La editorial Candaya ha publicado varias de las novelas de Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956),
concretamente las tituladas Baroni, un viaje, Mis
dos mundos y La experiencia dramática. Chejfec,
dado mi gran interés por los escritores hispanoamericanos, y más concretamente
por los argentinos, es un autor que me hacía sentir curiosidad. Había leído en
prensa y blogs reseñas de sus novelas, que en muchos casos son un híbrido entre
novela, ensayo o libro de memorias; además sabía que en Argentina publica en la
editorial Alfaguara. Alfaguara funciona en los países hispanoamericanos con
sedes nacionales y cada una de ellas apuesta por los autores de su país; si
estos pueden interesar a un nivel internacional entonces la maquinaria
editorial trabaja para que la obra de estos autores esté presente en todos los
países de habla hispana. Las preguntas que me surgían eran: ¿Alfaguara no
promociona a Chejfec fuera de Argentina porque piensa que no va a gustar fuera
de las fronteras de su país? ¿Es un escritor localista? ¿Es un escritor que
está bien para un mercado concreto pero no es autor por el que se deba apostar
para un mercado internacional? Ahora, tras acercarme a mi primer libro de
Chejfec, entiendo por dónde van las respuestas: Chejfec es un escritor cuya
apuesta de escritura es profundamente literaria; un autor de vuelo intelectual
y que puede quedar lejos de las expectativas del gran público.
Creo que cada vez se está
trastocando más mi sentido jerárquico del mundo editorial: la gran editorial,
la que tiene capital para invertir en grandes promociones y puede elegir a los “mejores”
autores, en realidad no se guía por un criterio de calidad literaria sino de
capacidad de ventas; es decir, ha de apostar por autores que contenten a un
público fácil, cada vez menos exigente respecto a los criterios literarios, y
es realmente en las pequeñas editoriales, sin grandes aspiraciones comerciales,
donde se desarrolla en gran medida en la actualidad el fenómeno literario.
Alfaguara no lanza a Sergio Chejfec en España no porque no tenga la calidad
literaria suficiente para apostar por él, sino precisamente por lo contrario,
porque es un autor eminentemente literario y por tanto será difícil que
conquiste a un público masivo cada vez más confundido respecto a los valores
literarios. Así que es de agradecer la labor de editoriales pequeñas, pero
pujantes, como Candaya, a favor de la literatura que abre caminos y arriesga;
es decir, a favor de la literatura sin más.
Fue a principios de mayo cuando,
gracias a las redes sociales, me enteré de que Sergio Chejfec presentaba (junto
al escritor cubano Antonio José Ponte)
su nuevo libro de relatos en la librería
de Malasaña Tipos Infames. Ese
mediodía había estado comiendo en el trabajo prácticamente en silencio: la
conversación de mis compañeros no se salía en ningún momento de los cauces
estrictamente futboleros: final de Lisboa y sorteos de los clubes para
conseguir entradas. El mundo giraba correctamente, al parecer, y yo callaba.
Fue todo un alivio para mí acudir esa noche a Tipos Infames y escuchar hablar a
Chejfec, preguntado por Ponte. Dijo Chejfec que él construía sus cuentos a
partir de los mismos impulsos narrativos que escribía sus novelas. Le interesan
los espacios físicos, los escenarios suelen ser protagonistas de sus historias;
también le interesa la tecnología, cómo esta influye en la vida de las
personas; y el escritor argentino Juan José Saer, al que calificó de “demasiado
inteligente” para ser un escritor. Cuando Chejfec empezó a hablar de Saer la presentación
ganó mucho para mí. Descubro algo que me fascina: el personaje de Sergio
Escalante, que en la novela Cicatrices se dedica a dilapidar el
dinero familiar en el juego, está basado en el propio Saer, que tenía (sorprendentemente)
una adicción al juego.
Modo linterna está
formado por nueve cuentos, o más bien nueve construcciones narrativas, porque,
en muchos casos, los textos de este libro dinamitan las convenciones del
cuento. Siete de estos textos (o versiones previas) ya habían aparecido en
diversas publicaciones, y sólo dos –Una visita al cementerio y Vecino
invisible– eran inéditos.
Los de este libro son cuentos en
general largos, que normalmente superan las veinte páginas.
El primero de ellos, Vecino
invisible, de entrada me desconcierta: el narrador parece ser el propio
autor (algo común en más de una de las composiciones de este libro: Chejfec ha
hecho de sí mismo un personaje literario) que nos relata una llegada a Caracas
(ciudad en la que ha vivido largos años, ahora lo hace en Nueva York). El
relato parece basar su construcción en la pura digresión narrativa. El narrador
habla de la llegada a la ciudad, y en la segunda página del relato leemos: “Ese
paisaje de ventanas insomnes me recordó una viñeta que había encontrado tiempo
atrás en una revista”, y a partir de aquí el narrador volverá a esa viñeta de
la revista, que llegará a constituir un pequeño misterio en la historia.
Además, Vecino invisible me desconcierta
porque no me queda claro si se trata de un relato realista o fantástico, con
esos dos vecinos que discuten en la casa contigua a la del narrador, pero de
los dos sólo uno puede ser visible a la vez. Esto puede tratarse de una mera
metáfora política o tal vez de un hecho tomado por “real” en el relato. Vecino invisible es un relato poco
convencional, y en cierto modo rompe con todos los convencionalismos del
relato: la estructura no es compacta, sus escenas no son significativas dentro
de una composición que persiga revelar en su final una verdad, sino que las
páginas parecen seguir el ritmo divagante de los pensamientos del autor, quien
parece buscar alguna verdad sobre sí mismo al analizar hacia dónde le llevan
sus pensamientos. Eso sí, el lenguaje es elegante, inteligente, bello.
El siguiente cuento, Donaldson
Park, hace que aumente mi desconcierto. Donaldson Park propone una descripción física (aunque también
sentimental) de un suburbio de Nueva Jersey: “Highland Park es un punto
inconsistente en la espesa trama de suburbios, carreteras y autopistas que
cubre el territorio del estado de Nueva Jersey, en Estados Unidos” (pág. 26).
Como Chejfec apuntó en la presentación del libro, le interesan mucho más los
espacios no connotados por el turismo o el arte que aquellos que sí lo están.
Chejfec no quiere describirnos Manhattan, sino ese Highland Park con su espacio
repetido en el que uno corre el riesgo de perderse. También aquí aparece el
desconcierto que la tecnología provoca en el autor: “Cada casa tiene un
repertorio asombroso de máquinas para lidiar con las estaciones” (pág. 42).
De este relato me quedo con la
composición lingüística; y con el brillo de algún pequeño detalle. Pero he de
decir que por ahora, tras leer los dos relatos comentados, no estoy seguro de
que Chejfec sea mi escritor. Sus temas son originales, pero me parecen más
propios de una revista de arquitectura (por su descripción del espacio físico
en Donaldson Park) que de un libro
literario.
Me gusta más el tercero, Los
enfermos, en el que una mujer recibe el extraño encargo de cuidar a un
enfermo desconocido. Las reflexiones sobre lo real en este relato son muy reveladoras
sobre la visión del mundo de Chejfec. Destaco este párrafo: “Desde hace un
tiempo indefinido, no sabe si mucho o poco, es víctima de una especie de reparo
que hasta este momento no ha visto en nadie, y sobre el que nunca ha leído ni
escuchado hablar. Es una vaga aprensión contra los artefactos o las técnicas
demasiado actuales, nuevas o en boga, de uso sofisticado y en fase de difusión.
No es rechazo por la dificultad que trae el uso y la adaptación. Más bien
piensa que si cede y los incorpora a su vida quedará marcada para siempre por
los vestigios del momento cultural que ellos representan. Puede parecer exagerado,
pero carece de elementos para verlo de otra manera. Como ignora por cuánto
tiempo tendrán vigencia esos nuevos objetos y procedimientos asociados, y en
especial desconoce el arraigo de las costumbres y de las formas de la
imaginación que se derivan de ellos, sospecha que de sumarse a alguna de estas
tendencias tecnológicas su vida perderá densidad, porque terminará diluyéndose
en los avatares de lo novedoso y sobre todo acabará 'historizada', fechada,
expuesta a un presente que en el futuro habrá de verse como un tiempo efímero,
un inopinado desvío o una digresión colectiva; ella como prisionera de alguna
moda ya semiolvidada, adormecedora y para ese momento escandalosamente vetusta”
(págs. 48-49).
El relato que me conquista
definitivamente es el cuarto, Una visita al cementerio. Cuatro
argentinos residentes en París deciden buscar la tumba donde descansan los
restos de Juan José Saer. El estilo del relato imita al del maestro, y la
percepción cruzada de los personajes sobre lo que está ocurriendo es la clave
de la composición del cuento. Me doy cuenta de que el homenaje es completo cuando
detecto en las frases reminiscencias de los títulos de los libros de Saer (La pesquisa, El lugar).
Novelista documental es
otra de mis composiciones favoritas del libro. En este cuento, un narrador,
fácilmente identificable con el autor, nos describe los tiempos muertos de un
encuentro de escritores en el hotel de una ciudad hispanoamericana, donde la
estrella invitada es Enrique Vila-Matas. Aquí el narrador hace una poética de
su escritura que podría ser la del propio Chejfec: “Preciso las fotos para
documentar que es cierto lo que escribo; que mi principal temor es encontrar a
alguien que me pida cuentas, y después ante mi silencio me acuse de inventar
todo (…). De un tiempo a esta parte no sé si la realidad a secas, en todo caso
el documento acerca de los hechos verdaderos, es lo único que me salva de una
cierta sensación de disolución. La novela, le digo, puede ser ficción, leyenda
o realidad, pero siempre debe estar documentada” (pág. 100).
En su gran reseña de El cultural (ver AQUÍ) Nadal Suau habla de dos padres
literarios para el Chejfec de este libro: Juan
José Saer y Enrique Vila-Matas.
En Novelista documental Vila-Matas
aparece como personaje en ese hotel lleno de escritores, para irónicamente
demostrarles dónde está lo importante de la realidad: otra vez en el fútbol.
A Saer y Vila-Matas yo añadiría
la presencia de Roberto Bolaño: el
interés de Chefjec por la figura del escritor es muy grande; principalmente por
su insignificancia y su persistencia romántica. Esto queda reflejado en otro de
los cuentos que más me ha gustado: El testigo, en el que un personaje
solitario investiga la vida de escritores tan famosos como Julio Cortázar a través de las guías telefónicas del Buenos Aires
de la década de 1930.
Es original el cuento El
seguidor de la nieve, sobre un hombre que reflexiona sobre los muñecos
de nieve y la extrañeza que le producen.
No he disfrutado mucho de Deshacerse
de la historia, porque para hacerlo creo que tendría que haber leído
previamente Martín Fierro de José
Hernández.
Hacia la ciudad eléctrica
es un buen cierre para este libro porque resume bastante bien los temas
desarrollados en él: la voz narrativa de un escritor que gracias a su gran capacidad
para divagar consigue encontrar vinculaciones muy curiosas entre los objetos,
los espacios físicos, la historia… mientras intenta acudir a una convención de
escritores en una ciudad decadente, y (como ya se apuntó en Novelista
documental) lo narrado se sustenta en fotografías que se muestran en el
libro.
En resumen: Sergio Chejfec es un
escritor que requiere de un lector exigente, con una apuesta narrativa muy
seria, una mirada original que puede tanto interesar profundamente al lector
como, en algunos casos, dejarle indiferente, porque los temas elegidos pueden
ser demasiado nimios. Modo linterna
contiene relatos que pueden llegar a desconcertar y no captar del todo la
atención del lector, como Donaldson Park,
junto a obras maestras del género como Una visita al cementerio, Novelista
documental o El testigo. Tengo curiosidad por
leer alguna de las novelas de este autor.