domingo, 16 de julio de 2017

Ni temeré las fieras, por Miguel Salas Díaz

Ni temeré las fieras, de Miguel Salas Díaz.
Editorial Salto de Página. 214 páginas. 1ª edición de 2017.

Conocí a Miguel Salas Díaz (Madrid, 1977) en la Feria del Libro de Madrid hace dos años. Acabamos tomando algo, junto con otras personas vinculadas al mundo del libro, en el Barandana, un bar de Retiro que queda cerca de mi casa. Miguel también vivía cerca (somos vecinos) y me ha hecho gracia leer ahora, en la nota final del libro, que éste había sido escrito en cafeterías de Taichung, Ferrol y en el propio Barandana.

En mayo, Miguel leía microrrelatos en el bar-librería Vergüenza ajena, y me pasé por allí para escucharle y tomar algo con él, con su editor ‒Pablo Mazo‒, y otros autores de Salto de Página como Francisco Bescós. Al final de la noche me compré el libro de Miguel y pude llevármelo firmado. Sé que Pablo Mazo me lo habría enviado a casa para que lo comentara, pero yo estaba en el Vergüenza ajena, me lo había pasado bien y me gusta contribuir a la buena marcha de las librerías y el negocio editorial. Soy un neokeynesiano del mundo literario.

Miguel Salas es doctor en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada, y trabajó como lector de español en la Universidad L´Orientale de Nápoles. Esta experiencia le ha servido como sustento corporal de su primera novela, puesto que su protagonista, el gallego Roberto Reigosa, ha estudiado también literatura en la universidad de Santiago de Compostela, y se traslada a Nápoles para trabajar como lector de español en L´Orientale. Aunque Salas ha nacido en Madrid, ha vivido mucho tiempo en Ferrol, su familia es de allí, y él se considera gallego.

La novela está contada por la voz narrativa de Roberto, que ‒aunque la descripción de escenas es muy viva, con profusión de diálogos en español o italiano‒ más de una vez nos recordará que está evocando una historia del pasado y que lo narrado sucedió hace ya un tiempo (en la primavera de 2003). Así, leemos en la página 7 (primera del libro): «Podría decirse, a la luz de lo sucedido después, que desde el primer momento comprendí que aquella llamada de teléfono cambiaría mi historia para siempre.»

Roberto, de unos veinticinco años, llega a Nápoles en un momento en el que siente que su «vida estaba al borde del abismo, tan dispuesta al cambio, tan madura y repleta de jugo» (pág. 7). En cierto modo, quiere retomar la relación que tuvo con Maddalena en Santiago de Compostela y alejarse de Iria, su novia de toda la vida, de su misma aldea gallega, a la que ha engañado con Maddalena, pero que no se siente con fuerzas para dejar.

La novela empieza con un gran sentido del ritmo, dibujando escenas rápidas y repletas de diálogos, en español e italiano (las frases en italiano se suelen entender, aunque no del todo, y esto consigue trasmitir al lector la confusión del recién llegado al país extranjero del que desconoce el idioma), donde prima el reflejo narrativo de los encuentros de Roberto con distintos personajes (procedentes de la universidad, de las posibles casas que visita para compartir una habitación, o los locales en los que toma té y no café…).

Al principio pensaba que la novela iba a ser una comedia amorosa, porque además del triángulo Iria-Roberto-Maddalena, también se le insinúa al protagonista la bella Valentina, de treinta y cinco años (y por tanto una mujer madura para el joven Roberto), que va a ser su jefa en el departamento de Lengua Española de la universidad.
Los encuentros descritos con los diferentes personajes que conoce Roberto, durante sus primeros días en Nápoles, siempre resaltan sus peculiaridades, que parecen algo exageradas para resaltar el lado excéntrico y cómico de sus personalidades. Entre el elenco de nuevos conocidos que aparecen en su vida, podemos destacar a Michele Bellini, un anciano que luchó en la Guerra Civil española del lado franquista y luego a favor del fascismo italiano. Roberto se hará amigo de su hijo Jacopo (que habla perfectamente español, puesto que su madre lo era), gracias a un libro de R. L. Stevenson.

En el tono de comedia inicial (presentación de amoríos y personajes peculiares) se van filtrando apuntes más siniestros, como la contemplación ‒en las primeras páginas‒ del apuñalamiento en la calle de un hombre. La camorra domina la ciudad y ésta (además del sentimiento religioso, en muchos casos supersticioso) es una cara que se le muestra a Roberto desde el principio.
Cuando pensaba, al principio, que Ni temeré las fieras (el título está tomado de un verso de San Juan de la Cruz) iba a ser una comedia romántica, su tono de opereta italiana me estaba recordando al que usa el escritor siciliano Gesualdo Bufalino en Argos el ciego. Quizás sentía esa afinidad por la cercanía geográfica entre Nápoles y Sicilia, pero el tono empleado por Miguel Salas, juguetón y burlesco, me estaba recordando al del treintañero Bufalino en aquella novela de amoríos y roces de ciudad pequeña, donde también se encontraba la mafia de fondo. Sin embargo, más tarde, la novela de Salas empieza a tomar otro sendero: Roberto será testigo de un doble asesinato y su vida y la de sus amigos empezará a correr peligro, llevando a Ni temeré las fieras por los caminos del thriller: «No tenía la cabeza puesta en la lectura, sino en todo aquel embrollo incomprensible de mafiosos, atracos, teléfonos bumerán y mutilaciones salvajes en que se había convertido mi vida», leemos en la página 141.

Hacia la mitad de la novela, el lector debe aceptar un pacto con el escritor: el lector sabe que Miguel Salas ha estado en Nápoles, trabajando de lector en la universidad, y que más de una de las escenas descritas en su libro deben estar basadas en situaciones que vivió allí; lo que el lector no imagina es que se viera envuelto en una serie de asesinatos. ¿Qué habría hecho una persona real en el caso de saber que es perseguido por peligrosos criminales que le quieren eliminar por ser testigo de un doble asesinato y que no puede fiarse de la policía, posiblemente corrupta? Lo más normal es que hubiera abandonado Nápoles a bastante velocidad. Pero Roberto se queda allí y se involucra hasta el fondo en los acontecimientos azarosos y turbios en los que se ve envuelto. El escritor le pide, entonces, al lector, hacia la mitad de la novela, que se siente con él y que firmen los dos un pacto sobre el concepto de verosimilitud en la ficción. El lector está contento, leyendo la novela, y los personajes propuestos le parecen atractivos, así que decide firmar. Es una buena elección, porque la novela sigue avanzando a buen ritmo y sigue siendo (pese a haber mutado, en parte solamente, de comedia a thriller) muy entretenida.
Para firmar el pacto comentado, el lector debería recordar que el nexo de unión entre Roberto y la familia Bellini (padre e hijo), es el libro de Stevenson que el hijo estaba leyendo en el momento de conocerse. Stevenson es la clave, puesto que al final Ni temeré las fieras es una novela de aventuras, en la que un joven tendrá que atravesar varios trances (amorosos o violentos) para convertirse en adulto.
«Todo relato ha de resolver una incógnita, y don Michele es el misterio central de este que toca a su fin y en el que yo solamente fui ‒ahora lo comprendo‒ un personaje secundario; ayudé, sin pretenderlo, a precipitar una tragedia que tuvo su origen en una lejana guerra y llevaba décadas gestándose», leemos en el epílogo del libro.

Miguel Salas ganó en 2011 el premio Hiperión con el poemario Las almas nómadas y en 2007 el Premio de Arte Joven de la Comunidad de Madrid con el poemario La luz. Ni temeré las fieras es su debut en la novela. El pasado de poeta de Salas se aprecia sobre todo en las descripciones atmosféricas de Nápoles, destacando las apreciaciones sobre los cambios de la luz.

Con Ni temeré las fieras, desde la comedia de enredos amorosos y el thriller sobre la camorra italiana, Miguel Salas ha escrito ‒apelando a la felicidad del narrador stevensiano que todo escritor debería llevar dentro‒ una entretenida y meritoria novela de aventuras.

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