domingo, 6 de octubre de 2024

Casas muertas y Oficina Nº1, por Miguel Otero SIlva

 


Casas muertas y Oficina Nº 1, de Miguel Otero Silva

Editorial Trotalibros. 430 páginas. 1ª edición de 1955 y 1961; esta es de 2022.

Epílogo de Jan Arimany

 

En junio de 2022, con motivo de la celebración de la Feria del Libro, Jan Arimany, el editor de Trotalibros, estuvo por Madrid y aprovechó, además de para vender sus libros en el Retiro, para organizar la presentación de una de sus novedades en la librería Taiga de Arturo Soria. Acudí a esta presentación y esta fue la primera vez en la que pude hablar en persona con Jan. Si no recuerdo mal, en la presentación de estas dos novelas de Miguel Otero Silva (Barcelona, Venezuela, 1908 – Caracas, 1985), tituladas Casas muertas (1955) y Oficina Nº 1 (1961), quitando a Jan y a mí, todo el mundo (presentadores incluidos) eran venezolanos. Allí estaba, por ejemplo, el escritor Juan Carlos Chirinos, con el que he coincidido en más de un acto literario. Acabó siendo un acto curioso, literario, pero en gran medida también político. Los venezolanos comentaban que Miguel Otero Silva había sido, durante muchas generaciones, una lectura obligatoria en los colegios del país y que, con los gobiernos de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, ya no lo era y estaba cayendo en el olvido.

 

Casas muertas, publicada en 1955, trata sobre el pueblo de Ortiz que lleva décadas languideciendo y convirtiéndose en un pueblo fantasma. Ya en la primera página, el narrador se refiere a Ortiz con el sobrenombre de «aquella aldea de muertos» y se narra un entierro. Ortiz, que es un pueblo del interior de Venezuela, está muriendo por la dejadez gubernamental, por los periodos de inestabilidad a los que le han llevado las guerras civiles y, sobre todo, por el paludismo, enfermedad que asola la región desde finales del siglo XIX.

La protagonista principal de la novela es Carmen Rosa, una joven de Ortiz, que se aísla de la decadencia exterior cuidando el patio de su casa. Así leemos en la página 15: «El patio era el más hermoso de Ortiz, posiblemente el único patio hermoso de Ortiz. En sembrarlo, en cuidarlo, en hacerlo florecer había empecinado Carmen Rosa su fibra juvenil, tercamente afanada en construir algo mientras a su alrededor todo se destruía. Tan solo el tamarindo y el cotoperí, plantados allí desde hacía mucho tiempo, nada les debían, salvo el riego y la ternura, a las manos de Carmen Rosa. Nacieron para soportar aquel sol, para endurecer sus troncos en la penuria, e igualmente erguidos se hallarían en el patio aunque Carmen Rosa no hubiera nacido después que ellos para regarlos y amarlos.»

Este párrafo de Casas vacías me ha recordado a otro que leí en Los recuerdos del porvenir de Elena Garro. Lo copio aquí: «En esta calle hay una casa grande, de piedra, con un corredor en forma de escuadra y un jardín lleno de plantas y de polvo. Allí no corre el tiempo: el aire quedó inmóvil después de tantas lágrimas. El día que sacaron el cuerpo de la señora de Moncada, alguien que no recuerdo cerró el portón y despidió a los criados. Desde entonces las magnolias florecen sin nadie que las mire y las hierbas feroces cubren las losas del patio; hay arañas que dan largos paseos a través de los cuadros y del piano. Hace ya mucho que murieron las palmas de sombra y que ninguna voz irrumpe en las arcadas del corredor. Los murciélagos anidan en las guirnaldas doradas de los espejos y “Roma y Cartago”, frente a frente siguen cargados de frutos que se caen de maduros. Sólo olvido y silencio. Y sin embargo en la memoria hay un jardín iluminado por el sol, radiante de pájaros, poblado de carreras, y de gritos. Una cocina humeante y tendida a la sombra morada de los jacarandaes, una mesa en la que desayunan los criados de los Moncada.»

En Ortiz se instalará también un militar prepotente que me ha recordado bastante al militar prepotente de Ixtepec, el pueblo de Los recuerdos del porvenir.

 

Los recuerdos del porvenir se publicó en 1963, ocho años después de Casas vacías, y tengo la impresión de que Garro había leído a Otero Silva. Igual que, debería decir desde ya, estas dos novelas de Otero Silva me han parecido una influencia clara sobre la obra de Gabriel García Márquez; sobre todo en novelas como La mala hora (1962) y Cien años de soledad (1967). En la Venezuela de Otero Silva ha habido más de una guerra civil, que enfrenta a los habitantes del pueblo, como ocurría en La mala hora, o en Oficina Nº 1, una compañía petrolera norteamericana extrae los recursos de la tierra venezolana, explotando a la población local, trabajadores a los que impiden formar un sindicato, aunque sea legal según las leyes del país. El tratamiento crítico de Otero Silva a la compañía petrolera me ha recordado al de García Márquez y su empresa bananera.

Como ocurría en el Macondo de García Márquez, en Ortiz también va a haber temporadas de lluvias sin fin. En una de ellas, se producirá una crecida del río Paya y las aguas traerán un becerro muerto. En la crecida del río del pueblo de La mala hora, las aguas arrastran una vaca muerta.

Casas muertas, aunque más tenuemente que en la obra de García Márquez, contiene algunas gotitas de realismo mágico. Así, uno de los viejos de Ortiz le contará una historia a Carmen Rosa en la que un hombre ve por la calle a otros hombres que portan un cadáver, se asustará al darse cuenta de que se trata de él mismo.  En la página 43 leemos: «Don Casimiro Villena cayó enfermo. La peste lo derribó con una fiebre que iba más allá del límite previsto por los termómetros. Su piel quemaba a quienes la tocaban, como las piedras de un fogón encendido.» (pág. 43) Este tipo de exageraciones, que invaden la realidad de lo contado, son muy propias también de García Márquez.

En la página 412, la descripción de uno de los personajes de Oficina Nº 1 me ha recordado de nuevo al estilo de García Márquez: «Matías Carvajal, maestro de escuela positivista, filósofo materialista, revolucionario de ideas concretas, veterano de cinco cárceles, peregrino de tres destierros, no se avergonzaba de las ganas de llorar que llevaba por dentro.» Es un párrafo que, en su construcción, me ha recordado a aquel tan famoso de García Márquez en Cien años de soledad: «El coronel Aureliano Buendía promovió treinta y dos levantamientos armados y los perdió todos. Tuvo diecisiete hijos varones de diecisiete mujeres distintas, que fueron exterminados uno tras otro en una sola noche, antes de que el mayor cumpliera treinta y cinco años. Escapó a catorce atentados, a setenta y tres emboscadas y a un pelotón de fusilamiento. Sobrevivió a una carga de estricnina en el café que habría bastado para matar a un caballo. Rechazó la Orden del Mérito que le otorgó el presidente de la república. Llegó a ser comandante general de las fuerzas revolucionarias, con jurisdicción y mando de una frontera a la otra, y el hombre más temido por el gobierno, pero nunca permitió que le tomaran una fotografía. Declinó la pensión vitalicia que le ofrecieron después de la guerra y vivió hasta la vejez de los pescaditos de oro que fabricaba en su taller de Macondo.»

En el Ortiz de Otero Silva hay niños que comen tierra, un detalle que también tendrá el Macondo de García Márquez.

 

De hecho, el primer párrafo de Casas vacías ya me ha hecho pensar en el estilo de García Márquez: «Esa mañana enterraron a Sebastián. El padre Pernía, que tanto afecto le profesó, se había puesto la sotana menos zurcida, la de visitar al obispo, y el manteo y el bonete de las grandes ocasiones.»

Sé que Gabriel García Márquez y Miguel Otero Silva eran amigos, así que doy por seguro que el primero había leído al segundo. No puedo asegurar que Elena Garro leyera a Otero Silva, pero me parece plausible.

 

Casas vacías se publicó en 1955, el mismo año que Pedro Páramo de Juan Rulfo. No creo que ninguno pudiera haber leído previamente al otro a la hora de publicar sus novelas, pero las dos tienen ideas confluyentes, y el Ortiz de Otero Silva también me ha recordado a la Comala de Rulfo. En Ortiz, los agonizantes acaban hablando con los muertos y, de forma continua, Otero Silva se refiere a su pueblo como un lugar de muertos o de fantasmas.

Dentro de toda esta corriente de influencias literarias, he llegado a pensar que no fue una casualidad que Otero Silva llamara al jefe de la empresa petrolera Mister Taylor, título (este de Mr. Taylor) del primer cuento del conjunto de relatos Obras completas (y otros cuentos) de Augusto Monterroso, que se publicó en 1959 y es, también, una crítica al poscolonialismo norteamericano.

 

El estilo de Otero Silva es bello y cuidado, aunque es, sin embargo, un poco menos recargado que el de García Márquez. Usa un vocabulario muy autóctono, sobre todo a la hora de hablar de la flora o la fauna locales, con términos como «cotoperí», «ñaragato», «bejucos», «pencas» o «cujíes».

 

En Casas vacías, los protagonistas principales, que regentan una tienda, acabarán tomando la decisión de abandonar el pueblo y dirigirse hacia oriente, hacia el mar. Seis años después de acabar este libro, debido a su gran éxito, Otero Silva publicó una segunda parte, titulada Oficina Nº 1 (1961), que trata del surgimiento de un pueblo. Oficina Nº 1 empieza donde terminó Casas vacías, y Carmen Rosa, su madre doña Carmelita y Olegario, un antiguo ayudante de la tienda, van a llegar a un campamento petrolero donde está empezando a crecer un pueblo. Se quedarán allí y montarán de nuevo su tienda. Oficina Nº 1 es una novela más coral que Casas vacías, donde el narrador nos va a describir la vida de un grupo de venezolanos que convive con otro grupo de norteamericanos en un pueblo que se acabará llamando Oficina Nº 1, porque en este enclave será donde surja el petróleo de la tierra por primera vez. Un elemento que me ha llamado la atención de Oficina Nº 1 es que ha sido más fácil para mí rastrear aquí en qué momento histórico está situando Otero Silva sus historias, porque se habla por ejemplo de la invasión de Checoslovaquia por los nazis, que tuvo lugar en 1938. También se dice que Carmen Rosa había llegado al pueblo seis años antes, así que la acción de Casas vacías debe de ubicarse a principios de la década de 1930. Además de sobre la Segunda Guerra Mundial la radio de la tienda de Carmen Rosa también dará noticias de la guerra civil española. En realidad en Casas muertas se habla del gobierno de Juan Vicente Gómez, cuya dictadura se extendió desde 1908 hasta 1935. Contra Gómez se alzó el mismo Otero Silva, antes que sus personajes, lo que le hizo tener que vivir en el exilio. Existe una intención política en la obra de Otero Silva, en contra de la dictadura, los abusos poscoloniales de Estados Unidos en su país y contra las malas condiciones laborales de los trabajadores. Sin embargo, la fuerza de sus personajes prevalece sobre las premisas políticas de la composición. Sin embargo, hay un momento extraño en Casas vacías (quitando las breves escenas que podrían recordarnos al realismo mágico) donde se rompe el realismo de lo narrado y un grupo de estudiantes, que pasan presos en un camión, camino de una cárcel cercana, empiezan a hablar como si recitan poemas o sentencias del país en el que viven, «Yo no vi las casas ni las ruinas. Yo solo vi las llagas de los hombres» o «Una casa sin puertas y sin techo es más conmovedora que un cadáver.»

 

Diría que Miguel Otero Silva es un escritor latinoamericano bastante olvidado en España, aunque me han comentado también, en las redes sociales, que fue popular en la década de 1980, cuando lo publicaba Seix Barral. Quizás sus libros estén un peldaño por debajo de los otros escritores del boom o el preboom latinoamericano que he citado aquí, como Gabriel García Márquez, Elena Garro o Juan Rulfo. Pero que nadie me entienda mal, ese peldaño por debajo le sigue dejando en una posición muy alta dentro de la narrativa latinoamericana del siglo XX y es un autor que gustará, sin duda, a todos los admiradores de los escritores citados, como a mí me ha gustado. Miguel Otero Silva es un autor por redescubrir.

2 comentarios:

  1. No sabes, David, lo mucho que me ha interesado esta reseña tuya sobre estas dos novelas de Miguel Otero Silva. No conocía el nombre de este escritor, pero sí el de todos los otros que citas en tu estupendo comentario sobre estos dos libros. Que haya sido influencia importante sobre otros sudamericanos como Elena Garro ("Los recuerdos del porvenir" lo he leído hace nada y aún estoy bajo los efectos de su lectura que me pareció impresionante) y en especial García Márquez me hace tomar nota de este venezolano y más pronto que tarde echarle un detenido vistazo.
    En cuanto a la posible presencia de un realismo mágico precursor del del Boom bien podría ser, pero ese momento que destacas en Casa Vacías en que " un hombre ve por la calle a otros hombres que portan un cadáver, se asustará al darse cuenta de que se trata de él mismo" me ha llevado mentalmente más a José de Espronceda y su "Estudiante de Salamanca" que a García Márquez. Pero conste que en Espronceda estamos ante un momento ciertamente mágico, de ensoñación y tal.
    Un abrazo

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  2. Al final, todo está en los clásicos. Seguro que este libro de Otero Silva te gusta si te gustan todos los otros autores que cito aquí.
    Un abrazo

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