domingo, 9 de marzo de 2025

La guerra del fin del mundo, por Mario Vargas Llosa

 


La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa

Editorial Alfaguara, 719 páginas. Primera edición de 1981, esta es de 2000.

 

De Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) había leído hasta ahora –no necesariamente en el orden que voy a dar– libros como La ciudad y los perros (1961), Los jefes (1959), Los cachorros (1967), Conversación en la catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973), La tía Julia y el escribidor (1977), Elogio de la madrastra (1988) Lituma en los Andes (1993), La fiesta del Chivo (2000), La casa verde (1966) e Historia de Mayta (1984), y me había propuesto volver a su obra leyendo La guerra del fin del mundo (1981), que era una de sus magnas obras que me quedaban por leer. De un modo quizás artificioso, mentalmente he considerado que la gran obra de Mario Vargas Llosa acaba en La fiesta del Chivo (2000) y, por tanto, en ese espacio inicial de su producción me faltaba por leer La guerra del fin del mundo, un libro que había hojeado muchas veces en la biblioteca de Móstoles, sin decidirme a sacarlo y leerlo. A principios de marzo de 2024, el escritor español Miguel Ángel Zapata escribió en su muro de Facebook que se estaba preguntando si La guerra del fin del mundo no sería la mejor novela escrita en castellano del siglo XX, a lo que el escritor peruano Gustavo Faverón le contestaba que, para él, era la mejor novela en castellano después de El Quijote. Ante tan grandes elogios, pensé que, incluso mejor que sacar el libro de la biblioteca de Móstoles, sería comprarlo. Entré en Iberlibro para ver si había alguna edición de segunda mano apetecible y en un Tik Books de la calle López de Hoyos encontré una edición del 2000 de Alfaguara con muy buena pinta por solo 8 €. Llamé por teléfono y esa misma tarde me pasé a recogerlo. Recordé también que cuando estuve en Ciudad de México en 2017, en una librería de la calle Donceles pude haber comprado la primera edición de esta novela por 8 o 10 €, y no lo hice porque consideré que de México debía llevarme a Madrid solo libros mexicanos. Sin embargo, esta edición que he comprado ahora del 2000, viene acompañada del membrete «edición definitiva», lo que me hace pensar que ha pasado por algunas revisiones de Mario Vargas Llosa y eso me tranquiliza.

 

En el prólogo del libro, Vargas Llosa le cuenta al lector que no hubiera escrito este libro sin la lectura del libro Los sertones (1902) del brasileño Euclides da Cumba, gracias a ella descubrió al personaje de Antonio Consejero y su relevancia en la llamada «guerra de Canudos», que acabó siendo una guerra civil en Brasil. La acción de la novela se sitúa a finales del siglo XIX en el interior de Brasil, en el estado de Bahía. Una serie de acontecimientos de la historia de Brasil van a marcar el trasfondo de los sucesos de la novela: en 1888 se abolió la esclavitud en el país. En 1889, los antiguos propietarios de los esclavos apoyaron un golpe militar republicano, que acabó con el imperio de Pedro II. La primera fecha que se cita en la novela es la de 1896 y el primer personaje que aparece retratado es el de Antonio Consejero: un personaje enigmático que recorre los pueblos del Sertón en el estado de Bahía predicando –al estilo de los viejos profetas– la palabra de Dios. La región descrita en la novela ha sido tradicionalmente pobre y asolada por la sequía, lo que ha hecho, en el pasado, que muchos de los pueblos quedaran deshabitados y que la población se empobreciera mucho. Cada vez más personas empiezan a seguir a Antonio Consejero y a vivir según sus enseñanzas.

 

Antonio Consejero se siente incómodo con la nueva república, sobre todo después de enterarse que permite el matrimonio laico, en detrimento del matrimonio religioso. Para Antonio Consejero el nuevo gobierno de Brasil pasará a ser el Anticristo, y empezará a soñar con una restauración monárquica, un tanto fantasiosa, ya que el rey Sebastián iba a resucitar, saliendo del mar, para volver a gobernar Brasil. Antonio Consejero y sus seguidores van a ocupar las tierras de Canudos, en Bahía. Estas tierras pertenecen al barón de Cañabrava, que pasa largas temporadas fuera del país. En Canudos empezará a crecer una ciudad que sigue sus propias reglas, donde, por ejemplo, no son aceptados como dinero legal los nuevos billetes republicanos. La llamada «rebelión de Canudos» empezará a convertirse en un problema de más envergadura para la recién nacida República de Brasil porque se empezará a utilizar políticamente: los enemigos políticos del barón de Cañabrava (que ha participado en política) van a acusar a este de haber promovido la invasión de sus tierras para fomentar una vuelta a la monarquía. La república de Brasil empezará a mandar soldados a Canudos con la idea de derrotar su rebelión. Pero en Canudos cada vez hay más personas dispuestas a luchar por el sueño de un Brasil religioso, sin miedo a morir por su fe, y además cuentan con algunos líderes, que en su pasado fueron bandidos temidos y que conocen las técnicas de la lucha y los enfrentamientos con la autoridad.

 

El trasfondo histórico del libro es real y también algunos de sus personajes lo son. Vi una entrevista a Mario Vargas Llosa en YouTube en la que hablaba de La Guerra del fin del mundo y decía que no había mucha información sobre Antonio Consejero, pero se sabía, por ejemplo, que en Canudos tenía una mano derecha al que llamaban «el Beatito». Este Beatito está en la novela, y Vargas Llosa va a inventar una vida para él. También es constatable el nombre de los militares brasileños que participaron en esta guerra, pero, decía Vargas Llosa, que existían pocos datos sobre ellos, y por eso los hace aparecer en su novela con vidas inventadas por él.

 

El título, La guerra del fin del mundo, hace referencia tanto a lo remoto de la región en la que va a tener lugar esta contienda, como a la creencia de los habitantes de Canudos de que el fin del mundo se acercaba según el calendario llegara a la cifra de 1900. El tema de la superstición de las personas está presente en esta novela como un tema de fondo; como si esas ideas primitivas, fruto de la ignorancia, fuesen el caldo de cultivo de algunos de los problemas de las sociedades latinoamericanas. Este tema lo volvería a tratar Vargas Llosa en su novela Lituma en los Andes de 1993. En este sentido, en la página 270 podemos leer el credo de los habitantes de Canudos: «Juro que no he sido republicano, que no acepto la expulsión del emperador ni su reemplazo por el Anticristo (…). Que no acepto el matrimonio civil ni la separación de la Iglesia del Estado ni el sistema métrico decimal. Que no responderé a las preguntas del censo».

 

La guerra del fin del mundo es una novela coral, donde Vargas Llosa nos va a acercar a la vida de más de cuarenta personajes. De muchos de ellos, además de sus andanzas en la guerra de Canudos, nos va a contar su pasado; con una excepción: Antonio Consejero, en gran medida el personaje central de la novela, siempre será esquivo para el lector. Los personajes que se mueven a su alrededor sí tienen un pasado, pero no él, cuya vida será siempre un punto de fuga, un misterio, para el lector.

En el elenco de personajes destacará, por ejemplo, el periodista miope, del que el lector nunca conocerá el nombre, un periodista de un periódico de Bahía que acompañará a los soldados en una de sus incursiones en Canudos y que pasará a convivir con los rebeldes. Durante la primera mitad de la novela, los personajes viven sus andanzas, que les conducirán hacia Canudos, y Vargas Llosa nos hablará también de su pasado. En la última parte de la novela, será el periodista miope quien le narre al barón de Cañabrava los sucesos de los que fue testigo en Canudos y el lector recibirá alguna información importante de la historia de forma adelantada, para, después, adentrarse en los acontecimientos cuyo final ya conoce.

 

Otro personaje peculiar será Galileo Gal, un escocés perdido en Brasil de ideas revolucionarias y que, aunque no comparta todos sus preceptos, verá en la revolución de Canudos lo más parecido a la revolución social con la que siempre ha soñado. Entre las páginas 70 y 75 se encuentran las únicas páginas del libro escritas en primera persona, que parecen recoger un artículo escrito por Gal para una revista revolucionaria francesa.

También se contarán en la novela las historias de varios bandoleros, que se acabarán uniendo a las filas de Antonio Consejero, como João Grande o João Abate. El narrador expondrá las vidas de los personajes sin juzgarlas, y todos estos personajes serán capaces de cometer las mayores vilezas o las mayores heroicidades. En la narración se habla tanto de los personajes de Canudos, como de los militares; o de los poderosos de Brasil, como el barón de Cañabrava. Todas estas vidas acabarán siendo trágicas, con momentos de esplendor y de profundo patetismo, un patetismo contado siempre con dignidad. En este sentido son especialmente sentidas las páginas dedicadas al Circo del gitano y la descripción de sus artistas, donde Vargas Llosa demuestra una especial sensibilidad para hablar de los más débiles. Aunque tampoco tendrá ningún problema en adentrarse en los palacios de los nobles brasileños. En este sentido, debemos considerar que el modelo artístico de Vargas Llosa al componer esta novela es Guerra y paz de Lev Tolstoi.

 

La novela está salpicada de términos brasileños (cangaceiros, caboclo, etc.) que le dan riqueza al texto, poseedor de una prosa pulida y exquisita. Respecto a otras novelas de Vargas Llosa, me ha parecido que la estructura era menos experimental, pero no menos ambiciosa; de hecho, junto con Conversación en la Catedra, La guerra del fin del mundo debe ser la novela más ambiciosa de la obra de Vargas Llosa. No sé si esta es la mejor novela escrita en castellano en el siglo XX, como apuntaba Miguel Ángel Zapata, o si es la mejor novela escrita en castellano desde El Quijote, como apuntaba Gustavo Faverón, pero sí que puedo asegurar que es una grandísima novela, ejecutada con una ambición, que fue milagrosamente común en muchas obras del boom latinoamericano, y que ya parece un tanto olvidada. La guerra del fin del mundo se va de cabeza a mi lista de diez mejores lecturas del año.

 

domingo, 2 de marzo de 2025

Aguas de primavera, de Iván S. Turguénev


 Aguas de primavera, de Iván S. Turguénev

Editorial Alba. 211 páginas; primera edición de 1872, ésta es de 2023,

Traducción de Joaquín Fernández-Valdés Roig-Gironella

 

En el verano de 2016 leí Padres e hijos (1862), la que se considera la obra más perdurable de Iván S. Turguénev (Orel, Rusia, 1818 – Bougival, Francia, 1883). Fue un libro que me gustó bastante y, desde entonces, tenía pensando volver con la obra del ruso. En la primavera de 2024, vi que la editorial Alba acababa de sacar en su magnífica colección Alba clásica tres nuevos libros de escritores rusos del siglo XIX: El eterno marido de Fiódor M. Dostoievski, Aguas de primavera de Iván S. Turguénev y ¿Quién sabe? de Aleksandr I. Herzen. Se los pedí para reseñarlo y, por ahora, he leído los dos primeros.

 

Aguas de primavera comienza con Dmitri Sanin angustiado después de haber pasado una velada supuestamente agradable en compañía de la mejor sociedad de su ciudad. Sanin tiene cincuenta y dos años y comienza a sentir el miedo ante el abismo de la vejez, la enfermedad y la muerte. En estas circunstancias, ya de madrugada, empezará a revolver cajones y, de forma casual, encontrará una crucecita de granates que le lleva –como si de su propia magdalena proustiana se tratase– a recordar una historia de su pasado, algo que le sucedió en 1840, cuando tenía veintidós años. Por tanto, el tiempo narrativo de la novela es 1870, y en su cuerpo central –en la mayoría de sus páginas– el narrador, Sanin, va a evocar unos sucesos en los que se vio envuelto treinta años antes. De este modo será frecuente que el narrador le recuerde al lector que se están evocando tiempos pasados: «En aquel tiempo aún no había fotografías. Y los daguerrotipos apenas empezaban a popularizarse.» (pág. 158), «Como es sabido, en aquellos tiempos en valor de una hacienda se determinaba por la cantidad de siervos.» (pág. 171).

 

Sanin, a sus veintidós años, ha heredado un dinero y ha decidido viajar por Europa antes de convertirse en funcionario en Rusia. En el momento en el que empieza la narración de 1840, Sanin, ha llegado de Italia a Fráncfort, y se ha gastado su último dinero en un billete para la diligencia que le ha de llevar hasta Rusia. Sin embargo, un suceso inesperado acabará cambiando sus planes y, posiblemente, el rumbo de su vida. Sanin entra en Fráncfort en una confitería italiana. Se extraña de que no haya nadie tras el mostrador para atenderle, y entonces una muchacha de rizos morenos, de unos diecinueve años, sale de la trastienda y le pide ayuda. Su hermano (luego sabremos que se llama Emilio y tiene catorce años) se ha desmayado. Sanin, mientras viene el médico, ayuda, junto al viejo Pataleone (amigo y sirviente de la familia), a que Emilio se recupere. Para Sanin habrá comenzado un periodo de ensoñación juvenil, ya que le ha deslumbrando la belleza de Gemma, la chica de diecinueve años. Gemma y Emilio son hijos de Guiovanni Battista, ya fallecido, y de la señora Roselli, con quien viven. Sanin, tras prestar su ayuda a Emilio, será invitado por las dos damas a visitar más tarde la casa. Como el lector podrá intuir, Sanin va a perder la diligencia que había de llevarle a Rusia y va a pasar unos días más en Fráncfort. Pronto descubrirá que Gemma está prometido con Karl Klüber, un rico comerciante local. La madre de Gemma ha puesto muchas esperanzas vitales en este futuro matrimonio porque, después de la muerte de su marido, el negocio familiar va cada vez más de capa caída.

 

La escena del encuentro inicial entre Sanin y Gemma está basada en un hecho real que le aconteció a Turguénev en su juventud, también en Fráncfort; y un hecho importante en el desenlace del libro, que no quiere revelar, también está basado en la propia vida del autor. He leído en internet, que Turguénev tuvo una madre muy dura y posesiva y que el carácter de esta madre ha influido en la creación de sus personajes literarios. Así en sus obras suelen aparecer mujeres fuertes y dominantes y también hombres débiles, que se comportan como «esclavos» de estas mujeres. De hecho, Turguénev se enamoró de la cantante de ópera Pauline Viardot-García y estuvo siguiéndola por toda Europa, durante una gran parte de su vida. Pauline estaba casada y Turguénev llegó a convivir con el matrimonio, y se llegó a construir una casa en París cerca de la de ellos. Este carácter sumiso de Turguénev con las mujeres fue utilizado, de forma burlesca, por Dostoievski para crear uno de los personajes de Los demonios.

Turguénev fue amigo de Lev Tolstói, pero se acabaron enemistando. Al parecer, Tolstói invitó a Turguénev a su finca, y se la estuvo mostrando palmo a palmo, presentándole incluso a todos los animales y las relaciones que mantenían entre ellos. Turguénev sintió que esto era quizás una burla a su forma de narrar y acabó abandonando la finca de Tolstói antes de tiempo. La enemistad se prolongó durante muchos años; incluso Tolstói llegó a retar en duelo a Turgunév, pero este lo rechazó y se acabó marchando de Rusia para instalarse en Francia.

Una de las escenas principales de Aguas de primavera tiene que ver también con un duelo, un desafío muy propio del temperamento ruso y que agitará la naturaleza de las relaciones entre los personajes.

Es cierto, que los recuerdos de Sanin en 1840 comienzan de un modo muy amable, y que en los primeros capítulos hay poca tensión narrativa, pero esta irá aumentando según el lector avanza hacia el desenlace del libro. De hecho, el tramo final de la novela me ha parecido bastante sorprendente e incluso, cuando Sanin (o el narrador de la historia), ya en 1870, no ha querido seguir rememorando sus recuerdos más duros de degradación, cuando se descubrirá como un verdadero hombre débil, me he quedado con ganas de leer esas páginas que solo están sugeridas en la novela y que podían haber sido desarrolladas en otra novela diferente.

Cuando acabé Aguas de primavera y, ya desde 1870, dejé al personaje con cincuenta y dos años, la emoción por su juventud perdida y el lamento por los errores del pasado me calaron bastante hondo, haciéndome pensar que, bajo la apariencia inicial de una comedia ligera, se escondía la mano de un maestro.

De hecho, he estado buscando en internet información sobre Iván Turguénev, y he leído que era agnóstico y que, pese a ocuparse de algunos de los grandes temas de su época en sus obras, en gran medida –sobre todo en sus novelas cortas, como es considerada Aguas de primavera– suele hablar mucho de las relaciones entre hombres y mujeres, y del paso del tiempo y la pérdida de la juventud. Dostoievski y Tolstói como escritores más religiosos nos dan obras más torturadas, y podríamos decir que en el imaginario occidental sus escritos se han vinculado más con la idea de «lo ruso». A Turguénev, en cambio, se le vincula más con la literatura francesa; de hecho, llegó a ser un buen amigo de Gustave Flaubert. Sin embargo, es posible que el gran heredero de Turguénev será otro ruso que se ocupa también de la turbulencia de las relaciones, el rápido paso del tiempo y la cercanía de la muerte, que sería Antón Chéjov. De hecho, una de las mejores novelas cortas de Chéjov, El duelo (1891), trata de temas similares a los de Turguénev y uno de sus ejes compositivos es la presencia de ese duelo de carácter tan ruso. En definitiva, Aguas de primavera me ha parecido una gran novela corta, que gana mucho en su tramo final; la obra de un autor delicado y profundo. Me he quedado con ganas de leer más obras de Iván Tuguénev.

domingo, 16 de febrero de 2025

La corrupción de un ángel, por Yukio Mishima

 


La corrupción de un ángel, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 315 páginas. Primera edición de 1971; ésta es de 2024

Traducción de Guillermo Solana Alonso

 

Después de la lectura de Nieve de primavera (1969), Caballos desbocados (1969) y El Templo del Alba (1970) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), empecé la cuarta y última parte de la tetralogía de El mar de la fertilidad, titulada La corrupción de un ángel (1971).

(Aviso: para hablar de La corrupción de un ángel es posible que tenga que destripar algo del final de los libros anteriores de la tetralogía. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer El mar de la fertilidad, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)

 

La corrupción de un ángel, con sus 315 páginas, es la novela más corta de la tetralogía. Mishima acabó esta novela y se la envió a su editor la mañana del 25 de noviembre de 1970, unas horas antes de que se suicidara con el ritual del seppuku.

 

Nos encontramos en mayo de 1970 y Honda tiene setenta y seis años. Su mujer Rié ha fallecido y Honda pasa el tiempo y, a veces, viaja con su amiga Keiko, a quien conoció en la anterior novela, El Templo del Alba, ya que era la vecina de la casa que se compró con vistas al monte Fuji.

 

En el primer capítulo del libro, Mishima nos muestra el poder del mar desde la costa. Un joven, al que conoceremos un poco más tarde, observa ese mar desde una estación marítima del puerto. Es Tôru, un huérfano de dieciséis años, que trabaja en el puerto avisando de la llegada de los barcos comerciales. Tôru es un adolescente solitario y ensimismado, que recibe en su lugar de trabajo las visitas de Kinué, una joven, algo mayor que él (de veintiún años), que sufre el trastorno de sentirme una mujer muy guapa y deseada, cuando en realidad es, precisamente, llamativa por su fealdad. Tôru tampoco es un joven normal, pues vive obsesionado con la idea de que el mundo se crea a partir de su percepción y que podría destruirlo si así lo deseara. Tôru está convencido de su pureza. «Un muchacho de dieciséis años que se hallaba completamente seguro de no pertenecer a este mundo. Solo la mitad de él estaba aquí. La otra se hallaba en el reino de añil. No existían en consecuencia leyes ni normas que se gobernasen. Él se limitaba a simular que se hallaba sometido a las leyes de este mundo. ¿Dónde están las leyes a las que ha de someterse un ángel?» Leemos en la página 23. En este cuarto libro, la metáfora del ángel, como entidad que flota en el espacio esperando poder ocupar el cuerpo de un humano cobra cada vez más importancia. De hecho, Honda sueña cada vez más noches con los ángeles.

De un modo casual, Honda y Keiko llaman a la estación de control naval en la que trabaja Tôru, con la intención de que les permitan visitarla. Una vez dentro, Honda observará que Tôru tiene en el pecho los tres lunares, que tuvieron en el pasado Kiyoaki (protagonista de Nieve de primavera), Isao (protagonista de Caballos desbocados) y Ying Chan (protagonista de El Templo del Alba); para Tôru esos tres lunares son «una prueba en su propia carne de que eran suyos dones sin límites».

 

Honda toma la decisión de adopta a Tôru, al que considera la nueva reencarnación de su amigo Kiyoaki, que ya pasó por Isao y Ying Chan. En más de un momento, Honda temerá haberse equivocado, pues no tiene claro si Tôru nació después de Ying Chan (condición necesaria para poder ser su reencarnación o antes). En el caso de ser Tôru la nueva reencarnación de su amigo, Honda piensa que no puede llegar a los veintiún años, límite de edad a la que murieron todas las reencarnaciones anteriores. Y Honda quiere adoptarle, aún viendo en la esencia de Tôru la pura maldad. Al ser Honda una persona poseedora de una gran fortuna, no le va a resultar difícil adoptar a Tôru, situación que el joven acepta.

 

Si uno lee La corrupción de un ángel intentando comprender el estado mental de Mishima en el momento de la escritura, podrá encontrar algunos párrafos en los que muestra su malestar por la occidentalización de su país, como este de la página 149: «Las pruebas de una buena crianza proporcionan categoría a una persona y la buena crianza en el Japón significa familiaridad con la manera occidental de hacer las cosas. Solo hallamos al japonés puro en los barrios miserables y en el hampa y cabe esperar que con el paso del tiempo se torne cada vez más aislado.»

 

Una curiosidad del libro es que su narración avanzará hasta el año 1974. Es decir, más allá del tiempo narrativo del que Mishima escribe, que es 1970. De este modo, El mar de la fertilidad empieza situando a Honda, su personaje principal en 1912, con dieciocho años, y lo deja en 1974, con ochenta, abarcando más de sesenta años de la historia del Japón del siglo XX.

 

La convivencia entre Honda y Tôru, desde el principio, parece recorrida por la tensión de una violencia subterránea. Ya en mi reseña de El Templo del Alba comenté que algunas de sus páginas me recordaban a las leías en Junichiro Tanizaki, porque también las páginas de La corrupción de un ángel se van tiñendo de un aire enfermizo de perversión y de personas con la idea de hacer daño a otras, sin que queden muy explicados sus motivos. De este modo, Honda, convencido de que Tôru es la reencarnación de su amigo y de que no va a llegar a los veintiún años, quiere conseguir que antes se case con una bella muchacha para poder disfrutar luego de sus lágrimas de viuda joven, o Tôru tratará de idear cómo hacer el mayor daño posible a las personas con las que se va cruzando.

 

En La corrupción de un ángel, Mishima usa un nuevo recurso narrativo: el lector podrá acercarse a algunas páginas del diario íntimo de Tôru, donde él mismo anotará que le falta el instinto de autoconservación.

Creo que las páginas que más me han gustado de esta cuarta novela, son aquellas en las que, tras veinte años, Honda vuelve a su antigua perversión (adquirida en el tiempo de El Templo del Alba), después de la explosión de un conflicto con Tôru, de disfrutar siendo un voyeur que observa, por la noche, a parejas en los parques públicos. En algún momento he llegado a pensar en el gusto por los personajes excesivos, y con tendencia a la monstruosidad, de José Donoso. Todo un aire de misterio enfermizo y perversidad flota sobre las páginas de La corrupción de un ángel.

La novela acaba in medias res, sin que se acaben resolviendo algunos de los misterios planteados durante la narración. Me gusta el final, donde las últimas páginas se enlazan con la primera novela, Nieve de primavera, y reaparece aquí un personaje del que se habla, pero al que Mishima no hace comparecer ni en Caballos desbocados ni en El Templo del Alba, que ha perdido ya la memoria y que va a hacer enfrentarse a Honda, definitivamente, con la fragilidad de todo y la cercanía de la muerte.

Con algún pequeño altibajo, el nivel de la tetralogía El mar de la fertilidad es alto y los cuatro libros que la forman, que recorren más de seis décadas del siglo XX en Japón, son una valiosa obra literaria.

domingo, 9 de febrero de 2025

El Templo del Alba, de Yukio Mishima

 


El Templo del Alba, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 461 páginas. Primera edición de 1970; ésta es de 2024

Traducción de Guillermo Solana Alonso

 

Después de la lectura de Nieve de primavera (1969) y Caballos desbocados (1969) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), empecé la tercera parte de la tetralogía de El mar de la fertilidad, titulada El Templo del Alba (1970).

 

(Aviso: para hablar de El Templo del Alba tendré que destripar algo del final de Caballos desbocados e, incluso, de Nieve de primavera. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer esta tetralogía, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)

 

El comienzo de El Templo del Alba nos lleva, por primera vez en esta serie de libros, fuera de Japón. La acción comienza en Bangkok. El primer capítulo describe la ciudad, sin presentar aún a los personajes, y esta forma de iniciar la historia me ha recordado al comienzo de Pasaje a la India de E. M. Forster. Pronto sabremos que estamos en 1940 y que, por tanto, Honda –protagonista de la tetralogía– tiene cuarenta y seis años. Ha viajado a Tailandia por trabajo. En Caballos desbocados dejó de ser juez para convertirse en abogado y así poder defender al joven Isao (en quien Honda ha creído ver una reencarnación de su amigo Kiyoaki) de la acusación de terrorismo que pesaba sobre él. En este tercer libro, Honda se ha convertido en un abogado de éxito, especializado en derecho comercial y de empresas. Un conflicto comercial entre una empresa tailandesa y otra japonesa le ha llevado hasta Bangkok. Al estar en esta ciudad, va a aprovechar para visitar algunos templos budistas, como el bello Templo del Alba y también tratará de localizar a aquellos amigos de Siam (antigua Tailandia), que aparecían en Nieve de primavera, y que eran denominados como «los príncipes de Siam», que vivieron un año en Japón. Los príncipes no se encuentran en el país, pero Honda tendrá la oportunidad de visitar a una princesa, pariente de los anteriores, que tiene siete años, y la particularidad de que afirma ser una reencarnación de un hombre japonés. Esto convence pronto a Honda de que la princesita es la reencarnación de quien fue Kiyoaki y, más tarde, Isao. En ningún momento de Caballos desbocados Isao tiene la sensación de ser la reencarnación de nadie, pese a las creencias de Honda y, por este motivo, me ha parecido que aquí las reglas sobre la reencarnación propuestas por Mishima estaban cambiando.

Honda visitará a la princesa Ying Chan y quedará convencido de que se trata de la reencarnación de Kiyoaki y de Isao. Además, repasando el diario de sueños de Kiyoaki, podrá acercarse a la narración de un sueño en el que Kiyoaki se ve a sí mismo con una princesa en Siam. También hacia el final de Caballos desbocados, Isao tiene unos sueños en los que se ve como una mujer en un país tropical.

De Tailandia viajará por placer a la India y visitará la ciudad de Benarés, en busca de las fuentes históricas del budismo. De vuelta a Japón, con el telón de la Segunda Guerra Mundial de fondo, Honda sabe que, por su edad, no va a ser llamado a filas y pasará los años de la guerra leyendo libros sobre las distintas teorías de la reencarnación. Desde la antigua Grecia, pasará por la India y Japón. Creo que en estas páginas (y en gran parte de las anteriores, con la descripción de Bangkok y Benarés) la novela (y podríamos decir que también la tetralogía) sufre un bache narrativo. Muchos capítulos de esta parte de la novela se basan en describir una visita de Honda a una librería donde comprará un libro, normalmente de segunda mano, y el narrador nos contará qué lee Honda en ese libro. De forma clara, Mishima está usando la forma de la novela para escribir un ensayo poco camuflado de la historia de la reencarnación en las distintas filosofías mundiales. A nivel narrativo me ha parecido un error de construcción, y el momento más bajo artísticamente de lo que llevo leído de El mar de la fertilidad. De hecho, me ha dado rabia que no se narre cómo vive Honda la guerra en la ciudad de Tokio. Sí se nombra el ataque a Pearl Harbor, pero en ningún momento de la novela –incluso cuando se hable de las ruinas de las ciudades– se va a nombrar nada sobre las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

 

Por suerte, El Templo del Alba tiene dos partes y la novela mejora mucho en la segunda. Estamos en 1952 y Honda tiene cincuenta y siete años. Ya se ha retirado de la abogacía, después de haber ganado mucho dinero, gracias a un pleito histórico en Japón sobre la soberanía de las tierras comunales. Con ese dinero se ha construido una casa con vistas al monte Fuji y se dedica, junto con su mujer Rié, a contemplar la vida. La princesa Ying Chan, ahora de dieciocho años, ha ido a pasar una temporada en Japón y Honda ha reanudado el contacto con ella. Ahora, de adolescente, ya no recuerda aquel periodo de su niñez en el que decía que era la reencarnación de un japonés, que hacía que la considerasen como una niña loca.

Honda está construyendo una piscina en el terreno de su casa y también se dedica a la vida burguesa, organizando fiestas. La nueva vecina de Honda y Rié es la atractiva mujer madura Keiko Hisamatsu, que está emparejada con un norteamericano del ejército de ocupación. Keiko se va a convertir en un personaje importante, porque también aparecerá en La corrupción de un ángel, última entrega de la tetralogía. A las fiestas de Ying Chan, además de acudir personajes como Keiko, la princesa Ying Chan, también irá Makiko, que era la joven que en Caballos desbocados parecía enamorada de Isao. Makiko, en la actualidad de la novela, se ha convertido en una renombrada poeta.

Mishima retrata algunos cambios sociológicos que se han producido en el país: por ejemplo, era llamativo que en alguna fiesta de la alta sociedad retratada en Nieve de primavera (ambientada en 1912-14) las mujeres estaban en segundo plano y no intervenían en las conversaciones, algo que ya no ocurre, cuarenta años después, en las fiestas de la casa de Honda en 1952.

En esta novela van a hacer breves apariciones algunos de los personajes de las anteriores, como Iinuma, que fue el preceptor de Kiyoaki en Nieve de primavera, y el padre de Isao en Caballos desbocados. También sabremos del príncipe Toin, que aparecía en los otros dos libros, y ahora se encuentra arruinado tras la guerra.

 

Lo que hace interesante a esta segunda parte de la novela, que comienza en la página 210, es que Honda se ha convertido en un voyeur. Hasta ahora, Mishima había dibujado a Honda como un racionalista, cuyo mundo de creencias empieza a tambalearse al convencerse de que su amigo de juventud Kiyoaki, tras su muerte, se ha reencarnado en otras personas. La pasión amorosa o el deseo carnal, tampoco parecía afectar mucho a la vida de Honda, hasta esta etapa final de su vida, en la que a las puertas de la vejez, se ha convertido en un erotómano. En la página 217 leeremos: «Honda, que soñaba con el placer». En esta segunda parte además, podremos ver cómo es el Japón ocupado, con sus manifestantes japoneses que piden que los estadounidenses abandonen su país. Honda se va a sentir atraído por la princesa Ying Chan, a la que saca cuarenta años.

Algunas de las escenas sexuales que acaban apareciendo en el libro me han recordado en su composición a las leídas en Arenas movedizas, la novela de Junichiro Tanizaki, que leí hace un par de años. En cierta medida, esta segunda parte de El Templo del Alba parece un homenaje a Tanizaki.

A pesar del comentado bajón narrativo de la primera parte de la novela, me ha gustado la potente remontada de El Templo del Alba en su segunda mitad. Ya estoy leyendo La corrupción de un ángel, que cierra esta tetralogía.

 

 

domingo, 2 de febrero de 2025

Caballos desbocados, por Yukio Mishima


Caballos desbocados
, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 635 páginas. Primera edición de 1969; ésta es de 2023

Traducción de Pablo Mañé Garzón

 

En el verano de 1998 leí Caballos desbocados (1969) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), tomado en préstamo de la biblioteca de Móstoles y publicado por la editorial Caralt. En ese momento no fui consciente de que esta novela formaba parte de una tetralogía, y lo cierto es que la leí sin tener la sensación de que me faltaba información o que la historia no se cerraba de un modo satisfactorio. Recuerdo que fue una novela que me impresionó mucho, la sentí muy ajena al mundo referencial de libros que solía leer por entonces, lo que me hizo pensar que era una historia «muy japonesa»; ahora mismo creo que debería apuntar que, en realidad, era una historia «muy Mishima».

 

(Aviso: para hablar de Caballos desbocados tendré que destripar el final de Nieve de primavera. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer esta tetralogía, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)

 

La acción de Nieve de primavera se situaba entre 1912 y 1914 y Caballos desbocados nos lleva al Japón de 1932. Honda, uno de los protagonistas de la primera novela, al que conocimos allí con dieciocho años, tiene ahora treinta y ocho. Como su padre, se ha convertido en juez, y ahora vive en Osaka. Está casado, pero no tiene hijos. Es un profesional prestigioso, que vive bajo el principio de la razón. También es alguien que piensa que la juventud se quedó ya muy atrás para él; de hecho, considera que su juventud murió con la muerte trágica de Kiyoaki –su amigo y protagonista de Nieve de primavera–, suceso con el que terminó la primera novela de la tetralogía.

 

La acción de Caballos desbocados va a comenzar cuando Honda recibe el inesperado encargo de acudir (en representación de su jefe) a un torneo de kendo (arte marcial japonés donde se combate con palos de bambú) fuera de su ciudad, en Nara. Antes de iniciar el pequeño viaje, Honda decide entrar en la torre de la justicia de Osaka, un alto edificio que no parece tener ninguna función especial. «Era un lugar que solo servía para acumular el polvo de los años.» (pág. 35), la torre solo alberga una escalera que da vueltas sobre sí misma. Honda la sube. Esta es una escena extraña y, teniendo en cuenta los acontecimientos posteriores, significativa. La subida de la escalera por el interior la torre vacía parece simbolizar el transito de Honda desde un mundo racional a otro más dominado por fuerzas inexplicables. Es esta una escena eminentemente kafkiana.

 

En Nara, Honda se va a reencontrar con Iinuma, que fue el preceptor de su amigo Kiyoaki, y uno de los personajes secundarios de Nieve de primavera. Cuando escribí la reseña de este libro no hablé directamente de él, pero pensaba en él cuando apuntaba que Kiyoaki era un personaje con aristas, alguien que desea vivir para los «sentimientos», pero que puede comportarse de un modo cruel con las personas que le rodean, como ocurría con el caso de Iinuma. Éste fue la única persona que trató de destapar el posible escándalo de la familia Matsugae (la familia de Kiyoaki), publicando un artículo en un periódico de extrema derecha. Iinuma regente un centro de entrenamiento de Kendo, vinculado a la extrema derecha, y que ha prosperado mucho desde que el pasado 15 de mayo de 1932 unos oficiales de la Armada intentaran dar un golpe de Estado y mataran a tiros al primer ministro (este es el trasfondo histórico y social de la novela). El alumno más destacado de Iinuma es Isao, su hijo de dieciocho años. Cuando Honda conoce a Isao su vida dará un vuelco: dejará atrás su mundo racional para empezar a pensar que Isao es la reencarnación de Kiyoaki. Al final de Nieve de primavera, un moribundo Kiyoaki le dice a Honda que volverá a verlo «bajo la cascada», algo que ocurre en Nara, donde Honda ve bañarse a Isao. Honda conserva también, de su pasada amistad, el cuaderno en el que Kiyoaki anotaba sus sueños. Honda acabará creyendo que, al menos uno de ellos, se corresponde con una escena que va a vivir con Isao.

 

Si bien Kiyoaki decidió vivir para los «sentimientos», Isao ha decidido que el sentido de su vida será «la pureza». Ya comenté que algunos elementos compositivos de Nieve de primavera podían hacerle pensar a un lector occidental en el conflicto presentado en la novela Orgullo y prejuicio de Jane Austen, porque Nieve de primavera, al fin y al cabo, es una novela de amor desgraciado. Caballos desbocados puede hacernos pensar, por su parte, en Los demonios de Fiódor Dostoievski, porque Isao se va a convertir en el líder de un grupo de jóvenes, con una media de edad de dieciocho años, que pretenden atentar contra algunos de las personas más relevantes del mundo de los negocios o de la política, que para ellos simbolizan la decadencia y la corrupción del Japón en el que viven. Después, morirán ejerciendo sobre sí mismos el ritual del seppuku. Hemos de fijarnos en el hecho de que el Japón de 1932 también sufre las consecuencias del crack de 1929 y muchos japoneses, sobre todo del campo, se han empobrecido mucho. Por otro lado, podríamos considerar también que Caballos desbocados es una novela quijotesca, puesto que Isao y sus amigos parecen actuar en la realidad movidos por la fuerza impulsora que les ha dado un libro, que, para sus designios, en gran medida es una lectura tan ideal como un libro de caballerías. Isao da a leer a los personajes con los que se encuentra (entre ellos a Honda), un pequeño libro titulado La liga del Viento Divino, de Tsunanori Yamao, que sitúa su acción en 1873, y habla de una rebelión –también por la pureza de Japón y en contra de su modernización– al principio de la era Meiji. Los rebeldes, que asaltarán un cuartel, fracasarán y se darán muerte mediante el ritual del seppuku. Esta narración es el capítulo 9 de la novela y ocupa 74 páginas.

 

Caballos desbocados me ha resultado una novela mucho más «japonesa» que Nieve de primavera. O, visto de otro modo, podría decir que Caballos desbocados es una novela en la que Mishima ha puesto mucho más de sí mismo que en Nieve de primavera. En uno de los capítulos de Caballos desbocados, Mishima nos lleva a una fiesta en la que hace comparecer a algunos a algunas de las personas más ricas de Japón, entre las que se encuentran personajes que aparecían en Nieve de primavera, como el duque Matsugae (padre de Kiyoaki), y otros que serán los objetivos de la organización de Isao. Mishima retrata a estos poderosos como personajes superficiales e indiferentes a los sufrimientos de los pobres de Japón, y siempre muestra más simpatía y comprensión cuando habla de Isao y su grupo. Por si alguien lo desconoce, el propio Mishima, a la edad de cuarenta y cinco años trató de dar un golpe de Estado, junto con un grupo de fieles, y al fracasar se suicidó con el ritual del seppuku. Así que, en gran medida, Caballos desbocados, puede leerse como el testamento ideológico de Mishima.

 

Como ya conté, leí Caballos desbocados hace más de veinticinco años y no sentí que hubiera una narración anterior que necesitase para comprenderla, pero ahora, en esta segunda lectura, sí observo que existen muchas conexiones entre Nieve de primavera y Caballos desbocados. Lo contado en la primera novela se vuelve a contar, en forma de resumen, en la segunda, por eso imagino que no hacía falta leer la otra novela para entender esta. También muchos personajes de una novela aparecen en la otra. Así que, en realidad, leer las dos novelas seguidas tiene más sentido que por separado. Igual que al principio de Caballos desbocados se evocada el título de la anterior novela, en un párrafo de la página 296 de Nieve de primavera se hablaba ya del título de la siguiente novela. Es este: «El rompimiento de la ola provocó un crujido, que se convirtió en grito y el grito en susurro. La carga de enormes garañones blancos cedía el paso a otra de garañones más pequeños, hasta que todos los caballos furiosos desaparecían gradualmente, no dejando en la arena de la playa más que las últimas marcas de sus cascos poderosos.»

Ya conté en la reseña de Nieve de primavera, que la traducción de este libro –a cargo de Domingo Manfredi– estaba hecha directamente del japonés, y que la de Caballos desbocados –de Pablo Mañé Garzón– del inglés. Sin embargo, creo que me ha sonado mejor la prosa de la segunda novela que la de la primera. Aunque, sin demasiado deseo de ser puntillo, sí que podría señalar dos errores: se usan en el texto, de forma continua, expresiones como «detrás suyo», en vez de «detrás de él» y, sin ninguna nota aclaratoria, se describe el espacio de las habitaciones contando el número de «alfombras» que tiene, algo que en español queda bastante raro. En otros libros japoneses que he leído, se habla de los «tatamis» que caben en una habitación, lo que resulta una unidad de medida en la cultura japonesa.

 

Por ahora me ha gustado bastante más Caballos desbocados que Nieve de primavera. Ya he empezado la tercera parte de la tetralogía, El templo del Alba.

domingo, 26 de enero de 2025

Nieve de primavera, de Yukio Mishima (El mar de la fertilidad I)


Nieve de primavera
, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 505 páginas. Primera edición de 1968; ésta es de 2021

Traducción de Domingo Manfredi

 

A finales de los años 90, leí dos libros de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), tomados en préstamos de la biblioteca pública de Móstoles, Caballos desbocados (1969) y Después del banquete (1960). La primera de ellas me impresionó mucho y la segunda me gustó mucho menos que la anterior, y no leí nada más de Mishima. Hace unos tres años se volvió a despertar en mí el interés por la literatura japonesa, tras leer algún libro de Kenzaburo Oé, y aquí volvió la idea de regresar a Mishima. Cuando leí, en el siglo pasado, Caballos desbocados, me acerqué a ella y la disfruté como si fuera una novela autónoma y no parte de un conjunto. Por eso me llamó a atención descubrir que, al final de su vida, Mishima escribió una tetralogía llamada El mar de la fertilidad, y que Caballos desbocados era la segunda novela de la serie. Hace dos años, tras mis fiebres japonesas, Almudena –mi mujer– me regaló Nieve de primavera, primera novela de esta serie y, para lanzarme a leerla, antes contacté con el departamento de prensa de la editorial Alianza para ver si les parecía bien enviarme los otros tres libros y así poder leerlos y hacer reseñas de todos. A Alianza le pareció bien y me reservé el verano de 2024 para acercarme a esta extensa obra de la literatura japonesa del siglo XX.

 

La acción de Nieve de primavera comienza en 1912, siete años después de que terminara la guerra ruso-japonesa (1904-1905), momento en el que los dos protagonistas principales del libro tenían once años. En el presente narrativo tienen dieciocho y los dos son estudiantes de secundaria que preparan su acceso a la universidad. Por lo que se desprende del texto, en esa época, se empezaba la universidad en Japón con veinte años. Kiyoaki Matsugae es el protagonista principal de la novela, su padre es marqués, y pertenece, por tanto, a la alta nobleza japonesa. Su amigo del colegio Shigekuni Honda, no tiene título nobiliario, pero es hijo de un juez y su vida (sin los lujos de la de Kiyoaki) también es bastante acomodada. La familia Matsugae proviene de una estirpe de samurais y, en última instancia, a pesar de su buena posición social proceden del campesinado. Para tratar de volver a su hijo Kiyoaki más refinado, el marqués lo envió a educarse a la casa del conde Ayakura, cuyo linaje es más antiguo que el suyo, a pesar de que económicamente los Ayakura se encuentran en decadencia. La hija del conde Ayakura es Satoko, dos años mayor que Kiyoaki. Este es un joven apuesto y está convencido de que Satoko está enamorada de él. Empieza a ser un problema para una joven de la nobleza como Satoko seguir soltera a los veinte años, pues la sociedad de la época espera que a esa edad está ya comprometida o casada.

 

Nieve de primavera es principalmente una historia de amor, cuyos protagonistas son Kiyoaki y Satoko. En ella, Honda hará de testigo. Como es de prever, no va a ser una historia de amor fácil; aunque, en principio, podría haberlo sido, serán «el orgullo y también los prejuicios» de los protagonistas los que lo impidan. Cuando en el colegio en el que trabajo comenté, a finales de curso, que iba a leer en verano esta tetralogía de Mishima, uno de mis compañeros, profesor de Filosofía y amante de la cultura japonesa, pero que desconocía la figura de Mishima, se animó y compró Nieve de Primavera. Lo empezó a leer antes que yo, y me hizo esta reflexión: le recordaba a Orgullo y prejuicio de Jane Austen. Aunque el desarrollo, y las intenciones narrativas, de Nieve de primavera acaban siendo diferentes a las de la novela de Austen, es cierto que uno de los núcleos narrativos que mueven la trama se debe al «complejo» (o «prejuicio») de Kiyoaki de ser dos años menor que Satoko, y pensar que ésta le ve como a un niño inexperto. El «orgullo» de Kiyoaki hará que el amor entre los dos se complique hasta tal punto que pueda ser un peligro para el futuro de la familia imperial de Japón y la reputación de sus dos respectivas familias. La clandestinidad que habrá de tomar el amor de Kiyoaki por Satoko, parece que satisface al joven más que el camino sencillo al que podía haber optado, ya que «Lo único que le parecía válido era vivir para las emociones, morir solo para resucitar, mermando o subiendo sin dirección ni propósito.» (pág. 26)

 

Cuando leí la novela Kokoro de Natsume Soseki, editada por Satori, el traductor y experto en cultura japonesa Carlos Rubio decía en el prólogo del libro que en Japón no hay novela del siglo XIX como tal, sino que durante la era Meiji (1868 – 1912) al poder viajar algunos japoneses a Occidente, ahí se empaparán de la novelística europea y el modelo será trasladado a Japón. De este modo, al leer a los grandes escritores japoneses del siglo XX es palpable la cercanía en las formas a las que el lector occidental puede estar acostumbrado. De esta forma, no es nada extraño pensar que Orgullo y prejuicio de Jane Austen pueda ser una influencia para Nieve de primavera. Además una de las escenas fundamentales de la novela, una escena de amor entre Kiyoaki y Satoko tendrá lugar en un rickshaw, un vehículo cuyo equivalente en Occidente sería un carruaje. Una de las escenas amorosas centrales de Madam Bovary de Gustave Flaubert también ocurre en un carruaje. Imagino que Mishima conocía esta obra y la escena de su novela es un homenaje a la de Flaubert.

 

Es importante recalcar que la novela comienza en octubre de 1912. Se considera que la era Meiji finalizó el 30 de julio de 1912, cuando muere el emperador Meiji. No es una casualidad que Mishima elija, para comenzar su tetralogía, justo el momento en el que la era Meiji ha finalizado. El periodo de 45 años (3 de octubre de 1868 - 30 de julio de 1912) que duró el reinado del emperador Meiji se considera una época de occidentalización del Japón clásico, donde Japón toma el modelo de Estado de la Prusia de Guillermo I.

Políticamente Mishima es alguien que se mostró contrario a la perdida de las tradiciones japoneses y al proceso de occidentalización del país. Una lectura atenta de Nieve de Primavera nos muestra algunos momentos en los que se ve este proceso. Por ejemplo, en la página 53 leemos: «Desde su más temprana edad, Kiyoaki había tenido que soportar las lecciones de su padre sobre los modales occidentales en la mesa. Su madre nunca se había acostumbrado al estilo occidental, y su padre aún se comportaba con la ostentación de un hombre ávido por parecer extranjero, por lo que era el único que comía con naturalidad y desahogo.»

 

Unos interesantes personajes secundarios del libro serán los llamados «príncipes de Siam», Kridsada y Chao P., que vienen de su país para estudiar en el colegio de Kiyoaki y Honda, y que se harán amigos de estos últimos, con los que se comunicarán normalmente en inglés. Los príncipes de Siam no están acostumbrados al frío y este contraste será repetido en el libro, ya que el frío y sobre todo la nieve serán fuente de belleza en la composición de las imágenes, pero también de presagios funestos sobre el futuro de los dos jóvenes amantes. En las primeras páginas de Caballos desbocados encontramos la siguiente metáfora: «He ahí una cara –pensó Honda– que nada conoce de la vida; un rostro parecido al de la nieve recién caída que ignora lo que le espera.» (pág. 49), donde Mishima está conversado con su anterior obra.

 

Estuve buscando información sobre la tetralogía El mar de la fertilidad en internet y he descubierto que las versiones que existen en español de los libros Caballos desbocados, El templo del alba y La corrupción de un ángel están traducidas de las versiones inglesas y no del japonés. Sin embargo, Nieve de primavera sí que está traducida del japonés directamente por Domingo Manfredi. De hecho, es la primera novela de Mishima que se tradujo al español directamente del japonés. El trabajo es correcto, aunque he tenido la sensación de que alguna frase estaba organizada de un modo un tanto retorcido. Como curiosidad, puedo apuntar que ya he empezado a leer Caballos desbocados, con la traducción del inglés de Pablo Mañé y me suena mejor que Nieve de primavera, sin querer decir con esto que Nieve de primavera suene mal. De hecho, las imágenes que crea Mishima en esta novela, sobre todo con elementos de la naturaleza, son muy bellas, y las reflexiones que hace sobre la realidad de los personajes son profundas; personajes llenos de aristas, capaces de realizar actos hermosos, pero también crueles. Creo que está muy bien captada la intensidad de la juventud. Nieve de primavera me ha parecido una gran novela y ya estoy disfrutando de mi relectura de Caballos desbocados.

 

domingo, 19 de enero de 2025

Imposible decir adiós, por Han Kang


Imposible decir adiós
, de Han Kang

Editorial Random House. 252 páginas; primera edición de 2021, ésta es de 2024.

Traducción de Sunme Yoon

 

Cuando el pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970), leí dos novelas suyas: La vegetariana (2007) y La clase de griego (2011). En ese momento eran las dos únicas obras suyas disponibles en español. La editorial Random House anunció que, para principios de diciembre, publicaría otras dos novelas suyas: Actos humanos (2014), que ha había aparecido en España en la editorial Rata, pero que, ahora mismo, estaba descatalogada, e Imposible decir adiós (2021), la última novela de Han Kang que se estaba traduciendo al español ­­–por Sunme Yoon, la traductora de todas sus obras– y que, en principio, estaba planificada para que apareciera en 2025, pero la concesión del Premio Nobel aceleró el proceso. Le solicité a Random House el envío de las dos novelas para poder leerlas y comentarlas, y decidí empezar por la última.

 

Imposible decir adiós está narrado por Gyeongha, una mujer que en 2014 publicó un libro sobre la masacre de Gwangju y que ha tenido pesadillas sobre los hechos investigados para su libro, durante los cuatro años siguientes. Al leer esta información, que aparece en la segunda página del libro, he pensado, de forma inmediata, que Imposible decir adiós era una novela de autoficción, puesto que, precisamente Actos humanos, publicada por Han Kang en 2014, habla de la masacre de Gwangju. Sin embargo, Gyeongha no acaba de dar muchos datos sobre su propia vida, y esta coincidencia entre personaje y escritora diría que acaba resultando poco relevante.

«Caía una nieve rala.» es la primera frase del libro y no parece casual, puesto que la nieve va a tener una importancia simbólica muy significativa en la composición de la historia. Además, la narración comienza con una descripción extraña, que el lector acabará sabiendo que se trata de un sueño de la protagonista. Esta elección de la descripción de un sueño tampoco es casual, porque un aire onírico e irreal irá cubriendo las páginas de una novela que, paradójicamente, nos va a hablar de horrores muy reales del siglo XX.

Gyeongha sueña con troncos negros plantados en la ladera de una colina. «Gruesos como durmientes de ferrocarril, todos tenían alturas distintas, como personas de diferentes edades. Sin embargo, no eran rectos como durmientes, sino ligeramente ladeados y curvos, como miles de hombres, mujeres y niños escuálidos andando cabizbajos bajo la nieve.» (pág. 12). Tuve que buscar el Google el significado de «durmientes de ferrocarril»; en España usamos la expresión «traviesas de ferrocarril» y «durmientes» se usa en Latinoamérica. Sunme Yoon, la traductora de todos los libros disponibles de Han Kang al español, es de origen coreano, pero se crio en Argentina; así que es normal que use términos como este.

El mar acabará anegando la ladera con los troncos negros, que la narradora piensa que es un sueño que evoca a las personas muertas, cuyas vidas estudió para su libro. Pero, quizás, apunta un poco más tarde, esa marea que se lleva los huesos de los muertos puede hablarle de un vaticinio personal.

En el pasado, Gyeongha le robaba horas al sueño para escribir y atender a su familia. «Mi mayor anhelo entonces era disponer algún día de todo el tiempo del mundo para la escritura; sin embargo, ahora que por fin lo tenía, el deseo se había esfumado.» (pág. 14). El lector no acabará de saber qué ha pasado con la familia de Gyeongha, pero he sentido, en esta ocasión, al personaje relacionado con la protagonista femenina de La clase de griego, que se había separado de su marido y había perdido la custodia de su hijo. Igual que la protagonista de La clase de griego (y también de la de La vegetariana), Gyeongha sufre trastornos alimenticios. «Me alimentaba a base de arroz, Kimchi blanco y agua que pedía por internet, pero terminaba vomitándolo todo cada vez que me asaltaban las migrañas y los espasmos estomacales.» (pág. 14). Como la protagonista de La clase de griego, Gyeonghae, en 2012, mientras escribía su libro, era profesora. En algún momento pensó que cuando publicase su libro se acabarían sus pesadillas, para, más tarde, darse cuenta de que cuando escribes sobre masacres las pesadillas siguen viajando contigo.

Gyeonghae está sola y al comienzo de la novela atravesaremos con ella un caluroso verano, que casi acaba con su cuerpo; ya que vive en un apartamento a las afueras de Seúl con el aire acondicionado roto y en el que casi no puede dormir por las altas temperaturas; sus problemas estomacales y de dolores de cabeza no contribuyen a que mejore su estado de ánimo. Durante estos primeros meses que recoge la narración, lo único que motiva a la protagonista a seguir viva es la idea de poder redactar su testamento, para el que no encuentra a un destinatario posible.

Gyeonghae saldrá de esta situación cuando reciba una llamada al móvil de Inseon, que es su amiga desde hace veinte años, desde el año en que se graduó de la facultad y tenía que hacer reportajes para la revista en la que empezó a trabajar. Inseon trabajaba de fotógrafa y empezaron a viajar juntas. En los últimos años, se han distanciado algo porque Inseon, que había iniciado una carrera artística realizando documentales, se había ido a vivir a su tierra natal, en la isla de Jeju, al sur de Corea, cerca de Japón. Allí tenía que cuidar a su madre anciana (ella siempre había dicho que su madre había sido una abuela para ella, porque había sido hija única y la tuvo ya pasados los cuarenta años). Su padre había muerto cuando ella tenía nueve años. Una vez que su madre muere, Inseon no vuelve a Seúl y se queda en la casa familiar dedicándose a la carpintería y olvidando, en apariencia, su carrera como documentalista. Inseon ha llamado a Gyeonghae desde un hospital de Seúl. Ha sufrido un accidente en su taller de carpintería y los médicos deben reconstruirle dos dedos de una mano. Inseon le va a pedir a su amiga un favor en principio extraño: que de forma inmediata se dirija al aeropuerto y viaje a la isla de Jeju para alimentar a su pequeña cacatúa, a la que tuvo que dejar sola precipitadamente cuando unos vecinos la encontraron desmayada y la llevaron al hospital. Gyeonghae acepta y llega a Jeju en el último avión, antes de que cierren los aeropuertos debido a una tremenda tormenta de nieve. También Gyeonghae podrá tomar el último autobús que en el aeropuerto de Jeju le podrá conducir hasta la aldea en la que se encuentra la aislada casa de su amiga. El lector sentirá que la odisea que está viviendo Gyeonghae por salvar a un pájaro es excesiva, pero en realidad no se trata aquí simplemente de un pájaro, sino de un símbolo de confianza y amistad. Y el contraste va a ser mucho mayor cuando el lector se enfrente a los descubrimientos que va a hacer Gyeonghae en su casa sobre el pasado de su familia, de la isla de Jeju o de toda Corea. Sabremos que en 1948, cuando Corea se dividió en dos países, algunos jóvenes de extrema derecha, originarios de Corea del Norte, entraron en Jeju (en Corea del Sur) para tratar de acabar con un pequeño grupo de insurrectos de izquierdas, escondidos en las montañas. Acabarían matando a 30.000 civiles. En 1949 las autoridades de Corea del Sur van a asesinar a 200.000 simpatizantes de la izquierda en el resto del país. Como he apuntado antes, el contraste entre la idea de salvar a un pájaro y asumir la historia ominosa del siglo XX acaba siendo un acierto de la novela. «El gobierno militar estadounidense ordenó poner fin al comunismo a toda costa, masacrando de ser preciso a los trescientos mil habitantes que componían por aquel entonces la población de Jeju.» (pág. 246)

«Ya no me sorprendía nada de lo que un ser humano podía hacerle a otro ser humano… Algo se desgarró en lo más hondo de mi corazón.», nos dirá Inseón en la página 246, a quien Han Kang también cederá la palabra, sobre todo en el último tramo del libro.

Como ocurría en La clase de griego, en algunos momentos Han Kang decide usar en esta nueva novela la poesía para expresar algunos sentimientos.

Imposible decir adiós es una narración eminentemente femenina; ya que además de la relación entre las dos amigas, también se va a ocupar de la relación de una de ellas con su madre.

 

Durante su primera parte, la novela, dentro de su dramatismo, su idea existencialista del aislamiento vital de las personas, y dentro del uso de descripciones de sueños, se mueve en los parámetros del realismo, para, en su segunda mitad, romper con esto y adentrarse en el terreno de lo onírico y, quizás, de lo fantástico. Es cierto que, al principio, este cambio me desconcertó un tanto y seguí leyendo, esperando que Han Kang continuara con su historia, dando una explicación racional a su cambio de registro. Quizás para hablar del hiperrealismo de las muertes en Jeju, centrándose en lo ocurrido a la familia de Inseon, Kang necesitaba este nuevo registro, que le permitía doblar con más fuerza las esquinas de la realidad. Es cierto, que aunque la narración se escapa a un explicación meramente racional, la fuerza de su poesía y de su denuncia se impone con potencia literaria y la autora sale bien parada de su libro, habiendo creado una obra de denuncia de gran fuerza y poderoso aliento artístico.