El libro perdido de Eduardo Ilussio Hocquetot, de Gustavo Campos
Editorial Nana Vizcacha. 199 páginas. 1ª edición de 2018, esta de 2019.
A finales de 2019, quedé una tarde con
el escritor y editor ecuatoriano Augusto
Rodríguez. Ese día me regaló El libro perdido de Eduardo Ilussio
Hocquetot de Gustavo Campos
(Honduras, 1984), recién publicado por la nueva editorial madrileña Nana Vizcacha, en la que pronto saldría
su propia novela.
Me he estado preguntado si antes de
Gustavo Campos había leído a algún escritor hondureño. Me ha surgido la duda
con Horacio Castellanos Moya, pero
al buscarlo en internet he visto que, aunque nació en Tegucigalpa (capital de
Honduras) es de nacionalidad salvadoreña. Así que en realidad nunca había leído
a ningún escritor hondureño. De mis contactos con el mundo de la edición, sé
que para una editorial puntera española es mucho más difícil apostar por un
latinoamericano procedente de un país pequeño (Honduras, Panamá, El Salvador…)
que por uno de un país grande (México, Argentina, Colombia…), porque si
publican a un argentino, por ejemplo, pueden vender el libro en dos mercados
grandes: España y Argentina, y si apuestan por un hondureño casi no pueden
venderlo en su mercado local. Así que para un hondureño como Gustavo Campos, las
puertas para publicar en España son más estrechas de las que se puede pensar. Y
justo aquí es cuando cobran tanto valor iniciativas culturales como la
emprendida por Lucía Brenlla,
editora de Nana Vizcacha, especializada en literatura latinoamericana.
El libro perdido de Eduardo Ilussio
Hocquetot empieza con un capítulo titulado Conferencia de Hocquetot en la
Universidad Desconocida. En cuanto vi lo de «la Universidad
Desconocida» pensé automáticamente en Roberto
Bolaño, una de las mayores influencias actuales sobre los escritores
jóvenes que escriben en español. La Universidad Desconocida es el
título de la poesía completa de Bolaño. Más que una conferencia, este capítulo
recoge las preguntas posteriores a la conferencia que un grupo de alumnos hacen
al ponente, un famoso escritor hondureño llamado Eduardo Ilussio Hocquetot. Los
alumnos nombran al escritor como «Hocquetot», y este contesta de modo irónico y
elusivo a sus preguntas. En varias ocasiones aparece el nombre de Enrique Vila-Matas en estos diálogos,
una referencia que se irá repitiendo a lo largo del libro.
Si bien había pensado –tras la pista
de «la Universidad Desconocida»– que la influencia más importante para Campos sería
Bolaño, en realidad acaba por ser Vila-Matas.
«Soy de esos que escriben de día y
de noche, pero nunca bajo la lluvia, ese clima sí lo respeto» (pág. 17): en
esta contestación a la pregunta de un estudiante, se nota que Campos –igual que
yo– ha visto más de una vez las entrevistas televisivas a Bolaño, que están
colgadas en internet. También es cierto que en este libro se habla mucho de
escritores, como es habitual en la obra de Bolaño, pero sobre todo del propio
hecho de escribir, con profusión de citas literarias, todo muy del gusto de
Vila-Matas, que acaba por ser la gran referencia literaria de Campos.
Campos ha construido su ficción
usando técnicas metanarrativas: hablar sobre el hecho de escribir o el deseo de
dejar de hacerlo; la influencia de otros autores, la reflexión continua sobre
el sentido de la propia escritura… pero debemos apuntar que casi siempre lo
hace desde un punto de vista irónico. La principal ironía parte de que al
escritor Eduardo Ilussio Hocquetot se le da en Honduras una importancia
cultural enorme. Hocquetot es un escritor tan popular en Honduras que cuando se
hace pública la noticia de que se ha perdido el manuscrito de la novela que
estaba escribiendo, sus compatriotas lo toman como una tragedia nacional. «Sus
fanes no se hicieron esperar y pronto se manifestaron en las calles con
pancartas y consignas que rogaban a los malhechores, o simples cleptómanos literarios,
que por favor entregasen el texto, sin maltratos, en las mejores condiciones
posibles» (pág. 39). Los sociólogos también hablan de Hocquetot: «Los
sociólogos vertían toda su sapiencia en largas páginas de corte marxista contra
los textos no marxistas de ambas etapas del autor» (pág. 44).
Lógicamente, Campos irá desmontando
esta idea sobre la importancia cultural de cualquier
escritor en su país, que es muy cercana a ninguna. Honduras, nos dirá, es un país con una industria literaria
muy pequeña.
El narrador dice conocer a
Hocquetot, jugando así a la interacción del autor con su personaje. Además, en
más de una ocasión Hocquetot y Eduardo Ilussio parecen personajes diferentes.
La personalidad del escritor se irá cubriendo con diversas máscaras. Se valdrá
de ellas para hablar de sus dificultades ante la escritura, sus miedos, sus
frustraciones o sus sueños.
«Como para Hocquetot resultaba
difícil escribir una novela decidió escribir en su lugar un libro sin
estructura; libre, en cuanto su imaginación lo permitiera, de breves episodios,
sin rótulo particular, sin determinada forma. Un libro que pareciera más bien
una compilación de textos aislados pertenecientes a distintas épocas e influencias.
Un libro cosido por una biografía inventada de un personaje que fuera real,
pero a su vez ficticio. Una especie de propuesta de lectura» (pág. 37).
Además de a Bolaño (de refilón) y a
Vila-Matas, otros escritores que parecen evocados en este texto podrían ser César Aira y Mario Levrero, por su tendencia al absurdo y también a lo onírico.
De vez en cuando podemos toparnos con unas cuantas páginas plagadas de
conversaciones surrealistas; como el capítulo Junto a la lámpara de Abbott, que empieza con la frase: «Su padre,
sin duda alguna, fue un cuadrado, y si fue un cuadrado, seguro fue muy
hilarante» (pág. 33).
El narrador y Hocquetot se empeñan
en llamar a su proyecto «libro» y no «novela», un libro que se acabará al
llegar a un determinado número de páginas.
Hacia el final del texto, el lector
tendrá acceso a algunos de los capítulos del famoso «libro perdido de Eduardo
Ilussio Hocquetot», un texto alucinado, un William
Burroughs de la metanarración, que no puede dejar de arrojar al lector
referencias literarias.
Sin embargo, entre estos juegos de
planos ficcionales también se irá filtrando la realidad del país: en Honduras
(sabremos) se producen veinte asesinatos diarios, y su capital es una de las
más peligrosas del mundo, «capital de la muerte» se llega a llamar a
Tegucigalpa. En la página 84, Hocquetot (amante de las listas) enumera y
recuerda las veces que ha sido atracado a lo largo de su vida. Estas páginas
son tremendamente realistas (imagino que Campos está hablando de su propia
experiencia) y me han interesado mucho. Aquí me doy cuenta de que, en el fondo,
aunque me gusten autores como César Aira o Enrique Vila-Matas, lo que más me atrae
es la novela realista, una novela que describa la realidad de un país, a lo Pedro Juan Gutiérrez con Cuba, por ejemplo.
En más de una ocasión, la propuesta
narrativa de Campos me ha resultado divertida y la he leído con gusto. Otras, la
interrupción de lo contado y el inicio de un nuevo capítulo surrealista sin
relación con el anterior me han sacado del libro. Campos me ha parecido un
escritor dotado y también un escritor de ráfagas, un autor que está buscando a
Hocquetot, que a su vez busca su libro perdido. Campos se está buscando a sí
mismo y ha jugado aquí a ser muchos escritores a la vez. El libro acaba con el
mensaje «To be continued» y, en sus
siguientes obras, Gustavo Campos habrá de decidir qué clase de escritor quiere
ser y hacia dónde quiere llevar sus propuestas. Habrá que seguirle la pista con
atención.
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