domingo, 15 de enero de 2012

Todo Paracuellos, por Carlos Giménez

Editorial De bolsillo. 607 páginas. 1ª edición de 1977-2002, ésta de 2007.
Prólogo de Juan Marsé.

Ya de adulto, de vez en cuando, y sobre todo alentado por mi novia, que es fan del género, leo cómics. Me gustan dibujantes (o escritores de guiones) como Robert Crumb, Harvey Pekar, Daniel Clowes o Chester Brown.
Y alguna vez también, hace algunos años (pero siendo ya adulto) he vuelto a leer, al venderse con el suplemento de un periódico, más cómics de, por ejemplo, Superlópez el personaje de Jan, que me encantó en la infancia, pero tuve la mala suerte de que me pilló ya al final de mi etapa de lector de tebeos (entonces a los cómics los llamábamos tebeos) y sólo pude disfrutar de los 8 primeros números o así. Luego me pasé a las novelas.

De hecho, imagino que como casi para cualquier lector de literatura en España, yo me inicié en la lectura gracias a los tebeos. Recuerdo la expectación generada por los Don Miki que me compraba mi abuelo en un kiosco los domingos, cuando iba a visitarle los fines de semana. Todavía, después de 30 años, me acuerdo de bastantes de las historietas de aquellos tebeos. Y un poco más tarde me acerqué a los tebeos de Zipi y Zape de Escobar, o a los de Mortadelo y Filemón de Ibáñez. Me recuerdo con mis amigos del barrio rebuscando en la pila de Mortadelo y Filemón que tenían en un kiosco cercano para selección los álbumes que traían historias largas, que preferíamos a las cortas (y de aquí viene el interés posterior por la novela frente a los relatos, una tendencia que he conseguido subvertir con los años); y podría hablar también de los libros de tapa dura con 10 historia de 30 páginas, que se llamaban Grandes novelas ilustradas, que fueron mi primer acercamiento a autores como Julio Verne, Emilio Salgari o Charles Dickens.

Y además de estos ocasiones cómics de adultos citados, también veo bastantes películas y me he aficionado en los últimos años a las series (entre mis preferidas se encuentra A dos metros bajo tierra y The wire). Y en algún momento he pensado en hablar en el blogs también de estas aficiones, pero me he contenido, y lo he dejado sólo para los libros. Entre el trabajo, corregir exámenes, leer, escribir y relacionarme con los demás no me queda tiempo para escribir más de una entrada en el blog a la semana.

Pero hoy quería hablar de este cómic que he leído, Todo Paracuellos, del dibujante Carlos Jiménez (Madrid, 1941), porque su lectura me ha subyugado y la mirada del autor sobre la realidad me ha parecido profundamente literaria, y quería compartir este descubrimiento con otros posibles interesados que desconozcan esta obra. Lectores, que como yo (a no ser que vaya acompañado por mi novia, aficionada al género), que al entrar a una librería suelen obviar la sección dedicada al cómic, y que, de este modo, están ignorando la existencia de una de los obras literarias más hondas y emocionante que ha dado la narrativa española de las últimas décadas: Todo Paracuellos.
Yo he conocido este libro gracias al intercambio de cómics del que he sido intermediario entre mi novia y un compañero del colegio donde trabajo, el profesor de plástica, pintor y escultor. Mi novia le dejaba dos libros, uno de Chester Brown y otro de Daniel Clowes y mi amigo del trabajo le dejaba este de Carlos Giménez, que acabé leyendo yo también.

Todo Paracuellos reúne 6 álbumes, que se podrían separar en dos etapas, una que va de finales de los años 70 del siglo XX hasta los primeros 80, y otra del 97 al 2003. Y recoge la experiencia del autor en los diferentes Hogares del Auxilio Social franquista por los que pasó. Todas las anécdotas contadas, nos explica Giménez en el prólogo que escribe para esta edición, están basadas en experiencias propias o en las de compañeros de clase de esos Hogares del Auxilio Social en los que estuvo, y de los que Paracuellos sólo era uno de ellos. Ya de adulto, Carlos Giménez se reúne con compañeros de esos Hogares y al amparo de unas cervezas o unas copas empiezan a hablar de sus recuerdos. Aparecen motes e historias que se van grabando en cintas de casete, y de los recuerdos así registrados Giménez va elaborando sus guiones y dibujos.

Dos son los ejes que mueven los recuerdos de Giménez y sus amigos: el hambre y la violencia; y estos dos temas son los motores absolutos que mueven este libro de 600 páginas, y que  de forma cruda retrata una época de nuestra historia reciente.

Las primeras historietas son cortas, de 4 páginas; imagino que Giménez se tenía que adaptar al espacio cedido por la revista en la que empezó a publicar a finales de los 70. Revista que sufrió algún atentado terrorista y colaboradores como Giménez más de una amenaza de muerte por parte de la extrema derecha.

Todas las historias del libro empiezan y acaban igual: con unos muros -vistos desde fuera- que enmarcan el espacio físico donde se va a desarrollar la historia. Y además en las primeras tiras, la primera viñeta viene acompañada del nombre del Hogar donde ocurrió aquello y la fecha; y en más de una de estas viñetas iniciales y finales, a veces  intercaladas, aparece el símbolo de la Falange: un puño que sostiene las flechas que van a atravesar al dragón del hambre. En una de las historietas los niños del Hogar se interrogan por el significado de ese dibujo, y al final parecen ser ellos los dragones famélicos en los que se van a clavar el hambre de esas flechas del puño de Falange.

Si bien el espacio físico es el de unos 9 Hogares de Madrid y alrededores, la época es la de finales de los años 40 y principios de los 50 del siglo XX. En los Hogares del Auxilio Social no sólo ingresaban niños huérfanos, en muchos casos estos niños son sólo huérfanos de padre o de madre, o en otros casos alguno de sus padres está en la cárcel o simplemente sus padres son tan pobres que no se pueden ocupar de ellos y los confían a la obra del Auxilio Social.

Y dentro de los muros que encuadran las viñetas iniciales y finales de cada historieta, nos acercamos a la experiencia terrible de unos niños hambrientos, sedientos y asustados, que sólo sueñan con la comida y con escapar de su confinamiento; y en este sentido la experiencia narrada me ha recordado a la leída en los libros de los supervivientes de campos de concentración.
Unos niños que no entienden los códigos por los que se rige el mundo de los adultos, que los someten a rezos continuos y adoctrinamiento falangista: “porque hay que ser mitad monje y mitad soldado” les repite el instructor Antonio.

Giménez para organizar el tempo narrativo de sus historias suele colocar encima de las viñetas una pequeña información, que parece partir de un recuerdo actual, y el dibujo de la viñeta recrea ese recuerdo. Así en la página 408, escribe sobre el instructor Antonio: “Antonio, el instructor del “hogar”, funcionaba por lo que podríamos llamar ventoleras o modas. / De pronto le daba la ventolera y, durante un tiempo, ponía de moda algo que a él le parecía estupendo o divertido. / Últimamente disfrutaba mucho con lo de los tres últimos”, y por debajo de este texto repartido en tres viñetas, Giménez nos acerca a la recreación pictórica de Antonio el falangista, mandando formar a los niños y gritando: “¡Los tres últimos cobran!”, y de entre la marabunta de niños, Giménez posa su mirada sobre Inocencio, primero, y en la siguiente viñeta sobre la pierna derecha de Inocencio: un niño que tiene parálisis infantil y cuya pierna derecha, más corta que la otra, está encorsetada entre unos hierros. Al principio había estado exento de formar, hasta que le vio el padre Rodríguez, el director del centro y opinó: “si está enfermo que le lleven al hospital y si está sano que forme como todo el mundo”. Así que como a Inocencio no le mandaron al hospital tenía que formar como todo el mundo y los 3 últimos cobraban, y él cobraba siempre: Antonio el instructor abofeteaba a los 3 últimos. Pero esto de los 3 últimos es sólo hasta que Antonio consigue tirar a los 3 niños de un tortazo, ya que se pica al enterarse de que el instructor de otro Hogar tiró a 8 a la vez. A partir de ahora serán los 9 últimos los que cobren. Puestos en fila, Antonio se quita la chaqueta y se remanga para conseguir la marca, pero sólo consigue tirar a 2, y la siguiente vez a 4. Entonces se enfurece y reparte tortas individuales hasta que todos caen y se marcha frustrado, gritando: “¡Qué rompan filas y formen todos otra vez!”, y en la siguiente viñeta se acaba esta historieta con el muro del Hogar visto desde fuera: su dibujo del puño con las flechas y el dragón y la inscripción: “Auxilio Social, FET y de las JONS”.

En los últimos álbumes las historietas son más largas, de unas 12 páginas, y en ellas se entrecruzan dos historias, tienen más humor que al principio, y según nos acercamos al final del libro, las historietas tienen más relación unas con otras. Como en el caso de la contada en el párrafo anterior, que acabará cuando los niños, conscientes de la proeza que quiere conseguir Antonio, superando la marca del otro instructor de Falange, se ponen de acuerdo para fingir que caen todos de un solo tortazo, y Antonio ya satisfecho no les hace formar más.

Estas historias sobre hambre y violencia son tan básicas, apelan de un modo tan directo a la condición humana, que en muchos casos hay que buscar en la picaresca del Lazarillo de Tormes para encontrar antecedentes a lo narrado aquí.
Inolvidable la anécdota del día en que reparten una raja de melón para merendar y cuando la cuidadora pide que los niños echen la cáscara al cubo de la basura, se indigna porque no hay cáscaras, a los niños nadie les dijo que no se podía comer la cáscara. Como castigo tendrán que hacer flexiones en el patio. Al día siguiente vuelve a haber melón de merienda y los niños ya están advertidos sobre el hecho de que tienen que tirar las cáscaras a la basura. Esta vez la cuidadora se vuelve a enfadar porque las cáscaras son tan finas que se transparentan, y los niños volverán a hacer flexiones.

Inolvidable el padre Rodríguez, director del Hogar, y orgullo inventor de la bofetada de dos en dos (página 214): con ambas manos golpea al niño en los dos lados de la cara, y de esta forma no se cae al suelo, le explica de modo didáctico a Antonio.

Y Carlos Giménez no dice en su prólogo: no quiero dejar sólo testimonio de lo que ocurría en unos hogares siniestros (donde también se ejercía la represión, puesto que muchos de estos niños son hijos de rojos muertos o encarcelados) sino explicar que lo que ocurría en el Hogar era un reflejo de lo que ocurría en todo el país: se pegaba en los colegios, en los trabajos, en las casas, en los cuarteles… y en casi todos los sitios había hambre.

Inolvidable el día de visita en el Hogar: dos domingos de cada mes, los familiares de los niños los veían de 4 a 6 de la tarde. Los más afortunados recibían visitas y paquetes con comida. Los que no recibían visitas vagaban entre los otros, intentando dar lástima para ver si caía algo. Recibir paquetes con comida está prohibido, pero Antonio hace la vista gorda a cambio de algún dinero que le entregan los familiares. Y recibir paquete ha conferido a ese niño un raro poder: los desafortunados empezarán a rondarle, y el mundo de los adultos y sus códigos extraños se trasladan al mundo de los niños: “Mira, si me das un higo te dejo que me des un puñetazo con todas tus fuerzas” (pág. 123) “¿En la cara?”, contesta ilusionado el otro niño. O en la página siguiente: “Si te comes ese gargajo que hay en el suelo te doy una onza de chocolate”. Y en la viñeta siguiente no hay dibujo, sólo este texto: “(Ahorrémosle al lector escrupuloso el dibujo del niño comiéndose el gargajo)”. Hay niños que deciden comerse todo su paquete de golpe para que no le roben la comida. “Algunos de estos, por la noche, devolvían. Arrojaban toda la comida casi entera. Y llegamos a la viñeta final de este historieta: “…lo que permitía que otros, como Pirradas, pudieran, a la mañana siguiente, escarbar en los devueltos y reciclar todo lo aprovechable.” Y el niño en cuclillas come del suelo y dice “Sabe un poco agrio…”. 

Y los niños son reflejo del mundo de los adultos, con sus peleas, sus robos, pero también se recogen en Todo Paracuellos momentos de ternura, de sonrisas y juegos, especialmente emocionantes sus las ensoñaciones, imaginando su vida fuera del Hogar.

Inolvidable la recreación del vocabulario infantil de la época: jamao, moci, fenómena
Por supuesto, el cómic además de las virtudes del guión posee otras cualidades propias de su género: emocionan esas caras de los niños desamparados, tristes, felices, cabreados... siempre con sus rodillas picudas... escenas que a veces tienen que ver con el cine mudo.

Y no me gustaría acabar esta entrada sin hablar del poder de la ficción: cómo en el Hogar los tebeos que llegan se leen y cambian de manos, valorándose su posesión a veces más que a un pedazo de pan; y como Pablito Giménez (el alter ego del autor) dice en algún momento “Yo de mayor voy a ser dibujante”, y atesora los tebeos de la época y dibuja sus propias historietas en cuadernos, como una posibilidad de evadirse mentalmente de los muros que le aprisionan; y Pablito es casi siempre de los últimos al formar para la instrucción y, junto a Inocencio, es de los que siempre cobran; y como casi nunca recibe visitas no tiene paquete con el que completar la escasa dieta del hogar, pero aún así, pasando hambre, consigue ahorrar, vendiendo sus escasas pertenencias, y comprar por correo los 25 primeros números del tebeo El cachorro. Cuando le llegan los abraza, disfrutando de “ese mágico olor de los tebeos nuevos”. Al final de esta historieta, la cuidadora, enfadada por otro asunto, centra su odio sobre los tebeos de Pablito y se los acaba rompiendo y quemando. “¡Aquí, en estas porquerías, es donde aprendéis las cosas malas! ¡En esto perdéis el tiempo! ¡De aquí sacáis la violencia!” (pág. 179).

Y Pablito crecerá, conseguirá dejar el Hogar y sus aparentes sueños imposibles de llegar a ser un dibujante reputado se van a hacer realidad.
Creo que no hay nada en este mundo que me emocione más que saber que el algunas ocasiones los más débiles consiguen hacer realidad sus sueños más imposibles.

Lean Todo Paracuellos por su valor histórico, por el retrato que hace de lo que ha sido este país no hace mucho y no debemos olvidar, y léanlo por su denuncia, pero sobre todo por la belleza y las emoción de su inolvidables personajes y sus historias feroces, divertidas y tristes.
Y, amigos lectores, no desprecien, de ahora en adelante, las secciones de cómics de las librerías porque contienen algunas joyas incuestionables.

3 comentarios:

  1. Hola David,
    Emotivo y extenso comentario sobre Carlos Giménez. Este no lo he leído entero (aunque sí lo conozco fragmentariamente). La obra de Giménez está muy marcada por su experiencia personal en el Auxilio Social, donde se crió. El año pasado me regalaron "Todo 36-39. Malos tiempos", prologado por el incombustible Ramiro Pinilla. Aunque, lógicamente, Giménez es apasionadamente parcial, no hay en el libro del que te hablo una postura maniquea; su mirada es compleja, matizada, y eso me gustó. Aparte, su forma de dibujar tiene algo especial, y el lenguaje que utiliza también es atractivo. A ver si me hago con Todo Paracuellos (leyendo tu reseña dan ganas de echarle un ojo, la verdad)
    Saludos.

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  2. Hola Clément:

    hasta ahora no había hablado en el blog de los cómics que leo, pero en esta ocasión me apetecía compartir el descubrimiento.

    Le he regalado por Reyes a mi novia otro cómic de Giménez llamado "los artistas", sobre los dibujantes de cómics en la España franquista, que tiene buena pinta.
    Tiene otro que creo que se llama "barrio", sobre chicos de los 50 en la calle.
    Este del que me hablas no lo conocía.

    En todo caso, creo que es un autor que merece mucho la pena.

    saludos

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