domingo, 2 de noviembre de 2025

El ala izquierda (Cegador I), por Mircera Catarescu


El ala izquierda
(Cegador I), de Mircea Cartarescu

Editorial Impedimenta. 422 páginas. 1ª edición de 1996; esta es de 2018

Traducción de Marian Ochoa de Eribe

 

En 2017 leí Nostalgia (1993) y Solenoide (2015) de Mircea Cartarescu (Bucarest, 1956). El primero lo compré y el segundo se lo solicité a la editorial Impedimenta y me lo enviaron. Fueron dos libros que me causaron una muy grata impresión y que me dejaron con ganas de leer más obras del autor. Sin embargo, tuve un pequeño mal entendido con los editores, porque cuando apareció en 2018 El ala izquierda (Cegador I) me lo enviaron sin yo solicitárselo. En aquel momento no me parecía interesarse leer la primera parte de una trilogía, de una novela sin acabar (al menos en España). En cualquier caso, me habría apetecido acercarme a Cegador cuando estuvieran traducidas al español las tres partes y poder leerlas seguidas. Cuando al fin, en 2022, los tres libros de Cegador estuvieron publicadas en España –gracias, entre otras cosas, al gran trabajo de traducción de Marian Ochoa de Eribe– tampoco me apeteció acercarme a ellos de forma inmediata. Lo cierto es que me abrumaban un poco sus casi 1.500 páginas y algunos comentarios que había leído en internet sobre los excesos artísticos de Cartarescu en esta obra.

Sin embargo, había visto que en la biblioteca de Ciudad Lineal, que me queda cerca de casa, tenían los tres volúmenes de Cegador y me apeteció acercarme a ellos en el verano de 2025.

 

He dudado si escribir una reseña de cada uno de los tres volúmenes del libro o una reseña conjunta. La primera parte se publicó en Rumanía en 1996 segunda parte en 2002; por tanto, seis años separan ambos libros, así que, quizás, sean obras conectadas, pero no se trate exactamente de la misma novela. Aún no lo sé. Cuando escribo esta reseña he leído apenas veinte páginas de El cuerpo.

 

El narrador de El ala izquierda es el propio Cartarescu, que nos empezará a hablar del Bucarest que veía desde las ventanas de su habitación, en la calle Stefan cel Mare, una calle que también aparecía en Nostalgia y Solenoide, y que, a todas luces, ha de ser la calle real en la que vivió el escritor durante su infancia y adolescencia. Cartarescu se va a describir a sí mismo como un adolescente demacrado y enfermizo, un adolescente que pronto se convertirá en un introvertido. Cartarescu, desde la mediana edad, reflexiona aquí –de forma autoconsciente, escribiendo en un cuaderno– sobre los días del pasado, y, aunque el texto está plagado de metáforas y poesía, la mayoría de estas páginas iniciales se mantienen dentro de los parámetros del realismo evocador. Así nos hablará, por ejemplo, de los días en los que había empezado a componer versos. En el realismo de estas páginas, se filtra también el surrealismo del mundo onírico, pues Cartarescu nos empezará a describir sus sueños, o pesadillas, lo que será uno de los temas recurrentes del libro, y que me han recordado –como ya ocurrió en Solenoide– a los mundos creados por H. P. Lovecraft.

 

En la página 47 se produce la primera ruptura de la novela, ya que, en las siguientes páginas, pasaremos de la narración intimista, en la que el autor rememoraba su infancia y adolescencia, a otra narración, en la que se habla del «clan de los Badislav», sin comprender el lector, al principio, si este texto guarda alguna relación con lo leído hasta entonces o no. Pronto sabremos que Cartarescu nos habla aquí de uno de sus abuelos, cuya familia emigró desde Bulgaria a Rumania. Esta historia del clan de los Badislav es la narración de un mito fundacional y la novela acaba de pasar a ser una novela fantástica, donde se nos describe una lucha bíblica entre ángeles y demonios. Existen páginas bellas en esta parte, como, cuando los viajeros, en su periplo europeo, se encuentran con mariposas gigantes debajo de un Danubio helado y se las acaban comiendo y haciendo abrigos con sus alas. Estas páginas me han recordado a la fundación mítica de Macondo que proponía Gabriel García Márquez en Cien años de soledad.

 

Cartarescu nos hablará de su madre (y en menor medida de su padre) como emigrante de un pueblo del interior de Rumanía hasta Bucarest, junto a su hermana. Llegarán a la capital en los años de la Segunda Guerra Mundial. Se narrarán algunas escenas realistas de estos años, así como de la pobreza de la posguerra. Gracias a una vecina, que se dedica al espectáculo, las hermanas conocerán a Cedric, un músico negro estadounidense que toca en un club de jazz. Esto acabará abriendo otro agujero en la novela, porque Cartasrescu nos llevará –más adelante– a las calles de Nueva Orleans para contarnos la historia de Cedric.

 

Además, irán apareciendo por estas páginas otros personajes secundarios, como un oficial de la seguridad de la dictadura comunista rumana y un hombre que limpia las estatuas de Bucarest. Estos dos hombres, como acabaremos comprendiendo, son el mismo.

 

En las páginas de El ala izquierda se muestran pasajes realistas, con detalles certeros, como cuando se nos describe la afición de la madre de Mircea por los cines de barrio en Bucarest y se habla de la pobreza y la tristeza de estos lugares, frente al consuelo que le procuraban en esos años grises. Y este realismo queda siempre entreverado por otro nivel narrativo, en el que los personajes se acaban topando con alguna pesadilla que irrumpe en la realidad. Por ejemplo, el hombre que limpia las estatuas va a descubrir una apertura en una de ellas que conduce a una gruta de elevados techos y, dentro de ella, se va a topar con seres extraños. Este tipo de construcciones, como ya dije al comentar Solenoide, me recuerdan a las de Lord Dunsany, que hablaba de ciudades gigantescas vistas en sueños, y también, claro, a H. P. Lovecraft, que es una presencia bastante presente en este libro. Lo habitual es que los personajes de El ala izquierda, tarde o temprano, entrando a un sótano o a ascensor, por ejemplo, se topen con estas presencias extrañas y desconocidas, las contemplen, y luego sigan con sus vidas, aunque las recuerden. Quizás estos capítulos simbolicen la presencia de lo desconocido y las pesadillas, con las que nos topamos en los sueños. Es cierto, también, que se pueden hacerse algo repetitivos, porque todas están construidas de un modo similar.

 

En un número importante de páginas del libro, el narrador, Mircea, reflexionará sobre el misterio de su propia existencia o experiencia. Hay páginas logradas con esto, pero también es cierto que estas páginas pueden hacerse excesivas y que también se tiende en ellas a la grandilocuencia del discurso. Por ejemplo, en la página 72 leemos: «¿Cuándo y por qué se desplazó la simetría? ¿Quién y cómo fabricó las diferenciaciones de los comienzos? ¿Quién pudo soportar el crujido inicial de la fisura del Todo? El futuro, que es alienación, alejamiento y enfriamiento, desgarró en miles de jirones el globo inicial, abrió heridas horribles en el cuerpo de la unidad del ser, huecos que se ensancharon cada vez más, separando los granos de sustancia y dejando que una sangre fotónica, gorgoteante, circulara entre ellos. Una noche purulenta envolvió cada corpúsculo, una esquizofrenia negra y desesperanzada. Simple y perfecto en otra época, el cosmos adquirió órganos, sistemas y aparatos, y hoy, grotesco y fascinante como una locomotora de vapor expuesta en la vía muerta de un museo, hace girar sus bielas y manivelas bajo una campana de cristal. E incluso la campana de nuestra mente está incorporada a la desolación cósmica, es un órgano interno que refleja el Todo al igual que una perla refleja por completo la carne martirizada de la concha.», este discurso continúa, en este tono, durante más unas diez páginas, hasta que Mircea une el Todo y el universo a la teoría de los chakras. Diría que estas son las partes que más me han sacado del texto, llegando a su paroxismo en las 40 páginas finales, donde toda esta grandilocuencia cósmica interna del narrador Mircea se une a la narración mítica y fantástica de la historia de Cedric en Nueva Orleans (inspirada en principio en el cuento La llamada de Cthulhu de Lovecraft). Reconozco que estas 40 páginas finales las he leído con una sensación decepcionante hacia la novela. Su grandilocuencia me ha resultado excesiva. Así, por ejemplo, en la página 401 leemos: «Así vagaremos, en la escalera de Jacob, eternamente, en la periferia de la Divinidad, en los descampados de la revelación, contemplando con añoranza el manantial de llamas desde la distancia. Porque no se puede entrar en lo eterno de forma gradual. El milagro no se produce en pasos sucesivos. Al otro lado de los muros hay otros muros, y más allá de los muros, otros muros, y el milagro es la perspectiva de los infinitos muros firmemente envueltos unos en otros, tal y como la rosa no es su núcleo, sino el perfumado envoltorio de pétalos, de márgenes, de superficies. También de golpe arrancarás la rosa de cristal de su tallo de iridio, porque no sirve de nada romperla pétalo a pétalo.»

 

Durante el texto son continuas las metáforas orgánicas: el cambio de las membranas, la carne, la sangre, las células.... explican muchos de los condicionantes de la vida humana.  De este modo, Cartarescu personifica objetos inanimados con metáforas orgánicas. Como ocurría en Solenoide, aquí también está presente la obsesión de autor por el mundo de los artrópodos, con especial presencia de los arácnidos, como los ácaros y las arañas, pero también de los insectos, como, en este caso, las mariposas, que en principio, y de forma contraria al léxico con el que invoca a los arácnidos, sí que parecen estas últimas, las mariposas, evocadas de forma positiva, como símbolo de la transformación a la que nos somete el tiempo. «Estamos entre el pasado y el futuro como el cuerpo vermiforme de una mariposa entre sus dos alas.» (pág. 75)

En más de una ocasión aparecerán en el texto largos enunciados de imágenes, que actúan como un Aleph borgiano. Es este un recurso que puede hacerse repetitivo y que, en alguna ocasión, rompe el ritmo narrativo.

También aparecerá en el texto el término «cegador», como una forma de cerrar algunas escenas. Los personajes se han de enfrentar a una luz, a una realidad, o una verdad que resultan cegadoras y así se pone fin a la escena.

 

El ala izquierda tiene momentos muy destacados, como por ejemplo, cuando Mircea sufre una parálisis facial y tiene que ser ingresado en un hospital. La descripción de sus curas, los otros enfermos (la novela abunda en la descripción también de enfermedades humanas y malformaciones), las enfermeras… me ha parecido muy lograda. En alguna ocasión, me ha hecho pensar, esta parte de la novela, en algunas páginas de Thomas Bernhard, en las de El aliento. En esta parte parece haber, además, un homenaje al Ernesto Sabato del Informe sobre ciegos. Pero otras páginas, en las que Mircea une su mente al cosmos y el tiempo, me han resultado excesivas. De hecho, como también hay páginas autorreferenciales, Cartarescu se refiere, más de una vez a su manuscrito, como «libro ilegible» y, en más de una ocasión, este término no es irónico.

Me gustaría destacar la ambición y la plena libertad creativa que despliega Cartarescu en este libro, que, en el caso de no ser un escritor reconocido al presentarle el manuscrito a su editor rumano, imagino que este no habría querido publicárselo tan y como ha llegado a nosotros, sino que le hubiera pedido que hiciera recortes. De hecho, creo que con recortes Cegador sería una obra más vendible, más comercial; aunque (y paradójicamente, pese al éxito real de Cartarescu) este no parece uno de los objetivos del autor.

Diría que toda esta mezcla de tonos y planos narrativos estaba llevada de un modo más armónico y controlado en Solenoide, que es una obra posterior. Ya estoy leyendo Cegador II, El cuerpo, y ya lo comentaré también. 

domingo, 19 de octubre de 2025

Cuentos reunidos, por Cynthia Ozick


Cuentos reunidos
, de Cynthia Ozick

Editorial Lumen. 718 páginas. 1ª edición de 204; esta es de 2024

Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino

 

Uno de mis planes lectores –desde hace tiempo– consiste en leer libros de cuentos de escritoras norteamericanas. En mi lista tenía anotados nombres como Lorrie Moore, Alice Munro, Cynthia Ozick, Grace Paley, Flannery O'Connor, Katherine Anne Porter, Eudora Welty, etc. Así que en esta ocasión le tocó el turno a Cynthia Ozick (Nueva York, 1928). Había hojeado su libro de Cuentos reunidos (Lumen, 2015) en la biblioteca de Pueblo Nuevo, en Madrid, que suelo frecuentar, pero un día de 2024 lo vi nuevo en una librería de segunda mano, de la calle Fernán González, y no me pude resistir.

 

De entrada, me gustaría señalar que este volumen tiene más de 700 páginas y que está constituido por solo diecinueve relatos. Es decir, que se trata de relatos en general bastante largos. De alguno de ellos podríamos hablar de novelas cortas, en realidad.

 

Cynthia Ozick es una escritora neoyorkina, cuyos padres eran rusos judíos. El tema del judaísmo será fundamental en su obra. Sabe hablar yiddish, idioma que aprendió de su abuela, y uno de sus tíos era hebraísta. Al final del libro hay un glosario de cuatro páginas de términos en yiddish, una lengua que –antes del Holocausto– la hablaban los judíos del Este de Europa, en países de la actual Polonia, Rusia, Ucrania, etc. Un idioma, con raíces hebreas, alemanas y de leguas eslavas, que llegó a ser hablado por más de once millones de personas. La pervivencia o no del yiddish en América también será un tema importante en estos cuentos.

 

A continuación, haré un pequeño comentario de cada narración:

 

El rabino pagano es uno de los cuentos en los que el tema del judaísmo se encuentra más presente. El narrador nos va a hablar de un amigo que se acaba de ahorcar. Fueron compañeros en el seminario rabínico. Sus dos padres eran rabinos y, en el pasado, establecieron una competición para ver cuál de sus hijos llegaba más lejos. De esta competición, se bajó nuestro narrador y su padre no le perdonó nunca. Es una dura relación sobre la cultura judía en América. «Padres como los nuestros no saben amar» (pág. 12), dirá uno de los personajes. El narrador visitará a la mujer de su amigo muerto y esta le dejará leer un manuscrito de su marido. El texto nos hará pensar que el amigo muerto perdió la cabeza, entregado, en un delirio sexual, a una «dríade», o ninfa de los bosques. Es el cambio de planos que se produce en la narración, la convierten en un texto extraño, kafkiano, angustioso.

 

Envidia, o el yiddish en América, con sus 70 páginas, es más una novela corta que un relato. El personaje principal, llamado Edelshtein, tiene 67 años y lleva 40 viviendo en América. La acción de desarrolla en 1968. Ozik tiene casi cien años, y su primer libro de cuentos, titulado El rabino pagano y otras historias se publicó en 1971.

 Edelshtein es un judío europeo, cuya lengua materna es el yiddish. Es un gran lector de escritores judíos norteamericanos, pero siempre le defraudan, nunca están –estos escritores– a la altura de los verdaderos dramas judíos. Le pagan por dar conferencias sobre el asesinato del yiddish, asociado a la muerte de los judíos en los campos de concentración. Además, es poeta, que escribe sus versos en yiddish y los publica en la revista de un amigo, que también es poeta yiddish. Nuestro narrador odia a un escritor de relatos yiddish, cuyas traducciones al inglés le hacen ser un escritor leído y prestigioso. Edelshtein piensa que el yiddish de este escritor es muy pobre y es celebrado solo gracias al trabajo de su traductor. Edelshtein se convencerá a sí mismo de que si tuviera un buen traductor del yiddish al inglés su arte sería debidamente reconocido. Es esta una narración satírica sobre las aspiraciones artísticas y sobre las envidias literarias cargada de fuerza, sobre todo, porque, además, todo lo anterior está narrador sobre la dura tragedia de la desaparición de una lengua y de la desaparición de los hablantes en las generaciones más jóvenes de la diáspora.

Creo que Envidia, o el yiddish en América es mi narración favorita de todo el libro. Aunque debería señalar, desde ya, que está escrito más como una novela, con desarrollos amplios de las ideas y de los personajes, que como un relato. Es decir, en este cuento, y en la mayoría de las piezas del conjunto, no vamos a encontrarnos ese juego tan sutil de la narrativa breve norteamericana de contarnos dos historias, una más en la superficie y otra más subterránea que, al final, será la que cobrará más preponderancia y dará sentido al relato con su fuerza oculta. Tampoco nos vamos a encontrar aquí, como ocurría en los relatos de Raymond Carver, por ejemplo, con un brillante momento epifánico final, sino que los finales de las narraciones de Ozick serán más abiertos, o más contundentes, construidos más con el peso de una novela que, como ya he dicho, de un relato.

 

La bruja de los muelles es el tercer relato y lo cierto es que después de la intensidad de los dos anteriores, describiendo los dramas de los judíos en América, no estaba seguro de si Ozick iba a poder escribir todos sus cuentos con la intensidad mostrada en esos dos. Por este motivo, ha sido agradablemente desconcertante ver cómo la autora cambiaba de temas y de registos en La bruja de los muelles. El relato, en primera persona, nos habla de un joven de la América Profunda, un joven del Medio Oeste (que no parece tener nada que ver con los judíos) que se licenció como abogado, ha emigrado a Nueva York y trabaja en un bufete que gestiona las entradas y las salidas de los barcos del puerto. Allí va a conocer a una extraña mujer, de edad indefinida, que se hace llamar a sí misma «Ondina», por la que va a empezar a sentir una atracción que puede ser para él aniquiladora. El relato empieza siendo realista, pero no tardaremos en comprender que, en verdad, nos encontramos aquí con una narración fantástica; con un cuento que acaba siendo de terror. La lectura de La bruja de los muelles me hizo replantearme la lectura del primer cuento del libro. ¿Es El rabino pagano un cuento de locura o es un cuento de terror? Esta ambigüedad y amplitud de temas que voy encontrando en el libro me gusta.

En este tercer cuento, descubro un curioso rasgo de estilo: a Ozick le gusta añadir a la descripción de sus personajes detalles feístas; así en la página 134 leemos: «Volvía con andar cansino, apesadumbrado y eructando mostaza». Será normal en estas narraciones que sepamos que a los personajes les huele el aliento o que eructan.

 

Estos tres cuentos suman ya 150 páginas.

 

En La maleta aparecen de nuevo personajes judíos, pero de un modo indirecto. El señor Hencke, vive en Estados Unidos, pero es de origen alemán y fue piloto de avión en la Primera Guerra Mundial. Hencke vive en Virginia y ha viajado hasta Nueva York para asistir a la exposición de pintura de su hijo, de cuyo talento desconfía. En el relato van a aparecer muchos personajes, sobre todo en la fiesta de inauguración de la exposición, y esto va a dar pie a que una mujer, de origen judío, eche en cara a Hencke algunas desgracias que le ocurrieron a su familia en Alemania. «Era de las que, veinte años después de la guerra de Hitler, no se compraba un Volkswagen. Abundaba en gestos morales aborrecibles, ¿y en contra de qué? ¿A quién se podía culpar por la historia?»

Es un cuento correcto, donde se juega, como característica nueva, con la profusión de diálogos, pero carece de la fuerza epifánica que puede tener un cuento urbano de Raymond Carver o John Cheever.

 

La mujer del médico me parece un cuento emparentado con el anterior, que retrata conflictos domésticos de personajes estadounidenses “goyim” (no judíos). En él, tres hermanas organizan la fiesta de cumpleaños de su único hermano soltero, que va a cumplir cincuenta años. Todavía no han perdido la esperanza de que se case y, para ello, invitarán a la fiesta a una mujer soltera, más joven que él. Pero el médico parece haberse enamorado de una imagen perfecta, de una «amiga desconocida» que aparece en una foto de una biografía de Chéjov. Creo que con todas las pistas dadas (el protagonista es médico, como Chéjov; tiene tres hermanas, construcción que evoca el título de una de las más famosas obras de teatro de Chéjov, y se enamora de una imagen que saca de una biografía de Chéjov) queda claro que este relato es un homenaje al maestro ruso. Además, en su consulta, de un barrio pobre, recibe las visitas de clientes italianos y negros, que no se juntan en la sala de espera y se miran con desconfianza. El médico tratará de arreglar esta situación, pero fracasará como fracasan los personajes de los cuentos de Chéjov, llenos de buenos sentimientos, que acaban resultando inoperantes.

Este cuento, más intimista y con menos diálogos, me ha gustado más que el anterior.

 

En Virilidad un narrador testigo nos hablará de su relación con el poeta Edmund Gate, que murió joven, pero que en vida fue toda una celebridad literaria. Aquí sí que hay un tema judío de fondo, ya que Gate llega a América, pasando por Inglaterra, donde tiene una tía, huyendo de las malas condiciones de su Rusia natal. Gate sabrá que toda su familia rusa ha muerto en un pogrom. Así que Gate será un joven huérfano en América, lleno de entusiasmo por prosperar y pensará –nos dirá nuestro narrador, que le contrata para trabajar en su periódico– que puede llegar a ser un gran poeta, simplemente con la ayuda de un diccionario y sin leer nunca un libro de poesía. Sin embargo, a Gate le espera alcanzar un éxito inesperado con la poesía. La descripción de este éxito es tan exagerada, que el relato deja aquí de ser realista y pasa a ser expresionista debido al uso de este recurso satírico. Tiene 55 páginas y vuelve a ser una novela corta. El final es, quizás, un poco previsible, porque antes de alcanzar sus últimas páginas el lector ya va intuyendo que Ozick se ha propuesto en él hacer una crítica al machismo que, en la época en la que está escrito, predomina en el mundo del arte, donde –nos muestra ella– parece ser preferible la obra de un hombre (si es joven mejor) a la de una mujer (si es adulta o mayor peor). Además del tema del judaísmo, otro de los temas tratados en estos cuentos será el del machismo. En cualquier caso, me ha gustado más que los dos cuentos anteriores, y sobre todo me ha agradado los pequeños detalles de ciencia ficción que tiene, puesto que nuestro narrador nos está contando desde un presente que, para nosotros, es el futuro. Así se hablará de un astronauta que acaba de regresar de un viaje por los confines de la Vía Láctea. Este uso sin complejos de la ciencia ficción me ha recordado a las propuestas de la escritora canadiense Margaret Atwood.

 

El cuento Una educación nos habla de Una Meyer, una joven estadounidense goyim que se va a ver fascinada por un joven matrimonio de judíos de origen ruso con un bebé. Con sus 55 páginas, el relato está planteado como una novela breve, puesto que se producirán en él varios saltos temporales. Una empezará a vivir con esta pareja y se acabará convirtiendo más en una criada que en una amiga; pues su fascinación por el supuesto talento de la joven pareja –sobre todo del chico, enfrascado en escribir un ensayo filosófico– le hará aceptar múltiples sacrificios por ellos, que desde el punto de vista de una narración realista se hacen bastante absurdos, y el relato (como ya ha ocurrido en narraciones anteriores) habrá que mirarlo desde el prisma del expresionismo y la deformación satírica. Quizás al emplear este recurso (ya lo sentí también con el relato anterior), como crítica social a las situaciones planteadas, se simplifica la realidad y la historia pierde la sutilidad de las confusas relaciones humanas, que, otros escritores, como Philip Roth o Jonathan Franzen, a mi juicio, saben manejar mejor que Ozick.

Este cuento, como otros del conjunto, contiene una crítica al machismo de la época, según el cual las mujeres deben sacrificarse por el trabajo intelectual de los hombres. Además, como en una fábula cruel y grotesca, el sacrificio de Una por el joven matrimonio, en vez de ser agradecido se transformará en culpabilidad por sus futuras desgracias. Es una buena narración.

 

Hemos llegado a la página 342 y el libro, hasta aquí, contiene siete relatos. A partir del octavo, nos encontraremos con algunas narraciones más cortas.

 

En Del cuaderno de notas de un refugiado un emigrante judío europeo describirá, en su primera parte, en el cuaderno que nos anuncia el título, cómo era la habitación de Freud, y en la segunda parte nos encontraremos con un relato de ciencia ficción sobre un planeta donde estuvo de moda que las personas pudientes tuvieran a su disposición un taller de costura formado por mujeres. También aquí se plantea una crítica al machismo; pero las dos partes del relato no tienen que ver entre sí; así que se trata de dos relatos hilados por un hilo que no existe, y lo cierto es que no me ha gustado. Me ha parecido una narración sin objeto.

 

En Cómo ayudar a T. S. Eliot a escribir mejor (Notas sobre una bibliografía definitiva) Ozick nos va a hablar del primer poema que Eliot publicó en una revista de Nueva York. Se nos narrará el primer encuentro del joven poeta con el editor de una revista, y la narradora insistirá mucho en el lastre que para Eliot supone ser un artista aún desconocido. Esto hará que el editor quiera corregirle el poema para publicarlo.

En muchos de estos cuentos se habla del proceso artístico y de escritores, de los mecanismos de legitimación del prestigio o del éxito; y este, junto con los temas del judaísmo y el machismo, será un tema importante en el libro.

Este cuento me ha parecido correcto, pero sin brillo.

 

En Usurpación (Las historias de los demás) volvemos a una historia sobre escritores judíos. Aquí se indagará sobre la idea de a quién pertenecen las historias que un artista utiliza para crear. Empieza siendo una historia cotidiana, ambientada en un acto literario, para acabar llevándonos a narraciones míticas sobre judíos, narraciones sobre el deseo de triunfar y las condenas que esto conlleva. Se juega aquí a la idea del relato dentro del relato y el resultado me ha acabado resultando algo confuso.

 

La mariposa y el semáforo me ha parecido el peor relato de esta antología. Sin personajes, se empieza describiendo las calles de un pueblo en 1949. En este cuento los semáforos conducirán a una discusión sobre las religiones monoteístas o politeístas. Creo que Ozick ha construido esta historia con la teoría del caos del efecto mariposa, pero el juego no me ha resultado interesante.

 

Un mercenario, sin embargo, me ha parecido una narración brillante, imaginativa y con gran desarrollo de personajes. El personaje de esta narración es un judío, de origen polaco, que acaba siendo, en Estados Unidos, el representante diplomático de un pequeño país africano. En el relato asistiremos a su ascenso, gracias a su carisma, en las televisiones de Estados Unidos y la relación con su amante, o su ayudante, un negro africano, originario (esta vez sí) del país africano del que él es embajador. El cruce de las distintas miradas sobre el mundo de sus personajes, según su origen, me ha parecido que está ejecutado de un modo talentoso. Me gusta su final, en el que se reflexionaba sobre la identidad del judío como «impostor», una idea sobre la que ya había leído en las novelas y cuentos del escritor judío guatemalteco Eduardo Halfon; que, estoy seguro, ha sido lector de Cynthia Ozick.

 

En Derramamiento de sangre el personaje, un judío de Nueva York, se adentra en el Medio Oeste para visitar a una familiar que vive en un pueblo de judíos supervivientes del nazismo. Allí vivirá un tenso encuentro con un rabino (superviviente de Buchenwald) que no lo considera un judío verdadero. Es un cuento correcto, pero carece de la verdadera fuerza epifánica de los grandes relatos estadounidenses que he leído.

 

Me gusta Disparos, narrado por una fotógrafa profesional de treinta y seis años. Nos hablará de su fascinación por Sam, que da conferencias sobre la historia de países sudamericanos. Sam se siente desgraciado con su mujer, aunque considere que esta es extraordinaria.

 

Los protagonistas de Levitación son una pareja de escritores. Él es judío y escribe sobre su condición de judío, ella es una goyim, convertida al judaísmo, que escribe sobre la vida cotidiana. El relato trata sobre una fiesta que organizan en su piso y la decepción que sienten porque acaba por no ir nadie relevante del mundo de la cultura. La mujer escucha, al final, con cierto hastío el testimonio de uno de los judíos de la fiesta, superviviente del Holocausto. «Cada uno de los judíos era Jesucristo», acabará pensando. Reflexionará sobre la idea de que se ha insensibilizado sobre las historias del Holocausto porque ha visto imágenes, y que lo mismo le ocurriría si hubiera imágenes sobre la Crucifixión. «Si una cámara hubiera grabado la Crucifixión, el cristianismo se hundiría, la gente se insensibilizaría. La crueldad nacía de la imaginación, y era la imaginación la que debía ser testigo» (pág. 529). El refugiado, en el salón de su casa, acabará describiendo lo que se ve en las películas, aunque sea su propia experiencia. Al final, Lucy (la protagonista) entrará en una ensoñación que le hará extrañar a Jesucristo. El cuento acabará siendo una metáfora sobre la incapacidad de los judíos de hacer comprender su drama al resto de la sociedad.

 

En Fumicato tiene casi 50 páginas y volvemos al estilo narrativo de las novelas cortas. Un crítico de arte y literatura viaja a la Italia fascista para dar unas conferencias. En el relato se creará interés mediante la técnica de adelantar información. Frank Castle, en contra de lo que parece mostrar su personalidad apocada, a los treinta y cinco años, sucumbirá a los encantos mundanos de una joven italiana que trabaja como camarera de cuarto en el lugar en el que se aloja, a la que en el relato se identificará con «la musa tosca de Italia». Castle, aunque trate de escapar de un destino que no le parece el más indicado para sus intereses, parece víctima de un hechizo. El planteamiento de este relato me ha recordado al tercero, al titulado La bruja de los muelles, pero este acababa siendo abiertamente fantástico y En Fumicato no del todo, pero casi. Pese a que el relato puede ser un tanto previsible, me ha gustado la capacidad de fabulación que despliega Ozick en él, como por ejemplo, ese detalle de que el escenario de fondo del relato, en vez de ser el contemporáneo a la escritura del relato, sea la Italia de Mussolini, que no es algo fundamental, pero que añade matices y riqueza a la trama.

En Actores volvemos al mundo de los artistas, aunque en este caso en vez de ser escritores, Ozick elige a un actor ya mayor, que se ha ganado la vida ejerciendo su profesión en teatro, cine y televisión, pero que nunca acabó de destacar y que, en el tiempo narrativo, se encuentra en horas bajas. Matt es un actor maduro de origen sefardí y de casi sesenta años. Un joven dramaturgo le va a encargar hacer el papel protagonista de la obra de teatro de una escritora que acaba de morir, lo que va a dar lugar a algún enfrentamiento con el padre anciano de la escritora, porque la obra, en cierta medida, habla de él. Es un buen relato sobre los límites del arte, que me ha recordado, por su dolor y su sensación grotesca, a algunas propuestas de Philip Roth.

 

¿Qué le pasa al bebé? está narrado por una joven que nos va a hablar de la relación con su tío, que en realidad es un primo de su madre. Simón, el tío, es el creador de un idioma universal, en principio parecido al esperanto, pero que, según él, le supera, porque el esperanto solo unía a unas pocas lenguas europeas, y su idioma toma voces de una diversidad mayor de idiomas. De nuevo nos encontramos aquí con una narración sobre la condición del judío, del artista y del impostor. Es un buen cuento, que esconde en su trama más de una sorpresa. De hecho, más que un cuento es una buena novela breve.

 

Dictado, el cuento número diecinueve y un buen cierre para el volumen. En él, Ozick nos va a hablar de la relación de amistad que existió entre dos grandes escritores, Henry James y Joseph Conrad, pero en vez de hablar directamente de ellos, la escritora fabulará sobre una supuesta relación, que se acabará convirtiendo en conspiración, entre las dos mujeres que hacían de mecanógrafas de los escritores. Como trasfondo del relato, Ozick nos habla aquí de las mujeres que se encuentran detrás de los grandes hombres y cómo estas quedan olvidadas.

 

Cuando en 2018 murió Philip Roth, en alguna red social le escuche, a alguna persona del mundo de la cultura, que el mejor escritor o escritora estadounidense vivo había pasado a ser Cynthia Ozick. Desde hacía años, tenía en mente leer este libro de cuentos publicado por Lumen, y lo cierto es que mis expectativas eran realmente muy altas. Me esperaba encontrarme unos relatos del estilo de los de Raymond Carver, John Cheever o Lorrie Moore; es decir, me esperaba unos cuentos que jugasen con la idea tan estadounidense de las dos historias en el relato, la superficial y la subterránea, donde la segunda acaba teniendo más fuerza que la primera, acabando el relato en el deslumbramiento final del momento epifánico. ¿Qué es lo que me he encontrado? Como ya he dicho, estos Cuentos reunidos, en realidad, están concebidos como novelas cortas, la mayoría de ellos sobrepasan las 45 páginas. Su versatilidad es grande; desde el relato puramente realista, hasta el fantástico, pasando por aquellos que no acaban de ser fantásticos, pero su expresionismo, su exageración sarcástica, los alejan del puro realismo. Relatos de tema profundamente judío hasta otros puramente goyim. No todos los relatos de este volumen me han convencido, pero contiene un buen puñado de ellos de un alto nivel. Quizás la lectura de estos Cuentos reunidos no ha sido tan satisfactoria como esperaba, pero –en cualquier caso– el nivel medio es bastante alto.

domingo, 12 de octubre de 2025

Lluvia negra, por Masuji ibuse


Lluvia negra
, de Masuji Ibuse

Editorial Libros del Asteroide. 388 páginas. 1ª edición de 1969; esta es de 2007

Prólogo de Jorge Volpi

 

Leí Ciudad de cadáveres (1948) de la escritora japonesa Yoko Ota, una novedad de la editorial Satori, que habla de las consecuencias de la bomba atómica sobre Hiroshima. Yoko Ota estuvo allí la mañana del 6 de agosto de 1945 y se convirtió en testigo directo de los hechos. Había leído también –hace años– Flores de verano, sobre este mismo tema, escrito por otro superviviente, Tamiki Hara. Para ahondar más en este asunto, sabía que la editorial Libros del Asteroide también tenía publicado Lluvia negra de Masuji Ibuse (Kamo, Hiroshima, 1898 – Tokio, 1993), que se considera una de las obras literarias más importantes sobre este hecho ignominioso del siglo XX. Ibuse no fue testigo directo de los hechos. Había nacido en un pueblo de la prefectura de Hiroshima, pero se encontraba en Tokio, cuando el ejército norteamericano lanzó la bomba sobre Hiroshima. Sin embargo, sí visitó la ciudad en años posteriores, e investigó sobre el tema y entrevistó a supervivientes para escribir su libro, que se empezó a publicar en una revista mensual a partir de 1965 y en 1969 se publicó en forma de libro.

 

La acción de la novela se sitúa cuatro años y nueve meses después de que se produjera la destrucción de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945. Los protagonistas principales de la historia viven en Kobotake, un pueblo a 160 kms de Hiroshima, pero cuando estalló a bomba, al final de la guerra, se encontraban en las afueras de Hiroshima (si se hubieran encontrado en el centro su supervivencia hubiera sido mucho menos probable). Por tanto, la novela habla de «hibakushas», término que se emplea en Japón para designar a los supervivientes de las bombas atómicas.

El matrimonio formado por Shigematsu y Shigeko no tiene hijos, pero conviven con su sobrina Yasuko, a la que consideran prácticamente como su hija. La trama de la novela es sencilla: en el pueblo se han corrido rumores de que Yasuko está aquejada de la «enfermedad de la radiación» y esto hace que le resulte difícil encontrar marido. A los posibles candidatos les echa para atrás la idea de que Yasuko estuvo en contacto con la radiación inicial de la bomba atómica, y que recibió la lluvia de las gotas de agua oscuras del hongo que se formó sobre Hiroshima esa mañana. Esa «lluvia negra» a que alude el titulo del libro y que marca negativamente a los personajes. Cuando empieza la historia es público que Shigematsu es una de las tres personas de Kobotake, que padecen la enfermedad de la radiación. «De las diez personas o más que habían contraído la enfermedad de la radiación en el pueblo, solamente tres habían sobrevivido a ella, aunque eran casos leves, entre otros, el de Shigematsu.» (pág. 26). Aunque los hibakushas van a ser más tarde personas muy respetadas en Japón, en ese momento aún no se conocían los síntomas de su enfermedad, que en sus fases leves provoca la caída de dientes y el pelo, y fatiga. El médico ha recomendado a los tres supervivientes una vida tranquila, y por tanto lo mejor para su salud sería dejar de trabajar, algo que no parece muy razonable, dadas sus necesidades vitales. También deberían salir a pasear, pero en el pueblo en el que viven nadie pasea por ocio y sería una actividad mal vista. Así que al final deciden invertir su dinero en criar carpas para repoblar un lago y poder pesar en él. Me ha resultado curiosa una escena en la que una viuda de guerra recrimina a estos hombres la actividad ociosa de la pesca.

En el tiempo narrativo de la novela, Yasuko –a través de una mujer que hace de intermediaria– va a recibir una propuesta matrimonial, pero esta parece condicionada a que la familia consiga aportar pruebas sobre su buena salud. A Shigematsu se le ocurre una idea que, tal vez, suele algo disparatada: va a poner –a través de una copia– en manos del pretendiente los diarios que sobre los días de la bomba escribieron él y su sobrina (que aprendió del tío). El lector va a poder acercarse a estos diarios y, de este modo, la narración pasará de la tercera persona, con un narrador omnisciente, identificable con el escritor, a la primera de los personajes. Leeremos principalmente el diario de Shigematsu, pero no solo él suyo, sino que su mujer y sobrina también contribuirán con sus páginas. Así sabremos que la mañana del 6 de agosto de 1945, Shigematsu se encontraba a dos kilómetros del epicentro de la bomba, y Yasuko a diez; lo que, en principio, haría menos probable que haya contraído la enfermedad de la radiación.

 

Shigematsu trabaja en una fábrica de ropa militar a las afueras de Hiroshima, y el estallido de la bomba le va a pillar en una estación de tren, camino del trabajo. Cuando consiga recuperarse del impacto, volverá andando a su casa para tratar de reencontrarse con su mujer y su sobrina. Esta, como otras chicas de su edad, estaba obligada a trabajar en una fábrica de armamentos. También, gracias a su diario, conoceremos cómo vuelve a casa esa mañana para reencontrarse con sus tíos.

Una vez que los tres protagonistas principales se reencuentran, tratarán de huir de la ciudad, donde saben que es muy probable que todo empiece a arden a través del río, gracias a una barca que ha conseguido un vecino bien posicionado económicamente. Cuando esta vía de escape no se hace efectiva, el tío decide que los tres van a empezar a caminar hacia la fábrica en la que trabaja. El camino nos será narrado con gran profusión de detalles espeluznantes. En algún momento he tenido la sensación de que los personajes de Lluvia negra se iban a encontrar con los de Ciudad de cadáveres. De hecho, he leído en internet que Masuji Ibuse leyó testimonios de supervivientes de la bomba para escribir su libro; así que es lógico suponer que Ibuse leyó Ciudad de cadáveres, y que este libro le ayudó para componer las escenas de suyo. «Junto a una de las mujeres que flotaba boca abajo había un intestino de más de un metro de largo que le salía por las nalgas; el intestino se había hinchado hasta alcanzar unos diez centímetros de diámetro, y flotaba ligeramente enredado en sí mismo, balanceándose levemente de un lado a otro como un globo mecido por el viento.», leemos en las páginas 202-203. Mientras que Ciudad de cadáveres nos muestra el Hiroshima destruido durante un tiempo de unos tres días después de la bomba, Lluvia negra alarga este periodo unos días más, hasta el 15 de agosto de 1945, cuando el emperador anunció la rendición de Japón. Shigematsu tendrá que volver al epicentro de la catástrofe porque su jefe le envía a conseguir carbón para poder seguir con la actividad industrial. Esto le permitirá recoger en su diario algunas impresiones sobre los cadáveres que se pudren entre las ruinas y el olor que impregnó la ciudad. También podrá comprobar que una afirmación que empezó a circular por Japón, que en Hiroshima no va poder brotar la vida de la tierra herida durante setenta y cinco años, es falsa. Él ha visto cómo ha empezado ya a crecer la hierba entre las ruinas; es más, incluso le ha parecido que algunas plantas presentaban un crecimiento anormal.

En algunos momentos del diario, podremos leer algunas notas añadidas con posterioridad, cuando el narrador ha conseguido conocer más información sobre lo narrado.

 

Hacia el final del libro, nuevos personajes añadirán, con nuevos diarios, otras miradas sobre el día del bombardeo y los posteriores. Destacan las aportaciones de un hombre maduro que había sido movilizado, a última hora, como soldado.

 

Creo que el drama planteado al principio, la idea de que Yasuko estaba siendo repudiada por sus pretendientes, abría unos caminos narrativos que, aunque sí se acaban de cerrar, simplemente sirven de excusa para mostrar los testimonios de los supervivientes a través de sus diarios. Es un recurso interesante, pero creo que Ibuse extiende estos testimonios durante un número excesivo de páginas. Shigematsu nos llegará a decir que ha perdido su capacidad de sentir compasión, que ya solo le recorren escalofríos de horror. Algo similar le puede pasar al lector, ya que es posible que acabe algo saturado de las reiteradas descripciones de los muertos y las ruinas, en detrimento de la acción narrativa y de la evolución psicológica de los personajes. Quizás, también me ha ocurrido que he leído este libro demasiado seguido de Ciudad de cadáveres, y son dos propuestas que describen una realidad muy similar, ya que, de hecho, como ya he apuntado, Lluvia negra es muy posible que esté inspirada por Ciudad de cadáveres. En cualquier caso, Lluvia negra es una novela valiosa por su fuerza testimonial, con algunas escenas muy potentes, y que recuerda un hecho histórico que no ha de caer en el olvido.

 

domingo, 5 de octubre de 2025

Suttree, por Cormac McCarthy

 


Suttree, de Cormac McCarthy

Editorial Random House. 562 páginas. 1ª edición de 1979; esta es de 2023

Traducción de Pedro Fontana

 

Había leído hasta ahora seis libros de Cormac McCarthy (Rhode Island, 1933 – Santa Fe, 2023): No es país para viejos (2005), La carretera (2006), Meridiano de sangre (1985), Todos los hermosos caballos (1992), En la frontera (1994) y Ciudades de la llanura (1998). Cuando hablé de los cuatro últimos en mi canal de YouTube –Bienvenido, Bob–, las personas que me comentaron, y que conocían más libros de la obra de McCarthy, me recomendaron que leyera Suttree (1979), novela que consideraban que se mantenía en la línea de excelencia de sus obras mayores como Mediano de sangre o Todos los hermosos caballos. Lo cierto es que, en ese momento, no me sonaba el título y empecé a buscar información sobre él. Durante el último invierno, una noche de sábado que esperaba a que mi mujer se acabara de arreglar para salir a cenar fuera, entré furtivamente, con el móvil, en la web de Iberlibro y lo compré por impulso, de primera mano, en la librería Cálamo de Zaragoza.

 

Empecé a leer Suttree el 19 de marzo, día del padre, y lo terminé el 8 de abril; así que estuve veintiún días con él. De hecho, lo empecé, porque durante las semanas anteriores, había tenido que atender diversos asuntos por las tardes, después de salir del colegio en el que trabajo, y no me había podido sentar a escribir reseñas, ni a grabar vídeos, y se me estaba acumulando la tarea. Así que necesitaba un libro largo para salir de ese atolladero físico y mental.

 

Cuando, después de leer libros como Meridiano de sangre o la Trilogía de la frontera, abrí Suttree, que es una obra anterior (las más antigua de las de McCarthy que he leído), tuve la sensación de que, durante las primeras páginas, el estilo del autor se había vuelto mucho más barroco de como lo recordaba. Suttree se abre con tres páginas, en letra cursiva, que comienzan con un «Querido amigo», que nos hacen pensar en el comienzo de una carta, donde el narrador le habla al lector de un río y una ciudad innominados, con frases como «Henos aquí en un mundo dentro del mundo. En estas regiones foráneas, estos hostiles sumideros y páramos intersticiales que los justos ven desde el vagón o el coche, otra vida sueña. Deformes o negros o perturbados, fugitivos de todo orden, extranjeros en cualquier país.» (pág. 11) 

Las primeras páginas del texto principal –y, por tanto, no ya en cursiva– siguen la misma línea que las anteriores; de un modo más concreto que antes, se nos habla de un río, de un puente, de un pescador realizando su faena, de la vida que empieza a moverse en este escenario.

Durante estas primeras páginas es llamativo la cantidad de vocabulario no usual –sobre barcas y pesca principalmente– que recibe el lector: «falca», «trematodo», «salceda», «tolete», «pernada», «palangre», «acorullar», «cureñas», etc. Es posible que, llegado a este punto, a la sexta o séptima página de una novela de más de quinientas, el lector se sienta algo abrumado por el estilo denso, la no presentación de personajes y el vocabulario ampuloso; pero, en ningún caso, ese supuesto lector debe desfallecer, ya que pronto le será presentado, por el narrador omnisciente de esta historia, a su personaje principal, Cornelius Suttree, o simplemente «Suttree».

Como suele ser habitual en sus narraciones, McCarthy muestra las acciones de Suttree y sus diálogos (no señalados por guiones) con las personas con las que se va a relacionar y no sus pensamientos. En este sentido, las novelas de McCarthy son muy cinematográficas. Después de ver a Suttree pescando en el río –en principio, un río sin nombre–, iremos conociendo detalles del personaje: vive en una casa flotante en la orilla del río en el que pesca con una barca, a las afueras de una ciudad, posiblemente grande, de Estados Unidos. Es un hombre joven, atractivo para las mujeres, que, aunque al principio parece que se guarda de beber alcohol de mala calidad, acabaremos comprendiendo que tiene un problema serio con el alcohol. Suttree es una persona capaz de beber hasta perder totalmente el control de sí mismo. De hecho, cuando McCarthy describe escenas en las que Suttree bebe suele valerse del recurso de la elipsis para, en algún momento de la narración, cortar la escena y presentar a su personaje, por ejemplo, despertándose en medio del campo sin saber cómo ha llegado hasta allí. Es decir, el narrador se mueve al ritmo de los recuerdos de su criatura.

McCarthy, en muchos casos, no explica del todo qué está ocurriendo en las escenas que dibuja, y será el lector el que tenga que imaginarlo, o pensar que se ha perdido, en una lectura apresurada, alguna frase clave. En algunos casos, la explicación aparecerá algunas pocas páginas después y, en otros, un gran número de páginas después. Por ejemplo, en una escena aparece un personaje joven que, por la noche, se acerca a campos de cultivo de sandías. Como hasta entonces, el narrador seguía casi siempre los pasos de Suttree, el lector leerá estas páginas pensando que le hablan de Suttree, de algún momento de su pasado, y que esta escena explicará algo sobre la situación de su presente. Después comprenderá que ese personaje joven –un adolescente de dieciocho años– es Gene Harrogate, que será uno de los personajes secundarios de la novela, y que va a conocer a Suttree en el correccional. El lector sabrá por qué Suttree estaba en ese correccional unas trescientas páginas más adelante, hasta entonces solo podrá especular sobre ello. En una de sus borracheras se quedó dormido en un coche y las dos personas con la que estaba atracaron un comercio, sabremos al fin. Habrá otras situaciones en la novela en las que el lector no sabrá, a ciencia cierta, cuál ha sido la secuencia lógica que ha llevado hasta ellas. Esto da a la narración siempre un aire de misterio y extrañeza, una sensación de información hurtada y especulativa, de inminente explosión de violencia. En este sentido, el estilo de McCarthy en esta novela, más que en otras que leí en el pasado, pero que pertenecer al futuro del escritor que va a ser, me ha recordado al de William Faulkner, con sus personajes perdidos, marginales, quizás estúpidos o forzados a comportarse como estúpidos. Además de ser un homenaje a William Faulkner, Suttree también puede ser leída como un homenaje al Mark Twain de Las aventuras de Huckleberry Finn. En la página 134 al hablar de un personaje se dice de él que posee una «despreocupación huckleberryfinneana». En la obra de Twain, sus personajes navegan por el río Mississippi, y las aguas del río simbolizan el deseo de alcanzar la libertad de sus personajes, Huckelberry y el negro Jim. Al principio, como no queda claro en qué ciudad se sitúa la historia de Suttree y no se da el nombre del río, estaba suponiendo que se trataba del río Mississippi; más tarde, el lector comprenderá que se trata del río Tennessee, a la altura de la ciudad de Knoxville, en el estado de Tennessee. Este río, a su paso por la ciudad, es navegable y puede tener una anchura de doscientos metros; desemboca en el río Ohio, que a su vez va a dar al Mississippi. En Suttree, cuando el narrador describe el río, y lo hace de un modo insistente, siempre habla de su suciedad, de los detritus que arrastra, de la vida oscura que esconden sus aguas. Siembre hay una amenaza y un misterio en estas descripciones. En este sentido, para McCarthy el río simboliza la suciedad de la vida, su oscuridad, su amenaza de lo inesperado. Sin embargo, todas las descripciones sobre la suciedad, lo depravado, la violencia, lo feísta… acaban siendo poéticas.


En la página 83, el narrador decide al final, informarnos de cuál es el marco físico y temporal de su narración: «Un lunes por la mañana en el mercado de Knoxville, Tennessee. En este año de mil novecientos cincuenta y uno». Esta fecha es muy cercana a 1949, que es el año en el que McCarthy sitúa la acción de la novela Todos los hermosos caballos. Estas fechas en torno a 1950 para McCarthy parecen simbolizar un tiempo de cambio en Estados Unidos, un momento en el que la modernidad de la sociedad ya era inminente, pero en el que aún se podían encontrar en las tierras norteamericanas ecos del Lejano Oeste.

 

He leído en internet que es posible que Suttree esté basado en material autobiográfico, ya que el propio McCarthy vivió en Knoxville, durante su juventud, y desarrolló allí una vida bohemia y que, aunque esto no queda claro, cometiera excesos con el alcohol, del que se separó más tarde. Desde luego, los personajes marginales que aparecen en esta novela, habitantes absolutos del destartalado patio trasero del sueño americano, resultan absolutamente creíbles.

En algún momento se insinúa que, pese a su modo de vida precario, pescando en el río, Suttree tiene estudios universitarios, que nada tienen que ver con los amigos que frecuenta. Y una de las escenas más impactantes del libro es aquella en la que descubrimos que, en otra ciudad, tiene una mujer y un hijo pequeño, a los que ha abandonado. ¿Por qué hizo esto?, ¿por qué Suttree abandonó a su familia? ¿De dónde parte el dolor indefinido y sin fondo de Suttree? ¿A qué se dedicaba antes de ser un marginado, un pescador de río? McCarthy, y de aquí brota gran parte de su grandeza y su misterio, no va a desvelarnos algunas de las claves fundamentales de su personaje. En casi todas las escenas de la novela, el lector tiene la sensación de que una amenaza violenta se cierne sobre Suttree; sin embargo, es posible que el lector en algún momento sienta que esta novela, de más de quinientas páginas, sea una simple sucesión de escenas y que no existe un núcleo narrativo central, que su personaje no cambia, ni avanza hacia ninguna parte; que va a ser el mismo desde la primera página hasta la última, sin ningún giro en su personalidad (lejana y misteriosa), pero en realidad no acaba siendo así. Un lector atento, a pesar de que, como ya he contado, la narración es muy cinematográfica y no podemos casi penetrar en los pensamientos de Suttree, se irá percatando de que se producirán sutiles cambios en él, que el personaje sí que va a tener algunos puntos de inflexión y va a luchar por dejar atrás el estado de ánimo (¿una posible depresión?) que le condujo a su situación actual. Será en la página 417 cuando leamos: «Mi vida es un asco, le dijo a la hierba», y en la página 438, cuando se desata una tormenta, leemos: «De pie entre un aullar de hojas, Suttree pidió ser fulminado por un rayo. Restalló seguido de un trueno y él se señaló el entenebrecido corazón y suplicó un poco de luz. (…) ¿Soy un monstruo, hay monstruos dentro de mí?»

Suttree siempre se comporta de un modo amable con el gran elenco de personajes marginales que se va encontrando, y esto le convierte en alguien entrañable, un hombre perdido, con algún trauma sin resolver de su pasado (del que huye), un personaje existencialista, al estilo de los de Albert Camus o Jean-Paul Sartre, que se siente más cómodo entre pobres, idiotas, ladrones o prostitutas, que con los convencionalismos sociales de su propia clase social. Podría existir también algún componente religioso en la novela; en algún momento se habla del pasado cristiano católico de Suttree, dentro de la gran comunidad protestante norteamericana. En cualquier caso, esta idea religiosa queda algo difusa en el texto, ya que Suttree no parece querer redimir a nadie de su pasado.

 

Aunque me han gustado más Meridiano de sangre, Todos los hermosos caballos y En la frontera, Suttree es otra gran novela de Cormac McCarthy sobre la violencia, la marginalidad y los grandes espacios yertos del gran sueño norteamericano.