jueves, 30 de marzo de 2017

Una lectura argentina de mi novela Los insignes

Cuando la editorial Sloper (dirigida por Román Piña Valls) me publicó la novela Los insignes, una sátira sobre el mundillo poético español, uno de los interrogantes que me suscitaba la novela era pensar si podría gustar a personas a las que habitualmente no les interesaba la poesía o la escritura creativa, que parecía ser el nicho de mercado principal de un libro como éste.
Me agradó comprobar que había personas que no leen o escriben poesía que podían disfrutar con el libro, al fin y al cabo una novela sobre las frustraciones cotidianas, que bien pueden ser artísticas pero también laborales o amatorias.

Lo que no había imaginado era esta situación: ¿cómo podría leer este libro una persona de otro país interesada por la poesía, pero que desconoce lo que se cuece en España?
Me ha resultado muy gratificante leer la crítica que hace de Los insignes la argentina Verónica Sotelo, alguien de otro país a quien sí le interesa la poesía.



Ésta es la reseña de Verónica Sotelo para la revista digital Tardes amarillas:


«La poesía es triste y solitaria y huérfana» (David Pérez Vega; Los insignes)

«¿Por qué lo hiciste?»

Hace pocos días, nuestro inefable director tuvo la "gentileza" de solicitarme la lectura de una novela que le enviaran desde España. Miré la portada y me quedé pensando en la razón. Generalmente, no es muy generoso a la hora de prestar sus libros y, para colmo de males, por esos días me había encargado la lectura de dos o tres obras con el oscuro fin de que escribiera una reseña, cosa que todavía sigue pendiente. ¿Para qué me pedía que lo leyera a la brevedad?
Comencé esa misma tarde y me quedé "prendida" hasta muy entrada la noche. Aunque parezca mentira, terminé ese libro en menos de quince horas (¿Será por aquello que se dice de que la «vida es mejor cuando te estás riendo»?) y al concluir su lectura supe (creo que ya lo sabía en la décima página) sus no tan oscuros intereses.

La mano viene así: Entre los cuatro pelagatos que hacemos Tardes Amarillas, una de las discusiones más frecuentes es acerca de la poesía (en general y en particular, por decirlo de algún modo). Tenemos miradas diferentes cuando evaluamos a quienes incluiremos o no en la revista. Como todos imaginarán, él con sus sesenta y cinco años tiene una concepción del hecho poético muy diferente a la que tenemos muchos jóvenes. Este libro que, entre otras cosas, es una parodia (¿sátira?) impresionante del ejercicio de la literatura en las redes sociales, me sirvió para comprender la mayoría de los cuestionamientos que tienen tipos como nuestro director, acerca de la que podríamos llamar "Poesía" en tiempos tan convulsos como estos del tercer milenio
Antonio es como los buenos sastres. No da puntada sin hilo; ya me había prestado alguna vez un libro de Conrado Nalé Roxlo titulado "La medicina vista de reojo" que explora el ejercicio de la medicina con ojos de humor; eso fue con el objeto de que comprendiese que muchas veces, los textos humorísticos, cuando contienen en su corpus la calidad necesaria y los elementos indispensables, también constituyen literatura (y de la buena). Sin embargo, este libro del español Pérez Vega, me ayudó mucho más que aquel que me prestara Antonio en dicha ocasión. Lo real es que, sobre aquel libro nunca pude ni quise escribir una reseña y sobre este sí.
Cuando terminé de leer el libro y le comenté que su estocada me había tocado, aproveché para preguntarle si le parecía correcto escribir una reseña sobre "Los insignes", me contestó que no... que no escribiera ninguna reseña. Me quedé sorprendida y un poco molesta por lo cual le pedí explicaciones. Cuando me las dijo, lo comprendí claramente pero decidí escribirla lo mismo porque presiento que más tarde o más temprano la terminará publicando. Sé que "Los insignes" lo dejó encantado (hemos conversado sobre eso) y sé también que se muere por ver una reseña de este libro en nuestro fanzine... Por eso lo hice.



«El amado líder supremo»

En el plano estrictamente literario, lo primero que quiero destacar es el argumento de la novela, algo que de por sí, resulta tan sorprendente por lo alocado, que a prima facie parece sencillo, pero se me ocurre que al autor le debe haber costado demasiado mantener una tensión permanente en la estructuración de la historia.
La conversación a través de Internet entre un poeta-bloguero de España y el líder norcoreano Kim Jong-un («Imaginación de escritor» diría el personaje "presta-libros") puede ocupar, sin dudas, un lugar en la literatura fantástica y, aunque parezca demasiado pretensioso de mi parte, creo que encubre una profunda crítica a la globalización en su sentido más estricto.
Sin necesidad de caer en falsos artificios, Pérez Vega construye cada capítulo con una precisión de relojero suizo y contando una historia lineal, al estilo tradicional, sin recurrir a esos recursos tan usados hoy en día (como la escritura fragmentaria y el flash back, por ejemplo). Las frases, las oraciones, es decir los elementos más importantes de la narrativa, estás dispuestos de tal manera que, cada idea, genera la necesidad de leer lo que sigue con una premura no habitual. ¿Cómo lo logra? Eso es lo llamativo. Las frases son tan sencillas y de tan fácil lectura que, probablemente, ese sea el quid de la cuestión.
Ahora bien... ¿Ese es su único objetivo? No... absolutamente no.



«El horror de las palabras atroces, el descubrimiento de la intemperie y el abismo»

Quienes hemos leído y quienes lean "Los insignes", nunca lo podremos saber con exactitud pero creo que Pérez Vega no solamente apunta contra el abuso de las redes por parte de una legión de pseudo-escritores. Creo que en realidad, lo que cuestiona es la banalización de la literatura toda, en un espacio en el que cualquiera tiene derecho a decir (escribir, en este caso) lo que se le ocurra sin que la inmensa mayoría de los usuarios cuiden la palabra o busquen lograr textos de valía. Pérez Vega, de manera no tan encubierta sino más bien explícita, se refiere a los "poetas" que demuestran escasa calidad en sus textos y que remedan, en alguna medida y desde el punto de vista sociológico, dos modelos opuestos de vejación de la poesía: Por un lado, los "aspirantes" a poeta, sobre todos aquellos más jóvenes (los de la Generación Millennials), que «...nunca han leído un buen libro de poesía ni una buena novela»... «que no saben lo que son las figuras literarias y desconocen las bondades de la métrica» que, en los grupos que conforman en las diferentes redes, apenas se diferencian de aquello que supuestamente critican y que, también supuestamente, quieren enterrar, las viejas "tertulias literarias" de siete u ocho señoras maduras y copetudas que se reunían una vez por semana a tomar el "five O´Clock tea" y leían sus producciones poéticas llenas de lugares comunes y sin ningún valor literario brindándose aplausos entre ellas. Pero va más allá y termina haciendo consideraciones acerca de los peligros que encierran las redes para el ejercicio del arte poético. Hasta llega a meterse con consideraciones que sin adornos, no son otra cosa que un análisis sociológico de la poesía actual, sin abandonar en ningún momento el humor y la picardía.
En el plano estrictamente retórico, cada una de las desopilantes conversaciones entre ambos, retrata con ojos de agudeza y desilusión (aunque parezca contradictorio) los nuevos modelos poéticos que, en definitiva, nunca sabremos si se deben a la propia globalización o a la necesidad de nuestros "cinco minutos de fama". ¿Será acaso «el poder de la globalización y la palabra»?
Reitero, las excéntricas charlas vía Skype entre Kim Jong-un y el calvo poeta español dicen bastante más de lo que uno puede imaginar en una primera lectura. Apuntan mucho más allá y terminan siendo un llamado a la reflexión. Y no se detiene aquí sino que hasta se da el lugar de dejar al desnudo la corruptela de algunos premios literarios (y aquí no puedo evitar recordar cuando hace pocos años las redes "echaban humo" debido a las críticas de todos los microficcionistas del mundo, entre ellos nuestro propio director, algunos de ellos con un enorme reconocimiento académico, por la concesión a un autor argentino de un espectacular premio de veinte mil dólares por un "microrrelato" que era un plagio hecho y derecho de un chiste popular en Estados Unidos, el que además incumplía con el reglamento que establecían las bases de "No ser copia ni modificación de otro texto conocido, de ser inédito pues ya se había publicado en un diario de Argentina y de no ser premiado pues en un concurso previo ya había obtenido el segundo premio).
Pero creo que me estoy desmadrando. Quiero volver a la novela de Pérez Vega.



«Las batallas perdidas por la poesía de antemano.»

Por el 2009, aproximadamente, Stephen Adams, corresponsal de Cultura del diario The Telegraph, de Londres, sostuvo que «La poesía, una de las formas de arte más antiguas de la humanidad, está disfrutando de un resurgimiento debido a Internet, según los mismos escritores.» «...En lugar de matarlo, las tecnologías modernas como el correo electrónico, los sitios de redes sociales como Facebook y los reproductores de medios en línea están ayudando a los poetas a llegar a nuevos públicos.» «La escena popular está creciendo ahora, con las lecturas de poesía en vivo cada vez más populares y más poetas que publican sus propios panfletos.»
¿Es cierto esto? Por supuesto que sí, pero la pregunta del millón es ¿Ha contribuido también a mejorar la calidad de la poesía que se escribe y se lee en las redes?
En la vereda opuesta a quienes aplauden el "resurgimiento de la poesía", la bloguera mexicana Avelina Lésper, crítica de arte, en uno de los artículos publicados en su página Web desacredita la "nueva poesía" cuando dice: «Es innecesario estudiar literatura, mucho menos preocuparse por lo elemental en sintaxis y ortografía, estorba el pensamiento profundo, para ser escritor basta con abrir una cuenta de Twitter. Marcel Proust dedicó 13 años para escribir "En busca del tiempo perdido" y la muerte dejó inconclusa su obra, un twitterazo se publica cada segundo, y con la recopilación de las ocurrencias cotidianas los autores publican libros más "acordes con el tiempo que nos tocó vivir".
Se me ocurre que, a mitad de camino, hay un punto de equilibrio. Digo, que las redes tienen beneficios y desventajas a la hora de permitir en su seno la convivencia de todos los "escritores" (poetas, narradores, microficcionistas, blogueros, twiteratos y todas las "razas" que conviven en ese espacio virtual) y que hay que ser un muy buen lector para diferenciar la paja del trigo
Aunque parezca una excesiva lisonja para Pérez Vega (Generación X) de parte de una "millennials", debo decir que este libro, me ayudó a comprender un poco mejor lo que hoy se publica bajo la denominación de "poesía". en cuanto medio virtual existe y existirá en los tiempos por venir y hasta en aquellos tradicionales, como el soporte en papel de libros, fanzines, opúsculos y otras formas.
Es en este punto, donde la novela de Pérez Vega entra en la categoría de "lectura obligatoria" porque creo que, además de brindarnos un excelente momento de rélax, sin alterar el ejercicio beneficioso del ocio a través de la lectura, nos arrastra, indefectiblemente, a la reflexión profunda y al replanteo de los valores artísticos de lo que leemos.
Lo mejor es que, este libro tan difícil de conseguir en Argentina (por ejemplo, muchos de mis amigos ni siquiera conocen al autor y la editorial Sloper, no estaba en los registros de las librerías más tradicionales de nuestro país), ahora sí se puede conseguirse a través de una tienda virtual muy difundida en las redes y a la que no mencionaré porque no acostumbramos incluir "chivos" publicitarios en nuestra revista.



«¿Qué sería de la poesía verdadera sin los poetas olvidados?»

El otro aspecto meritorio que tiene esta novela, es que con alguna de sus, aparentemente inocuas aseveraciones, nos está llamando a reflexionar acerca de lo indispensable de la lectura como paso previo a la escritura, sin la cual, cualquier texto, por gran talento que tenga el autor, terminará por carecer de valor. Si un poema nos produce rechazo por el mal empleo de la palabra escrita, la poesía solamente servirá como un acto meramente catártico y sin sentido que no producirá goce estético en el lector.
«¿Qué sería de la poesía verdadera sin los poetas olvidados?» se pregunta Pérez Vega. No he leído desde hace tiempo una indirecta más directa. Desde mi modesto punto de vista, esta es una gran lección... Lo que el autor nos está diciendo (o al menos así lo siento) es «Muchachos... El resguardo de la poesía, el reaseguro de la poesía, al amparo de la poesía, son los textos que han logrado trascender a todos los tiempos... tened cuidado, puede que vuestros escritos no trasciendan más allá del próximo lustro y hasta quizás del próximo año. Leed a los viejos, leed a los olvidados, leed buena poesía y así, probablemente algún día, podréis escribir textos que os trasciendan»
Estas reflexiones (absolutamente mías y escritas en lenguaje coloquial español ex profeso) no logran encubrir el equilibrio ya que Pérez Vega sostiene de manera enfática que, así como hay mucha poesía (y muchos autores) de poco valor, en la red, también podemos leer muy buena poesía escrita por jóvenes porque en definitiva la buena poesía no es una cuestión etaria sino una cuestión de talento, mucho trabajo, mucha dedicación y sobre todo mucha lectura.



«Prometo no olvidarlo nunca»

Aunque la palabra promesa suene azarosa en los tiempos actuales, tengo la certeza de que a este libro voy a volver (y más de una vez). Es de esos libros que no resultan ser "difíciles de olvidar" sino que NO se pueden olvidar. No solamente por los gratos momentos de su lectura sino por lo mucho que me ha enseñado en las dos veces que me sumergí en la historia, una de aproximadamente quince horas y la segunda un poco más medulosa, sin contar las veces que lo abrí para recordar un pasaje subrayado a lápiz por Antonio.
Este libro, deja marcas... Si me conceden licencia para comparar, deja estigmas que señalan de manera indefectible que cualquiera de nosotros que se haya visto atrapado por la novela, termina por participar junto a Pérez Vega en la pasión de la poesía.
Pues bien... de esto se trata; de descifrar los meandros del arte poético y comprender que, el ejercicio de escribir poesía no es algo tan banal como lo es la mayoría de los textos que leemos cotidianamente en las redes y que leer una buena novela que, además de arrancarnos sonrisas, nos haga reflexionar, es un ejercicio invaluable para el ocio y el goce estético.


Pinchando AQUÍ se lleva a la publicación original.

Muchas gracias, Verónica Sotelo.

domingo, 26 de marzo de 2017

Estrómboli, por Jon Bilbao

Editorial Impedimenta. 268 páginas. 1ª edición de 2016.

De Jon Bilbao (Ribadesella, 1972) había leído hasta ahora los libros de relatos Como una historia de terror (2008) y Bajo el influjo del cometa (2010). Ambos me gustaron mucho. Como una historia de terror, que además fue el primer libro que leí de la editorial Salto de Página, me sorprendió de una forma muy grata. Cuando leí Bajo el influjo del cometa el impacto fue algo menor, y no porque el libro fuese inferior al otro, sino porque ya sabía hasta dónde podía llegar Bilbao escribiendo relatos.

Se habló bastante de Estrómboli en 2016. Estuve en abril en la librería Alberti cuando se presentó en Madrid. La verdad es que me apetecía bastante leerlo, pero lo he ido dejando hasta ahora, que ya nos hemos adentrado en 2017. Creo que he pasado por una temporada de solicitar demasiados libros a las editoriales, libros a los que acabo dando prioridad a la hora de leer, y eso provoca que otros, como este de Estrómboli, que lo compré, se acaben quedando un poco rezagados en mi lista de prioridades.

Estrómboli está formado por ocho cuentos, cuya extensión, en la mayoría de los casos, supera las treinta páginas. Ya he comentado alguna vez que me gusta bastante leer libros de relatos, pero que mis relatos favoritos suelen ser largos (por encima de las quince páginas), y Jon Bilbao escribe relatos justo de esa extensión, en la que da tiempo a desarrollar una historia, en la que interaccionan varios personajes y se desarrolla un conflicto sin el desarrollo temporal de una novela, que tanto me gusta. Sé que Bilbao es un gran admirador de John Cheever, un autor norteamericano que también se movía en esta paradójica distancia corta-larga de la que hablo y que a mí tanto me satisface.

Del primer cuento, Crónica distanciada de mi último verano, había leído unas cuantas páginas en la web de Impedimenta (ver AQUÍ), y desde el momento en que lo hice supe que más pronto o más tarde leería Estrómboli. Este cuento se desarrolla en Reno. El narrador, después de perder su trabajo en España, se ha trasladado a Estados Unidos para acompañar a su novia, que está realizando un doctorado en la universidad de Reno. Un día, en la lavandería del edificio en el que viven, sorprende a un motero trasnochado oliendo las bragas de su novia. Le grita y el motero reacciona riéndose de él. A partir de entonces el narrador empezará a ser acosado por el motero y sus amigos. La tensión está muy conseguida; es muy difícil no leerlo de un tirón. Un gran relato.

Me estoy acordando de la teoría del relato de Ricardo Piglia, esa que afirma que en un buen relato siempre se desarrollan dos historias: una evidente y otra que transcurre a un nivel más subterráneo. Crónica distanciada de mi último verano podría ser un ejemplo perfecto de esa teoría: en un primer plano nos encontramos con una historia de violencia evidente, la de la persecución de unos moteros al narrador, pero en un segundo plano, más escondido, Bilbao está hablando de la relación del narrador con su novia, que al final acaba siendo también una historia de violencia.
En gran medida, las narraciones de Bilbao tratan de las fuerzas ocultas que mueven las relaciones de pareja o familiares (relaciones entre hermanos, entre un padre y un hijo, etc.).

El segundo cuento, El peso de tu hijo en oro, es otro relato magnífico. En él, se indaga en la relación de dos amigos, que en vacaciones o durante los fines de semana, van a buscar oro a la cuenca de un río, y del peso que cobra en la relación la muerte accidental del hijo de uno el día que los acompaña al río. Es un cuento muy carveriano, muy intenso.

En Siempre hay algo peor nos trasladamos de nuevo a Estados Unidos. Esta vez el cuento se desarrolla en San Francisco. Más de uno de los cuentos de este libro están emplazados fuera de España (Reno, San Francisco, Nueva Zelanda, la isla de Estrómboli…) y el escenario acaba convirtiéndose en un protagonista más de la historia. Sobre todo en los que se desarrollan en Estados Unidos, es notable la asimilación de la cultura cinematográfica o literaria norteamericanas por parte de Jon Bilbao. La violencia que se muestra en ellos es muy norteamericana, pero a diferencia de lo que hace, por ejemplo, el escritor Juan Carlos Márquez en los relatos de Norteamérica profunda, Bilbao no se atreve al juego completo: sus personajes, aunque desplazados hasta la otra punta del mundo, siguen siendo españoles y contemplan a los personajes extranjeros con una mezcla de sorpresa y asimilación exótica (es muy relevante, en este sentido, el cuento El castigo más deseado, que transcurre en Nueva Zelanda). Otro gran cuento, y creo que está empezando a dejar de tener sentido glosar así cada uno de ellos.

Como ya he comentado, los tres primeros cuentos de este libro son magníficos. Cualquiera debería estar en la antología más exigente del nuevo cuento español.
Quizás el nivel baja un poco en el cuarto y el quinto cuento. El cuarto se titula Una boda en invierno, y en él se intercalan varias voces narrativas. El recurso es nuevo, pues los demás cuentos o bien se desarrollan en primera persona, o bien la tercera persona está muy apegada al punto de vista de uno de los personajes. Una boda en invierno contiene más de una imagen sugerente y misteriosa, pero los conflictos mostrados no acaban de tomar vuelo.

El quinto relato, Como en un idioma desconocido, nos habla de un joven ingeniero que empieza a trabajar en una central nuclear y de los conflictos laborales (en realidad humanos) a los que debe enfrentarse allí. Bilbao es un gran constructor de cuentos, y se nota que se documenta bastante cada vez que va a escribir una de sus historias. En esta es posible que la recopilación de información sobre el funcionamiento de una central nuclear haya sido excesiva, y en gran medida los detalles técnicos acaban ahogando el relato, cuyos conflictos entre personajes son menos intensos que en otras ocasiones.

Avicularia avicularia me ha encantado. Es un cuento sobre un padre en paro que, a instancia de sus hijos y su mujer, acepta acudir a un programa de televisión sobre retos, donde acaba comiéndose una araña viva, siendo este insecto una de sus fobias infantiles. Me gusta que en este relato Bilbao retoma un elemento de sus primeros libros: el tono ligeramente pulp, el leve tono de terror.

El castigo más deseado que, como ya he comentado, transcurre en Nueva Zelanda, consigue cerrarse con una escena final ‒con los protagonistas entre tiburones‒ realmente poderosa.

Estrómboli, sobre un hombre y su amante que van a esta isla a buscar al hermano del primero, me ha gustado, pero algo menos que el resto de los cuentos más destacados del conjunto. Es posible que la narración del pasado de los protagonistas lastre un tanto el ritmo del cuento.

Hacía tiempo que no leía cuentos de Jon Bilbao y he disfrutado mucho al retomarlos. No recuerdo con exactitud todos los cuentos de sus dos primeros libros, pero creo que Estrómboli contiene algunas de las mejores piezas que ha escrito. El estilo, sin ser recargado, busca la precisión y la sencillez, pero no está exento de cierto lirismo.

Creo que los cuentos son largos porque en casi todos, mediante el recurso de la analepsis, se narra el pasado de los personajes. Imagino que, para más de un purista del cuento corto, esto debería ser sugerido y no mostrado de forma explícita, pero yo creo que gran parte de la fuerza de estas narraciones reside precisamente en que el lector, a lo largo de sus treinta páginas, acaba conociendo gran parte de (aunque no todas) las motivaciones de los personajes.


En 2016 leí Andarás perdido por el mundo de Óscar Esquivias, y ahora me he acercado a Estrómboli, posiblemente (al menos de lo que yo conozco) otro de los más grandes libros de cuentos publicados en España ese año, y puede que durante unos cuantos más.

domingo, 19 de marzo de 2017

Un silencio menos, entrevistas a Mario Levrero

Un silencio menos, conversaciones con Mario Levrero compiladas por Elvio E. Gandolfo
Editorial Mansalva. 213 páginas. Primera edición de 2013; las entrevistas empiezan en 1977
Prólogo de Elvio E. Gandolfo

Este libro lo compré en la Feria del Libro de Madrid de 2016. La mayoría de los libros que se ven en la Feria se pueden encontrar igual en las librerías convencionales, pero algunos no, como ocurre con el que nos ocupa. Casi todos los años viene a la Feria de Madrid un librero de Buenos Aires que vende solamente libros editados en Argentina (y quizás en Uruguay). Siempre visito su caseta y siempre le compro algo. Es un gran vendedor; si uno se descuida se podría acabar llevando toda la mercancía, ya que sólo vende libros imprescindibles. Es un librero que cree con tenacidad en su producto. Me encanta. En esta última feria quiso venderme la nueva edición de Las Varonesas de Carlos Catania. Conseguí sorprenderle cuando le conté que había leído la primera edición de ese libro y que había conseguido contactar con Catania y le había hecho, incluso, una entrevista. El tipo sabe calar a su público; enseguida descubrió que yo era un cliente al que le podía interesar un libro como Las Varonesas. Era una pena que no hubiese traído Lo imborrable de Juan José Saer. Le acabé comprando este libro de entrevistas a Mario Levrero (Montevideo, 1940-2004), compiladas por su amigo Elvio E. Gandolfo.

Aquí se recogen veintiuna entrevistas que le hacen a Levrero, desde 1977 hasta su muerte, más otra que Levrero se hace a sí mismo, y que contiene alguna de las preguntas más certeras. Cuando comenté el libro de entrevistas a Philip K. Dick hice un resumen de cada una de ellas, pero en aquel caso eran sólo seis; aquí, al ser veintidós, el resumen pormenorizado me parece excesivo y voy a mostrar, simplemente, lo que más me ha llamado la atención:

Levrero llegó a escribir un tratado de parapsicología, tratando de articularla como una ciencia. Estaba obsesionado con los episodios de telepatía que creía vivir.
En 1966, Levrero, cuando tiene veintiséis años, descubre a Franz Kafka y se deslumbra. No sabía que se podía escribir así. Su primera novela, La ciudad, es un intento, dice, de traducir a Kafka al español.

Antes de 1966 ya había escrito novelas y relatos, pero todo lo había destruido. En ese momento se encontraba influenciado por la novela policiaca. A los quince años escribió una novela policial. Se la dejó leer a una sola persona, que la consideró excelente, pero él no se fió y la acabó destruyendo.

Nick Carter se divierte mientras el lector es asesinado y yo agonizo se publicó en 1975 con el nombre de Jorge Varlotta, el verdadero nombre de Levrero, quien en realidad se llamaba Jorge Mario Varlotta Levrero. Levrero no sentía que este libro fuese una obra de Levrero y le pidió a los editores que le cambiaran el nombre. Estos acabaron tomando el «real».

Para Levrero sus obras (también las iniciales) son realistas, no le gustan las etiquetas de ciencia-ficción o de fantasía. En diversos planos de su psique él siente que su forma de interpretar el mundo es realista. «Yo nunca he escrito nada que no haya vivido. A ese vivido si querés ponele comillas. Las cosas que escribo las vivo interiormente. Más bien una literatura simbólica que mediante ciertos juegos intenta reproducir o traducir cierto tipo de movimientos interiores que no tienen correspondencia con un lenguaje» (pág. 70).

Muchas de las influencias de Levrero pertenecen a la cultura popular: las novelas baratas de detectives, las tiras cómicas, las historietas, la música de los Beatles o el tango, las películas, incluso llega a citar como influencias literarias a las mujeres o a las hormigas, y no parece tener ningún empacho en declarar que no ha conseguido pasar de la página 35 del primer tomo de En busca del tiempo perdido de Proust. Le gustan Kafka, Lewis Carroll y Raymond Chandler. De un escritor como Gabriel García Márquez aprecia Cien años de soledad, pero no El otoño del patriarca. De Pedro Páramo de Juan Rulfo le gusta sólo la primera mitad.

Cuando le preguntan por cuál de sus libros siente mayor predilección siempre cita su novela Desplazamientos, que fue la que peor acogida crítica tuvo.

Cuando, al principio de su carrera literaria, le relacionaban con Kafka o Carroll, también le empezaron a unir al grupo uruguayo de «los raros». De él, admira sobre todo a Armonía Sommers. Alguien le recomendó leer a Felisberto Hernández, y también le gusta, además de encontrar similitudes con su obra. Al principio no aprecia a Juan Carlos Onetti, pero le acabará leyendo como a un maestro.

Levrero muestra entusiasmo por La luz argentina de César Aira. «De lo mejor que he leído en los últimos tiempos», dice. Hasta ahora pensaba que Aira bebía de Levrero, pero me doy cuenta de que en gran medida son contemporáneos y que la influencia puede ser mutua.

Cuando era adolecente, Levrero quiso ser director de cine, pero al darse cuenta de que eso era imposible en Uruguay, se decantó por la escritura. Considera que sus libros se crean de forma visual, a fuerza de dibujar imágenes, y que el libro funcionaria igual si cambiase las palabras de las frases por sinónimos.

Levrero no cree en el escritor con horario, aquel que tiene un trabajo de oficina y luego escribe de 18:00 a 20:00 horas. Él siente la escritura como algo orgánico, que le reclama de vez en cuando. En el momento en que va a escribir una novela se ha de dedicar a ello durante dos o tres semanas, sin tener casi interrupciones. Luego puede estar años puliendo el texto, pero el primer impulso tiene que ser compulsivo. De este modo, lo acaba pasando mal cuando ha de mudarse a Buenos Aires y trabajar en una revista de crucigramas y juegos de lógica, porque no tiene el tiempo que necesita para escribir. En un periodo de vacaciones después de tres años de estancia en la gran metrópoli, comenzará a escribir Diario de un canalla, sacando de sí mismo estos problemas. Consigue aguantar en su trabajo de «oficina» porque la realización de los crucigramas y los juegos de lógica le resulta creativa. Así, dedica a los crucigramas una hora cuando sabe que podría hacerlos en quince minutos.
Para Levrero, en las experiencias más triviales y cotidianas hay material artístico, aunque gran parte de su literatura se inspira también en sueños.

Levrero se declara un adicto a la novela policiaca desde muy joven, porque le sirve para escapar de la realidad. A veces se siente culpable por leerlas, ya que este tipo de libros necesitan un final «cerrado». Si los enigmas planteados no quedan cerrados, la novela fracasa y deja una sensación de estafa; pero cuando sí que está «cerrada», deja una sensación de vacío.

«Mi posición política es variable; suele situarse habitualmente en el polo opuesto a la de mi interlocutor cualquiera sea su posición. Lo cierto es que no entiendo nada de política; cada vez entiendo menos, en general» (pág. 104).

Entre 1985 y 1988 Levrero vive en Buenos Aires, trabajando en la empresa de crucigramas. Lo acaba dejando cuando todo el proceso se hace más mecánico y piensa que ya no hay nada creativo en ello. Entre 1988 y 1993 vive en Colonia del Sacramento, junto a su pareja Alicia (que aparece en El discurso vacío). Después vuelve a Montevideo.

«Creo que en toda sociedad y en todo individuo están los gérmenes de una dictadura; por eso los regímenes de fuerza son posibles». Las referencias conscientes a las dictaduras uruguaya o argentina en la obra de Levrero son escasas; se puede, sin embargo, encontrar algo: «Un breve pasaje de Nick Carter…, algunos fragmentos y el mismo título de Ya que estamos, alguna oscura alusión y el título de Espacios libres, alguna reflexión en Apuntes de un voyeur melancólico, una línea de Diario de un canalla; pero no son referencias políticas, sino humanas» (pág. 123).

«No detesto las entrevistas de un modo global y absoluto; en ese caso las rechazaría. Me siento molesto conmigo mismo por mi vanidad al aceptarlas, me fastidia trabajar para que mi trabajo lo cobre otro, me han decepcionado muchos entrevistadores (por sus preguntas, o por la forma de manejas mis respuestas), me he decepcionado siempre por mi poca habilidad para dar respuestas geniales; y desconfío de la entrevista como género, porque difícilmente se da el diálogo: suelen ser esquemas y prejuicios que se cruzan, se intercambian incólumes entre entrevistador y entrevistado» (pág. 130).

Los primeros libros de Levrero (La ciudad y La máquina de pensar en Gladys) los publicó Marcial Souto en una colección de libros extraños, que en principio era de ciencia-ficción. Esto generó la confusión de que Levrero escribía ciencia-ficción, cuando en realidad no lo hace. En más de una ocasión en este libro, desmiente el particular y además declara que ni siquiera le gusta el género. Esto me extrañaba, pues yo siempre había pensando que Philip K. Dick era una de sus influencias. La forma de Levrero de sentir que está en contacto con una realidad superior es muy similar a la mirada paranoica de Dick sobre el mundo. No encontraba ninguna referencia a Dick en las entrevistas hasta que mi felicidad se vio colmada en la página 152, cuando le preguntan si lee ciencia-ficción y contesta: «Leo, de tanto en tanto, y casi siempre los autores de ciencia ficción me frustran. Salvo uno: Philip K. Dick, que además de gran escritor es un genio».

Levrero se declara adicto a los «flippers», y en los tiempos de la dictadura le costaba retirarse a su casa durante los toques de queda por seguir jugando a estas máquinas. Estas experiencias en los salones de juegos las usó para su novela Fauna.

Si de su obra, la novela que considera mejor es Desplazamientos, la que menos le gusta es La novela geométrica (que aún no ha llegado a España), y la segunda parte de Lugar.

Cuando Levrero habla de los talleres literarios que imparte declara que él no sabe nada de literatura, y que no puede –como se hace en otros talleres– enseñar a sus alumnos a leer. Él trata de transmitir su experiencia como escritor.


He disfrutado con este libro de entrevistas a Mario Levrero, e imagino que Un silencio menos puede gustar a los pocos, pero cada vez más numerosos, seguidores de este peculiar y valioso escritor.

domingo, 12 de marzo de 2017

Oblómov, por Iván A. Goncharov

Oblómov, de Iván A. Goncharov.
Editorial Alba. 644 páginas. 1ª edición de 1859; esta de 2015.
Traducción de Lydia Kúper de Velasco.

Supe de la existencia de Oblómov de Iván A. Goncharov (Simbirsk, Rusia, 1812-San Petersburgo, 1891) cuando lo editó Alba, aunque ésta no era la primera vez que este libro aparecía en España, como he comprobado después. La traducción de Alba corrió a cargo de Lydia Kúper, de quien había leído su elogiosa traducción de Guerra y paz para Muchnik Editores.

Llevaba tiempo pensando en comprar este Oblómov de Alba. Creo que estaba esperando a que saliera en la colección Minus y bajara el precio, pero la edición en bolsillo se está resistiendo y al final me decidí y lo compré en la Feria del Libro de Madrid de 2016, aprovechando el descuento del 10 por ciento. Es un libro precioso, con una de las mejores portadas de Alba. Lo he leído en diciembre de 2016 y me ha gustado mucho.

Cuando conocemos al protagonista de la novela, Illiá Ilich Oblómov, éste tiene unos treinta y dos o treinta y tres años, vive en San Petersburgo y sus padres murieron hace ya tiempo en la aldea de la que es originaria la familia. En ella, Oblómov posee el control de más de trescientos siervos, aunque hace ya doce años que no la visita y no sabe exactamente cómo van las cosas por allí.

En algún momento, Oblómov trató de hacer carrera en la administración. Después de dos años trabajando como funcionario, decidió presentar su dimisión al cometer un error en sus funciones. Desde entonces, hace ya años, se dedica a vegetar en su casa de San Petersburgo, abandonándose al sueño en cualquier momento del día.

Dos acontecimientos van a obligarle a tomar decisiones y aceptar cambios en su vida: después de ocho años, el dueño de su casa le pide que se mude; además, recibe malas noticias de su aldea natal: el administrador de sus bienes le dice que las cosechas son malas y los siervos huyen. En consecuencia, las rentas van a ser inferiores a lo que esperaba.

Oblómov recibe varias visitas en su casa, entre ellas la de Shtolz, su compañero de infancia en la aldea. En la novela, Shtolz recibe el sobrenombre de «el alemán». En realidad, sólo el padre del personaje es alemán, pero este hecho sirve para subrayar los dos caracteres arquetípicos de la novela: Oblómov, que representa el noble ruso clásico, inmovilista, perezoso e incapaz de realizar reformas en sus territorios, lo que redundaría en mejoras en el nivel de vida de sus siervos y en el aumento de sus ganancias. Shtolz representa el espíritu luterano del emprendimiento y el deseo de mejorar mediante el esfuerzo y la diligencia. La mirada de Goncharov parece ensalzar los modernos valores europeos de Shtolz frente a la enfermiza parálisis de Oblómov. No obstante, la mirada del narrador sobre Oblómov no es condenatoria, sino que éste se presenta como víctima de una enfermedad que el propio personaje denomina como «oblomovismo». Oblómov es un hombre sensible e inteligente; de hecho, uno de los motivos por los que ha abandonado el mundo del trabajo es que no le gusta la vulgaridad de las personas que luchan por hacerse una posición en él, ni su falta de ética. Todos estos aspectos despiertan la simpatía del lector hacia él.

Shtolz se ha propuesto ayudar a su amigo de la infancia, para que éste pueda tomar las riendas de su vida. Su consejo es que viaje al extranjero y después regrese a la aldea para poner en orden sus asuntos, pues sospecha que el administrador se está aprovechando de su indolencia para robarle el dinero.

Goncharov estuvo bastantes años corrigiendo su novela. En 1849 (una década antes de la versión definitiva) apareció en la revista El contemporáneo el extenso capítulo nueve de la primera parte. En él, Oblómov dormita y recuerda en sueños su aldea y su niñez. Me ha llamado la atención el cambio de tono de lo narrado: de repente, tras 130 páginas de lectura, el texto se vuelve más barroco y descriptivo. Sabía, por la solapa del libro, que esta narración, que luego se ensambló en la novela, era anterior al resto del libro, y lo cierto es que un lector atento lo puede notar. En este capítulo, llamado «El sueño de Oblómov», descubrimos la configuración de algunas de las características de su personalidad: el personaje creció como un niño sobreprotegido, observando la indolencia de su propio padre.

Shtolz viajará al extranjero y le pedirá a Oblómov que se una a él; además, se ha encargado de presentarle a la joven Olga, una noble huérfana de veinte años. Oblómov se siente renacer al conocer a Olga, de la que se enamora. La parte central de la novela es, en gran medida, una descripción de la historia de amor de Oblómov y Olga. Siempre he pensado, al acercarme a obras clásicas, que lo que mejor resiste el paso del tiempo es centrarse en la descripción de las pasiones y no de las costumbres. Los celos, el odio, la pasión, la cobardía… son similares en una época y en otra; es la descripción de costumbres lo que peor envejece en una narración. En algunos momentos, me parecía que la historia perdía fuerza cuando el autor se centraba en describir el celo con que Oblómov trata de guardar las formas en su relación amorosa con Olga. Luego me he dado cuenta de que, en realidad, Goncharov muestra este aspecto como parte de la debilidad de carácter del personaje, que se acabará preocupando más del «que dirán» que de vivir a fondo su pasión. Por tanto, he terminado concluyendo que la concepción novelística del autor es realmente moderna. Lo cierto es que la evolución de la historia de amor entre Oblómov y Olga está narrada con bastante sutileza.

La novela se vuelve más dinámica gracias a la aparición de otros personajes secundarios negativos, como Iván Matvéievich y Tarántiev, dispuestos a aprovecharse de las debilidades del protagonista para sacarle el dinero: «Mientras haya papanatas en Rusia que firmen sin leer podremos vivir» (pág. 474). Pero, como señala Javier Avilés en su magnífico blog de reseñas El lamento de Portnoy, al final, con la novela centrada en Olga y Shtolz, dejando a Oblómov en segundo plano, Goncharov quizás crea un anticlímax narrativo demasiado largo. Avilés señala que, para él, la novela es irregular, porque al final se produce «una especie de traición al personaje» (ver AQUÍ su reseña). 

En las últimas páginas, Shtolz cuenta la historia a un escritor que podríamos identificar como el propio Goncharov, lo que daría lugar a un juego metaficcional. Como buen narrador del siglo XIX, Goncharov interviene en la historia ‒mediante el empleo de preguntas retóricas, por ejemplo‒, pero, en general, deja fluir la novela por sí sola a lo largo de casi todas sus páginas. El tono habitual es levemente irónico, sobre todo cuando habla de la relación de dependencia paternalista que se establece entre Oblómov y su sirviente Zajar.


A pesar de compartir las reflexiones de Javier Avilés sobre esta novela (cuyo personaje ha trascendido la cultura popular rusa, siendo «Oblómov» un término para designar a las personas vagas y con poco espíritu), considero que Oblómov es una de las grandes novelas del siglo XIX, una obra sutil y conmovedora. «Una obra verdaderamente grande: no se había visto nada parecido en mucho, muchísimo tiempo», escribió sobre ella Lev. N. Tolstói. Después de escuchar las palabras del más grande, poco más se puede añadir.

domingo, 5 de marzo de 2017

Autopsia, por Miguel Serrano Larraz.

Editorial Candaya. 398 páginas. 1ª edición de 2013.

A principios de 2014 empecé a oír hablar de esta novela de Miguel Serrano Larraz (Zaragoza, 1977), publicada en diciembre de 2013. Los comentarios eran bastante elogiosos. Recuerdo, en especial, un día que había quedado con el escritor Óscar Esquivias, que casualmente estaba leyendo este libro y lo llevaba en su bolso; él también me habló muy bien de él. Pensé leerlo entonces, pero, como ya he comentado más de una vez, suelo debatirme entre el deseo de leer novedades literarias y el de acercarme a libros más clásicos. En aquel momento de 2014 vencía, temporalmente, la segunda tendencia. Sin embargo, Autopsia llegó a la biblioteca de Móstoles y, en más de una ocasión durante los últimos años, lo había hojeado y había pensado en sacarlo en préstamo. Además, me doy cuenta de que me interesa mucho lo que publica la editorial Candaya, que tiene un olfato muy fino a la hora de publicar en España gran parte de la nueva narrativa hispanoamericana. De esta editorial he leído nueve libros en los últimos tres años, pero nunca había leído uno escrito por un español. Durante las pasadas Navidades, después de leer el primer volumen de Los diarios de Emilio Renzi de Ricardo Piglia, paseando por la biblioteca de Móstoles, volví a sacar Autopsia de su anaquel, leí algunas de sus páginas y esta vez me di cuenta de que era justo el momento. Quería leer este libro.

El narrador de Autopsia es Miguel Serrano, que ha nacido en 1977 en Zaragoza ‒ciudad en la que vive‒, que empezó a estudiar Ciencias Físicas y que ha publicado un libro de relatos titulado Órbita. Además, en el tiempo narrativo del libro ha tenido una hija y se encuentra en proceso de escribir una novela, que sería la que el lector tiene definitivamente en sus manos. Todos estos datos coinciden con la biografía del autor. He visto algunas entrevistas a Miguel Serrano en YouTube; en una indica que un 20 por ciento de la novela está basado en su vida personal y un 80 por ciento es inventado. En esta misma entrevista, el autor afirma que sus interlocutores suelen pensar que este dato es falso y que hay mucho más de sí mismo en la novela que lo que quiere confesar. Independientemente de si lo contado en Autopsia pertenece o no a la biografía del autor (empeñado en realizar aquí un juego metaficcional, «Solo sé escribir acerca de las presencias, las ausencias son imposibles de capturar», leemos en la página 350), lo cierto es que este libro suena siempre a historia verdadera, lo que debería ser una de las aspiraciones máximas de la literatura, ya sea en una narración realista o fantástica. Si la novela es de terror o ciencia-ficción, esta narración estará más conseguida en la medida en que lo contado conforme una realidad autónoma y verosímil con las propias coordenadas de la creación, lejos de imposturas.

En Autopsia, el narrador tiene, cuando se sienta a escribir, unos treinta y tantos años, y su mujer, Nieves, está embarazada. En el proceso de la escritura del libro la pareja tendrá una hija. Sin embargo, ésta no es una novela sobre el presente del protagonista, sino sobre su pasado: «Este libro es una confesión, pero también lleva en sí el germen de la penitencia» (pág. 353).

Tres recuerdos vertebran la narración: Miguel de niño, en el colegio, fue el abusón (junto a otros compañeros), de Laura Buey. En los primeros años de la universidad, fue atacado por un grupo de skinheads. Más tarde fue amigo del magnético Hans Castorp, un disc jockey que llegó a aparecer en la televisión durante la década de los noventa, convirtiéndose en un referente para la juventud de Zaragoza, ciudad donde se desarrolla la historia.

La estructura de la novela no es lineal. Los recuerdos en torno a Laura Buey, la paliza de los skinheads y las noches de fiesta con dj Castorp se van dando paso, sin seguir un orden demasiado formal, ni siendo éstos los únicos recuerdos que aquí se exponen. De modo secundario, el narrador nos hablará de sus estudios, sus relaciones, el deseo de independencia de sus padres (alcanzado precariamente al conseguir un trabajo a media jornada en los Grandes Almacenes de la Modernidad, que parecen un trasunto de la Fnac), el deseo de ser escritor o las redes sociales (en especial Facebook).

Uno de los grandes temas de la novela es el análisis de la violencia: la violencia que ejercemos sobre otros o la que otros ejercen sobre nosotros; violencia física, pero también verbal, de clase, violencia dentro de las relaciones de amistad, familiares…

Los capítulos que tratan el recuerdo de Laura (o también los que hablan de Beatriz, que fue otra chica marginada en las clases del instituto) y de los skinheads (pero también sobre otra paliza recibida, esta vez a cargo de unos rockers) están construidos de modo concéntrico sobre la realidad narrada: se habla del antes de la paliza de los skinheads o del después, igual que se habla del antes del acoso a Laura y del después, pero, en ambos casos, el núcleo de la violencia es eludido durante un gran número de páginas. De esta forma, al construir los capítulos sobre una realidad oculta, sobre la textura de una pared negra, la fuerza de su evocación es cada vez mayor. Son capítulos que presagian o glosan el terror que va a estar ahí o que ha estado ahí, edificados, por tanto, sobre un misterio. Otro misterio para Miguel será su amigo Hans Castorp, algunos años mayor que él, que será una presencia luminosa en la noche zaragozana, lo que le ha permitido poder brillar dentro del círculo que emite su resplandor. En los noventa, Castorp llegó a aparecer en Crónicas marcianas (el programa que, según Miguel, inició la moda en España de poder reírse de todo el mundo).

En la contraportada de la novela podemos leer una frase que el crítico de la Vanguardia Julio José Ordavás le dedica a Miguel Serrano Larraz: «El heredero de la chupa de Bolaño». Imagino que este comentario haría referencia a la reseña de Órbita, su anterior libro. En una entrevista, al ser preguntado por la cita, Miguel Serrano le quita importancia y habla de exageración. También menciona la influencia real de Roberto Bolaño en su obra. Es cierto que, al leer Autopsia, me ha parecido detectarla: el narrador nos cuenta el argumento de una película de terror que le impresionó en su infancia como si se tratase de un relato corto integrado en la novela. Sobre el ataque de los skinheads escribió un largo poema, que en la actualidad le avergüenza, y lo envió a todos los concursos de poesía que pudo encontrar, hasta conseguir el segundo premio de una asociación de amigos de la poesía de Aranda de Duero. Como Bolaño, Serrano nos habla en su novela de los aledaños de la literatura: sus artífices y sus miserias. También, como el chileno, Serrano nos habla de la fragilidad de la juventud, de la búsqueda de la identidad, construida en algunos casos por imitación de los otros, pero, la mayoría de las veces, también en contra de los otros.

Antes que su libro de relatos y su novela, Miguel Serrano ha publicado poemarios, y esto se aprecia en la prosa cuidada de esta novela.


Serrano es tres años más joven que yo y nos habla de su ciudad, Zaragoza, por la que de niño paré una vez, camino de Barcelona, y de la que no recuerdo nada, pero he sentido la lectura de Autopsia como la de un libro generacional. Un libro que, desde su desarraigo vital, desde una escritura que parte en gran medida de los posos oscuros que dejan en nosotros el dolor, los remordimientos y las humillaciones de la infancia y la juventud, interpela a una parte profunda de un pasado compartido. Un libro escrito con tono poético, desamparado y melancólico. Muchos de sus capítulos me han resultado hipnóticos. Me ha gustado mucho.