domingo, 21 de mayo de 2023

La celda de cristal, por Patricia Highsmith

 


La celda de cristal, de Patricia Highsmith

Editorial Anagrama. 286 páginas. 1ª edición de 1964; ésta es de 2016

Traducción de Amalia Martín-Gamero

 

De Patricia Highsmith (Fort Worth, Texas, 1921 – Locarno, Suiza, 1995) había leído hasta ahora su primera novela, Extraños en un tren (1950) y La coartada perfecta

(1956). La primera era la edición española de Anagrama, de 1983, que compré en la cuesta de Moyano y que leí en 2008. Me sorprendió muy gratamente. Tuve la sensación de que su nivel de escritura superaba con creces al de la novela negra convencional y sus planteamientos se acercaban a los de las novelas de Fiódor Dostoyevski. La coartada perfecta lo tengo en una edición de quiosco, que se vendía asociada al periódico El Mundo y de ella lo cierto es que no recuerdo nada. Creo que la leí antes de Extraños en un tren.

 

La celda de cristal la compró mi mujer, Almudena, y según lo iba leyendo me comentaba sus impresiones. Me dijo que le gustaría que yo la leyera para poder comentarlo en serio. Y después de acabar con el libro con el que yo estaba decidí ponerme con el de Highsmith, porque casi nunca coincido en lecturas con Almudena y me apetecía que esta vez ocurriera y también porque, hacía no mucho, había visto en la plataforma Filmin el reportaje Amando a Highsmith, y me había apetecía volver con esta autora.

 

El protagonista de La celda de cristal se llama Philip Carter; es un ingeniero de Nueva York y tiene treinta años. Cuando empieza la novela se encuentra recluido en una cárcel de una ciudad del sur de los Estados Unidos. Carter trabajaba como ingeniero jefe en la construcción de un colegio, Carter ya había advertido a sus jefes de que los materiales que le estaban enviando para la construcción no eran de buena calidad. La comisión de seguridad declaró que el edificio no era acto para dar clases a niños, se empezó a investigar y se descubrió un desfalco de 250.000 dólares. Wallace Palmer, que podía ser el máximo responsable del engaño, había muerto antes del juicio. Carter sospecha que Gawill, otro de los encargados, y amigo de Palmer, no podía ser ajeno al tema. Pero, de un modo confiado, Carter firmó todos los papeles que le pusieron delante y acaba siendo culpable de estafa ante la ley, aunque no se le pueda vincular al dinero desaparecido.

El narrador, desde el comienzo de la novela, le deja claro al lector que Carter es inocente del crimen que se le imputa.

 

Durante la primera parte de la novela se nos contarán las desventuras de Carter en la cárcel, sometido a un sistema del que desconoce las normas más elementales para evitar meterse en problemas. En las primeras páginas, dos carceleros le arrastran hasta las antiguas salas de tortura de la prisión y le cuelgan de sus pulgares, lo que hará que se le deformen de por vida y que se vuelva adicto a la morfina en la enfermería de la prisión.

«La perspectiva era terrible, era como una pesadilla.», leemos en la página 68, y esta es la sensación que tiene el lector durante casi todas las páginas en las que se narra la estancia de Carter en la cárcel.

La vida de Carter parece mejorar un poco cuando conoce a Max, un preso, de origen francés, con el que empezara a practicar sus conocimientos de este idioma. Además recibe las visitas de Hazel, su esposa, una mujer muy atractiva, y de David Sullivan, un abogado que le está ayudando con su caso; pero del que Gawill, su compañero en la empresa de construcción, le empieza a contar que está seduciendo a Hazel. Carter no puede fiarse de nadie, ni dentro ni fuera de la cárcel.

 

Un poco antes de llegar a la mitad de la novela, Carter sale de la cárcel, tras cumplir una condena de seis años. El lector ha recibido la información de hasta el momento en el que fue acusado injustamente de malversación de fondos públicos, había sido un norteamericano con suerte, un joven con éxito con las mujeres, en los estudios, y al que la vida sonreía, criado con unos tíos. Estos tíos han muerto y Carter al salir de la cárcel dispone del dinero de la herencia.

La novela está planteada de tal modo que el lector no sabe qué va a ocurrir con Carter en libertad, ¿va a tratar de esclarecer los hechos que le condujeron de un modo injusto a la cárcel? ¿Va a tratar de olvidarse del pasado y seguir adelante con su vida, con su mujer y su hijo? ¿Los sucesos del pasado van a volver a él aunque trate de evitarlos? ¿Puede ser que Hazel, su mujer, haya tenido una relación y, quizás la siga teniendo con Sullivan, su abogado, que trata ahora de ayudarle a encontrar un empleo?

 

Lo cierto es que Patricia Highsmith no le da tregua al lector en La celda de cristal, que es una narración muy tensa y oscura, con un personaje ‒Philip Carter‒ siempre al borde del abismo, siempre en un callejón sin salida. He leído en internet, que el origen de este libro es una amistad epistolar que la autora estableció con un recluso que leía su obra. El recluso informaba en sus cartas a Highsmith de las condiciones de vida en una prisión. Este es un tema que se trata en la novela con gran profusión de detalles, y el lector siempre tendrá la sensación de que la autora le habla de temas que conoce. También he leído que en la versión original la parte de la cárcel era más extensa, y que el primer editor del libro le pidió que la recortara.

Además de como una gran novela negra, La celda de cristal se puede leer también como un profundo alegato contra el sistema penitenciario que puede conseguir, parece decirnos Highsmith, que un hombre inocente salga de allí con capacidad para convertirse en un delincuente, sirviendo, entonces, para lo contrario que se supone que ha de servir; es decir, para reformar a los delincuentes.

 

Cuando al principio he comentado que a Almudena le apetecía comentar el libro conmigo, he de decir que una vez leído hemos hablado de un tema, quizás subterráneo que lo recorre, y es el de la homosexualidad. En algún momento, Highsmith parece sugerirnos que la relación de Carter en la cárcel con Max puede tener que ver con una tendencia homosexual reprimida de Carter, algo que quizás está percibiendo su mujer Hazel, y que no dudará en echarle en cara. Quizás la segunda parte, con Carter fuera de la cárcel, se pueda entender como una búsqueda del protagonista de recuperar su hombría ante los ojos de su mujer. Y en este caso Hazel se convertiría en la verdadera mujer fatal de la novela, capaz de mover las pasiones más salvajes en los hombres.

 

El interés y la tensión narrativa no decaen hasta la última página de la novela. Me ha gustado La celda de cristal y me ha dejado con ganas de seguir con Patricia Highsmith. Creo que me gustaría leer la serie de Mister Ripley; de hecho, he visto que Anagrama ha sacado las cincos novelas en uno de sus volúmenes rojos de rescates y también he visto que lo tienen en una biblioteca pública cerca de casa.

 

domingo, 14 de mayo de 2023

Alberto Olmos habla de mi blog y mi canal en Hotel Z

 El escritor y periodista Alberto Olmos ha tenido a bien escribir un artículo para Hotel Z, en el que habla de mi blog y mi canal de YouTube.





Lo dejo aquí

 

«LOS QUE LEEMOS DE VERDAD  HEMOS AGUANTADO DEMASIADO

ALBERTO OLMOS

 

Como llevo muchos años en el mundo de los libros, he visto sobre todo gente que no lee. Un libro puede circular perfectamente a lomos de la no lectura, y acabar por siempre no leído en la Biblioteca Nacional. Su editor no lo leyó, porque contrata las novelas de oídas, por amistad, por amoríos, por tentar a la suerte; el entrevistador ocasional que lo saca en el periódico no tiene tiempo (ni ganas) de leerlo, porque para entrevistarlo basta la sinopsis y el dossier de prensa; el crítico hace lo mismo, pues para poner bien un libro no hay nada más apropiado que no leerlo; finalmente los lectores lo compran porque lo publica un editor del que se fían (que no ha leído el libro), porque su autor es entrevistado en las páginas de cultura de un periódico del que se fían (nadie en la redacción leyó el libro) o porque el crítico del que se fían (no lo leyó) lo recomienda. El lector lo deja en las primeras páginas porque finalmente se fía de sí mismo.

Esta sobre-abundancia de no lecturas o de lecturas demediadas o de tránsitos eternamente truncados que caracteriza al mundo del libro me ha llevado estos días a pensar en un lector de verdad. Su nombre, David Pérez Vega.

Resulta que Pérez Vega, después de años con un blog de reseñas y varias publicaciones en distintos géneros literarios, abrió un canal en Youtube donde habla de libros. Hace un mes celebró con una nueva grabación los tres años del disparate: hablar a solas de sus lecturas mirando a la cámara de su ordenador. El disparate cuenta con casi 18.000 suscriptores.

Tener 18.000 suscriptores en Youtube deshojando tus impresiones sobre una novela, y hacerlo en plano fijo y sin cortes ni efectos de edición de ningún tipo, y siendo, como reconoce el propio David, una persona tímida y nada pizpireta o estrafalaria tiene —acabemos la larga frase dando el valor exacto a cierta esdrújula— mérito.

Bienvenido, Bob, que así se llama el canal literario, compite con miles de canales sobre temas más apasionantes que el de pasar una tras otra las trescientas páginas de un libro. Compite con jóvenes muy guapos o muy guapas y con esas luces LED de colorines obligadas a sus espaldas mientras gritan, jadean, jalean o ponen morritos a la cámara. Compite con gente que sabe hacer vídeos, maneja editores o invita a personajes relevantes a llenarles varias horas de programación doméstica. El hecho de que Bienvenido, Bob vaya camino de los 20.000 suscriptores, y de que algunos de sus vídeos cuenten con más de 40.000 visualizaciones, me enternece. Es como si la gente, sin saberlo, supiera que ese tipo de ahí se lee los libros enteros. Sólo ese tipo de ahí.

Una prueba graciosa sería coger a un crítico a voleo por una reseña suya cualquiera y pedirle que hablara, de pronto y sin aviso, de ese libro que acaba de reseñar la semana pasada en el periódico. ¿Creen que ese crítico podría estar, como David, doce o quince minutos seguidos hablando del libro?

Hace poco me invitaron a participar en un jurado para elegir los mejores libros de 2022. Éramos doce o trece jurados. Leyendo sus nombres, pensé en primer lugar en la cantidad de libros que toda esa gente no habría leído, y en lo gracioso que era que fueran llamados a proclamar los mejores libros del curso. Después, descubrí que los libros que optaban al premio serían los que las editoriales decidieran. Se nos envió una lista que incluía varios géneros. Yo dominaba, si quieren, las novedades de narrativa, pero no tenía ni idea de ensayo internacional, por ejemplo. No había tiempo para leerse todos los libros nominados (harían falta más o menos dos años para leérselos todos), de modo que supuse que lo que se esperaba de mí era una gran flexibilidad moral. Gracias a ella, podría votar como mejor libro del año en ensayo internacional uno que no había leído, pero cuyo autor me caía bien, o cuyo sello editorial me caía bien, o cuya portada me gustaba, o cuya fama precedente me convenciera. Esto, sumado a otros motivos que no vienen al caso (y que por supuesto me encantaría contar) me hicieron darme de baja del jurado. Nadie más se dio de baja. Todos los demás jurados, hombres y mujeres ocupadísimos y que habrían leído apenas la mitad que yo en 2022 (todos juntos), continuaron; y votaron y refrendaron lo mejor del año de entre un montón de libros que no habían leído. Así funciona.

A David Pérez Vega nunca le invitan a votar lo mejor del año, siendo una de las personas que, con toda seguridad, más novelas españolas ha leído de entre las publicadas en el siglo XXI. También es probable que sepa más de literatura latinoamericana que casi cualquier otro lector español (quizá sólo le supera Jorge Carrión). Pero Pérez Vega no cuenta porque no es nadie en el mundillo, precisamente porque es un lector de verdad. ¿Qué tiene de interesante la opinión literaria de alguien que lee los libros enteros?

Recuerdo unas charlas que tuvieron lugar hace años alrededor de blogs y literatura, y donde yo estaba invitado y David también. En su charla participaba un editor, y alguien más que no recuerdo. El editor estaba incómodo, se le notaba incómodo, como fuera de sitio. Cada vez que Pérez Vega opinaba, el editor procuraba aplastarlo. No debatía con él, no surfeaba sus argumentos hasta la feliz ocasión de desmontarlos: directamente expresaba su desprecio por David Pérez Vega, que no era nadie, pues él era un gran editor, con plaza preferente en Babelia, y no era de recibo tenerlo ahí con un tipo que escribía en su blog sobre lo que leía.

Por supuesto, cuando se entrega o falla el premio Nacional, lo fallan personas que no han leído nada, en primera instancia, y desde luego nada en comparación con lo que ha leído David Pérez Vega o, como es obvio, yo mismo. Sin embargo, esas personas no sienten la menor vergüenza en elegir un libro como el mejor del año por todos los motivos imaginables salvo el que se derivaría, puro y afilado, de su simple lectura. De hecho, todas esas personas, esos jurados, esos editores divinos, esos periodistas culturales sin cultura alguna conocida miran con indisimulado desdén la labor y la figura de David Pérez Vega. Si no es invitado a un cóctel, ¿cómo va importar su opinión sobre Bolaño?

Según yo lo veo, tendría que ser gente como David Pérez Vega quien votase siempre lo mejor del año, el premio Nacional, el premio regional y cualquier otro ranking o reconocimiento que exista en España para los libros. Pero todo está tan desviado de la virtud que quien no lee decide qué debe leerse, y, en consecuencia, quien no sabe escribir consigue que nadie se entere nunca.»


DEJO UN ENLACE A HOTEL Z: AQUÍ

domingo, 7 de mayo de 2023

Mis compras en Ábaco, mi librería favorita de Madrid

En el siguiente vídeo de mi canal de YouTube, hablo de los libros que compré en mi visita a las dos librerías Ábaco de Madrid: