domingo, 16 de febrero de 2025

La corrupción de un ángel, por Yukio Mishima

 


La corrupción de un ángel, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 315 páginas. Primera edición de 1971; ésta es de 2024

Traducción de Guillermo Solana Alonso

 

Después de la lectura de Nieve de primavera (1969), Caballos desbocados (1969) y El Templo del Alba (1970) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), empecé la cuarta y última parte de la tetralogía de El mar de la fertilidad, titulada La corrupción de un ángel (1971).

(Aviso: para hablar de La corrupción de un ángel es posible que tenga que destripar algo del final de los libros anteriores de la tetralogía. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer El mar de la fertilidad, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)

 

La corrupción de un ángel, con sus 315 páginas, es la novela más corta de la tetralogía. Mishima acabó esta novela y se la envió a su editor la mañana del 25 de noviembre de 1970, unas horas antes de que se suicidara con el ritual del seppuku.

 

Nos encontramos en mayo de 1970 y Honda tiene setenta y seis años. Su mujer Rié ha fallecido y Honda pasa el tiempo y, a veces, viaja con su amiga Keiko, a quien conoció en la anterior novela, El Templo del Alba, ya que era la vecina de la casa que se compró con vistas al monte Fuji.

 

En el primer capítulo del libro, Mishima nos muestra el poder del mar desde la costa. Un joven, al que conoceremos un poco más tarde, observa ese mar desde una estación marítima del puerto. Es Tôru, un huérfano de dieciséis años, que trabaja en el puerto avisando de la llegada de los barcos comerciales. Tôru es un adolescente solitario y ensimismado, que recibe en su lugar de trabajo las visitas de Kinué, una joven, algo mayor que él (de veintiún años), que sufre el trastorno de sentirme una mujer muy guapa y deseada, cuando en realidad es, precisamente, llamativa por su fealdad. Tôru tampoco es un joven normal, pues vive obsesionado con la idea de que el mundo se crea a partir de su percepción y que podría destruirlo si así lo deseara. Tôru está convencido de su pureza. «Un muchacho de dieciséis años que se hallaba completamente seguro de no pertenecer a este mundo. Solo la mitad de él estaba aquí. La otra se hallaba en el reino de añil. No existían en consecuencia leyes ni normas que se gobernasen. Él se limitaba a simular que se hallaba sometido a las leyes de este mundo. ¿Dónde están las leyes a las que ha de someterse un ángel?» Leemos en la página 23. En este cuarto libro, la metáfora del ángel, como entidad que flota en el espacio esperando poder ocupar el cuerpo de un humano cobra cada vez más importancia. De hecho, Honda sueña cada vez más noches con los ángeles.

De un modo casual, Honda y Keiko llaman a la estación de control naval en la que trabaja Tôru, con la intención de que les permitan visitarla. Una vez dentro, Honda observará que Tôru tiene en el pecho los tres lunares, que tuvieron en el pasado Kiyoaki (protagonista de Nieve de primavera), Isao (protagonista de Caballos desbocados) y Ying Chan (protagonista de El Templo del Alba); para Tôru esos tres lunares son «una prueba en su propia carne de que eran suyos dones sin límites».

 

Honda toma la decisión de adopta a Tôru, al que considera la nueva reencarnación de su amigo Kiyoaki, que ya pasó por Isao y Ying Chan. En más de un momento, Honda temerá haberse equivocado, pues no tiene claro si Tôru nació después de Ying Chan (condición necesaria para poder ser su reencarnación o antes). En el caso de ser Tôru la nueva reencarnación de su amigo, Honda piensa que no puede llegar a los veintiún años, límite de edad a la que murieron todas las reencarnaciones anteriores. Y Honda quiere adoptarle, aún viendo en la esencia de Tôru la pura maldad. Al ser Honda una persona poseedora de una gran fortuna, no le va a resultar difícil adoptar a Tôru, situación que el joven acepta.

 

Si uno lee La corrupción de un ángel intentando comprender el estado mental de Mishima en el momento de la escritura, podrá encontrar algunos párrafos en los que muestra su malestar por la occidentalización de su país, como este de la página 149: «Las pruebas de una buena crianza proporcionan categoría a una persona y la buena crianza en el Japón significa familiaridad con la manera occidental de hacer las cosas. Solo hallamos al japonés puro en los barrios miserables y en el hampa y cabe esperar que con el paso del tiempo se torne cada vez más aislado.»

 

Una curiosidad del libro es que su narración avanzará hasta el año 1974. Es decir, más allá del tiempo narrativo del que Mishima escribe, que es 1970. De este modo, El mar de la fertilidad empieza situando a Honda, su personaje principal en 1912, con dieciocho años, y lo deja en 1974, con ochenta, abarcando más de sesenta años de la historia del Japón del siglo XX.

 

La convivencia entre Honda y Tôru, desde el principio, parece recorrida por la tensión de una violencia subterránea. Ya en mi reseña de El Templo del Alba comenté que algunas de sus páginas me recordaban a las leías en Junichiro Tanizaki, porque también las páginas de La corrupción de un ángel se van tiñendo de un aire enfermizo de perversión y de personas con la idea de hacer daño a otras, sin que queden muy explicados sus motivos. De este modo, Honda, convencido de que Tôru es la reencarnación de su amigo y de que no va a llegar a los veintiún años, quiere conseguir que antes se case con una bella muchacha para poder disfrutar luego de sus lágrimas de viuda joven, o Tôru tratará de idear cómo hacer el mayor daño posible a las personas con las que se va cruzando.

 

En La corrupción de un ángel, Mishima usa un nuevo recurso narrativo: el lector podrá acercarse a algunas páginas del diario íntimo de Tôru, donde él mismo anotará que le falta el instinto de autoconservación.

Creo que las páginas que más me han gustado de esta cuarta novela, son aquellas en las que, tras veinte años, Honda vuelve a su antigua perversión (adquirida en el tiempo de El Templo del Alba), después de la explosión de un conflicto con Tôru, de disfrutar siendo un voyeur que observa, por la noche, a parejas en los parques públicos. En algún momento he llegado a pensar en el gusto por los personajes excesivos, y con tendencia a la monstruosidad, de José Donoso. Todo un aire de misterio enfermizo y perversidad flota sobre las páginas de La corrupción de un ángel.

La novela acaba in medias res, sin que se acaben resolviendo algunos de los misterios planteados durante la narración. Me gusta el final, donde las últimas páginas se enlazan con la primera novela, Nieve de primavera, y reaparece aquí un personaje del que se habla, pero al que Mishima no hace comparecer ni en Caballos desbocados ni en El Templo del Alba, que ha perdido ya la memoria y que va a hacer enfrentarse a Honda, definitivamente, con la fragilidad de todo y la cercanía de la muerte.

Con algún pequeño altibajo, el nivel de la tetralogía El mar de la fertilidad es alto y los cuatro libros que la forman, que recorren más de seis décadas del siglo XX en Japón, son una valiosa obra literaria.

domingo, 9 de febrero de 2025

El Templo del Alba, de Yukio Mishima

 


El Templo del Alba, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 461 páginas. Primera edición de 1970; ésta es de 2024

Traducción de Guillermo Solana Alonso

 

Después de la lectura de Nieve de primavera (1969) y Caballos desbocados (1969) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), empecé la tercera parte de la tetralogía de El mar de la fertilidad, titulada El Templo del Alba (1970).

 

(Aviso: para hablar de El Templo del Alba tendré que destripar algo del final de Caballos desbocados e, incluso, de Nieve de primavera. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer esta tetralogía, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)

 

El comienzo de El Templo del Alba nos lleva, por primera vez en esta serie de libros, fuera de Japón. La acción comienza en Bangkok. El primer capítulo describe la ciudad, sin presentar aún a los personajes, y esta forma de iniciar la historia me ha recordado al comienzo de Pasaje a la India de E. M. Forster. Pronto sabremos que estamos en 1940 y que, por tanto, Honda –protagonista de la tetralogía– tiene cuarenta y seis años. Ha viajado a Tailandia por trabajo. En Caballos desbocados dejó de ser juez para convertirse en abogado y así poder defender al joven Isao (en quien Honda ha creído ver una reencarnación de su amigo Kiyoaki) de la acusación de terrorismo que pesaba sobre él. En este tercer libro, Honda se ha convertido en un abogado de éxito, especializado en derecho comercial y de empresas. Un conflicto comercial entre una empresa tailandesa y otra japonesa le ha llevado hasta Bangkok. Al estar en esta ciudad, va a aprovechar para visitar algunos templos budistas, como el bello Templo del Alba y también tratará de localizar a aquellos amigos de Siam (antigua Tailandia), que aparecían en Nieve de primavera, y que eran denominados como «los príncipes de Siam», que vivieron un año en Japón. Los príncipes no se encuentran en el país, pero Honda tendrá la oportunidad de visitar a una princesa, pariente de los anteriores, que tiene siete años, y la particularidad de que afirma ser una reencarnación de un hombre japonés. Esto convence pronto a Honda de que la princesita es la reencarnación de quien fue Kiyoaki y, más tarde, Isao. En ningún momento de Caballos desbocados Isao tiene la sensación de ser la reencarnación de nadie, pese a las creencias de Honda y, por este motivo, me ha parecido que aquí las reglas sobre la reencarnación propuestas por Mishima estaban cambiando.

Honda visitará a la princesa Ying Chan y quedará convencido de que se trata de la reencarnación de Kiyoaki y de Isao. Además, repasando el diario de sueños de Kiyoaki, podrá acercarse a la narración de un sueño en el que Kiyoaki se ve a sí mismo con una princesa en Siam. También hacia el final de Caballos desbocados, Isao tiene unos sueños en los que se ve como una mujer en un país tropical.

De Tailandia viajará por placer a la India y visitará la ciudad de Benarés, en busca de las fuentes históricas del budismo. De vuelta a Japón, con el telón de la Segunda Guerra Mundial de fondo, Honda sabe que, por su edad, no va a ser llamado a filas y pasará los años de la guerra leyendo libros sobre las distintas teorías de la reencarnación. Desde la antigua Grecia, pasará por la India y Japón. Creo que en estas páginas (y en gran parte de las anteriores, con la descripción de Bangkok y Benarés) la novela (y podríamos decir que también la tetralogía) sufre un bache narrativo. Muchos capítulos de esta parte de la novela se basan en describir una visita de Honda a una librería donde comprará un libro, normalmente de segunda mano, y el narrador nos contará qué lee Honda en ese libro. De forma clara, Mishima está usando la forma de la novela para escribir un ensayo poco camuflado de la historia de la reencarnación en las distintas filosofías mundiales. A nivel narrativo me ha parecido un error de construcción, y el momento más bajo artísticamente de lo que llevo leído de El mar de la fertilidad. De hecho, me ha dado rabia que no se narre cómo vive Honda la guerra en la ciudad de Tokio. Sí se nombra el ataque a Pearl Harbor, pero en ningún momento de la novela –incluso cuando se hable de las ruinas de las ciudades– se va a nombrar nada sobre las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki.

 

Por suerte, El Templo del Alba tiene dos partes y la novela mejora mucho en la segunda. Estamos en 1952 y Honda tiene cincuenta y siete años. Ya se ha retirado de la abogacía, después de haber ganado mucho dinero, gracias a un pleito histórico en Japón sobre la soberanía de las tierras comunales. Con ese dinero se ha construido una casa con vistas al monte Fuji y se dedica, junto con su mujer Rié, a contemplar la vida. La princesa Ying Chan, ahora de dieciocho años, ha ido a pasar una temporada en Japón y Honda ha reanudado el contacto con ella. Ahora, de adolescente, ya no recuerda aquel periodo de su niñez en el que decía que era la reencarnación de un japonés, que hacía que la considerasen como una niña loca.

Honda está construyendo una piscina en el terreno de su casa y también se dedica a la vida burguesa, organizando fiestas. La nueva vecina de Honda y Rié es la atractiva mujer madura Keiko Hisamatsu, que está emparejada con un norteamericano del ejército de ocupación. Keiko se va a convertir en un personaje importante, porque también aparecerá en La corrupción de un ángel, última entrega de la tetralogía. A las fiestas de Ying Chan, además de acudir personajes como Keiko, la princesa Ying Chan, también irá Makiko, que era la joven que en Caballos desbocados parecía enamorada de Isao. Makiko, en la actualidad de la novela, se ha convertido en una renombrada poeta.

Mishima retrata algunos cambios sociológicos que se han producido en el país: por ejemplo, era llamativo que en alguna fiesta de la alta sociedad retratada en Nieve de primavera (ambientada en 1912-14) las mujeres estaban en segundo plano y no intervenían en las conversaciones, algo que ya no ocurre, cuarenta años después, en las fiestas de la casa de Honda en 1952.

En esta novela van a hacer breves apariciones algunos de los personajes de las anteriores, como Iinuma, que fue el preceptor de Kiyoaki en Nieve de primavera, y el padre de Isao en Caballos desbocados. También sabremos del príncipe Toin, que aparecía en los otros dos libros, y ahora se encuentra arruinado tras la guerra.

 

Lo que hace interesante a esta segunda parte de la novela, que comienza en la página 210, es que Honda se ha convertido en un voyeur. Hasta ahora, Mishima había dibujado a Honda como un racionalista, cuyo mundo de creencias empieza a tambalearse al convencerse de que su amigo de juventud Kiyoaki, tras su muerte, se ha reencarnado en otras personas. La pasión amorosa o el deseo carnal, tampoco parecía afectar mucho a la vida de Honda, hasta esta etapa final de su vida, en la que a las puertas de la vejez, se ha convertido en un erotómano. En la página 217 leeremos: «Honda, que soñaba con el placer». En esta segunda parte además, podremos ver cómo es el Japón ocupado, con sus manifestantes japoneses que piden que los estadounidenses abandonen su país. Honda se va a sentir atraído por la princesa Ying Chan, a la que saca cuarenta años.

Algunas de las escenas sexuales que acaban apareciendo en el libro me han recordado en su composición a las leídas en Arenas movedizas, la novela de Junichiro Tanizaki, que leí hace un par de años. En cierta medida, esta segunda parte de El Templo del Alba parece un homenaje a Tanizaki.

A pesar del comentado bajón narrativo de la primera parte de la novela, me ha gustado la potente remontada de El Templo del Alba en su segunda mitad. Ya estoy leyendo La corrupción de un ángel, que cierra esta tetralogía.

 

 

domingo, 2 de febrero de 2025

Caballos desbocados, por Yukio Mishima


Caballos desbocados
, de Yukio Mishima

Editorial Alianza. 635 páginas. Primera edición de 1969; ésta es de 2023

Traducción de Pablo Mañé Garzón

 

En el verano de 1998 leí Caballos desbocados (1969) de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), tomado en préstamo de la biblioteca de Móstoles y publicado por la editorial Caralt. En ese momento no fui consciente de que esta novela formaba parte de una tetralogía, y lo cierto es que la leí sin tener la sensación de que me faltaba información o que la historia no se cerraba de un modo satisfactorio. Recuerdo que fue una novela que me impresionó mucho, la sentí muy ajena al mundo referencial de libros que solía leer por entonces, lo que me hizo pensar que era una historia «muy japonesa»; ahora mismo creo que debería apuntar que, en realidad, era una historia «muy Mishima».

 

(Aviso: para hablar de Caballos desbocados tendré que destripar el final de Nieve de primavera. En realidad, usted no debería preocuparse, la gran literatura es impermeable a los así llamados «spoilers» y, si algún día decide leer esta tetralogía, lo que yo cuente aquí ya se le habrá olvidado. Siento informarle de que usted no tiene memoria fotográfica.)

 

La acción de Nieve de primavera se situaba entre 1912 y 1914 y Caballos desbocados nos lleva al Japón de 1932. Honda, uno de los protagonistas de la primera novela, al que conocimos allí con dieciocho años, tiene ahora treinta y ocho. Como su padre, se ha convertido en juez, y ahora vive en Osaka. Está casado, pero no tiene hijos. Es un profesional prestigioso, que vive bajo el principio de la razón. También es alguien que piensa que la juventud se quedó ya muy atrás para él; de hecho, considera que su juventud murió con la muerte trágica de Kiyoaki –su amigo y protagonista de Nieve de primavera–, suceso con el que terminó la primera novela de la tetralogía.

 

La acción de Caballos desbocados va a comenzar cuando Honda recibe el inesperado encargo de acudir (en representación de su jefe) a un torneo de kendo (arte marcial japonés donde se combate con palos de bambú) fuera de su ciudad, en Nara. Antes de iniciar el pequeño viaje, Honda decide entrar en la torre de la justicia de Osaka, un alto edificio que no parece tener ninguna función especial. «Era un lugar que solo servía para acumular el polvo de los años.» (pág. 35), la torre solo alberga una escalera que da vueltas sobre sí misma. Honda la sube. Esta es una escena extraña y, teniendo en cuenta los acontecimientos posteriores, significativa. La subida de la escalera por el interior la torre vacía parece simbolizar el transito de Honda desde un mundo racional a otro más dominado por fuerzas inexplicables. Es esta una escena eminentemente kafkiana.

 

En Nara, Honda se va a reencontrar con Iinuma, que fue el preceptor de su amigo Kiyoaki, y uno de los personajes secundarios de Nieve de primavera. Cuando escribí la reseña de este libro no hablé directamente de él, pero pensaba en él cuando apuntaba que Kiyoaki era un personaje con aristas, alguien que desea vivir para los «sentimientos», pero que puede comportarse de un modo cruel con las personas que le rodean, como ocurría con el caso de Iinuma. Éste fue la única persona que trató de destapar el posible escándalo de la familia Matsugae (la familia de Kiyoaki), publicando un artículo en un periódico de extrema derecha. Iinuma regente un centro de entrenamiento de Kendo, vinculado a la extrema derecha, y que ha prosperado mucho desde que el pasado 15 de mayo de 1932 unos oficiales de la Armada intentaran dar un golpe de Estado y mataran a tiros al primer ministro (este es el trasfondo histórico y social de la novela). El alumno más destacado de Iinuma es Isao, su hijo de dieciocho años. Cuando Honda conoce a Isao su vida dará un vuelco: dejará atrás su mundo racional para empezar a pensar que Isao es la reencarnación de Kiyoaki. Al final de Nieve de primavera, un moribundo Kiyoaki le dice a Honda que volverá a verlo «bajo la cascada», algo que ocurre en Nara, donde Honda ve bañarse a Isao. Honda conserva también, de su pasada amistad, el cuaderno en el que Kiyoaki anotaba sus sueños. Honda acabará creyendo que, al menos uno de ellos, se corresponde con una escena que va a vivir con Isao.

 

Si bien Kiyoaki decidió vivir para los «sentimientos», Isao ha decidido que el sentido de su vida será «la pureza». Ya comenté que algunos elementos compositivos de Nieve de primavera podían hacerle pensar a un lector occidental en el conflicto presentado en la novela Orgullo y prejuicio de Jane Austen, porque Nieve de primavera, al fin y al cabo, es una novela de amor desgraciado. Caballos desbocados puede hacernos pensar, por su parte, en Los demonios de Fiódor Dostoievski, porque Isao se va a convertir en el líder de un grupo de jóvenes, con una media de edad de dieciocho años, que pretenden atentar contra algunos de las personas más relevantes del mundo de los negocios o de la política, que para ellos simbolizan la decadencia y la corrupción del Japón en el que viven. Después, morirán ejerciendo sobre sí mismos el ritual del seppuku. Hemos de fijarnos en el hecho de que el Japón de 1932 también sufre las consecuencias del crack de 1929 y muchos japoneses, sobre todo del campo, se han empobrecido mucho. Por otro lado, podríamos considerar también que Caballos desbocados es una novela quijotesca, puesto que Isao y sus amigos parecen actuar en la realidad movidos por la fuerza impulsora que les ha dado un libro, que, para sus designios, en gran medida es una lectura tan ideal como un libro de caballerías. Isao da a leer a los personajes con los que se encuentra (entre ellos a Honda), un pequeño libro titulado La liga del Viento Divino, de Tsunanori Yamao, que sitúa su acción en 1873, y habla de una rebelión –también por la pureza de Japón y en contra de su modernización– al principio de la era Meiji. Los rebeldes, que asaltarán un cuartel, fracasarán y se darán muerte mediante el ritual del seppuku. Esta narración es el capítulo 9 de la novela y ocupa 74 páginas.

 

Caballos desbocados me ha resultado una novela mucho más «japonesa» que Nieve de primavera. O, visto de otro modo, podría decir que Caballos desbocados es una novela en la que Mishima ha puesto mucho más de sí mismo que en Nieve de primavera. En uno de los capítulos de Caballos desbocados, Mishima nos lleva a una fiesta en la que hace comparecer a algunos a algunas de las personas más ricas de Japón, entre las que se encuentran personajes que aparecían en Nieve de primavera, como el duque Matsugae (padre de Kiyoaki), y otros que serán los objetivos de la organización de Isao. Mishima retrata a estos poderosos como personajes superficiales e indiferentes a los sufrimientos de los pobres de Japón, y siempre muestra más simpatía y comprensión cuando habla de Isao y su grupo. Por si alguien lo desconoce, el propio Mishima, a la edad de cuarenta y cinco años trató de dar un golpe de Estado, junto con un grupo de fieles, y al fracasar se suicidó con el ritual del seppuku. Así que, en gran medida, Caballos desbocados, puede leerse como el testamento ideológico de Mishima.

 

Como ya conté, leí Caballos desbocados hace más de veinticinco años y no sentí que hubiera una narración anterior que necesitase para comprenderla, pero ahora, en esta segunda lectura, sí observo que existen muchas conexiones entre Nieve de primavera y Caballos desbocados. Lo contado en la primera novela se vuelve a contar, en forma de resumen, en la segunda, por eso imagino que no hacía falta leer la otra novela para entender esta. También muchos personajes de una novela aparecen en la otra. Así que, en realidad, leer las dos novelas seguidas tiene más sentido que por separado. Igual que al principio de Caballos desbocados se evocada el título de la anterior novela, en un párrafo de la página 296 de Nieve de primavera se hablaba ya del título de la siguiente novela. Es este: «El rompimiento de la ola provocó un crujido, que se convirtió en grito y el grito en susurro. La carga de enormes garañones blancos cedía el paso a otra de garañones más pequeños, hasta que todos los caballos furiosos desaparecían gradualmente, no dejando en la arena de la playa más que las últimas marcas de sus cascos poderosos.»

Ya conté en la reseña de Nieve de primavera, que la traducción de este libro –a cargo de Domingo Manfredi– estaba hecha directamente del japonés, y que la de Caballos desbocados –de Pablo Mañé Garzón– del inglés. Sin embargo, creo que me ha sonado mejor la prosa de la segunda novela que la de la primera. Aunque, sin demasiado deseo de ser puntillo, sí que podría señalar dos errores: se usan en el texto, de forma continua, expresiones como «detrás suyo», en vez de «detrás de él» y, sin ninguna nota aclaratoria, se describe el espacio de las habitaciones contando el número de «alfombras» que tiene, algo que en español queda bastante raro. En otros libros japoneses que he leído, se habla de los «tatamis» que caben en una habitación, lo que resulta una unidad de medida en la cultura japonesa.

 

Por ahora me ha gustado bastante más Caballos desbocados que Nieve de primavera. Ya he empezado la tercera parte de la tetralogía, El templo del Alba.