domingo, 16 de febrero de 2025

La corrupción de un ángel, por Yukio Mishima

 


La corrupción de un ángel, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 315 páginas. Primera edición de 1971; ésta es de 2024

Traducción de Guillermo Solana Alonso

 

Después de la lectura de Nieve de primavera (1969), Caballos desbocados (1969) y El Templo del Alba (1970) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), empecé la cuarta y última parte de la tetralogía de El mar de la fertilidad, titulada La corrupción de un ángel (1971).

(Aviso: para hablar de La corrupción de un ángel es posible que tenga que destripar algo del final de los libros anteriores de la tetralogía. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer El mar de la fertilidad, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)

 

La corrupción de un ángel, con sus 315 páginas, es la novela más corta de la tetralogía. Mishima acabó esta novela y se la envió a su editor la mañana del 25 de noviembre de 1970, unas horas antes de que se suicidara con el ritual del seppuku.

 

Nos encontramos en mayo de 1970 y Honda tiene setenta y seis años. Su mujer Rié ha fallecido y Honda pasa el tiempo y, a veces, viaja con su amiga Keiko, a quien conoció en la anterior novela, El Templo del Alba, ya que era la vecina de la casa que se compró con vistas al monte Fuji.

 

En el primer capítulo del libro, Mishima nos muestra el poder del mar desde la costa. Un joven, al que conoceremos un poco más tarde, observa ese mar desde una estación marítima del puerto. Es Tôru, un huérfano de dieciséis años, que trabaja en el puerto avisando de la llegada de los barcos comerciales. Tôru es un adolescente solitario y ensimismado, que recibe en su lugar de trabajo las visitas de Kinué, una joven, algo mayor que él (de veintiún años), que sufre el trastorno de sentirme una mujer muy guapa y deseada, cuando en realidad es, precisamente, llamativa por su fealdad. Tôru tampoco es un joven normal, pues vive obsesionado con la idea de que el mundo se crea a partir de su percepción y que podría destruirlo si así lo deseara. Tôru está convencido de su pureza. «Un muchacho de dieciséis años que se hallaba completamente seguro de no pertenecer a este mundo. Solo la mitad de él estaba aquí. La otra se hallaba en el reino de añil. No existían en consecuencia leyes ni normas que se gobernasen. Él se limitaba a simular que se hallaba sometido a las leyes de este mundo. ¿Dónde están las leyes a las que ha de someterse un ángel?» Leemos en la página 23. En este cuarto libro, la metáfora del ángel, como entidad que flota en el espacio esperando poder ocupar el cuerpo de un humano cobra cada vez más importancia. De hecho, Honda sueña cada vez más noches con los ángeles.

De un modo casual, Honda y Keiko llaman a la estación de control naval en la que trabaja Tôru, con la intención de que les permitan visitarla. Una vez dentro, Honda observará que Tôru tiene en el pecho los tres lunares, que tuvieron en el pasado Kiyoaki (protagonista de Nieve de primavera), Isao (protagonista de Caballos desbocados) y Ying Chan (protagonista de El Templo del Alba); para Tôru esos tres lunares son «una prueba en su propia carne de que eran suyos dones sin límites».

 

Honda toma la decisión de adopta a Tôru, al que considera la nueva reencarnación de su amigo Kiyoaki, que ya pasó por Isao y Ying Chan. En más de un momento, Honda temerá haberse equivocado, pues no tiene claro si Tôru nació después de Ying Chan (condición necesaria para poder ser su reencarnación o antes). En el caso de ser Tôru la nueva reencarnación de su amigo, Honda piensa que no puede llegar a los veintiún años, límite de edad a la que murieron todas las reencarnaciones anteriores. Y Honda quiere adoptarle, aún viendo en la esencia de Tôru la pura maldad. Al ser Honda una persona poseedora de una gran fortuna, no le va a resultar difícil adoptar a Tôru, situación que el joven acepta.

 

Si uno lee La corrupción de un ángel intentando comprender el estado mental de Mishima en el momento de la escritura, podrá encontrar algunos párrafos en los que muestra su malestar por la occidentalización de su país, como este de la página 149: «Las pruebas de una buena crianza proporcionan categoría a una persona y la buena crianza en el Japón significa familiaridad con la manera occidental de hacer las cosas. Solo hallamos al japonés puro en los barrios miserables y en el hampa y cabe esperar que con el paso del tiempo se torne cada vez más aislado.»

 

Una curiosidad del libro es que su narración avanzará hasta el año 1974. Es decir, más allá del tiempo narrativo del que Mishima escribe, que es 1970. De este modo, El mar de la fertilidad empieza situando a Honda, su personaje principal en 1912, con dieciocho años, y lo deja en 1974, con ochenta, abarcando más de sesenta años de la historia del Japón del siglo XX.

 

La convivencia entre Honda y Tôru, desde el principio, parece recorrida por la tensión de una violencia subterránea. Ya en mi reseña de El Templo del Alba comenté que algunas de sus páginas me recordaban a las leías en Junichiro Tanizaki, porque también las páginas de La corrupción de un ángel se van tiñendo de un aire enfermizo de perversión y de personas con la idea de hacer daño a otras, sin que queden muy explicados sus motivos. De este modo, Honda, convencido de que Tôru es la reencarnación de su amigo y de que no va a llegar a los veintiún años, quiere conseguir que antes se case con una bella muchacha para poder disfrutar luego de sus lágrimas de viuda joven, o Tôru tratará de idear cómo hacer el mayor daño posible a las personas con las que se va cruzando.

 

En La corrupción de un ángel, Mishima usa un nuevo recurso narrativo: el lector podrá acercarse a algunas páginas del diario íntimo de Tôru, donde él mismo anotará que le falta el instinto de autoconservación.

Creo que las páginas que más me han gustado de esta cuarta novela, son aquellas en las que, tras veinte años, Honda vuelve a su antigua perversión (adquirida en el tiempo de El Templo del Alba), después de la explosión de un conflicto con Tôru, de disfrutar siendo un voyeur que observa, por la noche, a parejas en los parques públicos. En algún momento he llegado a pensar en el gusto por los personajes excesivos, y con tendencia a la monstruosidad, de José Donoso. Todo un aire de misterio enfermizo y perversidad flota sobre las páginas de La corrupción de un ángel.

La novela acaba in medias res, sin que se acaben resolviendo algunos de los misterios planteados durante la narración. Me gusta el final, donde las últimas páginas se enlazan con la primera novela, Nieve de primavera, y reaparece aquí un personaje del que se habla, pero al que Mishima no hace comparecer ni en Caballos desbocados ni en El Templo del Alba, que ha perdido ya la memoria y que va a hacer enfrentarse a Honda, definitivamente, con la fragilidad de todo y la cercanía de la muerte.

Con algún pequeño altibajo, el nivel de la tetralogía El mar de la fertilidad es alto y los cuatro libros que la forman, que recorren más de seis décadas del siglo XX en Japón, son una valiosa obra literaria.

domingo, 9 de febrero de 2025

El Templo del Alba, de Yukio Mishima

 


El Templo del Alba, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 461 páginas. Primera edición de 1970; ésta es de 2024

Traducción de Guillermo Solana Alonso

 

Después de la lectura de Nieve de primavera (1969) y Caballos desbocados (1969) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), empecé la tercera parte de la tetralogía de El mar de la fertilidad, titulada El Templo del Alba (1970).

 

(Aviso: para hablar de El Templo del Alba tendré que destripar algo del final de Caballos desbocados e, incluso, de Nieve de primavera. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer esta tetralogía, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)

 

El comienzo de El Templo del Alba nos lleva, por primera vez en esta serie de libros, fuera de Japón. La acción comienza en Bangkok. El primer capítulo describe la ciudad, sin presentar aún a los personajes, y esta forma de iniciar la historia me ha recordado al comienzo de Pasaje a la India de E. M. Forster. Pronto sabremos que estamos en 1940 y que, por tanto, Honda –protagonista de la tetralogía– tiene cuarenta y seis años. Ha viajado a Tailandia por trabajo. En Caballos desbocados dejó de ser juez para convertirse en abogado y así poder defender al joven Isao (en quien Honda ha creído ver una reencarnación de su amigo Kiyoaki) de la acusación de terrorismo que pesaba sobre él. En este tercer libro, Honda se ha convertido en un abogado de éxito, especializado en derecho comercial y de empresas. Un conflicto comercial entre una empresa tailandesa y otra japonesa le ha llevado hasta Bangkok. Al estar en esta ciudad, va a aprovechar para visitar algunos templos budistas, como el bello Templo del Alba y también tratará de localizar a aquellos amigos de Siam (antigua Tailandia), que aparecían en Nieve de primavera, y que eran denominados como «los príncipes de Siam», que vivieron un año en Japón. Los príncipes no se encuentran en el país, pero Honda tendrá la oportunidad de visitar a una princesa, pariente de los anteriores, que tiene siete años, y la particularidad de que afirma ser una reencarnación de un hombre japonés. Esto convence pronto a Honda de que la princesita es la reencarnación de quien fue Kiyoaki y, más tarde, Isao. En ningún momento de Caballos desbocados Isao tiene la sensación de ser la reencarnación de nadie, pese a las creencias de Honda y, por este motivo, me ha parecido que aquí las reglas sobre la reencarnación propuestas por Mishima estaban cambiando.

Honda visitará a la princesa Ying Chan y quedará convencido de que se trata de la reencarnación de Kiyoaki y de Isao. Además, repasando el diario de sueños de Kiyoaki, podrá acercarse a la narración de un sueño en el que Kiyoaki se ve a sí mismo con una princesa en Siam. También hacia el final de Caballos desbocados, Isao tiene unos sueños en los que se ve como una mujer en un país tropical.

De Tailandia viajará por placer a la India y visitará la ciudad de Benarés, en busca de las fuentes históricas del budismo. De vuelta a Japón, con el telón de la Segunda Guerra Mundial de fondo, Honda sabe que, por su edad, no va a ser llamado a filas y pasará los años de la guerra leyendo libros sobre las distintas teorías de la reencarnación. Desde la antigua Grecia, pasará por la India y Japón. Creo que en estas páginas (y en gran parte de las anteriores, con la descripción de Bangkok y Benarés) la novela (y podríamos decir que también la tetralogía) sufre un bache narrativo. Muchos capítulos de esta parte de la novela se basan en describir una visita de Honda a una librería donde comprará un libro, normalmente de segunda mano, y el narrador nos contará qué lee Honda en ese libro. De forma clara, Mishima está usando la forma de la novela para escribir un ensayo poco camuflado de la historia de la reencarnación en las distintas filosofías mundiales. A nivel narrativo me ha parecido un error de construcción, y el momento más bajo artísticamente de lo que llevo leído de El mar de la fertilidad. De hecho, me ha dado rabia que no se narre cómo vive Honda la guerra en la ciudad de Tokio. Sí se nombra el ataque a Pearl Harbor, pero en ningún momento de la novela –incluso cuando se hable de las ruinas de las ciudades– se va a nombrar nada sobre las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

 

Por suerte, El Templo del Alba tiene dos partes y la novela mejora mucho en la segunda. Estamos en 1952 y Honda tiene cincuenta y siete años. Ya se ha retirado de la abogacía, después de haber ganado mucho dinero, gracias a un pleito histórico en Japón sobre la soberanía de las tierras comunales. Con ese dinero se ha construido una casa con vistas al monte Fuji y se dedica, junto con su mujer Rié, a contemplar la vida. La princesa Ying Chan, ahora de dieciocho años, ha ido a pasar una temporada en Japón y Honda ha reanudado el contacto con ella. Ahora, de adolescente, ya no recuerda aquel periodo de su niñez en el que decía que era la reencarnación de un japonés, que hacía que la considerasen como una niña loca.

Honda está construyendo una piscina en el terreno de su casa y también se dedica a la vida burguesa, organizando fiestas. La nueva vecina de Honda y Rié es la atractiva mujer madura Keiko Hisamatsu, que está emparejada con un norteamericano del ejército de ocupación. Keiko se va a convertir en un personaje importante, porque también aparecerá en La corrupción de un ángel, última entrega de la tetralogía. A las fiestas de Ying Chan, además de acudir personajes como Keiko, la princesa Ying Chan, también irá Makiko, que era la joven que en Caballos desbocados parecía enamorada de Isao. Makiko, en la actualidad de la novela, se ha convertido en una renombrada poeta.

Mishima retrata algunos cambios sociológicos que se han producido en el país: por ejemplo, era llamativo que en alguna fiesta de la alta sociedad retratada en Nieve de primavera (ambientada en 1912-14) las mujeres estaban en segundo plano y no intervenían en las conversaciones, algo que ya no ocurre, cuarenta años después, en las fiestas de la casa de Honda en 1952.

En esta novela van a hacer breves apariciones algunos de los personajes de las anteriores, como Iinuma, que fue el preceptor de Kiyoaki en Nieve de primavera, y el padre de Isao en Caballos desbocados. También sabremos del príncipe Toin, que aparecía en los otros dos libros, y ahora se encuentra arruinado tras la guerra.

 

Lo que hace interesante a esta segunda parte de la novela, que comienza en la página 210, es que Honda se ha convertido en un voyeur. Hasta ahora, Mishima había dibujado a Honda como un racionalista, cuyo mundo de creencias empieza a tambalearse al convencerse de que su amigo de juventud Kiyoaki, tras su muerte, se ha reencarnado en otras personas. La pasión amorosa o el deseo carnal, tampoco parecía afectar mucho a la vida de Honda, hasta esta etapa final de su vida, en la que a las puertas de la vejez, se ha convertido en un erotómano. En la página 217 leeremos: «Honda, que soñaba con el placer». En esta segunda parte además, podremos ver cómo es el Japón ocupado, con sus manifestantes japoneses que piden que los estadounidenses abandonen su país. Honda se va a sentir atraído por la princesa Ying Chan, a la que saca cuarenta años.

Algunas de las escenas sexuales que acaban apareciendo en el libro me han recordado en su composición a las leídas en Arenas movedizas, la novela de Junichiro Tanizaki, que leí hace un par de años. En cierta medida, esta segunda parte de El Templo del Alba parece un homenaje a Tanizaki.

A pesar del comentado bajón narrativo de la primera parte de la novela, me ha gustado la potente remontada de El Templo del Alba en su segunda mitad. Ya estoy leyendo La corrupción de un ángel, que cierra esta tetralogía.

 

 

domingo, 2 de febrero de 2025

Caballos desbocados, por Yukio Mishima


Caballos desbocados
, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 635 páginas. Primera edición de 1969; ésta es de 2023

Traducción de Pablo Mañé Garzón

 

En el verano de 1998 leí Caballos desbocados (1969) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), tomado en préstamo de la biblioteca de Móstoles y publicado por la editorial Caralt. En ese momento no fui consciente de que esta novela formaba parte de una tetralogía, y lo cierto es que la leí sin tener la sensación de que me faltaba información o que la historia no se cerraba de un modo satisfactorio. Recuerdo que fue una novela que me impresionó mucho, la sentí muy ajena al mundo referencial de libros que solía leer por entonces, lo que me hizo pensar que era una historia «muy japonesa»; ahora mismo creo que debería apuntar que, en realidad, era una historia «muy Mishima».

 

(Aviso: para hablar de Caballos desbocados tendré que destripar el final de Nieve de primavera. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer esta tetralogía, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)

 

La acción de Nieve de primavera se situaba entre 1912 y 1914 y Caballos desbocados nos lleva al Japón de 1932. Honda, uno de los protagonistas de la primera novela, al que conocimos allí con dieciocho años, tiene ahora treinta y ocho. Como su padre, se ha convertido en juez, y ahora vive en Osaka. Está casado, pero no tiene hijos. Es un profesional prestigioso, que vive bajo el principio de la razón. También es alguien que piensa que la juventud se quedó ya muy atrás para él; de hecho, considera que su juventud murió con la muerte trágica de Kiyoaki –su amigo y protagonista de Nieve de primavera–, suceso con el que terminó la primera novela de la tetralogía.

 

La acción de Caballos desbocados va a comenzar cuando Honda recibe el inesperado encargo de acudir (en representación de su jefe) a un torneo de kendo (arte marcial japonés donde se combate con palos de bambú) fuera de su ciudad, en Nara. Antes de iniciar el pequeño viaje, Honda decide entrar en la torre de la justicia de Osaka, un alto edificio que no parece tener ninguna función especial. «Era un lugar que solo servía para acumular el polvo de los años.» (pág. 35), la torre solo alberga una escalera que da vueltas sobre sí misma. Honda la sube. Esta es una escena extraña y, teniendo en cuenta los acontecimientos posteriores, significativa. La subida de la escalera por el interior la torre vacía parece simbolizar el transito de Honda desde un mundo racional a otro más dominado por fuerzas inexplicables. Es esta una escena eminentemente kafkiana.

 

En Nara, Honda se va a reencontrar con Iinuma, que fue el preceptor de su amigo Kiyoaki, y uno de los personajes secundarios de Nieve de primavera. Cuando escribí la reseña de este libro no hablé directamente de él, pero pensaba en él cuando apuntaba que Kiyoaki era un personaje con aristas, alguien que desea vivir para los «sentimientos», pero que puede comportarse de un modo cruel con las personas que le rodean, como ocurría con el caso de Iinuma. Éste fue la única persona que trató de destapar el posible escándalo de la familia Matsugae (la familia de Kiyoaki), publicando un artículo en un periódico de extrema derecha. Iinuma regente un centro de entrenamiento de Kendo, vinculado a la extrema derecha, y que ha prosperado mucho desde que el pasado 15 de mayo de 1932 unos oficiales de la Armada intentaran dar un golpe de Estado y mataran a tiros al primer ministro (este es el trasfondo histórico y social de la novela). El alumno más destacado de Iinuma es Isao, su hijo de dieciocho años. Cuando Honda conoce a Isao su vida dará un vuelco: dejará atrás su mundo racional para empezar a pensar que Isao es la reencarnación de Kiyoaki. Al final de Nieve de primavera, un moribundo Kiyoaki le dice a Honda que volverá a verlo «bajo la cascada», algo que ocurre en Nara, donde Honda ve bañarse a Isao. Honda conserva también, de su pasada amistad, el cuaderno en el que Kiyoaki anotaba sus sueños. Honda acabará creyendo que, al menos uno de ellos, se corresponde con una escena que va a vivir con Isao.

 

Si bien Kiyoaki decidió vivir para los «sentimientos», Isao ha decidido que el sentido de su vida será «la pureza». Ya comenté que algunos elementos compositivos de Nieve de primavera podían hacerle pensar a un lector occidental en el conflicto presentado en la novela Orgullo y prejuicio de Jane Austen, porque Nieve de primavera, al fin y al cabo, es una novela de amor desgraciado. Caballos desbocados puede hacernos pensar, por su parte, en Los demonios de Fiódor Dostoievski, porque Isao se va a convertir en el líder de un grupo de jóvenes, con una media de edad de dieciocho años, que pretenden atentar contra algunos de las personas más relevantes del mundo de los negocios o de la política, que para ellos simbolizan la decadencia y la corrupción del Japón en el que viven. Después, morirán ejerciendo sobre sí mismos el ritual del seppuku. Hemos de fijarnos en el hecho de que el Japón de 1932 también sufre las consecuencias del crack de 1929 y muchos japoneses, sobre todo del campo, se han empobrecido mucho. Por otro lado, podríamos considerar también que Caballos desbocados es una novela quijotesca, puesto que Isao y sus amigos parecen actuar en la realidad movidos por la fuerza impulsora que les ha dado un libro, que, para sus designios, en gran medida es una lectura tan ideal como un libro de caballerías. Isao da a leer a los personajes con los que se encuentra (entre ellos a Honda), un pequeño libro titulado La liga del Viento Divino, de Tsunanori Yamao, que sitúa su acción en 1873, y habla de una rebelión –también por la pureza de Japón y en contra de su modernización– al principio de la era Meiji. Los rebeldes, que asaltarán un cuartel, fracasarán y se darán muerte mediante el ritual del seppuku. Esta narración es el capítulo 9 de la novela y ocupa 74 páginas.

 

Caballos desbocados me ha resultado una novela mucho más «japonesa» que Nieve de primavera. O, visto de otro modo, podría decir que Caballos desbocados es una novela en la que Mishima ha puesto mucho más de sí mismo que en Nieve de primavera. En uno de los capítulos de Caballos desbocados, Mishima nos lleva a una fiesta en la que hace comparecer a algunos a algunas de las personas más ricas de Japón, entre las que se encuentran personajes que aparecían en Nieve de primavera, como el duque Matsugae (padre de Kiyoaki), y otros que serán los objetivos de la organización de Isao. Mishima retrata a estos poderosos como personajes superficiales e indiferentes a los sufrimientos de los pobres de Japón, y siempre muestra más simpatía y comprensión cuando habla de Isao y su grupo. Por si alguien lo desconoce, el propio Mishima, a la edad de cuarenta y cinco años trató de dar un golpe de Estado, junto con un grupo de fieles, y al fracasar se suicidó con el ritual del seppuku. Así que, en gran medida, Caballos desbocados, puede leerse como el testamento ideológico de Mishima.

 

Como ya conté, leí Caballos desbocados hace más de veinticinco años y no sentí que hubiera una narración anterior que necesitase para comprenderla, pero ahora, en esta segunda lectura, sí observo que existen muchas conexiones entre Nieve de primavera y Caballos desbocados. Lo contado en la primera novela se vuelve a contar, en forma de resumen, en la segunda, por eso imagino que no hacía falta leer la otra novela para entender esta. También muchos personajes de una novela aparecen en la otra. Así que, en realidad, leer las dos novelas seguidas tiene más sentido que por separado. Igual que al principio de Caballos desbocados se evocada el título de la anterior novela, en un párrafo de la página 296 de Nieve de primavera se hablaba ya del título de la siguiente novela. Es este: «El rompimiento de la ola provocó un crujido, que se convirtió en grito y el grito en susurro. La carga de enormes garañones blancos cedía el paso a otra de garañones más pequeños, hasta que todos los caballos furiosos desaparecían gradualmente, no dejando en la arena de la playa más que las últimas marcas de sus cascos poderosos.»

Ya conté en la reseña de Nieve de primavera, que la traducción de este libro –a cargo de Domingo Manfredi– estaba hecha directamente del japonés, y que la de Caballos desbocados –de Pablo Mañé Garzón– del inglés. Sin embargo, creo que me ha sonado mejor la prosa de la segunda novela que la de la primera. Aunque, sin demasiado deseo de ser puntillo, sí que podría señalar dos errores: se usan en el texto, de forma continua, expresiones como «detrás suyo», en vez de «detrás de él» y, sin ninguna nota aclaratoria, se describe el espacio de las habitaciones contando el número de «alfombras» que tiene, algo que en español queda bastante raro. En otros libros japoneses que he leído, se habla de los «tatamis» que caben en una habitación, lo que resulta una unidad de medida en la cultura japonesa.

 

Por ahora me ha gustado bastante más Caballos desbocados que Nieve de primavera. Ya he empezado la tercera parte de la tetralogía, El templo del Alba.

domingo, 26 de enero de 2025

Nieve de primavera, de Yukio Mishima (El mar de la fertilidad I)


Nieve de primavera
, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 505 páginas. Primera edición de 1968; ésta es de 2021

Traducción de Domingo Manfredi

 

A finales de los años 90, leí dos libros de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), tomados en préstamos de la biblioteca pública de Móstoles, Caballos desbocados (1969) y Después del banquete (1960). La primera de ellas me impresionó mucho y la segunda me gustó mucho menos que la anterior, y no leí nada más de Mishima. Hace unos tres años se volvió a despertar en mí el interés por la literatura japonesa, tras leer algún libro de Kenzaburo Oé, y aquí volvió la idea de regresar a Mishima. Cuando leí, en el siglo pasado, Caballos desbocados, me acerqué a ella y la disfruté como si fuera una novela autónoma y no parte de un conjunto. Por eso me llamó a atención descubrir que, al final de su vida, Mishima escribió una tetralogía llamada El mar de la fertilidad, y que Caballos desbocados era la segunda novela de la serie. Hace dos años, tras mis fiebres japonesas, Almudena –mi mujer– me regaló Nieve de primavera, primera novela de esta serie y, para lanzarme a leerla, antes contacté con el departamento de prensa de la editorial Alianza para ver si les parecía bien enviarme los otros tres libros y así poder leerlos y hacer reseñas de todos. A Alianza le pareció bien y me reservé el verano de 2024 para acercarme a esta extensa obra de la literatura japonesa del siglo XX.

 

La acción de Nieve de primavera comienza en 1912, siete años después de que terminara la guerra ruso-japonesa (1904-1905), momento en el que los dos protagonistas principales del libro tenían once años. En el presente narrativo tienen dieciocho y los dos son estudiantes de secundaria que preparan su acceso a la universidad. Por lo que se desprende del texto, en esa época, se empezaba la universidad en Japón con veinte años. Kiyoaki Matsugae es el protagonista principal de la novela, su padre es marqués, y pertenece, por tanto, a la alta nobleza japonesa. Su amigo del colegio Shigekuni Honda, no tiene título nobiliario, pero es hijo de un juez y su vida (sin los lujos de la de Kiyoaki) también es bastante acomodada. La familia Matsugae proviene de una estirpe de samurais y, en última instancia, a pesar de su buena posición social proceden del campesinado. Para tratar de volver a su hijo Kiyoaki más refinado, el marqués lo envió a educarse a la casa del conde Ayakura, cuyo linaje es más antiguo que el suyo, a pesar de que económicamente los Ayakura se encuentran en decadencia. La hija del conde Ayakura es Satoko, dos años mayor que Kiyoaki. Este es un joven apuesto y está convencido de que Satoko está enamorada de él. Empieza a ser un problema para una joven de la nobleza como Satoko seguir soltera a los veinte años, pues la sociedad de la época espera que a esa edad está ya comprometida o casada.

 

Nieve de primavera es principalmente una historia de amor, cuyos protagonistas son Kiyoaki y Satoko. En ella, Honda hará de testigo. Como es de prever, no va a ser una historia de amor fácil; aunque, en principio, podría haberlo sido, serán «el orgullo y también los prejuicios» de los protagonistas los que lo impidan. Cuando en el colegio en el que trabajo comenté, a finales de curso, que iba a leer en verano esta tetralogía de Mishima, uno de mis compañeros, profesor de Filosofía y amante de la cultura japonesa, pero que desconocía la figura de Mishima, se animó y compró Nieve de Primavera. Lo empezó a leer antes que yo, y me hizo esta reflexión: le recordaba a Orgullo y prejuicio de Jane Austen. Aunque el desarrollo, y las intenciones narrativas, de Nieve de primavera acaban siendo diferentes a las de la novela de Austen, es cierto que uno de los núcleos narrativos que mueven la trama se debe al «complejo» (o «prejuicio») de Kiyoaki de ser dos años menor que Satoko, y pensar que ésta le ve como a un niño inexperto. El «orgullo» de Kiyoaki hará que el amor entre los dos se complique hasta tal punto que pueda ser un peligro para el futuro de la familia imperial de Japón y la reputación de sus dos respectivas familias. La clandestinidad que habrá de tomar el amor de Kiyoaki por Satoko, parece que satisface al joven más que el camino sencillo al que podía haber optado, ya que «Lo único que le parecía válido era vivir para las emociones, morir solo para resucitar, mermando o subiendo sin dirección ni propósito.» (pág. 26)

 

Cuando leí la novela Kokoro de Natsume Soseki, editada por Satori, el traductor y experto en cultura japonesa Carlos Rubio decía en el prólogo del libro que en Japón no hay novela del siglo XIX como tal, sino que durante la era Meiji (1868 – 1912) al poder viajar algunos japoneses a Occidente, ahí se empaparán de la novelística europea y el modelo será trasladado a Japón. De este modo, al leer a los grandes escritores japoneses del siglo XX es palpable la cercanía en las formas a las que el lector occidental puede estar acostumbrado. De esta forma, no es nada extraño pensar que Orgullo y prejuicio de Jane Austen pueda ser una influencia para Nieve de primavera. Además una de las escenas fundamentales de la novela, una escena de amor entre Kiyoaki y Satoko tendrá lugar en un rickshaw, un vehículo cuyo equivalente en Occidente sería un carruaje. Una de las escenas amorosas centrales de Madam Bovary de Gustave Flaubert también ocurre en un carruaje. Imagino que Mishima conocía esta obra y la escena de su novela es un homenaje a la de Flaubert.

 

Es importante recalcar que la novela comienza en octubre de 1912. Se considera que la era Meiji finalizó el 30 de julio de 1912, cuando muere el emperador Meiji. No es una casualidad que Mishima elija, para comenzar su tetralogía, justo el momento en el que la era Meiji ha finalizado. El periodo de 45 años (3 de octubre de 1868 - 30 de julio de 1912) que duró el reinado del emperador Meiji se considera una época de occidentalización del Japón clásico, donde Japón toma el modelo de Estado de la Prusia de Guillermo I.

Políticamente Mishima es alguien que se mostró contrario a la perdida de las tradiciones japoneses y al proceso de occidentalización del país. Una lectura atenta de Nieve de Primavera nos muestra algunos momentos en los que se ve este proceso. Por ejemplo, en la página 53 leemos: «Desde su más temprana edad, Kiyoaki había tenido que soportar las lecciones de su padre sobre los modales occidentales en la mesa. Su madre nunca se había acostumbrado al estilo occidental, y su padre aún se comportaba con la ostentación de un hombre ávido por parecer extranjero, por lo que era el único que comía con naturalidad y desahogo.»

 

Unos interesantes personajes secundarios del libro serán los llamados «príncipes de Siam», Kridsada y Chao P., que vienen de su país para estudiar en el colegio de Kiyoaki y Honda, y que se harán amigos de estos últimos, con los que se comunicarán normalmente en inglés. Los príncipes de Siam no están acostumbrados al frío y este contraste será repetido en el libro, ya que el frío y sobre todo la nieve serán fuente de belleza en la composición de las imágenes, pero también de presagios funestos sobre el futuro de los dos jóvenes amantes. En las primeras páginas de Caballos desbocados encontramos la siguiente metáfora: «He ahí una cara –pensó Honda– que nada conoce de la vida; un rostro parecido al de la nieve recién caída que ignora lo que le espera.» (pág. 49), donde Mishima está conversado con su anterior obra.

 

Estuve buscando información sobre la tetralogía El mar de la fertilidad en internet y he descubierto que las versiones que existen en español de los libros Caballos desbocados, El templo del alba y La corrupción de un ángel están traducidas de las versiones inglesas y no del japonés. Sin embargo, Nieve de primavera sí que está traducida del japonés directamente por Domingo Manfredi. De hecho, es la primera novela de Mishima que se tradujo al español directamente del japonés. El trabajo es correcto, aunque he tenido la sensación de que alguna frase estaba organizada de un modo un tanto retorcido. Como curiosidad, puedo apuntar que ya he empezado a leer Caballos desbocados, con la traducción del inglés de Pablo Mañé y me suena mejor que Nieve de primavera, sin querer decir con esto que Nieve de primavera suene mal. De hecho, las imágenes que crea Mishima en esta novela, sobre todo con elementos de la naturaleza, son muy bellas, y las reflexiones que hace sobre la realidad de los personajes son profundas; personajes llenos de aristas, capaces de realizar actos hermosos, pero también crueles. Creo que está muy bien captada la intensidad de la juventud. Nieve de primavera me ha parecido una gran novela y ya estoy disfrutando de mi relectura de Caballos desbocados.

 

domingo, 19 de enero de 2025

Imposible decir adiós, por Han Kang


Imposible decir adiós
, de Han Kang

Editorial Random House. 252 páginas; primera edición de 2021, ésta es de 2024.

Traducción de Sunme Yoon

 

Cuando el pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970), leí dos novelas suyas: La vegetariana (2007) y La clase de griego (2011). En ese momento eran las dos únicas obras suyas disponibles en español. La editorial Random House anunció que, para principios de diciembre, publicaría otras dos novelas suyas: Actos humanos (2014), que ha había aparecido en España en la editorial Rata, pero que, ahora mismo, estaba descatalogada, e Imposible decir adiós (2021), la última novela de Han Kang que se estaba traduciendo al español ­­–por Sunme Yoon, la traductora de todas sus obras– y que, en principio, estaba planificada para que apareciera en 2025, pero la concesión del Premio Nobel aceleró el proceso. Le solicité a Random House el envío de las dos novelas para poder leerlas y comentarlas, y decidí empezar por la última.

 

Imposible decir adiós está narrado por Gyeongha, una mujer que en 2014 publicó un libro sobre la masacre de Gwangju y que ha tenido pesadillas sobre los hechos investigados para su libro, durante los cuatro años siguientes. Al leer esta información, que aparece en la segunda página del libro, he pensado, de forma inmediata, que Imposible decir adiós era una novela de autoficción, puesto que, precisamente Actos humanos, publicada por Han Kang en 2014, habla de la masacre de Gwangju. Sin embargo, Gyeongha no acaba de dar muchos datos sobre su propia vida, y esta coincidencia entre personaje y escritora diría que acaba resultando poco relevante.

«Caía una nieve rala.» es la primera frase del libro y no parece casual, puesto que la nieve va a tener una importancia simbólica muy significativa en la composición de la historia. Además, la narración comienza con una descripción extraña, que el lector acabará sabiendo que se trata de un sueño de la protagonista. Esta elección de la descripción de un sueño tampoco es casual, porque un aire onírico e irreal irá cubriendo las páginas de una novela que, paradójicamente, nos va a hablar de horrores muy reales del siglo XX.

Gyeongha sueña con troncos negros plantados en la ladera de una colina. «Gruesos como durmientes de ferrocarril, todos tenían alturas distintas, como personas de diferentes edades. Sin embargo, no eran rectos como durmientes, sino ligeramente ladeados y curvos, como miles de hombres, mujeres y niños escuálidos andando cabizbajos bajo la nieve.» (pág. 12). Tuve que buscar el Google el significado de «durmientes de ferrocarril»; en España usamos la expresión «traviesas de ferrocarril» y «durmientes» se usa en Latinoamérica. Sunme Yoon, la traductora de todos los libros disponibles de Han Kang al español, es de origen coreano, pero se crio en Argentina; así que es normal que use términos como este.

El mar acabará anegando la ladera con los troncos negros, que la narradora piensa que es un sueño que evoca a las personas muertas, cuyas vidas estudió para su libro. Pero, quizás, apunta un poco más tarde, esa marea que se lleva los huesos de los muertos puede hablarle de un vaticinio personal.

En el pasado, Gyeongha le robaba horas al sueño para escribir y atender a su familia. «Mi mayor anhelo entonces era disponer algún día de todo el tiempo del mundo para la escritura; sin embargo, ahora que por fin lo tenía, el deseo se había esfumado.» (pág. 14). El lector no acabará de saber qué ha pasado con la familia de Gyeongha, pero he sentido, en esta ocasión, al personaje relacionado con la protagonista femenina de La clase de griego, que se había separado de su marido y había perdido la custodia de su hijo. Igual que la protagonista de La clase de griego (y también de la de La vegetariana), Gyeongha sufre trastornos alimenticios. «Me alimentaba a base de arroz, Kimchi blanco y agua que pedía por internet, pero terminaba vomitándolo todo cada vez que me asaltaban las migrañas y los espasmos estomacales.» (pág. 14). Como la protagonista de La clase de griego, Gyeonghae, en 2012, mientras escribía su libro, era profesora. En algún momento pensó que cuando publicase su libro se acabarían sus pesadillas, para, más tarde, darse cuenta de que cuando escribes sobre masacres las pesadillas siguen viajando contigo.

Gyeonghae está sola y al comienzo de la novela atravesaremos con ella un caluroso verano, que casi acaba con su cuerpo; ya que vive en un apartamento a las afueras de Seúl con el aire acondicionado roto y en el que casi no puede dormir por las altas temperaturas; sus problemas estomacales y de dolores de cabeza no contribuyen a que mejore su estado de ánimo. Durante estos primeros meses que recoge la narración, lo único que motiva a la protagonista a seguir viva es la idea de poder redactar su testamento, para el que no encuentra a un destinatario posible.

Gyeonghae saldrá de esta situación cuando reciba una llamada al móvil de Inseon, que es su amiga desde hace veinte años, desde el año en que se graduó de la facultad y tenía que hacer reportajes para la revista en la que empezó a trabajar. Inseon trabajaba de fotógrafa y empezaron a viajar juntas. En los últimos años, se han distanciado algo porque Inseon, que había iniciado una carrera artística realizando documentales, se había ido a vivir a su tierra natal, en la isla de Jeju, al sur de Corea, cerca de Japón. Allí tenía que cuidar a su madre anciana (ella siempre había dicho que su madre había sido una abuela para ella, porque había sido hija única y la tuvo ya pasados los cuarenta años). Su padre había muerto cuando ella tenía nueve años. Una vez que su madre muere, Inseon no vuelve a Seúl y se queda en la casa familiar dedicándose a la carpintería y olvidando, en apariencia, su carrera como documentalista. Inseon ha llamado a Gyeonghae desde un hospital de Seúl. Ha sufrido un accidente en su taller de carpintería y los médicos deben reconstruirle dos dedos de una mano. Inseon le va a pedir a su amiga un favor en principio extraño: que de forma inmediata se dirija al aeropuerto y viaje a la isla de Jeju para alimentar a su pequeña cacatúa, a la que tuvo que dejar sola precipitadamente cuando unos vecinos la encontraron desmayada y la llevaron al hospital. Gyeonghae acepta y llega a Jeju en el último avión, antes de que cierren los aeropuertos debido a una tremenda tormenta de nieve. También Gyeonghae podrá tomar el último autobús que en el aeropuerto de Jeju le podrá conducir hasta la aldea en la que se encuentra la aislada casa de su amiga. El lector sentirá que la odisea que está viviendo Gyeonghae por salvar a un pájaro es excesiva, pero en realidad no se trata aquí simplemente de un pájaro, sino de un símbolo de confianza y amistad. Y el contraste va a ser mucho mayor cuando el lector se enfrente a los descubrimientos que va a hacer Gyeonghae en su casa sobre el pasado de su familia, de la isla de Jeju o de toda Corea. Sabremos que en 1948, cuando Corea se dividió en dos países, algunos jóvenes de extrema derecha, originarios de Corea del Norte, entraron en Jeju (en Corea del Sur) para tratar de acabar con un pequeño grupo de insurrectos de izquierdas, escondidos en las montañas. Acabarían matando a 30.000 civiles. En 1949 las autoridades de Corea del Sur van a asesinar a 200.000 simpatizantes de la izquierda en el resto del país. Como he apuntado antes, el contraste entre la idea de salvar a un pájaro y asumir la historia ominosa del siglo XX acaba siendo un acierto de la novela. «El gobierno militar estadounidense ordenó poner fin al comunismo a toda costa, masacrando de ser preciso a los trescientos mil habitantes que componían por aquel entonces la población de Jeju.» (pág. 246)

«Ya no me sorprendía nada de lo que un ser humano podía hacerle a otro ser humano… Algo se desgarró en lo más hondo de mi corazón.», nos dirá Inseón en la página 246, a quien Han Kang también cederá la palabra, sobre todo en el último tramo del libro.

Como ocurría en La clase de griego, en algunos momentos Han Kang decide usar en esta nueva novela la poesía para expresar algunos sentimientos.

Imposible decir adiós es una narración eminentemente femenina; ya que además de la relación entre las dos amigas, también se va a ocupar de la relación de una de ellas con su madre.

 

Durante su primera parte, la novela, dentro de su dramatismo, su idea existencialista del aislamiento vital de las personas, y dentro del uso de descripciones de sueños, se mueve en los parámetros del realismo, para, en su segunda mitad, romper con esto y adentrarse en el terreno de lo onírico y, quizás, de lo fantástico. Es cierto que, al principio, este cambio me desconcertó un tanto y seguí leyendo, esperando que Han Kang continuara con su historia, dando una explicación racional a su cambio de registro. Quizás para hablar del hiperrealismo de las muertes en Jeju, centrándose en lo ocurrido a la familia de Inseon, Kang necesitaba este nuevo registro, que le permitía doblar con más fuerza las esquinas de la realidad. Es cierto, que aunque la narración se escapa a un explicación meramente racional, la fuerza de su poesía y de su denuncia se impone con potencia literaria y la autora sale bien parada de su libro, habiendo creado una obra de denuncia de gran fuerza y poderoso aliento artístico.

 

domingo, 5 de enero de 2025

domingo, 22 de diciembre de 2024

Invitación al viaje, por Julio Ramón Ribeyro

 


Invitación al viaje, de Julio Ramón Ribeyro

Editorial Alfaguara. 139 páginas; primera edición de 2024.

Prólogo de Santiago Gamboa, epílogo de Alonso Cueto

En 2020 leí tres libros, casi seguidos, de Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994): La palabra del mudo, que reunía sus cuentos completos, La tentación de fracaso, su diario, y Prosas apátridas, con aforismos, pensamientos y poemas en prosa.

En La palabra del mudo estaban todos los cuentos de Ribeyro conocidos hasta ese momento, que sumaban 97. En la edición que leí yo de la editorial Seix Barral, que se publicó en 2019, ya había un cuento clasificado como «inédito», con otro apartado titulado Cuentos desconocidos y uno más Cuentos olvidados. Ahora se publica Invitación al viaje con cinco cuentos inéditos de Ribeyro, y he leído en algún periódico que entonces, así, el total de su obra cuentística sumaría las cien piezas. La cifra se redondea al considerar que La palabra del mudo contiene dos obras que en realidad no son cuentos, sino principios de novelas abandonadas.

Por lo que he leído en internet, el bibliógrafo de Ribeyro estuvo ordenando los papeles de la casa del escritor en París y aparecieron estos cinco cuentos inéditos, de los que la familia ha dado su visto bueno para la publicación. En un principio, podríamos pensar en un caso similar al de la publicación de En agosto nos vemos, la novela póstuma de Gabriel García Márquez, que él no quiso publicar en vida, y que han publicado sus hijos. Pero el caso no parece similar, porque los cuentos de Ribeyro no están escritos al final de su vida, cuando podría haber perdido facultades, sino en la década de 1970, cuando se encontraba en su mejor momento. Quizás Ribeyro no confiaba en la calidad de estos cuentos, o quizás, al ser alguno de corte fantástico, consideró que no pegaban con el volumen que estaba escribiendo por aquellos años.

El primer cuento se titula Invitación al viaje y, con sus cincuenta páginas, ocupa casi la mitad del libro. En cualquier caso, debería señalar que la caja de edición de este volumen de Alfaguara es muy estrecha y caben pocas palabras por página. Es decir, que este cuento, que en este libro ocupa unas cincuenta páginas, tendría la mitad en mi edición de La palabra del mudo. Este primer cuento nos presenta a dos preadolescentes –Lucho y Teodoro– que caminan en la noche; en principio, parece que buscando aventuras, pero luego sabremos que Lucho ha decidido abandonar su casa y ha pretendido que Teodoro le acompañe. Este pronto desistirá y dejará a Lucho solo en su camino hacia el fin de la noche. Lucho es huérfano y, hasta ahora, ha sentido que la noche es un lugar plagado de misterios en el que se adentran los adultos y él desea explorarlo y conocer sus secretos. De esto modo, asistirá a distintas escenas, más o menos peligrosas, o más o menos poco entendibles para él, como una pelea en un bar o la relación entre hombres y mujeres en la entrada de un prostíbulo, que confunde con un hotel. «Lucho se dijo que él no podría comprender jamás esas cosas, que de noche una locura súbita descendía sobre los hombres y que, por eso, quizá, las madres ponían candados en las puertas y enseñaban a ver demonios en las sombras.» (pág. 49)

Invitación al viaje es un cuento de descubrimiento y derrota, muy en la sintonía de los mejores cuentos de Ribeyro, y no desmerece para nada mi recuerdo de sus grandes narraciones. No sé por qué Ribeyro decidió dejarlo fuera de sus colecciones publicadas

de relatos, pero si tuvo dudas sobre su calidad, considero que se equivocó, porque me ha parecido un cuento muy destacado.

La celada –narrado en primera persona– trata sobre un hombre que, al regresar a Lima, empieza a quedar con una amiga que conoció en París. Este cuento me ha parecido muy en la línea de las narraciones fantásticas y juguetonas de Julio Cortázar. En él, un pequeño equívoco puede hacer que la mujer con la que queda el protagonista muestra un tipo de personalidad u otro. Este es un cuento que nos habla del misterio que representan las personas con las que nos encontramos.

Monerías trata de un empresario peruano que le escribe una carta al presidente del país. Se había embargado en el negocio de capturar monos en la selva para enviarlos a zoos de Estados Unidos, pero las trabas burocráticas le impidieron salir del puerto hacia el norte y acabará soltando a los monos por Lima. Es un cuento ligeramente cómico y fantástico, ya que los monos llegan incluso a aprender a hablar. A pesar de los intentos por devolverlos a su hábitat natural, estos volverán a la ciudad, y además llegarán muchos más. «Muchos otros monos, además, siguen llegando, desde sus lejanas comarcas, atraídos tal vez por la voz de la raza». (pág. 96). Monerías contiene una crítica social, ya que el lector comprenderá que al hablar de estos monos que emigran del campo a la ciudad, Ribeyro está hablando de los peruanos pobres que, desde la selva o la sierra, se trasladan a Lima. En este sentido, al ser un cuento crítico y humorístico, me ha recordado a cuentos de Augusto Monterroso, del estilo de los de Míster Taylor. Creo que Ribeyro quería también, en este cuento, denunciar el racismo de su país hacia los emigrados del campo a la ciudad, pero, quizás (aventuro) no lo quiso publicar porque al denunciar el racismo, y equiparar para ello (de un modo crítico) a los monos posiblemente con los indios peruanos, podría ser él mismo tomado por racista, aunque su idea fuera la contraria.

Las laceraciones de Pierluca, sin ser un mal cuento, me ha parecido el más flojo del conjunto. Habla de artistas latinoamericanos, en este caso pintores y escultores, que normalmente residen en París, pero que están pasando unas vacaciones o un retiro (porque siguen trabajando) en Cadaqués, en la costa catalana. El trasfondo del cuento serían las relaciones de dependencia económica entre los latinoamericanos y Estados Unidos. Es un cuento que narra una historia mínima y que trata de levantar vuelo mostrando una tragedia final, bastante fortuita, que es un recurso que nunca me ha convencido mucho.

Espíritus se sitúa en París. Allí, un grupo de amigos latinoamericanos, después de una cena, espoleados por uno de ellos, deciden hacer espiritismo. El amigo partidario del espiritismo entrará en trance y será poseído –quizás– por el espíritu de su abuelo. No es un mal cuento fantástico, pero se hace algo corto y el recurso de la sorpresa final tampoco lo convierte en demasiado original. El cuento está fechado en 1974 y es posible que por esas fechas Ribeyro estuviera escribiendo cuentos realistas y consideró que este no casaba con el conjunto que estaba armando.

Esta edición de Alfaguara, como ya ocurrió con sus publicaciones de las obras inéditas de Roberto Bolaño, finaliza mostrando algunas páginas de los mecanoscritos originales de los cuentos, con la versión a máquina corregida a mano por encima.

En resumen, este rescate editorial me ha parecido valioso y me ha hecho sentirme feliz al permitirme el reencuentro con uno de los grandes cuentistas latinoamericanos.

Como ya he apuntado desde el principio, me ha gustado este reencuentro, cuatro años después, con estos nuevos cuentos de Julio Ramón Ribeyro y me han dado ganas de volver a leer algunos de La palabra del mudo. Me habían comentado, en las redes sociales, que la edición que tengo yo de Seix Barral 2019 está descatalogada, pero me gustaría acabar esta reseña con una buena noticia: Alfaguara, además de publicar Invitación al fracaso, acaba de sacar una reedición de La palabra del mundo, bajo el título de Cuentos reunidos. Si alguien no conoce al Julio Ramón Ribeyro cuentista, le invito ahora a acercarse a él, porque, cada vez más, su nombre se está haciendo un hueco indiscutible, por derecho propio, entre los grandes escritores latinoamericanos del boom.

domingo, 15 de diciembre de 2024

Memorias de Leticia Valle, por Rosa Chacel

 


Memorias de Leticia Valle, de Rosa Chacel

Editorial Comba, 197 páginas. Primera edición de 1945; esta es de 2017

Prólogo de Andrea Jeftanovic

 

Cuando estaba acabando de leer el libro de ensayos sobre literatura de Juan José Saer titulado El concepto de ficción –que abarcaba textos escritos entre 1965 y 1996– consideré que lo más sensato sería seguir por Trabajos, otro libro de textos sobre literatura (en este caso escritos a partir del 2000), también de Saer, y que tenía en casa sin leer desde hacía ya unos cuantos años. Sin embargo, consideré también que entre uno y otro no estaría mal leer un libro de ficción y tomé de mis estanterías Memorias de Leticia Valle (1945) de Rosa Chacel (Valladolid, 1898 – Madrid, 1994). Este último libro, que me envió su editor Juan Bautista Durán, de la valiosa editorial Comba, y que se ha estado quedado sin leer durante un número ilógico de años. De hecho, después de mis incursiones en librerías de segunda mano, había llegado a reunir cinco novelas de Rosa Chacel sin haberme aún acercado a leer ninguna.

 

Memorias de Leticia Valle es la tercera novela de Rosa Chacel y se publicó en 1945 en Buenos Aires. Después de la guerra civil española, Chacel se exilió en Brasil, con estancias en Argentina, donde acabó publicando esta novela.

 

«El 10 de marzo cumpliré doce años» es la primera frase del libro. La niña Leticia Valle, de once años, se ha propuesto escribir unas memorias sobre unos acontecimientos que han perturbado su vida y que tuvieron lugar unos meses atrás. En la segunda página de la novela se nombra a una «Adriana», que no volverá a aparecer hasta muchas páginas después, cuando lo más esperable es que el lector ya haya olvidado que esa persona (que va a ser una prima de Leticia) ha aparecido en la narración antes. Al final sabremos que Leticia, en el momento en el que escribe, vive en Suiza con sus tíos y su prima. Sus recuerdos le llevan a su ciudad natal Valladolid. Leticia es huérfana de madre, «La verdad es que nunca pude recordar cómo era mi madre», nos dirá en la página 22. Al comienzo de sus recuerdos tampoco vive con su padre, un militar destinado a África, sino que lo hace con su tía Aurelia.

Me ha gustado la descripción que hace Leticia de sus recuerdos infantiles, en gran medida me ha recordado a la prosa poética de Felisberto Hernández, donde la infancia se convierte en un territorio mágico. Esto ha ocurrido en párrafos como el siguiente: «Las cosas que yo pensaba en aquella sala eran todas como aquellas fugas, siempre cosas ligeras, transparentes. Por el asiento de una butaca forrada de peluche verde, veía correr un caballo blanco. Tenía la piel como de madreperla, los ojos negros, y echaba hacia atrás la melena con un movimiento de cabeza como el de una niña. Alguna vez vi que se paraba y se quitaba con la mano el mechón que le caía sobre la frente. Sí, con la mano, yo lo veía así. También veía entre las patas de la consola unas zonas brillantes en la madera negra, unos rincones oscuros, unos cambios de luz y de sombra que eran como un mundo negro iluminado por un sol negro. Por allí había siempre dos seres muy pequeños, blancos y transparentes como hadas, que se abrazaban y se querían mucho.» (pág. 29)

 

El padre de Leticia vuelve de África con una pierna amputada; el ambiente de Valladolid empezará a agobiarle y decidirá trasladarse a una propiedad familiar en el cercano pueblo de Simancas. La tía y la niña irán con él. En el pueblo, Leticia que, hasta ahora, había sido una niña muy metida en los libros empezará a olvidarse de ellos y a vivir más salvajemente. En realidad, al ser una niña nadie parece esperar de ella que destaque en estudios formales. Sin embargo, la maestra del pueblo empezará darle una hora de lección después de terminar sus clases por la tarde. En el colegio, Leticia, a sus once años, se convertirá en una especie de ayudante de la maestra con las niñas más pequeñas. Y será a través de esta relación con la maestra como conocerá a doña Luisa, a cuya casa acudirá para recibir clases de piano. Y será en esta casa, donde conozca al marido de doña Luisa, don Daniel, que es el archivero de la localidad. Pronto se produce en Leticia una sensación de fascinación ante la erudición de don Daniel, que hará que le deje de interesar la música (una afición más para señoritas de la época) y que quiera aprender historia, filosofía, etc. actividades más propias de hombres en la época.

 

En algunos artículos que he leído en internet se señala que Rosa Chacel toma elementos de su vida para crear al personaje de Leticia Valle y que la fascinación que esta última siente por don Daniel en realidad sería un eco de que Chacel sintió por José Ortega y Gasset, del que fue alumna en la universidad. Doña Luisa es catalana y don Daniel es andaluz, y al hacer notar estos detalles, Chacel parece quererle decir al lector que esos personajes no están sometidos a las férreas normas de conducta católica castellana. De hecho, al conocer a Luisa, la describe como «una mujer mundana».

 

Chacel no deja pistas demasiado claras sobre la época en la que está situando su historia, aunque si, como supone más de un crítico, la historia está basada en algunos recuerdos personales, tiene que hablar de principios del siglo XX. En la página 60 tenemos la pista más clara sobre la época: se habla de una cigarrera, con forma de cabeza de mono, que Daniel tiene en su escritorio y se apunta que él le cuenta a Leticia «que se lo había regalado un amigo que lo compró en París en la Exposición de 1900, que hacía ya más de diez años que se lo habían dado».

Leticia empezará a preferir estar en la casa de Luisa y Daniel, en los que encuentra a unos referentes adultos, que en su casa, donde su padre ha empezado a beber demasiado alcohol.

 

En alguna página de internet he leído alguna comparación entre Memoria de Leticia Valle y Lolita de Vladimir Nabokov, pero apuntando que Lolita se publicó diez años después que la novela de Rosa Chacel. El tema de fondo de las dos novelas podría ser similar, pero no así su tratamiento. Mientras que en Lolita los encuentros sexuales son narrados de forma explícita, en Memorias de Leticia Valle todo estará sugerido, y será el lector quién deba suponer la historia hasta donde crea adecuado. Hay algunas señales en el texto que indican que la relación entre Leticia y Daniel no es todo lo sana que debería ser. Por ejemplo, en la página 90, Leticia escribe: «Fue hacia la puerta y al salir se volvió a mirarme, se quedó un rato mirándome, apoyado en el quicio.

Aunque ha pasado mucho tiempo, todavía no comprendo; tiene que pasar muchos años para que yo comprenda aquella mirada, y a veces querría que mi vida fuese larga para contemplarla toda la vida; a veces creo que por más que la contemple ya es inútil comprenderla.

Alrededor de aquella mirada empezó a aparecer una sonrisa o más bien algo parecido a una sonrisa, que me exigía a mí sonreír. Era como si él estuviese viendo dentro de mis ojos el horror de lo que yo había visto. Parecía que él también estaba mirando algo monstruoso, algo que le inspirase un terror fuera de lo natural y, sin embargo, sonreía.»

En la página 184 leemos: «Entró y cerró la puerta detrás de sí Parecía que no podría hablar; tenía los labios entreabiertos, pero los dientes apretados unos contra otros. Sin embargo, dijo:

–¡Te voy a matar, te voy a matar!»

 

También me he encontrado, en más de un comentario sobre el libro de internet, que se habla de una resolución trágica de la historia que en el propio texto no se muestra de un modo explícito y a mí se me han ocurrido varias variantes tras mi lectura.

En la última página del libro podemos leer: «No sé si era la cólera o la amargura lo que me llenaba los ojos de lágrimas. Me parecía que ya, en los días de mi vida, no volvería a sentir nada a lo que se le pudiese llamar en una u otra forma amor.»

 

Al adentrarse en esta novela el lector tendrá que firmar un pacto de ficción fuerte con la escritora, ya que ambos saben que una niña de once años no puede expresarse con la sutileza, inteligencia y riqueza de vocabulario con que lo hace Leticia Valle. Una vez superado este bache, la experiencia lectora será gratificante, ya que la prosa de Chacel es poética, misteriosa y evoca con mucha fuerza la realidad de la provincia castellana a comienzos del siglo XX. De hecho, en más de una ocasión he tenido la sensación de estar leyendo una novela escrita, como mucho, hace cuarenta años y no ochenta, como ocurre en la realidad.

En el prólogo, que he leído al final, Andrea Jeftanovic escribe: «Memorias de Leticia Valle es una novela feroz, feroz por lo que omite, por lo que no dice; está llena de vacíos, de entrelíneas; está hecha de murmuraciones que el lector debe deletrear para sí, en voz baja o en voz alta, para comprender lo inaudito.» (pág. 9)

Hasta cierto punto, creo que la creación de la historia, en la que alguien quiere explicarse su pasado, y hacerlo llenándola de elipsis de los momentos más traumáticos, vaciarla de sus escenas más graves, tiene bastante de trampa narrativa, de construcción artificiosa, y esto me ha generado alguna pequeña frustración como lector. Sin embargo, sí quiero quedarme con los aspectos positivos que he señalado antes, ya que la mayoría de las páginas de este libro me han parecido poéticas y sugerentes. Memorias de Leticia Valle me invita a conocer más obras de esta autora.