domingo, 27 de julio de 2025

Tarántula, por Eduardo Halfon


Tarántula
, de Eduardo Halfon

Editorial Libros del Asteroide. 181 páginas. 1ª edición de 2024.

 

En 2024 Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) ha publicado una nueva novela de su serie protagoniza por el personaje Eduardo Halfon, que sería alguien muy parecido a él mismo, pero con algunas diferencias en su personalidad; así, por ejemplo, el Halfon escritor no es fumador y el Halfon personaje sí. El Halfon escritor juega de forma continua a la idea de la autoficción; es decir, al hablar de un personaje que se llama como él, que también es escritor y cuyas circunstancias vitales son similares a las del autor, el lector tiende a pensar que las novelas del Halfon escritor son autobiográficas. De hecho, casi, más que de una nueva novela de Eduardo Halfon, deberíamos hablar de un nuevo capítulo dentro de la gran novela que Halfon lleva escribiendo durante los últimos años. Toda esta construcción narrativa, en la que las breves novelas que va sacando son coherentes con las anteriores y el narrador es el mismo, no empezó a funcionar desde la primera obra de Halfon, pero según fueron pasando los años, el autor guatemalteco afinó la idea y, ahora mismo, su obra es una gran novela en construcción con el mismo narrador y el mismo mundo ficcional.

 

De este modo, hay hechos vitales en la biografía del Eduardo Halfon personaje (que deben coincidir, en gran medida, con el Eduardo Halfon autor) de los que se habla, de forma recurrente, en cada nueva entrega de su obra. Por ejemplo, en Tarántula vuelve a aparecer el abuelo polaco, que estuvo en un campo de concentración nazi, del que ha hablado principalmente en El boxeador polaco, pero en esta ocasión se nos habla de cómo fue su entierro en Guatemala, una escena que no recuerdo que haya aparecido en otros libros de Halfon.

 

Tarántula empieza con un Eduardo Halfon de trece años. Estamos; por tanto, estamos en 1984. En 1981, la familia dejó Guatemala, por su clima de violencia, y emigró a Estados Unidos. Esto ha sido contado ya en el libro Mañana nunca lo hablamos y aparece como tema en alguno de los relatos de Un hijo cualquiera (la entrega de 2023). En 1984, después de tres años fuera del país, los padres de Halfon consideran que es una buena idea que él y su hermano, de doce años, vuelvan al país, durante las vacaciones escolares de Navidad, para participar en un campamento para niños judíos, principalmente guatemaltecos, pero también de otros países latinoamericanos. Como suele ser habitual en los cuentos y novelas de Halfon, en Tarántula la tensión narrativa comienza siempre fuerte. «Nos despertaron a gritos» es la primera frase del libro. Doce niños son despertados de forma violenta en la tienda del campamento. A ella entra Samuel Blumm, el monitor. «En su brazo izquierdo, tardé en notar, caminaba una enorme tarántula.» Con esta otra frase acaba la primera escena. Desde ahí, Halfon nos contará la historia de como su familia dejó (o «huyó de») Guatemala y de cómo, tres años después, los padres han querido que vuelva al campamento. De hecho, Halfon ya habla casi siempre en inglés y le cuesta volver a usar el español.

Acaban de aparecer ya en estas primeras páginas dos de los temas principales y recurrentes de Halfon: el de su condición de judío y el tema de su búsqueda de la identidad. Halfon ha nacido en Guatemala, pero sus abuelos son judíos que proceden del Este de Europa y de Oriente Medio. En gran medida, su obra propone una reconstrucción del árbol familiar, sus mitos, historias y orígenes; y, como todo esto ha marcado su propia existencia. De nuevo en Tarántula nos vamos a encontrar con un niño que, en gran medida, rechaza su herencia judía, porque le resulta de un peso excesivo y le exige el cumplimiento de unas normal y tradiciones que son incomprensibles para él.

 Con diez años Halfon dejó el país, sobre el que principalmente escribe, y en Tarántula nos cuenta que, tras tres años, le cuesta hablar español, idioma en el que, en el futuro, se va a convertir en un escritor relevante. La lucha por conquistar la identidad está presente también en esta idea. En la página 12, hablando de sus padres, leemos: «Yo rechazaba sus horarios, sus reglas, sus gustos, sus dietas, sus deportes, sus ideas, incluso su lenguaje: desde que habíamos llegado a Estados Unidos, yo me negaba a hablarles en español; ellos me hablaban en español y yo les respondía en inglés. Pero mi más grande rechazo, y sin duda el más escandaloso, fue hacia el judaísmo.»

 

Eduardo Halfon organiza Tarántula mostrando pequeñas escenas que pivotan en torno a una escena central: ¿qué pasó en el campamento para niños judíos en 1984 que, desde unas enseñanzas para sobrevivir al aire libre, devino en violencia? Así, años después, se encontrará en París con Regina, una niña que también fue a ese campamento, con la que hablará del pasado. Y Regina le llevará hasta el monito Samuel, con el que Halfon se encontrará en Berlín, ciudad en la que actualmente reside el Halfon autor y el Halfon personaje. Las escenas están cortadas y entreveradas con otras. Es decir, el encuentro en París con Regina no se narra de un modo lineal, sino que para contar esa escena, aparecen otros cortes de otras escenas entre medias. Lo mismo ocurre con el encuentro con Samuel. Diría que Halfon escribe de forma lineal cuatro o cinco escenas principales y luego, al ordenar la novela en su versión final, las trocea y las entrevera entre sí. Como cada corte acaba con un misterio o una insinuación de violencia, esto hace que el lector se acelere al leer la siguiente microescena para conseguir descubrir la continuación de la anterior.

 

En relación a la temática del judaísmo y la identidad, otra de las características del Halfon escritor es hablar en sus libros del cosmopolitismo: así, por ejemplo, Samuel y Eduardo hablarán sobre sus días en común en el campamento de Guatemala en un restaurante o prostíbulo tailandés en Berlín. Y, como pasa en otros libros, uno de los mayores misterios a los que se enfrentarán el narrador es al de las palabras y ritos mayas de su tierra de origen.

Las escenas que crea Halfon se debaten (menos en pequeños momentos explicativos) entre la tensión narrativa que genera el posible estallido de la violencia y la presencia de un misterio por resolver en el texto. ¿Qué pasó aquel día de 1984 en el campamento de Guatemala?

 

Uno de los recursos literarios de los que suele valerse es el de las repeticiones de palabras, lo que hace que resalte una idea o sensación. En la página 134, por ejemplo, leemos: «Soñé que estábamos caminando mi padre y yo por un bosque lleno de luz. Él estaba vestido con pantalones negros y saco negro y corbata negra y sombrero negro.» Otro recurso es el de que el narrador duda de sus propios recuerdos, y estos pueden ser reconstruidos de un modo diferente por distintos testigos. El enfrentamiento de distintas versiones de los mismos hechos contribuirá también a generar una sensación de misterio.

 

Cuando en 2023 comenté Un hijo cualquiera, el anterior libro de Halfón, que, en ese caso, se trataba más de un libro de relatos que de una novela, dije que quizás su modelo de escritura estaba empezando a mostrar síntomas de agotamiento. Al ser la propia vida de Halfon y de su familia la materia prima de los relatos, estas no pueden ser, por lógica, infinitas. Diría que el conflicto en torno al campamento de niños judíos de Tarántula no está tomado de la memoria del Halfon escritor, sino que en este caso se trata de un suceso totalmente inventando. No quiero desvelar la naturaleza del problema que se plantea en el libro, en la escena central del campamento, y que, como en otras ocasiones, le servirá al autor para reflexionar y exponer la persecución de los judíos (sobre todo en los días del nazismo), pero por un lado he sentido cierta sensación de inverosimilitud (el conflicto planteado no puede ser real) y por otro lado también he sentido cierta sensación de incoherente en relación al conjunto completo de la obra de Halfon. Es decir, al haber leído todos los libros de Halfon y recordar bastante bien la historia familiar del personaje, considero que si lo contado en Tarántula fuese real, estos hechos habrían aparecido, aunque fuera de refilón, en alguno de sus libros anteriores, igual que aparece, por ejemplo, de forma recurrente, el abuelo polaco con el tatuaje en el antebrazo de su número del campo de concentración. Dicho lo anterior, esto no significa que no haya disfrutado de Tarántula, que sí lo he hecho y mucho. Tarántula me ha gustado más, sin duda, que Un hijo cualquiera, la anterior obra del autor. La construcción de Tarántula, con sus escenas poéticas, misteriosas y con la tensión narrativa de la posible violencia siempre a punto de estallar, entreveradas entre sí, es un pequeño prodigio de ingeniería narrativa; como por otro lado, ya había hecho en otras de sus obras, como, por ejemplo, en Canción, a cuya estructura se parece mucho Tarántula. Creo que como yo sé que acabaré escribiendo una reseña sobre cada libro que leo y voy tomando notas sobre su construcción, me fijo en detalles que es muy posible que un lector más puro no se fije. En este sentido, Tarántula es una gran novela corta, perfectamente disfrutable por los seguidores de Halfon o por cualquier lector nuevo que se acerque a su obra, y que no desmerece a sus grandes novelas como Monasterio o Duelo.

domingo, 20 de julio de 2025

Ciudad de cadáveres, por Yoko Ota


 Ciudad de cadáveres, de Yoko Ota

Editorial Satori. 273 páginas. 1ª edición de 1948; esta es de 2025

Traducción de Kuniko Ikeda y Marta Añorbe Mateos

Prólogo de Patricia Hiramatsu

 

Después de haber grabado para mi canal de YouTube Bienvenido, Bob un vídeo titulado 10 grandes novelas japonesas del siglo XX, me di cuenta de que las lecturas que había hecho de Japón eran casi todas de hombres. Así que me propuse buscar más referencias femeninas japoneses. Por esos días, hojeando libros en la librería La Central me encontré con una novela de la editorial Satori –editorial gijonesa especializada en literatura japonesa– titulada Ciudad de cadáveres (1948), de Yoko Ota (Hiroshima, 1906 – 1963), que hablaba, en primera persona, del impacto de la primera bomba atómica lanzada contra una ciudad, Hiroshima. Le solicité el libro a la editorial Satori, con la que ya había colaborado en el pasado, y ellos me la enviaron a casa. La he leído durante mis vacaciones de profesor en Semana Santa, después de acercarme a otra obra japonesa escrita por una mujer, Mi marido es de otra especie (2016) de Yukiko Motoya.

 

A la novela testimonial de Yoko Ota le precede un prólogo de Patricia Hiramatsu, cuya lectura he dejado para el final. Yoko Ota, nacida en Hiroshima, y vivía en Tokio cuando estalló la Segunda Guerra Mundial; sin embargo, en 1945 había vuelto a Hiroshima, a vivir con su madre y una hermana pequeña, madre de un bebé, huyendo de los bombardeos de Tokio. Por tanto, fue una testigo directa de lo que ocurrió el 6 de agosto de 1945, cuando el ejército estadounidense arrojó la primera bomba atómica, usada en una guerra, contra su ciudad.

En la página 71 nos encontramos con un prefacio, escrito por la autora, para la segunda edición. En él, la propia autora nos dice que escribió esta obra, entre agosto y noviembre de 1945, de forma apresurada porque pensaba que podía morir afectada la radiación del uranio, a la que estuvo expuesta y quería, antes, dejar testimonio de su vivencia. «Por este motivo no tuve tiempo de redactar Ciudad de cadáveres como una obra novelada.» (pág. 72). Más tarde leeré, en el prólogo de Patricia Hiramatsu, que cuando se publicó la versión definitiva de Ciudad de cadáveres fue señalado –por la crítica japonesa– su valor como testimonio, pero fue discutido su valor artístico, porque la obra no se adaptaba a los convencionalismos de lo que en la época se consideraba que era una novela. Ahora mismo, nos dice, Hiramatsu, con la mezcla de géneros propia de la modernidad, Ciudad de cadáveres puede encajar más en los preceptos de una novela, que en el del momento en el que fue publicada.

 

«Los días transcurren envueltos en caos y pesadillas. Incluso en un soleado mediodía de otoño, no podemos escapar del ahogo de la confusión, como si nos hundiéramos en un crepúsculo abismal.», este es el primer párrafo de la obra. La novela empieza, más o menos, un mes más tarde que el 6 de agosto de 1945, el día clave de esta historia. Yoko Ota se encuentra refugiada en la casa de unos conocidos, en un pueblo que está a 25 kms de Hiroshima. En las primeras páginas del libro nos va a hablar de la gente que la rodea, de los que van muriendo a causa de lo que llama el «síndrome de la bomba». A las personas que estuvieron cerca de la explosión el 6 de agosto, y que no murieron de forma inmediata, les empiezan a salir manchas en la piel y acaban muriendo. La propia Ota observa los cambios en su cuerpo, temerosa de que esas manchas empiecen a aparecer de repente; pero, por ahora, se trata solo de picaduras de mosquitos. Ota ya ha empezado a escribir sobre su experiencia. Por esos días, la información sobre los efectos de las personas que estuvieron cerca de la radiación del uranio es aún confusa. «Dicen que todos los que estaban a menos de dos kilómetros de la zona cero recibieron una intensa radiación térmica en mayor o menor medida. No sintieron ningún dolor y conservaron la salud durante un tiempo hasta que, de repente, empezaron a sufrir los síntomas.», leemos en la página 88 y, a continuación, Ota pasa a describir esos síntomas, tomando como referencia una noticia de un periódico de Hiroshima. Este tipo de intercalados ajenos en el texto van a ser los que, tiempo después, lleve a algunos escritores y críticos de la época a considerar que Ciudad de cadáveres no tiene valor literario. Lo cierto es que no me han desentonado. En el capítulo dos –titulado Rostros inexpresivos– es en el que se utiliza más este recurso, mostrando cifras de muertos y heridos oficiales, e informes sobre las consecuencias médicas de la bomba, firmados por personalidades como el profesor Fujiwara, de la universidad de Hiroshima, o del doctor Tsuzuki, de la universidad de Tokio.

Ciudad de cadáveres no se pudo publicar en 1945, cuando se presentó por primera vez a una editorial, debido a la censura del ejército de ocupación sobre estos temas, y, cuando se pudo publicar, por primera vez, en 1948, el editor decidió eliminar, en consenso con la autora, estar partes técnicas del capítulo 2. En la edición definitiva de 1950 se volvieron a incluir. Esta última es la versión, por primera vez en español, que nos presenta en 2025 la editorial Satori.

 

El capítulo 3 –titulado Hiroshima, la ciudad condenada– comienza con una descripción de cómo era Hiroshima antes de quedar arrasada por la bomba atómica. Así se describe la historia de la ciudad, su clima, su orografía y el carácter de sus gentes. A continuación, Yoko Ota nos narrará su propia experiencia de la bomba: «Cuando esto ocurrió, yo me encontraba en la casa de mi madre y mi hermana, en el barrio de Kyken-cho, en la zona de Hakushima, situada en las afueras de la ciudad.» Cuando la bomba cae sobre la ciudad, la mañana del 6 de agosto, ella estaba durmiendo en la planta de arriba de la vivienda. Aunque esta casi se derrumba; y a pesar de caerse las paredes, los cimientos permanecieron en pie, y ella logró bajar hasta el primer piso. Las cuatro personas (madre de Yoko, hermana, sobrina y ella misma) están vivas. No comprenden por qué empiezan a ver a personas quemadas, porque no ven ningún fuego.

Ota mostrará su rabia contra las autoridades japonesas, que parecen haber abandonado a las víctimas del bombardeo, y a la corriente bélica a la que los dirigentes llevaron al país durante la última década; y en menor medida estas quejas parecen estar enfocadas sobre los estadounidenses. Quizás aquí se aprecie el temor de que el texto no lograra pasar la censura de la época. También hará la autora algunas apreciaciones sobre el carácter de los japoneses, a los que no deja bien parados, describiéndolos como gente con poca iniciativa, pasivos y frívolos.

Los sobrevivientes casi desnudos, con la ropa hecha jirones, empezarán a deambular por la orilla del río. Sus caras y sus cuerpos se hinchan. Los vivos empezarán a convivir con los cadáveres de los muertos. «Al tercer día después del 6 de agosto, el olor a muerte inundaba la orilla del río. En cuanto se hizo la luz, descubrimos que muchos de los que el día anterior estaban vivos ahora yacían muertos en el suelo.» (pág. 172-3).

 

«–¿Cómo puedes fijarte tanto en los cadáveres? Yo no puedo ni mirarlos –me reprochó mi hermana.

–Los estoy mirando con ojos humanos y con ojos de escritora –le respondí.

–¿Vas a escribir sobre esto?

–En algún momento tendré que hacerlo. Es mi responsabilidad como escritora que ha presenciado todo esto.»

Este diálogo aparece en la página 157. Los comentarios metaficcionales, en los que la autora habla sobre el propio texto que está escribiendo, su sentido o sus técnicas narrativas, son frecuentes y dan al conjunto un aire de verosimilitud.

La narración llegará hasta el punto en el que empezó la historia y la superará desde ahí, con Ota escribiendo por las noches en la casa en la que ha sido acogida, sin luz eléctrica y sin periódicos, reflexionando, más tarde, sobre la polémica que se dio en Japón sobre si debían reconstruir la ciudad de Hiroshima o dejarla tal y como quedó después de la bomba, como recuerdo del horror y de la guerra.

 

Para finalizar el volumen se reproduce un artículo de Yoko Ota, que resume parte de la contado anteriormente, y que es un documento histórico importante. Apareció en la revista Asahi Shinbun el 30 de agosto de 1945, solo tres días antes de que las Fuerzas Aliadas intervinieran los medios de comunicación. Este fue el primer documento público en el que se habló de la bomba atómica sobre Hiroshima y sus consecuencias para la población.

 

Después de leer el libro me he acercado a las cincuenta páginas del prólogo inicial, a cargo de Patricia Hiramatsu. Aquí leeré que los escritores japoneses, testigos de los hechos, y que escribieron sobre la bomba atómica fueron solamente siete. Y solo había tres escritores profesionales que sobrevivieron a la bomba y escribieron sobre ella: Yoko Ota, Tamiki Hara y Sankichi Toge. Toge escribió poemas y los que dedicó a la bomba no han sido traducidos todos al español. De Hara leí su novela testimonial Flores de verano, publicada en España por Impedimenta.

Hiramatsu nos hablará de la turbulenta vida personal de Yoko Ota, de sus muchas parejas y de su esfuerzo por ser tomada en serio en el mundo de las letras. También será interesante ver cómo antes de la guerra escribió obras que apoyaban el esfuerzo bélico de Japón, para pasar más tarde a mantener posiciones antibelicistas, y cómo fue criticada por ello. Hiramatsu da una visión compleja de la personalidad de Ota.

 

Igual que, en el pasado, me interesó leer narrativa sobre los testigos de los campos de concentración nazis, también me resulta interesante leer testimonios sobre las víctimas de las bombas atómicas. No debemos olvidar las atrocidades del siglo XX. Ciudad de cadáveres es una narración impactante sobre estos hechos, una novela dura e impresionante sobre uno de los episodios más ignominiosos del siglo XX. Quiero leer también Lluvia negra de Masuji Ibuse y Cuadernos de Hiroshima de Kenzaburo Oé sobre este tema.

domingo, 13 de julio de 2025

Kitchen, por Banana Yoshimoto


 Kitchen, de Banana Yoshimoto

Editorial Tusquets. 206 páginas. 1ª edición de 1988; esta es de 1994

Traducción de Junichi Mattsuura y Lourdes Porta

 

Ya he contado que, tras realizar un vídeo para mi canal de YouTube, titulado 10 grandes novelas japonesas, pensé que debía leer a más mujeres japonesas. En este contexto, empecé a buscar referentes, y me decidí a leer, por primera vez, a Banana Yoshimoto (Tokio, 1964), y elegí su ópera prima Kitchen (1988), que aparecía en varias listas de las novelas japonesas más representativas. Alguna vez había hojeado Kitchen en la biblioteca de Móstoles. Creo que el hecho de que esta novela japonesa estuviera titulada con una palabra en inglés la transformaba a mis ojos en una opción sospechosa. Relacionaba este título en mi mente con Tokio blues de Haruki Murakami. Este hecho de titular en inglés me hacía pensar que la propuesta de ambos escritores aspiraba a la comercialidad. Leí, sin embargo, Tokio blues y, pese a algunos matices que me hacían pensar que me encontraba ante una novela un tanto juvenil, no me disgustó. Así que entré en Iberlibro y pedí, para que me enviaran a casa, un ejemplar de segunda mano barato de Kitchen. Me costó poco, cuatro o cinco euros, y en unas dos semanas me llegó a casa.

 

En principio, deberíamos apuntar que la novela comercializada en España con el título de Kitchen (igual que en otros países), contiene una novela corta, titulada igual que el libro, de unas 140 páginas, y un relato, titulado Moonlight Shadow, de unas 60.

 

La protagonista de Kitchen se presenta a sí misma en la segunda página de la novela: «Yo, Mikage Sakuri, soy huérfana. Mis padres murieron jóvenes. Me criaron mis abuelos. Mi abuelo murió en la época de mi ingreso en la escuela secundaria. Desde entonces, vivíamos solas mi abuela y yo.

Hace poco murió mi abuela inesperadamente. Me asusté.»

 

Desde la muerte de su abuela, Mikage se refugia en la cocina de su casa. Es un espacio que se convertirá en simbólico en la novela: Mikage asocia el espacio de la cocina y el bienestar de la comida a su idea de hogar y familia. Quizás, cuando Han Kang publicó en 2007 su novela La vegetariana, he supuesto que podía haber leído Kitchen y que este libro fue una influencia para el suyo. En La vegetariana, al contrario de lo que ocurre en Kitchen, los alimentos, o más concretamente los que provienen de animales muertos, se connotaban negativamente, como símbolo de la violencia social. En Kitchen, en cambio, los alimentos, elaborados en la cocina, serán símbolo de paz y refugio. Pero ambas novelas, desde perspectivas distintas, hablarán de la soledad.

 

Tras la muerte de la abuela, Mikage, joven estudiante universitaria, debe tomar una decisión sobre dónde va a vivir, porque el piso que ambas mujeres compartían era de alquiler. En este contexto, va a recibir la visita de un chico, un poco más joven que ella, y que estudia en su misma universidad, Yuichi Tanabe. Un chico que la ayudó mucho el día del funeral de la abuela. Yuichi trabajaba en la floristería a la que le gustaba a la abuela ir. Yuichi va a invitar a Mikage a visitar su casa. Yuichi vive con su madre, que en realidad es su padre biológico. Sus padres habían crecido juntos y, tras la muerte de su madre, su padre dejó el trabajo y decidió que ya no amaría a nadie más. También empezó a operarse y convertirse en mujer. Más tarde abrió un bar, donde trabajaban mujeres transexuales y travestis.

Este tema del padre convertido en madre de uno de los protagonistas de Kitchen me ha resultado bastante atrevido y moderno para la fecha en la que está publicada la novela, en 1988.

 

La madre de Yuichi y él mismo van a ofrecer a Mikage la posibilidad de que se quede a vivir con ellos, aunque, en principio, sea una desconocida. «Por más jovial que fuera la convivencia entre la niña y la anciana, fui consciente bastante pronto, aunque nadie me lo hubiera explicado, de que un silencio escalofriante que se respiraba en los rincones iba llenándolo todo, y que había un vacío que no se podía llenar», leeremos en la página 33.

Quizás «este vacío que no podía llenar» es el tema principal de esta novela, con sus personajes principales dibujados como seres agobiados por la soledad y la pérdida. En muchas escenas, Mikage acabará fijándose en la luz de las estrellas en la noche; y esta luz se convertirá también en un símbolo de esa soledad que siente, una soledad cósmica, parece indicarnos.

 

La novela esta dividida en dos partes y me ha gustado el modo en el que Yoshimoto ha manejado los tiempos narrativos; ya que entre la primera y la segunda parte se ha producido un salto temporal de unos meses, y al empezar la segunda parte el lector irá recibiendo información sobre lo que ha ocurrido en los meses previos. Este control narrativo me ha recordado al del debut del chileno Alejandro Zambra, Bosái (2006).

 

Al principio he comentado que, desde hace mucho tiempo, simplemente por la elección del título en inglés para sus novelas, sentía que existía una conexión entre Tokio blues de Haruki Murakami y Kitchen de Banana Yoshimoto. Ahora, después de haber leído ambas obras, pienso que mi intuición era cierta y encuentro similitudes entre ambas obras. Tokio blues se publicó en 1987 y fue un gran éxito. ¿Tuvo tiempo Yoshimito de leerla y escribir Kitchen, publicada en 1988, bajo su influjo? En ambas novelas nos encontramos con personajes jóvenes, que han de enfrentarse al comienzo de su vida adulta. Las existencias de estos personajes estarán marcadas por las pérdidas de seres significativos en sus vidas. Toru Watanabe –protagonista de Tokio blues– es un joven melancólico y existencialista, como es también Mikage, la protagonista de Kitchen. Ambos se van a acercar al amor desde el miedo al compromiso y el lector los acompañará, con sus parejas, en largas escenas de amistad que tal vez, o no, se transformen en intimidad sexual.

Cuando hace cinco años reseñé Tokio blues escribí que me había parecido percibir cierta tendencia a la grandilocuencia en los diálogos. Algo parecido he sentido con Kitchen. Así, por ejemplo, en la página 61uno de los personajes dice: «Pues sí, una persona tiene que estar completamente desesperada una vez en su vida y, entonces, sabe a qué cosas de sí misma no puede renunciar. Si no, llegará a la madurez sin saber qué es realmente importante. Yo he tenido suerte, ¿no crees? –dijo ella. El cabello que caía sobre sus hombros ondeaba–. Hay muchas cosas que…, creo que hay cosas tan desagradables que parecen estar podridas. Hay cosas tan duras que dan ganas de apartar la vista. Ni siquiera el amor puede salvarte del todo.»

 

A diferencia de Tokio blues, Kitchen no apela al guiño cultural (referencias musicales y literarias) para agradar al lector. Pero ambas obras sí que usan la idea triste de la muerte y la pérdida para jugar la baza de crear trascendencia existencialista. En la página 72 de Kitchen leemos: «Parece como si, a nuestro alrededor -estas fueron las palabras que salieron de mis labios-, siempre estuviera lleno de muerte.»

 

Moonlight Shadow (también con título en inglés) empieza en la página 145 de este volumen. Al igual que Kitchen, está narrada por una chica joven, que apenas sobrepasa los veinte años. También trata de la asunción de la muerte de seres queridos. En este caso, el muerto es Hitoshi, el novio de la chica durante los últimos cuatro años. La protagonista de esta historia apenas puede dormir, y trata de sortear el insomnio y la depresión madrugando para hacer jogging junto al río. Siempre acabará llegando al lugar en el que vio a Hitoshi por última vez. La protagonista, en el tiempo narrativo del relato, se relacionará con Shu, de dieciocho años, hermano menor de Hitoshi, un chico raro que, como ella, ha sufrido también una pérdida, pero que, en su caso es doble, ya que él ha perdido a su hermano y también a su novia. Ambos murieron en el mismo accidente de coche. Shu se viste con el uniforme escolar femenino que fue de su novia. Como en Kitchen, este asunto de la identidad de género me ha parecido adelantado para la época de publicación del libro.

Los temas tratados en Moonlight Shadow son los mismos que en Kitchen: la asunción de la pérdida como peaje para ingresar en la vida adulta. En Moonlight Shadow se añade además un componente fantástico que, para mí, resta sutilidad a la propuesta, y la hace más juvenil, cayendo, además, en alguna cursilería poco literaria, como esta frase que podemos leer en la página 178: «Hizo aparecer un arco iris en mi corazón».

 

Cuando Banana Yoshimoto publicó Kitchen tenía veinticuatro años. Era realmente muy joven y, pese a caer en una búsqueda, quizás un tanto forzada, de solemnidad y grandilocuencia, al hablar de un modo tan insistente sobre la pérdida de personas cercanas, me ha parecido que sabía contralar bastante bien los tiempos narrativos de sus historias (mejor en Kitchen que en Moonlight Shadow) y que su debut era prometedor. Imagino que habrá limado estos pequeños defectos en sus obras más maduras, quizás me acerque a alguna de ellas para averiguarlo.

 

 

domingo, 6 de julio de 2025

Mi marido es de otra especie, por Yukiko Motoya


 Mi marido es de otra especie, de Yukiko Motoya

Editorial Alianza. 143 páginas. 1ª edición de 2016; esta es de 2019

Traducción de Keiko Takahashi y Jordi Fibla

 

Grabé, para mi canal de YouTube Bienvenido, Bob un vídeo titulado 10 grandes novelas japonesas del siglo XX y, entre el elenco de libros que podía elegir, me percaté de forma clara de que había leído a pocas autoras japonesas. Pensé que sería una buena idea buscar más referencias femeninas dentro de la literatura japonesa y, en este contexto, paseando entre los anaqueles de la biblioteca de Móstoles, me fijé en el libro que comento hoy, Mi marido es de otra especie de Yukiko Motoya (Ishikawa, 1979), autora ganadora de varios premios literarios en Japón. Además sentía curiosidad por este nuevo formato de la editorial Alianza, más grande que el habitual y con solapas.

 

Mi marido es de otra especie está formado, en realidad, por una novela corta, que da título al volumen y tres relatos.

Mi marido es de otra especie es una novela corta de 85 páginas, cuya narradora es Sanchan, que, antes de casarse, trabajaba como administrativa en una empresa de sistemas para economizar agua. Estaba sobrecargada de trabajo, nos contará, hasta un punto perjudicial para su salud. Cuando descubrió que el hombre que había conocido, y que se iba a convertir en su marido, tenía un sueldo superior a la media, decidió dejar su trabajo y convertirse en ama de casa. «A pesar de que, por así decirlo, exhibo con orgullo el cartel de “ama de casa”, no puedo evitar un sentimiento de culpa porque disfruto de tantas comodidades. Ser propietaria de una vivienda a mi edad me produce la sensación de que estoy haciendo trampas en la vida. Tal vez si tuviera hijos podría llevar la cabeza más alta; sin embargo, no hay el menor atisbo de que me vaya a quedar encinta, como si mis entrañas percibieran mi talante deshonesto.», nos cuenta Sanchan, en las páginas 18-19.

La novela comienza cuando la rutina de Sanchan se rompe tras hacer un descubrimiento inquietante: «Un día reparé en que mi cara se había vuelto idéntica a la de mi marido.», es la primera frase del libro. Sachan irá descubriendo que el juego del matrimonio puede ser más perverso de lo que parecía al principio, puesto que correrá el peligro de fundirse con su marido, de que los dos se conviertan en un ser impreciso. Existe en esta novela un ligero componente fantástico, que simboliza la insatisfacción de la mujer japonesa, atrapada en un matrimonio convencional. La mirada de la protagonista sobre su marido no será muy halagüeña, ya que le considera una persona egoísta en su trato con los demás. Poco después de casarse y vivir juntos, el marido le hará una confesión, le hablará de un hábito que le había ocultado durante el tiempo de noviazgo: ve la televisión (un programa de variedades) durante, al menos, tres horas al día, tomando un whisky con soda, cuando llega a casa, lugar en el que no quiere pensar en nada.

Además de hablarnos de la relación entre Sachan y su marido, en la novela aparecen otros personajes secundarios, como Senta –hermano de Sachan– y su novia Hakone. Un personaje que irá cobrando cada vez más importancia será la señora Kitae, una vecina, mayor que Sachan, con la que irá estableciendo la relación más significa durante el tiempo narrativo del libro. La señora Kitae está teniendo un problema con su gato y Sachan tratará de ayudarla, convirtiéndose en alguien útil.

Hacia la mitad de la novela, uno de los personajes dice: «Dos serpientes están juntas y cada una empieza a comerse a la otra por la cola. Van devorándose con rapidez y en la misma proporción, hasta que solo quedan las dos cabezas, que parecen una bola. Entonces, cada una se come la cabeza de la otra y las dos desaparecen por completo. ¿Comprendes? Tal vez la imagen mental que tengo del matrimonio sea algo así.» (pág. 45)

Un poco más adelante se hablará del deseo de Sachan de ser complaciente, de que cada vez que había salido con un hombre había hecho suyos sus pensamientos, sus gustos, sus formas de expresarse… Mi marido es de otra especie es una crítica hacia esta actitud sumisa que la sociedad japonesa parece reclamar a sus mujeres, cuando han de convertirse en parejas de los hombres japoneses.

Según se avanza hacia el desenlace del libro, el marido de Sachan irá comportándose de un modo cada vez más extraño, y Sachan tratará de seguirle. Como algunos de estos comportamientos tienen que ver con formas de alimentarse poco sanas, tuve la impresión de que Yukiko Motoya había leído La vegetariana de Han Kang –publicada en Korea del Sur en 2007, e imagino que traducida al japonés antes de la publicación de Mi marido es de otra especial en 2016– y que esta novela sobre los convencionalismos sociales a los que está sometida una mujer en Korea ha sido una inspiración para Motoya. En cualquier caso, he de decir que la novela de Han Kang es más desgarrada que la de Yukiko Motoya, y que Mi marido es de otra especie elige más el surrealismo y el humor absurdo para perpetrar su crítica a una sociedad opresiva con la mujer. Sin embargo, algunas de las mejores páginas del libro, tendrá que ver con la señora Kitae y cómo Sachan la ayuda a resolver los problemas que tiene con su gato.

 

Los perros es un cuento de 15 páginas, sobre una mujer que acepta el trabajo de hacer unas obras de arte de imitación en un pueblo apartado, viviendo en la casa que un conocido ha heredado de su abuelo. La narradora es una mujer solitaria y le gusta ese trabajo, en el que, en principio, no tiene que hablar casi con nadie. La casa estará habitada por unos indistintos perros blancos, de los que parece surgir una amenaza, puesto que la gente del pueblo se manifiesta contra ellos, gente que parece ir desapareciendo. Es un cuento de horror y de extrañeza, con alguna imagen curiosa, pero también algo previsible.

 

En El baumkuchen de Tomoko se abandona la primera persona de las dos narraciones anteriores y este cuento será narrado en tercera persona. Empieza con un buen primer párrafo: «La llama del fogón ardía a fuego bajo. Y Tomoko comprendió de repente que este mundo es un concurso que será eliminado a la mitad.» (pág. 113)

Tomoko está en casa, cocinando un pastel para sus hijos, mientras una sensación de extrañeza empezará a adueñarse de ella. «Tenía la impresión de que la sala de estar la estaba seduciendo, tratando de que cayese en una trampa terrible.» (Pág. 116). En este relato, también cobra importancia una mascota, un gato, igual que en la novela inicial. En la segunda narración, las mascotas eran los perros. Tomoko empezará a sentir que sus hijos se están transformando, creando un efecto similar al de las transformaciones del marido en Mi marido es de otra especie.

 

Un marido de paja es la última narración y, en ella, una mujer, también llamada Tomoko, como en el cuento anterior, pero que no parece ser la misma, está corriendo al aire libre con su marido. Aunque en el pasado sus conocidos se opusieron a la relación que tiene con él, ella parece contenta con la elección que hizo de compañero de vida. Sin embargo, la escena cotidiana de una pareja haciendo deporte empezará a enturbiarse cuando ella le haga un desperfecto al coche de él, recién comprado. Su marido es, literalmente, un marido hecho de paja, que cuando se enfada empezará a desprender pequeños instrumentos musicales. Este detalle tan surrealista, me ha hecho pensar en los cuentos iniciales de Philip K. Dick. De nuevo, volvemos al tema inicial de la primera novela, al de la extrañeza de las mujeres japonesas ante sus maridos y los convencionalismos sociales.

 

Mi marido es de otra especial, la novela breve, ganó en Japón el prestigioso premio Akutagawa y, aunque no está a la altura de La vegetariana de Han Kang, que me parece una inspiración para ella más clara que Kafka o Murakami –autores que se citan en la solapa como influencias de la autora–, me ha parecido una entretenida novela ligera. En cualquier caso, me ha gustado más que los tres cuentos restantes del conjunto, que me han resultado narraciones más convencionales, y que repetían motivos de la novela breve.

 

En 2023, Alianza ha publicado otro libro de Yukiko Motoya, titulado Selección automática, que reúne dos novelas cortas sobre la dependencia tecnológica en un futuro distópico. Quizás se trate de una lectura interesante.