domingo, 7 de agosto de 2022

Soy un gato, por Natsume Soseki

 


Soy un gato, de Natsume Soseki

Editorial Impedimenta. 646 páginas. 1ª edición de 1905, ésta es de 2010.

Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Córdoba

 

Después de leer tres libros casi seguidos de Kenzaburo Oé, me apeteció seguir con escritores japoneses. En la lista que elaboré, Natsume Soseki (Tokio, 1867 – 1916) ocupaba un puesto importante, ya que se trata de uno de los autores más reputados y leídos de Japón. Además se considera que introdujo a su país en la modernidad literaria. De hecho, como ocurrió con Benito Pérez Galdós en España, en los billetes de 1.000 pesetas, el rostro de Soseki ha aparecido durante muchos años en los billetes de 1.000 yenes.

 

«Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre.» es la primera frase del libro. Este gato anónimo va a ser el particular narrador de la novela, que inicialmente se publicó por entregas en una revista satírica. El gato nos va a empezar contando cómo llega a la casa del maestro Kushami, una familia de clase media compuesta por el maestro, su mujer y dos niñas pequeñas. En la casa también vive (o trabaja) la sirvienta Osan, con la que el gato no acabará nunca de llevarse bien, porque a ella no le gusta él.

El maestro va a recibir en su casa a diversos visitantes. Uno de ellos es Meitei, que es propenso a tomarles el pelo a los demás, haciéndoles creer historias inventadas. Otros es Kangetsu, que es más joven que los dos anteriores, y fue alumno de Kushami. En el presente narrativo de la novela, Kangetsu está haciendo un doctorado en la universidad de ciencias Físicas, donde principalmente se dedica a pulir bolas metálicas, tarea que puede llevarle años hasta que consiga su deseado título de doctor. A Kangetsu también le ha salido una oportunidad matrimonial con la hija del señor Kaneda, un acaudalado hombre de negocios. Kushami desprecia a los hombres de negocios, ya que se considera a sí mismo un intelectual. Y este desprecio ‒y las venganzas que propiciará por parte de Kaneda‒ va a generar algunas de las escenas cómicas de la novela. De telón de fondo histórico, tenemos la guerra ruso-japonesa, que tuvo lugar entre 1904 y 1905, y terminó con victoria japonesa.

 

Soseki quiso realizar en esta obra inaugural una crítica social a la era Meiji, que abarca desde 1868 hasta 1912, un periodo que casi coincide con su vida. Este periodo histórico de Japón se caracterizó por la modernización del país y también por su occidentalización. Soseki mantuvo una relación ambigua con Occidente, puesto que él estudió en la universidad Lengua Inglesa, y conocía la cultura británica y su literatura, pero también era un gran admirador de la poesía tradicional china y de los haikus, los poemas breves japoneses. En 1900 el gobierno japonés le concedió una beca y pasó tres años en Londres. En Inglaterra sufriría muchos choques culturales y soledad. Fue un periodo de su vida en el que principalmente estuvo en bibliotecas públicas, leyendo a autores ingleses, que acabaron influyendo en su obra, como Laurence Sterne con su novela Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy, que se cita en Soy un gato.

 

Principalmente el gato nos mostrará las conversaciones que el maestro tiene con sus amigos. En más de un caso, son conversaciones extensísimas, que se adentran en el absurdo. Un efecto, este de reflejar el absurdo, que busca la comicidad. También estas conversaciones muestran el conservadurismo de los personajes, que temen que las nuevas generaciones de japoneses pierdan las costumbres de sus antepasados y el respeto a los demás. «Al final puede que la sociedad entera no sea más que una especie de congregación de lunáticos, formada por miles de chalados, cada uno con su obsesión particular.» (pág. 487) o «Entre los humanos hay un dicho: “Amarás a tu prójimo mientras puedas sacar provecho de él.”» (pág. 434)

 

Más que las páginas que recogen las conversaciones entre los personajes humanos, me gustan aquellas en las que se muestran las andanzas del gato, que visita a otros gatos del vecindario, o se adentra en la casa de Kaneda, el enemigo de su dueño, para averiguar cómo vive. También habrá un día en el que seguirá al maestro hasta unos baños termales y nos mostrará cómo son. Sin embargo, la mayoría de las páginas reflejan las conversaciones que el maestro mantiene con sus visitas, y diría que muchas de ellas sobran, porque las bromas sobre el absurdo de la realidad se alargan de forma innecesaria, sin asomo de tensión narrativa.

 

Me gusta el episodio en el que se narran los conflictos que el maestro tiene con los estudiantes adolescentes de un colegio cercano que, de forma continua, se cuelan en su jardín y que, además, disfrutan provocándole para que se salga de sus casillas. Aquí Soseki hace una simpática crítica de costumbres sobre la mala educación de los jóvenes y la terquedad y simpleza del maestro. En realidad, en la figura del maestro Kushami, Soseki se está burlando de sí mismo. Los dos comparten algunas características, como la de ser maestros de inglés, o la de lucir un gran mostacho. También el maestro está aquejado de dispepsia (o dolor de estómago), unos dolores que debían acompañar al autor, ya que murió en 1916, a los cuarenta y nueve años, por una úlcera de estómago.

Este capítulo, en gran medida, queda desvinculado de la estructura general de la novela, como si se tratase de una novela dentro de la novela, con su particular estilo narrativo. En realidad, Soy un gato parece un banco de pruebas para el narrador que será más tarde Soseki.

 

Hay momentos en los que parece que Soseki se olvida de que el narrador de la historia es el gato, y el lector tiene la sensación de estar leyendo una novela omnisciente, ya que nuestro gato sin nombre es capaz de citar a Balzac o a los clásicos griegos, en sus reflexiones, en sus ligeras críticas a la condición humana. De hecho, es asombrosa la influencia de la cultura clásica europea sobre Japón, o al menos sobre el Japón que Soseki refleja en esta novela. En algún momento, pensaba que a pesar de que el lector tiene que hacer el pacto con el autor de que el narrador de la historia es un gato, que puede reflejar las conversaciones humanas, puede leer cartas o diarios y tiene el discernimiento suficiente como para juzgar a los humanos, este gato hacía reflexiones que no justificaba su experiencia vital «como gato doméstico». Por ejemplo, en la página 347 empiezan siete páginas en las que el gato describe la historia del vestido moderno que, para mí, simplemente sobraban en la novela. Creo que el propio Soseki, en algún momento de la escritura del libro, se da cuenta de este problema de verosimilitud del que estoy hablando, y en la página 488 el gato dice: «Poseía, por ejemplo, el don de adivinar los pensamientos  de la gente. ¿De dónde me venía este don? No merece la pena romperse la cabeza para hallar la respuesta. El hecho indiscutible es que poseía esa cualidad, y punto.»

 

El gato también nos expone reflexiones metaliterarias, y se dirige a «sus lectores» o en la página 225 dice: «Soy partidario del estilo descriptivo y realista de la literatura.» o en la página 417: «Constituye la esencia del carácter del maestro, y es su peculiar carácter el que le ha convertido durante estos meses en un conocido personaje de una novela cómica por entregas».

 

Como curiosidad me gustaría apuntar que Soy en gato está publicado ahora mismo en España en tres editoriales, con tres traductores diferentes (Trotta, Alianza e Impedimenta). Yo solo he leído la traducción de Impedimenta y me parece un gran trabajo, pero tengo la sensación de que la belleza de su portada ha contribuido en gran medida a su éxito comercial. Una compañera del colegio en el que trabajo me vio con el libro y me dijo que ella lo había leído. Lo había comprado por la portada y porque es amante de los gatos. A ratos la lectura le aburrió, me contó, pero luego cerraba el libro, miraba la portada y seguía.

 

Como ya he apuntado, creo que Soy un gato es una novela simpática, con momentos brillantes, pero a la que le sobran páginas; sobre todo, aquellas en las que las conversaciones entre el maestro y sus amigos se alargan sin fin. A veces, también, hay hilos narrativos que se agotan enseguida y quedan inconclusos. Todo esto muestra que Soseki escribía su novela por entregas a impulsos variables, sin pensar de forma precisa en una estructura narrativa clara. Mientras escribo esta reseña, estoy acabando Botchan, la segunda novela de Soseki, que se publicó en 1906, y que me está gustando bastante más. Ya hablaré de ella.

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