Editorial Tor. 304 páginas.
Escrito en 1960, 1ª edición de 1984, ésta de 2009.
Mi relación con Philip K. Dick
Si desde que empecé a escribir en
el blog le debía a alguien una entrada, ese alguien era Philip K. Dick (Chicago, 1928-Santa Ana, 1982); un escritor que,
más que mi favorito durante una época, constituyó uno de los más obsesionantes
pilares de mi adolescencia; de mi formación como persona, posiblemente. Entre
los 16 y los 19 años leí todos los libros de Dick que pude conseguir, y hoy en
día tengo en mi biblioteca algunas ediciones inencontrables de él, que podrían
ser la envidia de cualquiera de los seguidores –escasos pero devotos– de Dick
en España.
La historia de mi descubrimiento
es sencilla: yo, de adolescente, rechazada la literatura realista; a los 12
años mi mundo era J. R. R. Tolkien,
a los 14 Stephen King e Isaac Asimov, a los 16 H. P. Lovecraft y Philip K. Dick (a los dos los descubrí el mismo verano, el del 90).
A Lovecraft llegué gracias a la solapa de un libro de Stephen King y a Dick
gracias a Desafío total, una película protagonizada por Arnold Schwarzenegger, al que yo
respetaba por aquel entonces (cuando las películas eran de los actores y no de
los directores) por su versátil interpretación en Terminator.
Veraneaba en Collado Mediano, un
pueblo de la sierra madrileña, y los sábados, los amigos de los veranos y yo,
solíamos acercarnos (en el Seat 600 del padre de uno de estos amigos que ya
había cumplido los 18) al cine de Villalba. Me gustaron las ideas de Desafío total, aquellos planteamientos
sobre si la realidad era cierta, un sueño o un recuerdo implantado. Salí feliz
del cine. Por entonces una película como aquella podía colmar todas mis
expectativas (aún desconocía conceptos como la
verosimilitud narrativa, la
psicología plana de los personajes…, yo era un cinéfilo y un lector
salvaje). Me dio rabia, al salir de la sala, recordar que al principio de la
película había aparecido en la pantalla una nota que decía algo así como Basado en un cuento de XXXX.
Aquellos eran los tiempos
crueles, impensables ahora, anteriores a Internet: esa noche pensé que si no
había podido retener el nombre del escritor ya lo había perdido para siempre.
Pero tuve suerte: al día siguiente, en el periódico, toda una página hablaba de
Philip K. Dick. Aún tengo guardada esa página de periódico, está en la casa de
mis padres en una carpeta. Pero después de 22 veranos –cómo sorprende a veces
el poder de los primeros amores– aún recuerdo algunas frases de aquel artículo:
“Escribía sus novelas en quince días a base de anfetaminas y aseguraba tener
contactos sobrenaturales”. Recorté la noticia y la bajé a la piscina para
enseñársela a mis amigos. Ninguno de ellos entendía mi entusiasmo, no sabían
cuál era el tesoro que yo pensaba haber descubierto.
Al volver en septiembre a
Móstoles, una de las primeras cosas que hice fue ir a la biblioteca pública para
ver si tenían algún libro de Philip K. Dick. Volví a tener suerte. Leí Ubik y
fue como si me diesen con un martillo en
la cabeza (estoy parafraseando a Roberto
Bolaño, luego explico por qué), todos aquellos planos sobre lo real, lo
soñado, lo percibido; la angustia del existir, en definitiva… Y leí todo lo que
encontré: Sivainvi, El doctor Moneda Sangrienta, ¿Sueñan los androides con ovejas
eléctricas?, Tiempo desarticulado, Ojo en el cielo…
Y en lo que respecta a los amigos
mi fortuna no fue mayor en Móstoles que en Collado Mediano. Al principio pude
convencer a David Antón (el
responsable de que empezara con Isaac Asimov y Stephen King; el responsable en
realidad de que dejase los tebeos por las novelas) de que leyera Ubik, pero no le entusiasmó y no siguió.
Años más tarde, con unos 24 (cuando yo ya estaba profundamente aquejado de la
fiebre realista), Antón me acabó pidiendo todos mis libros de Dick. Le
terminaría cogiendo el gusto, pero entonces, a los 16, yo estaba solo. Era un
adolescente con grandes pasiones y nadie con quien compartirlas. Aunque como
dice George Orwell: no importa que seas una minoría de uno si
tienes razón. Y yo no sé si tenía razón pero tenía mi razón, que al fin y al cabo es posiblemente lo único que importa
cuando uno es un adolescente de suburbio con unas gafas horribles y que pasa
más tiempo en la biblioteca pública o solo en su habitación que en el parque.
Llegué a escribir una carta a una
asociación de fans de Dick con sede en California para pedirles información (la
dirección estaba al final de un libro de la colección Nebulae, creo). Me
enviaron un catálogo con fotocopias sobre diversos asuntos relacionados con
Dick. Volví a escribirles, pagando el precio requerido en sellos (que iban
dentro de la carta), y me enviaron a casa unas fotocopias en inglés sobre Dick,
que deben estar en el armario de mi antigua habitación en la casa de mis
padres. Para que después tenga que oír hablar a los jóvenes escritores modernitos
sobre sus impostados años de freak adolescente.
Luego, a los 19 años, al
descubrir a Charles Bukowski dejé de
leer terror y ciencia ficción y me inicié en la literatura realista; de forma
radical, abandoné los géneros con los que crecí. Pero unos 15 años después
ocurrió algo: al leer Entre paréntesis y un libro de
entrevistas a Roberto Bolaño, éste hablaba sin tapujos de su admiración (compartida
con Rodrigo Fresán) por Dick; de
quién leyó –creo que también a los 16 años– Ubik,
y escribía sobre esta experiencia lo que he parafraseado en el párrafo
anterior. Y me dije: quizás Dick no era sólo un escritor pulp, tal vez mi primera intuición adolescente –intuición de lector
salvaje– sobre que Philip K. Dick era un genio, fuese cierta. Y así en 2007 inicié
un revival noventero y compré sus
novelas que no había leído y que estaba editando Gigamesh (una) y Minotauro (bastantes), con el miedo inicial
de quedar decepcionado, que se hubiera perdido la magia y esto modificase el grato
recuerdo que tenía. Pero no ocurrió: toda la magia del primer amor seguía allí,
intacta. Mi primera intuición de lector salvaje era cierta: Philip K. Dick
estaba a años luz del resto de escritores de ciencia ficción, Philip K. Dick
era un genio. Leí ya con 33 años Los tres estigmas de Palmer Eldritch
y me golpeó con su martillo la cabeza casi con la misma intensidad que Ubik a los 16. Durante más de una
semana, después de acabar el libro, sentí que me había quedado atrapado en sus
páginas paranoicas, asfixiantes. Y leí también, entre unos cuantos más, El
hombre en el castillo, el premio
Hugo de 1963, título con el que me he encontrado en alguna lista de las 100
mejores novelas norteamericanas del siglo XX (sin géneros, a nivel absoluto).
En las páginas 183 y 184 de Entre paréntesis Bolaño dice cosas sobre
Dick como éstas:
“Dick es uno de los diez mejores
escritores del siglo XX en Estados Unidos, que no es decir poco”.
“El acoplamiento entre lo que
cuenta y la estructura de lo contado, es más brillante que algunos experimentos
sobre el mismo fenómeno debidos a las plumas de Pynchon o Delillo”.
“Dick escribió Dr. Bloodmoney, que es una obra maestra”.
En el libro de entrevistas Bolaño
por sí mismo, que publicó en Chile la editorial Universidad Diego
Portales, Bolaño afirma sobre Dick:
“Es uno de los grandes escritores
del siglo veinte”.
“Sus cuentos, por otra parte, son
increíblemente buenos”.
“Dick va camino de ser un clásico
y una de las características de un clásico es ir mucho más allá de la buena
escritura, que no es otra cosa que una cierta corrección gramatical”.
He encontrado en Internet un
artículo de Rodrigo Fresán en el que comparaba las obras de Dick Una
mirada a la oscuridad y Fluyan mis lágrimas, dijo el policía,
con Malcolm Lowry y Louis Ferdinand Céline.
Según Fresán, en Japón o Francia
a Dick le consideran a la altura de Kafka
o Joyce.
El reputado escritor de ciencia
ficción polaco Stanislaw Lem
escribió un artículo sobre la ciencia ficción norteamericana y concluyó: no
vale nada, excepto Philip K. Dick.
Y esto a pesar de que Lem hace
hincapié en el mal gusto de Dick, en su estilo palurdo y en sus tramas
descosidas. Dice Lem que la distancia entre Dick y sus colegas es la que hay
entre Crimen y castigo de Dostoievski
y el resto de autores de novelas policiacas. Y destaca sobre todo Ubik.
(Por otra parte, Dick piensa que
Lem no existe, y que es una trampa de la KGB para atraerlo al bloque soviético
y apresarlo).
La vida de Philip K. Dick
(Si a alguien le interesa le
recomiendo la biografía escrita por el francés Emmanuel Carrère, titulada Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos).
Dick, que nunca consiguió un
título universitario, admiraba a escritores como James Joyce o Thomas Mann;
soñaba con ser un valorado escritor de literatura culta, y dedicado a este
esfuerzo escribió once novelas realistas que los editores de la época
rechazaron sin paliativos una detrás de otra. Mientras tanto escribía relatos
de ciencia ficción para revistas pulp,
que para él simplemente constituían una forma de ganarse la vida. Cuando desde
alguna de las casas en las que vivió en el entorno de la Bahía de San Francisco
se desplazaba a la ciudad para escuchar poesía en los locales beatniks de los
años 50, tenía que soportar las burlas de cualquier oscuro y olvidado poeta
beat cuando decía que él era un escritor de ciencia ficción publicado en
revistas pulp.
Dick sólo vio publicada una de
sus novelas realistas, la titulada Confesiones de un artista de mierda,
en 1975, amparado por el creciente éxito que estaban alcanzando sus novelas de
ciencia ficción, sobre todo en Europa. Novela que leí hace ya mucho porque aquí
la tradujo la editorial Valdemar, y
que no estaba mal, pero no a la altura de sus grandes novelas de ciencia
ficción.
Dick vive casi siempre en la
pobreza y malvive de sus relatos y novelas de ciencia ficción.
Abusa de las drogas, y cree tener
contactos sobrenaturales, experiencias que relata en libros como Valis
o Radio
Libre Albemut.
Dick cree que la realidad de los
años 1970 en California no existe y que él es un cristiano primitivo que sufre
persecuciones en la Roma del año 70. Esto lo percibe en sueños y la realidad
californiana (una realidad falsa) le va dejando pistas que confirman sus
sospechas.
Dick es un esquizofrénico y un
paranoico.
Dick escribió Valis
y es un genio (esto creo que ya lo escribí).
Dick es famoso por la adaptación cinematográfica de su novela ¿Sueñas los androides con ovejas eléctricas? (Blade Runner en el cine), pero en realidad prácticamente la totalidad del cine de ciencia ficción de las últimas décadas se ha inspirado en sus ideas, empezando por una película como Matrix, que no puede ser más Dick. El problema de la mayoría de las adaptaciones cinematográficas de las obras de Dick es que han convertido sus historias en películas de acción, robándole casi todo su angustioso humor negro.
El hombre que tenía todos los
dientes exactamente iguales
Compré esta novela el verano
pasado en Boston (junto con algún otro libro en inglés que aún no he leído),
convencido de que iba a poder leerla con normalidad durante el siguiente curso
académico. Y me dio pena percatarme este nuevo verano, otra vez en Estados
Unidos, de que ya había pasado todo un año y no había leído este libro. Así que
al volver de San Francisco, la primera noche, al no poder dormir debido al jet lag salí de la cama a las 4 de la
mañana de un sábado y me puse a leer esta novela con un diccionario hasta las
7, hora a la que imprudentemente me volví a meter en la cama. Esta novela
quedará unida en mi mente para siempre (como una alteración de la realidad
madrileña, que posiblemente no existe) a la confusión mental que supuso una
semana de jet lag; sólo al viernes
siguiente pude dormir con normalidad.
El hombre que tenía todos los dientes exactamente iguales es la
última (y su favorita) de las 11 novelas realistas que escribió Dick; esto
ocurrió en el invierno de 1960. Después de tomar esta decisión, sintiéndose un
absoluto fracasado, escribió El hombre en
el castillo, publicada en 1962; e igual que Cervantes murió pensando que El Quijote era sólo una novela de
entretenimiento, Dick vivió pensando que esta novela, El hombre en el castillo, una de las obras maestras del siglo XX,
sólo era una novela más de entretenimiento.
Leer en inglés con un
diccionario, en el que buscaba todas las
palabras que no sabía, me resultaba agotador, perdía el ritmo narrativo y la
lectura se transformaba en un ejercicio de inglés. Dejé de usar el diccionario,
y a pesar de no entender alguna palabra captaba el significado general (la
prosa de Dick no es muy complicada, en todo caso).
La acción de El hombre que tenía todos los dientes exactamente iguales se sitúa
en el condado de Marin, al norte de San Francisco, en el pequeño e inventado
pueblo de Carquinez. El año es 1960. (Me encantaba reconocer las calles de San
Francisco citadas en la novela).
Leo Runcible es un judío de la
metrópoli, que trabaja como promotor inmobiliario en Carquinez. Walter
Dombrosio es su vecino, que trabaja en San Francisco. Entre ellos se produce el
siguiente conflicto: Dombrosio invita a cenar a su casa a su mecánico de la
ciudad, un hombre negro. Esa misma noche Runcible ha invitado a un matrimonio
amigo, al que puede llegar a vender una cara propiedad. Los amigos llegan a la
casa de Runcible y le preguntan si hay algún negro en el pueblo, hecho que
devalúa (bajo su punto de vista) el valor de la propiedad inmobiliaria que
Runcible quiere venderles. Runcible les acusa de racistas y los echa de su
casa, para acto seguido telefonear a Dombrosio y hacerle saber que su egoísmo e
imprudencia le han hecho perder unos miles de dólares.
Dombrosio, sintiéndose culpable,
bebe, días después, en un bar del pueblo. De vuelta a casa, borracho, se sale
de la carretera y Runcible avisa a la policía. A Dombrosio le retiran el carnet
de conducir durante 6 meses (Dombrosio no sabe aún que Runcible ha sido el
delator). Como consecuencia, su mujer ha de conducir el coche de Dombrosio y
acercarle a la ciudad. La mujer de Dombrosio se plantea conseguir un trabajo en
la misma empresa que su marido. El brutal machismo de Dombrosio se dispara: su
mujer intenta ser el hombre de la relación y anularle.
El estilo es el de todas las
novelas de Dick: una narración en tercera persona, que cede la voz narrativa a
la primera persona de los distintos personajes mediante el recurso de
expresiones como pensó, consideró…
Este libro describe el ambiente
de los años 60 en Estados Unidos, la insatisfacción de la clase media, como Richard Yates pudo hacerlo en su novela
Vía
Revolucionaria (1961).
En la página 142 leemos (la funcional
traducción es mía): “Lo que ha ocurrido, ella decidió, es que la completa
estructura de la familia se ha roto desde la Segunda Guerra Mundial. En la Segunda
Guerra Mundial las mujeres empezaron a soldar en las plantas de guerra. Como
hombres. Y los comunistas han hecho lo mismo igual que en la guerra (…). ¿No
podría yo permanecer en casa y hacer mi trabajo, que es tener un niño? Ese es
el trabajo de una mujer. No trabajar codo con codo en una fábrica, como esas
mujeres campesinas rusas, llamando a todo el mundo camarada. Ese no es el modo de vida americano.
En estos días esos Dombrosio son
comunistas, pensó. Ese negro que los ha visitado; consideró. Los matrimonios
interraciales son una parte del programa comunista para América”.
Me percato de algo que quizás sea
lo que podía echar atrás a los editores para publicar esta novela: Dick percibe
este libro como una narración realista, pero el lector la percibe como una
narración expresionista. Las relaciones causa-efecto entre los personajes
contienen un punto de exageración o de absurdo similar al de las relaciones que
se establecen en la novela El desaparecido de Kafka.
Los personajes, perdidos y con un
fuerte sentimiento de culpabilidad, se tiran sillas a la cabeza y a
continuación se abrazan y se recuerdan lo mucho que se quieren.
Pero hay más: unido al agobiante
drama que se cuece entre las dos parejas de vecinos, los Rucible y los
Dombrosio (y entre los dos miembros de cada pareja), existe una subtrama de
intriga. En el jardín de Runcible, éste encuentra el cráneo de un hombre (que
podría ser un neandertal, algo nunca hallado en América), y que conduce a
descubrir un extraño secreto del condado de Marin.
El conjunto posee un extraño
encanto: una novela realista sobre los años 60 en Norteamérica, que tiene
componentes expresionistas, y que deriva en una novela de intriga de
especulación científica.
Es cierto que cuando Dick escribe
tramas de ciencia ficción, con sus desdoblamientos de la realidad, se vuelve
mucho más intenso y poético, pero no es desdeñable una novela como El hombre que tenía todos sus dientes
exactamente iguales, y en todo caso la fuerte convicción con que está escrita
se impone a todos sus fallos.
En 2007 una editorial llamada Bibliópolis (creo que ya no existe)
anunció que iba a traducir y publicar las novelas realistas de Dick. El
proyecto nunca se llevó a cabo. A día de hoy tan sólo la editorial Minotauro apuesta por Dick y sigue reeditando sus
reveladoras novelas de ciencia ficción en unas ediciones muy bonitas. (Me falta
leer los volúmenes de los Cuentos
completos).
No entiendo por qué las nuevas
editoriales españolas, esas a las que les cuesta tanto leer un manuscrito de un
autor vivo español, esas que no paran de escarbar en la tradición anglosajona
en busca de alguna supuesta gran novela olvidada, no se han fijado en la obra
realista de Dick.
Al final me voy a coger fama en
el sector, porque realmente les escribo a los editores para hablarles de estas
cosas y ellos –claro– no me hacen caso, pero estoy convencido de que editar en
España (con una portada un poco naif y un poco posmoderna) un libro tan bizarro
como El hombre que tenía todos los
dientes exactamente iguales podría ser algo insuperablemente cool.