Editorial Anagrama. 168 páginas. 1ª edición 1992, esta edición 2003.
Empecé a leer La ciudad ausente, tras acabar Blanco nocturno, pensando que iba a recibir nueva información sobre los personajes de la última novela de Piglia; ya que al empezar a hojear La ciudad ausente me encontré con los nombres de Renzi o de Junior (el contacto de Renzi en el periódico de Buenos Aires en el que trabaja, en Blanco nocturno).
También había pensado que la forma o las intenciones de La ciudad ausente serían similares a las de Blanco nocturno, y que me iba a encontrar con una nueva novela policiaca protagonizada por Renzi y situada esta vez en la ciudad y no en el campo.
Estas intuiciones o sensaciones las pude mantener como lector durante menos de tres páginas. El libro comienza presentándonos a Junior, un hijo de ingleses al que le gusta vivir en hoteles, de un modo realista, pero sufre un quiebro en el discurso en la tercera página del texto (11 del libro): “Esa pasión paterna explicaba, según Renzi, la velocidad con la que Junior había captado las primeras transmisiones defectuosas de la máquina de Macedonio.” ¿La máquina de Macedonio?, vuelvo a leer párrafos anteriores, ¿qué es la máquina de Macedonio?
Renzi aparece en las primeras páginas del libro y después desaparece. Su intervención se reduce a una charla de bar en la que cuenta una anécdota personal, aunque en realidad está contando un cuento del libro de Bernard Malamud Idiotas primeros, el titulado El refugiado alemán. Renzi da el nombre –para dejar una pista- de Lazlo Malamüd al protagonista de su narración.
Junior recibe una llamada telefónica al bar y sale en busca de un hotel donde espera recibir información confidencial sobre un crimen. En el capítulo 2 se nos narra el encuentro de Junior con una mujer llamada Fuyita.
Hasta aquí la novela aún podría ser leída como el comienzo de una narración policiaca, pero esta idea hemos de abandonarla a partir de la página 31, donde se narra una historia, de abusos y asesinatos por parte del Estado, supuestamente generada por la máquina de Macedonio que se encuentra en un Museo.
Este Museo será visitado por Junior, y allí podrá contemplar la reconstrucción física de novelas y relatos.
Buscando por Internet encuentro comentarios del libro de Macedonio Fernández, el Museo de la novela de la Eterna, de esta índole: “El museo-novela no es sólo una novela, ni tampoco un manifiesto estético, una provocación literaria o permutación que corrompe el género novelesco. Es algo mucho más complejo.
Aspira a una demolición de la novela como monumento de cultura, como trasunto de la
realidad en sí y archivo de la historia nacional.
Museo de la Novela de la Eterna traza una lectura irónica y renovadora sobre el problema de las identidades y su representación a través de la literatura; reflexiona de
manera lúcida sobre la necesidad de los estados en formación de crear textos matriciales, canónicos y representativos de la realidad territorial pero que, paradójicamente, resultan caricaturescos de ésta. Por el contrario, Macedonio propone la desvirtuación de lo real, en vez de su representación; el juego del arte por el arte, antes que la finalidad de responder a una tradición literaria.” (Fuente: Oggia, revista electrónica de estudios hispánicos)
Piglia cuenta historias, salta de unas a otras a través del personaje cada vez más diluido de Junior. En estas historias parecemos asistir a una persecución paranoica del Estado de cualquier creación de lenguaje o de narrativa. Estos mundos paranoicos llenos de máquinas que leen el pensamiento, que lo graban… me ha recordado a los mundos de Philip K. Dick o de William S. Borroughs. Por ejemplo: “Richter se infiltró en el Estado argentino, infiltró su propia imaginación paranoica en la imaginación paranoica de Perón y le vendió el secreto de la bomba atómica. Sólo el secreto porque la bomba jamás existió” (pág. 144)
Esta historia del físico Richter es interesante, también otra que habla de la creación de autómatas en la pampa argentina y de un pájaro metálico que podía volar y recoger datos sobre el terreno y la climatología. Hacía el final Piglia nos habla de Macedonio Fernández, del abandono de su profesión de abogado a raíz de la muerte de su mujer y de su deseo de crear una máquina donde sus palabras quedasen conservadas.
“¿Sabe cómo empezó? Le voy a contar” (pág 145), estas palabras, o variantes, las pronuncian los diversos narradores del libro para introducir un relato dentro del relato. En algunos momentos las narraciones se vuelven borgianas, sobre todo al analizar la creación del mundo a través de la creación del lenguaje. Alguien rasguea una guitarra en el patio contiguo, en una casona del barrio de Flores, como si, nos dice Piglia (nos dice Borges) quisiera que la búsqueda de unos acordes sencillos le conduzca a encontrar la combinación de notas que han creado el mundo.
Sin conocer mucho de la obra de Macedonio Fernández, creo que Piglia ha escrito La ciudad ausente como un homenaje o una lectura personal de su obra.
Si Respiración artificial se caracterizaba por su complejidad formar, y me ha sorprendido de Blanco nocturno su clasicismo narrativo de corte norteamericano, de La ciudad ausente habría que destacar su experimentalismo, su ruptura del discurso lógico de la novela, de la fragmentariedad; algo que como vemos, de nuevo, ya estaba hecho antes de la irrupción, supuestamente novedosa, del movimiento Nocilla (y sin ayuda del corta y pega de la wikipedia).
Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Ricardo Piglia, como los eslabones de la cadena del experimentalismo argentino.
La ciudad ausente es un libro interesante, sobre todo gracias a algunos de los pequeños relatos insertos en el texto, que he comentado; pero creo que a mí me interesan más las narraciones clásicas, con una continuidad que aporte a los personajes capacidad para emocionar, por encima del juego de la sorpresa, la innovación y la ruptura.
Empecé a leer La ciudad ausente, tras acabar Blanco nocturno, pensando que iba a recibir nueva información sobre los personajes de la última novela de Piglia; ya que al empezar a hojear La ciudad ausente me encontré con los nombres de Renzi o de Junior (el contacto de Renzi en el periódico de Buenos Aires en el que trabaja, en Blanco nocturno).
También había pensado que la forma o las intenciones de La ciudad ausente serían similares a las de Blanco nocturno, y que me iba a encontrar con una nueva novela policiaca protagonizada por Renzi y situada esta vez en la ciudad y no en el campo.
Estas intuiciones o sensaciones las pude mantener como lector durante menos de tres páginas. El libro comienza presentándonos a Junior, un hijo de ingleses al que le gusta vivir en hoteles, de un modo realista, pero sufre un quiebro en el discurso en la tercera página del texto (11 del libro): “Esa pasión paterna explicaba, según Renzi, la velocidad con la que Junior había captado las primeras transmisiones defectuosas de la máquina de Macedonio.” ¿La máquina de Macedonio?, vuelvo a leer párrafos anteriores, ¿qué es la máquina de Macedonio?
Renzi aparece en las primeras páginas del libro y después desaparece. Su intervención se reduce a una charla de bar en la que cuenta una anécdota personal, aunque en realidad está contando un cuento del libro de Bernard Malamud Idiotas primeros, el titulado El refugiado alemán. Renzi da el nombre –para dejar una pista- de Lazlo Malamüd al protagonista de su narración.
Junior recibe una llamada telefónica al bar y sale en busca de un hotel donde espera recibir información confidencial sobre un crimen. En el capítulo 2 se nos narra el encuentro de Junior con una mujer llamada Fuyita.
Hasta aquí la novela aún podría ser leída como el comienzo de una narración policiaca, pero esta idea hemos de abandonarla a partir de la página 31, donde se narra una historia, de abusos y asesinatos por parte del Estado, supuestamente generada por la máquina de Macedonio que se encuentra en un Museo.
Este Museo será visitado por Junior, y allí podrá contemplar la reconstrucción física de novelas y relatos.
Buscando por Internet encuentro comentarios del libro de Macedonio Fernández, el Museo de la novela de la Eterna, de esta índole: “El museo-novela no es sólo una novela, ni tampoco un manifiesto estético, una provocación literaria o permutación que corrompe el género novelesco. Es algo mucho más complejo.
Aspira a una demolición de la novela como monumento de cultura, como trasunto de la
realidad en sí y archivo de la historia nacional.
Museo de la Novela de la Eterna traza una lectura irónica y renovadora sobre el problema de las identidades y su representación a través de la literatura; reflexiona de
manera lúcida sobre la necesidad de los estados en formación de crear textos matriciales, canónicos y representativos de la realidad territorial pero que, paradójicamente, resultan caricaturescos de ésta. Por el contrario, Macedonio propone la desvirtuación de lo real, en vez de su representación; el juego del arte por el arte, antes que la finalidad de responder a una tradición literaria.” (Fuente: Oggia, revista electrónica de estudios hispánicos)
Piglia cuenta historias, salta de unas a otras a través del personaje cada vez más diluido de Junior. En estas historias parecemos asistir a una persecución paranoica del Estado de cualquier creación de lenguaje o de narrativa. Estos mundos paranoicos llenos de máquinas que leen el pensamiento, que lo graban… me ha recordado a los mundos de Philip K. Dick o de William S. Borroughs. Por ejemplo: “Richter se infiltró en el Estado argentino, infiltró su propia imaginación paranoica en la imaginación paranoica de Perón y le vendió el secreto de la bomba atómica. Sólo el secreto porque la bomba jamás existió” (pág. 144)
Esta historia del físico Richter es interesante, también otra que habla de la creación de autómatas en la pampa argentina y de un pájaro metálico que podía volar y recoger datos sobre el terreno y la climatología. Hacía el final Piglia nos habla de Macedonio Fernández, del abandono de su profesión de abogado a raíz de la muerte de su mujer y de su deseo de crear una máquina donde sus palabras quedasen conservadas.
“¿Sabe cómo empezó? Le voy a contar” (pág 145), estas palabras, o variantes, las pronuncian los diversos narradores del libro para introducir un relato dentro del relato. En algunos momentos las narraciones se vuelven borgianas, sobre todo al analizar la creación del mundo a través de la creación del lenguaje. Alguien rasguea una guitarra en el patio contiguo, en una casona del barrio de Flores, como si, nos dice Piglia (nos dice Borges) quisiera que la búsqueda de unos acordes sencillos le conduzca a encontrar la combinación de notas que han creado el mundo.
Sin conocer mucho de la obra de Macedonio Fernández, creo que Piglia ha escrito La ciudad ausente como un homenaje o una lectura personal de su obra.
Si Respiración artificial se caracterizaba por su complejidad formar, y me ha sorprendido de Blanco nocturno su clasicismo narrativo de corte norteamericano, de La ciudad ausente habría que destacar su experimentalismo, su ruptura del discurso lógico de la novela, de la fragmentariedad; algo que como vemos, de nuevo, ya estaba hecho antes de la irrupción, supuestamente novedosa, del movimiento Nocilla (y sin ayuda del corta y pega de la wikipedia).
Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges, Ricardo Piglia, como los eslabones de la cadena del experimentalismo argentino.
La ciudad ausente es un libro interesante, sobre todo gracias a algunos de los pequeños relatos insertos en el texto, que he comentado; pero creo que a mí me interesan más las narraciones clásicas, con una continuidad que aporte a los personajes capacidad para emocionar, por encima del juego de la sorpresa, la innovación y la ruptura.