Relatos autobiográficos, de Thomas Bernhard
Editorial Anagrama. 425 páginas. Primera
edición de 1975-82; ésta es de 2023
Traducción de Miguel Sáenz
Los cincos Relatos autobiográficos
de Thomas Bernhard (Heerlen, Países
Bajo, 1931 – Gmunden, Austria, 1989) que componen este volumen son El
origen (1975), El sótano (1976), El
aliento (1978), El frío (1981) y Un
niño (1982). Yo los había leído todos en la segunda mitad de la década
de los 90. No me acerqué a ellos en el orden cronológico, ni seguidos. Su
lectura se intercaló con otros libros durante un periodo que debió de abarcar
unos dos años. Leí tres de la biblioteca de Móstoles, y dos más los compré
porque no estaban allí. Anagrama los vuelve a editar ahora en un solo tomo, con
un prólogo del prestigio traductor del alemán Miguel Sáenz, después de que su reedición en la colección Otra
vuelta de tuerca llevara años descatalogada.
Hay una idea inicial en el prólogo de
Sáenz que me llama la atención de entrada: nos cuenta que en 1991 Louis Huguet,
de la universidad de Perpiñán, trató de contrastar los hechos relatados en
estos libros con la esquiva vida de Bernhard, para descubrir que todo lo que
contaba el autor en estas páginas no era real, como habían creído hasta
entonces los críticos germanos. De hecho, yo leí estos libros, hace más de
veinte años, pensando que, efectivamente, sí que eran narraciones que
reflejaban al completo la vida de Bernhard. Pero lo cierto es que realidad y
ficción se entremezclan aquí, igual que en el resto de sus novelas.
El
origen nos lleva al Salzburgo de 1943, cuando el narrador tiene unos doce
años y se encuentra interno en un colegio de secundaria. Mientras se desarrolla
la Segunda Guerra Mundial, él se encierra en el cuarto donde se guardan los
zapatos en el colegio para practicar con su violín, a la vez que los
pensamientos suicidas le asaltan y trata de no sucumbir a ellos. El origen no da tregua al lector desde
su primera frase: «La ciudad, poblada por dos clases de personas, los que hacen
negocios y sus víctimas, solo es habitable, para el que aprende o estudia, de
forma dolorosa, una forma que turba a cualquier naturaleza, con el tiempo la disturba y perturba y, muy a menudo, solo de forma alevosa y mortal.» Y digo
que el narrador no le da tregua al lector en dos sentidos: en uno semántico,
con sus frases largas, alambicadas, llenas de comas, con sentencias que se
persiguen a sí mismas, con matizaciones exasperadas. Además, estas
construcciones semánticas tomarán grupos de palabras como motivo compositivo y se
irán repitiendo como el estribillo de una pieza musical. En este sentido me
llama la atención la construcción «la así llamada», que funciona de un modo
irónico, al rebajar el valor del sustantivo que Bernhard coloca a continuación.
Y también el narrador no dará tregua al
lector porque su propuesta es radical desde el primer momento: los libros de
Bernhard siempre son críticos con su época, sus conciudadanos y sus ideas
políticas (nazis, sin ir más lejos) o religiosas (católicas, que llega a
equiparar a las ideas nazis), y el narrador siempre estará hablando del
suicidio, al que no se atreve a entregarse por cobardía.
El narrador irá, periódicamente,
recordándole al lector que está escribiendo unas memorias, rememorando
acontecimientos que sucedieron hace unos treinta años.
«La época de aprender y estudiar es,
principalmente, una época de pensar en el suicidio, y quien lo niega, lo ha
olvidado todo.» (pág. 23), estas narraciones están repletas de sentencias como
ésta. O esta otra de la página 60: «No hay padres en absoluto, solo hay
criminales como procreadores de nuevos seres, que actúan contra esos seres
procreados por ellos, con toda su insensatez y embrutecimiento, y en esa
criminalidad son apoyados por los gobiernos.»
«Quien está a favor del deporte tiene a
las masas de su lado, quien está a favor de la cultura, las tiene en contra,
decía mi abuelo, y por eso todos los gobiernos están siempre a favor del
deporte y en contra de la cultura.» (pág. 52)
En realidad, los sucesos narrados en una
novela como El sótano son escasos:
tocar el violín en el cuarto de los zapatos del internado, huir hasta los
túneles de Salzburgo cuando hay alarma de bombardeo y contar cómo los símbolos
del catolicismo sustituyeron a los del nazismo en el internado, una vez que se
acabó la guerra. Sobre este tema, cuenta Sáenz en su prólogo que Franz
Wesenauer, al que se refiere Bernhard como «el Tío Franz» en el libro, le puso
al autor una querella por difamación y la ganó. Esto hizo que se tuvieran que
retirar algunas de las páginas del libro, y así nos ha llegado a nosotros.
En El
sótano el narrador nos contará cómo decide dejar el instituto, a los
dieciséis años, y buscar trabajo en la «dirección contraria», un trabajo que
sea lo contrario de lo que se supone que debe desear. De este modo, acabará
trabajando de dependiente y chico de los recados en una tienda –ubicada, como
nos indica el título, en un sótano– en uno de los barrios marginales de
Salzburgo. En esta novela podemos encontrar algunos motivos sociales, porque
Bernhard pondera positivamente a la población, casi siempre marginal, de este
poblado frente a la del resto de la ciudad; una población con la que se volverá
a encontrar con los años en la sección de sucesos, crímenes y juicios de las
páginas de los periódicos. En el sótano el adolescente Bernhard hará buenas
migas con las compradoras de la tienda y su jefe, en unos años (finales de los
40) en los que solo se hablará de la guerra recién acabada.
En El
aliento se narrará el internamiento del joven protagonista de dieciocho
años en un hospital como consecuencia del enfriamiento (pleuresía húmeda, en realidad) que sufrió una mañana en la tienda
del sótano por descargar un camión de patatas con poco abrigo. En mi primera
lectura, hace ya unos veinticinco años, El
aliento fue el libro que más me gustó del conjunto y creo que ahora ha
vuelto a ocurrir lo mismo. A pesar de que está narrado desde un moridero, desde
una planta terrorífica del hospital, en la que médicos y enfermeras depositan a
los pacientes solo esperando su muerte, El
aliento es un terrorífico canto a la vida, al deseo de vida de un joven,
que además de dedicarse a ser aprendiz de tendero había empezado a tomar clases
de canto, auspiciado por su abuelo, para convertirse en un cantante de ópera.
Un sueño que se verá truncado por los problemas pulmonares que ya va a
arrastrar de por vida.
En El
frío los problemas de salud del joven Bernhard empeorarán al contraer la
tuberculosis en un centro de curación de su pleuresía húmeda. Aquí ya nos
contará Bernhard que a los dieciocho años ha comenzado a escribir. «Mi abuelo,
el escritor, había muerto, ahora tenía que escribir yo, ahora tenía yo la posibilidad de escribir» (pág.
280). La persona que Bernhard más admira, su referente vital, es su abuelo
materno, que ha sido anarquista en su juventud y de adulto trata de ser
novelista con escaso éxito. Bernhard no llega a conocer a su verdadero padre,
alguien que sedujo a su madre y luego abandonó a ésta y a su hijo. La figura
paterna la ocupará alguien distante, pero correcto, al que denomina «mi tutor»,
que tendrá dos hijos con su madre, a los que Bernhard sacará una buena cantidad
de años. El frío acaba con un
Bernhard de diecinueve años enfermo y con bastante desaliento vital por
delante.
Si bien los cuatro libros anteriores
seguían un orden cronológico en los sucesos contados, Un niño empieza cuando Bernhard tiene ocho años. Es decir, el
narrador se va a centrar ahora en los años que preceden a El origen, y nos narrará, principalmente, la relación con su abuelo
materno y sus diversas mudanzas.
Hay personas que prefieren empezar estos
Relatos autobiográficos por Un niño, pero creo que es más
recomendable leerlos en el orden cronológico de escritura y no de
acontecimientos narrados, porque así se puede apreciar mejor la evolución de la
escritura de Bernhard: las repeticiones y frases alargadas y repletas de comas
y subordinadas de El origen se van
apaciguando hasta unos párrafos más limpios en Un niño.
Como me ocurre al leer a Michel Houellebecq –quizás el sucesor más
claro de Bernhard–, al contrario de lo que puede parece a primera vista, aunque
Bernhard hable de suicidios, enfermedades, hospitales, pobreza… su escritura
tiene tanta fuerza, que su rabia y sus desahogos son muy vitales, y al final su
crítica feroz y despiadada, su disparar contra todo (médicos, instituciones,
profesiones respetables, etc.) tiene un punto humorístico.
Opina Miguel Sáenz que Thomas Bernhard
es el mejor escritor en alemán de la segunda mitad del siglo XX (el de la
primera mitad sería Franz Kafka), y
creo que poco más se puede decir. Estos Relatos
autobiográficos los recordaba como una de las grandes lecturas de mi vida,
y mi reencuentro con ellos no me ha decepcionado en absoluto. Todo un acierto
de Anagrama esta reedición de estos libros que ya no se encontraban en el
mercado.
Y qué hay de Juan Benet?.
ResponderEliminar¿Por qué me pregunta por Juan Benet en la entrada sobre Bernhard?
ResponderEliminarTremendo texto. Me parece increíble el uso de las larguísimas oraciones. Creo que sólo hay dos punto y aparte en los cinco libros. Me pareció de una musicalidad prodigiosa. Es un enorme escritor.
ResponderEliminarBernhard es siempre impresionante.
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