La dama del lago, de Raymond Chandler
Editorial Debolsillo. 508 páginas. 1ª edición de 1943; Ésta es de
2017.
Traducción de Carmen Criado y Juan Manuel Ibeas
Ya en pleno confinamiento, después
de leer El sueño eterno y Adiós, muñeca de Raymond Chandler (Chicago, 1888 – La
Joya, California, 1959), quise seguir con la saga de novelas protagonizadas por
Philip Marlowe. Para ello traté de comprar, a través de la web de La Casa del Libro, el tercer y cuarto
libro de la serie. No tenían el tercero –La ventana alta (1942)– y acabé
comprando en esta ocasión el cuarto y el quinto, La dama del lago (1943) y
La
hermana menor (1949). La venta
alta la acabé comprando en otra web de libros. La llegada a casa de La ventana alta (me parece que más por
un problema de Correos que de la librería) fue bastante posterior a la de La dama del lago y La hermana menor. Así que, pese a decidir intercalar otros libros
entre los de Chandler, que llegaron a ser tres, he acabado por leer La dama del lago antes que La ventana alta y he roto, por tanto,
con mi idea inicial de leer la saga de Marlowe siguiendo su orden cronológico.
Sin embargo, por lo que sé, las relaciones entre unas novelas y otras (salvado
la obviedad de la misma voz narrativa) son pequeñas y creo que este mínimo
contratiempo no tiene mayor importancia.
La novela empieza con Philip Marlowe
visitando en Los Ángeles las oficinas de la Compañía Gillerlain, que se dedica
a los perfumes. Derace Kingsley, uno de sus directivos, ha pedido ayuda a un
policía que conoce para que le ayude a encontrar a su esposa Crystal,
desaparecida unos meses atrás. En principio había supuesto que se había ido con
alguno de sus amantes, algo que no le acababa de preocupar demasiado; pero
Kingsley sabe ahora, que habla con Marlowe, que es posible que su mujer esté en
algún lío y que no haya desaparecido voluntariamente, ya que recientemente se
ha encontrado con el hombre con el que pensaba que se había fugado (un gigoló
llamado Lavery) y no sabe nada de ella. Como es habitual, Marlowe empezará a
trabajar por 25 dólares al día más gastos, que es la misma tarifa que ya
aparecía en El sueño eterno. De 1939
a 1943 no ha cambiado la tarifa para Marlowe, inmune a la inflación.
El policía que ha puesto en contacto
a Kingsley con Marlowe es el teniente Violent M´Gee, que ya aparecía en El sueño eterno. Si al leer seguidas El sueño eterno y Adiós, muñeca apunté que, además de la voz narrativa y el espacio
físico, no había relaciones entre las novelas de Marlowe, ya observo ahora que
sí que empiezan a filtrarse datos interconectados. Se le recordará al lector,
que el apodo del teniente «Violets» se debe a que «masca constantemente unas
pastillas para la garganta que huelen a violeta.» (pág. 11).
Marlowe le dirá a Kingsley que él no
lleva a cabo cualquier tipo de investigaciones, «solo las razonablemente
honradas» (pág. 13)
El primer paso de la investigación
para Marlowe será visitar a Lavery en su residencia de Bay City. Esta
localización, de nuevo, nos remite a otra de las novelas de Marlowe. Gran parte
de la trama de Adiós, muñeca
transcurría en Bay City, una población costera cercana a Los Ángeles y con
altos índices de criminalidad.
En Bay City Marlowe también va a
tener la oportunidad de conocer al vecino de Lavery, el doctor Almore, que no
es un doctor al uso. «Un médico que atiende primordialmente a pacientes que
viven al borde del colapso nervioso debido al alcohol y a la vida disipada,
pacientes de esos a los que hay que suministrarles sin cesar sedantes y
narcóticos. Llega un momento en que los médicos decentes se niegan a seguir
tratándolos, a menos que ingresen en un sanatorio. Pero los médicos como el
doctor Almore no actúan así. Continúan pinchándolos mientras sigan cobrando y
el paciente no se muera, aunque con ello lo conviertan en un drogadicto. Es una
práctica muy lucrativa –dijo amargamente–, y me imagino que bastante peligrosa
para el médico.» (pág. 167). El doctor Almore también va a tener su
protagonismo en esta nueva historia de trama densa y enrevesada, donde Marlowe
va a tener que enfrentarse a más de una mujer desaparecida o muerta.
Como ya ocurría en las otras novelas
de la saga, Raymond Chandler se sirve de Marlowe para mostrarle al lector los
rincones más turbios de la sociedad que habita. Así podemos leer en la página
184, hablando de Bay City: «Conocía a una chica que vivía en Twenty-fifth
Street. Era una calle agradable y ella era una chica agradable. Le gustaba Bay
City. Nunca pensaba en los barrios de negros o mexicanos que ocupaban los
tristes terrenos llanos al sur de las vías del ferrocarril, ni en los antros
que se abrían a lo largo de los muelles al sur de los acantilados, ni en los
salones de baile de la carretera que apestaban a sudor, ni en los tugurios
donde se fumaba marihuana, ni en los rostros enjutos y taimados que asomaban
sobre periódicos desplegados en vestíbulos de hoteles demasiado silenciosos, ni
en los rateros, ni en los tramposos, los borrachos, los chulos y los maricas
que pululuban por el paseo de tablas de la playa.» Como ya ocurría en El sueño eterno, la voz narrativa de
Marlowe es ligeramente homófoba, ya que en su lista de depravaciones de la
ciudad, junto a los ladrones y los borrachos, vuelven a aparecer aquí los
homosexuales.
He acudido a Adiós, muñeca para comprobar si esa amiga de Bay City que vive en
«Twenty-Fifth» es Anne Riordan, la misma hija de un policía que Marlowe conoce
en esa novela con la que parece que comienza un romance al final de sus páginas.
En la novela se dice en la página 79 que Anne Riordan vive en la calle Veintiséis
de Bay City, pero en El jade del mandarín, una de las
novela corta que completan aquel volumen, el personaje de Carol Pride –el
antecedente de Anne Riordan– vive «en la calle Veinticinco» de Bay City. Así
que no acaba de encajar que Anne Riordan sea la amiga que evoca Marlowe en La dama del lago, aunque casi me inclino
más por la teoría de que sí es la misma mujer, pero que Chandler se equivocó al
recordarla mediante su dirección.
En cierto modo, me doy cuenta de que
en estas novelas de género –muy bien hechas sin duda– siempre me quedo con la
sensación de que me gustaría que Marlowe me hablara más de sí mismo, poder
conocer su pasado, su infancia, sus opiniones sobre la vida fuera del caso que
está investigando. Recuerdo que cuando leí varias novelas seguidas de Walter Mosley, un claro heredero de
Chandler, sobre su detective negro Easy Rawlins sí que, según avanzaban las
pesquisas del caso, Mosley filtraba información sobre el recorrido vital de su
personaje, y eso me gustaba.
También en esta novela la libertad,
sobre todo la sexual, de los personajes femeninos se vive en gran parte como
una amenaza que rompe con el orden establecido que parece añorar Marlowe.
También hay aquí pequeñas humoradas machistas. «Me hago una vaga idea de cómo
es la señora Kingsley. Creo que es joven, guapa, alocada e indomable. Que bebe,
y que cuando bebe hace cosas peligrosas. Que se deja engatusar fácilmente por
los hombres y que es capaz de largarse con cualquier desconocido que luego
pueda resultar un delincuente.» (pág. 19)
La trama de La dama del lago transcurre en tres días frenéticos de junio, tres
días cargados de acontecimientos. Sin embargo, y como ocurría en las otros dos
novelas que he leído, el lector acabará descubriendo que la historia se narra
desde algún punto indefinido del futuro. «Aún no había dado la orden de reducir
al mínimo las luces de la costa como medida de seguridad y en el puerto
deportivo brillaban muchas luces.», leemos en la página 192. Marlowe hace referencia
aquí a sucesos de la Segunda Guerra Mundial, que es el trasfondo histórico de
la narración. De hecho, las anteriores novelas parecían situadas en algún punto
indefinido de la Gran Depresión de los años 30, pero aquí hay varias
referencias sutiles, ligeras, a los tiempos de guerra. En la primera página,
por ejemplo, hay una nota aclaratoria de la traductora, que informa al lector
que las referencias de Marlowe al caucho se deben a las dificultades de
conseguir este material durante la guerra.
El propio Chandler parece burlarse a
veces de la condensación de sucesos violentos que dibuja en sus páginas (algo
propio del género policial «Hard boiled»), así escribe tras una escena en la
que Marlowe se topa con un nuevo cadáver: «No había motivo alguno para el
nerviosismo. Solo ha ocurrido que Marlowe ha encontrado otro cadáver. A estas
alturas lo hace bastante bien. Marlowe Crimen Diario, lo llaman. Lo siguen con
un furgón para ir recogiendo todo lo que encuentra.» (pág. 123)
En otro párrafo brillante Marlowe se
burla de las convenciones del género policial: «Nunca me han gustado esta clase
de escenas –le dije–. Detective se enfrenta con asesino. Asesino saca pistola y
pregunta detective. Asesino cuenta detective su triste historia con idea de
matarlo después, perdiendo así un tiempo precioso aun en el caso de que al
final lograra liquidarlo. Solo que el asesino nunca lo logra. Siempre ocurre
algo que lo impide. A los dioses tampoco les gusta la escena. Siempre consiguen
estropearla.»
El lenguaje de Marlowe sigue siendo
afilado, aunque he tenido la sensación de que en La dama del lago estaba más contenido, y que enfadaba a menos
gente. La fuerza de la prosa sigue cayendo, en gran medida, en el recurso de
las comparaciones poderosas. Así por ejemplo podemos leer comparaciones como
éstas: «Daba la impresión de ser tan peligroso como una ardilla y mucho menos
nervioso.» (pág. 57), «Separé del muestrario otro billete que fue a parar al
bolsillo del botones con un ruido como de orugas peleando.» (pág. 99)
También me estaba pareciendo que en
esta novela a Marlowe le pegaban menos (en Adiós,
muñeca recibe bastantes golpes), pero al final sí que va a recibir lo suyo.
Me gustan las descripciones de los
escenarios que hace Chandler. Aquí se describen las montañas próximas a Los
Ángeles, con sus casas de campo y sus lagos de un modo hermoso.
Si bien en El sueño eterno Marlowe tiene treinta y tres años y se encuentra en
su plenitud de fuerzas aquí hay un momento en el que se mira al espejo y piensa
esto: «Me cepillé el pelo y me miré las canas. Empezaban a salirme muchas. La
cara que vi reflejada bajo el pelo tenía un aspecto enfermizo.» (pág. 162). El
tiempo también empieza a pasar para Philip Marlowe.
La novela acaba en la página 275 y desde ahí, hasta
la 508, este volumen de Debolsillo contiene las tres novelas cortas, publicadas
unos años antes en revistas pulp, que Chandler «canibalizó» esta vez para La dama del lago. Leí las
correspondientes novelas cortas usadas para escribir El sueño eterno y Adiós,
muñeca. La primera vez, la experiencia de acercarme a estos textos me
resultó muy curiosa, pero en la segunda acabé por no disfrutar de este material
complementario. Tenía la sensación de haber leído una gran novela y de estar
luego leyendo sus borradores descafeinados. En ellos aún no estaba presente la
gran creación de Philip Marlowe y veía cómo Chandler tomaba varias de las
tramas que había ideado en el pasado para reciclarlas ahora. Las tramas de las
novelas son enrevesadas y complejas, y se podría pensar incluso que sin esa
técnica de mezclar novelas cortas previas es posible que no hubiera conseguido
escribirlas tal y como las conocemos ahora. Empecé la primera del volumen de La dama del lago, Blues de Bay City y decidí no acabarla. Elegí tomar otro libro.
Prefiero quedarme con el recuerdo de las tres grandes novelas de Chandler que
llevo leídas y que no se me entremezclen con sus borradores.