La fórmula preferida del profesor, de Yoko Ogawa
Editorial Tusquets. 308 páginas. 1ª
edición de 2003: ésta es de 2022
Traducción de Juan Francisco González
Sánchez
En 2022 leí diez libros de autores
japoneses. Una corriente lectora que no tenía prevista al empezar el año, pero
sobre febrero o marzo me acordé de lo mucho que me gustaba Kenzaburo Oé, el premio Nobel de 1994, del que leí cinco libros en
la segunda mitad de la década de los 90. Volví con Oé y me encantó el
reencuentro. Esto hizo que me interesara por leer más literatura japonesa.
Sobre mayo o junio de 2022 vi que Tusquets
sacaba una nueva edición de La fórmula preferida del profesor
(2003), la obra más famosa de la escritora Yoko
Ogawa (Okayama, 1962). Este libro, hasta ahora, lo publicaba en España la editorial Funambulista, que tiene más
novelas de Ogawa. No sé si Tusquets habrá comprado los derechos sobre este
libro o sobre todos los de Ogawa y los irá sacando en los próximos años. Sé que
también tiene el de La policía de la memoria, que se publicó en Japón en 1994, y
que ha tenido mucho éxito recientemente en el mundo anglosajón tras su
traducción al inglés.
Así que me llegó al correo
electrónico la publicidad con las novedades de Tusquets y vi este libro en
medio de mi corriente de lecturas japonesas y me apeteció leerlo por varios
motivos: porque era japonés, como ya he dicho, y también porque estaba escrito
por una mujer. Como suele ser habitual, cuando busco en internet información
sobre los escritores más representativos de un país, con ganas de empaparte en
su literatura, las referencias suelen ser masculinas. De los diez libros
japoneses que leí en 2022 solo había leído uno escrito por una mujer: Una
flor de Yuriko Miyamoto.
También sabía que La fórmula preferida
del profesor había sido un bestseller
en Japón, con más de dos millones de ejemplares vendidos y adaptación
cinematográfica. Por tanto, existía un riesgo de que se tratase de una novela
comercial y no literaria. De todos los elogias que acompañaban a la nota de
prensa de Tusquets me convenció uno, el de Kenzaburo Oé, que dice de Ogawa: «capaz
de dar expresión a los elementos más complejos de la psicología humana en una
prosa sutil pero penetrante».
En realidad, yo pensaba acabar 2022
releyendo La otra historia de los Estados Unidos (1980), el ensayo
histórico de Howard Zinn. Pero el 29
de diciembre, tras llegar al capítulo en el que Zinn iba a hablarme de las
implicaciones de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, decidí darme un
descanso del libro de historia, y tomar algo más ligero para acabar el año. Así
leí La fórmula favorita del profesor
en los días finales de 2022 y los iniciales de 2023.
La acción de la novela se sitúa en
1992. Más de una vez se señalará que ese verano tendrán lugar los Juegos
Olímpicos en Barcelona. La historia está contada en primera persona por una
empleada del hogar, que nunca nos revelará su nombre, de veintiocho años, que
trabaja para la agencia Aurora. La narradora tiene un hijo de diez años, al que
conoceremos por el apodo de Raíz Cuadrada, nombre cariñoso que le pondrá «el
profesor», el peculiar cliente del que la narradora nos va a hablar. «Para mi
hijo y para mí, él era simplemente “el profesor”». Ésta es la primera frase del
libro y acercarme a ella me hizo pensar, de forma inmediata, en Kokoro
(1914), la obra más famosa de Natsume
Soseki. El narrador de Kokoro nos
hablará de la relación de amistad que estableció, cuando era un joven, con un
hombre adulto, al que llamará siempre con el apelativo de «Sensei», que
significa «maestro». No estoy seguro, pero tengo la impresión de que Juan Francisco González Sánchez, el
traductor, ha podido traducir el término japonés «sensei» por «maestro» y, de
esta forma, en el original esta vinculación de la obra de Ogawa con el clásico
de Soseki era más evidente. Tras acabar la novela, considero que Kokoro de Soseki es una clara influencia
para La fórmula preferida del profesor,
porque en esta novela de Ogawa se habla de la relación de amistad, admiración y
aprendizaje de una mujer joven y su hijo por un hombre adulto que podría ser el
padre de ella y el abuelo de él.
En otros libros japoneses he
observado también que se elude el nombre de los personajes, o de algunos de
ellos, y se los denomina con apodos. Esto también ocurre aquí.
La narradora recibe el encargo de
trabajar en la casa del profesor, que tiene fama de ser un cliente difícil. Han
sido ya nueve las asistentas que han pasado por allí y han sido retiradas del
servicio. A la narradora le explicará una anciana viuda, cuñada del profesor,
cuáles serán sus funciones en la casa y cuáles son las particularidades de su
cliente. El profesor, un hombre que parece un anciano, pero que apenas
sobrepasa los sesenta años (tiene sesenta y cuatro), en su juventud pudo
estudiar la carrera de Matemáticas en la prestigiosa universidad de Cambridge
inglesa y convertirse en un prestigioso profesor universitario. Sin embargo, en
1975 sufrió un accidente de coche y, desde entonces, su memoria a corto plazo
solo dura ochenta minutos. Sus recuerdos son los mismos que tenía en 1975, en
la fecha del accidente, y cada día es para él un nuevo comienzo. El profesor
lleva prendidos con pinzas a su chaqueta papelitos que le ayudan
‒supuestamente‒ a recordar las cosas importantes. En uno de ellos dibujará, con
trazos de niño, la silueta de su asistenta para poder recordarla cada mañana.
Las matemáticas es el lenguaje con el que el profesor puede relacionarse con el
mundo. Así cada día, preguntará a su asistenta, que vuelve a ser una persona
que ve de nuevo por primera, por su número de calzado o su fecha de cumpleaños,
y de estos números conseguirá encontrar curiosas relaciones con otros, que
consiguen ligar de un modo poético a las personas.
Cuando el profesor descubre que la
asistenta tiene un hijo de diez años, le pedirá que lo traiga a su casa, cuando
salga del colegio, no le gusta pensar que el niño ha de esperar solo en su casa
o en la calle a que llegue su madre, solo por atenderlo a él. Entonces el niño
‒apodado Raíz Cuadrada‒ comenzará a entablar una relación de amistad, al igual
que la madre, con el profesor.
Antes de llegar al primer tercio de
la novela, sabremos que la asistenta se quedó embarazada muy joven y que dio a
luz a los dieciocho años, sin que el padre de su hijo quisiera hacerse cargo de
la situación. En realidad, repitió la historia de su propia madre, también
madre soltera. De forma sutil, sin que se remarque casi nada, el lector verá
que el profesor empieza a representar una figura paterna para la narradora, así
como para su hijo.
A medida que la narradora va
conociendo al profesor, surgirá en ella ‒al igual que en su hijo‒ una
fascinación por las matemáticas. En gran medida La fórmula preferida del profesor es un canto de amor hacia las
ciencias exactas, tan a menudo odiadas por muchos estudiantes. En este sentido,
la novela podría ser una buena forma de tratar de transmitir comprensión y algo
de entusiasmo hacia las matemáticas en el entorno escolar. Yo he sido, durante
bastantes años, profesor de matemáticas en 3º de la ESO y sé de lo que hablo.
«De mi época del colegio me había quedado tan mal recuerdo de esa asignatura
que la simple visión de un libro de texto se me atragantaba y, sin embargo,
hablar con el profesor sobre ese tema suponía todo un alivio, y yo empezaba a
ver las matemáticas con una perspectiva completamente nueva, nítida; en
definitiva, comprensible.», nos dirá la narradora en la página 46.
También entre el profesor y el niño
surgirá la amistad porque los dos comparten la pasión por el baseball. El niño
desde un punto de vista más pasional, y el profesor desde su visión
estadística, pero al final ambos se irán influyendo mutualmente.
La composición de las escenas de la
novela es muy japonesa, con frecuentes fugas poéticas para describir el clima o
la flora. Así, por ejemplo, en la página 11 podemos leer: «Era una tarde gris y
lluviosa de principios de abril, y estábamos los tres en el estudio del
profesor, en una penumbra apenas rota por la luz de una bombilla.»
El lector atento se percatará de que
el 1992 del que habla la narradora es una evocación, y que está narrando desde
algún punto del futuro (luego sabremos que es desde comienzos del siglo XXI).
De forma sutil, el lector comprenderá que la narradora ya no tiene relación con
el profesor y será al final de la novela que descubrirá el porqué. Este tipo de
composición crea en las páginas del libro una sensación de futura pérdida y de
futilidad de la vida y la experiencia humana.
Pese al elogio comentado de
Kenzaburo Oé, en algún momento tenía la sensación de que la novela podía
escorarse hacia una narración comercial y no literaria. Es decir, temía que la
autora evitara los conflictos narrativos a favor de una narración «bonita» o
puramente «sentimental». Aunque debo apuntar que en esta novela el lector no se
va a encontrar con grandes conflictos entre los personajes, sí me parece que la
narración es sutil e inteligente y no acaba cayendo en lo cursi, que era un
peligro serio. Sí tengo la impresión de que existen en esta novela algunas
concesiones, aunque sean leves a una narración «para todos los públicos». Por
ejemplo, el profesor está especializado en una rama de estudio de las
matemáticas que no sé si existe: la del estudio de los números naturales:
números primos, perfectos, etc. De este modo, lo que aparece en la novela sobre
teoría matemática puede ser comprendido por cualquier lector, por muy lego que
sea en la materia.
En algún momento me ha parecido que
la novela rompía levemente sus reglas sobre los ochenta minutos de memoria del
profesor, y éste parecía recordar cosas que yo tenía la sensación de que habían
ocurrido al menos dos o tres horas antes.
En cualquier caso, he de decir que
la lectura de La fórmula preferida del
profesor me ha gustado, ha conseguido conmoverme y me ha parecido muy
agradable. Los tres personajes principales están bien perfilados y son
entrañables, siendo ésta una gran historia sobre la amistad y el deseo de
entenderse de las personas.
Me ha llamado la atención un
comentario que me ha dejado un comentarista de mi canal de YouTube llamado Nicolás
Bascuñán sobre esta novela: «Lo interesante de ese libro de Ogawa es que se
trata de un contrapunto peculiar en su obra: el resto de sus libros son
oscuros, extraños y juegan con las perversiones sexuales y psicológicas.» Esto
me ha interesado mucho y es posible que en 2023 vuelva con esta autora.