Grabé un vídeo para mi canal de YouTube, "David Pérez Vega - Bienvenido, Bob" hablando de mis 10 novelas españolas favoritas. Lo puedes ver aquí:
domingo, 18 de diciembre de 2022
domingo, 11 de diciembre de 2022
El conde de Montecristo, por Alexandre Dumas
El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas
Editorial Navona. 1288 páginas. 1ª edición de 1844; ésta es de 2021.
Traducción de José Ramón Monreal
Durante las vacaciones de verano
suelo acercarme a alguna obra importante de la literatura; importante por su
prestigio y también por su número de páginas. En el verano de 2020 leí Empresas
y tribulaciones de Maqroll el Gaviero de Álvaro Mutis y en el de 2021 La forja de un rebelde de Arturo Barea, en el de 2022 decidí
acercarme a El conde de Montecristo de Alexandre
Dumas (Villers-Cotterets, 1802 – Puys, 1870, Francia), una de las novelas
más famosas de la historia. Se dio la circunstancia, unos meses antes, de que
los editores de Navona contactaros
conmigo, a través de las redes sociales, para ofrecerme una de sus novedades
literarias, a petición de su autor, y yo me sinceré con ellos: más que una
novedad literaria de un escritor que no conocía, prefería que me enviaran El conde de Montecristo, cuya edición
había hojeado en alguna librería, una novela que leería en verano y de la que
podría hacer una reseña y una vídeo reseña. Los editores estuvieron de acuerdo.
La narración comienza en 1815, con
un barco comercial entrando en el puerto de Marsella. Su capital es el joven Edmond
Dantès, de tan solo diecinueve años, quien ha adquirido este puesto, durante su
último viaje, por la inesperada muerte del que había sido el capitán oficial.
Este capitán le va a pedir un favor a Dantès en su lecho de muerte: antes de
regresar a Francia, debe parar en la isla de Elba y contactar con unos
conocidos suyos que le van a entregar una carta, que él debe llevar a una
persona de París. Dantès es un joven ingenuo y noble que no duda en prometerle
a su capitán que cumplirá su deseo. En 1815 es Napoleón quien está recluido en
Elba, y la sociedad francesa está políticamente muy dividida entre partidarios
de la restauración de la monarquía borbónica y los bonapartistas. Dantés, sin
ser él muy consciente, ha recibido una carta que puede ser importante para el
intento de Napoleón de volver al poder, tras huir de la isla de Elba, hecho que
ocurrió el 26 de febrero de 1815, dando lugar al llamado «gobierno de los Cien
Días». Al conocer estos datos históricos ‒ayudado por internet‒ cobra más
sentido la primera frase de la novela, que se abre con una fecha: «El 28 de
febrero de 1815, el vigía de Notre-Dame-de-la-Garde señaló la presencia del
velero de tres palos el Pharaon,
procedente de Esmirna, Trieste y Nápoles.»
Dantès baja a puerto y conversa con el señor Morrel,
dueño del barco, y quien le comunica que, si sus socios están de acuerdo, le
gustaría que fuese el capitán oficial del Pharaon
en adelante. Ésta es una gran noticia para Dantés que, contento, va a visitar a
su padre y después a su novia Mercedes, una joven de diecisiete años, de origen
catalán con la que se quiere casar pronto. El destino parece pintar bien para
Dantès, pero no hemos contado todavía con la envidia humana ante la prosperidad
ajena.
Danglars el contable del barco, de
veintiséis años, no ve con buenos ojos el posible ascenso de Dantès; ya que
aunque el joven es mucho más querido entre los marineros que él, quizás piensa
que se merecería ese puesto.
Fernand, de veintiún años, es primo
de Mercedes y está enamorado de ella. Para Fernand es una tragedia que ella se
quiera casa con Dantès y no con él.
Danglars, junto con su amigo
Caderousse, un sastre vecino y amigo del padre de Dantès, van a tener la
oportunidad de encontrarse con un desesperado Fernand ante la inminente boda de
Mercedes. Danglars, como de broma, entre copas de vino, escribe un anónimo en
el que denuncia ante las autoridades a Dantés como agente bonapartista. Anónimo
que arrojará a un rincón de la terraza en la que beben, pensando que Fernand lo
va a recoger para denunciar a Dantès, como así sucederá.
«—Sí, pero de la cárcel se sale
—repuso Caderousse, que con lo que le quedaba de su inteligencia se entrometía
en la conversación—, y cuando se ha salido de la cárcel y uno se llama Edmond
Dantès, se venga», en esta frase de la página 35 está contenido y anticipado el
tema central de la novela, el de la venganza.
En realidad, aunque a primera vista
parece inverosímil, Dumas se basó para escribir esta novela ‒según unas
fuentes‒ en un caso real aparecido en la prensa de la época, sobre un hombre al
que acusaron de agente inglés, que fue encarcelado y, al salir de prisión,
dueño de un tesoro, se dedicó a satisfacer su venganza. Y según otras fuentes,
esta novela está inspirado en la historia del padre de Dumas, que fue un
militar francés, hijo de otro militar destinado en Haití y de su relación con
una esclava negra. El padre de Alejandro Dumas, del mismo nombre, fue el primer
militar negro francés que llegó a ser general, y estuvo dos años preso en
Italia. Esta experiencia puede que alumbrara alguna de las escenas más famosas
del libro.
Dantès será traicionado, detenido en
medio de su banquete de esponsales, y encarcelado en la prisión de la isla If,
en medio del Mediterráneo. El joven Villefort, sustituto del procurador del
rey, podría llegar a entender la inocencia de Dantès, pero la Providencia o la
Fatalidad se van a interponer en su camino: Villefort descubrirá que la carta
que inocentemente porta Dantès está destinada a Noirtier, su padre. Villefort
pretende ascender en la sociedad como monárquico, lo que hace que tenga que
renegar lo más posible de su padre, eminente bonapartista. Villefort, que podía
haber ayudado a Dantès, en cambio, lo encerrará en la última mazmorra para
deshacerse de él.
Dantès, en la prisión de If,
conocerá al abate Faria, uno de los personajes más memorables de la novela. Un
preso que lleva años excavando en la roca para tratar de fugarse y que acabará
apareciendo, por un error en sus cálculos, en la celda de Dantés. Faria se
convertirá en mentor y referente para Dantès.
Tras catorce años, Dantés conseguirá
fugarse de la cárcel, hacerse con una gran fortuna y empezar a organizar su
venganza.
Hasta aquí he resumido la parte más
conocida de la novela. Sin haber leído el libro hasta ahora, todo esto formaba
parte de mi imaginario personal, y ya no recuerdo si fue por una serie o una
película de dibujos animados o con actores reales, vista cuando era niño.
Posiblemente también esta primera parte sea la mejor del libro.
Alguien me comentó en las redes
sociales, cuando dije que estaba leyendo El
conde de Montecristo, que en su edición original estaba dividida en tres
partes. En esta edición de Navona no existe esa división, sino solo la de los
capítulos, que son 117.
Después de la fuga de la cárcel,
durante un buen número de páginas el protagonismo de la novela cambia desde
Dantès hacia otros personajes secundarios. Esto va a permitir marcar la
distancia de Dantès con su transformación en «el conde de Montecristo», un
personaje mucho más sofisticado y sabio que Dantès, y en más de una ocasión
también más siniestro.
El conde de
Montecristo se acabó de escribir en 1844 y se publicó en 18
entregas durante los dos años siguientes. Tengo la sensación de que, tras el
éxito de la primera parte, el editor o el propio Dumas, decidieron alargar la
historia, porque entre la fuga de la cárcel de Dantès y la perpetración (o no)
de su venganza, hay un excesivo número de capítulos, en los que la novela
pierde fuerza narrativa. En esta parte, en la que Dantès llega a París, se
muestran muchas casas de ricos y ambientes de la alta sociedad de la época;
capítulos de poder y lujo que, imagino, serían del agrado del lector medio de
este tipo de novelas en el siglo XIX.
Digamos ya que El conde de Montecristo cumple muchas de las características de un
folletín, cuya definición, según la segunda acepción de la RAE; es la
siguiente: «Obra literaria, teatral o cinematográfica que presenta sucesos y
coincidencias dramáticas y emocionantes, aunque a menudo poco verosímiles, con
una escasa elaboración psicológica y artística, y cuyo argumento suele ser el
enfrentamiento entre el bien y el mal.»
Sobre todo, me ha parecido que El conde de Montecristo abusa de las
«coincidencias dramáticas poco verosímiles», con personajes franceses que se
encuentran, por ejemplo, en Roma con el conde, de casualidad, y que justo van a
ser personas jóvenes relacionadas de forma muy directa con las personas con la que
Dantès ha de vengarse en París. Estos jóvenes le van a permitir entrar en
contacto con Danglars o Villefort de forma «natural». Además, las personas que
conocieron a Dantès en su juventud no le identifican veinte años después. En la
novela se resalta que su aspecto ha cambiado, pero sus gestos o su voz debían
ser muy similares. Esto me ha saltado sobre todo en una escena en el conde
habla ‒del propio Dantès‒ con un personaje que conoció en el pasado y esta
persona no llega ni siquiera a sospechar que le tiene delante.
También me parece mucha casualidad
que los tres personajes principales de los que Dantès desea vengarse (Danglars,
Fernand y Villefort) se hayan convertido en personas muy ricas y destacadas de
la vida parisina.
Cuando la definición de la RAE dice
que el folletín propone un enfrentamiento entre el bien y el mal, ésta es
también una característica que se cumple bastante en la novela. Dantès es en
principio un personaje positivo, traicionado por otros negativos, y la venganza
parece correcta en todo momento. Pero también debo añadir que uno de los temas
que acaban siendo más interesantes del libro es el planteamiento de hasta qué
punto es lícita o no la venganza de Dantès. En este sentido la novela tiene
también un componente religioso, ya que Dantès se siente favorecido por la
Providencia (que es otro nombre del mismo Dios) para llevar a cabo su venganza,
después de haberse librado de la muerte en la cárcel y haber sido agraciado por
una inagotable fortuna. Dios está diciendo a Dantès, o así lo cree él, que
tiene derecho a vénganse de las personas que, debido a intereses egoístas, le
perjudicaron en el pasado. Como si de un Dios del Antiguo Testamento se
tratara, Dantès, citando la Biblia, considera que se puede vengar de sus
enemigos hasta la tercera generación. Aquí el lector empezará a plantearse ‒igual
que acabará haciendo el propio Dantès‒ si realmente tiene derecho de vengarse
de los hijos de sus enemigos, desconocedores de las faltas de sus padres. Este
planteamiento hace que el personaje principal trascienda al mero binomio el
bien y el mal de un folletín, y a la poca «elaboración psicológica» de la que
hablaba la definición. Pero no así en otros casos; por ejemplo, el narrador
omnisciente de la novela siempre nos va a presentar a Danglars como un
personaje negativo sin matices.
Sobre «las coincidencias dramáticas
y emocionales» me ha llamado la atención una escena en la que Dantès,
convertido en el conde de Montecristo, quiere salvar a un persona que sí le
ayudó en el pasado (evitaré comentar quién es), pero espera para hacerlo hasta
el último segundo en el que se va a hacer efectiva su ruina económica, cuando
ya esta persona ha tomado la decisión de suicidarse y se encuentra al borde del
colapso. Realmente le podía haber ayudado un tiempo antes y evitar este
excesivo punto dramático y emoción que, en realidad, era innecesario, y solo
tiene sentido dentro de la lógica de emotividad exaltada de una narración
folletinesca.
Me llamaba la atención al principio
una sensación de teatralidad de las escenas dibujadas, sobre todo porque Dumas
reflejaba comentarios que los personajes murmuraban y que exponían en voz alta,
aunque les perjudicasen, cuando lo normal hubiera sido que fuesen pensamientos
que el narrador omnisciente le relatara al lector. Como buena novela del siglo
XIX, El conde de Montecristo cuenta con un narrador omnisciente, que en algunas
ocasiones interrumpe el texto y se deja ver, con comentarios como «Dejamos a
Danglars que, presa del genio del odio, trata de bisbisear al oído del naviero
alguna maligna suposición contra su colega (…)» En cualquier caso, no son
intervenciones que resulten molestan.
En una nota al texto se comenta que
Dumas cometió varios errores de lógica narrativa en la novela. Algunos se han
corregido en las sucesivas ediciones, pero otros se han dejado. He detectado
éste: en la página 81 se nos dice que Dantès «hablaba italiano como un toscano,
español como un hijo de Castilla la Vieja», en la página 170, cuando Dantès se
convierte en el alumno del abate Faria se nos dice: «Ya sabía, además, italiano
y un poco de griego moderno, que había aprendido durante sus viajes por
Oriente. Con aquellas dos lenguas no tardó en comprender el modo de regirse de
las demás y al cabo de seis meses empezaba ya a hablar español, inglés y
alemán». Como podemos comprobar, tenemos un problema con el español.
La prosa de novela me ha parecido
correcta, sin grandes alardes estilísticos. Una prosa efectiva, propia de una
novela de aventuras de calidad. Como ya he comentado, la capacidad de
indagación psicológica de los personajes me ha resultado inferior a las de las
grandes novelas europeas del siglo XIX. Sin salir de Francia, me parece que Émile Zola, Honoré de Balzar o Gustave
Flaubet son escritores superiores a Alexandre Dumas.
Dicho todo lo anterior, podría
parecer que no me lo he pasado bien leyendo El
conde de Montecristo, y esto, en realidad, no es cierto. Sí me resultó una
lectura entretenida, a pesar de esos capítulos del tercer cuarto, que ya he
señalado, en los que creo que la novela se alarga artificialmente. Me hubiera
gustado haberme topado con este libro en mi adolescencia. Si lo hubiera leído
con catorce o dieciséis años creo que ahora mismo, de adulto, tendría un gran
recuerdo de El conde de Montecristo.
En la faja del libro se citan las palabras de muchos escritores de renombre
alabando las grandezas del libro, como Gabriel
García Márquez que dice: «El conde de
Montecristo es la novela que me hubiera gustado escribir.» A mí edad, he
disfrutado el libro sabiendo que es una novela de aventuras y con rasgos de
folletín, con las limitaciones que esto puede suponer, pero también me ha
gustado acercarme, al fin, a una de las novelas más famosas de la literatura y
comprobar por mí mismo cómo estaba escrita y cuál era el alcance de su
propuesta.
Acabaré con unas palabras sobre la
edición de Navona: el libro con sus tapas de tela me ha parecido muy elegante.
Su letra es algo pequeña, pero esto es entendible, teniendo en cuenta que el
libro tiene casi 1.300. No existe espacio en la página entre un capítulo y
otro, y hubiera preferido que no fuera así. He echado de menos un prólogo, en
el que se hablara, aunque fuera brevemente, del autor y de la época. Las notas
ocupan 25 páginas y están situadas al final del libro, lo que ha hecho que,
hacia la mitad de la lectura, dejara de consultarlas.
El canal literario de YouTube La
pecera de Raquel organizó una lectura conjunta con este libro y esta
edición y sé que más de un participante acabó disgustado, porque la primera
edición, al parecer, tenía algunos errores y un número de erratas
significativo. Yo he leído la segunda edición y he de decir que solo he
encontrado dos erratas en las casi 1.300 páginas, lo que me considero que
constituye una edición casi perfecta. La editorial Navona aseguraba que la
nueva traducción, a cargo de José Ramón
Monteal, era la definitiva de este libro. Yo no sé francés y no he
comparado esta traducción con ninguna otra; sin embargo, sí puedo afirmar que,
en todo momento, he tenido la sensación de estar ante un gran trabajo.
domingo, 4 de diciembre de 2022
El acontemiento, No he salido de mi noche y Memoria de chica, por Annie Ernaux
El acontecimiento, No he salido de mi noche y Memoria de chica de Annie Ernaux
Editorial Tusquets. 119, 117 y 198
páginas. 1ª edición de 2000, 1997 y 2016.
Traducción de Mercedes y Berta Corral, y
Lydia Vázquez Jiménez
Ya he contado que, cuando el 8 de
octubre de 2022, se anunció que la nueva premio Nobel de Literatura era Annie Arnaux (Normandía, Francia, 1940)
acudí a la biblioteca pública de Hermanos García Noblejas y saqué los cinco
libros suyos que allí tenían. Decidí comentar conjuntamente los dos más
antiguos, que eran El lugar (1983) y Una mujer (1987), porque los publicó
seguidos y uno hablaba sobre la vida de su padre y el otro de la de su madre,
así que formaban un díptico muy interesante.
En esta reseña me dispongo a
comentar los tres restantes, que son El acontecimiento (2000), No he
salido de mi noche (1997) y Memoria de chica (2016). La idea era
haberlos leído en orden cronológico, pero lo cierto es que es que me equivoqué
y leí antes El acontecimiento que No he salido de mi noche.
En El acontecimiento Ernaux nos habla de un embarazo no deseado que
tuvo en 1963 y de un aborto clandestino al que se sometió a principios de 1964,
cuanto contaba con veintitrés años y aún era estudiante. Entre la página 19 y
la 20, la autora afirma: «En todo lo relacionado con el amor y el goce no me
parecía que mi cuerpo fuera intrínsecamente diferente al de los hombres.» Desde
el año 2000, o quizás un poco antes, pues el 2000 es el año de publicación de
la novela y posiblemente la escribió antes, pero, en cualquier caso, con una
edad ya cercana a los sesenta años, Ernaux trata de analizar cómo era a los
veintitrés y cómo era la sociedad en la que vivía. En las novelas de Ernaux la
experiencia individual siempre se analiza en relación a la experiencia
colectiva de una época de Francia, y a una diferencia de clases entre una
familia de tenderos de un pueblo, de la que ella procedía, y otra gente más
adinerada.
«La semana después, Kennedy moría
asesinado en Dallas. Pero este tipo de cosas ya no podía interesarme.», nos
dice en la página 21, quizás los acontecimientos de Estados Unidos le quedaban
en el momento de recibir la noticia de su embarazo no deseado a Ernaux lejos,
pero no así los franceses.
Como en las otras novelas, las reflexiones
metaliterarias son frecuentes: «Hace una semana que comencé este relato sin
tener la certeza de que fuera a continuarlo.» (pág. 22)
Cuando Ernaux sabe que está
embarazada el contexto social le indica que puede convertirse en madre soltera,
en el modelo del que venía huyendo al haber accedido a la universidad,
proviniendo de una familia de obreros y tenderos. «Ni la reválida ni la
licenciatura en letras habían conseguido alejar la fatalidad de una pobreza
heredada cuyos emblemas eran el padre alcohólico y la madre soltera. No había
podido librarme de ellos, y lo que estaba creciendo dentro de mí era, en cierto
sentido, el fracaso social.» (pág. 31)
«Sor Sonrisa forma parte de esas
mujeres a las que nunca conocí y con las que, vivas o muertas, reales o
ficticias, y a pesar de todas las diferencias, siento que tengo algo en común.
Son artistas, escritoras, heroínas y mujeres de mi infancia que componen una
cadena invisible dentro de mí. Tengo la impresión de que mi historia es la de
ellas.» (pág. 41). El acontecimiento
me parece la novela más feministas de las tres de Arnaux que llevo leídas hasta
ahora. Otro párrafo sobre este asunto, y además sobre la pertinencia de hablar
sobre ciertos temas, que me ha gustado es éste: «Es posible que un relato como
este provoque irritación o repulsión, o que sea tachado de mal gusto. El hecho
de haber vivido algo, sea lo que sea, otorga el derecho imprescriptible de escribir
sobre ello. No existe una verdad inferior. Y si no cuento esta experiencia
hasta el final, contribuiré a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré
del lado de la dominación masculina del mundo.» (pág. 54) Las figuras
masculinas del drama están representadas por el novio, que parece dar apoyo
moral a Annie, pero poco compromiso, y los médicos, que pueden darle consejos,
pero no ofrecerle ayuda real, porque esto pondría en juego sus licencias y su
futuro laboral. Con las mujeres la autora sí establece una relación de ayuda y
solidaridad, aunque no se retrata como a una figura positiva a la abortera, que
ejerce un pequeño poder sobre las mujeres indefensas.
«Ver con la imaginación o volver a
ver por medio de la memoria es el patrimonio de la escritura.» (pág. 59)
Más reflexiones metaliterarias:
«Siempre que escribo me planteo la cuestión de las pruebas: aparte del diario y
de la agenda que escribía en aquella época, no dispongo de ninguna otra certeza
en lo que se refiere a mis sentimientos y a mis pensamientos de entonces,
debido a la inmaterialidad y a la evanescencia de todo aquello que atraviesa mi
mente.» (pág. 69)
Son varias las reflexiones que
aparecen aquí sobre la legitimidad del aborto por parte de las mujeres, como la
que aparece en la página 44: «Se juzgaba con relación a la ley, no se juzgaba
la ley.», y muestra de una forma muy clara cuál es su opinión sobre este
asunto, en el párrafo final del libro, que muestro aquí porque, al ser esta, en
gran medida, una novela llena de reflexiones, no existe la posibilidad del
destripe o el tan temido spoiler: «Me
he quitado de encima la única culpabilidad que he sentido en mi vida a
propósito de este acontecimiento: el haberlo vivido y no haber hecho nada con
él. Como si hubiera recibido un don y lo hubiera dilapidado. Porque por encima
de todas las razones sociales y psicológicas que pueda encontrar a lo que viví,
hay una de la cual estoy totalmente segura: esas cosas me ocurrieron para que
diera cuenta de ellas. Y quizás el verdadero objetivo de mi vida sea este: que
mi cuerpo, mis sensaciones y mis pensamientos se conviertan en escritura, es
decir en algo inteligible y general, y que mi existencia pase a disolverse
completamente en la cabeza y en la vida de los otros.» (pág. 114-115)
Me ha gustado más El acontecimiento que El lugar y Una mujer, porque estas dos últimas novelas hablaban de la vida de
unas personas desde un plano muy global, analizando en un escaso centenar de
páginas toda una vida, y El
acontecimiento Ernaux se centra en una experiencia de unos pocos meses. De
este modo, se consiguen páginas más cercanas para el lector y de una gran
intensidad y emoción. También me han gustado mucho las reflexiones
metaliterarias, sociales y feministas.
Después empecé con No he
salido de mi noche, que se publicó en 1997, y que guarda gran relación
temática con Una mujer, de 1987. En Una mujer, Ernaux reconstruía la vida de
su madre, a partir de haber recibido la noticia de su muerte, se traslada a
principios del siglo XX, a la región francesa de Normandía, para explicarnos
cómo era esa chica que crece en una familia obrera de pueblo, y que luego se va
a casar con su padre. En las apenas 100 páginas de Una mujer, el ritmo narrativo es acelerado, y hacia el final de la
vida de la madre, se nos cuenta que se la hubo de ingresar en una residencia de
ancianos. La madre de Ernaux sufrió Alzheimer y cada vez resultaba más difícil
que pudiera convivir en la casa familiar. En Una mujer nos encontramos con algunas páginas donde se habla de la
vida de la madre en la residencia y de su pérdida paulatina de conciencia. En No he salido de mi noche, Ernaux expande
estas páginas y nos habla, en otras 100 páginas, del proceso de degeneración
que sufrió su madre, durante sus últimos años de vida, como consecuencia de la
enfermedad del Alzheimer.
No he salido
de mi noche empieza así: «Mi madre empezó con pérdidas de memoria
y comportamientos extraños dos años después de sufrir un accidente de
circulación grave ‒se la llevó por delante un coche que se saltó un semáforo en
rojo‒ del que se había recuperado perfectamente.». Este accidente estaba
relatado en Una mujer.
En la página 14 leemos: «Quizá
deseaba dejar de mi madre, y de mi relación con ella, una sola imagen, una sola
verdad, la que intente alcanzar en Una mujer. Creo ahora que la unicidad, la
coherencia en la que desemboca una obra ‒sea cual sea, por otra parte, la
voluntad de tener en cuenta los datos más contradictorios‒ debe ponerse en
peligro cuantas veces sea posible. Al hacer públicas estas páginas se me
presenta la ocasión. Las revelo tal y como fueron escritas, fruto del estupor y
el trastorno que entonces sentía yo. No he querido modificar nada al
transcribir aquellos momentos en que me quedaba junto a ella, fuera del
tiempo.»
Así que No he salido de mi noche, después de la introducción inicial, done
Arnaux da cuenta de sus intenciones narrativas, principalmente es un diario de
notas que la autora tomaba sobre lo que se encontraba, y sus reflexiones,
cuando iba a visitar a su madre a la residencia. A veces se filtrar en la
narración recuerdos que ya han aparecido en otros libros: «He pensado en la
gata que murió cuando tenía yo quince años, se orinó en mi almohada antes de
morir. Y en la sangre, en los humores que perdí antes de abortar, hace veinte
años.» (pág. 24). Estas dos imágenes pertenecen a la novela El acontecimiento.
Al tratarse de entradas de un
diario, las anotaciones van precedidas de una fecha.
Destaco alguna entrada:
«Satisfacción profunda por ir a ver hoy a mi madre como si fuera a descubrir
una gran verdad que me atañe. Cegadora: ella es mi vejez, y siento en mí la
amenaza de la degradación de su cuerpo, sus pliegues en las piernas, su cuello
arrugado desvelado por el corte de pelo que acaban de hacerle.» (pág. 40)
Son muchas las entradas del diario
que inciden en elementos desagradables y escatológicos: vómitos, excrementos o
micciones en las habitaciones de la residencia, su olor, su presencia… de su
propia madre, de su compañera de cuarto o de alguna otra persona que pasó por
allí en ese momento.
«Acabo de verla, yo todavía soy
joven, aún tengo historias de amor. Dentro de diez o quince años, seguiré
viviendo y entonces ya seré vieja yo también.» (pág. 41)
Es cierto que No he salido de mi noche (parte de una frase que escribe la madre a
un familiar) contiene algunas páginas dolorosas y estremecedoras, pero, dentro
del conjunto de cinco libro de Annie Arnaux que he leído, ha sido la novela que
me ha gustado menos. En los otros libros el análisis y la reflexión sobre lo
contado, elevaban los propios acontecimientos que sirven de material narrativo,
y aquí la muestra de estos acontecimientos es demasiado directa, sin pasar por
el filtro del ese «análisis y reflexión» del que hablaba.
Tras No he salido de mi noche (1997) me acerco a Memoria de chica (2016), que con sus casi 200 páginas es la novela
más larga de Annie Arnaux que he leído. La escribe durante 2014, el año en el
que la autora ha de cumplir setenta y cuatro años, y reflexiona sobre la chica
que era ella en el verano de 1958, cuando iba a cumplir dieciocho. Para llevar
a cabo esta tarea se sirve de un juego literario curioso: escindirse a sí misma
en dos personas. La narradora de Memoria
de chica tiene setenta y cuatro años y, lógicamente, habla de sí misma en
primera persona, pero cuando habla de sus recuerdos de 1958 se refiere a sí
misma como la «chica de 1958» y habla en tercera persona al hablar de sus
recuerdos. Es decir, la Arnaux actual, la de 2014, piensa que ya no es esa
chica de 1958, pero que no hay nadie más cualificado que ella para tratar de entenderla
y darle un sentido social o particular a sus recuerdos. Así que la Annie de
2014 mira a esa «chica de 1958» que no es ya ella y tratará de entenderla.
En la página 18 leemos: «Yo también
he querido olvidar a aquella chica. Olvidarla de verdad, es decir no querer
escribir más sobre ella. No pensar más que debo escribir sobre ella, sobre su
deseo, su locura, su estupidez y su orgullo, su hambre y su sangre cortada. No
lo he conseguido.» También en este libro, como en los anteriores, el lector se
enfrentará a reflexiones metaliterarias: «Nunca llegué más allá de unas cuantas
páginas, salvo una vez, un año en que coincidía exactamente el calendario con
el del año 1958. (…) Muy pronto empecé a retrasarme en mi escritura, a causa de
las incesantes ramificaciones que el flujo de imágenes, de palabras, hacía
proliferar.» (pág. 18-19)
La chica que en 1958 va a cumplir
dieciocho años va a trabajar como monitoria de campamentos para niños durante
el verano. Ha puesto muchas expectativas en esta salida de casa y su aspiración
principal es la de «vivir un romance». Así pronto tendrá una experiencia sexual
con alguien que en ese momento le parece un adulto, el jefe de los monitores,
un chico de veintidós años, que ya está trabajando como profesor de educación física
en un colegio. Él y ella bailan en una fiesta y pronto él la lleva a su
habitación. «Ella está haciendo todo lo que le pide.» (pág. 54), «Él, solo él
es el amo.» (pág. 55). La escena del encuentro sexual (ella es virgen) está
descrito de un modo brutal, antirromántico, y desde el punto de vista actual
podría considerarse como una violación. Aunque la propia narradora nos dice que
ella nunca ha podido considerarlo así, porque ella deseaba estar con aquel
chico ‒al que llama H‒ y no tenía la experiencia suficiente como para juzgar si
las maneras del hombre eran las adecuadas o no. En realidad el monitor jefe
tiene una novia oficial, y en el campamento se acuesta con la ingenua Annie,
pero también con otra monitora rubia, algo más mayor que ella. Annie se liará
con algún otro chico y, enseguida, cogerá fama de «fácil», lo que va a hacer
que se convierta en blanco de las burlas de los otros monitores y monitoras,
todos más mayores que ella.
«A medida que voy avanzando, la
suerte de sencillez anterior del relato ubicado en mi memoria desaparece. Ir
hasta el final de 1958 significa aceptar la pulverización de las
interpretaciones acumuladas a lo largo de los años. No pulir nada. No construyo
un personaje de ficción. Deconstruyo la chica que fui.» (pág. 71)
«¿Debo escribir que, diez años antes
de la revolución de Mayo, yo era sublime de puro intrépida, una vanguardista de
la libertad sexual, un avatar de Bardot en y Dios creó a la mujer ‒que yo no
había visto‒ y adoptar en consecuencia un tono jubiloso, ese que anima la carta
que tengo ante mis ojos, enviada a Marie-Claude a finales de agosto del 58?»
(pág. 72)
Y a pesar de las burlas que recibe,
la chica del 58 quiere seguir formando parte de ese grupo de monitores con los
que se siente libre.
Ya he dicho que Memoria de chica tiene el doble de páginas que los otros libros de
Ernaux que he leído. Y en realidad parece que está formado por dos partes que
podrían haber sido casi libros independientes. En la primera parte se narra
este verano del 58 y esas experiencias sexuales, y cómo son juzgadas desde la
moral de 58. Y en la segunda parte se habla del año siguiente, del 59, cuando
Annie ha roto el contacto con H. pero sigue enamorada de él y sueña con volver
a encontrárselo en las calles de Rouen, donde estudia, o al año siguiente en el
campamento si es admitida de nuevo como monitoria. Y la Annie de ese año
empieza a culpabilizarse de no haber podido conquistar a H, y a tener problemas
de bulimia y autoestima. Me parecen interesantes las reflexiones sobre la
elección universitaria hacia magisterio, porque la considera una aspiración más
acorde con su familia y la clase social a la que pertenece. Aunque luego (aunque
no estoy seguro del todo de esto) acaba cambiándose a una licenciatura en
letras.
Me gusta esta reflexión: «No poder
situar la anterioridad de un recuerdo con respecto a otro impide establecer una
relación de causa efecto entre ambos: no sé si recibí aquella carta antes o
después de haber leído, aquel mismo mes de abril de 1959, El segundo sexo de
Simone de Beauvoir que me prestó Marie-Claude.» (pág. 141). Esta lectura de
Simone de Beauvoir será importante para que la «chica de 1958» pueda tomar
conciencia de qué ha representado para H, su enamorado, y para los otros chicos
del campamento, y pueda empezar a tener un posicionamiento político más adulto,
y darse cuenta de que había sido «un objeto sexual», en palabras de Beauvoir.
También me gusta esta reflexión
metaliteraria sobre las novelas de autoficción: «Al empezar a escribir sobre
ella, por una artimaña inconsciente, he dejado todo el rato en suspenso la
cuestión de mi derecho a desvelarla. De alguna manera he bloqueado mis
escrúpulos con el fin de llegar a un punto ‒actual‒ en el que sé que es
imposible quitar ‒sacrificar‒ todo lo que he escrito acerca de ella. Esto vale
para lo que he escrito sobre mí. En ello radica precisamente la diferencia con
un relato de ficción.» (pág. 184).
En resumen, me ha parecido que
Memoria de chica es el libro con más matices y más interesante de los cinco que
le leído de Annie Arnaux. Le seguirían El acontecimiento, El lugar, Una mujer
y, por último, No he salido de mi noche, en el que me parece que hay poca
distancia entre el material literario y su tratamiento.
Como reflexión final sobre el tema
de los premios Nobel: no sé si existiría algún otro escritor o escritora que se
lo pudiera merecer más, y no sé si esto es fácilmente medible. En cualquier
caso, la concesión del premio Nobel me ha hecho acercarme a una escritora cuya
propuesta de análisis autobiográfico me ha parecido muy interesante. He
disfrutado de estos libros de Annie Arnaux.