Editorial Libros del Asteroide. 144 páginas. Primera edición de 2015,
ésta es de 2016.
Ya comenté al hablar de Monasterio que, en la pasada Feria del Libro de Madrid, compré los
tres libros que a Eduardo Halfon
(Ciudad de Guatemala, 1971) le ha publicado la editorial Libros del Asteroide. Como Monasterio
me dejó muy buena impresión, me apeteció continuar con Signor Hoffman.
Si el texto de Monasterio
estaba organizado como si se tratase de una novela, Signor Hoffman se vende como un libro de relatos. Me parece curiosa
esta distinción, porque Monasterio
podría ser un libro de relatos y Signor
Hoffman una novela, o bien, los dos libros podrían ser partes de una misma
novela, puesto que el personaje (y la voz narrativa) son la misma. Monasterio funciona como una novela, que
contiene –agazapados en su interior– unos cuantos relatos, y Signor Hoffman está organizado de otra
manera: existe un índice en el libro con el título de cada cuento y en la
contraportada se afirma que es un libro de relatos. Aunque cada una de estas narraciones,
en gran parte, está conectada con la siguiente y, por tanto, podría ser una
novela dividida en capítulos, donde se juega a la elipsis entre un capítulo y
otro. Me parece relevante tratar este tema para empezar a comentar el libro,
puesto que la apuesta de Halfon –en estos libros publicados por Libros del
Asteroide, al menos– es muy homogénea, y, como el propio Halfon me contó en la
Feria del Libro, en otros países, cuando se traduce su obra, sus libros se
agrupan en volúmenes más gruesos.
Sin embargo, y esto me parece muy curioso y sintomático del mercado
literario español, que Monasterio se
venda como novela y Signor Hoffman
como libro de relatos, hace que el primer se venda más. El mercado español no
acepta del todo bien los libros de relatos.
Signor Hoffman empieza (con
un cuento llamado Signor Hoffman) de forma muy parecida a Monasterio: con nuestro personaje y narrador Halfon recién bajado
de un vuelo trasatlántico. Esta vez, ha llegado a Italia. Después del vuelo y
un viaje en tren, le esperan en Calabria para dar una charla sobre campos de
concentración. Durante el viaje en tren, la narración se abre a la narración de
otro viaje, esta vez a Hiroshima. Aquí, de forma más abierta que en Monasterio, Halfon es un escritor que da
charlas sobre sus libros publicados, que tienen que ver con las persecuciones
sufridas por sus abuelos judíos.
En este primer relato (y en los siguientes) se vuelve a usar el
recurso poético del que ya hablé al analizar Monasterio: repetir sintagmas al empezar las frases de un mismo
párrafo. En la página 32, por ejemplo, en la parte superior se repite la
expresión «Con los dos soldados» y en la parte de abajo «O para».
El día de la charla en un campo de concentración italiano (hasta ese
viaje Halfon no sabía que existían campos de concentración de judíos en Italia)
coincide con el día de la muerte del actor Philip Seymour Hoffman. Unas horas
antes, la persona que tenía que presentar a Halfon a su audiencia se ha
equivocado de nombre y le ha llamado «signor Hoffman», y Halfon juega con esta
confusión y la muerte de Hoffman, como representación de la muerte de todos los
hombres, como juego de cambio de identidades. Estas páginas me han parecido muy
logradas. Creo que Signor Hoffman es
la mejor narración de las seis que componen este libro.
En la última historia –la titulada Oh gueto mi amor– se
vuelve al tema del nombre Hoffman, porque cuando Halfon viaja a Polonia un
ascensorista no entiende su nombre (Halfon) y acaba pronunciándolo Hoffman para
que se puedan entender. Entre estas dos historias, la primera y la última,
existe algún vaso comunicante más: en la primera, en un momento dado, Halfon
muestra su extrañeza por encontrarse en Italia y en la última muestra su
extrañeza por estar en Polonia. «Pensé en decirle que todos nuestros viajes son
en realidad un solo viaje, con múltiples paradas y escalas. Pensé en decirle
que todo viaje, cualquier viaje, no es lineal, ni circular, ni concluye jamás»,
leemos entre la página 75 y 76, en el cuarto cuento (o capítulo). El planteado
aquí es un viaje donde prima la búsqueda del pasado familiar, que podría
construir la propia identidad, y que suele acabar en el callejón de la
extrañeza. Una extrañeza que, desde su propio desconcierto, se acaba volviendo
poética.
El segundo relato se titula Bambú y transcurre en Guatemala.
Halfon se desplaza desde la capital a una playa de un pueblo. «No sé por qué
siempre me resulta difícil convencer a las personas, incluso convencerme a mí
mismo, de que soy guatemalteco. Supongo que esperan ver a alguien más moreno y
chaparro, más parecido a ellos, escuchar a alguien con un español más tropical.
Yo tampoco pierdo cualquier oportunidad para distanciarme del país, tanto
literal como literariamente.», leemos en la página 40. Bambú es un relato de anécdota mínima, un relato que sirve a Halfon
para reflexionar de nuevo sobre su identidad. Esta vez no se habla aquí sobre
el hecho de ser judío sino sobre ser guatemalteco, desde la extrañeza de uno
mismo y la de los demás sobre uno. «Quería sentir el bambú en mis manos, la
tibieza del bambú en mis manos, la realidad del bambú en mis manos, y así no
sentir tanto mi indolencia, ni la indolencia de un país entero.», leemos entre
la página 45 y 46, ya al final de relato.
El tercer relato, Han vuelto las aves, también
transcurre en Guatemala. Halfon se ha desplazado a un pueblo del norte del
país, llamado La Libertad. «Una zona del país notoriamente peligrosa y
violenta.» (pág. 50), una ambientación ominosa que me ha recordado a las
páginas del también escritor guatemalteco Rodrigo
Rey Rosa. Aquí, Halfon se entrevista con los gerentes de una cooperativa
cafetera formada por pequeños agricultores de la región. Existe una realidad
violenta que tiene que ver con el hijo de la persona con la que Halfon se
entrevista, pero esa historia le será escamoteada al lector. Los relatos de
Halfon terminan con una imagen más poética que esclarecedora. Más que terminar
con una imagen potente, o con un momento epifánico, lo hacen con un punto de
fuga.
El cuarto relato, Arena blanca, piedra negra, nos
traslada ahora a la frontera entre Guatemala y Belice. Halfon ha de acudir a
Belice para dar una charla, pero tiene problemas en el paso fronterizo con su
pasaporte. Además se estropea la batería de su coche y tiene que confiar en
desconocidos para que arreglen su coche. «Sentí algo en las rodillas. Acaso
impotencia. Acaso una devastadora soledad. Acaso el pánico de estar ingresando,
poco a poco, a una extensa telaraña de estafadores.» (pág. 84). Este relato me
hace pensar de nuevo en Rodrigo Rey Rosa,
pero también en Roberto Bolaño. Cuando
hablé de Monasterio escribí que, como
Bolaño, Halfon abría su narrativa a pequeñas historia que planteaban un
misterio poético, pero que en Bolaño además había en sus páginas una amenaza
que no estaba en Halfon. Pues bien, en Arena
blanca, piedra negra sí que se encuentra esa amenaza bolañesca de la que
hablaba. Otro relato que acaba en una fuga.
Sobrevivir los domingos es una bella narración sobre el jazz,
la pérdida y la marginalidad. La acción transcurre ahora en el neoyorkino
barrio de Harlem. Halfon va a pasar unos días en Nueva York –tratando de
conseguir una beca Guggenheim– antes de viajar a Polonia. Aquí se adelanta la
sexta narración, que será la que narre este viaje a Polonia.
El relato que cierra el libro es Oh Gueto mi amor y en él se narra el
viaje que hizo Halfon a la casa de su abuelo en Łódź, Polonia. Gran parte de lo
narrado aquí ya ha sido contado por Halfon en Monasterio. Como ya apunté en la reseña de este último libro, la
literatura de Halfon parece estar concebida como una gran novela en
construcción, con temas recurrentes sobre los que se vuelve una y otra vez.
Algo parecido hacía el escritor austriaco Thomas
Bernhard en sus novelas autobiográficas. Allí se analizaba, por parte de la
crítica, como la repetición de temas musicales y del mismo modo (música clásica
frente a jazz ahora) hay que entender estas repeticiones temáticas de Halfon.
De hecho, es curioso ver cómo la información de un libro es complementada, o
explicada, en otro. En Monasterio se
muestra, una y otra vez, la presencia de un gabán rosa que Halfon usa en
Polonia, y en Signor Hoffman se
explica por qué llevaba esa prenda. Imagino que este tipo de confluencias
tienen más fuerza y sentido cuando, como yo ahora, se leen estos libros de
forma seguida.
De nuevo, se muestra aquí la extrañeza de Halfon cuando puede entrar
al apartamento del que fue su abuelo antes de la Segunda Guerra Mundial, ahora
–lógicamente– habitado por otras personas. ¿Qué hace él allí con su gabán rosa?
¿Cuál es su búsqueda?
Me resulta curioso pensar en Eduardo Halfon como en un escritor que
viaja por el mundo en busca de sus novelas. Su viaje es el tema de su
escritura. Su búsqueda es su gran novela en construcción.
El tono y los logros de Monasterio
y Signor Hoffman son bastante
parejos. Si tuviera que elegir entre una de las dos, creo que me quedaría con Monasterio, porque la leí primero y, por
tanto, su impacto sobre mí ha sido mayor, y porque Signor Hoffman repite planteamientos vistos ya por mí, el día anterior,
en el otro libro. Sin embargo, también creo que este último comentario en una
obra como la de Halfon es irrelevante, puesto que –como ya he apuntado– sus
libros son un libro en construcción, una única novela dividida en libritos,
elegantes e intensos, de poco más de cien páginas.
Me está gustando mucho Halfon. Empiezo hoy con Duelo.
Por cierto, quería comentar que del último cuento de Signor Hoffman, la editorial Páginas de Espuma ha publicado un libro ilustrado, con el
título Oh gueto mi amor. Las ilustraciones de David de las Heras son muy bellas. Ha conseguido darle mucha fuerza
al gabán rosa de Eduardo Halfon en Polonia.
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