domingo, 19 de noviembre de 2023

Incierta gloria, por Joan Sales

 

Incierta gloria, de Joan Sales

Editorial Planeta. 696 páginas. 1ª edición de 1956

Traductor Carlos Pujol

 

En el canal de YouTube Totralibros, que lleva Jan Arimany, estuve viendo un vídeo titulado Top 20 de la literatura catalana, y me llamó mucho la atención que hablase de una novela sobre la guerra civil que no me sonaba de nada, Incierta gloria de Joan Sales (Barcelona, 1912 – 1983). La busqué en internet y la encontré en mi librería de segunda mano favorita de Madrid, Ábaco, por 9 euros, en una edición de tapa dura de Planeta, que además de la novela Incierta gloria (1956) también contiene El viento de la noche (1983), que es otra novela que actúa como segunda parte, o apéndice, de la primera.

 

Joan Sales fue soldado republicado, durante la guerra civil, y a su fin se exilió a República Dominicana y a México. Regresó a Barcelona en 1948, y fundó la editorial Club Editor, para publicar obras en catalán, que sigue existiendo. Fue el primer editor de libros tan significativos como La plaza del Diamante de Mercè Rodoreda o Bearn o La sala de las muñecas de Llorenc Villalonga. Con su novela Incierta gloria ganó el premio Joanot Martorell en 1955. El libro apareció en 1956 recortado por la censura. Sales lo fue corrigiendo y ampliando hasta llegar a su versión definitiva en los años 70. De hecho, al principio El viento de la noche formaba parte de Incierta gloria, pero esos capítulos fueron creciendo y tomó la decisión de que lo mejor era que se publicase como otra novela, aunque siguiera hablando de los personajes de Incierta gloria, unos veinte años después de haberse acabado la guerra.

 

La novela está dividida en tres partes. En la primera nos acercamos a la voz narrativa de Luis, un teniendo barcelonés de la república, destinado en un pueblo del bajo Aragón, que le escribe cartas a su hermano mayor Ramón, que es un religioso que se ocupa de personas discapacitadas. Las primeras cartas están fechadas en junio de 1937, cuando la guerra ya lleva un año de desarrollo. El lector va a leer estas cartas, que funcionan como si fueran las páginas de un diario, puesto que Luis no recibe respuesta y, por tanto, no hay interferencia en el flujo de información que recibe el lector. Uno de los temas sobre los que escribe Luis es sobre su amigo Julio Solerás, que se encuentra en el frente con él y que fue su compañero en la facultad de Derecho. Solerás es brigada de intendencia en la guerra, y es un personaje extraño, lleno de contradicciones y que continuamente parece querer epatar a su interlocutor, resultando, más de una vez, impertinente; aunque, a través de las palabras de Luis, el lector sabrá que es un joven que proyecta mucho magnetismo. Los dos, que tienen unos veinticinco años, se relacionan con Cruells, que tiene veinte, y que, antes de la guerra, era seminarista. Estos van a ser los tres personajes masculinos principales de la novela y comparten en su biografía una importante coincidencia: los tres son huérfanos de padre y madre, y se han criado con sus tías, en el caso de Solerás y Cruells, y con sus tíos en el caso de Luis. Luis ha tenido un hijo con Trini, aunque no están casados, algo raro para la época. Trini procede de una familia de anarquistas de Barcelona y, aunque Luis viene de una familia de militares y su tío dirige una fábrica de pastas, él ha preferido politizarse y renegar de sus orígenes burgueses. Además, Luis es un mujeriego y tratará de conquistar a una mujer llamada Olivela, que vive con sus hijos en un castillo de la localidad. Olivela era una sirvienta de la que se encaprichó el señorito en cuya casa trabajaba, y con el que llegó a tener hijos. Al comienzo de la guerra, los anarquistas mataron al marido, pero no a ella, precisamente por no estar casada. Sin embargo, este hecho martiriza a la mujer, que no quiere que sus hijos sean ilegítimos.

 

Durante más de cien páginas, aunque el escenario narrativo se encuentra en el frente, la acción de la guerra parecía alejada, y no se hablaba de ninguna batalla. Cuando ésta tiene lugar, Luis le contará a su hermano en sus cartas que casi no recuerda nada de las batallas, tan solo a reclutas llorando. Sin embargo, en relación a una batalla he leído una de las escenas que más me han impactado del libro: los republicanos atacan una trinchera nacional y, al verse superados, estos últimos se rinden. Un alférez nacional sale de la trinchera, con los brazos en alto, queriendo unirse en un abrazo fraternal con el enemigo que le ha vencido. El narrador (Luis), curtido en la guerra, lo ve con unos prismáticos, y piensa «Es el viejo truco que también nosotros hemos usado otras veces en idénticas circunstancias. Los míos tiran los fusiles para subir con los brazos libres, arrebatados de entusiasmo, recuerdo de pronto que son reclutas, que ignoran esos trucos tan sobados. (…) que sea tan profundo en nosotros ese deseo de ser hermanos y que lo utilicemos para matarnos más a mansalva…»

No había leído nunca nada así en un libro bélico e inmediatamente me ha parecido que tenía que ser real, que el propio Sales lo había vivido, porque como ficción resulta inverosímil. No me puedo imaginar una escena así en, por ejemplo, Salvar al soldado Ryan. Es una escena que alguien que escriba ahora una ficción sobre la guerra civil no habría podido inventar porque no resultaría creíble.

No niego que puedan existir grandes novelas históricas; de hecho, lo es una de mis favoritas, Guerra y paz de Lev Tolstoi. Pero hay escenas literarias y testimoniales que se introducen en los libros porque el escritor las ha vivido y le obsesionan; en caso contrario, no podría confiar en ellas, ya que resultarían no creíbles. Y por estos motivos, cuando me apetece leer ficción sobre acontecimientos históricos, prefiero la creado por autores que fueron testigos de los hechos, como es el caso de Incierta gloria de Joan Sales.

Es también una gran imagen la del convento del pueblo en el que los anarquistas han sacado a los muertos del cementerio y alguien –no está claro si han sido ellos también– han recreado en el altar una boda de momias. En gran medida esta primera parte, y el libro en general, es una crítica a los desmanes de los radicales de izquierdas, asociados al anarquismo, y sus asesinatos en la ciudad de Barcelona, una realidad que no les llegaba con mucho detalle a los soldados del frente. Sobre el ejército nacional se habla de un modo mucho más difuso y borroso. En toda la novela de Incierta Gloria no se nombra a Francisco Franco, y en El viento de la noche tan solo una vez.

 

En la segunda parte la narradora es Trini, la pareja de Luis, y también leeremos sus cartas. Es interesante el juego: las cartas de Trini que vamos a leer están dirigidas a Solerás, que le entregó el mazo a Luis, al final de la primera parte. Así que a estas cartas de Trini a Solerás, el lector se acerca sabiendo que las está leyendo Luis. Trini se siente un tanto abandonada por su pareja y está empezando a encontrar consuelo en Solerás, de quien es amigo desde la adolescencia, desde antes de conocer a Luis. La correspondencia desde el frente por parte de Solerás es mucho mayor que de parte de Luis. Las cartas de Trini nos llevan a la Barcelona de diciembre de 1936, y a través de ella conoceremos lo que ocurre en la ciudad durante este periodo convulso de la guerra. Hay algunos detalles que me han llamado la atención, como este apunte de la página 198: «Nunca había habido colas tan largas delante de las taquillas de los cines como desde que empezó la guerra.»

Trini tiene veintiún años y, aunque viene de una familia de anarquistas descreídos, justo en estos momentos de asesinatos de personas religiosas en la ciudad es cuando empieza a sentir fe y la necesitad de acudir a misas clandestinas y hacerse católica. Trini vive en un chalet de Pedralbes, que pertenecía a la fallecida madre de Luis.

Me ha gustado también la escena en la que Trini tiene que ir hasta los pueblos del interior de Cataluña para conseguir alimentos clandestinos y al volver en tren a la ciudad los tiene que tirar por la ventanilla porque en la estación se los pueden requisar, y saltar ella detrás. Pero los conductores de los trenes ya saben que sus pasajeros hacen esto y aminoran la marcha al ir a entrar a la estación central. Me ha sonado a detalle real de los tiempos de la guerra.

En esta parte, sobre a través de las opiniones del tío de Luis, que ha tenido que refugiarse en casa de Trini, se sigue criticando a los anarquistas y sus asesinatos de inocentes y destrucción de la industria catalana.

 

El narrador de la tercera parte es Cruells, que ya aparecía como personaje en la primera parte. En este caso Sales abandona el recurso de las cartas y se insinúa que Cruells está recordando (o tal vez escribiendo) sobre sus recuerdos de la guerra desde algún punto del futuro (aparece el año 1945), cuando ya ha vuelto al seminario y se ha convertido en sacerdote. Cruells recuerda, en gran medida, a Solerás, que se convierte en el cuarto personaje principal de la novela. Aunque Sales no le cede a él la palabra directamente, está muy presente en las narraciones de los otros tres personajes. «Era un chico extraño, abrupto, repelente y atrayente a la vez.», dice Cruells de Solerás en la página 327.

 

Como curiosidad, decir que en la página 330 parece encontrarse un dardo envenenado que le lanza Sales a posiblemente Ernest Hemingway y su novela Por quién doblan las campanas: «Los extranjeros de todo ese inmenso fregado van a sacar unas historias sensacionales de toreros y gitanas.» (pág. 330)

En la página 364 nos encontramos con una reflexión interesante: «En el frente no hay día en el que uno u otro no cambie de trinchera; pero es una corriente de doble dirección, eso es lo que no quieres comprender. Y de cada lado desertan por el mismo motivo: todos asqueados por los horrores de las retaguardias».

Cruells, del que ya dije que al incorporarse al frente era seminarista y que, tras acabar la guerra, será sacerdote es un personaje curioso, contradictorio; y muchas de sus reflexiones irán por este camino. De hecho, el propio autor era republicano, antifranquista y católico y plasmó sus inquietudes en Incierta gloria, una expresión que se repite en el libro, y que procede de un verso de William Shakespeare.

 

Más o menos, en la página 500 acaba Incierta gloria, y las 200 últimas páginas de este volumen corresponden a otra novela titulada El viento de la noche. Ya he comentado que, tras su primera aparición en 1956, Sales fue ampliando la novela. He leído que, al principio, la que iba a ser la novela El viento de la noche, donde el narrador vuelve a ser Cruells, empezó siendo unos capítulos sueltos de la tercera parte de Incierta gloria. Pero en las siguientes revisiones esos capítulos crecían hasta que Sales decidió que serían una nueva novela, que funcionaria como una suerte de segunda parte o apéndice de la primera, y que se publicaría como un libro independiente. De hecho, creo que ya no se comercializa esta edición que tengo yo donde las dos novelas se publican juntas, sino que los libros se han de comprar por separado. Seguramente leer El viento de la noche sin haber leído antes Incierta gloria no tenga mucho sentido. Y es cierto también que el magisterio de una gran novela como es Incierta gloria se pierde en El viento de la noche, una novela inferior a la primera y en que parece que Sales ya no tenía, en realidad, nada más importante que contar sobre sus personajes, pero, aun así, lo ha querido contar de todos modos. El tono de El viento de la noche es más alucinatorio, menos objetivo que el de Incierta gloria, y en esta novela Sales, a través de la voz narrativa de un Cruells cada vez más viejo, va recreando, en repeticiones y nuevos círculos concéntricos, los recuerdos de la guerra y la posguerra y nos contará qué hizo la vida con los personajes de la novela anterior.

 

No he hablado nada del estilo literario de Incierta gloria: me ha parecido que sin llamar especialmente la atención –el autor no usa potentes juegos metafóricos o el brillo de asociaciones de ideas brillantes– Sales construye su novela y su estilo con mucha sobriedad y acaba creando una novela muy sólida, que he disfrutado mucho.

Hasta ahora pensaba que Días de llamas de Juan Iturralde era la novela de la guerra civil que más me había gustado y, aunque es cierto que en ella se refleja mejor el miedo de la retaguardia, ahora considero que en mi imaginario Incierta gloria de Joan Sales ha ganado muchos enteros como la posible mejor novela sobre la guerra civil. En 2014 se tradujo al inglés y tuvo muy buena acogida crítica en Gran Bretaña. Hace poco se ha traducido también al chino. Incierta gloria es una grandísima novela de la literatura española del siglo XX y el hecho de haber sido escrita originalmente en catalán (traducida al castellano de forma estupenda por Carlos Pujol, por cierto) ha hecho que no sea tan conocida en el resto de España, que no es Cataluña, tanto como se merece.

 

6 comentarios:

  1. Yo leí, antes de que tú lo comentases, Diario en Llamas, gracias a Alberto.Olmos y se lo agradezco muchísimo, después de aburrirme con tropecientas novelas sobre la guerra civil.
    Además lo leo habitual en El Confidencial.

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    1. Yo también leí Días de llamas gracias a un artículo de Alberto Olmos.

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  2. A ti te leo y sigo durante siete años.
    Háblanos de.Juan Benet......







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  3. Y mi nombre es Matías Vicente Mulero y me gusta leer....todo lo que recomienda Tongoy....

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  4. Hola, David. También ayudó al rescate de Sales, creo, la película que hicieron hace unos 5 o 6 años sobre Incierta gloria. Es una perspectiva interesante y distinta la de Sales: si bien es la de los derrotados, no es la mirada del republicanismo de izquierdas a la que estamos habituados, sino la de un republicano católico y, según entiendo, luego de su conversión más bien cercano a la CEDA.

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    1. Me hablaron de la película, ahora que he leído el libro, pero no recuerdo haberme enterado de su estreno, en su momento.

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