Sin remedio, de Antonio
Caballero
Editorial Alfaguara. 574 páginas. 1ª edición de 1984, ésta es de 2006.
La primera vez que supe de Antonio Caballero (Bogotá, 1945) y de
su novela Sin remedio fue en el verano de 2017, en Ciudad de México, en
el salón de la casa de mi amigo Federico
Guzmán Rubio. Observando su biblioteca, me fijé en esta edición colombiana
de Sin remedio a cargo de Alfaguara y Federico me dijo que era el
libro que más le había gustado de la literatura hispanoamericana después de la
lectura de Los detectives salvajes de Roberto
Bolaño. Federico y yo somos muy admiradores de la obra de Bolaño y aquel
elogio sobre el libro de Caballero hizo que pensara que, más tarde o más
temprano, iba a tener que leerlo. Al regresar a Madrid lo busqué en Iberlibro y me di cuenta de que sería
fácil comprar, por poco dinero, la que creía que era la primera edición (la de Bruguera de 1985). La pedí, más de
medio año después de aquel encuentro en
México, a una librería de segunda mano española, que me cobró por ella 4
euros, incluyendo los gastos de envío. El libro estaba nuevo. Sin embargo,
dentro de mi desbarajuste de lecturas habitual esta novela ha estado esperando
que la tomara de las estanterías de libros sin leer durante bastante tiempo.
Además, cuando al final me he decidido a leerlo, en vez de tomar mi ejemplar
saqué de la biblioteca de Móstoles la edición de Alfaguara (de su sede
colombiana) porque me parecía que el formato era más cómodo (la edición de
Bruguera tiene un tamaño de página y de letra pequeños). Además, acabé
comprobando que la edición de Bruguera de 1985 no era la primera edición, que
en realidad fue la de la colombiana editorial
Oveja Negra.
El personaje principal de Sin remedio es Ignacio Escobar que
cumple treinta y un años el mismo día que comienza la novela. Además, el libro
empieza con una confusión: Escobar cree que treinta y un años es la edad a la
murió su admirado poeta Arthur Rimbaud (unas páginas después descubrirá que lo
hizo a los treinta y siete años) y se siente anulado frente a él, porque
Escolar es, o quiere ser, poeta. A Escobar, como si se tratase de un Oblómov
bogotano («Pasaba días enteros durmiendo», pág. 14), le cuesta salir de la
cama. Si el día ha empezado mal para él, aún se va a complicar más: Fina, su
novia, le deja tras anunciarle que desea tener un hijo y mostrarle él su
negativa a tal plan en común.
Desde una tercera persona desdeñosa,
Caballero nos presenta a su personaje, Escobar, como a un indolente machista,
un adolescente eterno de la privilegiada clase social alta de Bogotá. Además de
comportarse de forma grosera con su pareja, llamará a su madre, que se queja de
que nunca va a visitarla, tan sólo porque necesita que le haga llegar dinero, y
Escobar no trabaja, se dedica a escribir versos. Unos versos de muy poca
calidad, por lo que Caballero nos deja ver de su obra.
Al principio del libro, Caballero,
de vez en cuando, cede la voz narrativa (en tercera persona cercana al
personaje) directamente al personaje y el lector puede acercarse de primera
mano a algunos de los pensamientos de Escobar. Esta técnica la irá dejando a
medida que avanza la novela.
Escolar, abandonado por Fina y sin
un peso, tendrá que tomar decisiones. La primera será visitar, al fin, a su
madre para conseguir dinero y después empezará a vagar por la ciudad, en busca
de diversión o amigos.
Sin remedio es una
novela muy urbana, en la que la ciudad de Bogotá cobra gran protagonismo.
«Bogotá es una ciudad horrible», así empieza el segundo capítulo en la página
68, Caballero incide en sus páginas en la violencia, la pobreza, la rapidez, la
suciedad, la incomodidad de la lluvia, la fealdad… que asolan Bogotá; pero,
extrañamente, también consigue hacer de la gran urbe hispanoamericana un lugar
atractivo, vital y lleno de contrastes. Sin
remedio es una novela que rompe mucho con la imagen literaria habitual con
la que se suele asociar a Colombia, que sería la del Macondo de la realidad
rural de Gabriel García Márquez.
El personaje de Escobar le empezará
a parecer más inteligente al lector cuando se encuentre con sus amigos de clase
alta que juegan a ser revolucionarios de izquierdas. Escobar será capad, desde
una distancia irónica, de ver con claridad las contradicciones de clase e
ideológicas de sus amigos. «Estar muerto es más bien ser eso que usted llama
“comprometido”. Es haber dejado de ser lo que se es. Es haber renunciado a
perseverar en el propio ser.», le dice Escobar a uno de sus amigos en la página
92.
Los pensamientos de Escobar –cuando
supera su fase de narcisista y mimado adolescente– transitan por el cauce de un
nihilismo desesperanzado, una sensación de inutilidad ante los esfuerzos
porque, pese a todo, nada cambia («Las cosas son iguales a las cosas», será uno
de sus versos), «Estamos todos solos.» (pág. 173), «Todos los días es lo
mismo.» (pág. 177)
Escobar tendrá encuentros con sus
familiares en la gran casa en la que vive su madre (su padre ya murió y su
hermano lo hizo siendo un niño), visitará casas de amigos, entrará en un gran
número de bares y tendrá relaciones con un buen número de mujeres, mientras
trata de olvidar a Fina.
Igual que ocurre con Escobar, la
novela va cobrando enjundia según se avanza en sus páginas. Desde un comienzo
en el que aparentemente se retrata un mundo y a un personajes muy superficiales,
Caballero va afilando su estilete para diseccionar los distintos estamentos de
la sociedad bogotana: desde la alta burguesía, preocupada por la violencia y
los secuestros, además de la capacidad que van a tener las inminentes
elecciones para modificar los precios del petróleo y la tierra; hasta el
corrupto ejercito. No sin ironía, Caballero llama a un coronel corrupto, con el
que Escobar se irá encontrando, con el nombre de Aureliano Buendía. La ironía
con la obra de García Márquez (que, por cierto, habló bien de este libro)
resulta clara.
A Escobar no parecen preocuparle
demasiado las elecciones presidenciales de su país, pero sí tiene una
conciencia política, que, en cualquier caso, no pasa por el uso de la violencia,
como parece haber empezar a seducir a sus amigos burgueses radicalizados de
izquierdas, que están considerando la idea de realizar secuestros.
Caballero se sirve del humor para
retratar y burlarse de la clase alta de Colombia, una clase alta racista,
clasista, improductiva y que, en gran medida, desconoce la realidad del país en
el que vive. Diría que en la intención de mostrar, mediante el humor, cómo es
la clase alta de su país Antonio Caballero se asemeja a Alfredo Bryce Echenique, cuando éste nos muestra cómo es la clase
alta peruana. Pero debo señalar que el humor de Bryce Echenique es más tierno
que el de Caballero, que resulta más sarcástico.
En los pocos meses del tiempo
narrativo de esta novela, Escobar va a ir sufriendo un proceso de maduración
personal, en gran medida debido al abandono de Fina y a la sensación de
encontrarse perdido. Sin remedio,
además de ser una clara crítica a la clase alta colombiana, y a su
imposibilidad de construir un país mejor desde el diálogo, y no a través del
juego de la violencia revolucionaria, también es una novela sobre la creación
artística. Escobar se va a convertir en un buen poeta cuando todo parece ya
estar perdido y éste será además el momento –al conquistar una cima en su arte–,
cuando se dé cuenta de la inutilidad de sus esfuerzos artísticos.
Diría que Sin remedio es una novela que debió leer en su juventud Roberto Bolaño, y que, de un modo vago,
se inspiró en ella para retratar a los poetas desesperados que pululan por las
calles de Ciudad de México mientras pierden su juventud.
Ahora mismo Sin remedio se publica en Alfaguara Argentina, y aunque en España
ha aparecido de la mano de Bruguera, Seix Barral o Tusquet, ahora mismo no está
disponible para el lector español, lo que es una pena, porque Sin remedio de Antonio Caballero es una
novela ambiciosa y de gran valor. Una novela que retrata con entereza y humor
los grandes contrastes de las urbes hispanoamericanas y que da un carpetazo
definitivo al realismo mágico de García Márquez.
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