Ediciones del Viento. 160 páginas. 1ª edición de 2018.
Román Piña Valls (Palma de
Mallorca, 1966) es el editor de Sloper. En 2015 publicó mi novela Los
insignes. Piña también es escritor, y de él he leído las novelas El
general y la musa (2013), Sacrificio (2015) y Y
Dios irrumpió de buen rollo (2015), además del ensayo La
mala puta (2014), escrito con Miguel
Dalmau.
Cuando vi anunciado que publicaba
una nueva novela en Ediciones del Viento,
se la solicité a su editor, Eduardo
Riestra, y éste me la envió para que pudiera reseñarla.
El protagonista de El
arqueólogo es Claudio Bersani, un profesor universitario emérito de
arqueología que, al comenzar la narración –en el año 2007–, tiene setenta años.
Vive en una casa de campo en la población de Cicciano, cerca de Nápoles, junto
a su mujer Melina. Sus hijos ya no viven con ellos, han formado sus propias
familias y Claudio y Melina tienen un buen número de nietos, que suelen
visitarlos. Claudio no acaba de tener demasiado tiempo para estos nietos
porque, a pesar de sus setenta años, mantiene una gran actividad laboral:
clases en la universidad, libros sobre arqueología, artículos semanales para
una revista especializada, presidencia de la Sociedad Arqueológica de Nápoles, colaboración
en una tertulia de Radio Vaticana los miércoles, etc.
En una caseta del jardín de la casa
de los Bersani vive Todor, un jardinero búlgaro que les ayuda con diversas
tareas domésticas.
Aunque en la página 37 Bersani
declara «Yo soy antipático por voluntad», en realidad es una persona muy
extrovertida y alegre, que suele relacionarse con los demás mediante bromas.
Piña es habitualmente un escritor humorístico, con tendencia al disparate
narrativo (en El general y la musa,
por ejemplo, nos hablaba de un Francisco Franco enamorado de la televisiva
Patricia Conde). En El arqueólogo –igual
que ocurría en Sacrificio– mantiene
la trama dentro de los límites del realismo. Si bien en Sacrificio Piña empleaba un humor muy negro, el humor de El arqueólogo es mucho más amable.
Claudio Bersani es un entrañable hombre mayor, un erudito que entretiene a sus
nietos con chistes, historias de la cultura clásica o narrando historias más o
menos inventadas. Bersani es un erudito despistado, que igual desprecia la
novela frente al ensayo, que decide él mismo escribir una novela histórica.
Además es un erudito imprudente, porque ante el temor a que le asalten (a veces
se queda solo en casa) ha conseguido una pistola, que oculta en su vivienda y
que podrían encontrar los nietos; o bien les habla a éstos de los grandes
tesoros que tiene guardados en la casa, lo que podría hacer que los niños lo
cuenten en el colegio y ocurra, precisamente, lo que teme: que le entren a
robar en casa.
Bersani, además de simpático,
también es un hombre anticuado; alguien que, por ejemplo, no entiende el
sentido del lenguaje inclusivo y que no duda en flirtear o en piropear a
mujeres mucho más jóvenes que él. En el capítulo 9 se habla de Giovanna, una
mujer de treinta y tantos años que trabaja para los Bersani desde hace veinte.
«Bersani la piropea sin vergüenza», escribe Piña en la página 65 de su novela.
Bersani también es un católico de misa semanal –aunque de credo particular– y
que, como ya he escrito, acude los miércoles a una tertulia radiofónica de
Radio Vaticano.
La novela se vertebra en torno a pequeñas
anécdotas protagonizadas por Bersani, o bien se narra alguna peripecia vital
protagonizada por alguna persona cercana a su círculo; como la citada sirvienta
Giovanna, o María, una exalumna de Bersani que vive en Suiza y a quien su
familia ha denunciado con la intención de quitarle la custodia de su hijo.
La novela es rica en diálogos y la
prosa es correcta, sin grandes alardes metafóricos, propia de un escritor con
oficio. De vez en cuando, para transmitir mayor sensación de viveza, se hace
uso de más de una expresión coloquial: «le resbala», «haciendo cuchufleta»,
«casi le dio un patatús», etc.
En más de una ocasión –sobre todo
durante el primer tramo del libro– me he encontrado preguntándome si la
anécdota que estaba contando Piña en ese momento sería la que acabaría de hacer
arrancar la trama. Es decir, en los primeros capítulos el narrador (la novela
está escrita en tercera persona, salvo unas escasas y muy significativas
páginas al final) presenta al personaje de Bersani, y el lector conocerá sus
peculiaridades, gustos y manías. Después, Bersani cuenta historias a sus
nietos, o se habla de la vida de otros personajes, y las páginas de la novela
van pasando sin que una de estas historias cobre más importancia que las otras,
lo que podría hacer que Bersani se viese forzado a tomar partido en los
acontecimientos y se adentrara en algún territorio ambiguo u oscuro que
rompiera con la aparente tranquilidad de su mundo, y que le hiciera
transformase en otra persona. Es decir, yo como aprendiz de escritor me estaba
esperando un desarrollo novelesco tradicional y terminaba los capítulos
pensando que Piña había dibujado una realidad atractiva y amable, pero que a lo
leído le faltaba tensión narrativa.
Es cierto que la vida de Bersani se
enfrenta a pequeños conflictos: los problemas de su exalumna con su hijo, a la
que quiere ayudar; un solar de detrás de su casa donde han empezado a entrar y
salir camiones sin permiso (y nadie parece poder prestar ayuda a Bersani); unos
mafiosos que parecen interesados en asaltar su casa; o cuando el pueblo de
Cicciano sufre una inundación. Pero, como ya he apuntado, ninguno de estos
problemas es suficiente para convertirse en un núcleo narrativo potente. Todos
serán pequeños núcleos narrativos y el libro, como si fuese una amable novela
por entregas, se articula más en torno a la idea de capítulo que a la de novela
completa.
En su tramo final, El arqueólogo sufre algunos saltos
temporales y esto hará (gracias al recurso de la elipsis) que, en parte, la
vida de Bersani cambie y el lector la contemple desde otra distancia.
En las páginas finales (apenas
cuatro) se produce al fin un cambio real, un juego en la estructura de la
novela: la voz en tercera persona pasa a la primera, y el lector comprenderá
que un personaje secundario del libro ha tenido más importancia en lo contado de
la que había podido considerar en un principio. Me ha gustado este final, ha
conseguido crear en mí una sensación de misterio y de historia más amplia y con
más vuelos que la que inicialmente pensaba que había leído.
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