El amor es más frío que la muerte, de Ednodio Quintero.
Editorial Candaya. 221 páginas. 1ª edición de 2017.
En mayo de 2017 fui a la
presentación de esta novela, que tuvo lugar en la librería La buena vida de Madrid. Conocía el nombre de Ednodio Quintero (Las Mesitas,
Venezuela, 1947) de haberlo visto en el catálogo de la editorial Candaya. El amor es más frío que
la muerte es su cuarto título en esta editorial. Paco, uno de los
editores de Candaya, me contó algunas cuestiones interesantes sobre Quintero y
los escritores venezolanos en España. Ednodio Quintero es admirado por
escritores como Juan Villoro o Enrique Vila-Matas. Hace años, algunos
reputados escritores que publicaban en Anagrama
(me gustaría poder contar esta historia con más precisión, pero he olvidado
los detalles) recomendaron a Jorge
Herralde que publicara a Ednodio Quintero, pero Herralde no lo hizo por
motivos más económicos que literarios. Durante la década de 1980 o 1990, en
Venezuela existía una industria fuerte del libro, lo que hacía, en primera
estancia, que a sus escritores les preocupase menos ser publicados en España
que a los de otros países; y, por otro lado, si una editorial española fuerte
apostaba por un autor venezolano luego le costaba mucho sacarlo allí, porque
tenía que competir con la potente industria local. Entre otras cosas, parece
que estos motivos hicieron que en España no conociéramos a muchos escritores
venezolanos durante las décadas pasadas. Ahora es mucho más frecuente que
publiquen en España, debido a que –tras la deriva política del país durante los
últimos años– muchos de estos escritores viven ahora aquí.
También compré, el mismo día de la
presentación, el conjunto de cuentos El combate, que los editores de Candaya
me indicaron como su libro más representativo.
Me he acercado a El amor es más frío que la muerte un año
después de haberlo comprado; ha sido uno de los títulos que estoy intercalando
entre un libro y otro, pues quería leer todas las novelas de Manuel Puig.
El narrador de El amor es más frío que la muerte, que se apellida Montilla, es
escritor, y cuando empieza la novela tiene más de sesenta años. En el primer
capítulo, el narrador ha llegado a las montañas de la Cordillera Occidental. «Yo
venía huyendo de la peste negra que se había ensañado en el aire, las aguas,
los pastos, las bestias y la gente de mi país natal»: ésta es la primera frase
del libro, y sabiendo que el autor es venezolano, es difícil no abstraerse a la
lectura política de esa «peste negra» que parece asolar su «país natal». En el camino,
el narrador tiene que abrirse paso «entre pandillas de menesterosos, asaltantes
de caminos, guardias forestales, chicas vestidas para matar y traficantes de
papel toilette –que se tasaba a precio de oro–» (pág. 8). Creo que el dato del
«papel toilette» también resulta significativo. En cualquier caso, aunque las
primeras páginas parecen apuntar hacia el camino de la novela política, El amor es más frío que la muerte no se
puede considerar una novela política, puesto que el substrato que yace en las escenas
dibujadas es otro.
Montilla ha llegado a la montaña
huyendo del hospital para apestados en que se encontraba internado, sin acabar
de saber si está vivo o ha empezado ya a flotar en un limbo ambiguo de muerte o
delirio.
Esta situación de partida sirve a
Quintero para que su personaje evoque distintos momentos de su vida desde el
recuerdo o la ensoñación, con diversos saltos en el tiempo y entre países o
continentes. El hilo principal de estos recuerdos o ensoñaciones parece ser la
pulsión de los encuentros eróticos con diversas mujeres. En algún caso, no se
trata de un encuentro personal, sino, por ejemplo, de la narración (debida al
padre) de la aventura que vivió un amigo de su padre con una bruja. Digamos
desde ya que El amor es más frío que la muerte
no es una novela realista: en sus páginas pueden aparecer eróticas brujas o
eróticas elfas; ninfas o hadas; y también animales fantásticos como las
quimeras. «Y en cuanto al verosímil que tanto atormenta a los escritores
realistas, a mí me tiene sin cuidado», se afirma en la página 47.
En ningún momento de la novela
aparece la palabra «Venezuela», pero sí el nombre de ríos, montañas, regiones y
pueblos que pertenecen a este país, y por tanto la trama principal del libro
transcurre en el país natal de autor. Ya he comentado que Montilla, el narrador
de la novela, es escritor y, de vez en cuando, comenta algunos encuentros que
ha tenido con otros escritores más o menos famosos. Estas páginas parecen estar
sacadas directamente de las vivencias de Ednodio Quintero. Así, en la página 21
podemos leer: «Sergio Pitol me invitó a almorzar una tarde de comienzos de
octubre de 1997». En la misma página, el narrador afirma: «Yasunari Kawabata,
mi escritor predilecto», un dato que bien se puede corresponder con el gusto
real del autor, ya que es conocida su gran pasión por la cultura japonesa.
El discurso de Montilla trata de imitar
al de un narrador oral, un narrador oral del interior de Venezuela y
–seguramente– proveniente de un pueblo, a pesar de haber adquirido con
posterioridad una gran cultura. En este discurso oral son comunes las
invocaciones religiosas, a Dios o al Diablo, según se tercie. Este detalle da
al relato una corporeidad vetusta, que se contrarresta con las numerosas
referencias pop que jalonan sus páginas (comentarios sobre Tarzán, los Rolling
Stones o el punk, por ejemplo).
Como se trata de una narración oral,
Montilla también emplea en su discurso refranes («cada oveja con su pareja»,
por ejemplo), y expresiones hechas o coloquiales («y basta ya», «me supo a
gloria», «me tiene sin cuidado», «ni corta ni perezosa»…). Sin embargo, el
lenguaje no resulta vulgar en ningún momento, más bien, y en contra de lo que
pudiera parecer al hablar de oralidad, el lenguaje está, en realidad, muy
cuidado. Son frecuentes los párrafos largos sin comas y plagados de metáforas y
adjetivos. En cualquier caso, la composición no resulta barroca y las páginas
fluyen con soltura.
La narración es oral, como ya he
comentado, y Montilla se dirige a un público, que normalmente aparece en el
texto señalado con un «ustedes», que también puede darse en singular («usted»).
En ocasiones, cuando parece sentir en sus interlocutores imaginarios la
tentación de juzgarle, se dirige a ellos con el irónico apelativo de «señores del
jurado»; y también, cuando considera que el discurso se le está yendo de las
manos, aparece un narrador que actúa como alter ego irónico para quitar
gravedad a lo narrado e introducir el humor, un humor celebrativo de la vida
que aparece mucho en la novela. «Como ven, ese maldito alter ego, ese otro yo
del doctor Merengue, me la tiene jurada, me interrumpe cada vez que le da la
real gana con sus opiniones sarcásticas e irreverentes, y lo peor del caso es
que casi siempre acabo concediéndole la razón», leemos en la página 198.
El propio escritor es consciente de
que la narración que propone en El amor
es más frío que la muerte tiende a la dispersión. Así, podemos leer
comentarios como éstos: «Al parecer este relato se está convirtiendo en un
popurrí, ¿qué piensa usted?» (pág. 80); «Veo que esto se está convirtiendo en
una colección de citas» (pág. 173). Sin embargo, para este aparente
desmañamiento existe una justificación: «Por aquellos días la fiebre me subía y
bajaba como si anduviera yo montado en una maldita montaña rusa, oscilaba como
la gráfica de un terremoto, y quizá por ello mis recuerdos se mezclan sin orden
ni concierto, las más de las veces no alcanzo a dilucidar si determinado
recuerdo pertenece a un retazo de sueño o a un suceso real» (pág. 83).
Me he acercado a El amor es más frío que la muerte con
interés, con ganas de descubrir a un nuevo (para mí) autor hispanoamericano, y
me he encontrado con una prosa brillante, imaginativa y divertida en muchas de
sus páginas; con la narración de un erotómano, de un voyeur que, a través de la contemplación y el acercamiento a las
mujeres, celebra una vida que empieza a írsele de las manos. Pero también me he
encontrado con una novela dispersa, con una construcción narrativa endeble, que
apuesta por la sucesión de anécdotas de índole sexual sin mucho orden y sin
haber trabajado una trama en la que evolucione alguna consideración o
descubrimiento personal sobre la vida por parte del autor.
Tengo la impresión de que El amor es más frío que la muerte no era
el mejor libro para adentrarme en el universo narrativo de Ednodio Quintero. Me
he quedado con ganas de acercarme a los cuentos de El combate, que presiento que me van a gustar más que esta novela.
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