En mi canal de YouTube he publicado un vídeo en el que especulo sobre quién será el próximo ganador del Premio Nobel de Literatura 2025, que se fallará el próximo 9 de octubre.
Dejó aquí un enlace a este vídeo:
En mi canal de YouTube he publicado un vídeo en el que especulo sobre quién será el próximo ganador del Premio Nobel de Literatura 2025, que se fallará el próximo 9 de octubre.
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Editorial Mondadori. 436 páginas. 1ª edición de 2003; esta es de 2006
Traducción
de Rafael Carpintero
En la primavera de 2025 compré de segunda mano, a través de Iberlibro, dos
libros de Orhan Pamuk (Estambul,
Turquía, 1952), premio Nobel de
Literatura de 2006. Fueron la novela El museo de la inocencia (2008) y el
libro de memorias Estambul (2003). Los compré con la intención de preparar un
viaje a Estambul en julio de 2025. Ya he vuelto de ese viaje. Había empezado Estambul en Madrid, unos días antes de
partir, leí gran parte de sus páginas en la propia Estambul y lo finalicé en
Madrid. Aunque estuve casi dos semanas en Estambul, los ajetreos del turista no
me permitieron sacar demasiadas horas para la lectura.
Pamuk comienza su libro evocando su más remota infancia. Fue un niño que
perteneció a la burguesía de Estambul, cuyo abuelo había creado una próspera
fabrica de telas que, tras su muerte, el padre de Pamuk y su tío empezaron a echar
a perder. Aunque vivió varias mudanzas, buena parte de su infancia la pasó en
el llamado «edificio Pamuk», donde convivía gran parte de su familia. La
familia había vivido en un palacio, pero –por problemas financieros– tuvieron
que alquilarlo y pasar a vivir en el edificio anexo. Para él existían dos
núcleos: el central, formado por su madre, su padre, su hermano (que le sacaba
dos años) y él, y luego otro grupo más amplio con tíos y abuelos. Que se
juntaran para comer, no evitaba las continúas peleas (que podían acabar en los
tribunales) entre los familiares, normalmente por temas de herencias y dinero.
Tampoco eran infrecuentes las peleas entre la madre y el padre, que,
durante la infancia de Pamuk, en más de una ocasión, se separaban y Pamuk
pasaba a vivir con algún familiar.
Me ha gustado el capítulo intimista en el que Pamuk recrea el surgimiento
de la culpa, momento que ocurre al tener erecciones involuntarias, recriminadas
por terceros. También me ha interesado la relación con la religión: los Pamuk
son una familia de acuerdo con la modernización del país, propuesta por
Atatürk, y, por tanto, creen en la occidentalización de Turquía. Pamuk nos
muestra que, de niño, tanto su familia como él, percibían la religión como
propia de los pobres y uno de los lastres que impedía la modernización del
país.
En el capítulo 4, titulado La amargura de las mansiones derruidas de
los bajás: el descubrimiento de las calles, Pamuk empieza a pasar de
sus recuerdos personales más privados a describir la ciudad de Estambul desde
una perspectiva más general. Pamuk no empezará a hablar de los cambios que,
desde el siglo XIX se han operado en el paisaje de la ciudad. Llama la
atención, por ejemplo, la pasión de los estambulíes por disfrutar del incendio
de las viejas mansiones de madera, muchas de ellas construidas a las orillas
del Bósforo. Estos incendios debían ser muy frecuentes, todavía en la juventud
de Pamuk, y se hayan documentados por los viajeros europeos que visitaban la
ciudad en el siglo XIX.
Durante más capítulos, Pamuk intercala los recuerdos personales con los
colectivos. Me ha gustado, por ejemplo, leer sobre las películas que se rodaban
en la ciudad, durante la década del 50 y 60. En Turquía había, por entonces,
una potente industria local, como en muchos más países de Europa. Luego, Pamuk
podía cruzarse por su barrio con los actores que hacían de extras en las
películas.
Hay capítulos del libro que se convierten en pequeños ensayos sobre algún
tema. Así, por ejemplo, el 7, titulado Los paisajes del Bósforo de Melling,
analiza los grabados que el alemán (de sangre italiana y francesa) Melling hizo
en el siglo XIX de la ciudad. En este capítulo se reproducen algunos de sus
dibujos y pinturas.
No lo he dicho aún, pero el libro está lleno de fotos, en blanco y negro.
Algunas de ellas pertenecen a la familia de Pamuk y retratan su vida íntima, y
otras reproducen calles de la ciudad y reproducciones de cuadros o grabados que
en el pasado se hicieron de Estambul.
En el capítulo 10 Pamuk no hablará de la amargura de la ciudad; una
amargura que acaba contagiando a sus habitantes.
Me ha impresionado el capítulo en el que Pamuk habla de los golpes que los
profesores daban a los estudiantes en su escuela, de los que él se libraba por
ser un buen alumno. El hecho de no haber hecho las tareas o molestar en clase
podían ser motivos para recibir una buena tunda.
Con la idea de documentarse para su libro, Pamuk leyó viejos periódicos de
la ciudad, y en el capítulo 16 recoge algunas frases que le han gustado, leídas
en artículos de opinión de distintas épocas.
Me han gustado, sobre todo, los capítulos en los que Pamuk habla de algunos
de los escritores que retrataron Estambul en el pasado. Resat Ekrem Koçu que era historiador y compuso la Enciclopedia
de Estambul, que, en principio, aparecía de forma semanal en un
periódico y luego se recogía en forma de libro. En esta enciclopedia, Koçu
recogía hechos del pasado, centrándose en lo macabro o extravagante, y Pamuk
disfrutó mucho en su juventud con ella. Me resulta curioso leer que Koçu, como
historiador, estaba interesado por el pasado otomano de Turquía, al igual que
el profesor de la universidad que era su maestro, y ambos tuvieron problemas
por tratar este tema ante las nuevas autoridades que exigían la occidentalización
del país y olvidar el pasado. Y, sobre todo, me ha interesado que Pamuk me
hablara de Ahmet Hamdi Tanpinar, un
novelista que, según él, es el que mejor refleja la amargura de Estambul. He
buscado información sobre Tanpinar y en España lo tiene traducido la editorial
Sexto Piso, con traducción de Rafael
Carpintero, el mismo traductor de Pamuk y, por lo que he visto, traductor
de todo (o casi todo) lo que de literatura turca llega al mundo hispano. A la
novela Paz de Tanpinar la llaman el «Ulises turco», por sus juegos con
las voces interiores de los personajes.
Pamuk nos va a hablar del que fue el barrio judío de Estambul y del barrio
de los rumíes, descendientes de griegos y que, a mediados del siglo XX, aún
conservaban su idioma en algunos comercios. Pamuk nos va a hablar también de
las campañas políticas en contra de las minorías y el intento de que todos los
habitantes de Estambul hablen turco y no otras lenguas, como aún ocurría en su
infancia. He estado, en este julio de 2025, de visita en los barrios de
Estambul donde Pamuk dice que vivían los judíos y los rumíes (Balat y Fener) y
diría que allí ya no vive nadie, como comunidad, que hable en una lengua que no
sea el turco. También nos hablará Pamuk de los ataques violentos que, en el
pasado, han sufrido estas comunidades. «En mis recuerdos de infancia queda como
parte de aquella limpieza cultural la manera en que se callaba a los que por la
calle hablaban en voz alta griego o armenio». (pág. 278)
Pamuk también nos hablará de los escritores europeos, como Théophile Gautier o Nerval, que en el siglo XIX visitaron
Estambul, como fuente de exotismo y como fueron creando mitos (algunos
trasmitidos de unos viajeros a otros) sobre la ciudad. Muchos de estos viajeros
estaban interesados, sobre todo, por el harén del sultán, una realidad, que nos
dirá Pamuk, para él, en el momento –a principios del siglo XXI– que escribe el
libro, le parece tan exótica como les parecía a aquellos escritores europeos.
También nos hablará de que a los estambulíes, aunque tolerasen una mirada
propia sobre sus miserias, no les gustaba que así la retratasen los
extranjeros, como, por ejemplo, los porteadores de mercancía con multitud de
cajas sobre sus espaldas.
Me ha llamado la atención la historia sobre cuando el escritor francés André Guide visitó Estambul, ya en el
siglo XX, escribió un artículo ridiculizando las vestimentas de los
estambulíes. Esto tuvo como consecuencia de Atatürk, en su deseo de
occidentalizar el país, prohibiera aquellas vestimentas antiguas u orientales.
En la página 338, cuando Pamuk se dispone a contar algo personal, como eran
las frecuentes peleas que tenía con su hermano, que siempre acababa perdiendo
al ser dos años menos, nos dice (a modo de disculpa, más seguramente ante sus
familiares que ante el lector), que a veces su memoria puede fallar y que, por
tanto, el lector debe dudar de sus palabras. Literalmente escribe: «Si lo
importante para un pintor no es el realismo de las cosas sino su forma, para un
novelista no lo es el orden de los acontecimientos sino su estructura, y para
un escritor de memorias no lo es la verdad del pasado sino su simetría».
Así que, por esta ley de simetría, ya que Pamuk empezó los primeros
capítulos del libro hablando de sí mismo y de sus familiares, va a terminar el
libro hablando también de sí mismo. En este sentido, el capítulo 35, titulado El
primer amor, se podía leer como un relato independiente y me ha
parecido una narración bellísima.
En primera instancia, la inclinación artística por la que Pamuk sintió
atracción fue la del dibujo y la pintura, que le ayudan a salir de la realidad,
a refugiarse en un espacio privado al que, de niño, quería trasladarse. También
gustaba de conseguir la admiración de la maestra o de los adultos por sus
conocimientos y, posteriormente, por la calidad de sus dibujos.
Pamuk empezará a estudiar arquitectura, pero en el segundo año perderá el
interés y preferirá vagar por la ciudad nocturna. Su hermano mayor se ha ido a
estudiar a Estados Unidos y su padre suele pasarse poco por casa, así que
acabará discutiendo con su madre, que teme que deje los estudios por
convertirse en pintor, algo que considera posible hacer en lugares como París,
pero no en Turquía. Al final, Pamuk le dará una noticia aún más inquietante: va
a dejar la universidad, pero no para ser pintor, sino escritor.
El estilo de Pamuk es bello y evocador, desarrollado en frases largas, en
las que va introduciendo muchas matizaciones, mediante frases subjuntivas.
Creo que hubiera sido mejor acercarme a un libro como Estambul habiendo
leído antes alguna de las novelas más famosas de Orhan Pamuk, pero al llegar ya
la fecha de mi viaje a Estambul barajé la posibilidad de empezar a leer El museo de la inocencia, antes que Estambul y me pareció más sensato, dadas
mis circunstancias vitales, empezar por el segundo libro. Ha sido una buena
experiencia leer la mayoría de las páginas de este libro durante mi estancia en
Estambul. No podría recomendar el libro como «guía turística» con la intención
de que vayan a llevar al lector a lugares físicos de la ciudad, porque el
libro, más bien, propone un viaje interior, un viaje hacia el espíritu
melancólico de la ciudad y, en este sentido, ha logrado que mi viaje a Estambul
se ha haya ido recubriendo de capas a las que no podría haber llegado de otro
modo. Seguiré con el autor.
Editorial Minotauro. 663
páginas. 1ª edición de 1963 a 1980; esta es de 2020
Traducción de Manuel Mata y Carlos
Gardini
Ya he comentado muchas veces que uno de los
mitos de mi adolescencia es el escritor de ciencia ficción estadounidense Philip K. Dick (1928, Chicago – 1982,
Santa Ana). En los años 90 leí bastantes de sus novelas y, una vez pasados los
treinta y cinco años, seguí con las que me faltaban. Sin embargo, me había
dejado sin leer sus cuentos, publicados en España por la editorial Minotauro en cinco volúmenes. En el verano de 2021 leí el
volumen 1, y he mantenido esta tradición –que acaba en el verano de 2025– con
la lectura del volumen 5. Tenía ganas de llegar a ya al volumen 5 porque los
cuentos que recoge este libro están escritos en su etapa de madurez y, según
críticos y lectores, es su mejor libro de relatos.
El volumen 1 reunía 25 cuentos, escritos entre 1951 y 1952; el segundo 27,
escritos entre 1952 y 1953; y el tercero 23, escritos entre 1953 y 1954. Hemos
de tener en cuenta que la primera novela de Dick, Lotería solar, no
apareció hasta 1956. El volumen 4 reúne 18 cuentos, escritos entre 1954 y 1964.
El volumen 5 contiene 24 cuentos y el periodo de su escritura abarca 17 años
(1963-1980), el más largo de los cinco libros.
El prólogo del volumen 5 está firmado por el escritor de ciencia ficción Thomas M. Disch, y, en él, Disch dice
que Dick fue tanto un escritor para escritores como para lectores. También dice
que su estilo literario no suele alcanzar grandes cotas, pero –como todos
sabemos ya a estas alturas– Dick tenía grandes ideas.
La cajita negra es el primer relato. Se trata de una
historia paranoica de persecuciones estatales, en el contexto de la Guerra Fría,
con –por ejemplo– comunistas chinos en Cuba. Lo que más me gusta de este relato
es que aparece la religión del mesmerismo, con sus cajas negras de empatía. Las
personas que las usan pueden acompañar a Mercer mientras sube a una loma y va
recibiendo pedradas. El FBI sospecha que Mercer representa la avanzadilla de
una invasión extraterrestre. Lo que me gusta es, como el propio Dick explica en
sus comentarios a los cuentos al final del libro, que este relato lo usó en la
composición de su famosa novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
(1968); La cajita negra se publicó en
1964. Normalmente, aunque muchas de sus historias tienen elementos en común,
Dick crea mundos diferentes en cada novela o relato; pero también resulta
agradable encontrar estas escasas confluencias dentro de su otra.
La guerra de los fnuls también trata de una
invasión extraterrestre; en este caso se trata de los fnuls, que periódicamente
tratan de tomar la Tierra. En esta ocasión lo hacen convertidos en vendedores
de inmuebles, con aspecto humano. Los fnuls no saben por qué, pese a su
camuflaje, los humanos siempre los detectan. En este caso, aunque estén
camuflados de vendedores de inmuebles, miden solo 60 centímetros. El cuento
contiene ese humor surrealista de Dick que resulta un tanto inmaduro, aderezado
aquí con algo de picante sexual, un tanto machista. No es este, desde luego,
uno de los mejores cuentos del libro.
El nivel mejora en el tercer relato, Artefacto precioso. Estamos en Marte
y en el planeta se están instalando colonos procedentes de una Tierra
superpoblada. El protagonista, Milt Biskle, es un antiguo soldado que perdió el
pelo y los dientes, como tantos otros, a consecuencia de su participación en la
guerra. El relato acaba siendo una crítica a las aglomeraciones de las grandes
ciudades de la Tierra. Milt quiere visitar los lugares de su infancia y el
lector acabará teniendo la sensación de que todo se trata de un simulacro,
ahondado en esa idea de las historias de Dick en la que la realidad que
percibimos (o nos hacen percibir) no acaba de ser la «real».
En Síndrome de alejamiento dos policías detienen el vehículo de un
hombre que conduce con exceso de velocidad. Aunque estamos en la Tierra, el
hombre piensa que se encuentra en Gamínedes y que tal vez ha asesinado a su
mujer. ¿Esto es real o es un falso recuerdo? De nuevo nos encontramos, igual
que en el anterior, con una historia de Dick en la que se plantea la «realidad
de lo real». El tercero y este cuarto son buenos relatos.
Una odisea terrícola, con sus 50 páginas, es
el relato más largo del conjunto. Trata de una California que ha sufrido una
guerra nuclear y de la vida de los supervivientes. Algunos animales, debido a
la radiación, ha desarrollado capacidades fantásticas, como, por ejemplo, el
hecho de una rata pueda tocar la flauta. Este detalle enseguida me hizo pensar
en la novela El doctor Moneda Sangrienta, que leí en los años 90 y que tenía
este argumento. La narración está repleta de sucesos inquietantes e
imaginativos. Este cuento se publicó por primera vez en las obras completas y
se trata de apuntes, o fragmentos, de la que iba a ser la novela El doctor Moneda Sangrienta. Me gusta el
relato, pero recomendaría mejor leer la novela, porque en mi recuerdo es una de
las mejores obras de Dick.
Su cita será ayer: un hombre despierta a
su rutina, y comienza con su tarea relativa a la única copia que queda de un
libro importante. En este relato hay robots y viajes en el tiempo, lo que hace
(esto último) que su planteamiento sea confuso y que no me acabe de gustar.
Combate sagrado: unos tipos sacan de la cama al
protagonista. Tiene que revisar una máquina que analiza el riesgo de estar
sufriendo la amenaza de una guerra o no. La máquina cree que ese riesgo existe,
pero los humanos del FBI piensan que puede estar fallando. Aunque algunas de
las pruebas a las que los humanos someten a la máquina para ver si tiene
capacidad real de analizar la situación me parecen un tanto ingenuas, el final
es tan inquietante que ha hecho que se eleve para mí el valor de este cuento y
que me acabe gustando bastante.
Un juego sin azar nos conduce de nuevo a
una colonia humana en Marte. La colonia va a recibir la visita de unos
feriantes del espacio. Esto pone en alerta a algunos de sus habitantes, ya que
el año anterior perdieron bastantes de sus bienes con las apuestas a las que
les llevaron otros feriantes. En esta ocasión, cuentan con la presencia de un
niño con poderes psíquicos, que puede ganar a los feriantes en sus juegos. Así
ocurre y recibe lo que en apariencia era el mejor regalo: unas muñecas robots.
Quizás han sido engañados y estas muñecas robots suponen en realidad una
amenaza. Este es uno de los cuentos que más me ha gustado del libro porque
tiene el encanto puro de Dick: si el lector analiza su estructura interna, la
lógica causa-efecto de sus ideas, comprobará que es un disparate de cuento,
pero contiene el misterio y la extrañeza propia de un cuento de Dick, que, en
ocasiones como esta, sigue una lógica propia ajena a la real, y esto –al menos
ante mis ojos– le da un gran valor expresionista o surrealista al cuento.
No por su encuadernación me gusta porque nos
remite a otro cuento de Dick: Más allá se encuentra el wub, que
está contenido en el volumen 1. Un editor de Marte trabaja sus libros
encuadernándolos con piel de wub, un animal de la fauna marciana. A pesar de
que el wub, al que perteneció la piel, está muerto, no así su piel, que tiene
capacidad para modificar el contenido del libro. De nuevo, es una narración
original, con una lógica absurda y bella propia del mundo de Dick.
En La revancha la policía interviene un casino regentado por
extraterrestres. Sin embargo, el protagonista consigue salvar una máquina del
millón. Como estamos dentro de un relato de Dick, la máquina del millón
desarrollará instintos homicidas contra nuestro protagonista. Puro Dick
paranoico.
La fe de nuestros padres: el protagonista va a
tener la oportunidad, gracias al consumo ocasional de una droga, de ver la
televisión de un modo alucinógeno, pero ¿y si estaba drogado antes y le hacían
ver una realidad alterada y lo que ve ahora, gracias a la nueva droga, es la
realidad? El mundo está dominado por un líder, que posiblemente no es quién la
población cree que es. De nuevo, puro Dick paranoico con la realidad.
En la página 371 tenemos el relato más corto del libro, pero con el título
más largo; se titula La historia que podrá fin a todas las
historias para la antología de Harlan Ellison, Dangerous Visions, y el
título es casi más largo que el microrrelato loco que viene después. Me ha
gustado del puro desconcierto que me genera.
La hormiga eléctrica es el que me ha
parecido el mejor cuento de todo el libro. El director de una empresa sufre un
accidente y pierde una mano, que le puede ser sustituida por otra biónica en el
hospital. En este lugar, va a descubrir que, en realidad, no es un humano sino
un robot, y que no trabaja en una empresa, sino que es propiedad de dicha
empresa. Esto le va a generar una terrible crisis existencial, que le va a
conducir a la autodestrucción. Es un relato bello y triste.
Cadbyry, el castor necesitado me hizo leer sus
primeras páginas con una sonrisa de incredulidad. El cuento está protagonizado
por un castor, al que su mujer presiona para que consiga más fichas de póquer,
cuya acumulación da la medida del estatus en este mundo de los castores que
crea Dick. A nuestro castor no le va a quedar más remedio que acudir en busca
de ayuda a un conejito psicólogo. Los problemas matrimoniales del castor son
evidentes, y empezará a ilusionarse cuando le surja la oportunidad de conocer a
una mujer que quizás pueda darle el amor que necesita. En este relato aparece
una mujer joven de pelo negro, que el lector de Dick sabe que simboliza a su
hermana melliza que falleció en el parto y a la que Dick siempre sintió a su
lado como una presencia sanadora. Hasta cierto punto, esta propuesta me ha
recordado al cuento Josefina la cantora o el pueblo de los ratones de Franz Kafka.
Este cuento lo escribió Dick en 1971 y no se publicó hasta que fue incluido
en esta antología. Esto pasa con algunos otros relatos del conjunto. Imagino
que por esta época, Dick estaba más centrado en escribir novelas y conseguir
publicarlas.
Algo para nosotros, temponautas trata sobre viajeros en
el tiempo. Un grupo de astronautas terrícolas ha sido enviado a la misión de
realizar un viaje en el tiempo. Un fallo hará que entren en bucle en un ciclo
temporal, que les permitirá, por ejemplo, asistir a su propio entierro. Es un
buen relato sobre las paradojas de los viajes en el tiempo, otro de los temas
recurrentes de Dick.
Las prepersonas es un relato inesperado. Dick nos habla
de una sociedad en la que los padres pueden decidir, hasta que los niños tienen
doce años, que ya no desean a sus hijos y el Estado puede retirarlos en un
furgón para llegarlos a un depósito, donde si, en el plazo de treinta días, no
son adoptados por nadie serán eliminados. El relato se puede interpretar como
una crítica al sistema de perreras, que recoge a animales domésticos
abandonados, pero también, y sobre todo, como una crítica a las leyes
proaborto. En su comentario final, Dick explica que este relato recibió
críticas, pero que él quería dejar clara su postura antiabortista. Sin
compartir su idea de fondo, he de decir que me ha gustado.
El ojo de la sibila es también un relato
extraño. En él, Dick empieza a hablar de la antigua Roma. Esto no es algo
infrecuente en su última etapa creativa, puesto que en su explicación paranoica
del mundo, él se sentía un cristiano primitivo trasladado a la California de 1970.
Este cuento acabará hablando de los años escolares de Dick y su vocación por la
escritura. Sin ser un buen cuento, estructuralmente hablando, me ha resultado
interesante por el tema autobiográfico.
El día que el señor Ordenador se cayó del árbol nos plantea la
discusión de un ciudadano con sus electrodomésticos, controlados por un
ordenador central que sufre episodios de locura. Uno de los protagonistas del
relato va a ser un empleado de una tienda de discos, oficio que tuvo Dick en su
vida real y que, a veces, aparece en sus historias. El ordenador central, como
una IA enloquecida, empezará a generar información falsa. Es un cuento
correcto, sin más.
La puerta de salida de adentro también trata del mundo
de los robots y del control estatal. Un joven ciudadano, de vida mediocre, es
agraciado con el premio de poder mejorar su formación. Descubrirá tarde que la
primera prueba a la que debe someterse es a un juego moral.
Cadenas de aire, redes de éter descubriré en el
comentario final que Dick lo uso para la su novela La invasión divida, que
he leído, pero que no recordaba, o al menos no recordaba este detalle. Es un
relato sobre la soledad, sobre dos personas, un hombre y una mujer, que viven
en cúpulas aisladas en un planeta remoto. Cuando la mujer es víctima de una
enfermedad, los dos empezarán a relacionarse más. Lo sorprendente de este
relato es que se publicó en 1979 y está perfectamente integrado en él el uso de
la IA con frases como estas: «En la pantalla grande apareció un mensaje. Era la
respuesta del Sistema de la IA, llegada con un día de antelación», «No era de
extrañar que el sistema de IA le hubiera notificado que el factor ético era
prescindible en este caso». Me gusta más que los anteriores.
Extraños recuerdos de la muerte no es un cuento de
ciencia ficción, sino que es un cuento realista sobre un hombre preocupado por
el desahucio de una vecina mayor y acaba siendo una reflexión sobre la locura.
El esfuerzo estilístico de Dick es aquí mayor que en sus otros relatos. Este
cuento me sorprende por inusual.
Espero llegar pronto trata sobre un viaje
intergaláctico de diez años, donde una nave espacial tiene la responsabilidad
de mantener dormidos a los sesenta tripulantes. Sin embargo, algo falla y una
de esas personas se despierta. La nave tendrá que ingeniárselas para que, en los
próximos diez años, no pierda la cordura y decide suministrarle imágenes de sus
recuerdos, con inesperadas consecuencias. ¿Lo real es real?
El caso Rautavaara nos presenta a unos
extraterrestres que, debido a las leyes interplanetarias, se ven en la
situación de ayudar a unos terrícolas que han sufrido un accidente cósmico. A
través de un cuerpo humano muerto, al que han intentado revivir, entrarán en
contacto con una deidad inesperada. Es un cuento inquietante, me gusta.
La mente alienígena nos presenta a una nave
que se ha desviado de su trayectoria por un suceso inesperado, que tiene que
ver con una mascota. Es un cuento escrito con afán bromista e inferior a otros.
Después de cinco veranos (y cuatro años)
esta aventura de leer los cinco volúmenes de los Cuentos completos de Phillip K. Dick ha llegado a su fin. La verdad
es que no podría afirmar, de forma contundente, que este quinto volumen sea
significativamente el mejor de todos. En muchos de sus relatos, se nos vuelve a
presentar el Dick juguetón, que escribe con intenciones cómicas, de sus
comienzos. Quizás en esta etapa última ya no trata de hacer, como al principio,
un giro final en los cuentos que les dé un nuevo significado, en muchos casos
chistoso, y que acababa arruinando un tanto el alcance global de la pieza. Creo
que había estado suponiendo que en este quinto volumen me iba a encontrar con
relatos que tuvieran más que ver con el mundo de la novela Valis, con las inquietudes más profundas de Dick sobre la realidad, y no
ha sido así. En cualquier caso, este Cuentos
completos 5 contiene piezas destacadas de la producción de Philip K Dick y,
en conjunto, me han acompañado bien en mis últimos inicios de verano. Ahora me
queda por leer la Exégesis de Dick. Espero no tardar mucho en acercarme a ella.
Editorial Planeta. 373
páginas. 1ª edición de 1957-59; esta es de 2022
Prólogos de Guillermo Saccomanno y
Juan Sasturain
Entre abril y mayo de
2025, empecé a recibir información sobre el estreno en la plataforma Netflix de la serie de seis capítulos El
eternauta, dirigida por Bruno
Stagnaro y protagonizada por Ricardo
Darín. También empecé a leer comentarios sobre que esta serie estaba basada
en un cómic mítico argentino del mismo nombre, que se publicó, por entregas,
entre 1957 y 1959, en la revista Hora
Cero. El cómic estaba escrito por Héctor
Germán Oesterheld (Buenos Aires, 1919 – Desaparecido, 1977) y dibujado por Francisco Solano López (Buenos Aires,
1928 – 2011). Ya he contado alguna vez que, cuando va a llegar el verano, me
suele apetecer leer libros de ciencia ficción o terror, porque son géneros que
asocio a la libertad adolescente de las vacaciones escolares, y me empezó a
llamar la atención este cómic de El
eternauta, con prometedoras dosis de ciencia ficción y terror. También he
contado más de una vez que me suelen gustar las narraciones apocalípticas. Se
lo solicité a Planeta Cómic para
poder leerlo y reseñarlo, y ellos me lo enviaron.
No es habitual que yo lea cómics, pero tampoco ha sido algo inédito en mi
vida adulta. He leído, por ejemplo, Todo Paracuellos de Carlos Giménez, o una amplia antología
de American
Splendor de Harvey Pekar.
No he visto la serie de Netflix, aunque me han hablado de ella; así que he
llegado al cómic con una mirada pura sobre lo que me iba a encontrar.
Recomiendo al lector del cómic que espere al final de su lectura para acercarse
a los prólogos de Guillermo Saccomanno
y Juan Sasturain, que acompañan a
esta edición de Planeta Cómic de 2022. Alguna vez he hablado en mi canal de
YouTube -Bienvenido, Bob- sobre la irrelevancia de los llamados «spoilers»
en la literatura, si pensamos que esta tiene más que ver con el «cómo se dice»
que con el «qué se dice». En otras palabras, para cualquier lector literario
que acometa, por primera vez, la lectura de El Quijote, debería ser
irrelevante, para el placer que va a obtener de un libro como este, saber que,
al final de la historia, nuestro loco de La Mancha, muere cuerdo en su cama o
no saberlo. Sin embargo, para una narración (sin dejar de ser literaria) como El Eternauta, donde la sorpresa y la
sensación de maravilla con que el lector se va a encontrar, casi en cada
página, revelar los secretos de la narración sí puede ser significativo.
Señalaré solo algunos asideros argumentales que ocurren muy al principio de la
historia.
De entrada, debería comentar que El Eternauta
cuenta con dos narradores principales (llegará a existir, durante unas breves
viñetas, un tercero). El primero de ellos es Oesterheld, el creador de la
historieta, que en una madrugada, sobre las tres de la mañana, trabaja en su
casa con la ventaba abierta para poder mirar las estrellas. Enfrente de la mesa
en la que escribe se empieza a materializar una figura, vestida con una ropa
extraña. Durante toda esa noche, esta «figura», a la que acabará llamando «el
Eternauta». Así se dará paso al segundo narrador de la historia, el Eternauta,
que nos contará que se llama Juan Salvo y que vivía en Vicente López, un
municipio al norte de la ciudad de Buenos Aires. Salvo no es alguien rico, pero
«mi pequeña fábrica de transformadores me permitía vivir a gusto» (pág. 17).
Cuando El Eternauta se materializa ante Oesterheld, se da una coordenada
temporal. Dice el Eternauta: «No necesitas contestarme, ya sé que estoy en la
Tierra. A mitad del siglo XX, alrededor del 1957» (pág. 14). En la viñeta
siguiente leemos: «Esto último lo dijo mirando los libros sobre la mesa. Y las
revistas: había un magazine de actualidad con la foto de Krushchev en la tapa».
En la página 87 se nombrará a la perrita Laika. Como vemos, el contexto
histórico en el que escribió el cómic es el de la guerra fría. Este dato será
importante para comprender cuál es la primera interpretación que los personajes
dan a los sucesos extraños de los que ellos van a ser testigos.
El Eternauta, le contará a Oesterheld que, la noche que comenzó toda su
aventura extraordinaria, se encontraba, como tantos otras veces, jugando al
truco en la buhardilla de su chalet con sus amigos. Su mujer, Elena, lee en la
cama, en la planta de abajo, y su hija, Martita, está ya durmiendo. Esta imagen
de los amigos jugando al truco enseguida se me hizo muy representativa de la
cultura argentina, pues el mismo Jorge
Luis Borges tiene un poema sobre el truco, que acaba siendo una metáfora de
la repetición, del eterno retorno, poema que apareció en Fervor de Buenos Aires
(1923). La apacible partida se ve interrumpida porque se va la luz. No se oyen
ruidos. Algo está sucediendo. Ha empezado a caer una inesperada nevada
fosforescente. Los amigos pronto se dan cuenta de que no deben salir de la casa
ni abrir las ventanas. Al entrar en contacto con los copos de nieve, las
personas mueren. «Todo hasta donde se podía ver, se cubría ya de aquella
nevada. Nevada irreal, nevada de dibujos animados Y mortal, terriblemente
mortal…» (pág. 20).
En su prólogo, Guillermo Saccomanno
nos explicará que existe una interpretación política sobre el tema inicial de El Eternauta, sobre esa nevada mortal en
Buenos Aires. En 1955, los cazas de la Marina de Guerra bombardearon la Plaza
de Mayo, tratando de acabar con el peronismo. Estos bombardeos mataron a más de
400 personas.
Los protagonistas de la historia, encerrados en la casa de Juan Salvo, que
aceptan rápido todo lo que está ocurriendo, sellarán cualquier apertura de la
casa con la idea de atrincherarse dentro. Pronto sabremos que la buhardilla de
la casa contiene bastante material útil para la supervivencia, porque Salvo y
sus amigos tienen aficiones científicas. Así, por ejemplo, Favalli, que va a
ser uno de los protagonistas de la historia, es profesor de física en la
universidad. Poco antes de que los acontecimientos extraños hayan comenzado,
por la radio han escuchado hablar de un ensayo radioactivo, por parte de
Estados Unidos, que ha generado polvo radioactivo. Otro de los amigos tendrá en
la buhardilla de Salvo un contador Geiger, lo que le permite comprobar si
afuera de la casa hay presencia radioactiva. Pronto sabrán que no, aunque la
suposición de que la muerte debida a la nieve fosforescente está relacionada
con las explosiones atómicas estadounidenses será una hipótesis a barajar en el
comienzo de la historia. Ya he dicho que nos encontramos en el contexto de la
Guerra Fría. Transformarán también una radio para que funcione a pilas y así
saber qué noticias llegan (si alguien está emitiendo) del mundo exterior. Y no
será difícil para ellos hacer trajes con una máscara incluida y un filtro, que
les permitan salir de la casa y explorar los alrededores sin sucumbir a la
toxicidad de la nevada.
Este comienzo, en el que los protagonistas poseen conocimientos científicos
y capacidad para usar materiales con los que fabricar productos, que les
ayudarán a salir adelante, me ha recordado a las historias escritas por Julio Verne. Aunque, cuando era niño,
acabé leyendo algunas de las novelas escritas por Verne, en principio recibí
sus creaciones en forma de cómics. Cuando tenía unos ocho años, mi padre me
regaló unos libros de tapas duras que se titulaban Grandes novelas ilustradas,
y el primero que leí contenía diez historias en forma de cómic, hechas a partir
de las novelas de Julio Verne; siempre contadas en 30 páginas. De hecho,
incluso la forma de dibujar los rostros de Francisco Solano López me ha
recordado a cómo se dibujaban algunos personajes de aquellas Grandes novelas ilustradas. Aunque, en
cualquier caso, debo añadir, que el detalle de los dibujos de Solano López es superior
a aquellos. He leído que, para esta edición de Planeta Cómic, algunos dibujos
originales han sido restaurados. Creo que también están aquí presentes los
trazos típicos de los cómics bélicos de la época.
El papel de las mujeres en el cómic es muy limitado (solo aparecen tres),
con roles muy secundarios, frente a los hombres, y en cualquier caso muy
alejados de la acción. Por lo que me han contado, esto ha sido actualizado en
la serie, otorgando a las mujeres más protagonismo.
Existe una primera parte del cómic en la que los personajes se organizan
para sobrevivir en la casa de Salvo, como si se trataran de Robinsones urbanos;
de hecho, se cita la obra de Daniel
Defoe. Quizás sea esta parte la mejor de la obra, la más misteriosa y
desconcertante. Los personajes se van a cruzar con otros supervivientes, con
los que quizás tengan que enfrentarse por conseguir los recursos escasos. En
este sentido, El Eternauta me ha
hecho recordar algunos planteamientos de series mucho más modernas como The
Walking Dead, que se empezó a emitir en 2010, más de 50 años después de
que apareciera el cómic argentino. The
Walking Dead está basado en un cómic, escrito por Robert Kirkman y dibujado por Tony
Moore y Charlie Adlard. Sin
embargo, los supervivientes decidirán unirse cuando descubran que tienen un
enemigo común, desconocido y misterioso.
El Eternauta se publicó en la
revista Hora Cero, entre 1957 y 1959, al ritmo de tres páginas por semana. Esto
hace que sea frecuente encontrar una última viñeta de página (que hacía la
tercera de esa semana) y que la siguiente recoja una información muy parecida,
que sirve para recordarle al lector el punto en el que se quedó la historia la
semana anterior. Sin embargo, esto no supone ningún problema para el lector
actual. He leído en algún comentario sobre el cómic en internet que, para los
cánones actuales, resulta excesivo su texto, porque hay pequeñas viñetas
verticales que no contienen dibujo sino simplemente texto explicativo. A mí
tampoco esto me ha parecido que fuera ningún problema. Sin embargo, sí que he
tenido la sensación de que hay ideas que, de forma continua, se repite su
exposición en el texto, o bien en la parte que corresponde al narrador, o en
los bocadillos de los personajes. Por ejemplo, en la primera salida de la casa
de Salvo, al observar la magnitud de la tragedia acontecida, al ver a los
muertos, repite varias veces la idea de que ellos tuvieron suerte por tener
todas las ventanas cerradas, pero que la gente a la que la nevada le pilló con
alguna puerta o ventana abierta pereció. Esto insistencia en ideas ya señaladas
es un rasgo de estilo, que se va a repetir a lo largo de la narración. Quizás
estos subrayados quitan algo de sutileza a lo contado; pero imagino también que
se tratan de convencionalismos del género, sobre todo en publicaciones que
había leer de semana en semana.
En cualquier caso, lo que verdaderamente consiguen Oesterheld y Solano
López es una historia vibrante y llena de tensión narrativa, en la que el
lector se encuentra siempre en vilo; siempre queriendo saber qué va a ocurrir
en la siguiente página (de hecho, más de una vez me he descubierto adelantando
viñetas con la vista, porque no podía contener la curiosidad). Es posible
también que una lectura más atenta o analítica nos haga cuestionarlos los
límites de la verosimilitud narrativa, puesto que la intensidad de lo contado
es tanta, que uno diría que los personajes no hacen nunca una pausa para dormir
o comer, por ejemplo. Por supuesto, Oesterheld y Solano López, en su afán de
rizar el rizo narrativo, va a situar a los personajes al borde continuo de
precipicios narrativos, y se van a librar de una muerte inminente por una
pirueta narrativa, a la que acceden por la casualidad o por una solución
improvisada a última hora; una casualidad o una solución improvisada común al
género de aventuras (muy usada en películas y novelas: se abre una trampilla al
final, los personajes se lanzan a un río desde un precipicio, etc.) que
podríamos llamar «el método Scooby-Doo» de resolución de escenas narrativas.
Con esto no quiero ser despectivo con los recursos narrativos de Oesterheld,
porque entiendo que la forma de narrar esta historieta ha de conducir, por
fuerza, a este tipo de resoluciones, donde juega un papel importante el pacto
narrativo entre autor y lector. También nos vamos a encontrar con otro
convencionalismo presente en este tipo de historias: van a morir muchas
personas según avanza la trama, pero si algún personaje ha sido individualizado
de forma significativa existen altas posibilidades de que su muerte sea
aparente y que aparezca de nuevo (cuando el lector le da por muerto) de forma
sorpresiva.
En realidad, pese a estos pequeños detalles, en apariencia negativos que
muestro aquí, y como ya he apuntado, me ha parecido que esta historieta era muy
adictiva y que el lector, de forma continua, desea seguir leyendo para saber
hacia dónde se encamina. Desde el principio, en cualquier caso, el lector sabe
que Juan Salvo tendrá que entrar en contacto con una máquina del tiempo, o un
aparato similar, para poder convertirse en «el Eternauta», un viajero del
tiempo.
El Eternauta tuvo una continuación,
a cargo de Oesterheld y Solano López, en 1976. Años antes Oesterheld se había
unido a los montoneros. Esto hizo que, con la dictadura de Videla, Osterheld
tuviera que vivir en la clandestinidad, y a veces dictaba sus textos desde un
teléfono para que los pudiera recoger Solano López. Finalmente, Oesterheld se
convirtió –junto con sus cuatro hijas y sus yernos– en uno de los desaparecidos
por la dictadura argentina. Elsa Sánchez, esposa de Osterheld, también fue
secuestrada, pero sobrevivió y se convirtió en una de las fundadoras de las
Abuelas de la Plaza de Mayo.
Planeta Cómic no ha sacado, al menos en España, esta segunda parte de El Eternauta, pero espero que, gracias
al éxito de la serie de Netflix, y la consiguiente revitalización de esta
historia, se plantee hacerlo; porque me interesaría leerla. En definitiva, El Eternauta me ha parecido una gran
historia, que he leído con gran sentido de la sorpresa y la maravilla, que es
como se deben leer las historias de aventuras.
Editorial Automática. 234 páginas. 1ª edición de 2020; esta es de 2025
Traducción y
notas de MaríaVútova
Me llega al correo electrónico, de forma habitual, información sobre las
novedades de Automática. Es una
editorial que me interesa, publica sobre todo libros de países del Este
europeo, de idiomas de los que es difícil encontrar traducciones en el mercado
literario español. Leí, por tanto, la ficha de prensa de Caravana para cuervos (2020)
de Eminé Sadk (Dúlovo, Bulgaria,
1996), que era «la nueva revelación de la joven literatura búlgara», y que
había escrito esta novela cuando tenía solo veintitrés años. En principio, la
dejé pasar, porque son demasiados los libros que quiero atender y, con mi
escaso tiempo libre, no puedo acercarme a todos. Más tarde, recibí información
sobre la novela Sonia pide la palabra de la rumana Lavinia Braniste, que, además, iba a estar en la Feria del Libro de
Madrid 2025, firmando sus libros y participando en una charla, durante la
segunda semana de la Feria. Me apeteció acudir a esta charla. Antes, me pasé
por la caseta de Automática, para comprar la primera novela de Braniste, Interior
Cero y que me la firmara. Las editoras –que ya me conocen por algunas
reseñas que he escrito de sus libros– me regalaron Caravana para cuervos de Eminé Sadk.
Aunque estaba leyendo el Volumen 5 de los Cuentos
completos de Philip K. Dick,
me apeteció hacer un alto en esta lectura y acercarme a Caravana para cuervos, que se iba a convertir en mi primera
incursión en la literatura búlgara.
El protagonista de Caravana para
cuervos es Nikolay Todorov, profesor de Geografía en un instituto desde
hace veinte años. Tiene cuarenta y seis años, está soltero, no tiene hijos y
sus padres ya han muerto. El día en el que comienza la narración, el Director
del instituto en el que trabaja ha decretado un día de fiesta, precisamente
porque Todorov ha ganado un proyecto europeo de renovación educativa (el
lector, aunque sienta curiosidad, no acabará sabiendo qué proponía Todorov en
este proyecto). Por la noche, los profesores, junto con el Alcalde de la
pequeña ciudad búlgara en la que viven, van a celebrar una fiesta en el
instituto. Al ser día de mercado, Todorov aprovechará el día libre en su honor
para visitar el mercadillo de la ciudad.
La narración está escrita en tercera persona y, de vez en cuando, se le
cede la voz a Todorov y conoceremos algunos de sus pensamientos. Este recurso
de ceder la palabra a los personajes, la narradora omnisciente también lo hará
con otros personajes.
La acción se va a situar en un mes de octubre bastante cálido, en el que
parece alargarse el verano; por efecto del cambio climático, parece insinuarse
en el texto. Esa primera mañana, Todorov tratará de ver el telediario: «Mostraban
imágenes dramáticas de enfrentamientos en la capital entre los manifestantes y
las fuerzas del orden», leemos en la primera página. Estas manifestaciones en
Sofia acabarán teniendo importancia en el tramo final de la novela.
Los alumnos que se cruzan con Todorov este día de mercado no parecen
tenerle demasiada simpatía, sino que se ríen de él cuando se cruza con ellos.
La fiesta que se ha convocado en el instituto, a causa del triunfo de
Todorov, va a devenir en un momento epifánico para él. Sus compañeros empezarán
a comer y a beber sin tino. «“¿Qué esperaba? ¿Qué diferencia puede marcar el
proyecto que hemos ganado si esta gente no está dispuesta a cambiar? Seguirán
exactamente de la misma manera…”, reflexionaba con pesar mientras observaba a
sus compañeros secarse el sudor de la frente.»; leemos en la página 38. Todorov
abandonará la fiesta y se juntará con otros personajes en la calle. Con ellos
iniciará una noche de excesos a la que no está acostumbrado. Esta misma noche
va a recibir una información sensible sobre su padre –muerto hace siete años–,
un profesor de Lengua de instituto, del que Todorov nunca ha sentido que
estuviese a su altura. «Mi mundo acaba de dar un vuelco. ¡Se me han juntado
demasiadas cosas!», le dirá Todorov a otro personaje en la página 54. Después
de esta extraña noche, Todorov va a tomar la decisión de cambiar de vida y, en
primera instancia, va a abandonar la pequeña ciudad en la que vive.
De un modo simbólico, Emilé Sadk ha elegido para su personaje la profesión
de profesor de Geografía. Parece decirnos la autora que Todorov es alguien que
conoce las capitales de todos los países del mundo, pero no cómo viven sus
gentes; y también –lo que acabará siendo más significativo en la novela–,
aunque Todorov conoce el nombre de todas las capitales de los países del mundo
y el nombre de los ríos que los atraviesan, no parece conocer la historia y a
las gentes de la región de Bulgaria en la que vive. Su viaje de descubrimiento
va a conducirle, de esta forma, a la región de Ludogorie, que, antiguamente, en
turco, se llamaba Deliormán.
Debemos saber que Eminé Sadk es una búlgara de origen turco. Esta doble
condición va a ser importante en la composición de la novela. Gracias a una
nota a pie de página –a cargo de María
Vútova, la traductora– sabremos que en las décadas de 1970 y 1980 el
gobierno búlgaro inició campañas de unificación del país, en contra de la
minoría turca. De esta forma, se cambiaron topónimos originariamente turcos por
otros equivalentes en búlgaro, y así la región de Deliormán pasó a llamarse
Ludogorie. En 1989, más de 360.000 turcos búlgaros fueron expulsados a Turquía,
lo que se conoce como «la gran excursión». Esto hizo que muchas zonas de
Bulgaria, donde vivían estos musulmanes, quedasen prácticamente despobladas. De
esta región de Europa, tan desconocida para un lector español, nos habla Eminé
Sadk.
Creo que la primera parte, la que nos muestra la vida y crisis de Todorov,
es la mejor resuelta del libro. Después de esa loca noche, la novela se va a
abrir a la aparición de nuevos personajes, como Mila, cuyo padre la abandonó y
se fue a Occidente, lugar al que luego emigraría su madre con su nueva pareja.
Mila vivía con su abuela, hasta que esta muere y se queda sola. Se dedicará a
visitar pueblos abandonados de la Bulgaria profunda, fotografiar objetos de sus
casas, que pueden ser usados, y encontrar a personas, en las redes sociales, a
las que donárselos. El lector avanzará en la lectura de la novela, sintiendo
que el personaje de Mila –que aparece en el segundo capítulo– pertenece a un
camino que no se va a transitar. Sin embargo, como la lógica narrativa nos
indicaba desde un principio, Mila acabará cruzándose con Todorov.
He tenido la sensación de que, en algunos momentos, las andanzas de Todorov
por Ludogorie se tiñen de un halo de irrealidad, de pérdida de verosimilitud
narrativa; ya que, por ejemplo, Todorov se cruzará con un grupo de gitanos
(otra de las minorías de la región) y tendrá con ellos algún problema cuyo
planteamiento me ha parecido un cliché. También se cae en alguna licencia sobre
el amor a primera vista, que me ha resultado un giro narrativo algo juvenil.
En cualquier caso, debería apuntar que la narración no es del todo realista
de un modo consciente, puesto que hay pequeñas escenas que nos pueden hacer
pensar en una especie de «realismo mágico del Este». En este sentido, por
ejemplo, cuando Mila empieza a tocar un piano roto en una casa abandonada
sucede lo siguiente: «Varias palomas adormecidas en las viejas vigas echaron a
volar y se posaron sobre el piano. Formaron una especie de joró. Daban vueltas en un círculo perfecto, como amantes del heavy metal, moviendo la cabeza adelante
y atrás, atrás y adelante.» (pág. 80) Este mundo del Ludogorie, un tanto loco,
me ha recordado al cine del serbio Emir
Kusturica y a películas como Gato
negro, gato blanco (1998).
Emilé Sadk usa un lenguaje de metáforas y comparaciones sorprendentes, que
mezcla lo tradicional (con toques poéticos), con lo moderno, como veníamos con
esas palomas que bailaban heavy metal.
Me ha llamado la atención de que en el original hay palabras en turco que usan
los personajes; tema que explica la traductora.
Caravana para cuervos se publicó en 2020,
cuando Eminé Sadk tenía veinticuatro años; y ya he dicho que la escribió con
veintitrés. Aunque en algunos momentos se nota cierta ingenuidad juvenil en la
composición de las escenas, o en la creación de efectos narrativos causa-efecto,
me ha parecido una novela fresca e imaginativa, que me ha hecho mirar hacia un
rincón de Europa –esa región de Bulgaria de la que fueron expulsados los
turcos– que desconocía totalmente. Desde luego, Caravana para cuervos no tiene la profundidad y la tensión
narrativa de Una carpa bajo el cielo de la rusa Liudmila Ulítskaya, que es el mejor libro de la editorial
Automática que he leído, pero hay que tener en cuenta que Ulítskaya es una
escritora madura, en la plenitud de su talento, cuando escribe una obra
magnífica como Una carpa bajo el cielo,
y que Eminé Sadk es una joven promesa de la nueva literatura europea y que,
como a tal, hay que celebrarla. Y hay que celebrar también que la editorial
Automática nos acerque a estas voces de la periferia de Europa, que no parecen,
en principio, apuestas económicas fáciles.