Editorial Alfaguara.1.349 páginas. Primera edición de 1604 y 1615. Edición actual 2004.
No recuerdo ninguna otra ocasión (si exceptuamos El señor de los anillos a los 12 años) en la que la lectura de un libro me haya llevado casi un mes y medio, como esta vez con El Quijote. También tengo que tener en cuenta que durante un tercio de ese tiempo estuve de vacaciones fuera de casa, y entre playa, paseos y excursiones sacar tiempo para la lectura era más difícil.
El mes y medio empleado, sin embargo, ha merecido la pena.
En realidad esta lectura de El Quijote ha sido una relectura. Ya lo había leído en el verano de 1995. Tras 15 años no es fácil acordarse de la mayoría de los sucesos leídos en un libro. Lo que más suelo recordar de esas lecturas pretéritas es la impresión que dejaron en mí.
En el verano del 95, a los 21 años, yo cambiaba de carrera universitaria, dejaba la facultad de CC. Físicas por la de CC. Empresariales, aunque en realidad lo único que realmente me importaba era ser escritor. Acometí la lectura del Quijote con energía, con un deseo de redención sobre una realidad que no me satisfacía, pero la angustia de aquel verano de cambio acabó por emponzoñar la lectura. Más de una vez lo he pensado: la percepción que adquirimos sobre una obra de arte tiene que ver con la formación de nuestros gustos igual que tiene que ver con la alteración de nuestra mente por motivo externos.
Las lecturas realizadas en un periodo depresivo pueden ser terapéuticas lo mismo que puede ocurrir que no consigamos penetrar en la historia propuesta. Esto último me pasó con el Quijote aquel verano. Y, después de los años, sabía que le debía una relectura. (Algo similar me ocurrió con los cuentos de Cheever, a quien también debo una relectura).
Hace 15 años leí el Quijote en una edición de bolsillo, sin casi introducción ni ninguna nota aclaratoria del texto en sus páginas. Para la relectura busqué en librerías de segunda mano, hasta encontrarlo en la de Pérez Galdos, la edición conmemorativa del cuarto centenario que sacó Alfaguara, ayudada por distintas asociaciones.
Esta edición consta de 100 páginas introductorias a cargo de Mario Vargas Llosa, Francisco Ayala, Martín de Riquer y Francisco Rico; y unas 50 finales a cargo de diversos hispanistas que analizan el lenguaje del Quijote.
A su vez la edición conmemorativa posee un diccionario final, que no he usado, y un gran número de notas a pie de página, que me han resultado muy útiles, y que me han hecho pensar en el esfuerzo baldío que fue leer el Quijote sin notas hace 15 años, pues el lenguaje ha sufrido mutaciones y frases que para un lector actual expresan una negación en la época significaban lo contrario, por ejemplo. O, al explicar las referencias del contexto, se puede captar mejor la intención irónica de Cervantes.
No voy a realizar un resumen del libro, no tendría sentido en el caso de una obra tan conocida como ésta. Haré, sin embargo, un recorrido personal de mi relación con la obra:
Creo que mi primer contacto con los personajes fue algún comentario de padres o abuelos en la infancia con referencias a ellos y, sin duda, la serie de dibujos animados que seguimos casi todos los niños de los años 80 en España.
No recuerdo ninguna otra ocasión (si exceptuamos El señor de los anillos a los 12 años) en la que la lectura de un libro me haya llevado casi un mes y medio, como esta vez con El Quijote. También tengo que tener en cuenta que durante un tercio de ese tiempo estuve de vacaciones fuera de casa, y entre playa, paseos y excursiones sacar tiempo para la lectura era más difícil.
El mes y medio empleado, sin embargo, ha merecido la pena.
En realidad esta lectura de El Quijote ha sido una relectura. Ya lo había leído en el verano de 1995. Tras 15 años no es fácil acordarse de la mayoría de los sucesos leídos en un libro. Lo que más suelo recordar de esas lecturas pretéritas es la impresión que dejaron en mí.
En el verano del 95, a los 21 años, yo cambiaba de carrera universitaria, dejaba la facultad de CC. Físicas por la de CC. Empresariales, aunque en realidad lo único que realmente me importaba era ser escritor. Acometí la lectura del Quijote con energía, con un deseo de redención sobre una realidad que no me satisfacía, pero la angustia de aquel verano de cambio acabó por emponzoñar la lectura. Más de una vez lo he pensado: la percepción que adquirimos sobre una obra de arte tiene que ver con la formación de nuestros gustos igual que tiene que ver con la alteración de nuestra mente por motivo externos.
Las lecturas realizadas en un periodo depresivo pueden ser terapéuticas lo mismo que puede ocurrir que no consigamos penetrar en la historia propuesta. Esto último me pasó con el Quijote aquel verano. Y, después de los años, sabía que le debía una relectura. (Algo similar me ocurrió con los cuentos de Cheever, a quien también debo una relectura).
Hace 15 años leí el Quijote en una edición de bolsillo, sin casi introducción ni ninguna nota aclaratoria del texto en sus páginas. Para la relectura busqué en librerías de segunda mano, hasta encontrarlo en la de Pérez Galdos, la edición conmemorativa del cuarto centenario que sacó Alfaguara, ayudada por distintas asociaciones.
Esta edición consta de 100 páginas introductorias a cargo de Mario Vargas Llosa, Francisco Ayala, Martín de Riquer y Francisco Rico; y unas 50 finales a cargo de diversos hispanistas que analizan el lenguaje del Quijote.
A su vez la edición conmemorativa posee un diccionario final, que no he usado, y un gran número de notas a pie de página, que me han resultado muy útiles, y que me han hecho pensar en el esfuerzo baldío que fue leer el Quijote sin notas hace 15 años, pues el lenguaje ha sufrido mutaciones y frases que para un lector actual expresan una negación en la época significaban lo contrario, por ejemplo. O, al explicar las referencias del contexto, se puede captar mejor la intención irónica de Cervantes.
No voy a realizar un resumen del libro, no tendría sentido en el caso de una obra tan conocida como ésta. Haré, sin embargo, un recorrido personal de mi relación con la obra:
Creo que mi primer contacto con los personajes fue algún comentario de padres o abuelos en la infancia con referencias a ellos y, sin duda, la serie de dibujos animados que seguimos casi todos los niños de los años 80 en España.
En el colegio, pronto más de un profesor contó anécdotas de la novela.
Recuerdo sobre todo a Eloisa Bravo, mi profesora de Lengua durante tres cursos, de 6º a 8º de EGB, hablando con entusiasmo de este libro; así como de la literatura en general, un entusiasmo primordial para el lector en formación que yo era. Recuerdo una clase de lengua por la tarde, divididos los alumnos en grupos, uno debía leer en voz alta y luego se comentaba el capítulo. Una chica leía sin entonar y yo no entendía nada. Eloisa se sentó con nuestro grupo, leyó ella el capítulo XXV de la segunda parte, “Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titiritero, con las memorables adivinanzas del mono adivino”, y ya fue otra cosa.
Recuerdo a un compañero de promoción, del colegio de EGB, de otra clase, al que apodábamos Donqui, no por su capacidad de ensoñación para sobrepasar los límites de la realidad, sino por su discurso inacabable y pesado. Dos adjetivos, estos últimos, con los que percibían al Quijote la mayoría de alumnos de un colegio público de Móstoles en los años 80.
Ya en el instituto, en 2º de BUP, el profesor Eduardo Gómez Churriaque, nos hizo leer los 5 primeros capítulos de la 1º parte para un examen. Aquella lectura me agradó, me pareció que el lenguaje del libro, pese a lo temido y a su leyenda negra, era bastante accesible y entretenido. Pero aún no estaba yo en disposición de acometer su lectura completa, tenía mucho que leer entonces de ciencia-ficción o terror.
Recuerdo al profesor Eduardo leyendo en voz alta el capítulo XX de la 1º parte, la llamada Aventura de los Batanes, y no poder continuar por ser víctima de un ataque de risa al acometer la lectura de la página en la que Sancho no quiere separarse de Don Quijote por el miedo que siente ante el ruido desconocido, “Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas o que fuese cosa natural –que es lo que más se debe creer-, a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él”. Y tuvimos que leer el resto del capítulo en el libro de texto, cada uno en silencio.
Quizás sea un error educativo pretender hacer leer capítulos del Quijote a niños de 12 años, que no están preparados para el lenguaje ni para el contexto, o puede que sea un acierto familiarizarlos con el libro. Sé que la percepción actual del Quijote no ha cambiado entre los preadolescentes respecto a los de hace 25 años: que el libro es un tostón insufrible. Y este pesar y sufrimiento queda en su conciencia colectiva, en la mayoría de los casos, de un modo indeleble. Sin ir más lejos me ocurrió hace unas semanas en la recepción del hotel donde estaba alojado en Tenerife: estaba leyendo en un sofá, y había dejado sobre una mesita el libro para hablar con mi novia; en esto, entró una pareja de inquilinos del hotel, de unos veintipocos años, y el chico –tatuajes, piercings, crestita- miró el libro sobre la mesita y vi cómo su cara se transformaba en una mueca de incredulidad, tuvo que volver a leer el título porque no daba crédito. Imagino que al entrar en el ascensor le comentaría a su novia la dimensión de mi locura veraniega. A mi me costó reprimir un ataque de risa, qué pánico ante lo desconocido en su rostro.
Me han resultado de gran interés los textos auxiliares a la lectura. Conocía algo de la biografía de Cervantes, pero no toda. Sabía de su participación en la Batalla de Lepanto a los 24 años, pero no que ese día se encontraba enfermo y fue eximido de combatir, y él se empeñó en hacerlo para no pasar por cobarde. Sabía que durante su cautiverio en Argel, por 5 años, se intentó fugar varias veces, pero no que cuando ese intento de fuga era descubierto él se autoinculpaba para recibir las mayores represiones y liberar de ellas a sus compañeros. No sabía de esa dimensión heroica de Cervantes, quien a su vuelta a España solicita por dos veces irse de funcionario a América y las dos veces es rechazado, malviviendo de la Administración pública mucho tiempo, acusado de malversar fondos y acabando en la cárcel. Quien escribe el Quijote, ya a sus 50 años, es alguien desencantado con su país. Alguien a quien nadie agradeció su pasado heroico, y que decide sacarlo a pasear como caballero andante por las tierras de la Mancha.
Me ha gustado la reflexión de Ayala: un lector contemporáneo al Quijote conocía el contexto pero no a los personajes, y al contrario le ocurre al lector actual.
Me gusta por supuesto la capacidad inquebrantable de soñar del Quijote, quien nunca deja, parafraseando el dicho del periodismo, que la realidad le estropee una buena historia. Quien siempre encontrará explicación a su percepción distorsionada de la realidad. Me gusta la vitalidad de Sancho, y de todos los personajes que aparecen en el libro. Aunque también percibo como un decaimiento narrativo las historias secundarias que Cervantes introduce hacia el final de la primera parte, y a cuyos personajes hace aparecer en la venta, donde entran damas a cada cual más bella. Esto da a la novela una dimensión teatral y folletinesca.
Había olvidado por completo al narrador árabe Cide Hamete Benengeli. Me he quedado asombrado, por la gracia del recurso, cuando en la página 83 el texto se interrumpe y en el siguiente capítulo, otro narrador, nos indica que en Alcaná de Toledo halla unos manuscritos en árabe que continúan con la historia del Quijote y se los encarga traducir a un morisco.
Como tantos otros lectores, he pensado que la segunda parte es mejor, aunque también más melancólica. Como apuntaba Antonio Muñoz Molina, en el Babelia de hace una semana, quizás Cervantes estuviera ya, en esta segunda parte, escrita una década después de la anterior, más hastiado de la capacidad española para el escarnio, la barbarie y el reparto de palos.
Me he reído con este libro y también me he apenado al percibir como propia esa terrible distancia entre la realidad de Don Quijote y sus sueños. Me he reído, o sonreído, bastante más en esta relectura que en su primera lectura.
Voy a transcribir aquí el párrafo que más gracioso me ha parecido, uno de tantos en los que se contrastan los ideales de Don Quijote con la llaneza y vitalidad de Sancho. Es del episodio XVII de la segunda parte y en él se habla de Don Quijote obligando a un carretero a abrir su jaula de leones para enfrentarse a ellos. Así vive Sancho la escena (pág 674):
“Lloraba Sancho la muerte de su señor, que aquella vez sin duda creía que llegaba en las garras de los leones; maldecía su ventura y llamaba menguada la hora en que vino al pensamiento volver a servirle; pero no por llorar y lamentarse dejaba de aporrear al rucio para que se alejase del carro”.
De todos los dichos y refranes de Sancho me quedo con éste: “Cuando te diesen la vaquilla, acude con la soguilla”.
Me ha sorprendido también que la famosa frase: “Con la Iglesia hemos topado”, en el texto real sea “Con la Iglesia hemos dado”, sin ninguna de las connotaciones que ha cobrado posteriormente.
Me he quedado con ganas de leer las Novelas ejemplares de Cervantes, e incluso el Quijote apócrifo de Avellaneda.
Ésta ha sido una lectura primordial, de múltiples facetas, siempre viva. Una inyección de optimismo para un aspirante a escritor. Una lectura a la que imagino que acabaré volviendo.
Recuerdo sobre todo a Eloisa Bravo, mi profesora de Lengua durante tres cursos, de 6º a 8º de EGB, hablando con entusiasmo de este libro; así como de la literatura en general, un entusiasmo primordial para el lector en formación que yo era. Recuerdo una clase de lengua por la tarde, divididos los alumnos en grupos, uno debía leer en voz alta y luego se comentaba el capítulo. Una chica leía sin entonar y yo no entendía nada. Eloisa se sentó con nuestro grupo, leyó ella el capítulo XXV de la segunda parte, “Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titiritero, con las memorables adivinanzas del mono adivino”, y ya fue otra cosa.
Recuerdo a un compañero de promoción, del colegio de EGB, de otra clase, al que apodábamos Donqui, no por su capacidad de ensoñación para sobrepasar los límites de la realidad, sino por su discurso inacabable y pesado. Dos adjetivos, estos últimos, con los que percibían al Quijote la mayoría de alumnos de un colegio público de Móstoles en los años 80.
Ya en el instituto, en 2º de BUP, el profesor Eduardo Gómez Churriaque, nos hizo leer los 5 primeros capítulos de la 1º parte para un examen. Aquella lectura me agradó, me pareció que el lenguaje del libro, pese a lo temido y a su leyenda negra, era bastante accesible y entretenido. Pero aún no estaba yo en disposición de acometer su lectura completa, tenía mucho que leer entonces de ciencia-ficción o terror.
Recuerdo al profesor Eduardo leyendo en voz alta el capítulo XX de la 1º parte, la llamada Aventura de los Batanes, y no poder continuar por ser víctima de un ataque de risa al acometer la lectura de la página en la que Sancho no quiere separarse de Don Quijote por el miedo que siente ante el ruido desconocido, “Sancho hubiese cenado algunas cosas lenitivas o que fuese cosa natural –que es lo que más se debe creer-, a él le vino en voluntad y deseo de hacer lo que otro no pudiera hacer por él”. Y tuvimos que leer el resto del capítulo en el libro de texto, cada uno en silencio.
Quizás sea un error educativo pretender hacer leer capítulos del Quijote a niños de 12 años, que no están preparados para el lenguaje ni para el contexto, o puede que sea un acierto familiarizarlos con el libro. Sé que la percepción actual del Quijote no ha cambiado entre los preadolescentes respecto a los de hace 25 años: que el libro es un tostón insufrible. Y este pesar y sufrimiento queda en su conciencia colectiva, en la mayoría de los casos, de un modo indeleble. Sin ir más lejos me ocurrió hace unas semanas en la recepción del hotel donde estaba alojado en Tenerife: estaba leyendo en un sofá, y había dejado sobre una mesita el libro para hablar con mi novia; en esto, entró una pareja de inquilinos del hotel, de unos veintipocos años, y el chico –tatuajes, piercings, crestita- miró el libro sobre la mesita y vi cómo su cara se transformaba en una mueca de incredulidad, tuvo que volver a leer el título porque no daba crédito. Imagino que al entrar en el ascensor le comentaría a su novia la dimensión de mi locura veraniega. A mi me costó reprimir un ataque de risa, qué pánico ante lo desconocido en su rostro.
Me han resultado de gran interés los textos auxiliares a la lectura. Conocía algo de la biografía de Cervantes, pero no toda. Sabía de su participación en la Batalla de Lepanto a los 24 años, pero no que ese día se encontraba enfermo y fue eximido de combatir, y él se empeñó en hacerlo para no pasar por cobarde. Sabía que durante su cautiverio en Argel, por 5 años, se intentó fugar varias veces, pero no que cuando ese intento de fuga era descubierto él se autoinculpaba para recibir las mayores represiones y liberar de ellas a sus compañeros. No sabía de esa dimensión heroica de Cervantes, quien a su vuelta a España solicita por dos veces irse de funcionario a América y las dos veces es rechazado, malviviendo de la Administración pública mucho tiempo, acusado de malversar fondos y acabando en la cárcel. Quien escribe el Quijote, ya a sus 50 años, es alguien desencantado con su país. Alguien a quien nadie agradeció su pasado heroico, y que decide sacarlo a pasear como caballero andante por las tierras de la Mancha.
Me ha gustado la reflexión de Ayala: un lector contemporáneo al Quijote conocía el contexto pero no a los personajes, y al contrario le ocurre al lector actual.
Me gusta por supuesto la capacidad inquebrantable de soñar del Quijote, quien nunca deja, parafraseando el dicho del periodismo, que la realidad le estropee una buena historia. Quien siempre encontrará explicación a su percepción distorsionada de la realidad. Me gusta la vitalidad de Sancho, y de todos los personajes que aparecen en el libro. Aunque también percibo como un decaimiento narrativo las historias secundarias que Cervantes introduce hacia el final de la primera parte, y a cuyos personajes hace aparecer en la venta, donde entran damas a cada cual más bella. Esto da a la novela una dimensión teatral y folletinesca.
Había olvidado por completo al narrador árabe Cide Hamete Benengeli. Me he quedado asombrado, por la gracia del recurso, cuando en la página 83 el texto se interrumpe y en el siguiente capítulo, otro narrador, nos indica que en Alcaná de Toledo halla unos manuscritos en árabe que continúan con la historia del Quijote y se los encarga traducir a un morisco.
Como tantos otros lectores, he pensado que la segunda parte es mejor, aunque también más melancólica. Como apuntaba Antonio Muñoz Molina, en el Babelia de hace una semana, quizás Cervantes estuviera ya, en esta segunda parte, escrita una década después de la anterior, más hastiado de la capacidad española para el escarnio, la barbarie y el reparto de palos.
Me he reído con este libro y también me he apenado al percibir como propia esa terrible distancia entre la realidad de Don Quijote y sus sueños. Me he reído, o sonreído, bastante más en esta relectura que en su primera lectura.
Voy a transcribir aquí el párrafo que más gracioso me ha parecido, uno de tantos en los que se contrastan los ideales de Don Quijote con la llaneza y vitalidad de Sancho. Es del episodio XVII de la segunda parte y en él se habla de Don Quijote obligando a un carretero a abrir su jaula de leones para enfrentarse a ellos. Así vive Sancho la escena (pág 674):
“Lloraba Sancho la muerte de su señor, que aquella vez sin duda creía que llegaba en las garras de los leones; maldecía su ventura y llamaba menguada la hora en que vino al pensamiento volver a servirle; pero no por llorar y lamentarse dejaba de aporrear al rucio para que se alejase del carro”.
De todos los dichos y refranes de Sancho me quedo con éste: “Cuando te diesen la vaquilla, acude con la soguilla”.
Me ha sorprendido también que la famosa frase: “Con la Iglesia hemos topado”, en el texto real sea “Con la Iglesia hemos dado”, sin ninguna de las connotaciones que ha cobrado posteriormente.
Me he quedado con ganas de leer las Novelas ejemplares de Cervantes, e incluso el Quijote apócrifo de Avellaneda.
Ésta ha sido una lectura primordial, de múltiples facetas, siempre viva. Una inyección de optimismo para un aspirante a escritor. Una lectura a la que imagino que acabaré volviendo.
Magnífica entrada, David. Me alegra que hayas aprovechado el verano para volver al clásico de los clásicos en lengua castellana. Es una fuente inagotable de experiencias, de enseñanzas, de dudas y de reflexiones.
ResponderEliminarUn gran abrazo.
muy buen texto. Com profesor de castellano, doy a leer el quiote todos los años a estudiantes de 16 y 17 años. También les pesa la leynda negra, pero varios lograr reir, sonreír y hasta llorar con el Quijote. Ciertamente doy una selección de capñitulos tanto de la primera como de la segunda parte. Y así, cada año, cuando preparo las clases o el examen de lectura me encuentro releyendo a Cervantes y nuevamente descubriendo su maestría, nuevamente encantándome.
ResponderEliminarCide Hammette Benengeli es notable y ese juego de narradores me parece alucinante y ciertamente adelantado (de esto no sólo Borges puede dar cuenta). Es interesante, además que el libro base, inaugural, de la literatura moderna española sea adjudicado por ese narrador anónimo no a un escritor, sino a un historiador árabe, en una época en que serlo no era un asunto menor (mucho no ha cambiado parece.
Saludos y larga vida al Quijote
Hola
ResponderEliminarManuel:
Gracias por el comentario. Tienes razón, El Quijote es una lectura inagotable.
Noseaszote: supongo que para estudiantes de 16 ó 17 años el texto ya es más accesible. Aunque no creo que les guste a la mayoría, como no va a gustar a la mayoría de adultos. Pero que lo haga con un porcentaje ya es algo importante.
Sí, lo de los narradores sobrepuestos es un recurso impresionante.
Una curiosidad: en el Quijote aparecen expresiones y giros que ya no se usan en el español de España pero se usan en otros países hispanoamericanos. Me he percatado de dos de Chile:
En El Quijote como en Chile se usa la expresión "otro día" por "al día siguiente"
Y se usa "garzón" por "camarero".
saludos
"y al otro día...", "garzón" y "en pelotas" para decir desnudo.
ResponderEliminarBueno, "En pelota" se dice también ahora en España..., las otras no.
ResponderEliminarHola, David. Se nota que has disfrutado con la relectura de El Quijote, has hecho una entrada bastante gozosa, me ha ilusionado tu reseña. Creo que escribiré una entrada sobre la primera parte, pero será al final de año: tengo la manía de hacer varias lecturas a la vez y, a veces, me trastorno.
ResponderEliminarMe pasa como a ti con el personaje de don Alonso: me emociona siempre el hecho de que no pierda bajo circunstancia alguna su ilusión original. Es su valentía al abordar los sueños como nadie se atreve a hacerlo y, precisamente, el constante fracaso que no ve: un romántico iluso que te alegra el día y te pone triste a la vez... Ya sabes, como si fuera al mismo tiempo la prueba de que los sueños valen la pena y de que no se pueden cumplir, de que no son nada más allá de sí mismos, en fin... retomo EL QUIJOTE, compañero...
Ah, otra cosa. Te lo cuento porque me parece que te importa. He leído CIENCIAS MORALES y no me ha gustado. Puede que haya sido problema mío pero lo cierto es que esperaba algo más allá de un peculiar estilo que, por otra parte, no me ha convencido. No fue lo que más me gustó de CUENTAS PENDIENTES, pero el impresionante giro de esta en su última parte hizo cobrar importancia a lo que llevaba leído, una historia interesante que necesitaba salir por algún sitio o ser justificada. En esta ocasión mi espera ha resultado en vano. De esto hago reseña esta misma semana en mi blog.
Salud y buenos alimentos.
Hola David, yo me leí la primera parte hace ya como cuatro años y, aun gustándome, lo abandoné y hasta hoy. Tengo, además, dos ediciones: una de Austral y otra del IV centenario que encontré en la entrada de la Biblioteca Central hace un par de meses (donde ponen libros que te puedes llevar), pero esta que comentas con lecturas de otros escritores debe de estar mejor; de cualquier forma, pronto me zambulliré en sus páginas.
ResponderEliminarBuen post.
Abrazos.
Hola:
ResponderEliminarPeri, mi lectura del Quijote ha sido una gozada, y me ha encantado comprobar algo que sospechaba: que llevaba 15 años infravalorando al libro. Es impresionante.
Respecto a Ciencias Morales. A mí sí me gustó, aunque puede que menos otros premios Herralde de otros años. Me parece que está muy medido y trabajdo todo, aunque no se consigue, es cierto, simpatizar mucho con los personajes.
Respecto al peculiar estilo de Kohan, he detectado que es un admirador de Juan José Saer, y de ahí toma mayor parte de los giros de su estilo.
Javier: esta edición del IV centenario que he leído es aquella que sacó Alfagura, en colaboración con las casas Cervantes, y las 150 páginas de ensayos sobre el libro me han resultado muy interesantes, así como las notas a pie de página (aunque algunas sobraban para un lector español, pues creo que las notas querían explicar el texto a todo el público hispano y para nosotros algunas aclaraciones no son necesarias; sin embargo, las aclaraciones de época si son muy útiles, por ejemplo: de alguien se dice que es licenciado por la universidad de Osuna, lo que para un lecto actual es indiferente, pero es significativo en la época, porque esa universidad tenía mala fama y Cervantes lo usa de modo irónico)
saludos
lo mismo ocurre con la Universidad de Sigüenza, de donde era licenciado Sansón Carrasco
ResponderEliminarQue buenísima lectura para el verano. Insuperable. Y qué alegría da percibir el disfrute de un buen lector ante una obra maestra.
ResponderEliminarEn cuanto a la reflexión sobre el acierto o no de hacer leer El Quijote a los escolares, creo que es una discusión bizantina que durará el tiempo que duremos como españoles.
He leído este libro varias veces y aún así le debo una nueva lectura. Siempre le deberé una nueva lectura. Porque como te ha ocurrido a ti, cada lectura del Quijote supera la anterior, tal vez por eso es tan magistral.
Hola Arrecogiendo:
ResponderEliminarEsta mañana en el autobús que me llevaba al colegio he hablado con un compañero, profesor de lengua, sobre este tema de la enseñanza del Quijote. Él, profesor de 3º de ESO, con alumnos de 14-15 años, explica el libro, a los personajes, la época, lo que significa para la literatura, y luego leen algunos fragmentos escogidos por su tono divertido.
Me parece una solución correcta.
Y, como tú dices, siempre le deberemos una
nueva lectura al Quijote.
saludos
Hola, David.
ResponderEliminarEstoy haciendo mi nueva lectura del Quijote porque quiero reseñar la primera parte antes de que termine este 2010.
Retomo la discusión que más arriba se iniciara respecto a la inclusión de su lectura en los colegios y pienso que, efectivamente, una buena manera es empezar con pasajes destacados.
Ahora mismo acabo de terminar la primera parte de la primera parte, es decir, los ocho capitulos que incluyen la que es primera salida de don Quijote, vuelta a casa, escrutinio y segunda salida, esa que hace ya con Sancho y en la que ocurre el suceso de los molinos, etc...
Bueno, ya sabes que se dice que pudiera ser esta parte concebida como novela (corta) al estilo de las ejemplares, aunque luego Cervantes decidiera desarrollarla. También así tomada me parece una forma estupenda de introducirse en don Quijote pues, aunque de final incierto, sería una novelita maravillosa (a pesar de que falte lo mejor de los diálogos entre Sancho y su señor).
Ya te comento más, que me place.
Hola, sí a mí esos primeros capítulos también me gustan mucho. Recuerdo el interés que me suscitaron cuando me los obligaron a leer a los 15 años.
ResponderEliminarsaludos