El adversario, de Emmanuel
Carrère
Editorial Anagrama. 172 páginas. 1ª edición de 2000, esta es de 2016.
Traducción de Jaime Zulaika
Hasta ahora solo había leído de Emmanuel
Carrère (París, 1957) Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos,
la muy dinámica y divertida biografía del autor de ciencia-ficción Philip K. Dick. Cuando hace unos años
se habló tanto de Limónov pensé leerlo y, de hecho, lo he hojeado más de una vez
en la biblioteca de Móstoles. También, cuando en 2015 leí seguidos varios
libros de autores franceses contemporáneos, novelas de Michel Houellebecq, Frédéric
Beigbeder o Patrick Modiano,
pensé en seguir con Carrère. Un día estuve a punto de sacar de la biblioteca Una
novela rusa o Limónov, pero al final lo dejé
pasar. Sin embargo, más tarde, se ha dado la casualidad de que he oído hablar a
varios escritores en Madrid sobre El adversario, novela de Carrère que
no recordaba haber visto en la biblioteca. No sé si será solo una coincidencia,
pero más de un escritor en Madrid (al menos de los que yo conozco, nacidos en
la década de 1970) está tratando de escribir (o lo ha hecho ya) una novela de
no-ficción con El adversario como
modelo. Me pasó después de una presentación. Le pregunté a un escritor si
estaba escribiendo algo y me contestó que «un true crime». Me lo tuvo que repetir y traducir porque lo cierto es
que, en primera instancia, su declaración, por inesperada, me dejó estupefacto.
Esta fue una de las ocasiones en la que apareció en una conversación de mis
últimos años El adversario de
Carrère.
Un día vi el libro en La
Central de Callao y me apeteció comprarlo.
En El adversario Carrère
escribe sobre un true crime o, en
español, «crimen real». Así comienza la novela: «La mañana del sábado 9 de
enero de 1993, mientras Jean-Claude Romand mataba a su mujer y a sus hijos, yo
asistía con los míos a una reunión pedagógica en la escuela de Gabriel, nuestro
hijo primogénito. Gabriel tenía cinco años, la edad de Antoine Romand. Luego
fuimos a comer con mis padres, y Romand a casa de los suyos, a los que mató
después de la comida.»
Cuando este crimen tiene lugar (su impacto mediático fue muy grande),
Carrère se encuentra escribiendo la biografía de Dick. La historia de Romand
le acabará fascinando hasta tal punto que comenzará a cartearse con él, con la
intención de poder entrevistarle y escribir un libro sobre su vida. El crimen
de Romand no deja de ser singular: en apariencia es un hombre que ha estudiado
medicina y que trabaja en Suiza en la Organización Mundial de la Salud, un
hombre reputado, con una agradable familia, formada por una mujer y dos hijos,
y que vive en una próspera región francesa que hace frontera con Suiza. Pero,
en realidad, Romand no se presentó a un examen de segundo curso de Medicina,
que daba acceso al tercero, y a partir de aquí, al menos, fue encadenando una
mentira con otra. Seguirá acudiendo a la universidad de Medicina, durante años,
pero sin presentarse a los exámenes. Después, sin llegar nunca a ejercer como
médico, declarará en su entorno que trabaja en la OMS. Así saldrá de casa todas
las mañanas para, supuestamente, atravesar la frontera y trabajar en su
despacho de la OMS. Además, también supuestamente, tendrá que realizar
frecuentes viajes laborales al extranjero.
En algún momento, por lo que parece y tratará de aclarar la
investigación policial, tras dieciocho años de mentiras y fingimientos, la
verdad acabará estallando en la cara de Romand. Esto le conducirá a desear
matar a toda su familia, para después ‒ supuestamente‒ suicidarse. Sin embargo,
él sobrevivirá al incendio provocado de su propia casa.
¿De dónde sacaba Romand el dinero si no trabajaba?, se pregunta todo
el mundo en primera instancia. Pudo ir sobreviviendo mediante el expolio de las
cuentas de sus padres y de la confianza que su entorno depositaba en él como
persona de éxito, alguien al que prestar sus ahorros para que los invierta
sabiamente en un banco suizo al que puede acceder con facilidad.
Carrère conseguirá establecer correspondencia con Romand y, además de
entrevistarle en la cárcel, acudirá a las sesiones judiciales de su caso.
También investigará en su entorno para tratar de desentrañar las claves de su
comportamiento. Aquí se topará con alguna clave freudiana.
Carrèrre sigue la línea literaria propuesta por Truman Capote en A sangre fría. Pero mientras Capote
borraba su figura del crimen real que describía, aunque su presencia hizo que
llegaran a cambiar en alguna medida los acontecimientos, Carrère si se
convierte en un personaje de su propia novela y nos habla de su acercamiento a
Romand y sobre sus dudas acerca de la historia que quería escribir. En la
página 27 leemos «En cuando decidí, lo cual hice muy pronto, escribir sobre el
caso Romand, pensé en desplazarme al lugar de los hechos.» o en la 28: «La
pregunta que me empujaba a escribir un libro no podían responderla los testigos
ni el juez de instrucción ni los peritos psiquiatras, sino el propio Romand,
puesto que estaba vivo, o nadie. Al cabo de seis meses de vacilaciones, resolví
escribirle por mediación de un abogado. Es la carta más difícil que he tenido
que redactar en mi vida.»
Carrère trata de dirigir una mirada objetiva sobre Romand, quien, a
través de sus cartas y en persona, le parece una persona correcta y muy
educada. Sabe que alguien que ha conseguido mentir a todos durante dieciocho
años ha de ser así para pasar desapercibido. He leído en una entrevista que
Carrère llegó a sentirse culpable por la fascinación que sentía hacia su
personaje, con el que trata de mostrarse distante y objetivo. Carrère hace una
exposición clara de los hechos que llega a conocer y no especula mucho con sus
propias hipótesis sobre lo estudiado. Sin embargo, sí que llega a insinuar, en
alguna ocasión, un juicio propio sobre lo narrado. En la página 22, apunta lo
siguiente sobre los padres de Romand: «Deberían haber visto a Dios y en su
lugar habían visto, adoptando los rasgos de su hijo bienamado, a aquel a quien
la Biblia llama Satán, es decir, el adversario.» Así que desde la portada de su
crónica, Carrère parece ya tomar partido en la historia al llamar a Romand «el
adversario». También hacia el final, cuando en la cárcel Romand contacta con un
grupo cristiano de visitadores de presos, parece pensar Carrère que esto le va
a permitir a Romand seguir representado su novela narcisista de caída y
redención.
Sin duda, Romand es un personaje complejo y fascinante, cuya vida
sigue siendo, una vez acabado el libro, tanto para Carrère como para el lector,
un misterio. El estilo literario de Carrère es sencillo, pero correcto y
efectivo. La novela es altamente adictiva. Quizás su mayor fuerza reside en su
extremismo y en lo increíble de lo contado, una sensación que se hace más
fuerte al pensar que es real. Es decir, si este libro fuese una invención el
lector acabaría considerando que es un fracaso porque la historia narrada es
inverosímil, pero al ser una historia real su misterio se acrecienta. En la
página 73 Carrère hace una reflexión en esta dirección: «Es imposible pensar en
esta historia sin decirse que hay un misterio y una explicación oculta. Pero el
misterio consiste en que no hay explicación y en que, por inverosímil que
parezca, las cosas fueron así.»
Leí el libro en dos días; como decía, su lectura ha sido adictiva. Sin
embargo, no he dejado de pensar que si hubiera sido un escritor como Michel Houellebecq o Philip Roth quien hubiera contado esta
historia, habría podido sacarle más aristas a un personaje tan escurridizo y
extraño como Jean-Claude Romand. En cualquier caso, la novela la ha escrito
Emmanuel Carrère, yo la he disfrutado y ahora sí que estoy seguro de que en
algún momento leeré Limónov o Una novela rusa.
Lee Limonov. Es mucho mejor que el adversario (para mi...). Al igual que de vidas ajenas.
ResponderEliminarSí, a ver si me pongo con "Limonov", que es un libro que me apetece.
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