La celda de cristal, de Patricia Highsmith
Editorial Anagrama. 286 páginas. 1ª
edición de 1964; ésta es de 2016
Traducción de Amalia Martín-Gamero
De Patricia Highsmith (Fort Worth, Texas, 1921 – Locarno, Suiza, 1995)
había leído hasta ahora su primera novela, Extraños en un tren (1950) y La
coartada perfecta
(1956). La primera era la edición
española de Anagrama, de 1983, que
compré en la cuesta de Moyano y que leí en 2008. Me sorprendió muy gratamente.
Tuve la sensación de que su nivel de escritura superaba con creces al de la
novela negra convencional y sus planteamientos se acercaban a los de las
novelas de Fiódor Dostoyevski. La coartada perfecta lo tengo en una
edición de quiosco, que se vendía asociada al periódico El Mundo y de ella lo
cierto es que no recuerdo nada. Creo que la leí antes de Extraños en un tren.
La celda de
cristal la compró mi mujer, Almudena, y según lo iba leyendo me comentaba sus
impresiones. Me dijo que le gustaría que yo la leyera para poder comentarlo en
serio. Y después de acabar con el libro con el que yo estaba decidí ponerme con
el de Highsmith, porque casi nunca coincido en lecturas con Almudena y me
apetecía que esta vez ocurriera y también porque, hacía no mucho, había visto
en la plataforma Filmin el reportaje
Amando
a Highsmith, y me había apetecía volver con esta autora.
El protagonista de La celda de cristal se llama Philip
Carter; es un ingeniero de Nueva York y tiene treinta años. Cuando empieza la
novela se encuentra recluido en una cárcel de una ciudad del sur de los Estados
Unidos. Carter trabajaba como ingeniero jefe en la construcción de un colegio,
Carter ya había advertido a sus jefes de que los materiales que le estaban
enviando para la construcción no eran de buena calidad. La comisión de
seguridad declaró que el edificio no era acto para dar clases a niños, se
empezó a investigar y se descubrió un desfalco de 250.000 dólares. Wallace Palmer,
que podía ser el máximo responsable del engaño, había muerto antes del juicio.
Carter sospecha que Gawill, otro de los encargados, y amigo de Palmer, no podía
ser ajeno al tema. Pero, de un modo confiado, Carter firmó todos los papeles
que le pusieron delante y acaba siendo culpable de estafa ante la ley, aunque
no se le pueda vincular al dinero desaparecido.
El narrador, desde el comienzo de la
novela, le deja claro al lector que Carter es inocente del crimen que se le
imputa.
Durante la primera parte de la
novela se nos contarán las desventuras de Carter en la cárcel, sometido a un
sistema del que desconoce las normas más elementales para evitar meterse en
problemas. En las primeras páginas, dos carceleros le arrastran hasta las
antiguas salas de tortura de la prisión y le cuelgan de sus pulgares, lo que
hará que se le deformen de por vida y que se vuelva adicto a la morfina en la
enfermería de la prisión.
«La perspectiva era terrible, era
como una pesadilla.», leemos en la página 68, y esta es la sensación que tiene
el lector durante casi todas las páginas en las que se narra la estancia de
Carter en la cárcel.
La vida de Carter parece mejorar un
poco cuando conoce a Max, un preso, de origen francés, con el que empezara a
practicar sus conocimientos de este idioma. Además recibe las visitas de Hazel,
su esposa, una mujer muy atractiva, y de David Sullivan, un abogado que le está
ayudando con su caso; pero del que Gawill, su compañero en la empresa de
construcción, le empieza a contar que está seduciendo a Hazel. Carter no puede
fiarse de nadie, ni dentro ni fuera de la cárcel.
Un poco antes de llegar a la mitad
de la novela, Carter sale de la cárcel, tras cumplir una condena de seis años.
El lector ha recibido la información de hasta el momento en el que fue acusado
injustamente de malversación de fondos públicos, había sido un norteamericano
con suerte, un joven con éxito con las mujeres, en los estudios, y al que la
vida sonreía, criado con unos tíos. Estos tíos han muerto y Carter al salir de
la cárcel dispone del dinero de la herencia.
La novela está planteada de tal modo
que el lector no sabe qué va a ocurrir con Carter en libertad, ¿va a tratar de
esclarecer los hechos que le condujeron de un modo injusto a la cárcel? ¿Va a
tratar de olvidarse del pasado y seguir adelante con su vida, con su mujer y su
hijo? ¿Los sucesos del pasado van a volver a él aunque trate de evitarlos?
¿Puede ser que Hazel, su mujer, haya tenido una relación y, quizás la siga
teniendo con Sullivan, su abogado, que trata ahora de ayudarle a encontrar un
empleo?
Lo cierto es que Patricia Highsmith
no le da tregua al lector en La celda de
cristal, que es una narración muy tensa y oscura, con un personaje ‒Philip
Carter‒ siempre al borde del abismo, siempre en un callejón sin salida. He
leído en internet, que el origen de este libro es una amistad epistolar que la
autora estableció con un recluso que leía su obra. El recluso informaba en sus
cartas a Highsmith de las condiciones de vida en una prisión. Este es un tema
que se trata en la novela con gran profusión de detalles, y el lector siempre
tendrá la sensación de que la autora le habla de temas que conoce. También he
leído que en la versión original la parte de la cárcel era más extensa, y que
el primer editor del libro le pidió que la recortara.
Además de como una gran novela
negra, La celda de cristal se puede
leer también como un profundo alegato contra el sistema penitenciario que puede
conseguir, parece decirnos Highsmith, que un hombre inocente salga de allí con
capacidad para convertirse en un delincuente, sirviendo, entonces, para lo
contrario que se supone que ha de servir; es decir, para reformar a los
delincuentes.
Cuando al principio he comentado que
a Almudena le apetecía comentar el libro conmigo, he de decir que una vez leído
hemos hablado de un tema, quizás subterráneo que lo recorre, y es el de la
homosexualidad. En algún momento, Highsmith parece sugerirnos que la relación
de Carter en la cárcel con Max puede tener que ver con una tendencia homosexual
reprimida de Carter, algo que quizás está percibiendo su mujer Hazel, y que no
dudará en echarle en cara. Quizás la segunda parte, con Carter fuera de la
cárcel, se pueda entender como una búsqueda del protagonista de recuperar su
hombría ante los ojos de su mujer. Y en este caso Hazel se convertiría en la
verdadera mujer fatal de la novela, capaz de mover las pasiones más salvajes en
los hombres.
El interés y la tensión narrativa no
decaen hasta la última página de la novela. Me ha gustado La celda de cristal y me ha dejado con ganas de seguir con Patricia
Highsmith. Creo que me gustaría leer la serie de Mister Ripley; de hecho, he
visto que Anagrama ha sacado las cincos novelas en uno de sus volúmenes rojos
de rescates y también he visto que lo tienen en una biblioteca pública cerca de
casa.