domingo, 13 de noviembre de 2022

El lugar y Una mujer de Annie Ernaux


El lugar
y Una mujer, de Annie Ernaux

Editorial Tusquets y Cabaret Voltaire. 101 y 108 páginas. 1ª edición de 1983 y 1987.

Traducción de Nahir Gutiérrez y Lydia Vázquez Jiménez

 

En 2021, cuando se anunció que el nuevo premio Nobel de literatura era el tanzano Abdulzarak Gurnah, me quedé tan sorprendido como imagino que le ocurrió a la mayoría de las personas del mundo hispano, puesto que casi todos desconocíamos el nombre de este autor. Cuando el 8 de octubre de 2022 se anunció que el premio Nobel era para Annie Ernaux (Normandía, Francia, 1940) sí sabía, esta vez, quién era, pero no había leído ninguno de sus libros. Sabía que estaba incluida en la corriente literaria de la autoficción y que muchas mujeres escritoras, a las que sigo en las redes sociales, la ensalzaban como un icono del feminismo. Me pareció una buena idea pasarme por la biblioteca de Pueblo Nuevo al salir del trabajo, la tarde de ese 8 de octubre, para ver qué libros tenían de Arnaux. Encontré cinco, y los saqué todos. Eran El lugar (1983), Una mujer (1987), El acontecimiento (2000), No he salido de mi noche (2016) y Memoria de chica (2016).

 

Decidí leerlos en orden cronológico. Así que empecé con El lugar. La novela empieza contando un hecho en apariencia trivial: la narradora se está enfrentando a sus exámenes prácticos de aptitud pedagógica para convertirse en profesora de instituto.

«Mi padre murió exactamente dos meses después», leemos en la segunda página, tras narrar la escena anterior. A partir de aquí, la escritora va a mostrarnos el entierro del padre, y desde ahí viajará al pasado para reconstruir su vida, desde que él era un niño, desde antes de tener impresiones propias sobre él.

Desde las primeras páginas de este primer libro, el lector tiene la impresión de que en la narración de Ernaux no existe distancia entre narradora y autora. No sé si Ernaux se inventará algo, pero el lector lee sus libros como si, en todo momento, hablara de distintas facetas de su vida y de la de sus familiares.

Los padres regentaban un café en un pueblo de la región de Normandía, de donde es originaria la familia. Las personas de buen nombre del barrio no fueron al entierro del padre, nos dice en la página 17. El tema de las clases sociales y sus implicaciones (cuando escribo esta reseña ya llevo leídos cuatro de los cinco libros de la biblioteca) es determinante en la obra de Ernaux.

 

«Quería hablar, escribir sobre mi padre, su vida, y esa distancia que surgió durante mi adolescencia entre él y yo. Una distancia de clase, pero especial, sin nombre. Como el amor dividido.» (pág. 20) Por lo que he leído sobre Ernaux sobre este tema de la distancia de clase que surgió entre sus padres y ella, cuando se convirtió en estudiante universitaria, versaba su primera novela, titulada Los armarios vacíos (1974). Es normal en la obra de Arnaux que se repitan escenas de un libro a otro, pero que en cada uno se centre en un tema concreto, en una de las partes de su vida.

Como vemos, a través del párrafo que he señalado más arriba, también es normal encontrarnos en sus novelas anotaciones metaliterarias, en las que la autora reflexiona sobre el propio impulso de la escritura. «Poco después me doy cuenta de que la novela es imposible. Para contar una vida sometida a la necesidad no tengo derecho a tomar, de entrada, partido por el arte, ni a intentar hacer algo “apasionante”, “conmovedor”. Reuniré las palabras, los gestos, los gustos de mi padre, los hechos importantes en su vida, todas las señales objetivas de una existencia que yo también compartí.» (pág. 20)

 

«Al escribir se estrecha el camino entre dignificar un modo de vida considerado inferior y denunciar la alienación que conlleva.», esta frase de la página 48 bien podría tomarse como el lema, o la intención narrativa, de este libro o de toda la obra de la autora.

En El lugar la escritora dice que la familia vivía en Normandía, en el pueblo de «Y.» y, en otras novelas, esta sigla nos muestra a Yvetot.

 

«Escribo, quizá porque no teníamos ya nada que decirnos.» (pág. 74). El padre se queda fascinando cuando ve a su hija hablando en inglés con unos turistas. Le parece increíble que haya podido hablar un idioma sin haber viajado al país en el que se habla. La cultura de la que se va a apropiando Annie Ernaux va creando una diferencia de clase entre su padre y ella. Su padre empezó de niño trabajando en una granja, a principios del siglo XX, (nació en 1899) y de ahí pasó al entorno de las fábricas, hasta que pudo convertirse en tendero (el café que regentaba también era una tienda).

 

El estilo de Ernaux es descarnado, y aparentemente sencillo, pero esta «sencillez» no implica simpleza, sino un deseo escarbar en la esencia de lo que quiere contar hasta dejarlo en el hueso narrativo. Las novelas de Ernaux son cortas, apenas llegan a las cien páginas de letra grande. Se leen en un rato. Me llama la atención que casi nunca se detiene a contar anécdotas concretas, sino que levanta acta notarial de acontecimientos del pasado sin tratar de ser, como ella misma afirmaba en una cita que he recogido más arriba, “apasionante” o “conmovedora”. Pero esto no implica que no acabe siendo “conmovedor” lo que cuenta, porque las escenas que dibuja sí tienen fuerza y poesía. 


 

Tengo la impresión de que sus libros ganan al leer varios de ellos seguidos. Así que justo al acabar El lugar empiezo con Una mujer (1987), publicado cuatro años después de El lugar. Son la cuarta y la quinta novela de la autora. Enseguida compruebo que Una mujer tiene la misma estructura que El lugar: empieza hablando de la muerte de la madre, de ahí nos narra el entierro y, luego, pasa a la reconstrucción de su vida. Este planteamiento inicial me atrae. Me gusta la idea de que la autora me hable de la figura de su padre y luego de la de su madre.

Nos encontramos con la misma voz narrativa sin fisuras entre las dos obras, y aquí se acrecienta mi sensación de encontrarme ante una narrativa puramente autobiográfica. Lógicamente, algunos de los datos o acontecimientos narrados van a ser los mismos, pero Ernaux consigue evitar las confluencias, evitar contar lo mismo dos veces, y cuando algún dato coincide (traslado de un pueblo a otro, por ejemplo) cuenta anécdotas diferentes o pone el foco de su narración en aspectos diferentes.

 

A diferencia del padre, cuya muerte es más repentina, fruto de un infarto en 1967, a la edad de 68 años, la madre ‒siete años menor que el padre‒ va a sufrir un periodo de degeneración física, con enfermedad de Alzheimer, y morirá en una residencia, tras un periodo de desorientación, en el que ya no reconoce a su hija o a sus nietos. Ahora la ciudad de «Y.» de El lugar pasa a ser Yvetot.

En la página 22 leemos: «Mañana hará tres semanas que tuvo lugar la inhumación. Solo anteayer conseguí sobreponerme al terror de escribir en lo alto de una hoja en blanco, como un principio de libro, no de carta a alguien, “mi madre murió el lunes 7 de abril”.», así que de nuevo tenemos aquí reflexiones metaliterarias, en las que la narradora nos habla de cómo surgió el primer impulso para escribir el libro que en el lector tiene en las manos.

«Voy a seguir escribiendo sobre mi madre. Es la única mujer realmente importante en mi vida y estaba demente desde hacía dos años. Quizás haría mejor en esperar a que su enfermedad y su muerte se fundan en el curso pasado de mi vida, como ha sucedido con otros acontecimientos, con la muerte de mi padre y la separación de mi marido, para tener esa distancia que facilita el análisis de los recuerdos. Pero en este momento no soy capaz de hacer otra cosa.» (pág. 23)

«Lo que espero escribir de manera más justa se sitúa sin duda en la intersección de lo familiar y lo social, del mito y la historia.», leemos en la página 24, y puede, de nuevo, ser tomada esta frase como un lema de las intenciones narrativas de la autora. En la solapa de su novela El acontecimiento se recoge una cita del también escritor francés Emmanuel Carrère: «Admiro la manera de narrar que Ernaux ha inventado, mezclando autobiografía, historia y sociología.» Creo que Carrère capta la esencia de la novelística de Ernaux bastante bien. La autora no se limita a indagar en su pasado para extraer de él un significado personal que, quizás, se convierta en universal, sino que también analiza el entorno en el que han crecido los personajes, en este caso sus padres, que quiere retratar.

 

Al igual que en El lugar, en Una mujer, Ernaux también recoge expresiones hechas que usaban sus padres, y que pertenecen al habla colectiva de la región de Normandía de la que proceden, y esto marca una distancia con el lenguaje culto francés. En la primera novela estas frases estaban señaladas con letra bastardilla y en la segunda mediante comillas.

Además del tema social de Un lugar, se une aquí el análisis del machismo de la época. En la página 34 leemos: «Pero en una época y en una ciudad pequeña donde lo esencial de la vida social consistía en saber lo más posible sobre la gente, donde se ejercía una vigilancia constante y natural sobre la conducta de las mujeres, no había otra alternativa que verse atrapada entre el deseo de “aprovechar cuando eres joven” y la obsesión de que “te señalen con el dedo”. Mi madre se esforzó por adecuarse lo más posible al juicio más favorable sobre las muchachas que trabajaban en una fábrica: “obrera pero seria”, practicando la misa y los sacramentos, el pan bendito, bordando su ajuar con las monjas del orfanato, no yendo nunca al bosque con un chico.»

En la página 37, la madre conoce al padre, y se resume un poco la información ya suministrada al lector en Un lugar, que yo tenía muy reciente. Los padres se casarán en 1928.

La madre le pegaba tortas con facilidad, pero a los cinco minutos la estrechaba entre sus brazos. Sobre esto escribe: «Intento no considerar la violencia, los desbordamientos de la ternura, los reproches de mi madre como simples rasgos de su personalidad, sino situarlos también en su historia y condición social. Esta forma de escribir, que me parece ir en el sentido de la verdad, me ayuda a salir de la soledad y la oscuridad del recuerdo individual, por el descubrimiento de un significado más general.» (pág. 54)

A diferencia del padre, la madre de Ernaux sí leía y se preocupaba por la cultura, así que cuando Annie puede ser estudiante, siente que la diferencia con su madre no es tan grande como con su padre, aunque a veces la madre se queja de los «privilegios» a los que ha podido aspirar la hija gracias a sus sacrificios. «En ciertos momentos, tenía en su hija, frente a ella, a una enemiga de clase.» (pág. 67). Esto ocurre cuando la hija entra en la adolescencia y empieza a identificarse con los artistas malditos.

 

«Entre las clases en el instituto de montaña a cuarenta kilómetros, un hijo y la cocina, me convertí enseguida en una mujer que no tiene tiempo.» (pág. 74), los roles machistas también persiguen a la hija, una generación después.

 

«En 1967, mi padre murió de un infarto en cuatro días. No puedo describir esos momentos porque ya lo he hecho en otro libro, es decir que nunca habrá otro relato posible, con otras palabras, con otro orden de las frases.» (pág. 75). Ese libro es El lugar, por supuesto.

 

En la página 93 se muestra ya el título del que va a ser otro de los libros de la autora: «Querida Paulette, no he salido de mi noche», cuando se describe ya el proceso degenerativo provocado en la madre por el Alzheimer en No he salido de mi noche.

 

Como había supuesto al principio, la obra de Annie Ernaux se me ha hecho más interesante al leer estos dos libros seguidos. La misma voz narrativa nos habla de la vida del padre y luego de la madre. Son dos novelas cortas que se complementan muy bien, y que, en realidad, acaban siendo una sola. Biografía y sociología se han mezclado de un modo muy interesante. Ha he leído El acontecimiento y también me ha gustado mucho.

 

2 comentarios:

  1. Me voy a guardar esta entrada. No he leído nada de ella y a mi también me gusta leer la obra de un autor por orden cronológico. Un saludo

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