tiene sesenta y ocho años, y en estos cuatro relatos, ambientados en diciembre de 2012, se va a encontrar con diferentes personajes. Frank ha superado el cáncer que le aquejaba en el libro anterior, pero esta cuarta entrega de la saga está llena de símbolos funestos.

 

Richard Ford publicó Francamente, Frank en 2014, el año que cumplía setenta años, y llegué a pensar al leerlo que había escrito un libro más corto que los anteriores y con una estructura en apariencia más sencilla, porque ya estaba mayor y no tenía fuerzas para enfrentarse a una obra de largo aliento como las tres anteriores, que tenían un buen número de páginas. Sin embargo, la calidad literaria de este conjunto de relatos entrelazados no bajaba respecto a las anteriores entregas. Y lo que sí que, desde luego, creía era que Francamente, Frank era una coda para la serie de Bascombe y ni se me ocurría imaginar que pudiera aparecer un quinto libro. Por esto mismo, mi alegría fue enorme al ver anunciada Sé mía, una novela de casi 400 páginas de Richard Ford, retomando una vez más el universo de Frank Bascombe. El libro se ha publicado en Estados Unidos en 2023, cuando Ford cumplía ya setenta y nueve años, y habría empezado a escribirla –supongo– unos años antes, pasados ya, en cualquier caso, los setenta y cinco años. ¿Estaría Sé mía a la altura de la serie de Frank Bascombe o Ford habría ya, definitivamente, bajado el nivel? Le pedí a Anagrama la novela antes de que existiera físicamente; no mucho después de que llegara a casa, me puse a leerla.

 

En Sé mía, Bascombe tiene setenta y cuatro años. Nos encontramos, por tanto, en 2019. Como telón histórico de fondo están los Estados Unidos del presidente Donald Trump. Frank es abiertamente demócrata, y hablar de su mirada política del mundo ha sido siempre un punto importante en esta serie. Sin embargo, también –como representante masculino promedio de su generación– se va a sentir amenazado por lo políticamente correcto y el feminismo. Así leemos en la página 120: «Es el viejo chiste del agente inmobiliario de cuando las bromas eran legales: “Traiga a su mujer y negociamos”. Eso ya no volverá»; o en la 147: «A los hombres ya no se nos permite decir que simplemente nos gustan las mujeres». En la página 192: «Le he preparado el desayuno, que ha tomado solo (gachas de trigo, le gusta el feliz chef negro que sale en la caja, que, naturalmente, en estos tiempos que corren están retirando poco a poco)». Estas mismas ideas, las leí hace unos meses en Sale el espectro (2007), donde Philip Roth nos hablaba de la última etapa de la vida de su personaje Nathan Zuckerman.

 

Paul, el hijo varón superviviente de Frank, tiene cuarenta y siete años y ha enfermado de ELA, en su variedad más agresiva, la que hace que la degeneración muscular sea muy rápida y esté abocado a una muerte prematura. Frank, que aún trabajaba en Haddam unas horas a la semana como agente inmobiliario, a las órdenes ahora de su antiguo empleado, Micke Mahoney, convertido en millonario, ha pasado a ser el cuidador de su hijo.  Paul y Frank se han trasladado a vivir a Rochester, en el estado de Minnesota, para que Paul pueda ser atendido en la prestigiosa clínica Mayo, donde ha sido recomendado con Catherine, una doctora que Frank conoce desde 1983, y que era su joven amante en El periodista deportivo. En 1983, Catherine tenía veinticuatro años y ahora tiene sesenta. Frank y Paul viven, desde hace siete semanas, en una casa prestada por Mike Mahoney.

 

Como ocurría en los tres primeros volúmenes de la saga, la acción de Sé mía transcurre en unos pocos días, cuatro o cinco, que terminarán el día de San Valentín de 2019. También, como ocurría en el resto de novelas, la información que va a recibir el lector sobre la vida de Bascombe es mucho más amplia que la acumulada en esos pocos días, ya que, mediante el recurso de la analepsis, Bascombe repasará amplias zonas de su biografía; algunas conocidas por el lector de la serie, a las que se vuelve aportando más detalles, y otras nuevas. Como ocurría en Acción de gracias, al cuerpo principal de la novela le antecede un preludio y un epílogo –ambos titulados Felicidad– en el primero, Bascombe expone las circunstancias vitales de sus últimos dieciocho meses, y en el epílogo le explicará al lector cómo fue su vida en los meses posteriores a los acontecimientos narrados en las páginas centrales de la novela.

 

Frank ha tenido la idea de hacer un pequeño viaje desde Rochester (Minnesota) hasta el monte Rushmore (Dakota del Sur), para lo que su hijo y él han de alquilar una caravana. En gran medida, Sé mía es una novela de carretera. De hecho, Sé mía juega a repetir la estructura de El día de la independencia treinta y un años después. En El día de la independencia Frank iniciaba un viaje con Paul para visitar los Salones de la Fama deportivos y, de este modo, compartir con su hijo adolescente una experiencia puramente norteamericana que les permitiera acercarse y conocerse. Paul estaba pasando entonces por un momento vital complicado, ya que, a sus quince años, había intentado robar condones en una tienda y había agredido a la dependienta que trató de frenarle, lo que le iba a llevar a un juez de menores, además se había empezado a expresar mediante ladridos y relinchos. En la actualidad de 2019, Frank sigue teniendo problemas de comunicación con su hijo, quien ya ha abandonado su empleo de creador de tarjetas cómicas (como descubrimos en Acción de gracias) y se dedicaba a la logística humana (una especie de guarda de seguridad sin armas), antes de empezar a tratarse el ELA, trabajo que le fascinaba. Paul es un hombre de cuarenta y siete años con un sentido del humor peculiar y no siempre entendible por los demás, que en el pasado quiso ser ventrílocuo (su muñeco de madera viajará con ellos al monte Rushmore), pero que usaba a su muñeco para lanzar pullas a sus padres y que nunca consiguió hacerle hablar sin mover él su propia boca. Frank nos acabará confesando que no le acaba de caer bien su hijo, que fue un niño raro y que él y su mujer imaginaron que se volvería normal cuando creciera, pero que no llegó a ser así.

 

En 1954, Frank, a sus diez años, viajó con sus padres al monte Rushmore, y él quiere ahora repetir esta experiencia con su propio hijo, aunque las circunstancias sean muy distintas y la idea de que Frank va a tener que sobrevivir a la muerte de su segundo hijo planea sobre toda la novela.

Respecto al resto de la serie, Ford sigue jugando con las fiestas y estas tienen un significado y una evolución temporal, de forma simbólica, con distintas etapas de la vida. El periodista deportivo se articulaba alrededor de la Pascua, que se celebra a finales de marzo o principios de abril y en ese primer libro Frank tiene treinta y ocho años para cumplir treinta y nueve, lo que podría simbolizar el final de la primavera. En El día de la Independencia se evoca el 4 de julio, es verano y Frank tiene cuarenta y cuatro años y ha alcanzado la madurez. En Acción de Gracias, la fiesta evocada tiene lugar en noviembre y esta novela está llena de avisos de muerte, aunque Frank tiene solo cincuenta y cinco años. En Francamente, Frank nos acercamos a la Navidad, con un Frank de sesenta y ocho años, que ha dejado atrás su cáncer y tenemos aquí un libro melancólico, pero más luminoso que en el anterior. En Sé mía la fiesta evocada es la San Valentín, a mediados de febrero; por tanto, aunque se sobrepasa el fin de año, la lógica temporal de las fiestas se mantiene, y el paisaje de fondo es el de una gélida Minnesota, con nevadas y un gran frío invernal, que acaba actuando de modo simbólico sobre la situación vital de los personajes, ambos al final –posiblemente– de sus experiencias vitales. Sin embargo, en Acción de gracias, con un Frank de cincuenta y cinco años, había un aire de amenaza en la narración mayor que el que Ford ha plasmado en Sé mía, que es una novela más luminosa sobre la experiencia vital de sus protagonistas.

 

Richard Ford, como ya he hecho otras veces en su serie de novelas de Bascombe, va desgranando al personaje por partes; es decir, que Ford suele sorprendernos con una nueva faceta de la vida de Bascombe, que hasta entonces había permanecido oculta. Así, en este libro, me ha llamado la atención que Bascombe se había enamorado, en las semanas que llevaba en Rochester, de una mujer mucho más joven que él. Es esta parte de la novela particularmente patética y emocionante, y nos descubre la capacidad eterna de hacer el ridículo y autoengañarse de los hombres, a pesar de la edad, en busca del amor.

La descripción de las gentes y los lugares de Estados Unidos sigue siendo muy minuciosa, significativa y poética.

 

Me ha parecido detectar dos pequeños errores en la novela. En la página 56 leemos: «Ann es su madre, que murió hace dos años (…). La semana de San Valentín es el aniversario de su muerte» y en la página 64: «El octubre pasado se cumplieron dos años de la muerte de Ann». En la página 327 leemos: «hace dos noches, cuando estaba dormido frente al ordenador y Tiger ganaba su quinto Masters de Augusta.» Al buscar en internet descubro que Tiger Wood ganó su «quinto Masters de Augusta» el 14 de abril de 2019, y la trama está ubicada en febrero de ese año. A pesar de estos pequeños detalles, en realidad creo que Richard Ford está en plena forma y no tiene problemas para manejar la información que le ha dado al lector en las cerca de 2.000 páginas anteriores de la serie de Frank Bascombe y volver a evocarla con precisión y dibujando nuevos detalles.

 

Como ya he dicho, a pesar de la descripción de los síntomas y avances de la enfermedad de Paul, Sé mía es una novela menos oscura que Acción de gracias y Francamente, Frank; en esta última entrega, Bascombe se esfuerza por mirar el mundo con optimismo, en su búsqueda sin fin de la felicidad.

No es esperable ya que Richard Ford vaya a continuar con la serie de Frank Bascombe, y considero que este quinto libro es un magnífico broche a esta saga narrativa, que es una de las obras más importantes de la literatura en lengua inglesa de los últimos cincuenta años.