Editorial Salamandra. 412 páginas. 1ª edición de 2015, ésta es de
2016.
Traducción de Laura Fernández Nogales
Si la semana pasada hablaba de Resurgir
(1972), la segunda novela de Margaret
Atwood (Ottawa, Canadá, 1939), hoy comentaré su última novela, Por
último, el corazón, que apareció en 2015, y por tanto más de cuarenta
años después de Resurgir. Solo he
leído, por ahora, estas dos novelas de Atwood, pero he estado buscando
información sobre ella, y creo que Por
último, el corazón se asemeja en mayor medida a sus libros más famosos que Resurgir. Como ya conté la semana
pasada, me estaba interesando conocer la obra de esta autora canadiense, y le
solicite Resurgir a la editorial Alianza y Por
último, el corazón a la editorial
Salamandra. Con amabilidad y diligencia, ambas me hicieron llegar sus
libros; muchas gracias por ello.
A Stan y Charmaine, una pareja de
treintañeros, la crisis económica les ha llevado a perder su casa y tener que
vivir en un coche. Cuando duermen en él, no deben bajar la guardia ya que
pueden sufrir el ataque de «los mosquitos, las bandas y los gamberros
solitarios» (pág. 13). Aún tienen algo de dinero para comer y para la gasolina
porque Charmaine trabaja como camarera en un bar decadente. «Han aparecido unos
cuantos propietarios de coches tirados en la gravilla: apuñalados, con la
cabeza aplastada, desangrados hasta morir. Ya nadie se preocupa por esos casos,
por investigar quién lo ha hecho, porque eso conllevaría tiempo y sólo los ricos
se pueden permitir tener policía.» (pág. 28). La realidad que plantea Atwood al
comienzo de la novela se parece mucho a la de una novela distópica sin llegar a
serlo, porque la verdad es que, en principio, todo lo que se cuenta aquí podría
estar ocurriendo ahora mismo ahí fuera.
Si en Resurgir me llamó la atención cómo la autora destacaba la
personalidad canadiense frente a la norteamericana, en esta novela no se habla
para nada de ella, y todo apunta a que está ambientada en Norteamérica, con
personajes norteamericanos. En la página 19 se nos informa de que Stan y
Charmaine proceden de «la zona nordeste del país», y si yo al principio (tras
mi lectura de Resurgir) había supuesto que se refería a Canadá,
la lógica de la novela lleva a considerar que se trata de Estados Unidos.
Stan y Charmaine van a tener la
oportunidad de unirse al Proyecto Positrón, que parece especialmente diseñado
para rescatar de la calle a personas como ellos. Para que en la actualidad un
trabajador manual estadounidense resulte competitivo es necesario que su sueldo
se reduzca a la mínima expresión; es decir, solamente será productivo si de
forma voluntario acepta convertirse en un esclavo, o bien en un preso que en la
cárcel trabaja tan solo por el alojamiento y la comida. Como no se pueden
conseguir todos los presos que serían necesarios para que la economía reflote,
desde el Proyecto Positrón han tenido la siguiente idea: crear una ciudad
cerrada, con dos partes, la zona residencial (llamada Consiliencia) y la
cárcel. Cada mes los habitantes de la cárcel y la zona residencial cambiarán
sus roles. Existen muchas reglas en Consiliencia, entre ellas que el contrato
que firman los participantes en el proyecto les vincula a él para siempre, no
se pueden comunicar con el mundo exterior y tampoco pueden establecer contacto
con sus «alternos», que son las personas que habitan en la casa de uno mientras
los primeros inquilinos están en la cárcel. Al principio todo parece ir bien
para Stan y Charmaine. Vuelven a poder tener la nevera llena y dormir en una
cama. Es cierto que la música, las películas y la parafernalia de Consiliencia
remiten a la felicidad edulcorada de la década del cincuenta del siglo XX
norteamericano y que a Stan no le gustan las canciones de Doris Day, pero ésta
parece una pequeña incomodidad respecto a la vida en la calle que han dejado
atrás.
Como el lector ya habla supuesto, el
ideal que presenta la vida en Consiliencia se acabará rompiendo para Stan y
Charmaine, pero su rechazo a los principios del Proyecto no será obvio ni
rápido. Cuando el relato se acerca a los pensamientos de Charmaine podemos leer
apuntes como los siguientes: «No ocurría nada malo en Consiliencia. Lo terrible
estaba en el exterior; por eso se habían metido allí, para escapar de aquello.»
(pág. 169); y cuando el lector se acerca a los pensamientos de Stan: «No es que
la libertad y la democracia le importen una mierda, pero a él no le han servido
de mucho.» (pag. 227).
Por último,
el corazón es una novela política, pero ‒y aquí se establece un matiz importante‒ no
solo es una novela política. El nombre de Consiliencia hace referencia a la
unión de dos conceptos: «concesión» y «resiliencia». No es una elección
inocente la de Margaret Atwood. Uno debe hacer concesiones para salir adelante,
y además ha de pensar en positivo; es decir, ha de ser «resiliente», un término
que se ha incorporado al vocabulario empresarial durante la última década. Ya
sabe usted, hay que ser positivo y por tanto resiliente ante lo que no nos
gusta (aunque pueda tratarse de abusos de nuestros derechos básicos), porque de
lo contrario usted se convertirá en una persona tóxica para sus compañeros y el
sistema. Quejarse no es propio de resilientes, sino de débiles. ¿Quién necesita
un sindicato o un comité de empresa pudiendo ser positivo y resiliente? Por último, el corazón, en una primera
instancia, se puede leer como una crítica a los dogmas neoliberales del
emprendimiento y el deseo de culpabilizar al pobre por los abusos que sufre.
Pero la novela acaba rompiendo las expectativas del lector, al menos del que yo
era como lector novato de Atwood. Al haber leído solo un libro de la seriedad
de Resurgir, y saber que Atwood es
una admiradora de escritores como George
Orwell, me esperaba que después del primer capítulo del libro, de corte
dramático, la novela se iba a convertir en un duro alegato en contra del liberalismo
económico y del control por parte del Estado, pero, lo curioso, es que la
novela avanza hacia otros derroteros, que me han resultado un tanto
inesperados. Por último, el corazón
si bien empieza como una distopía política se acaba convirtiendo en una comedia
negra sexual, no exenta en cualquier caso de crítica al sistema, pero la
crítica se hace más amplia que a la meramente política, y acaba siendo una
crítica tanto al sistema capitalista como a la explotación sexual y al control
mental, derivados en gran parte del juego de roles sexuales.
Por último,
el corazón está escrito con un estilo desenfadado. Su lenguaje recrea, en gran
medida, los pensamientos de los personajes, mediante el recurso del estilo
indirecto libre, y así la narradora va alternado capítulos contados desde el
punto de vista de Stan con los del punto de vista de Charmaine. En esta prosa
fluida ‒no exenta de pensamientos brillantes‒ abundan los vulgarismos y también
las preguntas retóricas que los personajes, siempre en un estado de
incertidumbre perpetua, se lanzan continuamente a sí mismos.
Por último,
el corazón también es una novela de ciencia-ficción, y no solo por su dibujo de la
nueva polis neoliberal, sino por su descripción de un mundo lleno de robots
sexuales y de operaciones mentales que pueden conseguir que una persona ame
para siempre a otra.
Ya he comentado que Por último, el corazón ha roto con mis
expectativas de lector, porque me esperaba una lectura tensa y oscura del
estilo de La carretera de Cormac
McCarthy y me he encontrado, en cierto modo, con eso, pero también con
muchos más caminos narrativos inesperados. Lo cierto es que me costaba creer
que una escritora de setenta y seis años en el momento de publicación de este
libro pudiera escribir de un modo tan desenfadado, punzante y humorístico sobre
nuestro mundo y tener las intuiciones que muestra sobre el futuro cercano. He
llegado tarde a Margaret Atwood pero estoy dispuesto a enmendar mi error. Me
apetece bastante leer obras como El cuento de la criada y Oryx
y Crake. En una de las bibliotecas que frecuento prestan las dos. Si
usted no tiene tanta suerte y también siente unos grandes deseos de profundizar
en la obra de la gran escritora Margaret Atwood, sepa que está de enhorabuena:
la editorial Salamandra se ha propuesto rescatar sus libros descatalogados en
España y publicar todas sus obras. Muchas gracias por su labor, editores de
Salamandra.
Te estás convirtiendo en un experto en Atwood. Esta última novela de la escritora canadiense tiene todos los ingredientes de narraciones que me gustan; y que rompa las expectiativas, como dices que te ha ocurrido a ti, desde luego es uno de ellos. En mi opinión, no hay nada que disguste más que el que lo que estás leyendo sea previsible. Veo que con Margaret Atwood esto no ocurre.
ResponderEliminarGracias por tu reseña, magníca como todas las tuyas.
Un abrazo
Hola Juan Carlos:
EliminarImagino que te puede gustar esta novela. Atwood me está pareciendo una gran escritora. A ver si el siguiente que leo es "El cuento de la doncella", que tiene muy buena pinta.
Gracias por tus palabras sobre la reseña.
Un abrazo.