domingo, 21 de julio de 2024

Navarra-Madrid, de Eduardo Laporte

 


Navarra-Madrid, de Eduardo Laporte

Editorial Sílex. 361 páginas. 1ª edición de 2024.

 

Ya he comentado alguna vez que Eduardo Laporte (Pamplona, 1979), navarro residente en Madrid, es amigo mío. De él he leído la novela de no ficción La tabla (Demipage, 2015) y los libros de diarios titulados Diarios 2015-2016 (Pamiela, 2017) y Tiempo ordinario (Papelesmínimos, 2021). Este último libro se lo presenté yo en Madrid. Si no recuerdo mal, nos conocimos en persona, pro primera vez, en un encuentro de blogs literarios, que tuvo lugar en 2012.

 

Laporte estudió periodismo y esta es su profesión. Navarra-Madrid recopila artículos aparecidos en el periódico navarra.com entre 2016 y 2021. Laporte ha hecho una selección de los cientos de artículos que publicó en ese periódico, con temática navarra, y los ha ordenado, procurando que tengan de esta forma sentido narrativo. Son artículos –nos cuenta en su introducción– escritos en Madrid mirando a Pamplona.

 

La primera sección del libro se titula Navarra-Madrid, y el primer artículo nos habla de una visita que el autor hace a la clínica pamplonica donde nació, en ruinas en ese momento. Es un texto significativo, ya que esta primera parte nos hablará de la dicotomía entre «ser» de un lugar, pero «vivir» en otro. Este primer texto parece querer decirnos que, en realidad, nunca se puede volver al lugar al que uno cree pertenecer, independientemente de que se siga viviendo allí o no, ya que todo cambia con el tiempo. El autor llegó a Madrid en 2004, hace ya veinte años, después de haber vivido hasta sus veinticinco en Pamplona. También nos hablará de la casa familiar, en un edificio diseñado por el arquitecto Víctor Eura, al que llamaban «el Gaudí navarro». Más de uno de los artículos de este primer bloque hablaran del concepto de «cuadrilla», palabra con la que se conoce en el norte de España a los grupos de amigos. Por un lado, está la idea de pertenencia a un lugar, al pertenecer a esa cuadrilla de amigos, pero también la tensión de pasar el tiempo con gente con la que en realidad no se tiene demasiado en común. En Madrid, Laporte parece haber hecho esos amigos que sí guardan más relación con sus inquietudes. En más de una ocasión, Laporte a citar textos de su admirado Pío Baroja, quien al parecer también estaba en contra de las cuadrillas.

 

Como también he podido observar en los otros libros que he leído de él, a Laporte le gusta mezclar registros orales del lenguaje con otros usos que resultan más anticuados. Por ejemplo, usa términos como «ni de coña», con otras expresiones como «viandas y caldos de postín». Aunque sé que esta mezcla es un rasgo de estilo, en algunas ocasiones me ha resultado pertinente y en otras me saca un poco del texto. También es dado Laporte a la creación de diminutivos y derivaciones de palabras chocantes, como «tibiorra» de «tibia», o «chupinacil» de «cupinazo»- Asimismo, también emplea algunas palabras que se pusieron de moda en otros artículos, en la época en la que él escribía los suyos, como «cipotudo» por «prosa que trata de ser muy masculina», debida a Íñigo Lomana. En este contraste entre lo coloquial y lo antiguo suele moverse a gusto Laporte en sus creaciones. Lo nuevo y lo viejo son concepto que se van alternando constantemente en este conjunto de artículos. «Baroja fue un hater», llegará a afirmar en su juego de contrastes, gustando también Laporte, de un modo ligeramente irónico, de los anglicismos de moda.

 

Lógicamente los artículos periodísticos tienen una limitación de palabras o de caracteres muy clara. Lo que hace que los textos tengan una longitud muy similar; aunque también es cierto que existen aquí varios formatos. Me llama la atención que Laporte escribe algunos artículos encadenados, para vencer la limitación espacial del periódico, y, de este modo, algunos de los artículos tienen sentidos si el lector conoce el anterior, al que se hace referencia y se da continuidad en el nuevo texto. Imagino que esto es un riesgo para un articulista, puesto que nadie le garantiza que su lector le tenga absoluta fidelidad y le siga todos los días, pero bajo esta premisa parece escribirlos Laporte. Aunque también es cierto que este riesgo es menor ahora, que los periódicos son digitales, y las entregas anteriores están a disposición del lector.

 

Otra de las secciones del libro de llama Hiperlocalismos, y en ella Laporte ha reunido artículos que hablan de comercios de Pamplona que ya no existen, de sus sensaciones sobre una tómbola que se instalaba debajo de su casa cada año, etc. En realidad, esta parte posiblemente es la más emocionante del libro, ya que está escrita con gran aliento poético. Aunque Laporte de un modo irónico trata de quitar importancia a sus propios textos, con esa exageración de «hiperlocalismos», que también contiene un contraste entre lo grande y lo pequeño, estos escritos apelan a la conciencia colectiva del lector, puesto que todos nosotros podemos recordar un comercio de nuestra infancia que ya no existe, o una clase del colegio que, lógicamente, nunca más va a volver.

También, algo de lo que ya se hablaba al escribir sobre la idea de cuadrilla, Laporte remarcará su capacidad para no casarse con nadie; puesto que Pamplona ha sido un lugar de grandes contrastes políticos, entre nacionalistas vascos y españoles, por ejemplo, que se transformaban en hábitos de vestir, de relacionarse o de vivir con el propio folclore local. En este sentido, Laporte, emulando las ideas de Manuel Chaves Nogales sobre la guerra civil, reivindica una tercera Pamplona, alejada de la polarización política. En este sentido, Laporte da cuenta de la pena que le causó que desapareciera la sofisticación europea del llamado Café Vienés, para que el espacio se transformara en una taberna, más acorde con el gusto del nacionalismo vasco.

 

Los artículos no están ordenados cronológicamente, sino de forma temática, y por eso, resultan significativos, a nivel histórico, aquellos que hablan de la pandemia y el confinamiento. Primero se habla desde la incredulidad de que fuera a ocurrir todo lo que acabo ocurriendo y de que una fiesta tan popular y tan significativa para Pamplona como la de San Fermín pudiera suspenderse en su edición de 2020, como, luego se ve, así acabó ocurriendo.

 

Las partes que menos me han gustado del libro son aquellas en las que Laporte comenta algún libro que ha leído sobre la historia de Navarra, y nos resume información sobre sus reyes o reinas. Estos artículos le resultaran más ajenos al lector no interesado por esa parte de la historia local, que aquellos en los que el propio Laporte habla de su pasado o de sus recuerdos, páginas que nos acercan más al placer de la pura narrativa; páginas más cercanas a los objetivos de la literatura, en definitiva. Hay otras partes políticas que resultan más emocionantes, como cuando se evoca el asesinato de Gregorio Ordóñez.

 

Hacia el final del libro se habla también de la figura colosal de Ernest Hemingway y la publicidad que la obra del autor norteamericano y su presencia en la ciudad ha significado para Pamplona, y se recogen también unas crónicas que hizo Laporte sobre los encierros en las fiestas de San Isidro de 2017 y 2018, que se llaman Encierros a vuelapluma. En estos artículos, Laporte habla de la historia de la carrera, así como de su sociología. Aunque yo no soy aficionado a los toros o la tradición de los encierros, son páginas que han conseguido interesarme.

En principio, el tema central de este libro es Navarra, pero la recopilación de artículos acaba siendo una suerte de análisis sobre la identidad, la nostalgia, los lugares que ya no existen, los que nunca existieron… y acaba reflejando, de un modo muchas veces poético, una experiencia universal que nos interpela a todos. Esta lectura no ha sido una experiencia muy diferente que la de leer los diarios de Laporte, que ya apunté en su momento que me gustaron.

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