Editorial Joaquín Mortiz. 187
páginas. 1ª edición de 1969, esta de 1998.
Había leído ya Las
muertas y tenía empezada Estas ruinas que ves, las dos
novelas que había comprado –junto con la primera edición de Los
detectives salvajes de Roberto
Bolaño– en la librería de
segunda mano de Fort Mason en San Francisco (de la que ya hablé hace unas
semanas en la entrada titulada Un paseo literario por la costa Oeste
norteamericana), y me pareció una pena no hacerme con el resto de
libros de Jorge Ibargüengoitia (1928,
Guanajuato, México - 1983, Mejorada del Campo, Madrid), que tenían allí, con
precios de 4 o 5 dólares –dependiendo sólo del grosor del volumen– en las
agradables ediciones mexicanas de Joaquín Mortiz.
Así que una mañana que tuve que
ir con mi novia a hacer una consulta en internet en la biblioteca de la calle
Chestnut, nos acercamos de nuevo a Fort Mason, que quedaba al lado (como
cualquier conocedor de San Francisco sabe) y compré Maten al león y La
ley de Herodes. Dejando allí de Ibargüengoitia tan
sólo Los
relámpagos de agosto, por tenerlo ya comprado en Madrid, en la misma
edición de Joaquín Mortiz, y Los pasos de López, por encontrarse
su último cuadernillo desprendido del lomo. Lo que provocaría una tercera
visita a Fort Mason, tras decirme: bueno, qué importa, por 4 dólares puedo
pegar ese cuadernillo desprendido (los adictos a la compra de libros somos así
y, como dice mi amigo Antón, conozco a gente con adicciones peores).
Leí el comienzo de esta novela en
la habitación del hotel de la calle Lombard, donde estábamos alojados en San
Francisco, otra parte en una cafetería de la calle Chestnut, más de la mitad en
el viaje de vuelta a Madrid: en un avión San Francisco-Dallas, durante la espera
en el aeropuerto de Dallas, y la terminé en otro avión Dallas-Madrid.
Maten al león es la segunda novela de Jorge Ibargüengoitia, y si la
primera, Los relámpagos de agosto, es
una crítica a los últimos años de la revolución mexicana, esta lo es de los
dictadores hispanoamericanos, entroncando así con la larga tradición literaria del
continente.
La acción de Maten al león se sitúa en la pequeña (“un círculo perfecto, de 35
kilómetros de diámetro”) e inventada isla caribeña de Arepa, y el emplazamiento
temporal nos lleva a 1926. El presidente de la República es Manuel Belaunzarán,
héroe de las guerras de independencia contra los españoles, que en 1926 está
llegando a su cuarto mandato consecutivo en Arepa, último que permite la ley.
En la primera página de la
novela, aparece flotando en la playa el cadáver del doctor Saldaña, líder de la
oposición y contrincante político de Agustín Cardona, segundo de Manuel
Belaunzarán. Tras la llamada telefónica que avisa al presidente de lo que ya
sabe (la muerte del doctor Saldaña); al colgar, Belaunzarán se vuelve a Cardona
y le espeta: “Ahora sí, Agustín, si no ganas estas elecciones, sin
contrincante, es que no sirves para político, ni para nada” (pág. 11).
La novela, escrita en tercera
persona, está narrada con un tono más sarcástico que irónico, y en sus primeros
y frenéticos capítulos se muestra a un gran número de personajes, descritos
escuetamente y con los que, debido a la distancia que impone el sarcasmo, el
lector se va a sentir poco identificado.
Tras la muerte del doctor Saldaña,
los miembros del partido moderado –los opositores al régimen de Belaunzarán–,
ante la preocupación de que vaya a ser aprobada la Ley de Expropiación que
haría que sus propiedades pasasen al Estado, deciden contactar con Pepe
Cussirat, de 35 años, que salió con su familia de la isla hace 15 años y que
vive en Nueva York –el “primer arepano civilizado” (pág. 39)– para proponerle ser
candidato a la presidencia de la República.
Tras la espectacular llegada de
Cussirat a Arepa en avioneta –“Porque en Arepa nadie había visto un avión” (pág.
41)–, Cussirat se percata de que va a ser imposible ganar a Belaunzarán en las
urnas (en la calle el pueblo pide la presidencia vitalicia para el héroe de las
guerras de independencia, y en el congreso, aprovechando la ausencia de
oposición –en el entierro del doctor Saldaña–, se ha votado la modificación de
la ley que prohíbe más de cuatro mandatos presidenciales). En aras del cambio
democrático, Cussirat centrará sus esfuerzos en atentar contra la vida del
dictador.
La novela resulta cómica al
narrar los continuos fracasos de matar al León, aunque todo esto flote sobre un
fondo trágico de fusilamientos de falsos terroristas.
Y si Ibargüengoitia realiza en
esta novela una crítica de los regímenes dictatoriales hispanoamericanos,
también hace, y posiblemente con más fuerza que la aparente primera
intencionalidad del libro, una fuerte crítica de la hipocresía social de los
poderosos (profusamente descritos en la novela), que bajo el amparo de pedir
libertad, democracia o paz, sólo velan por perpetuar sus privilegios de clase, bien
sea bajo el amparo de un dictador amigo o de una aparente democracia que ellos
controlen, dando así pie al inmovilismo social y a la perpetuación de las
injusticias.
Al principio, al presentar
Ibargüengoitia un elenco tan grande de personajes, desde los más poderosos –y desagradables–
hasta los más desvalidos –representados sobre todo por la figura de Pereira, un
triste profesor de dibujo de un colegio–, pensé que la novela corría el riesgo
de acabar siendo una obra de tesis, principalmente socialista. Pero su propio
tono nada grandilocuente hace que la composición novelística sea más compleja y
rica que la achacable a una mera novela de tesis.
Y quizás pensé también que
algunos de los personajes no tenían una función muy clara en la trama,
principalmente fijándome en Pereira y en la descripción de su hogar humilde, en
contraste con la suntuosidad del palacio presidencial o de las casas de los
ricos de Arepa. Pero estaba equivocado, la presencia de Pereira queda al final
perfectamente justificada en la historia.
Si comparamos Maten al león con otras novelas
hispanoamericanas de dictadores, como El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez o La
fiesta del Chivo de Mario Vargas
Llosa, la de Ibargüengoitia, pese a ser una obra entretenida y de ritmo
dinámico, no está a la altura de las citadas.
De las tres obras que llevo
leídas de este autor, ésta me ha parecido la más floja. Y sin embargo me ha agradado
leerla. No puedo considerar desdeñable una novela donde uno puede encontrar
párrafos como el siguiente (el León Belaunzarán va a sufrir un atentado al
acudir al cuarto de baño):
“Al terminar se abrocha, y
después, tira de la cadena, con cierta dificultad. Se extraña al oír, en vez
del agua que baja, un crujido, un cristal que se rompe, y una efervescencia.
Levanta la mirada y la fija en el depósito. En ese momento, como una revelación
divina ve la explosión. ¡Pum! Un fogonazo. El depósito se abre en dos, y el
agua cae sobre Belaunzarán.
Con las reacciones propias de un
militar que ha pasado parte de su vida en campaña, Belaunzarán brinca, es presa
del pánico, huye hacia su despacho, y de un clavado se mete debajo del
escritorio. Al poco rato, comprende que el peligro ha pasado, se repone y monta
en cólera” (págs. 87-88).
¡Te falta Dos crímenes!
ResponderEliminarF.
Hola Federico:
ResponderEliminarPara la semana que viene aún tengo La ley de Herodes, y en casa me están esperando Los relámpagos de agosto y Los pasos de López.
Me acabaré comprando Dos crímenes, me leeré los tres seguidos y agotaré toda la narrativa de Ibargüengoitia.
saludos
"Dos crímenes" es la mejor novela de Ibargüengoitia (lo que es tanto como decir una de las mejores novelas en nuestro idioma).
ResponderEliminarEstoy muy de acuerdo con tus impresiones. Quizá sea una novela menor (respecto a otras de su autor), pero tiene un garbo narrativo irresistible.
Cada párrafo de mi comentario anterior se refiere a una cosa, claro. En el segundo, hablo de "Maten al león".
ResponderEliminarHola Óscar:
ResponderEliminarSí, es cierto que quizás Maten al león sea una novela menor respecto a otras que tratan de un tema tan solemne, pero por lo que he leído de Ibargüengoitia hasta ahora es alguien que no aburre. Hay autores que escriben libros que sin ser geniales tienen mucho encantado y siempre es agradable leerlos.
Sí, Federico Guzmán también me dice que Dos crímenes es la mejor novela de Ibargüengoitia.
A mí Las muertas me pareció una obra maestra, y si Dos crímenes es de ese nivel o superior estoy seguro de que me va a encantar.
Gracias de nuevo por el interés.
Ya sabes: la semana que viene toca La ley de Herodes.
saludos
Belo blog, muito instrutivo!
ResponderEliminarGrande abraço e sucesso!
Hola Evandro:
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras.
Es muy agradable poder observar un interés hacia el blog de una persona procedente de otro idioma.
un abrazo
Estoy empezando el nuevo libro de Juan Pablo Villalobos, Si viviéramos en un lugar normal, ya que me gustó mucho su primer libro, Fiesta en la madriguera. Con sorpresa leo en su contraportada que forma parte de un tríptico, el Tríptico de los dos dedos, llamado así en homenaje a Jorge Ibargüengoitia...Azares de la literatura, ahora aparece el mexicano por todas partes. ¿Sabes algo de esos dos dedos?
ResponderEliminarUn abrazo desde el Correccional.
Hola detective:
ResponderEliminarYo he hojeado este libro de Villalobos del que hablas, tiene buena pinta. Me quedé con ganas de leer el primero que publicó en Anagrama, que también tenía buena pinta.
La verdad es que no tengo ni idea de que es eso del Tríptico de los dos dedos. Será cuestión de buscar en google o preguntarle a Federico Guzmán, que seguro que lo sabe.
Pórtate bien en el correccional, a ver si te vas antes a casa por buena conducta.
Un abrazo
David
Es el primer libro que leo del autor y me ha gustado. El dictador era malo, asesino, etc., pero los llamados "moderados", de la oposición, no eran mejores, sólo pretendáin conservar sus muchas riquezas y al pueblo que lo parta un rayo...
ResponderEliminarHola:
EliminarPues si este es el primer libro que lee de Ibargüengoitia y le ha gustado, está de enhorabuena. Porque tiene libros mejores, le recomiendo seguir por "Dos crímenes" o "Las muertas".
Saludos
David