Crónica de piedra, de Ismaíl Kadaré
Editorial Alianza. 281 páginas. 1ª edición de 1971; ésta es de 2024.
Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde
Ya he contado que me propuse leer en
2025 a Ismaíl Kadaré (Gjirokastra, Albania; 1936
– Tirana, 2024) y le
solicité tres libros suyos a la editorial
Alianza. Después de acabar El general
del ejército muerto (1963), con la grata sensación de haberme acercado a
una obra maestra de la literatura europea del siglo XX, empecé Crónica
de piedra (1971). Se la pedí a Alianza porque en el resumen de la
contraportada afirma que es una obra autobiográfica y tenía la sensación de que
me iba a gustar conocer más y empatizar con Kadaré. En la lectura del libro, en
ningún momento, se señala que su narrador se llame Ismaíl Kadaré, pero uno lo
lee pensado que así es.
Kadaré nació en Gjirokastra, una
ciudad al sur de Albania, que en
2025 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad por ser un «raro ejemplo de
pueblo otomano bien conservado y construido por
terratenientes». Esta ciudad, evocada desde el título –ya que sus calles, casas
y tejados están construidas con piedra– será uno de los personajes principales
de la novela.
Como ocurría en El general del ejército muerto, Crónica
de piedra comienza resaltando el clima adverso. El narrador, en el primer
capítulo, evoca una noche de su infancia en la que no para de llover, y esto
puede suponer un problema para su familia, puesto que el aljibe, donde se
guarda el agua, puede acabar rebosando e inundando la casa. Los vecinos
llegarán al hogar para ayudar a sus padres a solucionar el problema. La idea de
comunidad, de ser el niño parte de un solo cuerpo formado por muchas personas,
también va a estar presente en el libro. Las últimas dos páginas de la novela
nos hablan de alguien que, después de muchos años, vuelve a su ciudad natal y
evoca a personas de su infancia que ya han muerto, pero que él siente que se
han fundido con las piedras que componen el espacio humano. Personas y piedras
de la ciudad se fundirán en una bella metáfora que aparece casi al final del
libro: «La carne tierna de la vida volvía a llenar el caparazón de piedra.»
(pág. 279)
Crónica de
piedra es una evocación de la infancia, desde la vida adulta, pero que intenta
recrear la mirada inocente de un niño sobre la realidad. De este modo, se narra
una conversación entre las mujeres de la familia y las vecinas en la que,
escandalizadas, comentan que un joven vecino ha cometido la osadía de empezar a
usar gafas. «Se me hizo un nudo en la garganta. Cómo logre contenerme y no
ponerme a gritar, solo yo lo sé.», apuntará una de ellas. La mirada es doble:
el adulto evoca esta escena cotidiana con un aire cómico, con ironía, pero
también recuerda cómo el niño empieza él mismo a sentir que necesita gafas,
puesto que de lejos los contornos de las casas y los árboles se le tornan
borrosos, y para solucionarlo, en ocasiones, se coloca delante de uno de sus
ojos un cristal que encuentra en un baúl de la abuela, una pura excentricidad,
pero que le servirá para poder disfrutar de las películas en el cine.
El contexto histórico de los
primeros capítulos es de la ocupación italiana de la ciudad, un hecho al que el
narrador da, de entrada, menos importancia que a otros sucesos que le llaman
mucho más la atención. Así nos hablará, con gran entusiasmo, de una ola de
brujería que se ha desatado en la ciudad. «Manos invisibles colocaban objetos
maléficos por doquier, en los umbrales de las puertas, tras los muros, bajo los
aleros, envueltos en papel o en sórdidos trapos viejos que helaban la sangre.»
(pág. 44). También el niño nos hablará de una chica a la que sus padres no
dejan salir de casa por la vergüenza que le supone a su familia que tenga una
barba como la de un hombre, o de ancianas de ciento treinta y dos años. Esta
evocación de la infancia contiene, como vemos, pequeños toques de realismo
mágico, que más que recordarme a la obra de Gabriel García Márquez, me han evocado la del judío polaco Bruno Schulz y sus cuentos recogidos en
Madurar
hacia la infancia (que, por cierto, acaba de reeditar Siruela y que
recomiendo con pasión).
Me ha gustado percatarme de que Crónica de piedra tenía elementos
relacionales con El general del ejército
muerto. En esta última novela, el general y el cura italianos, en su
búsqueda de los restos de los soldados de su país muertos en la Segunda Guerra
Mundial, llegan a la ciudad de Gjirokastra y aquí, en
un bar, un camarero les contará una historia de la guerra, acerca del impacto
que supuso para la ciudad que los italianos abrieran en ella un burdel. En esta
historia, se habla del primer albanés que se atrevió a visitar el prostíbulo,
llamado Lame Kareco Spiri, del que también se habla, en referencia a la misma
historia, en Crónica de piedra.
Al narrador, sus padres a veces le
mandan a pasar unos días a la casa de uno de sus abuelos, en las afueras de la
ciudad. El abuelo suele pasar el tiempo leyendo libros escritos en turco, y en
una de estas visitas le prestará el libro de Macbeth de William Shakespeare, lo que empezará a
despertar en él la pasión por la literatura.
Aunque la novela comienza en un tono
poético, pronto la violencia de los años vividos empezará a afectar a los
personajes. La ciudad de piedra acabará inmersa en los devenires de la Segunda
Guerra Mundial y será bombardeada por aviones ingleses. Los griegos arrebatarán
la ciudad a los italianos, y durante un breve periodo de tiempo, el dominio de
esta pasará de unos a otros, de italianos a griegos, para quedar más tarde a
merced de los guerrilleros albaneses, de los que muchos ciudadanos de Gjirokastra no se
acaban de fiar porque son comunistas, y muchos de los vecinos de la ciudad no
saben cuáles son sus intenciones. Al final, y aquí se acabará la crónica, la
ciudad, siguiendo los hechos históricos, caerá en manos de los alemanes. «Al
caer el crepúsculo la ciudad que había figurado en los mapas del Imperio
Romano, de los normandos, de Bizancio, del Imperio Turco, del Reino de Grecia,
del Reino de Italia, se acostó esta vez bajo el imperio de los alemanes.
Cansada, profundamente aturdida por la confrontación, no daba la menor señal de
vida.» (pág. 274). Como ya he apuntado anteriormente, el narrador personifica a
la ciudad y la convierte en otro personaje más de la trama; de hecho el lector
sentirá, con los personajes humanos, el dolor de los bombardeos o los incendios
sobre sus muros.
Otro hecho histórico del que se
habla en el libro es que Enver Hoxha, que fue líder comunista con los
guerrilleros, y futuro dictador de Albania, es otro de los vecinos de la ciudad
de piedra.
El niño convivirá con el horror de
la guerra sin olvidar el sentido de la maravilla, y así nos hablará, por
ejemplo, de una temporada en la que el lenguaje cotidiano tendía a dibujarlo en
su mente desde la literalidad: «El lenguaje cotidiano, equilibrado y seguro
hasta entonces, aparecía de pronto convulsionado por la acción de un terremoto.
Todo se derrumbaba, se quebraba, se fragmentaba. Había penetrado en el reino de
las palabras. Era una tiranía implacable. El mundo se llenó de gente que en
lugar de cabeza tenía un pepino; otras cabezas se ponían a dar vueltas; los
ojos reventaban como cartuchos; a algunos se les congelaba la sangre como los
hielos (…)» (pág. 94).
También sucumbirá el niño a su
fascinación por el aeropuerto y la fascinación que le causan los aviones,
aunque lleguen para lanzar bombas sobre su cabeza. El niño llegará a llorar
cuando los aviones dejan el aeropuerto, y más tarde dirá: «Teníamos ante
nosotros el campo abandonado del aeropuerto, a través del cual debíamos pasar.
Por fin nos encontramos sobre él. Jamás había imaginado que pudiera llegar a
pisarlo. Sentí una punzada en el corazón. Aquella explanada había sido sagrada
para mí. Una especie de hermana o esposa del cielo. Predestinada como una
princesa.» (pág. 255). También nos hablará de su ligero despertar sexual, pero,
por esos años, el aeropuerto y los aviones, serán, en realidad su verdadero
amor.
Además de la voz del narrador, en
las páginas finales de muchos capítulos, podemos acercarnos a otras voces
narrativas: las páginas de un anciano cronista de la ciudad, las páginas del
periódico local o las voces desconocidas de algunos vecinos, lo que enriquece
los matices de la obra.
Igual que he observado esa relación
comentada entre El general del ejército
muerto y Crónica de piedra, en
torno a la idea del burdel, he percibido también más conexiones que Kadaré va a
establecer con alguna otra de sus obras. En Crónica
de piedra se habla de dos familias de la ciudad, los Karllashe y los
Hankoni, que tienen una disputa pendiente desde hace setenta años. Para hablar
del carácter vengativo de los albaneses se evocaba esta historia en El general del ejército muerto y, aunque
aún no lo he leído, creo que es la historia que Kadaré cuenta en su novela Abril
quebrado, que espero leer también este año de 2025.
Ya dije que El general del ejército muerto me ha parecido una obra maestra y he
acabado Crónica de piedra con la
sensación de nuevo –aunque algunos peldaños por debajo, pero desde una altura
alta– de haber leído un gran libro. Cuando en las dos últimas páginas el
narrador, ya desde la vida adulta, nos habla de una visita a la ciudad y evoca
a todas las personas muertas de las que nos ha hablado en las páginas
anteriores, el lector siente una honda pena, prueba clara de que ha conseguido
levantar ante él su mundo ficcional de un modo emocionante y convincente.
Seguiré con Kadaré.
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