domingo, 31 de octubre de 2021

Los recuerdos del porvenir, por Elena Garro


Los recuerdos del porvenir,
de Elena Garro

Editorial Joaquín Mortiz. 286 páginas. 1ª edición de 1963; ésta es de 2017.

 

En el verano de 2017 pasé quince días de vacaciones en México. Ciudad de México era una metrópoli con unas librerías enormes y preciosas, y me traje de vuelta a casa la maleta llena de libros. Muchos de ellos aún no los he leído. Ya he contado más de una vez que acabo sucumbiendo con frecuencia a la tentación de la novedad literaria. Le solicito libros a las editoriales ‒que ellas me mandan‒ y acabo priorizando estos envíos a los libros que tengo en casa comprados. Este despropósito me conduce a que grandes novelas como Los recuerdos del porvenir de Elena Garro (Puebla, México, 1916 – Cuarnavaca, 1998) se queden demasiado tiempo en mis estanterías de libros por leer.

Ahora, además de las reseñas escritas, también llevo un canal de vídeo reseñas, y para él grabo, de vez en cuando, comentarios mostrando los libros que he leído de países latinoamericanos. Grabar el vídeo sobre la literatura mexicana me hizo tomar conciencia de la gran cantidad de libros de allá que tengo sin leer, y este fue el detonante para que definitivamente me pusiera con Los recuerdos del porvenir.

 

Además del tema comentado de las novedades literarias, ha habido más motivos que me han hecho retrasar la lectura de este libro: me lo recomendó que lo comprara, cuando hacíamos turismo de librerías en México, mi amigo mexicano el escritor Federico Guzmán, que entonces no me acabó de transmitir demasiado entusiasmo por él. Creo que, por esos días, Federico estaba algo desencantado de la literatura mexicana. Y además, está el tema del canon; a mí no me sonaba de nada el título de Los recuerdos del porvenir como el de un libro prestigioso de la narrativa latinoamericana de la época del boom o el preboom. Luego hablaré de este submundo de los prejuicios.

 

Los recuerdos del porvenir sitúa su acción en los años posteriores a la revolución mexicana, que tuvo lugar en México en la década de 1910. Los jóvenes Moncada (apellido de la familia protagonista del libro) recuerdan que de niños los ocultaban en la carbonera de la casa cuando entraba a su pueblo Emiliano Zapata. El tiempo está marcado de una forma más precisa en la segunda parte de la novela, cuando se habla de las guerras cristeras, que tuvieron lugar en México entre 1926 y 1929. Al final de la novela se va a dar el dato de que la historia acaba en 1927, y lo más lógico es suponer, por tanto, que la acción narrada en Los recuerdos del porvenir transcurre, más o menos, entre 1926 y 1927.

 

Un primer elemento de la narración que me desconcertó fue que, en la primera página, no tenía claro quién era el narrador. Pronto descubrí que era Ixtepec (que en idioma náhuatl significa algo así como «En la superficie del cerro»), el pueblo en el que transcurre la acción. He buscado Ixtepec en internet, y existe realmente; está en el sur de México, en el estado de Oaxaca. En más de una ocasión el propio narrador habla de «mis calles» o «mis gentes», pero en otros momentos parecen ser estas gentes del pueblo las que toman la palabra y el narrador se transforma en un «nosotros» genérico. Estaba pensando en dejarlo para el final de la reseña, pero creo que lo voy a decir ya: de forma inmediata la creación de este narrador en singular, que es un pueblo, y en plural, que serían los habitantes de este pueblo, me ha hecho pensar en El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, novela publicada en 1975. Aquí hay también un «nosotros» genérico que describe la caída de un dictador, un «patriarca», y al final de cada capítulo el «nosotros» se descompone en un «yo» innominado. Pero no solo empiezo a pensar durante las primeras páginas de Los recuerdos del porvenir en El otoño del patriarca sino que también aparece en mi mente Cien años de soledad. Esta novela emblemática de la narrativa latinoamericana se publicó en 1967, y García Márquez la escribió cuando vivió en Ciudad de México. Doy por seguro que leyó unos años antes Los recuerdos del porvenir y que esta novela influyó de un modo profundo en su narrativa. El escritor que había publicado La hojarasca en 1955, El coronel no tiene quien le escriba en 1961 y La mala hora en 1962, será un escritor diferente en 1967, cuando publique Cien años de soledad y en 1975, cuando aparezca El otoño del patriarca. Ha sido un escritor que ha tratado de escribir con la aparente sencillez de la narrativa norteamericana, representada por Ernest Hemignway, y luego va a ser un escritor más exuberante, que usa lo «real maravilloso» para desbordar sus narraciones sobre familias decadentes. Entre medias ha sufrido un proceso de transformación. En gran medida, diría que ese cambio se ha debido a la lectura de Los recuerdos del porvenir de Elena Garro. En su novela, Elena Garro nos presenta a la familia Moncada, del pueblo de Ixtepec, y desde el comienzo sabremos que es una familia destinada a desaparecer, porque su narrador (el propio pueblo) narra desde un punto indefinido del futuro y va adelantando información, buscando el interés y la intriga del lector. El lector de Cien años de soledad ya estará viendo algunos paralelismos entre las dos novelas. Además, Elena Garro juega con el recurso de la hipérbole para caracterizar a algunos de sus personajes. Y este es un antecedente claro de lo que luego va a ser llamado el «realismo mágico». Por ejemplo, Juan Urquizo, en la novela de Garro, tras la muerte de su mujer pasa por Ixtepec dos veces al año, ya que realiza a pie un viaje circular, sin fin, en el que pasa por Ciudad de México y luego se acerca a la costa. En otro momento de la novela no para de llover durante días en Ixtepec, algo que todos sabemos que unos años después va a ocurrir en Macondo. El tiempo se describe en Los recuerdos del porvenir de una forma circular, el narrador adelanta sucesos, vuelve atrás, se habla de «los recuerdos del futuro», etc., de un modo similar al que usará García Márquez en más de una de sus obras. El amor además mueve a los personajes en la novela de Garro con la fuerza hiperbólica de un embrujo, algo muy del gusto del segundo García Márquez también. En las descripciones de Garro se incide de forma poética en los colores y los olores de la fauna y la flora locales, otra de las formas que usará García Márquez para caracterizar a Macondo. Incluso, la cadencia de las frases de Garro suena a García Márquez. Dejo aquí un párrafo de ejemplo:

 

«En esta calle hay una casa grande, de piedra, con un corredor en forma de escuadra y un jardín lleno de plantas y de polvo. Allí no corre el tiempo: el aire quedó inmóvil después de tantas lágrimas. El día que sacaron el cuerpo de la señora de Moncada, alguien que no recuerdo cerró el portón y despidió a los criados. Desde entonces las magnolias florecen sin nadie que las mire y las hierbas feroces cubren las losas del patio; hay arañas que dan largos paseos a través de los cuadros y del piano. Hace ya mucho que murieron las palmas de sombra y que ninguna voz irrumpe en las arcadas del corredor. Los murciélagos anidan en las guirnaldas doradas de los espejos y “Roma y Cartago”, frente a frente siguen cargados de frutos que se caen de maduros. Sólo olvido y silencio. Y sin embargo en la memoria hay un jardín iluminado por el sol, radiante de pájaros, poblado de carreras, y de gritos. Una cocina humeante y tendida a la sombra morada de los jacarandaes, una mesa en la que desayunan los criados de los Moncada.» (páginas 10-11)

 

En la primera parte de la novela, lleva a Ixtepec el general Francisco Rosas, que fue villista, pero acabó traicionando a Pancho Villa. Él y sus acólitos, vendrán acompañados de sus queridas y no tardarán en instaurar un régimen de terror en Ixtepec, donde no será infrecuente ver a campesinos colgados de los árboles. En gran medida la rabia de Francisco Rosas procede de su amor desbocado por Julia, la mujer que llegó con él en tren y a la que mantiene encerrada en el hotel de Ixtepec, porque no puede aguantar que otros la vean o que ella pueda hacer mínimamente su vida. La tensión irá aumentando, hasta que la primera parte acabe en un desborde mágico o quizás simbólico. El lector tendrá que elegir la verdad que prefiera.

En algunas páginas, la relación entre los hermanos Moncada me ha recordado a la de los adolescentes de El siglo de las luces de Alejo Carpentier, novela que se publicó en 1962 y que, tal vez, Garro pudo haber leído antes de acabar su libro.

 

En la segunda parte la tensión narrativa vendrá marcada por la declaración de las guerras cristeras por parte del gobierno y cómo la persecución religiosa guiará el destino de Ixtepec y sus habitantes.

Los recuerdos del porvenir entra también en la tradición latinoamericana de las novelas de dictadores, puesto que una de sus bazas es la de denunciar los abusos de poder del general Francisco Rosas. Además denuncia el racismo contra los indios y la mala posición social de las mujeres. Los recuerdos del porvenir es, por tanto, una novela muy moderna.

Otra de las grandes novelas de la revolución es Cartucho de Nellie Campobello, otro libro que quedó arrumbado del canon y que se ha empezado a rescatar en los últimos años. Quizás tanto Nellie Campobello como Elena Garro quedaron fuera del canon por una simple cuestión machista, o tal vez éste sea una análisis que se quede corto, puesto que en el caso de Garro también hay algún asunto político, ya que cayó en desgracia en 1968, cuando tras la matanza de Tlatelolco se posicionó del lado del gobierno y acusó a otros escritores e intelectuales de haber estado detrás de los movimientos estudiantiles.

 

En cualquier caso, lo importante, más que hablar de la vida privada de la escritora, es destacar la gran novela que es Los recuerdos del porvenir, una de las grandes novelas latinoamericanas del siglo XX.

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