Duro como el agua, de Yan Lianke
Editorial Automática. 488 páginas. 1ª edición de 2001, esta es de 2024.
Traducción y prólogo de Belén Cuadra Mora
Unas semanas antes de la Feria del Libro de Madrid 2024, leí una
entrada en Facebook de la escritora Txani
Rodríguez, diciendo que para esta edición iba a venir a Madrid Yan Lianke (Henán, China, 1958), un
autor que le parecía muy bueno. Este fue el momento en el que volví a releer la
información de prensa de Automática
Ediciones sobre esta novela. Decidí acudir a la presentación de Duro
como el agua el 2 de junio, que tuvo lugar en uno de los pabellones de
la Feria del Libro de Madrid en el parque del Retiro. Compré ese día la novela El
sueño de la aldea Ding (2005), y le solicité a la editorial Duro como el agua (2001) para poder
reseñarla. Decidí empezar a leer a Yan Lianke por esta última obra, que se
acaba de traducir en 2024, pero cuya escritura es anterior a El sueño de la aldea Ding.
Aunque yo suelo dejar la lectura
de los prólogos de los libros para el final, en este caso recomiendo que se lea
antes que la novela. El prólogo está escrito por la traductora Belén Cuadra Mora y resulta bastante
esclarecedor del contexto histórico chino que refleja la novela. Así sabremos
que Duro como el agua está ambientada
a finales de la década de 1960 y principios de la de 1970 en China, en los años
más intensos (y oscuros) de la Revolución Cultural. El presidente Mao pretendía
luchar contras las voces críticas a su poder en el Partido Comunista y contra
los intelectuales y revolucionarios acomodados; todo esto desencadenó un
periodo de violencia social y de destrucción del patrimonio histórico.
Belén Cuadra nos contará también
que en la novela se parodia un tipo de teatro político y propagandístico de la
época y que hay numerosas citas de los textos de Mao o de autores clásicos
chinos que una persona de aquel país conoce, pero no así un lector occidental.
Por ello, ha tomado la decisión de marcar estos textos citados, o modificados
para adecuarse a las vivencias de los personajes de la novela, en cursiva,
aunque no están así en la novela original. Mediante este sistema de cursivas y
citas a pie de página, el lector sabrá, en todo momento, a qué texto clásico (o
de propaganda) chino se refiere, o parodia, el autor. No solo nos encontramos
en Duro como el agua con la difícil
tarea de verter un texto literario de un idioma a otro tan diferente, sino con
la labor añadida de contextualizar todos los subtextos y lecturas de la obra.
Aunque el trabajo de Belén Cuadra Mora me ha parecido excelente (estaba
presente en día de la presentación de la novela en el parque del Retiro), creo
que para el lector español, algunas de estas páginas en las que se parodian
textos clásicos o propagandísticos de la cultura china y de la Revolución de
Mao pueden llegar a ser las más tediosas del libro. Y no me gustaría con esta
última frase desmotivar al posible lector de esta novela, porque realmente
–pese a estas dificultades contextuales que comento– he acabado disfrutando
mucho de ella.
El protagonista principal de la
novela es Gao Aujin, un joven que en 1964 ha ingresado en el ejército y que,
cuatro años después, se licencia con el deseo de regresar a su pueblo,
Chenggang. Por tanto, nos encontramos en 1968, durante el periodo más oscuro de
la Revolución Cultural. Aujin está casado con Cheng Guizhi, con la que tiene
dos hijos. Para Guizhi el sexo con Aujin no parece una fuente de placer o de
diversión, sino que lo considera solo como una herramienta para procrear. En
realidad, ha sido el padre de Guizhi, secretario del Partido Comunista en
Chenggang, quien ha creído conveniente que Aujin se casase, a sus dieciocho
años, con la menos agraciada de sus hijas. «La primera vez que la vi fue el día
que la casamentera me llevó a rastras como a un burro hasta el salón de la casa
del secretario (…). Cuando la vi sentí que una bola de algodón me oprimía la
garganta y me entraron ganas de vomitar, aunque no me atreví a hacerlo» (pág.
62). Sin embargo, Aujin aceptará casarse con Guizhi porque su padre le prometerá
que, después de darle un nieto y pasar por el servicio militar, tendrá para él
reservado un puesto de funcionario en el pueblo.
Dos hechos van a cambiar la vida
de Aujin al regresar a su pueblo: cerca de las vías del tren se va a encontrar
con Hongmei, una joven que admira su traje militar y que le empezará a hablar
con consignas del Partido Comunista. Aujin se quedará prendado de Hongmei y, ya
en este primer encuentro, aunque no llegan a copular, tendrán un acercamiento
sexual. Como segundo asunto, cuando Aujin va a visitar a su suegro, este no
parecerá recordar las promesas que le hizo en el pasado sobre buscarle un
puesto de funcionario en Chenggang. A partir de aquí, dos obsesiones van a
dirigir la vida de Aujin: hacerse con el poder en el pueblo y mantener
relaciones sexuales con Hongmei, que está casada con el hijo del alcalde de
Chenggnag y tiene una hija.
Una escena importante del libro
es el primer encuentro en las vías del tren entre Aujin y Hongmei. De fondo,
por los altavoces del pueblo suena música propagandística del Partido Comunista
y Aujin cae rendido ante la belleza de Hongmei, quien, como él, usa de forma
habitual consignas políticas en su conversación. La escena del embelesamiento
de Aujin (narrador de la historia) por Hongmei es muy larga para un lector
acostumbrado a los modos de narrar occidentales. Yo, hasta ahora, no había
leído ninguna novela china y, tras leer esta escena, me acordé del prólogo de Kokoro
del autor japonés Natsume Soseki, a
cargo de Carlos Rubio. En este
prólogo, Rubio afirmaba que la novela japonesa, tal y como la conocemos en
Occidente, es un fenómeno moderno, asociado al siglo XX y al contacto de los
escritores japoneses con países europeos, de los que toman sus formas para
hacer novelas. De este modo, las novelas japonesas de los últimos cien años
son, en esencia, similares a las occidentales.
Sin embargo, en esta escena del
primer encuentro entre los dos protagonistas de Duro como el agua he sentido que las formas novelísticas no eran similares
a las occidentales, y no solo por la extensión de la escena, sino porque acaba
siendo no realista, en el contexto de una novela realista. Así, por ejemplo,
los animales del bosque se irán acercarán también para admirar la belleza de la
mujer. Yan Lianke está parodiando aquí –sabremos por el prólogo– las formas
clásicas de la novela china.
Aujin describirá esta escena
iniciática diciendo: «No hay mayor sentimiento en el mundo que el sentimiento
revolucionario. La amistad revolucionaria es más alta que las montañas y más
honda que el mar.» (pág. 41). A partir de aquí, Aujin va a perseguir sus
objetivos –ascender como representante político en la región y mantener
relaciones sexuales con Hongmei – sin preocuparse demasiado por las
consecuencias de sus actos. En realidad, siempre se va a justificar ante sí
mismo sus miserias y tropelías porque considera que las hace en nombre de la
Revolución y no de sus propios intereses. Para la Revolución, habremos de
saber, el adulterio sigue siendo un delito grave.
Desde la primera frase del libro,
el lector ya sabe que todo va a salir mal: «Cuando muera y descanse, repasaré
mi vida: mis palabras, mis actos, mi postura al andar y la revelación de aquel
amor que acabó como mierda de perro y heces de gallina.» (pág. 23). En
realidad, la novela es la larga confesión de Aujin ante lo que el lector
entiende que debe ser un jurado (real o imaginario). Averiguar cómo ha sido el
periplo vital del personaje va a ser el viaje que nos proporciona Lianke.
Un mes antes que Duro como el agua, había leído Una
carpa bajo el cielo (2011) de Ludmila Ulitskaya
–también de la editorial Automática– que, igual que la novela de Lianke plantea
una crítica a la dictadura comunista de China, nos muestra una crítica a la
dictadura comunista de la URSS. Sin embargo, la novela de Ulitskaya estaba
contada desde el punto de vista de las víctimas, de las personas que deseaban
para la URSS una apertura democrática y sufrían la persecución del poder; y la
de Lianke está contada desde el punto de vista de uno de sus victimarios. Duro como el agua es la historia de un
arribista, de alguien que usa todos los instrumentos que el nuevo régimen deja
a su alcance para mejorar su posición social, sin importarle mucho el daño que
pueda causar a su alrededor, un daño que siempre se justificará, ante sí mismo,
como hecho por los valores de la Revolución. Así, por ejemplo, el lector sabrá
que Aujin, huérfano de padre, ya que este murió en la invasión japonesa de
China, se ha sentido siempre apartado de la vida de Chenggang, un pueblo donde casi
el 90% de la población se apellida Cheng y desciende de los dos hermanos Cheng
que fundaron el lugar hace siglos. Uno de los sueños revolucionarios de Aujin
es destruir el arco de los Dos Cheng, que hace de entrada al pueblo y también
el templo de los Dos Cheng, donde se guardan sus escritos y reliquias. Aujin
alegará que ese arco y ese templo son símbolos del pasado burgués y feudal del
pueblo, pero en realidad alberga dentro de sí un rencor de clase, porque él no
es de apellido Cheng. Aunque el alcalde le advierta de que la destrucción de
esos símbolos sería una ofensa para sus vecinos, Aujin no quiere darse por
vencido. «La Revolución carece de sentimientos», afirmará en la página 326.
Un elemento no realista, y que
acaba siendo divertido en el libro, es que Aujin ha unido en su psique su deseo
por Hongmei a sus deseos revolucionarios. De este modo, no parece encontrar excitación
sexual si no suenan de fondo las consignas o canciones revolucionarias por los
megáfonos de la vía pública, como en su primer encuentro.
Hay algunos detalles en el libro
que le harán conocer al lector occidental la locura a la que llegó el régimen
de Mao. Así, por ejemplo, leeremos en la página 191: «Hay uno que estaba
proyectando una película y se equivocó al montar la cinta, de modo que el líder
salía cabeza abajo. Lo han condenado a veinte años de cárcel.». Otro ejemplo:
cuando Aujin llega a su casa, después de los cuatro años de servicio militar,
les entrega a sus hijos unos caramelos, envueltos con un papel donde iban
impresas consignas políticas. Aujin tiene que apresurarse a recoger los papeles
del suelo, donde los tiran sus hijos, porque eso puede considerarse un gesto
reaccionario.
En cuanto al estilo, Duro como el agua abunda en el recurso
de la comparación, y la mayoría de estas comparaciones son de orden rural
(comparaciones con plantas, animales, accidentes geográficos, etc.), entorno
del que proviene tanto el narrador de la novela, como su autor.
Cuando he leído novelas que
hablaban sobre regímenes dictatoriales, lo habitual ha sido hacerlo bajo el
prisma de las víctimas y, por esto mismo, que Duro como el agua esté narrada desde el punto de vista de un
arribista amoral la convierte, a mis ojos, en una novela original y valiosa.
Pese a algún pequeño bache, como ese ya comentado exceso en algunas páginas de
parodias de textos que el lector desconoce, mi primera incursión en la novelística
china ha sido una grata experiencia.