domingo, 20 de abril de 2025

La vida suspendida, de Eduardo Laporte

 


La vida suspendida, de Eduardo Laporte

Editorial Sr. Scott. 161 páginas. 1ª edición de 2025.

 

Ya he comentado alguna vez que Eduardo Laporte (Pamplona, 1979), navarro residente en Madrid, es mi amigo. Había leído hasta ahora cuatro de sus libros: La tabla (2015), Diarios 2025-2016 (2017), Tiempo ordinario (2021) y Navarra-Madrid (2024). En enero de 2025 se ha publicado su último libro, La vida suspendida, en la nueva editorial Sr. Scott. Como suele ser habitual, Laporte me incluyó en la lista de la editorial para el envío de ejemplares de prensa; aunque cometió un pequeño error: envió el libro a mi antigua dirección y esto hizo que me tuviera que acercar a la casa en la que viví hasta 2022 para rescatarlo.

 

La vida suspendida empieza con un prólogo del propio Laporte, escrito ya próximo a la publicación del libro, y con más de un año de diferencia respecto a la finalización del texto principal. En este prólogo, Laporte, después de conversar con su nuevo editor en Sr. Scott, Alberto Beceiro, nos expone la idea de «publicar a su pesar». Es un concepto que me interesa, porque alguna vez yo también he sentido ese pudor que parece experimentar Laporte ante la idea de que los demás vayan a leer su texto. «Lo publicaría, por tanto, a mi pesar, porque ya estaba escrito y porque me cansaba de acumular manuscritos en el cajón.» En este prólogo, quizás a modo de advertencia, el autor le adelanta al lector que su obra trata sobre una IVE (Interrupción Voluntaria del Embarazo). Adentrarse en sus páginas –unas páginas en gran medida dolorosas y conflictivas– va a ser, por tanto, un acto que dependerá de la responsabilidad del lector.

 

Todos los libros que he leído de Laporte –así como el resto de los que tiene publicados– están escritos desde el «yo»; o bien son diarios, recopilaciones de artículos o novelas que hablan desde su propia experiencia. La vida suspendida, nos dirá el propio Laporte, también habla de una experiencia personal, pero el autor le ha añadido algunas dosis de ficción: «Es lo que aprendí de esta áspera experiencia y que, de mejor o peor manera, trato de reflejar en este escrito tan verdadero que tuve que recurrir a injertos de ficción, para hacerlo creíble.» (pág. 13). En cualquier caso, a mí, que he leído los diarios de Laporte me resultará complicado (aunque el autor, como veremos, nos va a dar alguna pista), leer este libro pensando que tiene ficción añadida, porque sigo viendo la voz narrativa del autor, y reconozco algunos de sus episodios vitales, ya comentados en otros libros.

 

Laporte conoce a María, a la salida de un cine, alguien que leyó, en algún momento, alguno de sus artículos periodísticos, le agregó a Instagram y, al fin, le ha reconocido ese día azaroso. Empieza una relación con ella y, solo unas pocas semanas después, recibe la noticia de que se ha quedado embarazada. Durante un breve lapso de tiempo, Laporte va a fantasear con la idea de tener ese hijo y convertirse en padre.  De hecho, apuntará que, tras un largo periodo de inestabilidad económica, quizás sea este su momento. Sin embargo, la falta de planificación y la fase tan inicial en la que se encuentra su relación con María harán que ambos tomen la decisión de iniciar una Interrupción Voluntaria del Embarazo en un hospital público de la Comunidad de Madrid. La vida suspendida nos va a hablar de este proceso, desde una perspectiva que puede resultar insólita o impúdica: la voz narrativa de Laporte se va a dirigir de forma directa al feto que no pudo convertirse en persona, en su hijo; al que se referirá con varios nombres, destacando el de «Serafín». «Vuelvo a ti en este ejercicio de literatura de duelo, extremo quizá patético, gratuito y pornográfico. (…) Quizás quiera volver a ti para cerrar también los duelos y quedarme para siembre en la celebración.» Uno de los libros de Laporte que me falta por leer es Luz de noviembre por la tarde (2011), donde homenajea a sus padres, que murieron de cáncer, cuando él era bastante joven, con una diferencia de pocos meses. Así que este nuevo libro se emparentaría con ese otro por temática, pero también con sus diarios. De este modo, La vida suspendida tiene una fuerte filiación con Tiempo ordinario (2021), un diario del que Laporte quitó las referencias a fechas concretas y que se lee como una narración de unos cuantos momentos vitales, sobre los que el autor va reflexionando, como apuntes poéticos de su propia vida. En La vida suspendida la voz narrativa es similar, pero, en este caso, las escenas evocadas son más intensas, al tener más fuerza narrativa y más conflicto.

En la novela existe una escena central, la de la visita a la clínica abortista, que va a coincidir con el día del Padre de 2022, y la narración se irá demorando al acercarse a los días previos y a los posteriores, basculando sobre ese día clave en esta historia, en el que un aspirador acabará succionando al feto de escasas semanas.

 

En gran medida, me ha sorprendido la capacidad de Laporte para mostrarse sin pudor en esta obra. Desde hablar de sus problemas financieros y la necesidad de recurrir a empresas, fuera del circuito bancario habitual, de micropréstamos, hasta sus inquietudes religiosas, de las que nos había empezado ya a hablar en sus diarios, pasando con sus problemas con los clientes de grandes empresas para los que trabaja de autónomo, escribiendo textos corporativos.

 

Quizás la nota de ficción (el propio Laporte así lo insinúa) sea la creación del amigo Petrus (varios de los personajes del libro aparecen aquí con un nombre ficticio), que hará sentir culpable a Laporte, al enfrentar su decisión a sus ideas religiosas. Y este personaje tiene la labor, por tanto, de generar más tensión narrativa a un texto ya bastante tenso y triste.

 

Como ocurría en sus otros libros, Laporte llena con fruición su texto de citas literarias; y su lenguaje tiende a ser reflexivo y poético, con algunos detalles hacia el deje más moderno, como «ese espermatozoide y óvulo que habían logrado ese match» (pág. 20), que otorgan la texto, a veces, un raro deje humorístico; y, en algunos casos, elige mezclar un registro culto del idioma con otro más vulgar: «Miembros de Hamás se han cargado a cientos de jóvenes» (pág. 135) o «sabios del pasado que no se habían coscado de nada» (pág. 147). Sé que estas características son rasgos del estilo de Laporte, pero en algunos casos son construcciones lingüísticas que no me acaban de convencer.

 

Me han gustado las reflexiones que hace Laporte sobre el propio sentido de la obra en marcha: ¿la escribe para pedirle perdón al hijo que nunca nacerá? ¿La escribe para tratar de conseguir algo de reconocimiento literario? O, en cualquier caso, ¿qué sentido tiene enfrentar su dolor al dolor real de un padre que ha perdido a un hijo de quince años, con el que a compartido una cantidad ingente de recuerdos, como le llega a ocurrir al corregir el texto de un cliente?

 

De las cuatro obras que llevo leídas de Laporte, La vida suspendida es que la que más me ha emocionado. Ya me pareció que Tiempo ordinario daba un salto respecto a su anterior libro de diarios, titulado sencillamente Diarios 2015-2016, y creo que ahora se vuelve a dar un salto desde Tiempo ordinario a La vida suspendida, que me ha parecido una obra desgarrada, sentida, impúdica y bella.

domingo, 13 de abril de 2025

Tennessee, de Luis Gusmán


 Tennessee, de Luis Gusmám

Editorial Contrabando. 138 páginas. 1ª edición de 1996, esta es de 2020.

En 2019 me sorprendió muy gratamente la lectura de Villa (1996) de Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944), un autor argentino del que nunca había oído hablar y que en España publicaba la pequeña editorial Contrabando, ubicada en Valencia. Villa hablaba sobre las personas que, en las dictaduras, considerándose apolíticas, tratan de seguir con su vida, mirando siempre para otro lado cuando las consecuencias de esas dictaduras irrumpen en su entorno. Era una novela escalofriante. La elegí entre mis diez novelas argentinas favoritas del siglo XX. Esto hizo que en mi primera visita a la librería Lata Peinada, que abrió su sucursal de Madrid en 2020 (ya ha cerrado) comprara, entre otros libros, Tennessee (1996) de Luis Gusmán. Sin embargo, mi habitual desbarajuste de lecturas, que hace que dé prioridad a aquellos libros que solicito a las editoriales y postergue los que compro, ha hecho que no me haya acercado a esta novela hasta cuatro años después. Por fin, en el verano de 2024, me acerqué a la lectura de Tennessee.

De entrada, me llama la atención constatar que Tennessee se publicó en Argentina el mismo año que Villa. Imagino que Luis Gusmán las habría escrito durante los años anteriores y no tuvo, en principio, mucha suerte a la hora de encontrar editores para sus obras. Lo que, dada su calidad, me resulta extraño.

El personaje principal de Tennessee es Walenski, un cincuentón que, hace años, trabajó como «pesista» o persona que realiza espectáculos levantando pesas. En el mundo de las pesas, le introdujo su amigo Smith, con el que había trabajado en un camión frigorífico de reparto de carne. Smith, en el pasado, llegó a ser medalla de oro, como levantador de pesas, en los juegos olímpicos de Tennessee. Tuve que comprobarlo en internet: nunca ha habido unos juegos olímpicos en Tennessee. Esta ciudad, que da título al libro, simboliza el lugar de la felicidad al que Smith siempre ha soñado con volver, como se sueña con volver, en realidad, no a un lugar físico, sino a la propia juventud y al mundo del éxito y la esperanza. Para Walenski, sin embargo, Tennessee simboliza la idea de aquello que ya no podrá alcanzar nunca, porque tiene más de cincuenta años, y en el pasado nunca llegó a ser tan buen pesista como su amigo.

Walenski vive y trabaja en el Regatas, un club náutico, bastante decadente, a las afueras de la ciudad de Buenos Aires, que, según sople el viento o no, puede impregnarse de un olor fétido. En realidad, el Buenos Aires que retrata Luis Gusmán en esta novela no es, en ningún caso, el de las postales turísticas, sino un Buenos Aires de arrabales, de villas miseria y de oscuridad. Así, por ejemplo, se nos hablará de robos habituales en funerarias o en visitas a los cementerios. «Las viejas hablaban del miedo que les daba ir al cementerio, ubicado cerca de la vía, en los fondos de una villa. “Porque cuando suben las escaleras para poner flores en los nichos altos, desde abajo, pendejos, sobre todo pendejos, les mueven la escalera y las amenazan hasta obligarlas a tirar los monederos. La gente va sin plata, sin relojes, solo con las flores en la mano, cuando los pétalos vuelan por el aire es señal de que han tirado a alguien”» (pág. 20)

«La ciudad tiene otra ciudad clandestina adentro, como si fuera un guante. Hay garitos, peleas a muerte entre perros, lucha entre mujeres; sólo hay que leer los avisos del diario para enterarse.», leemos en la página 96.

Walenski, pese a su tamaño y sus músculos, se siente un hombre desamparado, un hombre que creció sin padres, al amparo de Ema, una mujer que lo había criado, al igual que a otros niños, que son para Walenski sus «hermanos de leche». Cuando comienza la acción de la novela, Ema acaba de morir, lo que le sumirá en una honda tristeza. Para Walenski

ya pasaron sus mejores años y la hernia que le está creciendo, cada vez más, en el abdomen le está haciendo pensar que ya no va a desear, dentro de poco, que le vean desnudo ni las prostitutas que suele frecuentar.

Después de acercarnos, durante unos breves capítulos, al mundo de Walenski, la narración va a empezar realmente cuando este reciba la visita de Deganis, un abogado de la ciudad, que le preguntará por Smith, al que no consigue localizar y que quizás esté relacionado con el pasado de Salermo, el dueño de una de las fábricas más importantes del barrio de Avellaneda y que ha muerto hace poco. Deganis le comunica a Walenski que, quizás, Smith hubiera estado extorsionando a Salermo por algo que sabía de su pasado, y ahora está empezando a extorsionar a su hija Telma, la cliente de Deganis.

En principio, Tennessee se desarrolla bajo los parámetros de una novela negra, más o menos clásica. Walenski, ejerciendo de detective, tendrá que averiguar dónde se oculta su antiguo amigo Smith. Para ello deberá –como marcan los parámetros del género– visitar algunos de los lugares más sórdidos de la ciudad. Por supuesto, en Tennessee también habrá una bella mujer, Telma. Pero, como en toda buena novela negra –o en toda buena novela, en general–, no hallaremos en Tennessee simplemente la narración de una persecución, sino que la historia irá haciéndonos comprender los lazos que han unido, y siguen unido, la vida de estos dos personajes: Walenski y Smith. «Hace mucho tiempo que para la gente nos hemos convertido en una sola persona. No es la primera vez que para encontrar a Smith me vienen a buscar a mí. Si le digo que hace mucho que no lo veo no me va a creer.», leemos en la página 24.

El texto, escrito en tercera persona, nos acerca al punto de vista de la historia de Walenski, pero no siempre es así. De este modo, me sorprendió que en la página 75 empieza un capítulo que se fija en las andanzas de otro personaje, al que Walenski ha tenido que ir a buscar a Pehuajó, un pueblo de la provincia. Los escenarios decadentes no solo se limitan a las afueras de Buenos Aires, sino que también se adentran en su provincia. En los capítulos de Pehuajó conoceremos a Ordóñez, un siniestro jefe de policía, que nos acerca a los presupuestos de Villa, puesto que el narrador nos insinuará que Ordóñez ha sido un torturador en los tiempos de la dictadura de Videla y que, ya en democracia, ha seguido teniendo la capacidad de ejercer su poder con abuso de autoridad; por ejemplo, sobre sus rivales sexuales.

Sin grandes excesos verbales, la prosa con la que Gusmán ha escrito Tennessee es precisa y bella. Me gusta, por ejemplo, la limpieza de esta frase con la que comienza una escena: «Los días fueron pasando como el río, lentos, oscuros, estancados.» (pág. 54). Es destacable la maestría con la que el autor maneja el flujo de la información que le da al lector; cómo la retiene, la sugiera o la expande en los cortos capítulos de la novela.

Entre Villa y Tennessee me quedó con Villa, pero, como ya he dicho, Villa es una novela que me gusta mucho, y Tennessee, pese a no llegar a la hondura de Villa, sigue siendo una gran novela corta, que me ha hecho disfrutar mucho en el caluroso julio de 2024. Como punto final, me gustaría reivindicar la obra de Luis Gusmán, un autor poco conocido en España, y también reivindicar la gran labor de las editoriales pequeñas como Contrabando.