Teatro, de Antón P. Chéjov
Editorial Cátedra,
376 páginas. Primera edición de 1896-1904; esta es de 2022
Traducción y
edición de Isabel Vicente
Ya
he comentado que acabé 2023 leyendo, en diciembre, una antología de cuentos de Antón P. Chéjov (Taganrong, 1860 –
Badenweiller, 1904) de casi 900 páginas. Fue uno de los libros que más que
gustó de ese año. Así que consideré que, ya que había leído los dos libros con
las siete novelas cortas de Chéjov, que tiene publicados Alba y esta nueva
antología, también en Alba, con 60 cuentos, debía acercarme a la obra teatral
de Chéjov, una parte muy importante de su producción artística y que no
conocía. Estuve mirando ediciones sobre este teatro de Chéjov y la que más me
convenció fue una de la editorial
Cátedra que contiene sus cuatro obras más famosas: La gaviota (1896), El
tío Vania (1899), Las tres hermanas (1901) y El
jardín de los cerezos (1904). La edición y la traducción están a cargo
de Isabel Vicente, que es experta en
Chéjov y en la cultura rusa y el libro me pareció atractivo. Contacté con la
editorial Cátedra y ellos, muy amablemente, me enviaron el libro para que
pudiera leerlo y comentarlo.
De
entrada, debería apuntar que yo he leído muy poco teatro en mi vida. Recuerdo
haberme acercado a las siguientes obras: La casa de Bernarda Alba de Federico
García Lorca, Hamlet de William Shakespeare, Calígula de Albert Camus, Luces
de bohemia de Ramón del Valle-Inclán, y Esperando
a Godot de Samuel Beckett.
Aunque mi experiencia no fue negativa con estos libros, sí que tengo la
sensación de que el teatro tiene más sentido viéndolo representado en un
escenario que leyéndolo. Sin embargo, en este caso, al sentir que Chéjov se
está convirtiendo por derecho propio en uno de mis escritores favoritos quería
acercarme a esta parte de su obra.
Esta
edición de Isabel Vicente cuenta con unas 80 páginas iniciales en las que se
habla de la vida del autor y se analizan las cuatro obras aquí seleccionadas.
Dejé su lectura para el final. Así que empecé con la lectura de La gaviota, que se estrenó en 1896. En
la primera página existe una lista en la que se describe con una pincelada a
los personajes que van a aparecer en la obra. Todas las obras constan de cuatro
actos y una extensión bastante similar.
En
La Gaviota, el joven Treplev, que
quiere ser escritor, se siente ninguneado por el entorno de su madre Arkádina,
una actriz famosa. En una casa de campo, junto a un lago, propiedad de Sorin,
hermano de Arkádina, esta ha invitado a su amigo Trigorin, un escritor de
éxito. La casa es frecuentada por Nina, hija de unos terratenientes cercanos,
que desea ser actriz, y admira el ambiente alrededor de Arkádina y Trigorin.
Treplev está enamorado de Nina y sus deseos de convertirse en escritor parecen
obedecer al sueño de conquistar la admiración de Nina. Sin embargo, Nina parece
amar a Trigorin, mientras que Masha –la hija del administrador de la finca–
está enamorada de Treplev. En La gaviota
hay mucho amor contrariado, amor que parece proceder de los logros que
consiguen alcanzar las personas, más de lo que ellas son por sí mismas, parece
decirnos Chéjov. En gran medida, La
gaviota me parece emparentada con el cuento La cigarra, donde la
esposa de un médico quiere relacionarse solo con artistas y deja de lado a su
marido médico de profesión. Chéjov nos muestra el mundo del arte (el mundo de
los escritores y las actrices) como un mundo frívolo, lleno de ególatras. Nina
conseguirá convertirse en actriz de teatro y Treplev en escritor, pero ninguno
de los dos será feliz. «Ahora, sé, ahora comprendo, Kostia, que en este
quehacer nuestro –tanto si actuamos en escena como si escribimos–, lo esencial
no es la gloria, no es la notoriedad, no es lo que constituía mis sueños, sino
que es el aguante.», dirá Nina.
En
El
tío Vania (1899) nos encontramos con Serebrianov, que ha sido un
eminente profesor universitario y que, ya retirado, tiene que vivir en el campo,
en la que fue la casa familiar de su esposa muerta. Está casado, en segundas
nupcias, con Elena de 27 años. Sonia es la hija del primer matrimonio de
Serebrianov. Conviven con Vania, el tío de Sonia, y con Voinítskaia, abuela de
Sonia. Como ocurría en La gaviota,
también El tío Vania es una obra de
amores desgraciados. Vania está enamorado de Elena, y Sonia de Astrov, un
médico, algo mayor para ella, que frecuenta la casa. Astrov no parece
interesado en Elena y es un hombre algo deprimido, perdido en el alcohol y la
frustración que le causa la destrucción de los antiguos bosques de Rusia (el
mensaje ecológico, que ya ha aparecía en alguno de los cuentos de Chéjov, me
parece moderno para la época). Vania también es un hombre deprimido, que se
siente viejo a sus 47 años. Además, Vania está empezando a darse cuenta de que
él y su sobrina han sacrificado su vida por su cuñado Serebrianov, al que
consideraban un gran hombre, y por el que han hecho el sacrificio de sacar
adelante la finca en la que viven, pero este no parece haberse dado cuenta de
ello y no se ha sentido agradecido. Este es también un tema recurrente en Chéjov,
el de las personas con buenas intenciones, que malgastan su vida y quieren
arreglar la de los demás, pero que no tienen capacidad para cambiar nada.
Las tres hermanas (1901) son Olga,
Masha e Irina que, tras la muerte de sus padres, viven en una ciudad de
provincia con el sueño de volver a Moscú, de donde proceden. También conviven
con Projorov, su hermano, que se acabará casando con Natalia. La casa es
frecuentada por militares, que están acuartelados en la ciudad. Projorov
parecía el más preparado de los cuatro hermanos, y existían posibilidades de
que llegara a ser alguien importante, pero sucumbirá al vicio del juego,
mientras su esposa Natalia le será infiel a la vista de todos. Además, Natalia
irá tomando posesión de cada vez más instancias de la casa hasta que consiga
expulsar de ella a las tres hermanas.
En
El
jardín de los cerezos (1904) Ranévskaia regresa a su finca de Rusia,
después de haber vivido seis años en París. Regresa junto con su hija Ania, de
17 años, y Varia, su hija adoptiva, de 24. La madre dejó Rusia después de haber
sufrido la muerte de su marido y un hijo. Una de las cosas más extrañas de esta
obra es que, a pesar del título, en realidad en la finca existe un jardín de
guindos y no de cerezos. En Rusia la madre recibirá la noticia de que debe
tomar una decisión sobre su casa y su finca: debido a las deudas, van a salir a
subasta pública. Lopajin, comerciante e hijo de antiguos siervos de la familia,
les propone un plan: talar los guindos, construir dachas de veraneo y alquilar
esas casas. Pese a lo sensato de la idea, Ranévskaia no podrá decidirse, debido
a los recuerdos que piensa que habitan en su casa y su jardín. En El jardín de los cerezos asistimos al
empuje de una nueva clase social, frente a la inoperancia de los antiguos nobles.
En una obra que, en cierto modo, adelante las crisis y revoluciones que va a
sufrir Rusia a comienzos del siglo XX.
Al
empezar al leer La gaviota –lo que se
repetiría con las otras tres obras– tuve la sensación de que me costaba
quedarme con los nombres de los personajes, y saber quién era quién, cuando
intervenían en la obra. Esto me hacía volver de forma continuada a la página
inicial de las obras para consultar la lista de los personajes. Lo cierto es
que este hecho ha supuesto una ligera incomodidad a la hora de tratar de
disfrutar de estas historias. Al leer los cuentos o las novelas de Chéjov –o al
leer narrativa en general– tengo la sensación de adentrarme en las historias
contadas de un modo mucho más natural que el que he tenido con estas obras de
teatro. Imagino que si las obras se ven representadas en escena, al asociar
cada discurso a un actor, será más natural conocer las relaciones que existen
entre los personajes. Sin embargo, superada esta dificultad inicial, he podido
volver al mundo de Chéjov, que conocía por su narrativa, ese mundo de
personajes que se sienten incapaces de mejorar sus situaciones vitales, y
disfrutar de esas historias. Creo que la obra que más me ha gustado ha sido El tío Vania, seguida de La gaviota. En El tío Vania me ha conmovido esa toma de conciencia del personaje
de la inutilidad de su propósito, de su sacrificio por el que considera un gran
hombre y al que acaba de ver como un miserable engreído, además de estar
enamorado de su mujer. También es tremenda la forma de analizar el mundo del
arte en La gaviota, ave que se
convierte en un símbolo del desamparo vital de Nina, quien, pese a que se a
convertido en actriz y, por tanto, debería sentirse feliz por haber cumplido
sus sueños, se siente más infeliz que antes al descubrir que sus sueños eran
una quimera y que la realidad del teatro dista mucho de lo que soñó de ella.
Al
acabar las cuatro obras, como decía, me he acercado al prólogo y al estudio de Isabel
Vicente. Me ha interesado leer sobre la vida de Chéjov, y saber, por ejemplo,
que la idea del desahucio de El jardín de
cerezos la vivió él en su infancia, cuando la familia perdió la casa en la
que vivía, debido a que el padre estaba aquejado por las deudas. Desde muy
pronto, Chéjov tuvo éxito como escritor de cuentos y de obras de teatro y casi
no ejerció la medicina, la carrera que había estudiado.
Creo
que ahora me apetece leer de Chéjov La isla de Sajalín, donde relata un
viaje que hizo a esta isla en la que había una colonia penitencia, y cuyo
informe influyó para que las autoridades rusas cambiaran las condiciones de ese
penal. O leer otra antología de sus cuentos, publicada por Pretextos, que tengo en casa, y cuya selección casi no coincide con
la de Alba.