Los recuerdos del porvenir, de Elena Garro
Editorial Joaquín Mortiz. 286 páginas. 1ª edición de 1963; ésta es de
2017.
En el verano de 2017 pasé quince
días de vacaciones en México. Ciudad de México era una metrópoli con unas
librerías enormes y preciosas, y me traje de vuelta a casa la maleta llena de
libros. Muchos de ellos aún no los he leído. Ya he contado más de una vez que
acabo sucumbiendo con frecuencia a la tentación de la novedad literaria. Le solicito
libros a las editoriales ‒que ellas me mandan‒ y acabo priorizando estos envíos
a los libros que tengo en casa comprados. Este despropósito me conduce a que
grandes novelas como Los recuerdos del porvenir de Elena Garro (Puebla, México, 1916 –
Cuarnavaca, 1998) se queden demasiado tiempo en mis estanterías de libros por
leer.
Ahora, además de las reseñas
escritas, también llevo un canal de vídeo reseñas, y para él grabo, de vez en
cuando, comentarios mostrando los libros que he leído de países
latinoamericanos. Grabar el vídeo sobre la literatura mexicana me hizo tomar
conciencia de la gran cantidad de libros de allá que tengo sin leer, y este fue
el detonante para que definitivamente me pusiera con Los recuerdos del porvenir.
Además del tema comentado de las novedades
literarias, ha habido más motivos que me han hecho retrasar la lectura de este
libro: me lo recomendó que lo comprara, cuando hacíamos turismo de librerías en
México, mi amigo mexicano el escritor Federico
Guzmán, que entonces no me acabó de transmitir demasiado entusiasmo por él.
Creo que, por esos días, Federico estaba algo desencantado de la literatura
mexicana. Y además, está el tema del canon; a mí no me sonaba de nada el título
de Los recuerdos del porvenir como el
de un libro prestigioso de la narrativa latinoamericana de la época del boom o el preboom. Luego hablaré de este submundo de los prejuicios.
Los recuerdos del porvenir sitúa su acción en los años posteriores a la
revolución mexicana, que tuvo lugar en México en la década de 1910. Los jóvenes
Moncada (apellido de la familia protagonista del libro) recuerdan que de niños
los ocultaban en la carbonera de la casa cuando entraba a su pueblo Emiliano
Zapata. El tiempo está marcado de una forma más precisa en la segunda parte de
la novela, cuando se habla de las guerras cristeras, que tuvieron lugar en
México entre 1926 y 1929. Al final de la novela se va a dar el dato de que la
historia acaba en 1927, y lo más lógico es suponer, por tanto, que la acción narrada
en Los recuerdos del porvenir
transcurre, más o menos, entre 1926 y 1927.
Un primer elemento de la narración
que me desconcertó fue que, en la primera página, no tenía claro quién era el
narrador. Pronto descubrí que era Ixtepec (que en idioma náhuatl significa algo
así como «En la superficie del cerro»), el pueblo en el que transcurre la
acción. He buscado Ixtepec en internet, y existe realmente; está en el sur de
México, en el estado de Oaxaca. En más de una ocasión el propio narrador habla
de «mis calles» o «mis gentes», pero en otros momentos parecen ser estas gentes
del pueblo las que toman la palabra y el narrador se transforma en un
«nosotros» genérico. Estaba pensando en dejarlo para el final de la reseña,
pero creo que lo voy a decir ya: de forma inmediata la creación de este
narrador en singular, que es un pueblo, y en plural, que serían los habitantes
de este pueblo, me ha hecho pensar en El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, novela
publicada en 1975. Aquí hay también un «nosotros» genérico que describe la
caída de un dictador, un «patriarca», y al final de cada capítulo el «nosotros»
se descompone en un «yo» innominado. Pero no solo empiezo a pensar durante las
primeras páginas de Los recuerdos del
porvenir en El otoño del patriarca
sino que también aparece en mi mente Cien años de soledad. Esta novela
emblemática de la narrativa latinoamericana se publicó en 1967, y García
Márquez la escribió cuando vivió en Ciudad de México. Doy por seguro que leyó
unos años antes Los recuerdos del
porvenir y que esta novela influyó de un modo profundo en su narrativa. El
escritor que había publicado La hojarasca en 1955, El
coronel no tiene quien le escriba en 1961 y La mala hora en 1962,
será un escritor diferente en 1967, cuando publique Cien años de soledad y en 1975, cuando aparezca El otoño del patriarca. Ha sido un
escritor que ha tratado de escribir con la aparente sencillez de la narrativa
norteamericana, representada por Ernest Hemignway,
y luego va a ser un escritor más exuberante, que usa lo «real maravilloso» para
desbordar sus narraciones sobre familias decadentes. Entre medias ha sufrido un
proceso de transformación. En gran medida, diría que ese cambio se ha debido a
la lectura de Los recuerdos del porvenir
de Elena Garro. En su novela, Elena Garro nos presenta a la familia Moncada,
del pueblo de Ixtepec, y desde el comienzo sabremos que es una familia
destinada a desaparecer, porque su narrador (el propio pueblo) narra desde un
punto indefinido del futuro y va adelantando información, buscando el interés y
la intriga del lector. El lector de Cien
años de soledad ya estará viendo algunos paralelismos entre las dos
novelas. Además, Elena Garro juega con el recurso de la hipérbole para
caracterizar a algunos de sus personajes. Y este es un antecedente claro de lo que
luego va a ser llamado el «realismo mágico». Por ejemplo, Juan Urquizo, en la
novela de Garro, tras la muerte de su mujer pasa por Ixtepec dos veces al año,
ya que realiza a pie un viaje circular, sin fin, en el que pasa por Ciudad de
México y luego se acerca a la costa. En otro momento de la novela no para de
llover durante días en Ixtepec, algo que todos sabemos que unos años después va
a ocurrir en Macondo. El tiempo se describe en Los recuerdos del porvenir de una forma circular, el narrador
adelanta sucesos, vuelve atrás, se habla de «los recuerdos del futuro», etc.,
de un modo similar al que usará García Márquez en más de una de sus obras. El
amor además mueve a los personajes en la novela de Garro con la fuerza
hiperbólica de un embrujo, algo muy del gusto del segundo García Márquez
también. En las descripciones de Garro se incide de forma poética en los
colores y los olores de la fauna y la flora locales, otra de las formas que
usará García Márquez para caracterizar a Macondo. Incluso, la cadencia de las
frases de Garro suena a García Márquez. Dejo aquí un párrafo de ejemplo:
«En esta calle hay una
casa grande, de piedra, con un corredor en forma de escuadra y un jardín lleno
de plantas y de polvo. Allí no corre el tiempo: el aire quedó inmóvil después
de tantas lágrimas. El día que sacaron el cuerpo de la señora de Moncada,
alguien que no recuerdo cerró el portón y despidió a los criados. Desde
entonces las magnolias florecen sin nadie que las mire y las hierbas feroces
cubren las losas del patio; hay arañas que dan largos paseos a través de los cuadros
y del piano. Hace ya mucho que murieron las palmas de sombra y que ninguna voz
irrumpe en las arcadas del corredor. Los murciélagos anidan en las guirnaldas
doradas de los espejos y “Roma y Cartago”, frente a frente siguen cargados de
frutos que se caen de maduros. Sólo olvido y silencio. Y sin embargo en la
memoria hay un jardín iluminado por el sol, radiante de pájaros, poblado de
carreras, y de gritos. Una cocina humeante y tendida a la sombra morada de los
jacarandaes, una mesa en la que desayunan los criados de los Moncada.» (páginas
10-11)
En la primera parte de
la novela, lleva a Ixtepec el general Francisco Rosas, que fue villista, pero
acabó traicionando a Pancho Villa. Él y sus acólitos, vendrán acompañados de
sus queridas y no tardarán en instaurar un régimen de terror en Ixtepec, donde
no será infrecuente ver a campesinos colgados de los árboles. En gran medida la
rabia de Francisco Rosas procede de su amor desbocado por Julia, la mujer que
llegó con él en tren y a la que mantiene encerrada en el hotel de Ixtepec,
porque no puede aguantar que otros la vean o que ella pueda hacer mínimamente
su vida. La tensión irá aumentando, hasta que la primera parte acabe en un desborde
mágico o quizás simbólico. El lector tendrá que elegir la verdad que prefiera.
En algunas páginas, la
relación entre los hermanos Moncada me ha recordado a la de los adolescentes de
El
siglo de las luces de Alejo
Carpentier, novela que se publicó en 1962 y que, tal vez, Garro pudo haber
leído antes de acabar su libro.
En la segunda parte la
tensión narrativa vendrá marcada por la declaración de las guerras cristeras
por parte del gobierno y cómo la persecución religiosa guiará el destino de
Ixtepec y sus habitantes.
Los
recuerdos del porvenir entra también en la tradición
latinoamericana de las novelas de dictadores, puesto que una de sus bazas es la
de denunciar los abusos de poder del general Francisco Rosas. Además denuncia
el racismo contra los indios y la mala posición social de las mujeres. Los recuerdos del porvenir es, por
tanto, una novela muy moderna.
Otra de las grandes
novelas de la revolución es Cartucho de Nellie Campobello, otro libro que quedó arrumbado del canon y que
se ha empezado a rescatar en los últimos años. Quizás tanto Nellie Campobello
como Elena Garro quedaron fuera del canon por una simple cuestión machista, o
tal vez éste sea una análisis que se quede corto, puesto que en el caso de
Garro también hay algún asunto político, ya que cayó en desgracia en 1968,
cuando tras la matanza de Tlatelolco se posicionó del lado del gobierno y acusó
a otros escritores e intelectuales de haber estado detrás de los movimientos
estudiantiles.
En cualquier caso, lo
importante, más que hablar de la vida privada de la escritora, es destacar la
gran novela que es Los recuerdos del
porvenir, una de las grandes novelas latinoamericanas del siglo XX.
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