Yo el supremo, de Augusto Roa Bastos
Editorial Alfaguara. 896 páginas. 1ª edición de 1974, ésta es de 2017.
Me gustan las ediciones
conmemorativas de clásicos de la literatura en español que hace la RAE en colaboración con Alfaguara. Además del libro, con
múltiples notas, estas obras cuentas con varios estudios previos y posteriores
al texto. En esta colección he releído El Quijote de Miguel de Cervantes y Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Así que cuando
en las estanterías de La Central de
Callao vi la edición de la RAE de Yo
el Supremo de Augusto Roa Bastos
(Asunción, Paraguay, 1917-2005) me apeteció comprarlo. En este caso la edición
de 2017 conmemoraba que se cumplía un siglo del nacimiento del autor.
Hace más de dieciocho años (tiene el
precio en pesetas) compré en la Cuesta
de Moyano El baldío, un libro de cuentos de Roa Bastos publicado en 1966.
El baldío está formado por trece
relatos y en aquel momento leí los seis primeros y no continué. Decidí dejarlo
para una ocasión futura. Es muy raro que yo deje un libro sin terminar.
Recuerdo que aquellos relatos de El
baldío me resultaban bastante densos y no los acababa de disfrutar.
Posiblemente esto debería haberme dado una pista seria de la que podía ser mi
experiencia lectora con Yo el Supremo,
pero aun así quise acercarme a este libro. A mí siempre me ha interesado mucho
la narrativa latinoamericana y conocía el prestigio de esta novela, una de las
más importantes –si no la «más importante»– dentro de la corriente de «novelas
de dictador».
Dejo los artículos sobre el libro
para el final y empiezo con la novela. Ésta comienza con un pasquín encontrado
en las puertas de la catedral de Asunción. El pasquín imita el estilo de los
edictos de José Gaspar Rodríguez de Francia, que fue dictador de Paraguay entre
1814 y 1840, durante un periodo que se llegó a llamar el de «la Dictadura
Perpetua». El doctor Francia es un hombre ilustrado, un afrancesado con una
amplia cultura (histórica, filosófica, literaria…), que usa citas de forma
continua.
En el pasquín, supuestamente firmado
por el doctor Francia, éste pide que su cadáver sea decapitado, y que sus
servidores y militares sufran pena de horca. El pasquín es entregado al doctor
Francia por su secretario personal, Policarpo Patiño. El Dictador quiere que la
letra del pasquín sea cotejada con la de todas las personas que pueden tener
algo contra él –según Patiño son más de 8.000– y así encontrar a los culpables.
Estamos en octubre de 1840, el Dictador
Perpetuo tiene ya ochenta y cuatro años y le queda poco tiempo para morir.
Augusto Roa Bastos escribió esta novela en Buenos Aires, exiliado por la
dictadura del general Alfredo Stroessner, y el libro se publicó en esta ciudad
en 1974. Roa Bastos, que siempre había sentido fascinación por la figura del
doctor Francia, tardó cinco años en escribir su obra más conocida. Al parecer
–según he leído en los análisis que acompañan al libro– el doctor Francia sigue
siendo un personaje controvertido en la historia paraguaya, puesto que por un
lado encarna la creación de Paraguay como una nación moderna, fuera ya del
ámbito colonial español, y además consiguió que el territorio del nuevo país no
fuera absorbido por Argentina o Brasil, que deseaban que se convirtiera en una
más de sus provincias, sin entidad propia, pero por otra parte el doctor
Francia también es un dictador, con toda la conducta arbitraria que esto
conlleva.
La novela comienza con una
conversación entre el doctor Francia y su secretario Patiño, como decía. Los
diálogos están insertos en el cuerpo del texto y no separados con guiones.
Hay diferentes niveles textuales del
discurso en la novela: las conversaciones entre el doctor Francia y Patiño, las
conversaciones que el Dictador mantiene con su perro (siendo este un detalle
alucinado muy cervantino) o las que el Dictador mantiene con personajes
históricos con los que se encontró en el pasado y con los que habla a través de
las brumas de la demencia senil. Estos personajes históricos son principalmente
líderes de la independencia argentina o brasileña, como Manuel Belgrano o
Antonio Manoel Correira de Cámara. También conversará con algunos científicos
(sobre todo naturalistas) que vivieron en Paraguay unos años y luego
escribieron en Europa libros sobre la aislada dictadura paraguaya, como Amadeo
Bonpland.
No solo nos encontramos en la novela
conversaciones, más o menos oníricas, con estos personajes históricos, sino que
Roa Bastos también nos acerca a páginas de un diario que escribe el dictador
para su intimidad, con páginas que dicta a Patiño para crear ordenanzas; en
total nos encontramos con estas clasificaciones: «Circular perpetua», «En el
cuaderno privado», «Cuaderno de bitácora», «Voz tutorial» o «Auto supremo»,
cada uno de estos tipos de escritura tiene un estilo propio.
Además, por encima de las diversas
voces sobrepuestas del Supremo, nos encontramos con la voz de un Compilador,
que se identificaría con la voz del propio Augusto Roa Bastos, quien prefiere
retirarse él mismo de la propia escritura del texto, sustituyéndose por esta
figura del «Compilador» e insinuar que el libro emana directamente del «Pueblo»
paraguayo, al que cede la voz. Las notas del compilador aparecen, casi siempre,
como texto a pie de página a dos columnas. En la página 287 se produce un salto
temporal, que nos lleva desde 1840 hasta 1932 cuando el Compilador recuerda
algunos episodios vividos en su escuela elemental, cuando –a través de un
compañero– trata de hacerse con una pluma que perteneció al Supremo.
En otros casos, las notas del
Compilador a pie de texto sirven para aclararse al lector sobre qué va
divagando exactamente el Supremo. En más de una ocasión el discurso de nuestro
Dictador casi moribundo se hace errático, principalmente porque trata de
justificarse ante sí mismo, ante sus competidores históricos imaginarios, o
ante sus compatriotas, las decisiones que tomó en el pasado, para las que
siempre encuentra un motivo patriótico y que, en más de un caso, considera poco
celebradas o comprendidas. Entonces el Compilador explica el contexto histórico
al que se refiere el Supremo, o bien contrasta su discurso con las opiniones
(tomadas de libros reales, me parece) de las personas de las que está hablando.
En más de un momento, estas notas
del Compilador me han servido para no perderme, porque, debo decir desde ya,
que Yo el Supremo no es una novela
fácil ni cómoda. Ramiro Domínguez
señala que Yo el Supremo pone «esmero
en soslayar la línea argumental, que elude la forma episódica o acumulativa y
por una suerte de collages de
elementos estructurales disímiles –drama-novela-crónica-fábula-historia-glosa–
desarticula cualquier prenoción de géneros literarios convencionales.» Y quizás
aquí se ha encontrado para mí el problema del libro. Si ya de entrada cuesta
identificarse con un protagonista que es un dictador ególatra, más aún cuando
su discurso es, en la mayoría de las veces, alucinatorio y además se eluden las
líneas argumentales. La voz narrativa avanza dando vueltas sobre sí misma,
salta de una cosa a otra. En más de un momento me he encontrado fuera del
texto, leyendo pero sin saber dónde estaba.
Quizás no me he acercado a este
libro en el mejor momento, un libro que requería gran dedicación, un libro que
me ha resultado huraño y poco grato para el lector, o al menos poco grato para
el lector que he sido yo en el verano de 2020. La novela nos da información
sobre personajes que un lector no paraguayo no sabe quiénes son, y esta
información no acaba de formar un episodio narrativo cerrado, sino que avanza,
retrocede, se habla de otra persona, o el Compilador le tiene que contar al
lector sobre quién está hablando el Supremo, porque el propio Compilador (o el
escritor) debe entender que el lector no sabe sobre qué o quién está recibiendo
información.
El lenguaje de la novela está muy
trabajado; Roa Bastos juega a insertar palabras guaranís en su culto castellano,
y además usa términos inventados. Al final del libro existe un diccionario de
términos guaranís, palabras propias de Paraguay y palabras inventadas, así como
un diccionario de nombres históricos, que pueden ayudar al lector.
Hay momento bellos en la novela,
como cuando el Supremo va a la selva en busca de un meteorito que luego
decorará su despacho, porque quiere «controlar el azar», y en la segunda mitad
(mitad en la que ya he entrado mejor en la novela) hay páginas que relatan la
relación del Supremo con el argentino Belgramo que tienen más continuidad y más
fuerza episódica. Pero, siendo honesto, he de señalar que para mí también ha
habido muchos momentos aburridos en este libro, páginas y páginas que he leído
por inercia o por tozudez, porque no iba a abandonarlo a medio camino. Es
posible que si me hubiera acercado a la novela en otro momento de mi vida el
resultado hubiera sido diferente. Recuerdo que a los veintidós años me encantó
el Ulises
de James Joyce, aunque
durante bastantes páginas no estaba muy seguro de qué me estaban hablando.
Quizás si en esa época temprana de lector deslumbrado por la dificultad hubiera
leído Yo el Supremo me hubiera metido
más en la lectura y la hubiera disfrutado más. Ahora mismo tengo la impresión
de que, sin renunciar a una estructura novelística compleja, necesito libros
que además de hacerme pensar me entretengan. No se debe olvidar que, al fin y
al cabo, la lectura debe ser un entretenimiento y aunque soy consciente de que
la apuesta artística de Roa Bastos ha sido fuerte en Yo el Supremo no estoy tan seguro de que haya conseguido crear una
obra que pueda transmitir una gratificante experiencia al lector. Cuando he
hablado de este libro en las redes sociales, han aparecido amigos lectores que
me han mostrado su entusiasmo por él, amigos con los que coincido en gustos en
muchas ocasiones. Además la edición de Alfaguara que he leído está plagada de
comentarios elogiosos de escritores famosos y de críticos. Simplemente, pese a
la decepción que he sentido, hay que aceptar que, aunque un libro puede ser un
clásico de reconocido prestigio, no es el libro que me convenía en un momento
dado. Como decía al principio, que me dejara a medias el libro de relatos El baldío debería haberme dado una pista
de que mi yo lector no se identifica con el yo escritor de Augusto Roa Bastos.
No siempre se acierta al elegir lecturas.
El género 'novelas de dictador' fue -es todavía, véase por ejemplo "La fiesta del chivo" de Vargas Llosa- un tipo de novela muy habitual en sudamérica durante el pasado siglo. Se dice que quizás el género encuentra su germen en el valleinclanesco "Tirano Banderas", au nque si nos atenemos exclusivamente a Hispanoamérica es Miguel Angel Asturias y su "El señor presidente" el que marca un claro principio. Luego vendrían ya títulos del cubano Alejo Carpentier que tu reseña al tratarse de un dictador histórico me ha hecho recordar; el título de Carpentier que leí hace mucho y que me permito recomendarte es "El recurso del método". Se llega luego ya a GArcía Marquez con por ejemplo "El otoño del patriarca" y luego ya Vargas Llosa que parece haberse especializado en novelas de dictadores ("Conversación en la Catedral" y la ya citada de "La fiesta del chivo " que es novela relativamente reciente).
ResponderEliminarEs seguro que alguna se me escapa. Pero lo que tu reseña me ha hecho pensar es que no he leído ésta de "Yo, el Supremo" que es considerada como de lo mejor en el género. Intentaré, pese a la dificultad que señalas leerla.
Una reseña muy muy clarificadora, David. Te la agradezco porque además me parece muy sincera.
Un abrazo
Hola, Juan Carlos:
EliminarSí, toda una tradición la novela de dictadores. La de Elena Garro, Los recuerdos del porvenir, también podríamos meterla en esta clasificación.
Espero que te guste Yo el Supremo si te acercas a ella.
Saludos
Hola, soy un lector bastante básico, pero Yo el supremo me pareció una obra monumental. Es verdad lo que decís sobre que q veces se vuelve aburrida y confusa, pero los momentos en los que atrapa son tan potentes que de alguna manera compensan esos momentos de zozobra. La deconstrucción y el manejo de las palabras (el lenguaje en sí). Son sublimes. Obvio que mi intención no es relativizar tu experiencia, pero la mejor manera de ha sido la de estar frente a una obra maestra por momentos perfecta.
ResponderEliminarHola, Julián, me alegro de que disfrutaras tanto de este libro. Quizás a mí me pilló en un mal momento.
EliminarSaludos