domingo, 19 de mayo de 2024

La catedral y el niño, por Eduardo Blanco Amor

 


La catedral y el niño, de Eduardo Blanco Amor

Editorial Libros del Asteroide, 496 páginas. Primera edición de 1948; esta edición es de 2019.

Prólogo de Andrés Trapiello

 

Durante el verano de 2023, pasé unos días de vacaciones en La Coruña (Galicia). Me había llevado para leer allí la novela Los gozos y las sombras, del escritor gallego Gonzalo Torrente Ballester. Sentí curiosidad por la literatura gallega y estuve buscando información en internet, con la idea de llevarme de recuerdo de Galicia algunos libros de autores de aquellas tierras. Me llamó la atención la historia de Eduardo Blanco Amor (Orense, 1897 – Vigo, 1979). Como cuenta Andrés Trapiello en el prólogo de este libro, Blanco Amor emigró en 1916 a Buenos Aires para evitar ser llamado al servicio militar. Allí se hizo periodista y regreso a España como corresponsal entre 1929 y 1931 y luego un segundo periodo entre 1933 y 1936, unos meses antes de que estallara la guerra civil, que le pilló en Argentina. Desde allí colaboró con las autoridades republicanas, lo que hizo que, al finalizar la guerra, no pudiera regresar a España. Pudo volver, para instalarse definitivamente en Galicia, en 1966. Fue amigo de Federico García Lorca, ya fue Blanco Amor quien le animó a escribir sus poemas gallegos. Encontré La catedral y el niño en la feria del libro de La Coruña y lo compré.

La catedral y el niño es la primera novela de Blanco Amor y la empezó a escribir cuando tenía casi cincuenta años. Por lo que cuenta Trapiello, en gran medida, está basada en sus propios recuerdos. El padre de Blanco Amor, que era barbero en Orense, abandonó a su madre –que trabajaba de florista en el mercado– por otra mujer. Luis Torralba, el protagonista de La catedral y el niño, va a pertenecer a una clase social más elevada que el autor, pero las desavenencias entre su padre y su madre van a vertebrar, en gran medida, los conflictos planteados en la novela.

 

La novela comienza con cinco o seis páginas en las que el narrador (Luis) describe la catedral de Auria –trasunto de Orense– que me han parecido de un barroquismo decimonónico bastante trasnochado. He imaginado que la novela no podía continuar de este modo durante sus quinientas páginas, porque de ser así una editorial con el gusto tan fino como es Libros del Asteroide no hubiera rescatado este libro. Por fortuna, mi intuición era cierta. Los tres primeros capítulos son, definitivamente, muy decimonónicos, con su descripción de la catedral, de Auria, de la casa familiar… La verdadera narración comienza en el capítulo 4: Luis María, el padre de Luis, se ha ido de casa, por las continuas peleas que tenía con su madre Carmela y, por ahora, Luis, de ocho años, vive con su madre. El padre va a intentar convencerle de que se vaya a vivir con él, y Luis tendrá que debatirse entre las dos ramas de su familia.

 

Luis tiene dos hermanos mayores, que son hermanos solo por parte de madre, ya que ella se casó muy joven con un hombre que luego murió, y Luis María fue su segundo matrimonio. Por deseo del padre de Luis, que no ha querido tenerlos cerca, los hermanos mayores estudian fuera de Auria, en internados. Luis María tiene un fuerte vínculo con su hermano Modesto, el tío de Luis. Ambos hombres son presentados en la novela como nobles decadentes, que se dedican a los placeres mundanos y a malgastar la mermada hacienda familiar, sin llegar a trabajar en nada útil. Viven en un pazo, a las afueras de la ciudad, donde pretenden llevarse a Luis.

En Auria, Luis vive con su madre y tres tías, además de algunas sirvientas, en un mundo netamente femenino.

En el primer encuentro en el pazo, el tío no deja de plantear la idea de que las mujeres de la casa de Auria están «amariconando» al niño. Esta idea es significativa, porque Blanco Amor era homosexual y en algunas páginas de internet leí que algo de esto lo había plasmado en la novela. Tenía curiosidad por ver cómo el autor trataba el tema en su ficción de 1948.

 

La casa de la madre está más cercana al mundo religioso, aunque Blanco Amor retrata a Carmela como una mujer con personalidad e ideas propias, y no como a una simple beata, obsesionada con el «qué dirán», como alguna de las tías.

 

Aunque, a partir del capítulo 4, la narración fluye mejor que al principio, Blanco Amor elige, de vez en cuando, un vocabulario que suena antiguo, diría que incluso para la época en la que escribió el libro, o así me han sonado a mí palabras como «ratimagos», «cazatas», «barcino», «regüeldo»…

 

El padre va a «secuestrar» al niño durante tres meses. Imagino que las leyes o las costumbres de la época son diferentes a las de ahora y no se convocaba a las autoridades para dirimir en disputas como esta. De hecho, los padres se han separado, pero no están legalmente divorciados.

 

A Luis le apodan en Auria «El Sietelenguas», pues tiene fama de niño vivaz y dicharachero. En más de una ocasión nos describirá sus visitas a la catedral de la ciudad, que queda muy cerca de la casa de la madre. El interior de la catedral simboliza en la novela la zozobra de la vida interior del niño, su enfrentamiento a los miedos de la vida y la misteriosa idea de la trascendencia.

 

La novela se divide en tres partes, siendo la más extensa la primera, titulada La catedral. En la segunda parte, titulada Interludio, significativamente más corta que las otras, se narran cuatro años que Luis va a pasar fuera de Auria, en un colegio de Lemos, donde estudiará interno. El tempo narrativo se acelera en estas páginas. Acabábamos la primera parte leyendo unos capítulos que describían un solo día en la vida de Luis, el de su primera comunión, y en los capítulos de la segunda parte transcurrirán meses o incluso años. En el internado conocerá a Julio, un niño muy introvertido y solitario, del que se hará amigo íntimo, sintiendo un cariño por él que parece que no acabar de entender. El lector puede leer, entre líneas aquí, que Luis, quizás homosexual, se ha enamorado por primera vez.

 

En la tercera parte –La muerte, el amor, la vida– Luis, ya adolescente, vuelve a Auria, sin saber bien a qué dedicarse y, habiendo abandonado sus estudios, se dedica a deambular por la ciudad. Aquí va a conocer a Amadeo, un joven soñador, muy similar a él.

 

Vi un vídeo en internet en el que un joven homosexual se quejaba de que Eduardo Blanco Amor parece insinuar el tema homosexual en su libro, pero no acaba de desarrollarlo. A este joven lector, esto le parecía un fallo del libro y La catedral y el niño le había, por tanto, decepcionado, ya que él, que sabía que el autor era homosexual, esperaba que el personaje de su novela lo fuera y deseaba leer una historia que representara al colectivo al que pertenecía. Si alguien se acerca a este libro, con esta idea se va a sentir decepcionado. Desde luego, un escritor homosexual no tiene ninguna obligación de escribir ficciones en las que sus personajes lo sean.

A mí, más que este tema, me ha preocupado la falta de desarrollo de algunas subtramas; por ejemplo, el niño Julio de la segunda parte desaparece en la tercera y no se vuelve a saber de él.

 

Con el paso de los años, Blanco Amor también nos habla de la modernidad que llega con el siglo XX: como el alumbrado eléctrico o la irrupción en las calles de los primeros coches con motor de combustión. De hecho, durante bastantes páginas me he estado preguntado por la fecha exacta en la que sitúa su acción su novela. En una ocasión tiene que dar una fecha y la expresa así «19…». Me ha llamado la atención que, hacia el final, los personajes contemplan en el cielo el cometa Halley, que se puede ver desde la Tierra casa 76. Se vio en 1910 y esta fecha sí que sitúa la acción, que acabará con el estallido de la Primera Guerra Mundial. En 1914 se nos dice que Luis va a cumplir 19. Por tanto, había nacido en 1895, dos años antes que el autor.

 

Eduardo Blando Amor es recordado en Galicia sobre todo por su novela La parranda (1959), que escribió en gallego (con el título A esmorga) y es –creo– de lectura obligatoria en los institutos de allá. Me han comentado en las redes sociales que es su novela más recordable.

En la contraportada de Libros del Asteroide leemos sobre La catedral y el niño: «Esta novela de aprendizaje, seguramente una de las mejores novelas escritas en castellano de todo el siglo XX, debería haber situado a su autor como uno de los más destacados narradores españoles de su época.». Quizás tildarla de «una de las mejores novelas en castellano del siglo XX» me parece un tanto exagerado. Muchas de sus páginas son bellas y evocan el mundo de la infancia y de la provincia con fuerza, pero también arrastra algunos de los problemas que ya he comentado: barroquismo decimonónico excesivo en algunos pasajes, lenguaje a veces arcaizante y subtramas que no se acaban de desarrollar. En cualquier caso, es una novela meritoria.

domingo, 12 de mayo de 2024

En agosto nos vemos, por Gabriel García Márquez

 


El agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez

Editorial Random House, 142 páginas. Primera edición de 2024.

 

Cuando vi que se anunciaba para 2024 –a diez años del aniversario de su muerte– la publicación de una novela inédita de Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927 – Ciudad de México, 2014), sentí curiosidad por ella. La novela se titula En agosto nos vemos, y su publicación ha suscitado polémica. García Márquez empezó a trabajar en esta novela, en la segunda mitad de la década de 1990, a la vez que lo hacía con Memoria de mis putas tristes, que apareció en 2004, y que se convertiría en su última novela publicada en vida. El manuscrito de En agosto nos vemos quedó postergado porque García Márquez empezó a escribir sus memorias, tituladas Vivir para contarla, publicadas en 2002. En 1999 García Márquez leyó en público el primer capítulo de En agosto nos vemos en la Casa de América de Madrid y, cuando aún estaba sin pulir, se la envió a su agente, Carmen Barcells, quien le pidió a su editor, Cristóbal Pera, que trabajara con García Márquez para acabarlo. Sin embargo, en la etapa final de su vida el escritor fue sufriendo una progresiva demencia senil, que le hacía perder la memoria, y que cada vez fuese más difícil para él acabar su novela. La frustración hizo que, en algún momento, García Márquez les dijera a sus hijos: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo». Pero, por otro lado, existe una carpeta con una última versión de la novela, sobre la que están escritas las palabras: «Gran OK final». Los hijos han tomado la decisión de publicar el libro, y en el prólogo de la edición de Random House escriben: «Al juzgar el libro mucho mejor de cómo lo recordábamos, se nos ocurrió otra posibilidad: que la falta de facultades que no le permitieron a Gabo terminar el libro también le impidieron darse cuenta de lo bien que estaba, a pesar de sus imperfecciones. En un acto de traición, decidimos anteponer el placer de sus lectores a todas las demás consideraciones. Si ellos lo celebran, es posible que Gabo nos perdone. En eso confiamos.»

 

Lo más normal es que la obra de un escritor, vivo o muerto, no interese a nadie, y más raro es todavía que esa obra pueda generar dinero. Hay quien ha acusado a los hijos del autor de querer hacer dinero con esta novela, como si eso fuera algo malvado. Hacer dinero con la literatura es un milagro, no una maldad. Hay quien opina, también, que publicar esta novela sin el consentimiento del autor empeora el conjunto de su obra. Para mí esta última opinión es un sinsentido. El valor artístico de una novela como Cien años de soledad es autoconclusivo. Es independiente de las otras obras del autor, de sus acciones en vida, o de sus declaraciones en privado.

Por otro lado, no sé si todas las personas que afirman que son admiradoras de la obra de García Márquez, pero apuntan que no van a leer En agosto nos vemos, porque lo consideran una traición a su legado, han leído las novelas de Franz Kafka, que este pidió a su amigo Max Brod que destruyera. Si leyeron novelas como El desaparecido, El proceso o El castillo, no entiendo ahora sus escrúpulos, y si no las leyeron no sé qué hacen hablando de literatura.

 

En agosto nos vemos es una novela corta (bastante corta, en realidad), cuyo cuerpo real, quitando prólogo y epílogos, apenas sobrepasa las cien páginas, de letra grande y amplios márgenes. Consta de seis capítulos. La protagonista de la novela es Ana Magdalena Bach, que es el nombre real de la mujer del compositor Johann Sebastian Bach. Imagino que se trata de una broma, ya que la familia de Ana Magdalena es una familia de músicos. Cuando empieza la historia sabremos que Ana Magdalena, desde hace ocho años, cada 16 de agosto viaja desde la ciudad en la que vive, ubicada en la costa (el lector entiende que del Caribe, pero no se dice explícitamente en el texto) hasta una isla cercana, para dejar flores en la tumba de su madre. Ana Magdalena tiene cuarenta y seis años y lleva veintisiete años casada, «un matrimonio bien avenido con un hombre que amaba y que la amaba» (pág. 18). Ana Magdalena tiene dos hijos ya criados. El mayor, siguiendo la estela familiar, es el primer chelo de la Orquesta Sinfónica Nacional, y con la hija menor, de dieciocho años, existe un pequeño conflicto, ya que quiere meterse a monja. Esta subtrama de la novela no acaba de esta desarrollada, y se pierde un tanto.

Además de viajar en barco a la isla, donde está enterrada la madre, y dejar esa misma tarde sobre su tumba un ramo de gladiolos, Ana Magdalena pasa, cada año, la noche de ese día sola en un hotel. Sin embargo, la noche del día en el que da comienzo la novela, va a sentir el impulso de acostarse con un desconocido al que va a conocer en el bar del hotel.

 

Es posible que este primer capítulo sea el más conseguido del libro. En él se pueden reconocer muchos de los rasgos de la escritura de García Márquez, como mostrar la naturaleza y el paisaje en la composición de sus escenas. Por ejemplo, en la página 14 (segunda de la novela), leemos: «Al final del pueblo se enfiló por una avenida de palmeras reales donde estaban las playas y los hoteles de turismo, entre el mar abierto y una laguna interior poblada de garzas azules.» También podemos acercarnos a esa adjetivación tan llamativa, habitual en sus libros, como «cerdos impávidos», o esos nombres que se convierten en adjetivos, como «pueblo indigente» o, mediante el uso de la preposición «de» y un nombre, darle a esa construcción el sentido de un adjetivo, como «pueblo de lástima» o «volumen de carnaval». También podría añadir que, la prosa, pese a estar cuidada, es más sencilla que la que podemos encontrar en las grandes obras de Gabriel García Márquez. Esto no implica que no sea, en cualquier caso, una prosa digna, superior a la de muchas novelas actuales que se venden como obras logradas.

 

«Nunca más volvería a ser la misma», así comienza el capítulo 2 en la página 35. Aunque el hecho de acostarse con un hombre ha sido casi fortuito, Ana Magdalena se ha sentido libre en esos momentos, descubridora de una nueva parte de su intimidad. Lo que no quiere decir que deje de querer a su marido o quiera romper su unión. La idea de un amante pasajero para cada noche del 16 de agosto que viaja a la isla empezará a formar parte de su ser, de su privacidad. De hecho, las características de ese amante tendrán capacidad para que, durante el año siguiente, Ana Magdalena se comporte de un modo o de otro.

Ana Magdalena volverá a la isla cada año y el pasar del tiempo irá haciendo mella en el lenguaje. En esta novela, aparece un nuevo tema en los intereses de García Márquez: la modernidad, que el personaje parece no entender y que no le hace sentir a gusto, y el deterioro de los paraísos naturales, a causa del turismo de masas. Me sentí raro al leer en un libro de García Márquez sobre puertas de hotel que se abrían con tarjetas de banda magnética.

También En agosto nos vemos es la primera novela de García Márquez con una mujer como personaje principal. En la página 120 leemos: «Entonces se acomodó en la cama, sin cambiarse de ropa ni apagar la luz, y volvió a dormirse llorando de rabia contra ella misma por la desgracia de ser mujer en un mundo de hombres.». Así que la obra de García Márquez, de un modo sorpresivo, acaba con este pequeño alegato feminista, que quizás esté provocado por haber sido acusada su última obra, Memoria de mis putas tristes, de machista. Ya dije al principio que García Márquez había empezado a escribir Memoria de mis putas tristes y En agosto nos vemos por las mismas fechas, y se pueden observar algunos temas comunes en las dos obras: las dos hablan del sexo como celebración de la vida y celebración de uno mismo.

En agosto nos vemos acaba con un interesante e inesperado giro final. A pesar de que a este sexto y último capítulo le falta algo de pulido, la novela sí deja la sensación de obra terminada.

Imagino que todo aquel que se acerque a esta novela, conoce las circunstancias en las que fue escrita y en las que se ha publicado. E imagino también que sus lectores van a ser admiradores de la obra de García Márquez, que sienten curiosidad por conocer este texto final. Lo que no tiene sentido, por supuesto, es que algún lector joven se acerque a la obra de García Márquez empezando por aquí, cuando claramente es el final. Para el lector que admira a García Márquez –y que ha leído toda su narrativa previa– y que sabe a qué tipo de obra se acerca, En agosto nos vemos es un libro disfrutable que, posiblemente, le hará añorar los libros de García Márquez que le hicieron pasárselo mejor, y puede ser una invitación o recordatorio para volver a ellos. Yo mismo lo he hecho. Leí en una reseña de En agosto nos vemos, que este libro era mejor que Memoria de mis putas tristes, y me apeteció volver a leer este libro, después de veinte años, para poder comentarlo. Ya hablaré también de él.

domingo, 5 de mayo de 2024

PAUL AUSTER, UNAS PALABRAS TRAS SU MUERTE

 Grabé un vídeo el jueves 2 de mayo de 2024, día en el que se anunció la muerte de Paul Auster, hablando de los libros suyos que había leído y reflexionando un poco sobre su obra. Te dejo aquí el vídeo: