Casas muertas y Oficina Nº 1, de Miguel Otero Silva
Editorial Trotalibros. 430 páginas. 1ª edición de 1955 y 1961; esta es
de 2022.
Epílogo de Jan Arimany
En junio de 2022, con motivo de
la celebración de la Feria del Libro,
Jan Arimany, el editor de Trotalibros, estuvo por Madrid y
aprovechó, además de para vender sus libros en el Retiro, para organizar la
presentación de una de sus novedades en la librería
Taiga de Arturo Soria. Acudí a esta presentación y esta fue la primera vez
en la que pude hablar en persona con Jan. Si no recuerdo mal, en la
presentación de estas dos novelas de Miguel Otero Silva (Barcelona, Venezuela,
1908 – Caracas, 1985), tituladas Casas muertas (1955) y Oficina
Nº 1 (1961), quitando a Jan y a mí, todo el mundo (presentadores incluidos)
eran venezolanos. Allí estaba, por ejemplo, el escritor Juan Carlos Chirinos, con el que he coincidido en más de un acto
literario. Acabó siendo un acto curioso, literario, pero en gran medida también
político. Los venezolanos comentaban que Miguel Otero Silva había sido, durante
muchas generaciones, una lectura obligatoria en los colegios del país y que,
con los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, ya no lo era y estaba
cayendo en el olvido.
Casas muertas, publicada en 1955, trata sobre el pueblo de Ortiz
que lleva décadas languideciendo y convirtiéndose en un pueblo fantasma. Ya en
la primera página, el narrador se refiere a Ortiz con el sobrenombre de
«aquella aldea de muertos» y se narra un entierro. Ortiz, que es un pueblo del
interior de Venezuela, está muriendo por la dejadez gubernamental, por los
periodos de inestabilidad a los que le han llevado las guerras civiles y, sobre
todo, por el paludismo, enfermedad que asola la región desde finales del siglo
XIX.
La protagonista principal de la
novela es Carmen Rosa, una joven de Ortiz, que se aísla de la decadencia
exterior cuidando el patio de su casa. Así leemos en la página 15: «El patio
era el más hermoso de Ortiz, posiblemente el único patio hermoso de Ortiz. En
sembrarlo, en cuidarlo, en hacerlo florecer había empecinado Carmen Rosa su
fibra juvenil, tercamente afanada en construir algo mientras a su alrededor
todo se destruía. Tan solo el tamarindo y el cotoperí, plantados allí desde
hacía mucho tiempo, nada les debían, salvo el riego y la ternura, a las manos
de Carmen Rosa. Nacieron para soportar aquel sol, para endurecer sus troncos en
la penuria, e igualmente erguidos se hallarían en el patio aunque Carmen Rosa
no hubiera nacido después que ellos para regarlos y amarlos.»
Este párrafo de Casas
vacías me ha recordado a otro que leí en Los recuerdos del porvenir
de Elena Garro. Lo copio aquí: «En
esta calle hay una casa grande, de piedra, con un corredor en forma de escuadra
y un jardín lleno de plantas y de polvo. Allí no corre el tiempo: el aire quedó
inmóvil después de tantas lágrimas. El día que sacaron el cuerpo de la señora
de Moncada, alguien que no recuerdo cerró el portón y despidió a los criados.
Desde entonces las magnolias florecen sin nadie que las mire y las hierbas feroces
cubren las losas del patio; hay arañas que dan largos paseos a través de los
cuadros y del piano. Hace ya mucho que murieron las palmas de sombra y que
ninguna voz irrumpe en las arcadas del corredor. Los murciélagos anidan en las
guirnaldas doradas de los espejos y “Roma y Cartago”, frente a frente siguen
cargados de frutos que se caen de maduros. Sólo olvido y silencio. Y sin
embargo en la memoria hay un jardín iluminado por el sol, radiante de pájaros,
poblado de carreras, y de gritos. Una cocina humeante y tendida a la sombra
morada de los jacarandaes, una mesa en la que desayunan los criados de los
Moncada.»
En Ortiz se instalará también un
militar prepotente que me ha recordado bastante al militar prepotente de
Ixtepec, el pueblo de Los recuerdos del
porvenir.
Los recuerdos del porvenir
se publicó en 1963, ocho años después de Casas
vacías, y tengo la impresión de que Garro había leído a Otero Silva. Igual
que, debería decir desde ya, estas dos novelas de Otero Silva me han parecido
una influencia clara sobre la obra de Gabriel
García Márquez; sobre todo en novelas como La mala hora (1962) y Cien
años de soledad (1967). En la Venezuela de Otero Silva ha habido más de
una guerra civil, que enfrenta a los habitantes del pueblo, como ocurría en La mala hora, o en Oficina Nº 1, una compañía petrolera norteamericana extrae los
recursos de la tierra venezolana, explotando a la población local, trabajadores
a los que impiden formar un sindicato, aunque sea legal según las leyes del
país. El tratamiento crítico de Otero Silva a la compañía petrolera me ha
recordado al de García Márquez y su empresa bananera.
Como ocurría en el Macondo de
García Márquez, en Ortiz también va a haber temporadas de lluvias sin fin. En
una de ellas, se producirá una crecida del río Paya y las aguas traerán un
becerro muerto. En la crecida del río del pueblo de La mala hora, las aguas arrastran una vaca muerta.
Casas muertas, aunque más tenuemente que en la obra de García
Márquez, contiene algunas gotitas de realismo mágico. Así, uno de los viejos de
Ortiz le contará una historia a Carmen Rosa en la que un hombre ve por la calle
a otros hombres que portan un cadáver, se asustará al darse cuenta de que se
trata de él mismo. En la página 43
leemos: «Don Casimiro Villena cayó enfermo. La peste lo derribó con una fiebre
que iba más allá del límite previsto por los termómetros. Su piel quemaba a
quienes la tocaban, como las piedras de un fogón encendido.» (pág. 43) Este
tipo de exageraciones, que invaden la realidad de lo contado, son muy propias
también de García Márquez.
En la página 412, la descripción
de uno de los personajes de Oficina Nº 1
me ha recordado de nuevo al estilo de García Márquez: «Matías Carvajal, maestro
de escuela positivista, filósofo materialista, revolucionario de ideas
concretas, veterano de cinco cárceles, peregrino de tres destierros, no se
avergonzaba de las ganas de llorar que llevaba por dentro.» Es un párrafo que,
en su construcción, me ha recordado a aquel tan famoso de García Márquez en Cien años de soledad: «El coronel
Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió
todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que
fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor
cumpliera treinta y cinco años. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres
emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una carga de estricnina
en el café que habría bastado para matar a un caballo. Rechazó la Orden del
Mérito que le otorgó el presidente de la república. Llegó a ser comandante
general de las fuerzas revolucionarias, con jurisdicción y mando de una
frontera a la otra, y el hombre más temido por el gobierno, pero nunca permitió
que le tomaran una fotografía. Declinó la pensión vitalicia que le ofrecieron
después de la guerra y vivió hasta la vejez de los pescaditos de oro que
fabricaba en su taller de Macondo.»
En el Ortiz de Otero Silva hay
niños que comen tierra, un detalle que también tendrá el Macondo de García
Márquez.
De hecho, el primer párrafo de Casas vacías ya me ha hecho pensar en el
estilo de García Márquez: «Esa mañana enterraron a Sebastián. El padre Pernía,
que tanto afecto le profesó, se había puesto la sotana menos zurcida, la de
visitar al obispo, y el manteo y el bonete de las grandes ocasiones.»
Sé que Gabriel García Márquez y
Miguel Otero Silva eran amigos, así que doy por seguro que el primero había
leído al segundo. No puedo asegurar que Elena Garro leyera a Otero Silva, pero
me parece plausible.
Casas vacías se publicó en 1955, el mismo año que Pedro
Páramo de Juan Rulfo. No
creo que ninguno pudiera haber leído previamente al otro a la hora de publicar
sus novelas, pero las dos tienen ideas confluyentes, y el Ortiz de Otero Silva
también me ha recordado a la Comala de Rulfo. En Ortiz, los agonizantes acaban
hablando con los muertos y, de forma continua, Otero Silva se refiere a su
pueblo como un lugar de muertos o de fantasmas.
Dentro de toda esta corriente de
influencias literarias, he llegado a pensar que no fue una casualidad que Otero
Silva llamara al jefe de la empresa petrolera Mister Taylor, título (este de Mr.
Taylor) del primer cuento del conjunto de relatos Obras completas (y otros cuentos)
de Augusto Monterroso, que se
publicó en 1959 y es, también, una crítica al poscolonialismo norteamericano.
El estilo de Otero Silva es bello
y cuidado, aunque es, sin embargo, un poco menos recargado que el de García
Márquez. Usa un vocabulario muy autóctono, sobre todo a la hora de hablar de la
flora o la fauna locales, con términos como «cotoperí», «ñaragato», «bejucos»,
«pencas» o «cujíes».
En Casas vacías, los protagonistas principales, que regentan una
tienda, acabarán tomando la decisión de abandonar el pueblo y dirigirse hacia
oriente, hacia el mar. Seis años después de acabar este libro, debido a su gran
éxito, Otero Silva publicó una segunda parte, titulada Oficina Nº 1 (1961), que trata del surgimiento de un pueblo. Oficina Nº 1 empieza donde terminó Casas vacías, y Carmen Rosa, su madre
doña Carmelita y Olegario, un antiguo ayudante de la tienda, van a llegar a un
campamento petrolero donde está empezando a crecer un pueblo. Se quedarán allí
y montarán de nuevo su tienda. Oficina Nº
1 es una novela más coral que Casas
vacías, donde el narrador nos va a describir la vida de un grupo de
venezolanos que convive con otro grupo de norteamericanos en un pueblo que se
acabará llamando Oficina Nº 1, porque en este enclave será donde surja el
petróleo de la tierra por primera vez. Un elemento que me ha llamado la atención
de Oficina Nº 1 es que ha sido más
fácil para mí rastrear aquí en qué momento histórico está situando Otero Silva
sus historias, porque se habla por ejemplo de la invasión de Checoslovaquia por
los nazis, que tuvo lugar en 1938. También se dice que Carmen Rosa había llegado
al pueblo seis años antes, así que la acción de Casas vacías debe de ubicarse a principios de la década de 1930.
Además de sobre la Segunda Guerra Mundial la radio de la tienda de Carmen Rosa
también dará noticias de la guerra civil española. En realidad en Casas muertas se habla del gobierno de
Juan Vicente Gómez, cuya dictadura se extendió desde 1908 hasta 1935. Contra
Gómez se alzó el mismo Otero Silva, antes que sus personajes, lo que le hizo
tener que vivir en el exilio. Existe una intención política en la obra de Otero
Silva, en contra de la dictadura, los abusos poscoloniales de Estados Unidos en
su país y contra las malas condiciones laborales de los trabajadores. Sin
embargo, la fuerza de sus personajes prevalece sobre las premisas políticas de la
composición. Sin embargo, hay un momento extraño en Casas vacías (quitando las breves escenas que podrían recordarnos
al realismo mágico) donde se rompe el realismo de lo narrado y un grupo de
estudiantes, que pasan presos en un camión, camino de una cárcel cercana,
empiezan a hablar como si recitan poemas o sentencias del país en el que viven,
«Yo no vi las casas ni las ruinas. Yo solo vi las llagas de los hombres» o «Una
casa sin puertas y sin techo es más conmovedora que un cadáver.»
Diría que Miguel Otero Silva es
un escritor latinoamericano bastante olvidado en España, aunque me han
comentado también, en las redes sociales, que fue popular en la década de 1980,
cuando lo publicaba Seix Barral.
Quizás sus libros estén un peldaño por debajo de los otros escritores del boom
o el preboom latinoamericano que he citado aquí, como Gabriel García Márquez,
Elena Garro o Juan Rulfo. Pero que nadie me entienda mal, ese peldaño por
debajo le sigue dejando en una posición muy alta dentro de la narrativa
latinoamericana del siglo XX y es un autor que gustará, sin duda, a todos los
admiradores de los escritores citados, como a mí me ha gustado. Miguel Otero
Silva es un autor por redescubrir.
No sabes, David, lo mucho que me ha interesado esta reseña tuya sobre estas dos novelas de Miguel Otero Silva. No conocía el nombre de este escritor, pero sí el de todos los otros que citas en tu estupendo comentario sobre estos dos libros. Que haya sido influencia importante sobre otros sudamericanos como Elena Garro ("Los recuerdos del porvenir" lo he leído hace nada y aún estoy bajo los efectos de su lectura que me pareció impresionante) y en especial García Márquez me hace tomar nota de este venezolano y más pronto que tarde echarle un detenido vistazo.
ResponderEliminarEn cuanto a la posible presencia de un realismo mágico precursor del del Boom bien podría ser, pero ese momento que destacas en Casa Vacías en que " un hombre ve por la calle a otros hombres que portan un cadáver, se asustará al darse cuenta de que se trata de él mismo" me ha llevado mentalmente más a José de Espronceda y su "Estudiante de Salamanca" que a García Márquez. Pero conste que en Espronceda estamos ante un momento ciertamente mágico, de ensoñación y tal.
Un abrazo
Al final, todo está en los clásicos. Seguro que este libro de Otero Silva te gusta si te gustan todos los otros autores que cito aquí.
ResponderEliminarUn abrazo