La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín.
Editorial Alianza. 947 páginas. Primera edición de 1884-1885; esta de
2006.
Prólogo de Ricardo Gullón.
La Regenta de Leopoldo Alas (Zamora, 1852-Oviedo,
1901) era uno de los clásicos más importantes de la literatura española que no
había leído. Llevo años diciéndome lo mismo: «deja de leer tantas novedades
literarias y ponte con los clásicos que te faltan, que el tiempo es finito». Este
pasado verano, pensaba leer Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós o La
Regenta de Leopoldo Alas.
Tras una conversación con uno de los profesores de Lengua y Literatura del
colegio donde trabajo, me acabé decidiendo por La Regenta. Por ahora, Fortunata
y Jacinta tendrá que esperar.
Quise comprar la edición anotada y
con tapa dura que ha publicado la RAE hace unos años. Pregunté por el libro en
muchas librerías de Madrid y no lo tenían en ninguna. Me dijeron que estaba
agotado. Miré en Iberlibro y nada. En las bibliotecas de Madrid tampoco lo
encontré. Al final saqué de la biblioteca
Eugenio Trías una edición de bolsillo de Alianza y he leído la novela sin notas. Me dejé para el final el
prólogo de Ricardo Gullón.
Como me ha ocurrido en otras
ocasiones al acercarme a las grandes novelas del siglo XIX, en el primer
capítulo de La Regenta sufrí un
choque estético. Las primeras páginas del libro empiezan describiendo la ciudad
de Vetusta, que será el escenario en el que se desarrolle la novela, y en
cuanto aparecen algunos personajes, el narrador omnisciente le comunica al
lector lo que debe pensar sobre el personaje que presenta antes de que éste
realice ninguna acción. De este modo, en cuanto aparece en escena Fermín de
Pas, el Magistral de Vetusta, el narrador informa: «Vetusta era su pasión y su
presa. (…) Lo que sentía en presencia de la heroica ciudad era gula. (…) Y
bastante resignación era contentarse, por ahora, con Vetusta».
De inmediato pensé en Rojo
y negro de Stendhal,
publicada en 1830, y que empieza describiendo a la ciudad de Verrièrres, y más
tarde, el narrador empieza también a explicarle al lector lo que tiene que
pensar sobre los personajes. También es cierto que el narrador de Rojo y negro intervenía más en la
narración que el de La Regenta.
Cuando finalicé La Regenta y leí el prólogo de Gullón, vi corroborado un pensamiento
que ya había tenido al leer el libro: a menudo la vinculación que se hace de La Regenta con Madame Bovary (1857) de Gustave Flaubert eclipsa la relación
que también tiene con Rojo y negro de Stendhal. El comienzo entre los dos libros es similar, con esa
descripción de una ciudad; en Rojo y
negro se habla de la seducción de Sorel a la señora de Renâl, en cuya casa
trabaja como preceptor. Esta línea argumental de la seducción, y el adulterio,
también estará presente en La Regenta (1884),
igual que en Madame Bovary (1857) y
en Anna
Karénina (1875-1877) de León
Tolstói.
Como se ha señalado muchas veces, la
línea argumental más importante de La
Regenta no es nueva; cualquier lector español del siglo XIX que tuviera
cierta cultura literaria podía percatarse de ello. Yo he leído Madame Bovary y Anna Karénina hace ya demasiados años como para poder establecer
una comparativa realista; en cierto modo, creo que La Regenta, al menos en su comienzo, me hizo pensar en Rojo y negro porque mi lectura de este
libro era más reciente (tan sólo tres años, frente a los veinte de Madame Bovary). Digamos también que esta
primera línea argumental, pese a hacer que la trama avance hacia un lógico
final, posiblemente no es lo más importante del libro. La Regenta no es una novela de trama, sino de descripción de
ambientes y personalidades.
No sé si es necesario hacer un
resumen argumental de un libro tan conocido, pero ahí va: Ana Ozores es una
huérfana, de una buena familia venida a menos, que se acaba casando con un
hombre bastante mayor que ella, de profesión regente. Cuando empieza la novela
Ana tiene veintisiete años y Víctor Quintanar, su marido, ha superado ya los
cincuenta y vive retirado de su trabajo (lo que no impide que a Ana se la siga
llamando en Vetusta «la Regenta»). Desde hace al menos tres años, Ana y Víctor
viven en habitaciones separadas y no tienen relaciones maritales. Víctor se
dedica a cuidar pájaros, a inventar cacharros y a salir a cazar con su amigo
Frígilis. Ana ve en la figura de Víctor más a un padre que a un marido. Casi
negándoselo a sí misma, en ocasiones Ana piensa en don Álvaro Mesía, el
presidente del Casino y del partido liberal monárquico de Vetusta. Cuando
comienza la novela, Mesía tiene cuarenta y tantos años. Mesía es un ególatra,
un enamorado de sí mismo al que el narrador se refiere en muchas ocasiones como
el don Juan de Vetusta.
El hecho que da inicio a los
acontecimientos que moverán la trama es que Ana ha decidido cambiar de
confesor. El día elegido para que que comience el libro será aquel en que el
Magistral Fermín de Pas pase a confesar a la Regenta. Fermín tiene treinta y
cinco años y una personalidad «altanera» (tal y como se informó al lector en
las primeras páginas del primer capítulo), que sueña con conquistar Vetusta.
Esta conquista pasa por dominar al obispo, como ya hace, y a las familias más
ricas de la ciudad a través de las instrucciones que da en las confesiones que
lleva a cabo.
Sin embargo, Fermín de Pas, que posee
un cuerpo muy atlético, también es un hombre, y acabará sucumbiendo a los
encantos de Ana, que le considera su «hermano mayor» o «su padre espiritual».
Sin embargo, Fermín no acabará de atreverse a llamar «amor» al sentimiento que
le invade e inventará para él algunos eufemismos.
Ana Ozores y Fermín de Pas son los
dos grandes personajes de la novela. Son personas jóvenes y pasionales, que, en
gran parte, debido a unas circunstancias opresivas y que no han dependido de
ellos (también en La Regenta hay
trazas del determinismo naturalista de Émile
Zola), tendrán dificultades para poder encontrarse en el enrarecido
ambiente de Vetusta, tan dado a las habladurías y las maledicencias.
En su prólogo, Ricardo Gullón habla
de un triángulo amoroso con cuatro vértices: Víctor, el padre-marido ausente;
Ana, la joven mujer insatisfecha; Álvaro, el egoísta y fatuo galán maduro y
Fermín, el padre religioso, cuya espiritualidad no es más que una sublimación
del amor carnal.
Como decía, La Regenta no es una novela de trama. Por supuesto, suceden cosas
aquí, pero mucho más importante que la descripción de los sucesos que van a
tener lugar será la descripción de los pensamientos y las sensaciones que los
protagonistas sienten sobre esos sucesos. En ese sentido, la evolución de las
pasiones de Ana, muy dada a los extremismos bipolares, se describe de un modo
realmente sutil, magistral.
En gran medida, La Regenta le sirve a Clarín para hablar de Vetusta, una ciudad
detenida en la provincia, de la que describirá el ambiente moral y social. Y
esta pequeña sociedad funcionará como ejemplo de que lo que el autor
consideraba que era la España de la época, y posiblemente el mundo.
Cuando describe a la sociedad de la
época, el estilo de Clarín es muy irónico, muy sarcástico. En este sentido,
destaca, por ejemplo, el capítulo 6, en el que se habla de los miembros del
Casino, del que Álvaro Mesía es presidente. Estas personas discuten normalmente
de asuntos que desconocen. Con gracia y dardos envenenados, un recurso que usa
Clarín para burlarse de sus personajes es el de comentar que hablan de obras
literarias o del pensamiento que no han leído. Así, por ejemplo, Víctor
Quintanar es un gran aficionado al teatro de Calderón y de Lope; ya le gusta
menos el Don Juan de Zorrilla, y
apuntará que prefiere el de Molière. A Clarín le falta tiempo para comunicarle
al lector que Quintanar no ha visto representado, ni ha leído, el Don Juan de Molière.
La ironía de Clarín me ha recordado
a la que usa Cervantes en el Quijote, pero Cervantes no era tan
venenoso como Clarín. Cervantes parecía más dispuesto a perdonar las
debilidades humanas.
El lenguaje de Clarín es muy vivo;
entre otras cosas, porque en muchas ocasiones, gracias a la técnica del estilo
indirecto libre, cede la palabra a los personajes. Clarín refiere sus
pensamientos o transcribe sus monólogos interiores. En la página 250 leemos:
«Obdulia se acercó al dignísimo Pedro y sonriendo le metió en la boca la misma
cucharilla que ella acababa de tocar con sus labios de rubí (este rubí es del
cocinero)». Así que el mismo narrador le indica al lector que está usando el
estilo indirecto libre, tomando su vocabulario de un personaje. La verdad es
que esto consigue un buen efecto cómico.
Según he leído, Clarín escribió La Regenta en relativamente poco tiempo
y se publicó sin que hubiera podido revisarla tanto como le hubiera gustado.
Por criterio del editor se publicó en dos partes: una primera con los quince
capítulos iniciales en 1884 y otra con los quince capítulos siguientes en 1885.
Durante la «primera parte» es normal que Clarín le adelante información al
lector. Por ejemplo, en el capítulo 6 se describe el casino y en la página 198
leemos: «Pero de esta tertulia de última hora tendremos que hablar más
adelante, porque a ella asistirán personajes importantes de esta historia». O
en la página 77: «En su traje pulcro y negro de los pies a la cabeza se veía
algo que Frígilis, personaje darwinista que encontraremos más adelante, llamaba
adaptación a la sotana». En algunos estudios, se comenta que es posible que Frígilis
sea el personaje más identificable con la figura del autor, un hombre solitario
que vive en Vetusta pero que sólo se siente en comunión con la naturaleza, y al
que los demás toman por loco porque, entre otras extravagancias, cree en las
teorías darwinistas.
Para dar mayor sensación de realismo
a su obra, Clarín compara los sucesos que ocurren en la novela con lo que
pueden leer en «los libros», siendo los descritos por él más veraces. Así, en
la página 362, leemos: «¡Cuantas veces sonreía el Magistral con cierta lástima
al leer en un autor impío las aventuras ideales de un presbítero! “Qué de
escrúpulos!, ¡qué de sinuosidades!, ¡cuántos rodeos para pecar!”».
En más de un ocasión, el narrador se
refiere a Víctor Quintanar como «Quijote» y de alguna situación se dice: «Éstas
son necedades de novela» (pág. 911), o «aquel gran escándalo que era como una
novela» (pág. 934).
De la criada Petra, que acabará
siendo fundamental para el desenlace de la novela, Clarín dirá que discurría
perfectamente sobre los problemas de infidelidades «porque leía folletines»
(pág. 873).
He tenido la sensación de que, al
hablar de un mundo de referencias literarias, Clarín lo hacía de un modo
irónico. Igualmente, cuando se refiere a sus personajes con adjetivos como «el
idiota de don Víctor» o «la pobre huérfana», que le dicen al lector lo que
tiene que pensar sobre lo que está leyendo (un recurso muy del siglo XIX) lo
hace, también, de forma un poco irónica.
En gran medida, La Regenta es una novela fuertemente anticlerical, lo que le dio
problemas a Clarín cuando se publicó e hizo que fuera censurada durante los
primeros años del franquismo.
Uno de los aspectos que más me ha
llamado la atención de la novela es la radiografía de la hipocresía social de
la época. Las infidelidades y el sexo fuera del matrimonio parecen ser frecuentes
en Vetusta y lo que precisamente se lleva mal es la supuesta virtud de la
Regenta. Muchas personas desean que don Álvaro seduzca a la Regenta porque no
aguantan su virtud, desean verla caer en el fango de lo humano que habitan
ellos. Lo curioso es que hay personas cuya doble moral es tolerada y otras que
no. La burla que Clarín hace de todo esto es muy divertida. Como ocurre con El Quijote, en las grandes novelas
españolas el humor es algo bastante frecuente.
Pese a alguna duda inicial, como ya comenté,
una vez que me he dejado llevar por los pensamientos de los personajes, el
ambiente oprimido de Vetusta y la mirada sarcástica de Clarín sobre la sociedad
que retrata me lo he pasado muy bien, y La
Regenta me ha parecido una novela soberbia. Un clásico del siglo XIX perfectamente
disfrutable.
Excelente reseña. Después de leerte me dan ganas de releer la Regenta. Esa dosis de emoción que transmites también la sentí yo en su momento, y lo mejor de todo es que aún me queda el regusto de haberlo vivido así. Un placer leerte.
ResponderEliminarHola Ana:
EliminarDiría que "La Regenta" fue el libro que más me gustó de los que leí en 2018. Imagino que releerla después de tiempo debe ser muy satisfactorio también.
Saludos
Hola David! Me gusta que te guste La Regenta, la leí en Bachillerato y creo que merece una relectura, ya que tu reseña invita a ello. Fortunata y Jacinta la leí el año pasado y me impresionó, ahí lo dejo. Dos obras maestras, en mi opinión. Saludos.
ResponderEliminarHola:
EliminarDespués de tantos años, seguro que disfrutas de una relectura de este libro.
"Fortunata y Jacinta" lo leeré este 2019, ha sido un regalo de Reyes.
Saludos
Una reseña magnifica, David. Tengo "La Regenta" muy viva en mi memoria desde que la lei hace ya muchos años. Es de los títulos que no olvidas jamás. Además lo habré comentado en mis clases de literatura infinidad de veces. Creo que A a Ozores es la versión española de Mme Bovary, y digo española por la importancia de la figura del Magistral Fermín de Pas, dado el inmenso peso de la Iglesia en España en ese momento. Muy de acuerdo contigo en la mirada irónica de Clarín hacia los títulos literarios y también las indicaciones que da a sus lectores para que clasifiquen a los personajes, así como las alusiones que hace al mundo del folletín. No podemos olvidar que Leopoldo Alas Clarín fue crítico literario y conocía como nadie el mundo e industria literarios.
ResponderEliminarAVISO: Veo en los comentarios anteriores que tu blog es muy seguido en el mundo musulmán aunque observó que siempre te dicen lo mismo (es una pequeña e inocente broma)
Un abrazo
Hola Juan Carlos:
EliminarEstas Navidades me hice regalar "Fortunata y Jacinta" y espero que me guste tanto con "La Regenta", que diría que fue el libro que más me gustó en 2018.
Lo de los mensajes árabes lo acabo de ver, no me había dado cuenta. Los quito.
Saludos
David