domingo, 23 de junio de 2024

Los perros hambrientos, de Ciro Alegría

 


Los perros hambrientos, de Ciro Alegría

Editorial Alianza. 153 páginas. Primera edición de 1939; ésta es de 1982

 

En el verano de 2022 estuve en la pequeña feria del libro de Guadarrama y en una de sus dos casetas encontré tres libros de Ciro Alegría (Sartimbamba, Perú, 1909 – Lima, 1967), que eran Los perros románticos (1936), La serpiente de oro (1935) y Relatos; los tres publicados por la editorial Alianza en la década de 1980. Si no recuerdo mal, su precio era de dos o tres euros cada uno. No tenían su novela más famosa, El mundo es ancho y ajeno (1941), pero acabé comprando esos tres libros que cito.

Estaba releyendo los Relatos autobiográficos del austriaco Thomas Bernhard, que me fascinaron hace ya más de veinte años, y al acabar el segundo (El sótano), decidí hacer un alto para leer Los perros hambrientos. Además, acabé El sótano un jueves y empezaría con Los perros hambrientos en viernes, que siempre es una sensación que me agrada.

 

Los perros hambrientos se abre con una imagen idílica: La Antuca, una joven pastora de doce años, está en una montaña de la cordillera del norte de Perú con su rebaño de ovejas. Le ayudan en su trabajo los perros de la familia. De hecho, la presencia que los perros van a tener en la novela queda remarcada desde el primer momento. Así empieza el primer capítulo: «Guau…, guau…, guauuúu…  El ladrido monótono y largo, agudo hasta ser taladrante, triste como un lamento, azotaba el vellón albo de las ovejas, conduciendo la manada.». La Antuca habla con los perros y pronto aparecerá en su camino Pancho, otro jovencísimo pastor, que –según nos insinúa el narrador– es muy posible que acabe siendo, en el futuro, la pareja de la pastora.

En este primer capítulo hay ya más de un elemento a destacar sobre la composición de esta obra: desde la primera página se hace hincapié en la importancia compositiva de mostrar al lector el mundo indígena del Perú. En este sentido, sabremos que la Antuca cuenta las ovejas de su rebaño por pares («Todavía, para simplificar aún más el asunto, iban en su auxilio los pares, enraizados en la contabilidad indígena, con las fuertes raíces de la costumbre)». El narrador muestra también su conocimiento sobre el vocabulario rural del norte de Perú (por ejemplo: el verbo «macollar», que significa «brotar las flores de una planta»), así como de las costumbres de sus gentes, y cuando hablan los personajes refleja sus giros lingüísticos, aunque estos se alejen del español normativo, y a veces cueste seguirlo, por los persistentes errores del habla oral. También se muestran las canciones populares que cantan los personajes.

Los perros hambrientos se inscribe dentro de la corriente literaria del indigenismo, mediante la cual los autores querían (esta corriente surge en Latinoamérica en la década de 1920) mostrar las vidas de los indios y mestizos de diversos países latinoamericanos, con un gran conocimiento de sus costumbres y tradiciones, que ahondan sus raíces en las civilizaciones precolombinas del continente americano. Los máximos representantes de esta corriente serían escritores como José María Arguedas (Los ríos profundos), Jorge Icaza (Huasipungo), Alcides Arguedas (Raza de bronce) y el mismo Ciro Alegría, con novelas como El mundo es ancho y ajeno, o ésta de Los perros hambrientos.

 

El segundo capítulo se titula Historias de perros, y el narrador retrocede en el tiempo narrativo del relato para contarnos como los perros pastores llegaron a la familia Robles, a la que pertenece la Antuca, hija de Simón Robles y la Juana, y cuyos hermanos son Timoteo y Vicenta. Diría que en la importancia que Ciro Alegría da a la presencia de los perros en el relato, que en más de un caso llegan a ser protagonistas de lo narrado, podemos ver una influencia del escritor norteamericano Jack London, que también hace protagonistas de sus narraciones a los perros en novelas como La llamada de lo salvaje (1903) y Colmillo blanco (1906).

 

Durante al menos un tercio de la novela, el lector se acercará a una narración costumbrista, en la que aparecen personajes, tanto humanos como animales, en diversos momentos del tiempo, sin que quede muy claro cuál es el núcleo central del relato ni el conflicto narrativo. A algunos personajes –como, por ejemplo, a Simón Robles– les gusta contar historias, que se incorporarán a la novela como si fuesen pequeños relatos. En unos pocos capítulos, el cambio de dueños de un perro, mediante el robo de unos maleantes, constituirá lo que acabará siendo una pequeña subtrama de la novela. En otro capítulo, se nos contará cómo la policía rastrea las zonas rurales buscando a hombres jóvenes que aún no hayan cumplido con su servicio militar; hombres que serán arrancados de sus hogares, aunque sean los que consigan el sustento de la familia.

Otra de las intenciones de la novela indigenista –como vemos en la última subtrama mostrada– es la de denunciar las malas condiciones de vida de los indios americanos, y, en muchos casos, su situación de abandono.

 

En el segundo tercio del libro arrancará el que va a ser el suceso desencadenante de los dramas que se van a narrar: la región sobre la que Alegría nos narra va a sufrir una sequía que persistirá durante dos años, haciendo que cambien las condiciones de vida entre los habitantes de la zona y también su relación con los animales. Las personas no tendrán casi comida para ellas y será difícil compartir su escasez de alimentos con los perros, que, fuera de la protección de los humanos, tendrán que volver a sus costumbres ancestrales y, de este modo, en vez de proteger a las ovejas de los pumas y los zorros, pueden acabar convirtiéndose ellos mismos en depredadores de ovejas, lo que les hará sufrir el rechazo y la persecución de los humanos, que antes los trataban como si fueran miembros de la familia. También las relaciones entre los humanos van a cambiar: los más pobres de la cordillera van a ser los que peor lo van a pasar y tratarán de pedir protección a Cipriano Ramírez, el cacique local, el dueño de la tierra que los indios y los cholos cultivan. En este sentido, quizás la novela peca de cierto maniqueísmo, ya que el cacique, perteneciente a la clase alta de Perú y blanco de piel, mostrará sus miserias, frente a los pobres, indios y cholos, que se comportarán de un modo mucho más noble y solidario entre ellos.

 

Como ya dije, el lenguaje de Los perros hambrientos trata de reflejar el propio de la gente que vive en la Cordillera de Perú, y el vocabulario propio de un entorno rural. En este sentido, es un lenguaje poético, aunque, en alguna ocasión (muy pocas en realidad) cae en algún exceso romántico, como ocurre en la página 14, cuando se describe a la luna: «Ladran a la luna. Ella, la muy pingüe y alba, amada de poetas y damas románticas, hace ante los perros el papel de puma o zorro hambriento.»

La novela contiene también más de una escena notable y emocionante, sobre todo aquellas en la que se muestra el trato cruel en que, a veces, caen las personas con los animales.

En definitiva, he leído Los perros hambrientos, pese a los defectos comentados (como la falta de tensión narrativa de su primer tercio y la dispersión temática) con interés, disfrutando de algunas de sus bellas y emotivas escenas y del vocabulario serrano peruano. Se me ha abierto el apetito para seguir leyendo alguna obra más de indigenismo latinoamericano

 

 

domingo, 16 de junio de 2024

Cartas II, Diario de sueños, de H. P. Lovecraft


Cartas II, Diario de sueños
, de H. P. Lovecraft

Editorial Aristas Martínez. 252 páginas. 1ª edición de 2024.

Traducción y edición de Javier Calvo

 

El año pasado, en 2023, leí Cartas I, Escribir contra los hombres, de H. P. Lovecraft (Providence, 1890-1937), que publicó la editorial Aristas Martínez. Al principio, la editorial anunció que iba a sacar dos libros con su selección de las cartas de Lovecraft, pero al final van a ser tres. En el mundo anglosajón existe una edición completa en 23 volúmenes de estas cartas, de las que se conservan unas 10.000, aunque se supone que Lovecraft escribió unas 75.000. Como decía el editor y traductor Javier Calvo, en el prólogo de Cartas I: el 99% de lo que escribió Lovecraft fueron cartas, ya que su obra artística es relativamente breve, con solo 52 relatos o novelas cortas.

En el prólogo de Cartas II, Javier Calvo nos dice que este nuevo volumen de cartas es un spin-off del volumen anterior, Escribir contra los hombres. Es decir, la idea original de edición era que este conjunto de sueños de Lovecraft, contados en cartas a sus amigos, fuese incluido en Cartas I. Al final, la editorial Aristas Martínez y Calvo decidieron que lo mejor sería publicar este Diario de sueños como volumen independiente.

De entrada debería decir que la edición del Diario de sueños es muy bonita. Como en Cartas I, en Cartas II también hay ilustraciones con portadas de revistas de los años 1920 o 1930, en las que Lovecraft publicaba sus relatos, y aquí, en Cartas II, hay también alguna ilustración que cita Lovecraft y que le había obsesionado, como un grabado de Gustave Doré para ilustrar El paraíso perdido de John Milton. Pero ahora, Cartas II, además está editado con dos colores, el negro habitual y otra tinta roja, lo que enriquece las ilustraciones.

 

En total, Lovecraft narró en cartas a sus amigos veintidós sueños. Calvo nos contará que a veces Lovecraft narraba el mismo sueño a diferentes interlocutores y, en estos casos, ha seleccionado la versión más larga y enriquecedora. También, si en las cartas contaba aspectos diferentes del mismo sueño, ha fusionado las versiones.

Calvo, después de traducir cada sueño, lo comentará y rastreará en la obra de Lovecraft para mostrarle al lector cómo alguno de los sueños que ha leído se han incorporado a la obra del autor. En la página 17 leemos: «Lovecraft duda mucho a la hora de dar validez a sus sueños como material narrativo. Sigue usándolos como motor inicial de sus argumentos, pero solo los integra en forma de detalles o imágenes aisladas dentro de una trama provista de muchos estratos.»

Calvo comenta que los sueños que describe Lovecraft se parecen a la forma de escribir sus relatos: el narrador de sus los cuentos suele ser un testigo impotente.

Algo que me ha llamado la atención del prólogo de Calvo es un trapo sucio que le saca a August Derleth, uno de los amigos escritores de Lovecraft, del que cuenta que escribió dieciséis relatos a los que puso la etiqueta de «colaboraciones póstumas» con Lovecraft. En ellos, lo que hizo Derleth fue saquear el Cuaderno de ideas de Lovecraft, tomando de ahí argumentos y escribiendo los cuentos imitando el estilo de Lovecraft. Otro de sus amigos Frank Belknap Long tomó la narración de un sueño de Lovecraft de una carta que le había enviado y la metió en uno de sus relatos, no sé si con su consentimiento o sin él.

 

Cada sueño tiene un título, y Calvo juega con la idea de que este Diario de sueños podría ser leído como un nuevo libro de relatos de Lovecraft, porque están contados con sentido narrativo.

Es llamativo el primero sueño que se describe aquí, el titulado Descarnados de la noche. Lovecraft rememora unas pesadillas que tenía de niño, entre los tres y los ocho años, unas monstruosas criaturas le agarraban del vientre y le llevaban por el aire. Desde ahí, el podía ver la cúspide de montañas. En algún momento, le dejaban caer y él se despertaba antes de chocar contra el suelo. Luego trataba de hacer esfuerzos por no dormirse de nuevo y recibir otra vez la visita de los «descarnados de la noche». El propio Lovecraft, en sus cartas, trata de dar una explicación a sus sueños; en este caso, piensa que se debían a problemas digestivos que sufría y a la impresión que le causaron los grabados de Doré para el libro El paraíso perdido de Milton (una de estos grabados está reproducido en el libro). Calvo nos va a comentar que estos «descarnados de la noche» van a aparecer, con este nombre, en la novela corta La búsqueda en sueños de la ignota Kadath y también en un soneto de Hongos de Yuggoth.

 

En otro sueño narra cómo sobrevuela sobre una extraña ciudad deshabitada, algo que me ha recordado a esas ciudades que evoca en relatos como Las montañas de la locura.

 

El tercer sueño es bastante narrativo y se parece bastante a un cuento. Incluso Lovecraft introduce diálogos entre los personajes. Se titula Loveman está muerto y en él se cuenta como este amigo suyo, que era escritor, desciende por el hueco abierto en una tumba de un cementerio, acompañado por Lovecraft, que se queda arriba, ayudándole y comunicándose con él a través de una especie de teléfono. En el momento de más horror del cuento, Lovecraft se desmayará, como ocurre con muchos de los narradores de sus cuentos.

 

En el cuarto sueño, Los brazos del doctor Chester tengo la sensación de que Lovecraft lo está recreando en forma de relato, porque los detalles sobre lo contado me parecen excesivos para provenir de un sueño. Calvo va a opinar lo mismo. Sueña que es un médico y visita a un colega con una extraña enfermedad.

 

En la página 75, Lovecraft escribe: «Mis sueños son igual de nítidos que en mi juventud, aunque no más.»

En un cuento vende un bajorrelieve extraño a un museo. Esta idea del bajorrelieve aparece en el cuento La llamada de Cthulhu.

 

El sueño más largo es el titulado El sueño romano. Parece un cuento y en él Lovecraft se ha transformado en un romano que ha de luchar en una campaña contra los salvajes de una ciudad llamada Pompelo, que sería la actual Pamplona. En el relato se insinúa la presencia de elementos fantásticos. Este sueño sí que se planteó meterlo en un relato que no acabó de cuajar. He tenido la sensación, de nuevo, de que Lovecraft añade elementos al narrar el sueño para darle más forma. Aunque yo de niño sí que soñaba historias que se podían contar de un modo narrativo, me ha llamado la atención que él pueda seguir teniendo esos sueños y que los pueda recordar con esa claridad en la vigilia.

El sueño del romano me ha hecho pensar en esa fantasía de Philip K. Dick, según la cuál él no era un californiano de la década de 1970, sino un romano del año 70. Y aquí se unirían mis dos ídolos de la adolescencia.

 

 

En otro sueño viaja en tranvía y el conductor acaba teniendo una cara de tentáculo.

Es interesante la reflexión sobre que en los sueños Lovecraft suele verse como un niño y le retrotraen al mundo de la infancia.

 

El sueño La buhardilla del clérigo pasó a ser su relato El clérigo malvado. Lovecraft envió una versión del sueño a su amigo Austin Duyer y este lo copió y se lo mandó a la revista Weird Tales, donde se publicó en abril de 1939 con el título de El clérigo malvado. La carta original se ha perdido y el texto que se reimprime como «sueño» es el relato de la revista.

 

El último cuento que narrará Lovecraft se titula La aldea de los gatos negros y es de 1936; en él se habla de un pueblo de casa humanas, que parece habitado solo por gatos. Sirve de puente para la ultima sección del libro. Javier Calvo ha decidido finalizar y completar su edición de Diario de sueños con una sección titulada Las fabulosas aventuras de la Fraternidad Kappa Alpha Tau donde Lovecraft habla de los gatos que rondan su vecindario, durante sus últimos años, a sus amigos. En 1933, nos cuenta Calvo, Lovecraft y su tía Annie se vieron obligados a mudarse una vez más por razones económicas. La habitación de Lovecraft va a dar a un patio, donde ser reúnen los gatos del vecindario sobre un tejado que queda enfrente de su ventana. Lovecraft se entretendrá en poner nombres a todos y a familiarizarse con ellos, de tal modo, que acabarán entrando en su habitación y él jugará con ellos en vez de escribir. Escribe Calvo: «También un testimonio de que Lovecraft siempre fue un niño grande, atrapado en un aislamiento vital no del todo elegido y terriblemente necesitado de afecto.» Las cartas sobre los gatos que, como señala Calvo, debían de desconcertar a sus interlocutores (quienes a su vez le hablaban de sus mascotas gatunas), están llenas de humor y muestran a un Lovecraft sensible, que lo pasa mal cada vez que sus amigos gatos mueren, o las familias a las que pertenecen cambian de domicilio. Al leer estas páginas alegres me he acordado de la amargura de las últimas cartas de Lovecraft en Escribir contra los hombres cuando dejaba constancia de su fracaso artístico, que son de la misma época. Sabiendo esto, sus relatos sobre los gatos del vecindario resultan más entrañables y ha sido una bonita forma de acabar este libro.

 

Considero que Cartas I, Escribir contra los hombres es más interesante que Cartas II, Diario de sueños. En cualquier caso, este segundo volumen seguirá gustando a todos los seguidores, como yo mismo, del gran autor de Providence.

 



domingo, 2 de junio de 2024

Soberbia, de Recaredo Veredas

 


Soberbia, de Recaredo Veredas

Editorial De Conatus. 186 páginas. 1ª edición de 2024.

 

 

En 2022 leí Amores torcidos (editorial Tres hermanas, 2022) de Recaredo Veredas (Madrid, 1970), que es amigo con el que quedo de vez en cuando. Ya conté que Amores torcidos me sorprendió gratamente, y su narración sobre los abusos que sufría un adolescente en un colegio privado del Madrid, en la década de 1980, me pusieron los pelos de punta. En 2024, Recaredo ha publicado una nueva novela, titulada Soberbia, en la editorial De Conatus, que cobró popularidad cuando en octubre de 2023 se anunció el Premio Nobel de Literatura para el noruego Jon Fosse y era De Conatus la editorial que había apostado por él en España.

 

Estuve en la presentación de Soberbia en Madrid, que tuvo lugar en la librería Antonio Machado de la plaza de las Salesas, y fue la escritora Elvira Navarro la que acompañó a Recaredo. Una frase de la presentación de Elvira Navarro me llamó la atención, y estuve pensando en ella mientras leía la novela: Veredas escribe su novela como si estuviera contando la información de forma resumida. Soberbia es una novela relativamente corta (de unas 170 páginas, si descontamos las de cortesía iniciales), y el arco temporal de la narración abarca más de treinta años. El personaje principal de la novela es Sebastián López de Lucena, al que conoceremos recién ingresado en la facultad de Medicina de la Complutense de Madrid, durante la etapa final del franquismo.

«Sebastián y su familia viven en un barrio próximo a la Castellana madrileña, un pequeño París con calles anchas y arboladas, con edificios que nacieron como mansiones y terminaron como pisos, donde la élite de la ciudad duerme y muere y adonde todo arribista aspira a llegar. Ocupan un lugar intermedio en la comedia, situado entre las grandes fortunas y los profesionales meritorios.», leemos en la página 18. Soberbia es una novela muy madrileña, que retrata en sus páginas a los vecinos del barrio de Salamanca, desde una perspectiva crítica, no exenta de sarcasmo. El propio apellido de la familia, «López de Lucena», con su ennoblecedora «de», es de dudoso origen, y solo remontándose al abuelo andaluz de Sebastián, enriquecido con el contrabando, se pueden encontrar ya dos ramas de la familia: la de los López y la de los Lucena.

El padre de Sebastián es médico y esta será también la vocación del hijo, que destaca en la universidad y pronto se especializará en el tratamiento del pulmón, leyendo revistas extranjeras y poseyendo unos conocimientos en el tema superiores a los de la España de la época. Sebastián, alentando por su padre, pronto empezará a soñar con recibir el Premio Nobel de Medicina, tras convertirse en el primer médico del mundo capaz de realizar una prótesis de pulmón válida. El régimen franquista, ávido de reconocimiento internacional, apoyará al joven Sebastián como posible niño prodigio de la medicina moderna.

 

La mirada de Veredas sobre sus personajes –y sobre Sebastián en particular– es casi siempre cruel. Cuando el lector puede sentir un mínimo de empatía por Sebastián, Veredas se encargará de recordarle, de forma insistente, que se trata de una mala persona, pagado de sí mismo e imposibilitado para amar a alguien que no sea él mismo. «Es perfecto y así se considera cuando se repasa frente al espejo.» (pág. 16), «Sebastián solo se quiere a sí mismo» (pág. 29), «Sebastián nunca, ni un solo día, deja de pensar en su patrimonio y en su futuro.» (pág. 44)

Incluso, cuando –como todo parece indicar el comienzo de la historia– la prótesis pulmonar ideada por Sebastián no vaya a funcionar, el narrador le explicará  al lector que a Sebastián no le preocupa, en realidad, el bienestar de sus pacientes, sino tan solo su gloria y reconocimiento: «Carecen de su conocimiento de los matices cardiacos. No causarían la muerte del paciente, que es lo de menos, sino que ninguno sobreviviría más allá de tres o cuatro días.» (pág. 43)

 

Yo nunca he ido a un taller literario, pero sé que una de las consignas que se suele impartir en ellos es que el escritor debe «mostrar» a sus personajes y no «explicarlos». Es decir, el autor debería mostrar cómo actúa o habla su personaje y de este modo el lector comprendería que es alguien soberbio o pagado de sí mismo. En Soberbia, Veredas rompe de continuo con esta regla y su narrador, de forma insistente, explica cómo son sus personajes y cuál es la mirada que el lector debería tener sobre ellos. Aunque en primera instancia, este hecho pudiera parecer un error en la construcción de la novela, acaba convirtiéndose en un rasgo de estilo, lo que hace que, como peculiaridad narrativa, propia del estilo de Veredas, funcione. Este continuo señalamiento del autor sobre lo que debe pensar el lector acerca de los personajes se acaba convirtiendo en un rasgo humorístico, y toda la novela adquiere así un aire bufo, un toque de farsa, que elude el realismo de los hechos narrados.

 

En el trasfondo político, pasaremos de la dictadura a la democracia, mientras los López de Lucena, como buenos arribistas, siempre tratan de nadar y guardar la ropa, y por eso van a misa y a manifestaciones antifranquistas. Se dejan ver en un lado, en el otro… porque cuando se produzca un cambio de régimen tienen que haber quedado bien con ambos lados por lo que pueda pasar. El final de la novela nos acercará hasta el gobierno de José María Aznar (presidente de España desde 1996 hasta 2004). Conoceremos también a los hijos de Sebastián: los mellizos Ángela y Jacobo, una torpe socialmente y poco agraciada y el otro, que también querrá ser médico, exitoso y guapo. Como ya ocurría en Amores torcidos, Veredas volverá a hablar, en su nueva novela, de la crueldad adolescente y de los abusos y marginalidad que va a sufrir Ángela en el colegio. De nuevo, Veredas me conseguirá poner los pelos de punta con este tema.

 

«Amigo Sebastián, la búsqueda de reconocimiento es la mayor de las desdichas porque lo pones todo en manos del otro. De alguien que puede, a su antojo, elogiarte o machacarte.», le dirá uno de los personajes a Sebastián en la página 179. Durante el último tercio de la novela, cuando Veredas nos hablaba de los hijos de Sebastián, llegué a tener la sensación de que no tenía muy claro hacia dónde se dirigía la novela y que esta corría el riesgo de habernos contado ya lo que tenía que contar y acabar en un punto diferente al que la primera mitad del libro parecía conducirnos. Sin embargo, en el tramo final del libro, Veredas vuelve a enfocar su mirada sobre Sebastián, el personaje principal del libro, y consigue cerrar su novela de un modo brillante, manteniendo su tensión narrativa hasta el final.

 

Como ya había leído hace dos años Amores torcidos, esta vez no he ha pillado por sorpresa: Recaredo Veredas es un gran narrador, que sabe mantener la tensión de una historia. Soberbia, a través del retrato implacable de su protagonista, Sebastián López de Lucena, sabe mostrarnos –y reírse de ellos– los tejemanejes de una clase social (la burguesía madrileña), durante un periodo crucial de nuestra historia, el de la Transición y sus aledaños, antes y después. Soberbia es una novela destacada dentro de la narrativa española actual, que gustará a todos aquellos que quieran mirar nuestra sociedad con sentido crítico y humor.