Oblómov, de Iván A.
Goncharov.
Editorial Alba. 644 páginas. 1ª edición de 1859; esta de 2015.
Traducción de Lydia Kúper de Velasco.
Supe de la existencia de Oblómov de Iván A. Goncharov (Simbirsk, Rusia, 1812-San Petersburgo, 1891)
cuando lo editó Alba, aunque ésta no
era la primera vez que este libro aparecía en España, como he comprobado
después. La traducción de Alba corrió a cargo de Lydia Kúper, de quien había leído su elogiosa traducción de Guerra y paz para Muchnik Editores.
Llevaba tiempo pensando en comprar este Oblómov de Alba. Creo que estaba esperando a que saliera en la
colección Minus y bajara el precio, pero la edición en bolsillo se está
resistiendo y al final me decidí y lo compré en la Feria del Libro de Madrid de
2016, aprovechando el descuento del 10 por ciento. Es un libro precioso, con
una de las mejores portadas de Alba. Lo he leído en diciembre de 2016 y me ha
gustado mucho.
Cuando conocemos al protagonista de la novela, Illiá Ilich Oblómov, éste
tiene unos treinta y dos o treinta y tres años, vive en San Petersburgo y sus
padres murieron hace ya tiempo en la aldea de la que es originaria la familia.
En ella, Oblómov posee el control de más de trescientos siervos, aunque hace ya
doce años que no la visita y no sabe exactamente cómo van las cosas por allí.
En algún momento, Oblómov trató de hacer carrera en la administración.
Después de dos años trabajando como funcionario, decidió presentar su dimisión al
cometer un error en sus funciones. Desde entonces, hace ya años, se dedica a vegetar
en su casa de San Petersburgo, abandonándose al sueño en cualquier momento del
día.
Dos acontecimientos van a obligarle a tomar decisiones y aceptar
cambios en su vida: después de ocho años, el dueño de su casa le pide que se
mude; además, recibe malas noticias de su aldea natal: el administrador de sus
bienes le dice que las cosechas son malas y los siervos huyen. En consecuencia,
las rentas van a ser inferiores a lo que esperaba.
Oblómov recibe varias visitas en su casa, entre ellas la de Shtolz, su
compañero de infancia en la aldea. En la novela, Shtolz recibe el sobrenombre
de «el alemán». En realidad, sólo el padre del personaje es alemán, pero este
hecho sirve para subrayar los dos caracteres arquetípicos de la novela: Oblómov,
que representa el noble ruso clásico, inmovilista, perezoso e incapaz de
realizar reformas en sus territorios, lo que redundaría en mejoras en el nivel
de vida de sus siervos y en el aumento de sus ganancias. Shtolz representa el
espíritu luterano del emprendimiento y el deseo de mejorar mediante el esfuerzo
y la diligencia. La mirada de Goncharov parece ensalzar los modernos valores
europeos de Shtolz frente a la enfermiza parálisis de Oblómov. No obstante, la
mirada del narrador sobre Oblómov no es condenatoria, sino que éste se presenta
como víctima de una enfermedad que el propio personaje denomina como «oblomovismo».
Oblómov es un hombre sensible e inteligente; de hecho, uno de los motivos por
los que ha abandonado el mundo del trabajo es que no le gusta la vulgaridad de
las personas que luchan por hacerse una posición en él, ni su falta de ética. Todos
estos aspectos despiertan la simpatía del lector hacia él.
Shtolz se ha propuesto ayudar a su amigo de la infancia, para que éste
pueda tomar las riendas de su vida. Su consejo es que viaje al extranjero y después
regrese a la aldea para poner en orden sus asuntos, pues sospecha que el
administrador se está aprovechando de su indolencia para robarle el dinero.
Goncharov estuvo bastantes años corrigiendo su novela. En 1849 (una
década antes de la versión definitiva) apareció en la revista El contemporáneo el extenso capítulo
nueve de la primera parte. En él, Oblómov dormita y recuerda en sueños su aldea
y su niñez. Me ha llamado la atención el cambio de tono de lo narrado: de
repente, tras 130 páginas de lectura, el texto se vuelve más barroco y
descriptivo. Sabía, por la solapa del libro, que esta narración, que luego se
ensambló en la novela, era anterior al resto del libro, y lo cierto es que un
lector atento lo puede notar. En este capítulo, llamado «El sueño de Oblómov»,
descubrimos la configuración de algunas de las características de su
personalidad: el personaje creció como un niño sobreprotegido, observando la indolencia
de su propio padre.
Shtolz viajará al extranjero y le pedirá a Oblómov que se una a él;
además, se ha encargado de presentarle a la joven Olga, una noble huérfana de
veinte años. Oblómov se siente renacer al conocer a Olga, de la que se enamora.
La parte central de la novela es, en gran medida, una descripción de la
historia de amor de Oblómov y Olga. Siempre he pensado, al acercarme a obras
clásicas, que lo que mejor resiste el paso del tiempo es centrarse en la
descripción de las pasiones y no de las costumbres. Los celos, el odio, la
pasión, la cobardía… son similares en una época y en otra; es la descripción de
costumbres lo que peor envejece en una narración. En algunos momentos, me parecía
que la historia perdía fuerza cuando el autor se centraba en describir el celo
con que Oblómov trata de guardar las formas en su relación amorosa con Olga. Luego
me he dado cuenta de que, en realidad, Goncharov muestra este aspecto como
parte de la debilidad de carácter del personaje, que se acabará preocupando más
del «que dirán» que de vivir a fondo su pasión. Por tanto, he terminado
concluyendo que la concepción novelística del autor es realmente moderna. Lo
cierto es que la evolución de la historia de amor entre Oblómov y Olga está
narrada con bastante sutileza.
La novela se vuelve más dinámica gracias a la aparición de otros
personajes secundarios negativos, como Iván Matvéievich y Tarántiev, dispuestos
a aprovecharse de las debilidades del protagonista para sacarle el dinero:
«Mientras haya papanatas en Rusia que firmen sin leer podremos vivir» (pág.
474). Pero, como señala Javier Avilés
en su magnífico blog de reseñas El lamento de Portnoy, al final, con
la novela centrada en Olga y Shtolz, dejando a Oblómov en segundo plano,
Goncharov quizás crea un anticlímax narrativo demasiado largo. Avilés señala
que, para él, la novela es irregular, porque al final se produce «una especie
de traición al personaje» (ver AQUÍ su reseña).
En las últimas páginas, Shtolz cuenta la historia a un escritor que
podríamos identificar como el propio Goncharov, lo que daría lugar a un juego
metaficcional. Como buen narrador del siglo XIX, Goncharov interviene en la
historia ‒mediante el empleo de preguntas retóricas, por ejemplo‒, pero, en
general, deja fluir la novela por sí sola a lo largo de casi todas sus páginas.
El tono habitual es levemente irónico, sobre todo cuando habla de la relación
de dependencia paternalista que se establece entre Oblómov y su sirviente
Zajar.
A pesar de compartir las reflexiones de Javier Avilés sobre esta
novela (cuyo personaje ha trascendido la cultura popular rusa, siendo «Oblómov»
un término para designar a las personas vagas y con poco espíritu), considero
que Oblómov es una de las grandes
novelas del siglo XIX, una obra sutil y conmovedora. «Una obra verdaderamente
grande: no se había visto nada parecido en mucho, muchísimo tiempo», escribió
sobre ella Lev. N. Tolstói. Después
de escuchar las palabras del más grande, poco más se puede añadir.
David, gran obra, sin duda.
ResponderEliminarEs verdad que su tensión narativa hace como un amago de relajarse hacia su último tercio, pero es eso, en mi opinión, solo un amago, porque rápidamente se recupera la peripecia y disfrutamos de la prosa siempre irónica y efervescente de Gonchárov.
Ojalá todos los Oblómovs del mundo reaccionaran, despertaran, se implicaran, sintieran la vida.
Un saludo.
Hola:
EliminarSí, esa supuesta bajada de la tensión al final es muy perdonable, y si lo saco es porque había leído la gran entrada que sobre Oblómov escribió Javier Avilés en su blog y quería hablar de ella.
Saludos