Prólogo de Lina Meruane.
En el verano de 2016, cuando estaba
en la playa de la bahía de Alcudia (al norte de Mallorca), abrí en el móvil un
pdf que me había enviado al correo José
de Montfort, el representante de prensa de la editorial Malpaso. En ese pdf
se anunciaban las próximas publicaciones de la editorial. Rápidamente me llamó
la atención la reedición de la novela Patas de perro, que apareció por primera
vez en el Chile de 1965, escrita por Carlos
Droguett (Santiago de Chile, 1912-Berna, Suiza, 1996). El dossier de prensa
recogía una cita de Manuel Rojas:
«La mejor novela chilena de todos los tiempos». Manuel Rojas es el escritor de Hijo
de ladrón, novela publicada en 1951 y que he hojeado más de una vez.
Una novela que sé que tarde o temprano leeré. Hijo de ladrón es una de las novelas más importantes de la
literatura chilena, y aunque aún no la he leído, sí que la conocía. Pero...
¿quién era ese Carlos Droguett del que Rojas hablaba de manera tan elogiosa?
Como ya he dejado claro en mi blog más de una vez, a mí las historias sobre
escritores hispanoamericanos injustamente olvidados me encantan, así que anoté
este título para solicitárselo a José de Montfort cuando saliera. José me lo
envió a casa a finales de 2016 y lo leí en marzo de 2017.
El narrador de Patas de perro es un
hombre de cuarenta y cinco años llamado Carlos. En el entusiasta prólogo de Lina Meruane (por cierto, su novela Sangre
en el ojo se ha reeditado ahora en España y es muy recomendable) se
apunta que Carlos es un escritor sin obra publicada. Esto me ha llevado a leer
la novela esperando que Carlos hablara de sus escritos, pero lo cierto es que
no se apuntan más datos sobre este asunto, salvo el hecho de que está
escribiendo la crónica que el lector tiene entre manos. En ningún momento se
dice que en el pasado tuviera una vocación literaria (o bien yo me despisté
durante la lectura y no encontré esa información). Carlos es un hombre
solitario que en hace tiempo deseó ser profesor de filosofía, pero no tuvo
éxito en su empeño. También llegaremos a saber que trabajó en una imprenta. En
algún momento deseó casarse y empezó a buscar casa antes que esposa. En este
proceso conocerá a Roberto (Bobi), un niño de trece años procedente de una
familia pobre al que adoptará para que viva con él en su casa solitaria.
Bobi no es un niño normal, ya que
nació con dos contundentes patas de perro en vez de piernas. Sus patas de perro
serán una fuente de sufrimiento, pero también su seña de identidad: así, Bobi
se sentirá ofendido cuando Carlos le regale unas botas con la intención de
cubrirlas. Sus patas de perro son el motivo de su distancia con respecto a los
demás: «El profesor Bonilla me odiaba no porque yo fuera lo que era, sino
porque consideraba que mi figura era en sí misma una insolencia, una falta de
respeto y de cortesía, decía que yo no era humilde cuando debía serlo, que no
me ocultaba como debiera hacerlo, sino que ostentaba mi cuerpo con cierta
desenfadada impudicia que lo tornaba razonablemente furioso», leemos en la
página 63. Sus patas de perro también son el germen de su angustia existencial:
«¿Qué soy yo?, me preguntaba avergonzado, humillado y rencoroso, ¿qué soy yo,
pues?» (pág. 26).
En la página 72 leemos: «Bobi no
será nunca feliz, nació deforme como los artistas y, como la de los artistas,
su deformidad es perfecta». Quizá en esta frase se encuentre la clave de la
novela, su significación última: Carlos Droguett se desdobla en la desvalida
voz del personaje de Carlos y en el desubicado adolescente Bobi para hablarnos
de la condición del artista. Droguett como escritor se siente un hombre solo
que necesita «escribir para olvidar una terrible historia» (la idea de
«escribir para olvidar» se repite varias veces en la novela. A la vez, siente
que su mirada sobre el mundo es la de un adolescente perdido, una mirada
orgullosa y sorprendida. Su presencia provoca miradas de extrañeza entre los
demás. Bobi ha llegado al mundo en un hogar pobre, con un padre borracho que
sentirá la presencia de su hijo como una ofensa, y que no dudará en pegarle, y una
madre que, aunque no le pegue, no deja de llorar su desgracia. El profesor
Bonilla siempre mirará con recelo a Bobi, a pesar de ser el alumno más
aventajado de su clase. Este personaje parece representar al estamento de la
cultura institucionalizada que no acaba de sentir como propio al nuevo artista.
Las autoridades ‒agentes del orden‒, representadas por el abogado Gándara y el
Teniente, siempre se acercarán con recelo a Bobi, al que no pueden comprender.
Algo diferente será la actitud del padre Escudero o el ciego Horacio que, uno desde
la piedad y otro desde la marginalidad, tendrán una visión más positiva de la
peculiaridad de Bobi.
He escrito que Bobi puede
representar al Artista, pero también a cada Hombre y sus peculiaridades,
coartadas por una civilización alienante, y Bobi podría ser un trasunto de Jesucristo.
Las interpretaciones del texto pueden ser variadas y yuxtapuestas. También los
comunistas querrán hacer de Bobi una causa, pero Bobi (o el Artista) no quiere
abrazarse a nadie, sino perderse entre los marginados. Por eso querrá ser amigo
de los perros, que al principio le rechazan.
El estilo de la novela es poderoso y
elegante. Carlos Droguett es un gran degustador del idioma. Me ha llamado la
atención que Patas de perro, frente
al uso del lenguaje de otros autores de su país, apenas contiene chilenismos, y
parece más bien bucear en fuentes antiguas y claras del español. Su uso de la
adjetivación es destacable. Muchas de las páginas de esta novela tienen la
fuerza de un poema. El autor suele prescindir de los puntos a favor de las
comas, creando así párrafos muy extensos de frases enlazadas. Dentro de este
lenguaje poético del que hablo, también gusta Droguett de la repetición de
palabras («pasaban zapatos, zapatos gastados, zapatos viejos, zapatos rotos,
zapatos rompiéndose, zapatos hinchados por la enfermedad, zapatos secos por el
abandono, zapatos que iban cansados, trajinados, cayéndose, zapatos que iban
vertiginosos, como huyendo, zapatos desmoronándose, quedándose en el camino,
rompiéndose, abriéndose, desfigurándose (…)», leemos en la página 257).
La novela narra una pérdida desde el
presente. Cuando Carlos empieza a escribir para olvidar, el lector comprende
que Bobi ya le ha abandonado.
En su introducción, Lina Meruane señala algunos
paralelismos entre la obra de Carlos Droguett y la de su compatriota Roberto Bolaño, sobre todo entre la
obra Todas
esas muertes de Droguett y Monsieur Pain de Bolaño. Lo cierto
es que a mí Patas de perro me ha
recordado más a algunas páginas de José
Donoso, sobre todo por el aire alucinado que esta novela podría compartir
con, por ejemplo, El obsceno pájaro de la noche de Donoso, o el gusto por las
máscaras (una de las escenas clave de Patas
de perro ocurre durante el carnaval), muy propio de Donoso.
Patas de
perro es una novela desasosegante, escrita con densidad y poesía, con una serie de
imágenes poderosas (no estamos ante una novela de trama muy marcada), que
tienen que ver con la diferencia de uno (Artista, Persona…) frente al mundo. De
ella destaco sobre todo su prosa potente y la extraña sensación que causa. Aunque
algunas de las páginas acaban siendo un tanto morosas, otras resultan
sobrecogedoras y deslumbrantes. Destacaría por ejemplo el capítulo en el que
Bobi va al matadero para que le regalen carne cruda. Dejo pendiente la lectura Hijo de ladrón de Manuel Rojas.