Niño Anómalo, de Fede
Nieto.
Editorial Hurtado & Ortega. 139 páginas. 1ª edición de 2019.
De la nueva editorial Hurtado & Ortega había leído el recomendable Tres circunvoluciones
alrededor de un sol cada vez más negro, del francés Grégoire Bouillier. Después de
hablar con los editores, quedamos en que me enviarían la novela Niño Anómalo de Fede Nieto
(Argentina, 1969). Como ya he contado muchas veces, siento querencia por las
novelas de autores argentinos.
Niño Anómalo comienza (después de una dedicatoria y una cita)
con un apunte histórico: «La ráfaga de ametralladora que mató a José Ignacio
Ruaccio, Secretario General de la CGT, Confederación General del Trabajo, a las
12:11 del mediodía el veinticinco de septiembre de 1973, desencadena una serie
de consecuencias políticas y sociales que afectarán a muchísimos argentinos en
número, y a varias generaciones de argentinos en el tiempo. De este atentando
surge una pequeña ramificación, una secuela de valor más personal que histórico
porque acaba golpeando nuestra puerta una noche, tres años más tarde» (pág. 9).
En esta nota introductoria están contenidos los
grandes temas que se van a tratar en este breve e intenso libro.
Las primeras páginas –propiamente narrativas– son
impactantes. En ellas se describe a una familia, que el lector sabe que vive
escondida, en la noche en que cuatro encapuchados están llamando a su puerta.
El narrador de la historia tiene entonces siete años. El estilo es rápido, de
frase corta y pegada eléctrica. Son cinco páginas que hacen que se dispare la
adrenalina lectora.
El título de cada uno de los capítulos de este
libro va acompañado de una fecha entre paréntesis. Si el primero nos llevaba a
1976, a la ciudad argentina de Mendoza, el segundo nos traslada a 1978, a
Europa. «El exilio es un laberinto de paredes invisibles»: así empieza este
segundo capítulo en la página 17.
Algunas páginas, escritas en letra bastardilla
(como la inicial que he reproducido más arriba), no están marcadas como
capítulo y suelen contener apuntes históricos que ayudan al lector (en
principio no argentino) a entender la historia de allí. «Nací en un país que
sufrió seis dictaduras en cien años» (pág. 80).
En los capítulos de Niño Anómalo, Nieto alterna tiempos y lugares para hablarnos del
compromiso político de la generación de sus padres y abuelos, o más en concreto
del compromiso político de su familia, un gran clan inmerso durante décadas en
la intrahistoria del país. Cómo se inició su madre en el mundo del activismo
político, cómo fue su propia vida en Francia, siendo un niño inmigrante, y más
tarde en Barcelona. Además de hablarnos de lo que han supuesto los golpes de
Estado y las dictaduras en su país, Nieto también nos hablará del presente de
su propia familia, de su divorcio reciente y de su hija. Para esta última
parece estar escrito, en gran medida, Niño
Anómalo, para explicarle a su hija barcelonesa cuáles son sus orígenes, o
simplemente por qué su padre se ha comportado en la vida como lo ha hecho.
El Niño Anómalo al que alude el título sería una transposición
de la propia personalidad del autor, aquella que surge como consecuencia de los
encontronazos de su familia con la historia. Si sus padres no hubieran tenido
que exiliarse con sus tres hijos, él no tendría que haber vivido el racismo en un
colegio francés, en el que tiene que unirse a una pequeña banda de niños
asiáticos, africanos o americanos para no quedarse solo. «Niño Anómalo reclama
su espacio y se lo doy. Rabia y ataques de angustia. Me los guardo para mí. No
quiero estar en este país de mierda ni en el país que me ha echado. No tengo
lugar ni destino. Soy, en este momento, un niño incapaz de expresar el
desmoronamiento, pieza a pieza, de la inmensa maquinaria emocional que me
habita y que se desborda en cualquier lugar y momento. Niño Anómalo me
desconecta y me protege» (pág. 38). Un Niño Anómalo al que autor tiene que
aprender a mantener bajo control para conseguir madurar.
Además de la personalización del enfrentamiento
del autor contra el mundo y su ansiedad ante él, creando la figura de «Niño
Anómalo», también se personifica la dictadura argentina y sus tentáculos con la
expresión «Bosque-Monstruo», también muy plástica.
En algunos momentos se consiguen momentos muy
emocionantes, como cuando Nieto rinde homenaje a un administrativo de la
policía, del que desconoce el nombre, y que le entregó a su padre el pasaporte
del autor, retenido para evitar que la familia saliera del país. Un funcionario
que «unos meses más tarde cae desde un sexto piso por el hueco de una escalera.
Él es uno más de una larga lista de los que morirán, desaparecerán o serán
torturados por ayudar a personas como nosotros o por el simple hecho de estar
en la agenda de un sospechoso» (pág. 116).
Lo descrito en la primera escena y sus aledaños
(el asalto a la casa familiar por unos encapuchados) se va ampliando en nuevos
capítulos que se alternan con los recuerdos de la llegada a Europa; la relación
con la que fue su mujer, o la relación con su hija; recuerdos políticos de
familiares; visitas de adulto a Argentina (de donde sale en 1976 y vuelve por
primera vez en 1991); notas históricas o casi ensayísticas, etc. El lector devora
estas páginas de forma convulsa, sintiendo que será en el próximo capítulo donde
descubrirá nuevas claves de lectura, nuevas páginas trepidantes sobre la
alucinada experiencia vital de Fede Nieto y su familia, páginas en las que se
desarrollará más lo contado o insinuado en páginas anteriores. En algunas
ocasiones estás páginas van a estar en el texto, y en otras va a sentir que le
hubiera gustado que Nieto hubiese escrito una novela más larga y que hubiera
desarrollado más los temas que trata.
En los últimos tiempos se ha estado hablando
bastante de la ruptura de los géneros literarios y de las novelas de
«autoficción» o de «no ficción». En este contexto, Fede Nieto –que hasta ahora
se había dedicado principalmente a la fotografía– ha debutado en la literatura
a sus cincuenta años, poniendo sobre la mesa una nueva y potente novela de
«autoficción».
Cuando he comentado este tipo de libros, que me
interesan bastante, ya he dicho que uno de sus problemas tiene que ver con el
pudor: ¿hasta qué punto se atreve un escritor a hablar de sus familiares o
seres cercanos?; ¿hasta qué punto puede, en este tipo de narraciones, hablar
mal de ellos? En principio, Fede Nieto elude este problema porque sus palabras
negativas tienen que ver con ese ser abstracto que ha llamado «Bosque-Monstruo».
Cuando habla de su exmujer –siempre con mucha delicadeza– la nombra con la
inicial de su nombre y no con el nombre completo, como ha venido haciendo con
el resto de personas de las que se habla en este libro. Aquí posiblemente, y ésta
sería una de las pocas pegas que le puedo poner a esta potente narración, viene
por el lado contrario: el autor sabe que sus familiares y amigos van a leer su
libro y que, por supuesto, van a sentir un fuerte interés por el retrato que se
ha hecho de ellos en sus páginas; y es entonces cuando, en parte, traiciona el
tono del libro y cae en la adulación extraliteraria. Por ejemplo, podemos leer
esto en la página 119: «Arnau, mi mejor amigo y mejor ser humano». O bien en el
capítulo titulado Los nuevos chicos
Suárez (2018), el autor describe una foto en la que aparecen sus primos
(pág. 28), y así retrata a su primo Claudio: «Una de las personas más
inteligentes que conozco, una enciclopedia de la historia política
contemporánea»; así a Fernanda: «No conozco a nadie con más capacidad de reírse
de sí misma»; a Mariana: «La inteligencia emocional hecha persona». En
cualquier caso, estos pequeños detalles (unidos al deseo de que el autor
hubiera desarrollado más algunos personajes y anécdotas) no enturbian el buen
gusto a literatura que dejan estas páginas.
Fede Nieto ha debutado a los cincuenta años con
una novela corta, de lectura entrecortada y trepidante, que contiene páginas de
alto voltaje emocional, testimonial y artístico. Sin ninguna duda, los lectores
estamos de enhorabuena con la aparición de este nuevo escritor.