jueves, 30 de diciembre de 2010

La lista: las diez mejores lecturas de 2010

Todos los libros que he leído este año han sido comentados aquí. Como ya hice el año pasado, voy a elaborar una lista con los títulos más destacados, a veces por la sorpresa inesperada que han supuesto, o por una relectura enriquecedora.

El orden de las diez obras seleccionadas es cronológico (por orden de lectura):



- LA HIJA DEL OPTIMISTA, EUDORA WELTY

- PIEDRAS ENCANTADAS, RODRIGO REY ROSA

- EL LUGAR, MARIO LEVRERO

- LAS NUBES, JUAN JOSÉ SAER

- LA GRANDE, JUAN JOSÉ SAER

- MADURAR HACIA LA INFANCIA, BRUNO SCHULZ

- DON QUIJOTE DE LA MANCHA, MIGUEL DE CERVANTES

- NADIE ENCENDIA LAS LÁMPARAS, FELISBERTO HERNÁNDEZ

- BLANCO NOCTURNO, RICARDO PIGLIA

- LAS HERMANAS GRIMES, RICHARD YATES

Me percato de que sólo 2 de los 9 autores mencionados están vivos. Si tuviera que selecionar una nueva lista con los autores vivos más destacados, añadiría los siguientes libros:

- EL MUNDO SIN LAS PERSONAS QUE LO AFEAN Y LO ARRUINAN, PATRICIO PRON
- BAJO EL INFLUJO DEL COMETA, JON BILBAO
- LAS PRIMAS, AURORA VENTURINI
- RÍO FUGITIVO, EDMUNDO PAZ SOLDÁN.


Me percato también de que este año he leído poca poesía, sólo 6 libros. Espero leer más el año que viene.

La foto que dejo a continuación es de la biblioteca de Móstoles, de la que me propongo sacar más partido durante el año que viene. La verdad es que está estupendamente surtida.


Y puesto que 2 de los 10 títulos más destacados de 2010 son de Juan José Saer, me propongo también leer más de este autor en 2011. De hecho, tengo 2 títulos más, que compré en verano, esperándome en la sección de inleídos de la biblioteca, y he comprobado que en la biblioeta de Retiro tienen al menos otros 3 títulos de él que me interesan.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Historia abreviada de la literatura portátil, por Enrique Vila-Matas

Editorial Anagrama. 124 páginas. 1ª edición de 1985, ésta de 2009.

La Historia abreviada de la literatura portátil es el último libro, de los que poseo, en el que Vila-Matas ha estampado su firma. Aparece aquí su característico dibujo de un tipo con sombrero y gabardina; en el caso de este libro sólo está marcado el lado derecho de la capa, como si el izquierdo se perdiera en la bruma, o más bien en el calor pegajoso del sábado de mayo, en la Feria del Libro del Retiro, que me lo firmó. Aunque quizás más valioso sea ese mismo dibujo, trazado con tinta más gruesa, en las primeras ediciones de Bartleby y compañía o París no se acaba nunca. A estas alturas no tendré que explicar que yo soy un mitómano de libros.

En La historia abreviada de la literatura portátil se nos pone al corriente de la conspiración shandy, también llamada “sociedad secreta de los portátiles”. En la página 13 leemos: “Aparte de exigirse un alto grado de locura, quedaron fijados los otros dos requisitos indispensables para pertenecer a esta sociedad: junto a que la obra de uno no fuese pesada y cupiese fácilmente en un maletín, la otra condición indispensable sería la de funcionar como una máquina soltera.
Aunque no indispensables, se recomendaba también poseer ciertos rasgos que eran considerados como típicamente shandys: espíritu innovador, sexualidad extrema, ausencia de grandes propósitos, nomadismo infatigable, tensa convivencia con la figura del doble, simpatía por la negritud, cultivar el arte de la insolencia”.

La sociedad se funda en 1924 en Port Actif, ciudad africana a las orillas de río Níger, y se disolverá en 1927, en Sevilla, coincidiendo con el homenaje a Góngora y el pistoletazo de salida a una generación de poetas.
Siguiendo las peripecias de los portátiles que constituyen esta sociedad, saltaremos de Zurich, a Port Actif, a París, a Viena, a Praga, a Trieste, a Berlín, a Sevilla…

A la conspiración Shandy pertenecieron escritores, pintores, fotógrafos… desde César Vallejo a Man Ray, desde Marcel Duchamp hasta García Lorca, pasando por Berta Bocado o Rita Malú… nombres reales o inventados, al fin da lo mismo, cuando el protagonista real de esta novela, como en la mayoría de las de Vila-Matas, es la propia literatura o el arte en general, donde los autores serían simples comparsas para sostener el peso de su obra, el auténtico material narrativo.

En la entrada anterior, sobre La asesina ilustrada, comentaba que los libros de Vilas-Matas parecen desprenderse de otros, de los que podían actuar como glosas. Ahí está, por ejemplo, París era una fiesta respecto a París no se acaba nunca. La historia abreviada de la literatura portátil parece desprenderse de Tristam Shandy de Laurence Sterne. No he leído este libro, pero me he acercado a la página que le dedica la wikipedia para descubrir que se trata de una novela en la que abundan las digresiones como hecho constitutivo de una trama con sentido del humor. En La historia abreviada también abundan las digresiones y el humor.

(Firma en Bartleby y compañía)

Acompañamos a los Shandy en su periplo europeo o africano, leemos sus cartas sobre el suicidio y nos vamos preguntando en qué consiste exactamente la conjura shandy. En Viena, unos disparos contra el techo de la sala en una fiesta hace que los shandys tengan que dispersarse, para acabar reuniéndose en Praga. En esta ciudad comprobaremos la tensa convivencia de los shandys con sus dobles, los odrakeks, que a su vez pueden tener golems.
Ya en la página 47 leemos que estos son “los miembros de una sociedad secreta que conspiraba para nada y desde la nada”.

Me ha llamado la atención pensar que estas obras primeras de Vila-Matas, de los años 70 ó 80, debieron ser leídas por un joven Roberto Bolaño, cuando se afincó en Cataluña, y que el uso que se hace en ellas de personajes literarios, con humor, perdición y poesía, debió influir en la forma compositiva del chileno en obras como La literatura nazi en América.

Como suele ser habitual en sus obras de madurez el realismo o los argumentos coherentes no parecen interesar mucho a Vila-Matas, quien nos catapulta por los absurdos y divertidos acontecimientos de la conjura shandy teniendo como argumentos su poética fuerza narrativa, su humor y su capacidad para crear imagines poéticas y sugerentes.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

La asesina ilustrada, por Enrique Vila-Matas

Editorial Lumen. 135 páginas. 1ª edición de 1977, ésta de 2005.

La primera vez que leí a Enrique Vila-Matas fue en agosto del 2000. Aún recuerdo el calor del sol en la espalda y la reverberación de la luz en la piscina, de la que acababa de emerger. Pasaba páginas sobre una toalla y trataba de concebir la increíble idea de que un escritor dejara de escribir, tal como se contaba en el libro que sostenía entre las manos, Bartleby y compañía, que podía ocurrir. Aún me quedaba un mes para empezar a trabajar como auditor; para, como en la guerra, dejar atrás mi vida de civil y convertirme en un simple A3 -un auditor junior-, y tener que batirme el cobre laboral en jornadas maratorianas de trabajo de 12 ó 16 horas al día (mi record fueron 19 horas seguidas; sé de otros que empalmaron un día con otro sin dormir: 36 horas).
Lógicamente duré poco con esto, yo como Bartleby también prefería no hacerlo. Y al contrarío de lo que les ocurría a los escritores que había convocado Vila-Matas en su libro, yo no podía ya a aquellas alturas dejar de escribir. Yo estaba más bien, como leería después en otro libro de este autor, poseído ya por el Mal de Montano.

Cuando volví con Vilas-Matas ya era profesor, y estaba en mi segundo colegio. Fue en enero de 2004 con París no se acaba nunca. Y leí este libro porque pensé que Vila-Matas me había robado una idea. En París no se acaba nunca el autor catalán hace una revisión irónica de su juventud, cuando fue a vivir a París para intentar emular al Hemingway de París era una fiesta y convertirse en escritor. Yo, entre el último mes de 1997 y el 1998 casi al completo, escribí una libro de poemas irónico, y no nostálgico, con el tema de fondo de París era una fiesta: yo también habría querido entonces ser un joven escritor en París, con interesantes relaciones y perspectivas, y emulaba a Hemingway escribiendo en los cafés no de París sino de mi ciudad, Móstoles. Éste es el libro de poemas –Móstoles era una fiesta- que, esperemos que esta vez, ya en 2011, a la 3ª sea la vencida, debería publicarme, precisamente, al final todo encaja, Bartleby editores.

En agosto de 2008, semanas antes de un viaje a la capital francesa, releí el París era una fiesta de Hemignway, y a la vuelta, en septiembre, me acerqué de nuevo a París no se acaba nunca, que me gustó más de lo que recordaba, que era bastante. Y seguí con Una casa para siempre, Extraña forma de vida, Bartleby y compañía (otra vez), El mal de Montano y Doctor Pasavento.
Confirmé que, como decía la crítica especializada, Vila-Matas es ya uno de los más importantes escritores europeos actuales.

Me alegra, aunque no deja de resultarme extraño, que al leer la lista de libros más vendidos de los suplementos culturales de los periódicos, entre los descorazonadores títulos del top 10, de vez en cuando, se cuele algún libro de Vila-Matas. Y digo esto porque los libros del barcelonés no me parecen de fácil acceso, ya que para disfrutarlos previamente hay que haber leído muchos otros libros, de los que los escritos por Vila-Matas parecen glosas. ¿Cómo será leer Doctor Pasavento sin haber leído previamente nada de Robert Walser? Yo, que en mi carpeta de apuntes de Empresariales, llevaba una foto en blanco y negro de Walser con un paisaje boscoso de fondo, disfruté bastante de ese libro. Lo curioso es que deben existir bastantes lectores que han leído París no se acaba nunca sin haber leído París era una fiesta o Doctor Pasavento sin Jakov von Gunten. Es más, después de la aparición de Doctor Pasavento se reeditaron bastantes de los libros de Walser. Así que ya sólo por esto merecería la pena la obra de Vila-Matas, aunque, claro, ésta posee muchos más méritos, de los que destaco su capacidad de juego literario y vital, y, por encima de todo, el hecho de hacernos comprender, al fin, que la vida literaria no sólo puede ser una vida tan plena como cualquier otra, sino incluso más.

He leído durante los últimos días La asesina ilustrada, la novela que según el narrador de París no se acaba nunca era la primera novela que un joven Vila-Matas escribió en la capital francesa mientras intentaba emular a Hemingway. Vila-Matas ya no sólo tiene el poder de rescatar la obra de escritores como Robert Walser sino la obra del joven Vila-Matas, sobre la que el maduro Vila-Matas posa su mirada irónica.
En el prólogo de esta moderna edición de la novela de 1977, Vila-Matas nos advierte de que por mucho que lo afirmase en París no se acaba nunca, La asesina ilustrada no fue su primera novela, sino la segunda. La primera fue Mujer en el espejo contemplando el paisaje, escrita en 1971, durante su servicio militar en Melilla. Libro que gracias a la ironía con que se habla de él en el prólogo de La asesina ilustrada debería ser también reeditado para regocijo de Vila-Matianos.

La asesina ilustrada despojada de prólogos, epílogos e ilustraciones (a cargo de Óscar Astromujoff) se queda en menos de 100 páginas, de las que el texto, propiamente titulado La asesina ilustrada ocupa unas 5. Y aún así estas páginas tienen la propiedad de matar a quien las lee. En total se cobra 3 cadáveres en todo el texto y al final se nos advierte que La asesina ilustrada seguirá, durante un tiempo, circulando (página 116).

Los protagonistas de esta obra son escritores o escritores de prólogos para las memorias de estos escritores, inexistentes y que además mueren inesperadamente. Desde las primeras páginas, compuestas sobre 1975 en un piso de París alquilado al joven escritor por Marguerite Duras, se advierte ya el gusto de Vila-Matas por lo metaliterario, por la propia esencia de la literatura; la obra, por encima de los autores, como protagonista de sus obsesiones como creador.

La elegancia del estilo se parece bastante al desarrollado con posterioridad, salvo por un detalle: las frases de La asesina ilustrada parecen escritas para tomárselas totalmente en serio y carecen de la ironía posterior. Y aparece una idea, creo que obsesiva para el autor, que será desarrollada en Doctor Pasavento: la de la desaparición del autor. "No obstante, no vamos a engañar al lector: su desaparición no deja un hueco importante en la historia de la literatura española", leemos en la página 43, en referencia a uno de los escritores protagonistas.

En el texto he creído descubrir más de un homenaje literario.
Algunas páginas me han recordado a Borges. Por ejemplo: “Elena Villena pudo habitar la idea de un chuchillero que va dejando su fuerza en su arma y al final el arma tiene una vida propia (como, para Hoffman, la tenía aquel diabólico violín de Krespel), y es el arma la que mata, no el brazo que la maneja…” (pág. 102). Esto creo que lo leí en alguno de los cuentos de El informe de Brodie.
El homenaje a Kafka parece palpable también en la escena en la que la narradora empieza, ante el cuerpo de un muerto, a arrancar el papel de las paredes y se va topando con empapelados cada vez más extraños.
Y también podemos encontrarnos aquí con el escritor de relatos de terror M. R. James, ya que la narradora observa un tapiz en el que una figura, un posible asesino, se va desplazado por una imagen que reproduce la casa en la que se encuentra. Este es el argumento del cuento El grabado de James.

La edición de este libro sobre relatos asesinos y prólogos de memorias de escritores inexistentes se enriquece, además de con el irónico prólogo de Vila-Matas, con el no menos irónico epílogo debido a Jordi Llovet (quien, sépanlo de una vez por todas, al despedirse de sus amigos se va corriendo). Fue él quien presentó el libro en una librería de Barcelona en 1977 ante los estupefactos oídos de la familia de Vila-Matas, y de los ya conocidos escritores Vázquez Montalbán y Juan Marsé, que nadie sabía qué hacían allí.

Una obra interesante para incondicionales de Enrique Vila-Matas, que hayan leído antes, preferiblemente, París no se acaba nunca, y mejor, también, antes, París era una fiesta, libro que podría hacerles leer El gran Gastby de Scott Fitzgerald, y ya si se animan, por qué no, Móstoles era una fiesta, si Bartleby decide que, tal vez sí, este año, preferiría hacerlo.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Río Fugitivo, por Edmundo Paz Soldán

Editorial Libros del Asteroide. 354 páginas. 1ª edición de 1998, ésta (revisada) de 2008.


La primera vez que me fijé en el nombre de Edmundo Paz Soldán fue leyendo la contraportada del libro Niñas y detectives de la boliviana Giovanna Rivero, escrita por él. Busqué en Internet y averigüé que Paz Soldán, al igual que Rivero, es un escritor boliviano, que además, pese a haber nacido en 1967, tiene ya una sólida obra en su haber, y que en España está casi toda publicada por Alfaguara.

El tiempo narrativo de Río Fugitivo nos lleva a 1984, cuando tanto el narrador, Roberto Moreno, como el autor, Edmundo Paz Soldán, tienen 17 años; y la acción se sitúa en la ciudad boliviana de Cochabamba, de donde también es Paz Soldán.
“En aquellos días ya lejanos –pero todavía recuperables para mi memoria-“, así empieza este libro evocado, como nos percataremos en las páginas del epílogo, desde una distancia de 13 años, cuando el narrador ha alcanzado ya los 30.
Roberto nos habla de su último año en el colegio Don Bosco, donde acuden los hijos de la clase alta de Cochabamba, y el mismo narrador admite su deuda con Mario Vargas Llosa y La ciudad y los perros en la página 26 de la novela: “Serás nuestro Vargas Llosa, me decía, y yo encantado, Vargas Llosa era mi modelo, quería –quiero- escribir de Bolivia como él escribe del Perú y de paso que todo el mundo me lea”.

La novela comienza con la vuelta al colegio Don Bosco tras las vacaciones de verano. En el patio se reencuentran los compañeros con su realidad clausura durante 3 meses. Roberto está ansioso por oír las historias que sabe que le van a contar sus amigos, ya que se trata de alguien que cataloga a las personas que le rodean según su versatilidad como narradores.

La novela, en sus partes más cómicas, además de La ciudad y los perros, también podría entroncar con las evocaciones melancólicas y divertidas que hace en sus libros el también peruano Alfredo Bryce Echenique; estoy hablando principalmente de No me esperen en abril o Un mundo para Julius. Aunque en la novela de Paz Soldán nos olvidamos pronto que, como se anunció en su primera línea, se trata de una evocación, porque todos los avatares de ese último curso en el Don Bosco se describen desde una gran cercanía narrativa. De hecho, ni siquiera una grave desgracia familiar, con la que nos topamos en la página 194, enturbia ni cubre de significados diferentes la descripción de las semanas previas al suceso terrible, que en realidad es el que está marcando la novela y la necesidad de volver a aquel pasado.

Los capítulos se desarrollan siguiendo una forma compositiva similar en casi todos: se narra un suceso presente para Roberto (su primera persona mediatiza la novela), por ejemplo, una caminada junto al río, y entre los huecos de ese paseo se evocan acontecimientos acaecidos durante los últimos días.

Dentro del modelo que La ciudad y los perros supone para este libro, Roberto también escribe textos que vende a sus compañeros, cartas o poemas de amor, relatos eróticos, que en la mayoría de los casos son plagios de obras conocidas.

Roberto consigue levantar el recuerdo de sus compañeros de curso y profesores, perfilando a una concurrida multitud de vívidos personajes secundarios, además de describirnos con minuciosidad a sus familiares y vecinos. También se dibuja como telón de fondo la crisis económica que vivía el país en la década de los 80 bajo el gobierno democrático del presidente Siles, con continúas huelgas, movilizaciones e hiperinflación del 200% al mes.
Dentro de un contexto de desigualdades sociales, de deterioro mediambiental, de familias disfuncionales, Roberto sueña con perfilar por escrito el crimen perfecto. Para ello ha creado un alter ego llamado Mario Martínez, personaje de sus cuentos, eficaz detective que trata de devolver el orden que lleva el crimen a la ciudad idealizada de Río Fugitivo.

Cuando en la página 194, el crimen o la muerte accidental irrumpen en el relato, Roberto se verá tentado de buscar a su Watson y convertirse en Sherlock Holmes. Su investigación particular le llevará a descubrir que la realidad no es como él hubiera querido que fuera en Río Fugitivo, que “la realidad siempre sorprendía” (pág. 314), y que el mundo además de estar lleno de narradores interesantes también lo está de “narradores peligrosos” (pág. 354).

Otro de los recursos narrativos de los que más se vale Paz Soldán en esta obra es del discurso digresivo. Roberto, mientras la trama novelística avanza, reflexiona continuamente sobre todo: la personalidad de cuantos le rodean, la fuerza de la herencia genética, la realidad de su país, la literatura… creando una gran novela-río en la que cabe casi todo, desde el lugar común adolescente a emotivas palabras sobre la familia, los amigos, el paso del tiempo…
Me ha sorprendido comprobar que ésta no es la primera novela de Paz Soldán, porque contiene casi todas las características de una primera novela: las ganas ansiosas de levantar un mundo complejo (muy cercano al propio) en el que poder hablar sobre todo lo imaginable.

Reflexiono sobre mis últimas tendencias lectoras: leer novelas cortas y libros de relatos. Y me cuestiono esto porque los personajes de Río Fugitivo me han acompañado durante unos 10 días, alzando para mí, cada vez que tomaba el libro, en un autobús, un aula, una cafetería, el sofá de mi casa… el mundo de una desconocida Cochabamba en los años 80, donde los sueños, los miedos y los descubrimientos de un adolescente son como en cualquier otra parte del mundo, como los de cada uno, misteriosos y únicos.
He sentido pena al acercarme a las páginas finales del libro, y éste es uno de los mejores elogios que se me ocurren.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Llenad la Tierra, por Juan Carlos Márquez

Editorial Menoscuarto. 161 páginas. 1ª edición de 2010.

El último viernes me pasé por la librería Tres rosas amarillas situada en la calle Vicente Ferrer de Madrid. Una librería dedicada casi en exclusiva a los libros de cuentos, un lugar en el que siempre se puede conversar con el librero, José Luis, comentar libros y aceptar y ofrecer recomendaciones; como puede verse, un lugar estupendo.
Además los viernes, a las 9 de la noche, se lleva a cabo lo que el librero ha bautizado como “cata de cuentos”: él selecciona un cuento, lo fotocopia y entrega las copias a los concurrentes sentados en sillas plegables. Él lee el texto en voz alta sin anunciarse quién es el autor, y después se abre un coloquio. Al final hice tiempo tomando un café y una porción de tarta en un bar y me quedé a la cata a pesar del frío que hacía. Fue divertido conversar con desconocidos de un cuento que desde el primer párrafo sabía que era de Alice Munro.
Además, tras hojear la mitad de los libros de la tienda, me llevé conmigo una novedad: Llenad la tierra de Juan Carlos Márquez, casi recién salido del horno de la imprenta. Este jueves, 9 de diciembre, será su presentación en Tres rosas amarillas. Espero que me dé tiempo a acudir.

Me había encontrado con el bilbaíno Márquez en Internet en varias ocasiones, en espacios vinculados al relato. Por dos veces ha sido finalista del premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en ese año, y ha sido seleccionado para diversas antologías. Leí su cuento Carniceros, prostitutas (otra vez) y tenientes en la antología de Menoscuarto, Siglo XXI. No fue de los 10 cuentos que destaqué, pero no porque no me hubiese gustado, sino, más bien, porque me gustaron muchos cuentos de esa antología y acabé destacando otros.

Hay un primer tema que me ha llamado la atención al leer Llenad la Tierra: si uno se acerca a un libro de cuentos de un norteamericano, por ejemplo de Raymond Carver, o de Tobias Wolff, se encontrará con un conjunto de relatos bastante homogéneo. El autor emplea enfoques diferentes, pero se aproxima a un material de forma similar en casi todas sus composiciones. Lo mismo ocurre si leemos, por ejemplo, un libro de Felisberto Hernández o de Julio Cortázar: la aparente realidad quedará pronto trastocada por algún elemento fantástico o irreal.
Al leer a Juan Carlos Márquez, en cambio, nos encontramos con relatos enteramente realistas (en apariencia), con relatos neofantásticos, surrealistas, absurdos, macabros… los enfoques son múltiples, y la necesidad de experimentar nuevas formas y de romper las propias convicciones sobre el relato parecen ser constantes.
Construir este tipo de libros tiene un riesgo: si uno admira, por ejemplo, a Carver, es raro que un cuento le decepcione; ya sabe, con bastante seguridad, lo que puede encontrar en sus libros y lo que ha ido a buscar en ellos. Si el autor cambia su enfoque y el tipo de relatos en cada nueva composición, el gusto del lector se ve continuamente forzado a recomponerse, a descubrir si estamos ante unas páginas fantásticas, realistas... y esto puede chocar con sus gustos y expectativas.
Después de acabar Llenad la Tierra, el balance final del experimento lo considero positivo; aunque por supuesto, ante propuestas tan dispares mi entusiasmo como lector haya sido colmado más en unos casos que en otros.

Destacaría dos piezas, de características similares, seguramente de lo más realista del libro, que se han convertido en mis favoritas: Belgrado 1976 y Las preposiciones de Blint.
Belgrado 1976 es un cuento realista narrado por el portero de la selección de la RDA poco antes de un partido decisivo ante Checoslovaquia. Me ha recordado a los cuentos de Roberto Bolaño, por su capacidad de fabular, y conseguir recrear los pensamientos de personajes ajenos a la cultura y la época del autor.
Las preposiciones de Blint parece ambientado en Alemania, o en una Alemania fantasmagórica, y trata de un profesor que cura la fobia de un adolescente que ha visto cómo su pueblo era sumergido bajo el agua para construir una presa. Muy imaginativo y de final muy sugerente.

Destaco también el cuento La vida discontinua. Los hechos son realistas, pero no del todo las situaciones. Este cuento contiene una frase que bien podría ser una poética para Juan Carlos Márquez: “hay anomalías que, con la mera repetición, terminan convirtiéndose en normalidades” (pág. 74)

Me ha parecido muy logrado también el primer cuento: El corazón de mi padre. Que podría englobar en el género neofantástico: un suceso surrealista marca el texto, el padre pierde su corazón al inclinarse para atarse los zapatos, lo toma en la mano, y luego la familia lo va cambiando de recipiente según va creciendo fuera del cuerpo paterno. En este cuento el costumbrismo de una familia media es contado a través de un hecho absurdo, con bastante sentido del humor.

Me ha gustado también bastante el cuento más extenso -20 páginas- Hacer lo necesario. Los hechos que se narran son realistas, pero las situaciones se van volviendo inverosímiles, al estilo de Felisberto Hernández.

Hay cuentos de carácter más realista, donde un personaje evoca su vida, que me han recordado a las composiciones de Quim Monzó o Sergi Pamies. Estoy hablando de cuentos como Llegado el momento, en el que un asesino de avanzada edad evoca su pasado, o Un relieve verdoso, donde se presupone la vida de un naufrago.

Por supuesto Márquez no descarta el poder onírico de los sueños en sus composiciones (de hecho, casi todo su realismo también tiene un poso onírico), en esta tendencia se encuentra Papá, mírame.

Dentro de la búsqueda de Márquez, hay cuentos que parecen puras indagaciones del lenguaje, como El progreso, donde las asociaciones de ideas me han recordado a la escritura enfebrecida de William S. Burroughs en El almuerzo desnudo.

Un cuento que no me ha gustado es Restos, donde un mendigo se alimenta de la basura de un hospital. Demasiado morboso para mí.

Quizás los cuentos que menos me han interesado son aquellos que se basan en una mera conversación surrealista, absurda o en juegos de palabras, como El orden integral, sobre una fila en un supermercado; Sopla, sobre un cumpleaños; o Mecánica popular, con una conversación de besugos en un taller mecánico, donde se confunden las palabras.

En todo caso, como nexo de unión de este libro sin aparentes nexos de unión me gustaría destacar el cuidado lenguaje -éste sí, presente en todo el libro- del que se sirve Márquez para escribir.
Como ya he comentado, Llenad la Tierra es un libro de cuentos arriesgado, donde el autor se impone explorar territorios nuevos, y en el camino el lector puede sentir extrañeza y también, en más de una ocasión, el brillo de estar ante una pequeña joya narrativa.

martes, 7 de diciembre de 2010

Ningún lugar sagrado, por Rodrigo Rey Rosa

Editorial Seix Barral. 123 páginas. 1ª edición de 1998.

Como ya escribí en otra entrada acerca de Rodrigo Rey Rosa, Ningún lugar sagrado era uno de los pocos libros del escritor guatemalteco que me quedaba por leer.

En Entre paréntesis, Roberto Bolaño dice de Juan Villoro: “sus cuentos están entre los mejores que se escriben hoy en lengua española, sólo comparables a los del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa”. (pág. 138)
En la página 140 de Entre Paréntesis, Bolaño dice, directamente, de Ningún lugar sagrado: “Este libro está compuesto por cuentos breves, distancia en la que Rey Rosa es un maestro consumado, el mejor de mi generación (…) Leerlo es aprender a escribir y también es una invitación al puro placer de dejarse arrastrar por historias siniestras o fantásticas”.

Ya sé que Bolaño no escatimaba elogios hacia la obra de sus amigos, y Villoro y Rey Rosa lo eran. Pero Villoro, Rey Rosa y el propio Bolaño me parecen unos escritores de cuentos inmensos, dignos seguidores de Borges, Rulfo o Cortázar.

En Ningún lugar sagrado, Rodrigo Rey Rosa reúne 9 cuentos ambientados en Nueva York. En una nota previa también se nos informa que todos los cuentos, salvo uno, han sido escritos en esa ciudad.
En Nueva York, parece decirnos Rey Rosa, también reside el absurdo de la violencia, igual que en sus escenarios anteriores, Guatemala y Marruecos, principalmente.

En el primer cuento, El chef, en apenas dos páginas, asistimos a una historia de locura, marginalidad y muerte, con el estilo aséptico al que Rey Rosa ya nos ha acostumbrado.

En el siguiente cuento, Poco-Loco, como el propio autor nos cuenta en su pequeño prólogo, se recrea otro absurdo asesinato, que tuvo lugar cerca de su residencia neoyorkina.

Me llama la atención un recurso que Rey Rosa emplea en las tres composiciones más largas del conjunto, en Negocio para el milenio, Hasta cierto punto y Ningún lugar sagrado. En ellas se reproduce una conversación con otra persona –en los dos primeros casos de forma epistolar, y en el tercero con una psicóloga- y Rey Rosa sólo nos da la versión de una de las partes implicadas en esa comunicación, quizás queriéndonos mostrar la soledad de los personajes, sus cartas en muchos casos sin respuestas, los monólogos a la psicóloga, que podrían ser un personaje inventado por una mente enferma.
Negocio para el milenio, donde un preso norteamericano intenta contacta con el exitoso dueño de la cadena de cárceles privadas en la que habita, puede leerse como una reescritura de En la colonia penitenciaria de Franz Kafka.
En estos cuentos, como en algún otro, los personajes proceden de Guatemala, o de Hispanoamérica, y, en ningún caso, Rey Rosa deja de criticar la política y las condiciones abusivas que se dan en su país.

Vídeo es un curioso experimento en el que alguien hace capitulación de las películas que vio en Nueva York. Y como si de microrrelatos se tratase se va haciendo un resumen de esas películas inventadas, angustiosas, metafísicas…

La niña que no tuve quizás sea el cuento menos politizado y emotivo del conjunto. En él se refleja la visión de un padre sobre su hija de 6 años, enferma terminal.

En Elementos, Rey Rosa se acerca al mundo de los poetas neoyorkinos, y nos muestra sus luchas y sus miserias. Una metáfora terrible sobre la ceguera del creador.

Ningún lugar sagrado es un gran libro de cuentos, de un realismo que a veces parece llegar hasta el expresionismo kafkiano. De los tres libros de cuentos que he leído de Rey Rosa, El cuchillo del mendigo, El agua quieta y Ningún lugar sagrado, éste último es el más maduro, aunque El agua quieta también contenía cuentos muy destacasos.

A pesar de no se hable mucho de él, aunque no se prodigue en actos públicos o declaraciones, ni le concedan premios, Rodrigo Rey Rosa es uno de los grandes autores hispanoamericanos actuales.

sábado, 4 de diciembre de 2010

La muerte de Ivan Ilich / Hadyi Murad, por Liev Tolstói

Editorial Alianza. 285 páginas. Primera edición de 1886 y de 1912. Esta edición de 2009.

De entrada voy a decir que en mi imaginario de lector Liev Tolstói tiene el privilegio de haber escrito la que considero la mejor novela que he leído nunca: Guerra y paz. Si alguien quiere saber hasta dónde puede llegar un novelista con talento, debería ya dejar todo lo demás y, si no lo ha hecho antes, leer Guerra y paz en la impecable edición del Taller de Mario Muchnik, con traducción y notas de Lydia Kúper. Cualquier sentimiento humano está contenido en los cerca de 600 personajes que Tolstói maneja en este libro, cualquier ambiente social, cualquier tipo de personalidad... Son 1.855 páginas que leí en 22 días febriles; era el verano de 2004.

Pero quizás lo más impresionantes es que si Tolstói no hubiera escrito Guerra y Paz, seguiría siendo uno de mis 5 ó 10 autores favoritos, porque ahí está Anna Karenina para seguir corroborando su talento inmenso. Y a un poco de distancia se encuentra Resurrección.

Estos tres libros, Guerra y Paz, Anna Karenina y Resurrección son, a mi entender, una de las cumbres de la narrativa mundial.

Y el caso es que lo primero que leí de Tolstói, La sonata a Kreutzer, no me gustó demasiado; contenía una moralina que a mis veintipocos años se me hizo anticuada, y me decepcionó.

Creo que lo siguiente que leí de Tolstói, unos años después, fue La muerte de Ivan Ilich, en una de esas feas ediciones de RTV, de la Biblioteca Básica Salvat, de los años 60. Lo leía poco a poco mientras estudiaba en casa para unos exámenes finales de la universidad. Y ya entonces, a mis 22 ó 23 años, me impresionó su fuerza para describir la agonía de un hombre.

Me ha gustado ahora, más de una década después, reencontrarme con Ivan Ilich, con su vida de burgués cumplidor con el trabajo y degustador de placeres mundanos, atrapado en un matrimonio con el que no se encuentra feliz.
Quizás el mayor talento de la narrativa de Tolstói resida en saber retratar la angustia y los abismos existenciales de sus personajes y a la vez la banalidad de la vida social que los rodea. La fuerza de los sentimientos intimos y las convenciones sociales, la influencia en las personas de estas dos tendencias es captada por Tolstói casi en cada párrafo de la novela. Así finaliza un capítulo (página 61), mostrando una escena entre la mujer y el marido enfermo:

“Mientras ella le besaba, él la aborrecía de todo corazón; y tuvo que hacer un esfuerzo para no apartarla de un empujón.

-Buenas noches. Dios quiera que duermas.

-Si”

Ivan Ilich, hombre poderoso, miembro del Tribunal de Justicia, capad de decidir sobre el futuro de otros, se encuentra ahora débil, a merced de la opinión de los médicos sobre su caso. Unos médicos engreídos, distantes, como no hace mucho lo fue él en su Tribunal. En este proceso hacia el dolor y la muerte Ilich tendrá que hacer balance de su vida; una vida en la que, como deberá reconocerse a sí mismo, no ha sido muy feliz, si descuenta ciertos momentos de la infancia. Además, ahora, en la enfermedad, “veía que nadie se compadecía de él” (página 71).

Me ha gustado encontrar un párrafo que adelanta unas décadas a la famosa magdalena de Marcel Proust: “Si se acordaba de las ciruelas pasas que le habían ofrecido ese día, su memoria le devolvía la imagen de la ciruela francesa de su niñez, cruda y acorchada, de su sabor peculiar y de la copiosa saliva cuando chupaba el hueso; y junto con el recuerdo de ese sabor surgían en serie otros recuerdos de ese tiempo: la niñera, el hermano, los juguetes”. (página 88)

Tal vez, si no fuese por el inmenso talento de Tolstói, esta narración -que puede ser leída como una novela de terror-, se podría ver lastrada al final por una idea de tesis de Tolstoi: la aparición del sentimiento religioso. “Fue cayendo por el agujero y allá, en el fondo había una luz” (página 95)


Hadyi Murad es una novela póstuma. El retrato despótico que hay en ella del zar Nicolás impedía en su momento que pudiera ser publicada. En esta novela, como ya hizo el autor en Guerra y paz con la invasión napoleónica, se refleja un hecho histórico: la invasión por parte de Rusia de Chechenia. Allí distintas tribus, aliadas o enemistadas según el momento, luchan entre sí o contra los rusos. Hadyi Murad, chechenio, se ha unido a los rusos, tras un enfrentamiento con su antiguo líder, Shamil.

En Hadyi Murad confluyen fuerzas bárbaras, antiguas; él se encuentra atrapado entre el odio que le profesa Shamil, quien tiene secuestrada a su familia, y el recelo de su antiguo enemigo, al que acaba de unirse.

Se trata de una novela coral, donde se puede describir el avance de un ejército, y de entre todos esos hombres Tolstói centra su mirada en uno, tomado del grupo casi al azar.
Novela sobre el poder y la fuerza de los destinos, podría ser tomada como un ensayo a escala menor de lo que sería su gran obra, Guerra y Paz.

Quizás este doble volumen de Alianza sea una buena introducción al universo de Liev Tolstói, si alguien no ha leído nada de él. Además este parece un buen momento, en el 100 aniversario aún de su muerte.