Editorial Sitara. 446 páginas. 1ª edición de 2018.
Conocí a Mateo de Paz (Santurce, 1975) en la presentación de un libro –si no
recuerdo mal– de Juan Gracia Armendáriz,
y desde entonces hemos coincidido en otros eventos similares. También me invitó
a participar en un especial de la revista
Quimera sobre Mario Levrero que
él coordinó. En una ocasión le dejé mi libro de relatos Koundara y él, algo
después de un año, me ha enviado su primera novela, Las discípulas. Y me gustó pasarme por la librería Lé de Castellana para la presentación de esta novela y
compartir ese momento tan especial con Mateo.
El narrador principal de Las discípulas es Marcelo, originario de
Bilbao, que llegó a Madrid con la intención de estudiar Filología Hispánica, y
con la de distanciarse de su familia y su entorno de amigos. En el momento en
que comienza el relato, Marcelo trabaja por las mañanas de profesor de lengua y
literatura en un instituto y por las tardes como profesor de escritura creativa
en un lugar llamado Hostal Bukowski. Hasta aquí parece que existe más de un
paralelismo entre Mateo de Paz y su personaje Marcelo, un paralelismo
metaficcional que se romperá pronto.
La trama comienza cuando Hugo J.
Platz, un profesor de matemáticas que fue su compañero en un instituto de
Leganés, le propone corregir y terminar una novela que dejó inconclusa su padre
Jacob Platz, una novela acompañada por las notas del propio Hugo. «Llevaba
mucho tiempo sin escribir, pero cuando la necesidad de la escritura nos arranca
palabras sinceras, decía Lucrecio, cae la máscara y aparece el hombre» (pág.
14): con esta predisposición se deja llevar Marcelo por el embrujo de la novela
de Jacob.
Pronto comienza un juego de
narradores interpuestos, ya que al lector se le muestran las páginas que
Marcelo lee en la novela de Jacob. En ellas se nos presentará a Estefanía
Santiago, una joven que trabaja como agente secreto en el Ministerio de
Defensa, que se ha convertido en la amante de Jacob Platz (su jefe) y que ha
recibido la misión de infiltrarse en un comando de ETA.
El tema terrorista será uno de los
ejes vertebradores de Las discípulas.
No sólo se hablará aquí de ETA, sino también del terrorismo islámico, o de un
nuevo grupo terrorista –llamado Φ– cuyo objetivo es atentar contra los
establecimientos de comida basura, y que acabará teniendo una función paródica sobre
la organización de un grupo terrorista. Este planteamiento de un mundo amenazado
por un terrorismo sin foco, un mundo plagado de espías y contraespías, me ha recordado
a la fantasía posmoderna de Don Delillo
en libros como Fascinación. Aunque el día de la presentación de Las discípulas le pregunté a Mateo de
Paz por esta posible filiación de su escritura, él no pareció reconocerse en
ella. Sí que habló, sin embargo, de su admiración hacia dos escritores que han ejercido
una importante influencia en su libro: el Juan
Carlos Onetti de La vida breve y el Miguel de Cervantes de El
Quijote. A Onetti le podemos encontrar en el tono oscuro y a veces
desesperado de Las discípulas, y a Cervantes en el recurso narrativo
de mostrar otras novelas más breves dentro de la novela principal. Por ejemplo,
en un momento de la narración, Marcelo es invitado a la casa de Hugo y su mujer
empieza a contarle una historia que transcurre en Argentina. Esta historia de
Argentina, en la que de nuevo se juega también al cambio de narrador, acaba
resultando también un tanto paródica, puesto que De Paz ha decidido usar un
vocabulario que me ha resultado «más argentino» que el que habitualmente
encuentro en mis fecundas lecturas de autores argentinos. De este modo, surge
ante el lector de Las discípulas una
Argentina cuyo modelo es la propia narrativa argentina, más que su realidad.
Diría que el tema principal de Las discípulas es el de la identidad. En
la novela de Jacob Platz, ese mundo de terroristas y agentes infiltrados, es
frecuente que sus personajes vayan cambiando de nombres y de vida, perdiendo el
lector –en parte– la pista sobre su verdadera identidad, que queda diluida en
el magma de una narración de sombras y huidas.
También en la realidad de Las discípulas pueden converger
distintos planos de las historias propuestas. Es decir, Marcelo pronto empezará
a obsesionarse con la idea de que los hechos que Jacob cuenta en su novela son
reales, y tratará de perseguir a las personas del mundo real que cree haber
reconocido a través de las páginas de la novela que lee y corrige, lo que le
ocasionará más de un conflicto. El más grave de ellos será que su mujer Paula
(con la que el narrador tiene un hijo) le abandonará, y el personaje empezará a
vivir en un mundo vacío y sórdido de pensiones (aquí entra, en gran medida, el
componente onettiano del libro). Los planos de la novela llegarán a confluir de
tal modo que, en su tramo final, acabé pensando en el Miguel de Unamuno de Niebla.
Marcelo es un lector de Philip K. Dick, y gran parte de sus
problemas empiezan el día que sale de casa para buscar su novela Tiempo
desarticulado; un título que no deja de ser un guiño a la estructura
compositiva de Las discípulas.
Otro tema del que se habla es el del
azar. «El azar es el pulmón de nuestro siglo», leemos en la página 155. Esta
premisa será replicada en la página 172: «El caos era el pulmón de nuestro
siglo», Aquí, la propuesta de De Paz me ha recordado a las novelas del primer Paul Auster.
El lenguaje de la novela es rico y
repleto de frases elegantes, largas y matizadas. Hasta ahora, De Paz había
publicado algún relato o microrrelato en libros colectivos y casi cuesta creer
que Las discípulas sea su primer
libro publicado. Me queda claro que De Paz lleva escribiendo y reflexionando
sobre la escritura desde hace mucho tiempo. Quizá, puestos a sacarle algún
«pero» a esta estimulante primera novela, podría decir que, en algún momento,
me he visto abrumado por la superposición de historias y los posibles cambios
de identidad de los personajes. Sé que en principio la novela contenía, en sus
versiones más primitivas, un número bastante mayor de páginas que el definitivo
(que tampoco es pequeño, puesto que son 446), y en su versión final algún tema
narrativo ha quedado un tanto desdibujado, y es posible que tuviera más
posibilidades narrativas. Sin embargo, creo que conviene destacar la gran
ambición literaria que se observa en Las
discípulas, la mezcla de tantos planos, enfoques, juegos y texturas
narrativas en sus páginas. En cierto modo, es como si De Paz hubiera querido
publicar sus tres primeras novelas en un solo volumen; un esfuerzo potente y
salvaje, que ha dado lugar a algunas páginas muy bellas y misteriosas.
Las discípulas también me ha llevado a conocer a
la nueva editorial Sitara –dirigida
por Antonio Lafarga y María Agra– que, con poco más de un año
de andadura, publica unos libros muy bien editados. Le deseo una larga
trayectoria.
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